20.
Cristina volvió a llamar a Clara para asegurarse de, si finalmente, ponían ese cubierto y plato, en la mesa, para ella, insistiéndole para que fuera.
—Estoy saliendo ya. Nos vemos en un momento.
—¡Ah! ¡Fantástico! Nos das una gran alegría, hermanita.
—De acuerdo. Hasta ahora.
No quiso alargar más la conversación.
Echó un último vistazo a su bolso. Y si llevaba las llaves de su pequeño utilitario azul. A punto de estirar la mano hacia la manilla de la puerta de salida, sonó el timbre de la misma puerta.
—¿Pero quién...? Néstor no podía ser, ya que sabía que saldría a celebrar. Eva tampoco. ¿Algún vecino necesitado de algo? En Año Nuevo. ¡Qué casualidad! Abrió sin echar antes un ojo por la mirilla. Se quedó petrificada cuando se encontró con Alfonso al otro lado.
—Hola.
—Ho... la —respondió como le fue posible. Seguía sin entender qué hacía allí.
—¿Vas a salir?
—Sí... sí. He quedado para comer en casa de mis padres.
—Lo he imaginado. —De la pequeña mochila de cuero que llevaba colgada sacó un juguete—. Anakin estará contento de verme.
Clara seguía con la boca abierta. Se obligó a reaccionar, negando con la cabeza.
—¿Por qué?
—¿Por qué? ¿Qué?
—Habíamos dicho: ¡basta! Terminamos el juego. Me niego a fingir más. No voy a seguir engañando a nadie. Estamos en Game Over —aclaró, porque no entendía a qué venía nuevamente su interés.
—¿Para ti fue Game Over?
—¡No juegues conmigo!
—Mi abuela me llamó. Confirmó lo que yo dudaba. Dudaba, por temor, tal vez, a cagarla.
—No sé a qué te refieres.
—Pues que me gustas, Clara. ¡Ya está! Ya lo dije —dijo, en mitad de una risa nerviosa—. Ya lo sabes.
—Ya. Y te ha costado tanto reconocerlo.
—¿Y tú? ¿Te gusto?
—¿No se notaba ya y me echaste a patadas?
—¡Yo no te eché a patadas!
—Acabaste comportándose como si yo tuviera la sarna.
—¡Joder, Clara! No digas eso.
—Es cierto.
—No lo es.
Regresó el coche a la mochila. Estiró el brazo para cogerle la mano. Al principio, Clara tiró un poco para liberarse. Pero tener de nuevo su contacto, una calidez tan reconocida y agradable... Le costaba renunciar a ella.
—Te he echado demasiado de menos. He intentado olvidarte, y no me ha sido posible. Así que he regresado por si puede que me aceptes, otra vez.
—Tengo que asegurarme de que no seguimos con la interpretación para tener a todo el mundo contento.
—Yo no pienso fingir nada. ¿Y tú?
—¿Sabes lo que significa entrar de lleno en mi familia? ¿Sabes que ya anuncié que terminé contigo? Incluso le dije a mi hermana que le dijera al pequeño Anakin que ya no ibas a volver. Que no recuperaría el coche que te dejó.
—Pensaba que me lo había regalado.
—Él solo esperaba que regresaras a jugar con él. Le caíste muy bien. Me niego a que lo decepciones.
—No voy a decepcionarlo.
—¿Y a mí?
—Tampoco. —Asintió para sí que para ella—. Tendremos tantos niños como quieras —se rio al final de la broma.
—Me dijiste que no querías tanto trabajo.
—Ya buscaremos cómo criarlos.
—Ya, ya... —le siguió la broma.
El teléfono de Clara sonó. Ella lo miró para saber de quién se trataba.
—Es mi hermana. —Miró el reloj—. Hace nada que me ha llamado. Querrá pedir algo para la comida.
—Responde, entonces.
Se lo pensó un poco porque estaba él delante. Respondió.
—¿Qué pasa, Cris?
—Mamá dice que pases por el quiosco a por un poco de pan, que se ha quedado a medias.
—Es festivo. Dudo que haya algo abierto. Yo tengo en el congelador suficiente. Me llevaré. Gracias.
—Mamá ha hecho ese pollo en salsa que le sale tan rico.
—¡Madre mía, dile a tu madre que ponga otro plato más! —improvisó Alfonso, dejando a Clara perpleja, con los ojos y la boca abiertos de par en par. Tenía una mueca de lo más graciosa que lo hizo reír, revoltoso.
—¿Y tú eres?
—Alfonso. ¿Quién quieres que sea?
—Pero mi hermana me dijo...
—Hemos aclarado las cosas. Hemos vuelto. ¡Ah! Y dile a Anakin que llevo el coche que me prestó para jugar con él.
Tanto Cristina, como Clara, estaban alucinando.
—¡Por supuesto! Sí. Se lo diré.
—Guay. Gracias.
—Oye, ¿de qué vas? ¡Me estabas disgustando en balde!
—Nos hemos reconciliado hace unos minutos. No te he ocultado nada —trató de excusarse ella.
—¡Ya! Ya... ¡Qué mentirosa! Vale, no tardes. A mamá le vas a dar una gran alegría. Alfonso le cayó genial. Y a Anakin. ¡Madre mía! ¡Qué fiestas más maravillosas! —celebró Cristina, gritando al otro lado del teléfono, dejándole el tímpano resentido.
