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4.

Fue caótico. El colegio parecía una zona de batalla con todos aquellos chiquillos rebosando adrenalina pura por todos sus poros. Gritos, hiperactividad... dificultad a la hora de guiar a cualquiera de ellos en las actividades escolares festivas cuando se sentían así de eufóricos.

    La obra navideña fue un auténtico caos. De igual modo, los padres aplaudieron complacidos por el resultado tras echarse unas cuantas risas con los errores de los protagonistas. Pedro dio la nota, como cabía esperar. Ese chiquillo no sabía hacer nada sin ser de aquellos a los que les encanta destacar.

    Y, como no, ayudaron con el tema del chocolate de preescolar y la visita del paje real. Algunos alumnos formaron parte de la comitiva. Pedro quiso ser de los que iban con la cara de color negro. Tenían teñidos de negro incluso los fragmentos del cuerpo que no hacía falta teñir. Luego, siguieron con sus actividades cuando el paje y su comitiva se marcharon, satisfechos de haber formado parte del evento.

    Ya continuaron con su agenda habitual. Realizaron talleres más acordes con su nivel de curso. Cantaron villancicos. E hicieron juegos para despedir esta etapa del curso, hasta pasadas las vacaciones festivas.

    Clara dejó salir todo el aire contenido con la tensión del día en cuanto todo acabó. Ese día, los profesores habían montado una comida para celebrar, incluyendo el juego del amigo invisible. Le tocó regalar a Juan, el profesor de castellano de quinto curso. Se conocían solamente por tema laboral. Siquiera sabía de sus gustos. Ni lo había preguntado. Le había comprado un juego de bufanda y guantes de color oscuro que, de seguro, sí iba a utilizar. Su amiga invisible fue Petra, la profesora de matemáticas de tercero. Había tenido un gusto exquisito en su regalo: un joyero precioso con musiquita, y dos bailarines que se esforzaban por dar vueltas al ritmo de la música. ¡Sí que le habían dado de sí los diez euros!

    Al finalizar la tarde se estiró como un gato. Se sentía entumecida. Habían sido unas semanas de plena locura. Y, para más inri, lo de aquel chico. Se maldijo por haberlo recordado. «Creo que, por esta vez, ya nos basta», se regañó a sí misma, obligándose a olvidar lo que no fuera a beneficiarla.

    Con lo que sí había estado satisfecha era con que había conseguido, junto a sus niños, que los más pequeños hubieran disfrutado del evento que tanta ilusión les hacía. Del desayuno con chocolate del que había suficiente para preescolar, y los ayudantes de su curso ―el chocolate estaba delicioso, aunque fuera de tetrabrik—, y de todo en general. Ya tocaba despedirse, felicitando a todos estas fechas, tras echarse unas risas, y charlar sobre qué tenía pendiente hacer para celebrar todo lo que estaba por llegar. «Con la familia», fue lo que más se escuchó. Y, Nochevieja, con la peña. ¡La Nochevieja sí que valía la pena celebrarla! Todas sus amigas se dejaban sus quehaceres en la vida para regresar a una noche de chicas, libre, divertido, en el que encontrar esas horas sin niños, maridos y lo que fuera, solo para ellas. "Maridos"... Eso tú no lo conocerás. «¡Deja de juzgarme, vocecilla tonta!».

    Le dio un abrazo fuerte a Sofía. Ella, para no librarla de sus pensamientos impuros, cuando todo el mundo estaba distraído con corrillos inmersos en su propia conversación, le preguntó si había sabido algo de aquel electricista.

   ―Nada. No me acerqué siquiera a pedirle su número de teléfono. Estaba con los niños.

    ―Oh, cierto, lo recuerdo. ¡Lástima! Encontrarás a otro mucho mejor.

    Clara se encogió de hombros.

    ―No importa. Paso de dramas o preocupaciones en estas fechas.

    Otro abrazo y Sofía le susurró, aún pegada a ella.

