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Malditos Corruptos Asesinos - Capítulo 10

—Ricardo, hace rato que te esperamos —ofuscado le reprocha el secretario privado del presidente y Ricardo Jaime acusa recibo de lo que le acaba de echar en cara, agacha la cabeza y avanza hacia la puerta cerrada de la sala de reuniones.

Ricardo Jaime se paraliza al posar su mano temblorosa sobre el picaporte, sabe lo que le espera. Lo invade la terrible sensación de quien debe zambullirse en un acuario lleno de tiburones hambrientos. Siente un sabor seco y ácido, y un desagradable dolor ocasionado por el acelerado latir de su corazón desbocado. Toma consciencia de su soledad y detesta la vulnerabilidad que le provoca.

Debe rendirle cuentas a su amigo Néstor Kirchner y al selecto entorno íntimo del poder, el cartel de los "pingüinos K", autodenominado así por el origen patagónico y por la primera letra del apellido de su líder.

—Permíteme, yo la abro —. Al sentir la mano del secretario privado que intenta apartar la suya del picaporte, Ricardo Jaime da un brinco como caballo ante el peligro y retrocede espantado. —¿Te hice daño? ¿Te sientes bien? —pregunta desconcertado ante semejante reacción, y al verlo palidecer de tal modo, el secretario piensa: «Se va a desmayar», y duda qué hacer primero, si pedirle perdón o socorrerlo.

—Estoy bien; no te preocupes, no es nada —.Ricardo Jaime pestañea intentando borrar de sus ojos el horror a que lo rechacen y empujen al profundo vacío de la soledad, pero no puede disimular su nerviosismo. —Tengo sed. ¿Me servirías un vaso de agua? —le pide ansioso mientras se esfuerza por recuperar el control.

—Por supuesto, entra, yo te lo alcanzo.

—No; prefiero beberlo aquí —le dice con una tímida sonrisa.

El secretario baja la vista, y confundido, se apresura a alcanzarle el agua. Jaime la bebe despacio, con toda la parsimonia que necesita para poder ganar fuerza y coraje antes de entrar.

«¿Qué hago aquí? No debí venir. Los que están adentro me van a matar. Quizás hubiera sido mejor estar muerto pudriéndome en el infierno, que es lo que creen que merezco, y ahorrarles el asesinato» —. Reflexiona Ricardo Jaime.

—¿Cómo está el presidente? —. Luego de beber el último sorbo, Ricardo pregunta para tantear el ambiente que hay detrás de la puerta.

—¿Quién, Él o Ella? —repregunta el secretario.

—¡Están los dos! —. «Me ahogo, tengo que salir de aquí».

—Sí, los supremos "manda más" y los que somos parte del selecto séquito del poder.

La confirmación de que están todos me mete más presión y crispa mis nervios. Ante mi inacción, el secretario abre la puerta y soy el centro de sus miradas inquisidoras. No puedo respirar, me oprime una extraña mezcla de culpa, dolor y rabia.

—Lo esperan para tratar su caso —dice el secretario, y con buenos modales, me invita a entrar dándome un suave empujón.

Todos me escrutan, y al cerrar la puerta detrás de mí, tengo la sensación de que la sala se encoge. La tensión se huele en el ambiente.

Me intimida el fuerte perfil del rostro del poderoso Néstor, con su prominente nariz aguileña semejante al rapaz pico curvo de un ave depredadora. Lo conozco bien, tiene una personalidad seria y al mismo tiempo desenfadada. Es una mala idea entrar en guerra con él o con ella, casi nadie de los que pertenecemos al cártel de "pingüinos K", estamos dispuestos a contradecirlos.

Lo observo, y veo cómo el aura de Néstor se eleva por sobre su flaco físico de 1,88 metros de alto y un tanto desgarbado, y quienes estamos ante él nos sentimos diminutos, casi nada.

Néstor solo confía en el puñado de allegados de su círculo íntimo, del que lamentable-mente estoy a punto de que me echen, y desconfía de todos los demás, y yo espero no pasar a ser uno de ellos. Mi espíritu de supervivencia me dice que si se rompe nuestro vínculo, también lo hará el mío con la vida.

¡No lo puedo creer!, al mirarme compruebo que estoy desnudo ante ellos, y me siento avergonzado y vulnerable.

¡Ojalá que no desate su bronca conmigo!, suplico que a Néstor no le dé uno de sus recurrentes ataques de furia en los que le place agredir físicamente y por lo que se ganó otro apodo, el de "el Malo".

