Malditos Corruptos Asesinos - CAPÍTULO 5
Agotado, a José Pulicier lo envuelve la penumbra como un traje que le sienta mal, ajustado e incómodo, y por dentro le cala hasta los huesos la frialdad de la madrugada que lo llena de oscuridad. Ansía que la luz del amanecer venza a la negrura de su porvenir, aunque sabe que su esperanza carece de fundamento. Se abraza a su pecho para calmar a su corazón desbocado.
Un perro callejero de raza indefinida que acostado pernocta bajo la protección de la ancha galería de la avenida Alem, lo mira con ojos de lástima y le mueve la cola con vivacidad, invitándolo a que se acerque y lo acaricie.
—¡Después de todo, qué más da! —entregado, José Pulicier se agacha, lo mira con sus ojos de miel y le acaricia las orejas.
El perro agradecido lo acompaña, dan vuelta a la esquina y caminan juntos hasta la entrada del conocido y entrañable edificio del multimedio ubicado sobre lo que antes era la barranca natural del Río de la Plata, y en donde la actual Avenida Corrientes cae en declive.
Sin energía, José Pulicier se apoya en la pared para no caer, cierra los ojos e inspira hondo intentando saborear despacio el aire que tanto necesita. Con cada bocanada desea que aminore el peso de la desesperación que lo aplasta, pero es inútil. Abre sus ojos desorientados, despide a su nuevo amigo de cuatro patas, y entra a la recepción del edificio del multimedio.
Por más que percibo nítido este ámbito que siempre me resultó familiar, ahora no me resulta todo lo seguro y reconfortante que esperaba —. Disconforme con lo que siente, José Pulicier finge no oír los saludos de quienes asombrados lo ven llegar a una hora inusual de la mañana, y con la cabeza gacha se dirige directo al último piso. Al abrirse la puerta del ascensor, recién nota que tiene las axilas y la frente bañadas por el sudor del miedo y del esfuerzo, y se las seca con la manga de la camisa.
Por suerte la secretaria aún no ha llegado y la puerta del despacho de cristal del Director está abierta. Irrumpe en la oficina y al ver que su jefe está sentado en el mullido sillón de cuero observando compenetrado la pantalla del móvil; se detiene de golpe y a través del gran ventanal recorre con su mirada la majestuosa vista panorámica del Río de la Plata.
¿Por qué el río se empecina en lamer la ruina de esta orilla? —. Curiosamente se pregunta José Pulicier, y observa que adelantándose a la bruma que amenaza con invadir la ciudad, bajo el movedizo cielo salpicado de ocurras nubes aterriza el helicóptero presidencial. Al verla descender, tiene la impresión de que la Presidenta lo mira, y le da bronca que la corrupción haya llegado a un nivel que nunca antes se ha visto en este país.
El Director deja el móvil sobre el escritorio y con el control remoto en mano, baja las gruesas cortinas que borran la imagen del otro lado del amplio ventanal y de los ojos de José Pulicier, y deja la oficina en penumbra. Se apresura a encender todas las pantallas y hace un frenético zapping por los canales de noticias, y una vez más, comprueba que con distintos tonos, matices y posturas de opinión, la noticia se repite eclipsando otras realidades.
—Parece que se viene la tormenta —. Es lo primero que se le ocurre decir a José Pulicier para romper el hielo.
—Esmérate y dime algo nuevo, eso me quedó bien en claro desde que comenzó este puto día —molesto responde el Director— ¡Qué lío armaste en la Política! No paran de llamarme, pero no le pienso responder a nadie sin antes hablar contigo. Si sigo demorando, ¡les va a dar un infarto!, pero no me sentiré culpable —ríe satisfecho.
El gobierno dispara con munición gruesa a nuestro multimedio y mi cabeza de Director General es el blanco principal. Recibimos amenazas, ¿lo sabes?
—Algo me adelantaste con la llamada que me despertó, y de paso te comento que a mí también me están amenazando —. José Pulicier prefiere no decirle que la dura y feroz amenaza involucra a su hija. «¡En qué me metí!», internamente se reprocha. Aunque a lo largo de su vida profesional ha recibido amenazas, está en particular le preocupa sobre manera.
—¿Estás mal de la cabeza? —pregunta el Director al observar el gesto de preocupación.
