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Capítulo 40. 🔥

Nelly

Hace un mes exacto que soy libre. Hace un mes que escapé de la casa de Seth. Hace un mes que estoy aquí encerrada en mi hogar sin poder ver la luz del sol, esa que tanto había anhelado ver y que ahora me parece una estupidez.

Ahora ya nada tiene sentido para mí y la venganza que, en algún momento quise llegar a ejecutar contra Seth Beckett, ahora no es nada comparado con el dolor que siento en mi pecho, tengo el corazón roto en mil pedazos y nada ni nadie podrá repararlo jamás.

Estoy acostada en la cama, hecha un ovillo, la manta cubre mis piernas y mi cintura. La televisión está encendida, ya que Cami así la ha dejado. No sé por qué ha hecho esto, sabe que no quiero saber nada de nadie.

La habitación es como yo la recordaba; los cobertores blancos, el sofá frente a la cama del mismo color, las cortinas que se mueven con el suave viento que sopla desde afuera, las paredes también insulsas... tanto blanco me pone de malas. La lámpara encima de mi cama se mueve con suavidad. Suspiro.

La puerta se abre y detrás de ella está Aleksei que trae en una bandeja un tazón con diferentes tipos de frutas, un vaso con jugo y las vitaminas.

—Creí que estabas dormida.

No le respondo.

—Te he traído de almorzar. Y tus vitaminas.

—Déjalo ahí.

—¿Y como la última vez no vas a comer nada?

—Solo vete y déjame sola.

Miro la ventana y lo poco que puedo ver del patio.

—No, Nelly.

Creí que esto sería diferente, creí que el odio hacia Seth y mi sed de venganza sería más grande que cualquier cosa en mi vida, y... ahora nada tiene sentido ya, esto no es en nada a como me lo imaginé en un principio, es todo lo contrario.

—Por favor. —Se sienta a mi lado, agarra mis manos y me hace mirarlo a los ojos—. Tienes que salir de esta cama y continuar con tu vida, luchar por lo que siempre has querido y por vengarte de Seth.

—Tú no entiendes —resuello—. Ya nada tiene sentido, Aleksei, ahora ya no.

—Parece que la que no quiere entender eres tú, estás desperdiciando tiempo valioso.

—¿Haciendo qué? —inquiero un tanto molesta y mirándolo mal—. ¿Matando gente?, ¿haciendo que más personas se mueran por las drogas que vendemos? Dime, ¿qué haré?

—Vengándote de Seth Beckett —remarca cada palabra con odio—. Eso es lo que deberías de hacer en este puto momento—reclama.

—No es tan fácil como tú lo haces parecer.

—¿Por qué? —masculla.

—Han pasado cosas que me han hecho cambiar de opinión.

—No entiendo qué puede ser más fuerte que la necesidad de vengarte de ese hijo de puta.

—He perdido a mi bebé, Aleksei, eso es más fuerte.

—Era solo un bebé —dice sin importarle el dolor que yo siento.

—Era mi bebé —enfatizo. Quiero darle a conocer el dolor que me recorre—. Lo llevaba en mi vientre.

Se pone de pie, molesto.

—Era el hijo del maldito que te golpeó, te secuestró y también te violó. ¡Carajo! Comprende eso. —Se da la vuelta—. ¡Entiéndelo!

Me observa con furia.

—¡Él no tenía la culpa de nada de lo que me hizo su papá!, ¡era mi bebé! —Me pongo de rodillas—. ¡Mío!, ¡una criatura que no tenía por qué morir!, ¿cómo crees que me siento?

Lo encaro.

—Supongo que mal,

Encoge un hombro.

—¡Eso, Aleksei! Me siento como la vil mierda, rota, destrozada, acabada y sin esperanzas de seguir adelante. Ese bebé era mi hijo y no importa quién sea su padre y si es un hijo de puta como dices o es el peor monstruo de toda la historia, él no tenía la culpa de nada.

—Nell...

—No digas nada, en este momento no puedo pensar en nada más que no sea ese bebé.

—Tienes que pensar en ti, en lo que quieres hacer en un futuro, en que debes vengar lo que te han hecho. ¿Vas a dejar que ese cabrón se salga con la suya?, ¿vas a permitir que quede impune lo que te hizo?