En un vuelo a Madrid, Néstor le ordenó a su secretario, Daniel Muñoz, que le "dé tres" al jefe de protocolo de la presidencia, porque los diarios de noticias habían llegado tarde; y Muñoz cumplió la orden asestándole tres puñetazos.

—Esto es para que sepas qué le pasa a los traidores —. Enfatizó Néstor luego del castigo.

Más allá de este caso muy menor y anecdótico, como Néstor sabe que el poder trae con-sigo enemigos, cada tanto hace sentir su autoridad para desalentar a que urdan tramas de traición. ¿Creerá que lo traicioné? ¿Golpeará mi cuerpo desnudo delante de todos?

Ojalá que no lo haga, porque como soy Karateca y sé defenderme, me sentiría terrible si debo contenerme de responder. Yo lo único que quiero es que me vuelvan a aceptar, y si eso vale una golpiza, me la aguanto. Lo que temo es dejar de pertenecer al grupo íntimo del poder donde me siento tan bien.

—¡Ricardito!, te has convertido en un problema. Se avecinan las elecciones y la prensa nos comerá vivos —. Le reprocha el séquito queriendo sumar puntos delante de los jefes.

Temo que semejante recriminación cambie el rumbo de mi lujosa vida forjada bajo el brillo del sol del poder, y sin su cálida luz, me vea obligado a pasar mis días aislado en la fría oscuridad.

Percibo la amenaza e intento huir del inminente peligro, pero es como si me hubieran quitado el suelo bajo mis pies. Doy pasos desesperados en el aire en mi carrera sin sentido, pero aunque es inútil y permanezco estancado frente a ellos, persisto en mi intento.

Sin sustento caigo en el vacío del profundo agujero abierto bajos mis pies. Sin tener nada sólido de dónde asirme, me siento inseguro e indefenso. Me aterra que se deshagan de mí y en soledad morir.

¿Saldré indemne de lo que veo venir y que tanto me desespera? Lo dudo más allá de la complicidad que nos une. Aunque conozco la oscura intimidad de todos y saben que todo se pudre si la saco a la luz pública, eso no me tranquiliza lo suficiente como para escapar de las garras de este sueño y menos de la realidad que me asfixia.

Sin control, el Secretario de Transporte de la Nación Argentina y su aeronave caen en pi-cada. Es tan real el vacío que siente en el estómago por el vértigo de la caída, que Ricardo Jaime despierta sobresaltado de su sueño al presentir la inminente catástrofe. Justo antes de estrellarse contra la dura realidad, la telaraña que él mismo ha tejido detiene la caída, y pegoteado queda prisionero en ella. Tiembla del miedo de ser devorado por el bicho de patas y cuerpo peludo lleno de ojos de periodistas, legisladores, fiscales, y de cómplices amigos que ahora le sueltan la mano.

Aturdido por la semiconsciente ensoñación y con el cuerpo tensionado y dolorido a pesar de estar recostado en el mullido sillón, Ricardo Jaime forcejea y patalea hasta que se tranqui-liza al reconocer la dulce melodía de las potentes turbinas y el aroma a fino cuero del mobiliario de la aeronave Lear Jet 31A, matrícula N786YA, valuado en 4 millones de dólares.

El lujoso avión repleto de refinamientos fue pagado con el mal habido dinero que les quitó a los contribuyentes. Aunque lo tranquiliza no figurar explícitamente en los documentos de propiedad del Lear jet, Ricardo Jaime, sus familiares y amigos, lo utilizan como propio para viajar a Brasil, Uruguay y a su natal provincia de Córdoba.

Su asesor de estrecha confianza y testaferro, el español Dr. Manuel Vázquez, mediante sus sociedades "cáscaras" localizadas en paraísos fiscales, se encargó de hacer una "colecta" para obtener el dinero para comprarlo sin que en los papeles aparezca el verdadero dueño de la aeronave. A la "colecta" aportaron Claudio Cirigliano, dueño de TBA (Trenes de Buenos Aires SA) y otros empresarios ligados al transporte.

Ricardo Jaime se quedó dormido al alcanzar la altura de crucero, y como le ocurre últimamente, volvió a soñar con lo mismo.

No hay caso, los aviones, aeropuertos y "valijas" me traen mala suerte. Solo espero que no lo haga este Lear Jet que uso desde hace unos meses.