    ―Ya me contarás, de regreso. O por WhatsApp. Tienes mi número ―le recordó, dedicándole un guiño al retirarse.

    ―Claro ―aceptó, sin demasiadas ganas de ponerse más tareas en vacaciones de las que, por sí solas, se presentaban.


    De regreso a casa se pasó por el supermercado. Ya que, en Nochebuena, iba a estar sola, qué mejor que mimarse y dedicarse una buena cena. Su madre la llamó.

    ―¿Qué ocurre, mamá?

    ―Tu hermana... insiste en verte, no solo por Navidad.

    ―Ya te dije que quiero estar en casa, por Nochebuena.

   ―Pero, hija, tú sola celebrando...

    ―¡Mamá, estoy bien! ¡Déjalo ya!

    ―Cristina insiste en que no te deje ni cinco minutos sola, que tu cabeza va a la suya y te da por deprimirte.

    ―Dile a Cristina que no se monte pirulas sobre mí, o no me verá estas Navidades.

    ―¡Ya estás con lo mismo! Venga a pelearos. ¡Si en el fondo os queréis un montón! No sé qué puñetas os pasa.

    ―Estoy comprando, mamá. Tengo que colgar.

    ―Anakin me está preguntando por ti. ¿Quieres que te lo pase?

    ¿No se suponía que llegaban el mismo día de Nochebuena, cosa del trabajo de ambos? ¿Qué hacían ya, allí?

    ―Hablamos, mamá.

    ―¡Clarita!

    Clara colgó, apretando los dientes hasta hacerlos chirriar. Si había algo que la exasperaba, era que la llamase Clarita. ¿En serio seguía haciéndolo?

    Estaba que bufaba. Arrastraba el carro por las secciones con la rabia que contenía y la cabeza en ese otro lugar. Estaba que se comía a alguien. ¿Por qué su madre no respetaba el modo en cómo se organizaba? A ver, quería mucho a su familia. Pero disfrutaban sacándola de sus casillas. Con Anakin no estaba tan enfadada, porque el crío lo hacía con el corazón. Quería mucho a su tía. Ella misma lo sabía. Pero, en mitad de esta contienda donde se acababa de meter preguntando por cuándo de pronto la vería, iba a salir perdiendo, como el resto de sus contrincantes: «el día de Navidad. No hay más». Le sabía muy mal por él. Aun así, no cambiaría de pensar.


    Entre calentamiento de cabeza, el cabreo, y lo despistada que iba con el calentamiento de cabeza, en un cambio de sección se tropezó con otro carro, llegando a experimentar el golpe en sus antebrazos.

    ―¡Ay! ―se quejó, sin derecho a quejarse, cuando había sido ella la causante del choque. Hasta las tres botellas de vino, de distintos colores y variedad, tintinearon―. ¡Lo siento, lo siento, lo siento! ―se disculpó, sin alzar la vista al hacerlo, sino unos segundos más tarde.

   La mandíbula se le desencajó cuando se encontró con el rostro del dueño temporal del otro carro. «¡El chispitas!». ¡Cállate! ¡Si es que, al paso que vas, te la vas a cargar!

    ―De verdad que lo siento.

    ―No te preocupes, No pasa nada ―sonrió él amablemente como si allí no hubiera sucedido nada.

    El chico fue a marcharse, pero la voz de Clara lo detuvo.

    ―¡Te invito a una copa! ―chilló más de lo normal―. Ya sabes... para subsanar esto.

    ―No hace falta. No has roto nada. No te preocupes.

   ―Pero...

    ―¡Deja que te invite a algo! Cuando puedas... cuando quieras ―se adelantó, esperando a que se dieran los números de sus teléfonos para estar en contacto.

    ―De verdad. No hace falta.

    Clara trató de analizar su gesto. Era algo así como «tía, déjame en paz. No me interesas». Y sentir un jarro de agua fría sobre ella por la decepción.

    Estaba claro que era casado. Y puede que hasta con críos, por el modo en que huía.

    Tenía que dejar de insistir y no ser una maleducada.

