7.
Necesitaba tener la cabeza ocupada porque, a ver, en su mente solo se visualizaban recuerdos de anoche, unos más nítidos. Otros más turbios. Carlos... Carlos los habría llevado... ¿Los habría llevado a casa? Alma estaría trabajando. ¿Y si le pedía que su marido le preguntara a Carlos si él los había llevado a casa de Alfonso? —¡Es lo más obvio, tonta! Son colegas—. «Ya, ya... Pero es que la duda mata».
Hizo una limpieza a fondo del piso, por muy resacosa que estuviera. Aunque le pesara hasta el más mínimo pedazo de carne de su delgado cuerpo. Recordó, un poco más claro, el momento en que se encontraron. Cómo pudo comprobar que, desde muy cerca, era muchísimo más atractivo. «¡Vaya con el chispitas!». Había valido correr el riesgo, salvo por las últimas horas en las que todo se ensombreció en la memoria. ¿Cuántas chorradas y verdades al descubierto se habrían soltado, sin vergüenza? No era ni preocupante. Pues, seguramente, él tampoco se acordaría de nada. Tiene tu teléfono. «Pero no llamará». Mucho menos, conociendo el follón en el que lo iba a meter. Mañana es Navidad. Si el tipo se niega, inventa una historia buena para que tu familia te deje en paz. Una idea buena... Su hermana no se conformaba con cualquier historia. La interrogación hasta agotarla. Hay un chico. Pero no ha podido venir... «¡Oh, claro, claro! Como si esperas a que te crea». Porque ella es astuta. Ella iba a pedir algo más palpable y creíble. ¡Cómo no!
Eva le había respondido en mitad de su descanso para almorzar. Le había pedido un café, copa, o lo que fuera, para quela pusiera al día de las posibles novedades. Todo a su tiempo. Y acabaría contándole el desastre del final de un plan que estaba irremediablemente destinado a fracasar. Suspiró con fuerza. En fin... ¿Cómo pensar lo contrario?
Salió a correr un poco. No estaba lo suficientemente cansada para que su vocecilla interior se callara. En el transcurso del recorrido, vio a una pareja besarse frente a una tienda, amorosamente. Parecían una pareja de aquellas que ni el peor de las avenencias los pudiera separar. ¿Para cuándo le tocaría a ella algo así? Y que luego no le saliera por la tangente con cualquier vicio, con deseos extraños o, simplemente, se volvía volátil como una voluta de humo. El corazón le latió descompasado. Estaba mucho más dolorido que ella misma. O había sido la carrera frenética que se había dado en la larga avenida ahogando las penas en quemar la adrenalina sobrante. Sacudió la cabeza obligándose a dejar de observar a aquellos dos empalagosos que solamente la ponían aún peor.
—Vale, bonita. Tú solo limítate a correr y a escuchar con atención la dichosa música que te has puesto. Que bien te ha costado montar la playlist.
Terminó el recorrido. Se dio una ducha rápida. Decidió ir al centro comercial, en la Gran Vía, decidiendo que, quizá, hacerse con algún capricho bonito, le curase el dolor punzante que existía en su dignidad y en su orgullo. Porque no. Porque, seguramente, el novio de alquiler no iba a formar parte del proyecto «salvemos este rollo de Navidad».
Entró en un par de tiendas de ropa. En este, dio con un vestido que, seguramente, le iba a quedar que ni hecho adrede para su precioso cuerpo. «¿Te lo vas a poner para ver a la familia?». Me lo voy a poner para joderte a ti, vocecilla. Por supuesto, se lo pondría para Nochevieja. Iba a ir de caza. ¿Por qué no? Aunque la presa fuera temporal. Aunque eso de ir a cazar, en ocasiones, sí da un poco de miedo. ¡A saber con qué clase de tipo te vas a encontrar! Encima, en una noche de muchas copas y alcohol, como esa. No hay que ser demasiado arriesgada. Despacito, muchacha. Y es que su pensamiento tenía mucha razón. Ahí no iba a discutírselo. No todos iban a tener la inocencia de los pocos chicos con los que había dado. Ni siquiera, la del chispitas. Esos chicos que se ven legales —salvo que se demuestre lo contrario—. Con los que te puedes emborrachar y no acabar en la cama... Bueno, en la cama terminaron. Pero sin ocurrir nada. ¡Qué lástima! «¡Estás chiflada!».