—No.

—¿Entonces?

—No sé. —Pone sus manos en mis hombros—. No sé qué hacer.

—Lo tienes aquí. —Levanta su mano y extiende su palma—. En la palma de tu mano. Tu venganza, Nelly, tu libertad. ¿Dónde está la chica que peleaba con hombres y no se dejaba caer?, ¿dónde está la mujer que le rompió la cara a un sujeto solo por agarrarle el trasero?, ¿dónde quedó la mujer que nunca se dejaba vencer?

—Esa Nelly se quedó en el sótano de Seth Beckett. Ya no hay nada de ella. Esta que ves aquí es Anya Záitsev.

—No, Nelly, Anya murió hace años. No puedes traerla de regreso, no puedes siquiera pensar en la posibilidad de regresar a esa niña débil y tonta. Nelly está más viva que nunca. ¿Lo entiendes?

—S-sí.

—No te escucho.

—Sí.

—Sigo sin escucharte.

—¡Qué sí, carajo!

Se ríe un poco.

—Esta es la Nelly que yo quiero ver; la Nelly que siempre sale adelante y que no se deja caer, menos por un imbécil que no vale la pena. Tienes que hacerle ver su suerte a Beckett, tienes que hacerle pagar con creces lo que te hizo y más que nada derribar poco a poco su imperio. Eso es lo que tienes que hacer, Nelly. Hacerle pagar cada una de tus lágrimas, cada cicatriz... cada sentimiento de miseria.

—Tienes razón.

—Los dos vamos a hacerle pagar, Nelly, yo te voy a ayudar con esto, no estás sola. Nunca te dejaré.

—¿Y ahora qué?

Me limpio las lágrimas de las mejillas.

—Allá abajo hay unos rusos que están dispuestos a pelear contigo y no tener compasión de ti.

Eso suena cruel y sádico. Me gusta.

—¿De verdad?

—Es como tu bienvenida a la mafia.

Me guiña el ojo y me ayuda a bajar de la cama.

Así es como crecí en este mundo, peleé con hombres y di mi lugar en esta organización, me hice respetar a como dé lugar. Les hice saber que la única que mandaba aquí era yo y que, a pesar de mis caídas y mis destrozos, yo siempre sería Nelly Król, hija de Víctor Záitsev y Vera Petrova, el Rey de la mafia Rusa; si la gente pensaba que esa Nelly está muerta, pues les dejaré en claro a todos que estoy más viva que nunca y que jamás me voy a dejar caer, y... Seth Beckett debe prepararse para lo que se viene, porque en esta maldita ciudad mando yo y solo yo. Todo aquel que no esté de acuerdo con esto, puede irse directo al infierno.

Nate

Han pasado algunas semanas o meses, quizá días desde que Nell se fue de la casa. Ahí todo es un caos, Seth está como loco, hasta ha destrozado su hogar, se la pasa bebiendo y fumando. Es como si quisiera morir de la manera más lenta y cruel.

En mi caso, me he hecho a la idea que las cosas son mejores así, Nell fuera de nuestras vidas y nosotros solos sin ella. Ella libre donde quiera que esté y sin esa vida que nunca nos gustó.

He venido al parque a pensar un rato. Ya nada es igual, todo es monótono y aburrido. Ya empieza a anochecer, me pongo de pie y subo el cierre de mi sudadera, meto las manos en las bolsas. Empiezo a caminar.

Cuando salgo del parque para llegar al estacionamiento, dos tipos se acercan a cada lado, uno de ellos me apunta con una pistola en el costado.

—No digas ni hagas nada o en este mismo instante te mato.

—¿Quién los mandó?

—Ya lo vas a averiguar.

Me suben a una camioneta que está al lado de mi auto a punta de empujones y, al estar ya dentro, me ponen una bolsa de tela en la cabeza, me atan las manos y el vehículo empieza a andar.

Ileana

Hoy voy a salir con mi hermano a uno de esos lugares de moda que ahora están en la boca de todos. No soy mucho de andar en ese tipo de lugar, pero la ocasión la merece. ¿Cuál ocasión? Que me la vivo en el trabajo y ya es hora de divertirme un poco o, al menos, eso es lo que dice Dixon. Espero no arrepentirme de esto, nunca sale nada bueno de andar en esos sitios donde hay tanta gente. No me gusta mucho.