—No, pero estaría mejor si hubiera podido dormir otras cuatro horas —responde José Pulicier evadiendo el trasfondo de la pregunta.
—¡En qué pensaba tu cabeza cuando hiciste la nota editorial! ¿Acaso sabes en qué tipo de país vivimos?, a veces lo dudo. —. Sin esperar respuesta, agrega con una sonrisa irónica.
—Y eso qué tiene que ver con (...)
—Todo y nada. Ya lo veremos —El director lo interrumpe, y para relajar la situación se pone de pie y le sirve un whisky. Lo conoce bien y sabe que al igual que a otras personas, el alcohol en su justa medida en vez de suprimirle la lucidez, se la multiplica y a la vez calma cualquier acceso de ira. Apaga las pantallas, pulsa nuevamente el control y abre de par en par las cortinas.
—¿De dónde sacaste la información? —insiste el Director al verlo más calmo.
—El dato me lo pasó una fuente confiable, eso es todo lo que te puedo decir—responde cortante José Pulicier, que no termina de entender a qué viene tanto alboroto.
—¿Y quién es esa fuente «amiga»? —inquiere el Director haciendo gestos de comillas con los dedos.
—Nadie que conozcas ni que debas conocer —responde una vez más José Pulicier con tono tajante y sombrío— Mi fuente no me autorizó a que la dé a conocer, y lo cumpliré a ultranza. Conoces muy bien esa regla de juego, y que si la quebranto, mi informante correrá un serio peligro de muerte. Basta con que sepas que he corroborado la información que me ha brindado. Ricardo Jaime a través de testaferros se hizo de una flota de automóviles y de varias propiedades. Además los dueños de las concesiones de la terminal de ómnibus y de los ferrocarriles, le pagaron pasajes y estadías en el exterior, a él y a su familia. Salta a la vista que es imposible que Ricardo Jaime pueda justificar con su sueldo de funcionario público el lujoso nivel de vida que lleva.
—¡Ajá!, pero con tu opinión fuiste más allá de los fuertes rumores sobre el supuesto aceitado sistema de coimas montado por Néstor Kirchner en torno a los negocios que se manejan desde el poderoso Ministerio de Planificación y Obras Públicas que conduce Julio De Vido, y del cual depende la Secretaría de Transporte a cargo de Ricardo Jaime, y afirmas que hay que subir por la cadena de mando para llegar a la cabeza de la asociación ilícita. Apuntas directamente al matrimonio presidencial y para eso debes tener pruebas contundentes para comprobarlo. ¿Las Tienes? ¿Y si te han tendido una trampa? —advierte el Director.
José Pulicier acusa el golpe de la incisiva pregunta, y al recordar a su informante siente de nuevo la punzada incómoda que había experimentado al terminar la nota editorial, y que el hoyo en el que se ha metido se convierte en un abismo. Es consciente de que tiene suficiente escrúpulo para no violar los códigos periodísticos, pero que también tiene el cinismo necesario como para hacerlo si su corazonada es fuerte.
«Si bien he chequeado que los datos que me ha facilitado mi informante son ciertos, ahora dudo de si los hechos que menciono en mi nota editorial son prueba suficiente para confirmar la veracidad de los rumores de corrupción que circulan sobre Ricardo Jaime, y sobre...—A José Pulicier, el dolor de la punzada se le hace insoportable al recordar el cierre de su nota: "... y que nadie se sorprenda si al final descubrimos que Ricardo Jaime no es un lobo solitario, sino que es parte de una ilícita manada corrupta enquistada en lo más alto del poder".
¿Por qué al terminar la nota editorial dudé si convenía dejar ese cierre? ¿Habrá sido por qué consideré inapropiado rematar la nota con un horroroso cliché, o por qué las pruebas son insuficientes? Lo cierto es que dejé la frase del cierre por la fuerza de lo que insinuaba, y porque mi corrector de estilo no me alertó. Disparé el misil que dio en el blanco y ahora debo hacerme cargo. Si en su momento la nota editorial no me pareció apresurada, ¿por qué ahora dudo? » —. Las preguntas le carcomen el cerebro a José Pulicier.
—No descarto haber caído en una trampa (...) —aclara al sentir el vacío en el estómago mientras cae en el abismo —, pero no lo creo—afirma rematando sin mayor convicción.