Se lo probó. Era su talla. Estaba como hecho para ella. Era una pasada. Además, se compró unas medias térmicas, pero finas, para lucirlo, de un color ahumado. Unos zapatos con un tacón de vértigo. Y ropa interior chula con que combinarlo. ¡No tienes remedio! «No. No lo tengo. Te jodes».
Luego se movió hasta la sección de bisutería. Se cogió unos pendientes largos, finos, un colgante dorado con un pequeño brillante blanco pendiendo de la cadena, y una pulsera a juego. Después pensó que no estaría nada mal pillar un abrigo que la protegiera del frío extremo llevando tan poca ropa. Aunque el vestido era de manga larga, era fino, descotado. Suerte que las piernas sí las tapaba. Era largo, ceñido a su cuerpo.
Entró nuevamente en los probadores. Se lo probó todo puesto. Estaba despampanante. Perfecta para una noche loca de amigas. Una, que, ojalá fuera ya mañana. Porque mañana no le apetecía pasarlo con la familia. Ni esta noche le apetecía pasarla sola. Pero, qué remedio. «¡Pobre Anakin! Lo que te echa de menos. Y tú, sin ganas de verlo». No era esa la cuestión. Sí quería verlo. Darle un buen abrazo. Jugar un ratito con él. ¿Cómo poder explicar que, si fuera solo eso, no estaría ni tan mal?
El teléfono sonó en su bolso. Era su madre. De nuevo a las andadas.
—¡Ay, no!
Si había dicho que iría a comer en Navidad, ya estaba bien el asunto. Solo en Navidad. Punto. Lo dejó sonar. Las tres veces que sonó insistentemente. Se volvió a mirar al espejo.
—¡Si al menos me hubiera tocado la lotería! Es que ni eso —se quejó, dibujando un gesto contrito.
Su teléfono volvió a sonar. Pero ni siquiera lo sacó del bolso. Si era que no, era que no iría esta noche a cenar con ellos. Y no había más.
Se movió hasta la caja en cuanto se puso su ropa. Pagó lo adquirido. Y salió de allí para seguir dando un paseo por el animado recinto. Más bien agobiante, por el río de gente que se movía por allí realizando compras de última hora, o para los futuros obsequios de la noche de Reyes, que no quedaban ni tan lejos.
El teléfono sonó de nuevo. Pero Clara lo ignoró. Empezaba a sentirse tan molesta que, a la próxima llamada, lo iba a silenciar.
Continuó con su recorrido, entrando en una tienda de perfumería y cosmética donde tenía pensado adquirir algo nuevo para su maquillaje y aroma, para el estreno de toda la novedad. Como quien hace un bautizo de renovación contra su mala suerte, para el inicio de otro mejor. ¡Cuánto derroche! Necesario para sentirse distinta. Un poco mejor. Demasiado materialista. Pero, ¿y por qué no? Serían los regalos que se haría a sí misma en estas navidades.
Se probó varias sombras de ojos. Colorete. Lápices labiales que se probó en la yema de sus dedos donde, según había escuchado decir, es una zona que se asemeja a la piel de los labios y toma el color similar. Y probado una cantidad importante de perfumes, llevando en las manos infinidad de aquellas tiritas que sirven de probador, y no terminar ella oliendo tan fuerte hasta el punto de desmayo, por bien que oliera. Un par de dependientas se le habían acercado varias veces esperando a que se decidiera ya, en vez de derrochar tanto, en tantos probadores. Algo normal en estos sitios, donde quieren que te decidas cuanto antes. Decidirse... ¿Cómo? Y sin haberlo probado todo. Igual sucede que lo que gusta está entre aquello que uno no se ha probado.
Escogió, además, uno de aquellos jabones que olían tan bien, de origen natural. Llevaba aroma a vainilla y café. Oler, alía divinamente. Y en el envoltorio rezaba que era maravilloso para la piel. ¡Menuda mezcla haría entre el perfume que había elegido floral, y el aroma a vainilla y café! Seguro que tumbaría a cualquiera. «Sigamos con el riesgo». Estoy de acuerdo.