    ―Muy bien. Como quieras ―resopló, sin ser capaz de disimular la enorme decepción. Ahora que se fijaba mejor, el tipo estaba para mojar pan, e incluso para hacerle un favor. «¡Eso ya lo pensaste! ¿Recuerdas?». Sí, sí. Cómo ser capaz de resistirse a no caer en la tentación.

    ―Pues nada. Feliz Navidad. Felices fiestas ―soltó del tirón.

    ―Igualmente ―le devolvió, junto a una de sus irresistibles sonrisas. ¡Quién pudiera catarlo!

    Mientras los carros tomaban direcciones distintas, Clara se iba lamentando entre rezos por no tirar de su camiseta y frenarlo a pleno grito antes de que desapareciera. ¿Y si esto era cosa del destino? ¿Y si, a pesar de que la vida diera tantas vueltas, acababa siendo su destino? ¡Qué manera de hacerte ilusiones, bonita!

   ―¡Espera! ―escuchó gritar a su espalda dando un frenazo con la inesperada petición. Se dio la vuelta tan deprisa que casi se tropezó con otro carro de la compra que arrastraba una señora hacia su dirección―. De acuerdo. ¿Cuándo y dónde?

    ―Mañana. Por la tarde. Si no estás ocupado.

    ―Es Nochebuena...

    ―Vale. Tienes cena familiar.

    ―Por la noche. Sí. Pero me da tiempo a esa copa. Si no nos estiramos mucho.

    Clara se sentía obligada a aclarar una duda necesaria e importante.

    ―Como familia te refieres... ¿A la de casa? ¿O a la de tu pareja, e hijos, si tienes?

    El chico estalló en una carcajada.

    ―¿De verdad tengo pinta de estar casado?

    ―¿Por qué no?

   ―¿Y tú? ¿Me voy a jugar el cuello si acepto esta cita?

    ―¡Desde luego que no! ―respondió ella demasiado deprisa. Acabaría pensando que estaba desesperada. No quería eso―. No hay nadie que pueda partirte la cara ―, siguió bromeando.

    La comisura derecha de Alfonso se elevó, en una sonrisa traviesa.

    ―Guay. ―Hizo una pausa a punto de darse la vuelta e irse―. Aunque hoy me vendría mejor. Mañana estoy más liado.

    ―¡Ah! Me parece bien. ¿A las siete y media, en el bar Nómadas? ―Clara ¡Se va a enterar todo el mundo cuando Carlos esparza la noticia! Que me lo veo venir―. Espera. Mejor en el Bar de Elías, en Gran Vía. Por ejemplo.

    ―Carlos es un colega bien majo. Pero si te apetece en otro sitio...

    Clara se quedó boquiabierta. ¿De qué conocía a Carlos?

    ―¿Conoces a Carlos?

    ―¡Por supuesto! Pertenece a mi grupo de amigos.

    ¿Por qué diablos nunca lo había mencionado? ¡Suerte que cambió el lugar de la quedada! De casi la jodió. Carlos se lo habría mencionado a Timoteo, y luego, a las chicas. ¿No piensas contárselo a tus amigas? ¿En serio eres tan desconsiderada? No. No. No. O no me hablarán.

    ―Sí. Nómadas me parece bien. A las siete y media en Nómadas.

    Tenía trabajo para esparcir la noticia, en una llamada grupal, mientras guardaba todo lo que había comprado. O, de lo contrario, su grupo de amistades se reduciría considerablemente, de un plumazo. Sobre todo, con su mejor amiga Eva. Tenía que enterarse la primera de que, aquel pibón, sí había accedido a quedar con ella.

    ―Hasta las siete y media, pues. ―Él hizo un saludo militar al tiempo que sonreía y se despedía de ella, emocionado, a la vez, con la novedad.

    Lo observó marcharse. ¿Qué sorpresas le guardaría el «chispitas»? Porque ya, de cualquiera de los que parecieran más o menos «pasable», pero un bombón, de seguro que tendría que tener alguna pega, fijo.

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