El primer dolor de cabeza lo tuve cuando Néstor Kirchner era gobernador de Santa Cruz, en la Patagonia, y yo era su ministro en la Secretaría General; y fui cuestionado por la compra del avión sanitario para la provincia.

La siguiente migraña comenzó en setiembre de 2003, cuando el Estado Argentino oficializó que se asociaría con la empresa aérea Southern Winds (SW), para salvarla de los problemas financieros que atravesaba y que la llevarían a la quiebra. Para ello, el Estado le pagaría subsidios millonarios que cubrirían alrededor del 40% de sus costos operativos. La "solución" surgió gracias a mi buena relación con los Maggio, los dueños de SW.

El 3 de octubre el presidente Néstor Kirchner dijo que se estaba "ante un hecho tremendamente significativo", destacando la "voluntad y el deseo" de defender las fuentes de trabajo, y el "firme convencimiento" de las autoridades estatales de tener una línea aérea alternativa, que explote el espacio aéreo combatiendo al monopolio, y que a su vez, "dé su fruto a todos los argentinos".

Por Resolución 470 del 14 de julio de 2004, le otorgué a la empresa Southern Winds la facultad para "alterar u omitir escalas" y estableció el corredor de vuelos chárter entre Tacna, Perú, conocida como la capital del narcotráfico; Córdoba y Buenos Aires, Argentina; y Madrid, España.

Kirchner usó en varias oportunidades los aviones de SW para vuelos oficiales, hasta que un año después, el 17 de septiembre de 2004, aparecieron en el aeropuerto de Madrid cuatro valijas que habían viajado en un avión de SW sin pasajeros, lo que está prohibido. El membrete decía "Embajada Argentina en España". La Guardia Civil española encontró en ellas 58,90 kilos de cocaína pura, equivalente a 1,5 millones de euros.

El dolor de cabeza se hizo insoportable cuando a inicios de 2005, la justicia de ambos países intervino y el caso de las "narco valijas" de Southern Winds (SW) se convirtió en un escándalo.

Entonces Néstor Kirchner dio por finalizado el contrato y la empresa se presentó en con-curso preventivo. En octubre del 2005 los empleados fueron notificados de su traspaso a la empresa de "colectivos" (ómnibus de corta y media distancia) del grupo Plaza, de Claudio y Mario Cirigliano, y el 25 de noviembre SW dejó de operar.

¿Qué hacen los empleados de una empresa aérea en una de "colectivos", si no tiene aviones? A raíz del caso, ¿era necesario disolver la Policía Aeronáutica Nacional y crear la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA)? Para quien quiera entender, estas preguntas tienen res-puestas obvias; que a mí no me importan mientras continúen los "negocios".

Estoy a cargo de la Secretaría de Transporte, y aunque eso no me da derecho para eludir los mecanismos que brindan seguridad en los vuelos, me niego a que me revisen el equipaje en los aeropuertos domésticos. Al no pasar mi valija por el escáner, los agentes de la PSA pro-testan y por seguridad la quieren revisar; pero lo evito diciendo quien soy, y que tanto mi valija como yo gozamos de inmunidad, ¿o será impunidad?

Me dio resultado hasta que fieles a su obligación de hacer cumplir el procedimiento de seguridad, no se inmutaron por mi cargo y mi argumento, y se empecinaron en que abra mi valija.

Estallé, y a gritos les dije que se atengan a las consecuencias, porque soy la máxima auto-ridad del transporte y si quiero los hago despedir. Embroncado, les ordené que no toquen mi valija y que me comuniquen con el jefe de seguridad del aeropuerto.

—Exijo que saque del medio a estos ineptos porque voy a perder el vuelo, y si lo pierdo, todos ustedes no trabajarán más aquí. ¿Entendido? —. Más que una pregunta fue una amenaza.

—Usted como secretario de Estado debe dar el ejemplo frente al resto de los pasajeros y dejarse revisar, porque la seguridad está por sobre todo —enfadado me aclara con firmeza, y accedo.

Entre varios objetos llevo fajos de billetes, y sin bien no es delito transportar dinero dentro del país; ¡mierda!, expuse una fehaciente prueba de que dispongo de mucho dinero que no puedo justificar con mi sueldo de funcionario.

—El dinero proviene de una operación inmobiliaria que realizó ella —. Rápido balbuceo una justificación que no me pide la PSA, y le endilgo el dinero a la mujer que me acompañaba. ¡Fue genial!