Y se oyó el clic del fin de llamada. Clara miró a Alfonso ojiplática.
—Oye, hablo en serio. Nada de bromas. Mi familia es especial.
—Voy muy en serio. Quiero averiguar que, en realidad, valemos mucho más que una simple broma —ironizó—. Si nuestros polvos van a ser tan buenos.
Ella lo empujó, ruborizándose, avergonzada.
—¡Eres un cabrito!
—Y tú, un bellezón que me tiene enganchado.
—¿Ya empiezas con tus frasecitas ocurrentes?
—Me gusta chincharte. Lo sabes. Sin embargo, no bromeo a la hora de decir que eres un bellezón.
—A tu madre la matas de un disgusto si regresas conmigo.
—Mi abuela me apoya. Mi hermano me apoya. Tengo suficientes aliados. Créeme.
—¿De verdad que a tu abuela le parece bien lo de nuestra relación?
—Si voy a ser feliz, sí.
—No sé. Es que...
Alfonso aún sujetaba su mano. Tiró de ella para acercarla a él y besarla. Se habían quedado en el quicio de la puerta abierta. Por lo que los vecinos lo estarían escuchando todo.
—Me gustas. Mucho. —añadió él, falto de aliento, con el beso apasionado que se dieron—. No hay más que discutir.
—Tú también me gustas mucho.
—¡Bravo! Por fin lo reconociste —musitó, divertido, cerca de sus labios, sujetándola por la espalda, medio suspendida en el aire.
—Sujétame fuerte. O me caeré.
—No te dejaré caer —musitó él, cerca de sus labios.
—Genial —susurró ella—. Y ahora suéltame para que pueda coger el bolso y el abrigo. O mi hermana terminará apareciendo, gritando como una posesa, por mi tardanza.
—¿En serio ella se pone como el increíble Hulk cuando se altera?
La hizo reír.
—Es muchísimo peor que eso.
Alfonso le dio un beso rápido y la soltó.
—Siendo así, apresurémonos, antes de que entre en cólera.
Salieron del portal. Una voz masculina llamó a Clara por su nombre. Ondeaba al aire un DVD, mostrando una amplia sonrisa.
—¡Ey, Clara! Pensaba que no ibas en serio cuando dijiste que saldrías a celebrar. Y vine a rescatarte.
Observó durante un breve instante al chico que la acompañaba—. Hola —lo saludó, investigándolo. Alfonso observaba al tipo con la boca abierta.
—S... Sí. Voy de camino a... A casa de mis padres.
—Oh. Ya veo. —Torció una sonrisa nerviosa—. Y yo imaginándome cosas. Trayéndote la peli de Oficial y caballero para tener una sobremesa ochentera —levantó y mostró una bolsa que sacudió, haciendo mucho ruido—, además de un par de bocadillos del bar.
Clara se sentía apurada. ¿Cómo podía explicarle a Alfonso que había pasado la noche en su casa? A ver, no hicieron nada. Y estaba tan borracha que no pudo decirle que no. Aunque sí se emocionó cuando lo tuvo tan cerca. ¡Es que tampoco imaginaba que Alfonso regresaría a por ella! Bien podría haber sido quien la rescatara de la borrachera, y ni siquiera dio señales de vida durante días, y así, un sinfín de contrariedades. Pero había vuelto. Y le había recordado que la amaba. Aunque ahora tenía en la zona de juego a dos pretendientes, en vez de a uno solo. Y ambos se observaban como si quisieran sacarse los ojos. Por lo menos, Alfonso.
—Él es un compañero de trabajo —trató de aclarar ella—. Ayer me encontró en un estado... bueno... ya sabes qué ocurre en fechas como estás cuando crees tener el corazón partido. —Miró a uno, y al otro. Como si no la escuchasen. Como si analizasen cada pestañeo del otro—. Me ayudó. Eso es todo.
—Pues, gracias —respondió Alfonso, sin apartarle la mirada a Néstor.
—Necesitaba que la ayudaran. Y allí estaba yo.
—Ya...
Era de lo más embarazosa la escena. Clara interrumpió el incómodo momento metiendo prisa.
—Te pido perdón, Néstor. Pero tenemos prisa. Nos están esperando.
—Aclárame una cosa. ¿Es el tipo del que hablabas, estando bebida, de la ramita de olivo que tanto te gustaba tocar? —soltó sin respirar, torciendo una sonrisa canalla.
Ella palideció, enrojeció, y se sofocó, todo muy deprisa. Como quien tiene el mando del tiempo e hiciera todo a la vez en pocos segundos.
—Pues... pues sí. Él es...
—Tu chico. —Néstor soltó una risotada—. Vale, qué compromiso. Pues nada. Celebra y pásalo genial.
—¿Y tú?
—Supongo que tendré que decirle a mi familia que sí. Estar solo, en Año Nuevo, es un poco rollo. Digo yo.
—Seguro.
Néstor elevó el pulgar. Se dirigió a Alfonso.
—Encantado de conocerte. —Señaló a Clara—. Cuídamela bien —pidió, sin abandonar aquella sonrisa revoltosa.
Alfonso seguía con la boca abierta. ¿En serio estaba ocurriendo? ¿Qué había hecho ella durante su ausencia? Bueno, él tampoco es que hubiera sido un santo. Y estaban en paz. De igual modo, escocía.
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