—Los del poder nos amenazan con un juicio, pero si estás seguro de la veracidad de la información, ¡qué lo hagan! Peor para ellos sí tenemos pruebas. Las tenemos, ¿verdad? Entrégamelas y se las daré a nuestros abogados para que se encarguen de llevarlas a la justicia.
Casi todos los jueces son personas honradas y trabajadoras, comprometidas con la justicia y la igualdad, pero hay un reducido número de jueces federales, claves e influyentes, que son manzanas podridas. Si la causa cae en manos de alguno de ellos, lo cual es probable, nada ocurrirá y estamos fritos. Por eso también me ocuparé de que las pruebas les lleguen a legisladores y políticos, tanto a los opositores para que estén informados y desde su posición se sumen a esta cruzada, como a los afines al gobierno para que tomen consciencia de que la evidencia ya se ha desparramado, y que por lo tanto, carece de sentido que continúen con las amenazas.
—Ojalá que más se sumen para que mi denuncia no caiga en saco roto.
Nuestro oficio es peligroso cuando nos enfrentamos a las desmesuras del poder que se siente amenazado por las palabras. El alto poder concentrado por este gobierno presidencialista; que además domina el congreso y ha comprado la voluntad de jueces, empresarios, sindicalista, movimientos sociales y medios de comunicación; hace que nuestra querida Argentina republicana, democrática y federal, se parezca cada vez más a una tiranía donde el cruel poder tiene rostro de piedra y es contrario a la verdad.
El gobierno considera que quién piensa distinto y no se le une, es un enemigo y hay que aniquilarlo. No admite el disenso y les pide a los de su base de sustentación política, que a cambio de recibir prebendas, sean híper fanáticos, no piensen, y que acaten como esclavos; y quien no lo hace, es descartado como la mierda.
Es lamentable que algunos jueces no tengan los cojones para ponerle un límite al gobierno, y con descaro, se tiñen del color político de turno y miran para otro lado haciéndose los desentendidos de lo que ocurre, y hasta absuelven a los mafiosos.
—José, es tan cierto lo que dices, que no nos podemos dormir en los laureles por el solo hecho de que transitemos el camino de la justicia. Urge que sigamos echándole leña al fuego para que la misma llama que está haciendo visible la corrupción enquistada en el gobierno, les arda el culo a los del poder, y ante semejante quemazón, que alguien con dos dedos de frente se lo piense dos veces antes de considerar atacarnos, ya que su agresión se convertirá en el búmeran que lo complique aún más.
—Eso apenas me tranquiliza, porque no quita que un tonto subordinado del poder atente contra nosotros asumiendo que por ello sumará puntos y ascenderá en la escala del poder —con gesto de desánimo, dice José Pulicier.
—La mejor estrategia para protegernos es elevarle el costo político a cualquiera que desee lastimarnos; así que debemos atizar nuestras relaciones más relevantes para que el fuego no se apague.
Entrégale toda la información que dispongas a otros periodistas y conductores de otros noticieros, incluso los que han sido comprados por amigos del gobierno, para que el tema siga instalado el mayor tiempo posible. Ese será nuestro mejor reaseguro ante las amenazas recibidas. ¡Qué no decaiga!, hay que mantener viva la noticia —sugiere enérgico el Director.
—Pero si sigo irritándolos, entonces sí que buscarán silenciarme como sea —preocupado aclara José Pulicier.
—Como buen periodista sabes mejor que nadie que fabricamos la pólvora de la noticia y la hacemos estallar en la cabeza de la gente. ¡Qué te ocurre que ahora ni siquiera reconoces los fuegos artificiales, ¿acaso tienes miedo a quemarte?
—Sé lo que es recibir el fuego de las amenazas y supongo que ya estoy acostumbrado a chamuscarme, aunque eso no quita que tome recaudos por si el fuego se sale de control y se pone peor.
Desde el momento que escribí la primera línea de la nota editorial (...) —José Pulicier hace una leve pausa y lo mira directo a los ojos antes de continuar —, supe a lo que me arriesgaba por dar a luz la corrupción de este gobierno podrido. Soy consciente de que puedo estar poniéndole fin a mi vida, pero eso lo puedo sobrellevar, lo que me atemoriza es que se ensañen con...—se contiene de decir mi hija— otros que no tienen nada que ver con este asunto.