Cargó con lo elegido y marchó hacia la caja. De nuevo sonó el teléfono.
—¡Vale! ¡Ya está bien! —gruñó, sacándolo a zarpazos del bolso, sin siquiera consultar de quién se trataba. Porque estaba segura de que era su madre. Era una mujer de difícil cambio de ideas. Por mucho que se le insistiera.
—Mamá, no pienso ir a cenar en nochebuena. ¡Así que deja de llamar!
—¡No soy tu madre! ¿¡Ya era hora que cogieras el teléfono, joder! Llevo rato llamando.
La voz se le atoró cuando escuchó la voz masculina.
—¿Alfonso?
—¡El mismo que viste y calza! Oye, tía, no tengo todo el día para llamar porque estoy en el curro. Ahora mismo estoy metido en los baños de una empresa para poder escaquearme un momento y contactar de una puñetera vez contigo.
Se mostraba muy molesto.
—¡Lo siento! ¡Perdón! No sabía que eras tú, ¿vale?
—Me urge que, esta noche, hagas de mi novia de alquiler. Y no hay demasiado tiempo para ensayos. Cuando llegue a casa para comer, te mandaré un extenso folio con todo lo que deberías de saber de mí, si te preguntan.
—Espera. ¿Cómo dices?
—Si quieres que mañana interprete para ti, tú tendrás que hacerlo esta noche.
—¡Pero eso no estaba negociado!
—No hay tiempo de negociar. Mi hermano Marcos se ha dejado caer por la ciudad. ¡Siempre se escaquea! Este año está en plan espíritu Navideño y me ha jodido. Sí o sí, mis padres quieren que cenemos todos, en su casa. He dicho que esta noche llevaría compañía a cenar. Marcos se ha emocionado. Estoy harto de que me repita en todos los idiomas que sabe que se me va a pasar el arroz.
—Mándalo al infierno.
—Ojalá fuera efectivo. Además, quiero que mis padres vean que he sentado cabeza. Que no siempre elijo mal. Que soy capaz de controlar mi vida.
—Alfonso...
—¡Venga, tía! ¡Hagamos esto! Hoy por ti, y mañana por mí.
—Nadie puede decirte qué hacer en esta vida. ¿Es que no lo entiendes?
Hubo un pesado silencio.
—Y por eso tú quieres que finja por ti.
Clara blanqueó la mirada. Solo que él no pudo verlo al estar al otro lado del teléfono.
—Touché. De acuerdo. Quedemos bien, y luego, sigamos con nuestras vidas —aceptó ella.
—¿Y fingir un tiempo más? Si cortamos tan pronto esto, mi familia seguirá pensando que soy un picaflor sin cabeza.
—Bueno. Tú puedes hacer lo que te venga en gana, ¿no?
Lo escuchó respirar hondo por el auricular.
—Mi abuela Josefa irá.
—¡Ah, no! Eso sí que no. Los abuelos son sagrados. Por ahí no paso.
—Deja que sea feliz por una noche. Ella tiene 86 y está delicada. Deja que le dé esta alegría.
—¿Por qué no me dijiste todo esto, ayer?
—No sabía si podía fiarme de ti.
Entendió por qué dijo eso.
—¡Ah! Lo dices porque anoche nos acostamos y no te toqué ni un pelo. ¡Que sepas que iba tan pedo que no me tenía en pie!
—Clara, se nota a dos kilómetros cuando una mujer piensa por la cabeza.
—Por eso dejé que, finalmente, me emborrachases.
—Estoy seguro de que llevabas un día de mierda. Fue por eso.
Clara emitió un gruñido seco antes de responder.
—¿Estás seguro de que quieres hacer esto, conmigo, sin conocerme, y sabiendo que vas a defraudar a todos, lo mismo que yo?
—¿Por qué no?
—Que sepas que sí que te miré el culo en el colegio, y tuve pensamientos ardientes contigo —escupió ella esperando a su reacción.