Se volvió a repetir una situación con "valijas" a las 2.45 de la madrugada del 4 de agosto del 2007, cuando aterriza en el Aeroparque Jorge Newbery de la Ciudad de Buenos Aires un vuelo privado de la empresa Royal Air contratado por Enarsa (Energía Argentina S. A.), en el que viajan funcionarios públicos venezolanos y argentinos. Entre ellos, el empresario venezolano Guido Antonini Wilson y el director del Órgano de Control de Concesiones Viales (OC-COVI), Claudio Uberti, funcionario argentino. El vuelo antecede en dos días a la visita del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, prevista para firmar un acuerdo para Venezuela nos venda de gas licuado y compren 1000 millones de dólares del Bono del Sur, títulos del Estado argentino.

—Luján, ¡a esta hora vamos a trabajar!, deja que se vayan —le pide la persona de Aduana a la agente de la Policía de Seguridad Aeroportuaria, María Luján Telpuk.

—Estoy aquí para cumplir mi función —responde Luján, y al ver pasar las valijas por el escáner, una despierta su sospecha, "el sexto sentido" que dicen. Observa algo parecido a seis tapas de libro pero con mucha densidad, así que llama al pasajero dueño de la valija, Guido Antonini Wilson.

—¿Qué pasa? —pregunta sorprendido Guido Antonini Wilson.

—¿Esta valija es suya? —quiero saber.

—Sí —confirma él sin dudar.

—¿Qué trae? —inquiero.

—Libros —me dice y es cierto, yo los veo pero no es lo único.

—¿Algo más? —insisto.

—Sí, unos "papelitos" — me dice haciendo un gesto como de "nada interesante".

—Bueno, ábrala —. Mi pedido fue automático.

El semblante de Guido Antonini Wilson cambia totalmente, empalidece y empieza a su-dar, lo que me hace pensar que hay algo raro.

—Por favor; tome su valija, colóquela acá arriba y ábrala —le ordeno mientras del otro lado solo hay titubeos y demoras.

Abre el cierre de la valija y veo colocados de forma tan impune, porque no están ocultos, fajos de dólares metidos a presión como cuando a uno no le cierra la valija.

—¡Ah!, con que libros ¿eh? —Exclamo sorprendida— ¿Cuánto dinero trae?

—Habrá unos 60 mil dólares —dice minimizando.

Como pretende tomarme el pelo, corro a comentarle a mi superior lo sucedido.

—Encontré un poquito de plata —le digo a mi jefe.

—¡Uh, Luján! —. Se agarra la cabeza. —¡La madre que lo parió!

—No, no pasa nada —. Intento calmarlo con mi inocencia de pueblo. —Al pobre hombre se le debe haber olvidado incluirlo en la declaración jurada —le digo con mi mejor sonrisa.

Con esta experiencia, Luján perdió su cuota de bondad y desconfía de la gente hasta que le demuestre que es buena. La valija con 790.550 dólares fue decomisada. Un día después de la llegada de Hugo Chávez y tras el pago de la correspondiente multa, Guido Antonini Wilson abandonó la Argentina sin reclamar el dinero que le había sido secuestrado.

El caso tuvo una amplia repercusión mediática al coincidir con la campaña que realizaba Cristina Fernández de Kirchner para ser electa presidenta; y porque Hugo Chávez presentaba el referéndum para cambiar la constitución venezolana e incluir las normas que le permitieran la continua reelección.

El caso que involucró a ciudadanos argentinos, estadounidenses y venezolanos, fue calificado por el periodismo y la opinión pública como: "el escándalo de la valija".

—¿La valija era del funcionario argentino Claudio Uberti y se la quisieron cargar a usted? —indagaron a Guido Antonini Wilson en un juzgado de Miami.

—"Llévame la valija; a la valija la maneja el presidente", me dijo Claudio Uberti sugiriendo que la valija era para la campaña presidencial. Yo me baso en lo que él me dijo en Miami cuando me envió saludos de parte del presidente Néstor Kirchner — Declaró Guido Antonini Wilson.

Tanto yo; como la empresa "Corrupción" con y sin valijas, Enarsa, y Julio De Vido que lleva los negocios con Venezuela, quedamos teñidos por las denuncias de sospecha de corrupción —. Agarrándose la cabeza, pero con una sonrisa irónica que le nace desde la impunidad, Ricardo Jaime se queja en silencio por el error cometido.