—Lo mejor es que sigas iluminando con tus notas a la opinión pública, esa será la mejor protección. Aumenta la potencia de tus reflectores y que la voz de la próxima nota editorial sea un campanazo periodístico, una revelación interesante que nos mantenga en el centro del escenario donde dudo que alguien se atreva hacer efectiva la amenaza.
—Tienes razón—asiente José Pulicier reforzando con un gesto afirmativo— Más temprano que tarde y como los seres vivos, todas las tragedias del mundo están condenadas a morir, así que es muy probable que las noticias de hoy sean barridas por las mañana, y que casi ninguna quede retenida en la memoria. Debemos avivarla y hacerla evolucionar, para que permanezca un poco más en la memoria colectiva.
—Es lamentable que los argentinos no tengamos memoria, nos olvidamos de todo, hasta de recordar. Si persistimos en que la noticia siga viva y logramos que siga ocupando el centro de atención, tengo la esperanza de que a la larga la gente de a pie sume dos más dos, y listo.
Además vivimos de nuestro público que nos sigue porque somos pioneros en denunciar los actos de corrupción, y si continuamos por este camino y sumamos más audiencia, los ingresos de nuestro multimedio también se incrementarán —sonríe el Director al imaginar cómo se le llenan los bolsillos.
Ante lo dicho y conociéndolo, José Pulicier una vez más vuelve a comprobar que el Director no da puntada sin hilo, y no descarta que utilice esta oportunidad para posicionarse políticamente entre los amigos de los medios, empresarios, judiciales y políticos opositores al gobierno. Es consciente de las posibles consecuencias que ello acarrearía, y siente resquemor de que aún sin quererlo, el Director con su actitud aumente el riesgo que ya corre su hija.
—Ricardo Jaime es la punta del tentáculo del pulpo gigante que ostenta el poder. Sugiero que con cuidado ascendamos por él hasta llegar a la cabeza—se apura a decir José Pulicier, al recordar la pesadilla y para evitar acrecentar el berenjenal en que se están metiendo—, porqué allí es donde el pulpo también tiene el aparato digestivo, y huelo que contiene mucha mierda. Si tiramos fuerte corremos el riesgo de que para salvarse, el pulpo se desprenda del tentáculo de Ricardo Jaime, y todo termine en él.
—El pulpo gigante que dices, intenta salvarse desparramando por todos lados su tinta para despistarnos y huir. La tinta de los allegados al gobierno enturbia todo al repetir que tu nota es una vil mentira, o en el mejor de los casos es un error; y que la supuesta fortuna de Ricardo Jaime es de otro, y dan a entender que el gobierno no tiene nada que ver en esto.
Pensándolo bien, no estaría nada mal proponerle a Ricardo Jaime que nos dé sus explicaciones en una entrevista en vivo. Con las pruebas que tenemos pondremos en evidencia que es un corrupto y que no pudo actuar solo. Habla con tu equipo para que intente organizarla aunque quizás no se niegue a que lo entrevistemos. Por otra parte no pierdas tiempo y habla con tu fuente, o búscate otra, y sigue muñéndote de todas las pruebas que sean posibles.
¡Apúrate!, porque no tengo dudas de que tratarán que la investigación no avance, y de que buscarán un chivo expiatorio a quién echarle la culpa para que todo termine. No sea que mañana cuando nos levantemos ya no haya posibilidad de avanzar, o lo que es peor, que no haya más país. No hay que olvidar que acá vivimos de pálida en pálida.
—De acuerdo —concedió José Pulicier dándose ánimo.
—Recuerda que nuestro multimedio nació libre e independiente, y morirá así. El principio que nos guía es que los hechos son sagrados y las opiniones libres, así que basándote en hechos comprobados, no dudes en opinar y ponerle toda la pimienta que quieras a tus notas editoriales. Cuentas con mi total apoyo.
—Lo sé y te lo agradezco. La Argentina está enferma hasta los huesos. Mi humilde aporte es hacer que la gente advierta quiénes son el cáncer que los carcome, que se harten, y reaccionen extirpándolos del poder con su voto. Es la manera civilizada de recuperar el orden institucional, la ética y la moral que estamos perdiendo. Poder curarnos en salud bien vale la pena, aunque me maten — concluye José Pulicier, y con un saludo se retira.
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