—Es por mi físico. No es la única que me lo ha dicho.
—¿Y todas ellas han pasado por tu cama después?
—¿Quieres seguir su mismo recorrido?
—¡Ja! Qué gracioso. Solo te ponía a prueba. Lo pones todo demasiado fácil. Deberías de resistirte un poco.
—¿Prefieres que me resista?
—Por tu dignidad, no deberías de ir acostándose con todas.
—Dice la que fantaseó conmigo.
Otro suspiro por parte de Clara.
—Vale... tiempo muerto. ¿No decías que llevabas prisa? Tendrás que colgar.
—¿Quieres que sigamos con los planes que propusimos?
—¡Pero no puedo aprender todo, del tirón, durante esta tarde!
—Inténtalo. Haz lo mismo. Trataré de aprender la mayoría de cosas y hacer de mi papel, un papel magistral.
—Anda. Igual hasta te obsequio con un Óscar por ello.
—Podría darte otro a ti por tu interpretación esta noche, novia mía.
—Voy a colgar. Seguro que te deben de estar buscando. Creerán que te has caído por el agujero del baño. Y te descontarán dinero del salario.
—Cierto. Cuando termine de trabajar, te llamo.
—¿Para qué?
—Para seguir «estudiando».
—Ya entiendo. —Aún estaba en el Centro Comercial—. Veré qué puedo hacer. ¡Y cuelga ya!
—Ya voy.
—¡Ya!
Obedeció. Se quedó mirando hacia otra tienda de ropa en la que, en el escaparate, se veía a un maniquí que combinaba ropa de manera extraña. Otro, mucho más formal, con ropa para celebraciones más de etiqueta. ¿Qué se pondría esta noche para impresionar a la familia de Alfonso? «¡No eres su novia! No tienes por qué impresionarlos». Se supone que sí lo soy. Su novia de alquiler. ¿Quién te dijo que no?
Mentir... como unos bellacos, a personas tan maravillosas como sería la abuela Josefa de Alfonso. ¡Ella no era tan cruel! Lo que le estaba pidiendo sobrepasaba límites correctos. «Ella está delicada de salud. Déjala que disfrute». El soponcio iba a darle, de seguro, si descubría el pastel. Y bien fulminante, con testigos incluidos que la acusaran. No. Aquello no estaba nada bien. ¡En qué momento dijo que sí! No podía creer que hubiera cedido ante sus súplicas.
****
—¿Dónde estabas, tío? El tipo de la empresa se estaba mosqueando porque estoy parado, esperándote, para arreglar la dichosa instalación. No pueden trabajar en esa sección porque algo se les ha fundido. ¿Recuerdas? ¡Pierden dinero y tiempo! ¡Les haces perder tiempo y dinero, con tu espera! —reiteró con un tono severo.
—Tenía que ir al baño.
—Al baño. —Este asintió—. ¿Tanto tardas en mear? —Puso la mano frente a él—. Espera. Déjalo. Prefiero que no me cuentes detalles sobre que estabas soltando el mojón. ¡Haberlo hecho en tu casa! —Rodó los ojos, indignado—. Vale, tío. Mueve el culo. Es por allí. Nos esperan para decirnos dónde está el tramo jodido. Venga. Tira.
Alfonso no pudo evitar sonreír entre divertido y enardecido. Además de orgulloso. Orgulloso de haber producido en Clara un impacto tan fuerte, evidente e interesante. Había sentido deseo sobre él. Si bien producía ese efecto sobre las mujeres, ella parecía muy distinta. Muy de planear antes de echarse al ruedo. Le había pedido que se resistiera, por su dignidad. No. Ella no era de esas que se acuestan con todos los tíos. E iba a ser su novio de pega por estos días. La emoción lo embargaba hasta el punto de que su punto débil, allá abajo. Empezaba a despertar.
—Ni se te ocurra, capullo —murmuró, mirando hacia abajo—. ¡Aquí en el trabajo, ni de coña! —Como si fuese alguien que pudiera escuchar y acatar sus órdenes. Tuvo que respirar hondo y pensar en cosas horribles para que el abultamiento iniciara su descenso, y no lo dejase en ridículo.
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