En aquel avión viajaba Claudio Uberti, uno de los "cajeros informales" que recaudó para la campaña presidencial de Kirchner en 2003, y que por el escándalo de la valija, tuvo que renunciar a su jugoso cargo de jefe de las concesiones a los peajes en las autopistas.

Todos preguntan si era dinero proveniente de coimas y del lavado, el que supuestamente iba destinado para la campaña de Cristina; y si podían Néstor y Cristina desconocerlo; pero como es nuestra costumbre, cubrimos todo bajo el manto de la impunidad que nos da pertenecer a la cúpula del gobierno, y callamos. De ninguna manera perjudicaríamos los grandes negociados y fuentes de suculentas coimas para ambos lados entre PDVSA (Petróleo de Venezuela SA) y su "filial" argentina, la invención de Néstor Kirchner, la "petrolera" ENAR-SA.

Como aprendí, en noviembre de 2008 y una semana antes de viajar, me tomé la molestia de avisarle a la Policía de Seguridad Aeroportuaria del Aeropuerto de Córdoba que no quería que me molesten, pero los inútiles fueron al sector reservado VIP donde me encontraba esperando.

—Señor Ricardo Jaime, antes de subir al avión debemos revisar sus valijas por seguridad.

—Ven todo esto —digo señalando la construcción del aeropuerto—, lo manejo yo. Si quiero mañana los saco de aquí y pongo seguridad privada —amenazo levantando la voz y con prepotencia subo al avión sin ser controlado.

—¡No aguanto más!, todo se complica. Como me están investigando por los viajes de placer que hice en los aviones privados que alquilaron los Cirigliano, no puedo utilizar más esa opción así que cómprame un avión —le ordeno a mi testaferro Manuel Vázquez.

—Pero...

—Nada de pero; por si no oíste bien te repito, ¡cómprame un avión!

—Bueno, como digas —. Manuel Vázquez se aviene a comprarlo, y enfadado, para sus adentros maldice y corta la comunicación.

***

¡Maldita sea! Por los negocios, no tengo otra que aguantarme las órdenes del prepotente de Ricardo Jaime. "Cómprame" es el imperativo que más usa, el que mejor le sienta y el que más enfáticamente vocifera. Vive pidiéndole dinero a las empresas del transporte. Quiso tener automóviles, los pidió, y se los pagaron. Quiso tener un yate, una casa de lujo en un barrio cerrado en San Isidro, y otras propiedades y otros gustos, lo pidió, y se lo compraron los empresarios con los que negocia y aportan a "la causa". Así que si ahora quiere un avión, me pondré en campaña y lo tendrá.

Lo del avión es demasiado —se queja Manuel Vázquez agarrándose la cabeza—, ningún funcionario corrupto de este gobierno ni de los anteriores, me pidió algo similar. Le están poniendo la lupa encima y Ricardo sigue comportándose como si nada ocurriera. Con plena seguridad vive diciendo: "Néstor me banca, me protege y no va a dejar que me pase nada".

Temo que su torpeza y ambición desmedida nos hunda a todos, pero le debo dar el gusto si quiero hacer negocios.

***

En la víspera de Nochebuena de 2008, la sociedad de mi testaferro radicada en Costa Rica, Pegasus Equity Investmentsy, finalmente me compró este Lear Jet de ocho pasajeros. Lo utilizo desde hace unos meses y espero que no me traiga mala suerte.

El grupo íntimo del poder me mira con recelo, pero no por los "negocios" que hago, ellos también los hacen, sino porque la información comienza a filtrarse y la prensa está siendo despiadada, y los parlamentarios y fiscales investigan. Los buitres han levantado el vuelo y eso no bueno. ¡Me van a destruir!

El nerviosismo, la ansiedad e intensa angustia que me embriagan, no me permiten conciliar el sueño, y cuando lo logro, sufro esta recurrente pesadilla. Tengo que calmarme, así que mejor me dedico a disfrutar del poder que me da ser el Secretario de Transporte, y con el que domino todo lo que se mueve por la tierra, el aire y agua.

Me encanta sobrevolar la Ciudad de Buenos Aires y mirar por la ventanilla del Lear Jet a los trenes y "colectivos" circular, a los aviones despegar y aterrizar, a los barcos navegar en el Río de la Plata, y más lo hace, ver los barrios llenos de la gente pobre que nos sigue votando y nos da de comer.

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