Rells

Muevo mis dedos en las cuerdas de mi guitarra y cuando el anfitrión del salón me pide que me detenga lo hago. Se oyen aplausos, entonces me concentro en el escenario. Llega la peor calaña que puede haber en este mundo, un subastador. Siempre venden personas en este lugar oscuro, los suburbios son el peor sitio para estar, pero es lo único que pude conseguir.

Me quedo confundido, esta vez subasta algo muy común, una muñeca, pero todos la quieren, porque ofrecen grandes cantidades de dinero.

—¡¡Quiero ver el producto!! —grita uno y me quedo más confuso.

¿No es que acaso lo está viendo?

El subastador hace algo que no logro comprender y de repente un humo explota, entonces visualizo como una chica cae al suelo ¡Es la muñeca! Me doy cuenta porque la ropa del juguete se ha roto en su cuerpo y su cabello blanco tirando a un celeste es el mismo.

Es inconfundible.

Vuelvo a escuchar números de compra, ahora más altos. Puedo ver los ojos verdes eléctricos de la chica, son como si estuvieran sin vida, como si se hubiera rendido. Esa mirada me recuerda tanto a alguien, alguien que ya no está.

Sin pensarlo mucho, abandono mi guitarra, corro y robo un cuchillo de una de las mesas, lo utilizo para cortar la soga del candelabro del techo, este cae, dejando sin luz a los presentes. Con mi vista mejor dotada que los humanos, corro hasta el escenario, tomo la mano de la chica, entonces escapamos de la sala.

Nos detenemos en un callejón.

—No debiste hacer eso —me aclara.

—Esperaba un gracias. —Me quito la chaqueta y se la tiro para que se cubra—. Perdí mi guitarra, es lo mínimo que puedes hacer.

—La perdiste en vano. —Su voz se nota fría.

Frunzo el ceño, presiono el puño para no enojarme, no quiero que mi lobo interno se descontrole.

—Sigo esperando mi gracias —pido molesto.

—Gracias —dice a secas y se pone la capucha de mi chaqueta—. Me largo. —Se gira.

Mi enfado se disipa.

—¿A dónde irás?

—Ni idea, no importa, de todas formas me atraparán otra vez.

Trago saliva.

—¿Otra vez?

—Sí —se limita a decir y la veo irse, aunque mi preocupación me hace seguirla.

Una chica, sola, en este horrible lugar, mi nobleza no me permitiría abandonarla.