—¿Ya estás lista?

Se asoma por la puerta y se acomoda los puños de la chamarra de piel que trae puesta. Hoy, a parte de su típica chamarra, trae unos pantalones de mezclilla azul, unas botas negras y un gorro de lana del mismo color que su calzado.

—Ya voy.

Me pongo el pinta labios y delineo cada curva de mi boca.

—Va a venir Jason.

Resoplo. Jason es uno de los amigos de mi hermano y dice que siempre ha estado enamorado de mí, o tal vez está enamorado de mis pechos o mis caderas, más bien.

—Sé que te molesta, pero es mi amigo.

—Lo sé. —me doy la vuelta, agarro el bolso de mi cama, meto mi celular, mi labial y otras—. No te preocupes solo haré de cuenta que no existe.

—Eso es imposible si todo el rato se la pasa pegado a ti como garrapata.

—¡Qué asco, Dixon!

Hago una mueca de hastío, lo empujo lejos de mí, salimos de mi habitación y cierro la puerta.

Llegamos al mencionado lugar, ese del cual mi hermano no ha dejado de hablar y decir que está bien, que hay gente cool, que venden buenas bebidas, que esto que lo otro y más cháchara sin sentido. A primera vista, se ve que es un buen sitio, uno donde la gente suele venir muy a menudo y solo niños ricos entran.

Dejamos el auto cerca del lugar. Echo la cabeza hacia atrás, el lugar tiene al menos unos cuatro pisos, arriba se ve mucho movimiento.

Sky Room —musito.

—Así es. —Mi hermano se guarda las llaves en uno de los bolsillos de su chaqueta—. Aquí es donde vengo la mayoría de las veces.

Me ofrece su brazo y me engancho a este. Saluda al tipo de la entrada, con rapidez, somos el objetivo de quienes aguardan en la fila y que no han podido pasar desde quién sabe qué horas.

—Ya hasta el cadenero te conoce, Dixon.

Abajo está a reventar de gente, el DJ hace que todas las personas salten de un lado a otro, griten y se rían. Los miro, sorprendida.

Busco un lugar donde nos podemos sentar, pero Dixon se acerca a mí rostro.

—No, vamos arriba, está mejor allá.

Señala las escaleras. Le hago caso y me suelta para ponerme frente a él. La vista es impresionante; hay una enorme barra con luces de color neón que pueden verse desde afuera y en el balcón hay unos sofás con unas mesitas en medio. La gente bebe, plática y come alguna botana.

—¿Qué hay en los pisos de arriba? —le pregunto a mi hermano cuando termina de subir las escaleras.

—Habitaciones.

Frunzo las cejas.

—¿Qué?

—Para dormir, mal pensada. A veces la gente bebe demasiado y pide una habitación para descansar un poco y seguir la fiesta por la madrugada.

—¡Ah!

—Y también para tener sexo, por si conoces a alguien interesante.

Va directo a la barra donde lo esperan Jason y Cole. El primero, al ver que me acerco, se acomoda la chaqueta, se pasa la mano por el cabello y le da un trago de su bebida.

Me acerco. Mi hermano ya me pidió algo.

—¡Ileana! —grita Jason por encima de la música que viene desde abajo, es demasiado fuerte—. ¡No sabía que ibas a venir!

Por supuesto que sabía, se hace el tonto.

—¡Hola, Jason!, ¿cómo estás?

—¡Ahora bien!

«Ay no, ya va a empezar».

Le sonrío. Dixon me entrega un vaso largo con un popote reciclable y una bebida de color rojo. Miro el vaso, dudoso de si beber o no.

—Bebe, no es nada malo, tiene poco alcohol.

Me hace un guiño y se quita de su banco para cederme su lugar al lado de Cole, sabe que no me gusta estar al lado de Jason, es demasiado insistente y me desespera.

Vemos a las personas que están afuera. Dixon ha bajado a bailar un poco con Cole, el muy maldito me ha dejado con Jason, pero este se ha ido a besar con una tipa o, bueno, eso es lo que yo creo. No es tan inocente ese hombre.

He pedido otro vaso de lo que sea que me ha pedido Dixon. Al cabo de unos minutos, él y Cole suben para pedir algo. Mi hermano se sienta a mi lado. Parece cansado, se quita el sudor de la frente con una servilleta de papel.

