Capítulo 9
Adaria
Me quitan la bolsa, entonces me encuentro en otro lugar. Ya estoy sentada y atada a una silla con las manos hacia atrás. Un hombre que reconozco enseguida entra al cuarto, es el anfitrión y mi habitual subastador.
—Trevin —digo sin una expresión en mi rostro.
—Muñeca. —Sonríe—. Así no es el trato, tú vuelves a mí, solo cuando se aburren de ti. Creí que ya habías entendido.
—No fue mi culpa —me limito a decir.
—¿No? Pero si no regresaste como siempre.
—No tuve oportunidad.
—Te vieron huyendo —me aclara.
Bufo.
—¿Qué quiere de mí?
—Que entiendas tu lugar, muñeca, eres un objeto de esta colección. Sirves muy bien como una estafa, pero si te vas, ¿cómo puedo seguir vendiéndote?
—No sé, pregúntale a mis otros subastadores —expreso sin ganas.
Se ríe, desenvaina su basto, mostrando que es una afilada cuchilla. Le da su sombrero de copete a su empleado y luego se acerca hasta mí. Pone la hoja afilada en mi cuello.
—¿Te burlas? Dime ¿Cuál parte de tu cuerpo todavía tiene sensaciones?
—No sé. —Continúo con mi gesto frío y sin expresión.
Lamentablemente, justo como el objeto que dicen que soy.
—Estás maldita, un día dejarás de sentir y serás solo una muñeca, mientras tanto veamos cual de tus partes todavía sirve. —Corta mi ropa—. Descuida, las muñequitas como tú tienen muchos outfits, no necesitas esa sudadera. —Observa mi escote roto—. Tu piel es tan de porcelana, tan delicada, si la rompo, igual la puedo arrendar, ¿no?
—Soy de plástico —le recuerdo y vuelve a reír.
—Lo sé, mira esas articulaciones. —Gira su vista a mi brazo—. ¿Debería separarlo y ver lo hermética que eres? ¿Dolerá?
—Tú ya lo sabes. —Me mantengo inexpresiva.
—¿Será ilegal follarse a una muñeca? Ah, cierto, no están vivas, solo sería una parafilia rara. Qué triste que no haya leyes para protegerte, aunque si las habría, no creo que me importaran. Te enseñaré a no volver a escapar de tu dueño. Te cortaré por partes y te haré sentir el objeto que en realidad eres. Esta vez te ensamblaré de tal forma que al fin dejarás de pensar por ti misma.
—Como sea —digo sin importancia.
Se aleja de mí y mira a sus empleados.
—Traigan una camilla y las herramientas para arreglar esta muñeca defectuosa, yo mismo me encargaré de ella. —Desabrocha su corbata—. Esta vez lo pensará dos veces antes de creer en que es alguien.
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