Observo el balcón. Creo reconocer a alguien.

«Puede ser él».

Intento buscar el rostro del hombre que está detrás de la puerta de cristal. Parece que está demasiado ebrio, pues se mueve de un lado a otro como si el suelo fuese una tabla desvencijada. De un momento a otro, él se da la vuelta y puedo ver a la perfección su rostro; cabello rubio, mandíbula cuadrada, labios carnosos, cejas tupidas... ¡Es él! El paciente que se escapó del hospital, el que dio un número de teléfono falso y el que no vivía en la dirección que decía su expediente: el mentiroso.

Él está con dos hombres, uno de cabello rubio que parece modelo Versace, delgado, pero con buen porte, y el otro de cabello castaño, un poco más fornido que el chico Versace.

—Dixon.

Le agarro el brazo sin dejar de ver a los tres chicos.

—¿Qué?

—¿Conoces a esos chicos?

Con disimulo, los señalo. Dixon entorna los ojos y asiente con la cabeza.

—Sí, los he visto muchas veces aquí y otros clubes de moda. ¿Por qué?, ¿los conoces?

—No, bueno, sí. Mira. —Frunce el ceño, confundido—. ¿Ves al chico alto rubio, de mandíbula cuadrada? No al delgado, ese no, el otro, de cabello peinado hacia atrás.

—Sí, ¿ese qué?

—¿Recuerdas que hace unas semanas te dije que había llegado un paciente que tuvo un accidente de auto y que solo estuvo en el hospital unos días y después salió sin que le dieran el alta?

—Ajá.

Sigue sin entender qué pasa.

—Es él, el rubio alto, es el tipo este.

—Vaya, vaya.

Los mira. De repente, este tipo empieza a hablar con un tono de voz más fuerte y a echarle bronca a otro hombre del otro lado de la terraza. Este último se acerca con violencia, empuja al rubio delgado y al castaño solo para acercarse a Beckett, lo empuja con furia estrellándolo contra la pared de vidrio.

Y, entonces, empiezan a volar los golpes; Beckett recibe algunos puñetazos en el rostro y el estómago. Me asusto, se incorpora, se va en contra del tipo este y los dos caen al suelo.

—¡Haz algo! —le grito a Dixon a mi lado—. ¡No me mires, haz algo!

Se pone de pie junto a sus amigos.

Dixon se mete y entre él, Cole, Jason y los amigos de Beckett, los separan antes de que algo peor pase.

—¡Ya basta, Seth, ya basta! —le gruñe su amigo rubio—. Carajo, deja de meterte en problemas.

Me quedo a un lado, Dixon sostiene a Seth, su amigo lo empuja lejos del otro chico y de sus amigos.

—Será mejor que se vayan —les dice el castaño—. Si no quieren tener problemas.

Mi hermano sienta a Seth en uno de los sofás de adentro, me pide que me acerque y con miedo lo hago.

—Mira cómo está. —Lo examino. Está mal, tiene el labio roto, una ceja y un golpe en la mejilla—. Voy abajo, ¿lo curas?

¡¿Yo?!

—Está bien.

—Espera aquí.

Cole y Jason esperan a mi lado. Los amigos del chico que se acaba de agarrar a golpes con Seth, bajan las escaleras con él, parece que todavía quiere pelear más.

—Gracias. —Salgo de mi ensimismamiento y veo que el rubio se acerca a nosotros, le da un apretón de manos a Cole y Jason—. De verdad, gracias, sino se hubieran metido, no sé qué hubiera pasado. Mi nombre es Castiel, él es Gale. —Señala al castaño—. Y él es Seth.

Seth, Seth.

—Yo soy Cole, él es Jason. —Se saludan—. Ella es Ileana. —Les sonrío y me saludan de beso en la mejilla—. Y el que acaba de bajar es Dixon.

—Mucho gusto —musito.

Observo cómo los cuatro hablan, menos Seth, él parece alejado de la realidad. Echa la cabeza hacia atrás, me ve de reojo y junta los párpados. Aparenta estar cansado, harto y fastidiado de la vida.

¿Qué llevaría a este hombre tan joven a estar cansado de vivir?

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