Capítulo 31. 🔥
Seth
Se ha encerrado ahí como si eso le ayudara en algo. Es una testaruda. Tonta.
—Eres una tonta.
Apoyo mi espalda en la pared, me deslizo hasta caer en el frío suelo. Solloza, chilla, grita de dolor y coraje. Flexiono las rodillas y me abrazo a ellas.
—Lo siento, Nell —susurro—. Perdóname, por favor.
Sé que nunca seré capaz de pedirle perdón, pero Dios, es que es tan difícil para mí hacerlo.
Soy un idiota, un completo imbécil, una persona sin raciocinio como ella dice. Muchas veces la he escuchado decir esas palabras, mas nunca habían tenido sentido hasta ahora. Sé que me odia y yo me odio por hacerle esto. Sin embargo, no conozco otro mundo, no sé cómo sacar todo este coraje que llevo dentro, todo este rencor que me carcome el alma y me mata cada día más. Espero que en un futuro todo esto no se me regrese y cause estragos, más de los que ya existen.
Llora, miro el reloj de mi celular y pasan de las dos de la mañana. Todo este rato ha estado así, solo solloza, se calla por unos segundos y después vuelve a chillar. No creo que sepa que estoy aquí y no quiero que lo sepa. Necesito saber que no hará ninguna estupidez como las otras veces, deseo saber que está bien y que, a pesar de mí, ella podrá salir de ese cuarto de baño y lo primero que hará será golpearme para sacar toda su melancolía.
Mis ojos se cierran, bostezo y miro la luna a través de la pequeña ventana.
—Tienes que comer algo. —No responde—. Sal de ahí, por favor, prometo que no te haré nada, solo sal.
Creo que a veces duele más el silencio que los golpes. Sigue sin contestar.
Necesitas cambiar.
Ser otra persona.
Diferente.
Ser el hombre que ella se merece.
Mi subconsciente me juega mal. Sabe que nunca podré cambiar. Sabe que siempre seré esto. Un monstruo el cual hace sufrir a la única mujer que ha provocado algo en él, pero es que la bestia nunca se convertirá en príncipe, siempre será un monstruo, sin remordimientos ni control de sí mismo.
Siempre será el niño con problemas de ira. Me pongo de pie. Siempre seré esto, esto a lo que ella le tiene miedo. Me limpio las lágrimas.
Reviso el reloj una vez más y ya casi son las seis de la mañana. Abro la puerta y salgo. Subo a mi habitación y entro al baño, me doy una ducha rápida.
Me detengo en seco cuando en la barra de la cocina veo el frasco con pastillas, me acerco temeroso como si estas fuesen mis enemigas, las agarro con cautela y abro el frasco con cuidado, miro el contenido dentro y suspiro.
No hay otra manera.
Sabes que lo necesitas, ya.
Me sirvo agua y me echo las dos tabletas a la boca, las trago. El sabor amargo me recorre la lengua, doy otro trago y dejo el frasco encima de la mesa.
Salgo de casa.
Algunos hombres caminan de un lado de la casa al otro, cuidan lo que su jefe les ha encargado, sus hijos, su hogar y todo lo que algún día lo podría llevar a la cárcel.
Voy al único lugar donde sé que puedo pensar con claridad, una parte de mí me dice que puedo cambiar, que puedo ser una mejor persona y que algún día ella me perdonará. Sé que no lo merezco y sé que tampoco debo pedirle perdón por todo lo malo que he hecho en su contra, pero lo primero que debo hacer es aclarar mi mente.
Llego al lugar, el cual he tenido muy abandonado. Agarro bien el ramo de gardenias que compré kilómetros atrás, suspiro y busco la fila B. Camino por el pasillo y encuentro la lápida.
Margot Thomas.
Amada esposa y madre. Siempre te recordaremos.
Tantos recuerdos llegan a mi mente, tantas sonrisas y tanto amor que ahora ya no siento por ningún lugar. Nunca sentiré nada igual, ningún cariño se compara al amor que mi madre me daba.
«—Seth Beckett. —Escuché desde la cocina.
Sabía que mi madre ya se había dado cuenta de lo que había hecho, baje las escaleras sin hacer ruido, pero la madera debajo de mis pies descalzos crujía. Llegué a la cocina y mamá estaba de espaldas a mí. Le estaba dando de comer a Nate. Miré la mesa y ahí estaba el tazón vacío. Mi estómago parecía una pelota, mis mejillas aún tenían chocolate y mi boca aún tenía el sabor a pan.
—Sé que estás ahí —dijo sin mirarme—. Ven acá, Seth.
Me separé de la pared y caminé hacia ella. Entrelacé mis dedos y bajé la cabeza.
Sentía tanta pena y vergüenza por lo que había hecho, cuando ella claramente me había dicho minutos atrás que no debía hacerlo.
—Mande...
—Seth, mírame. —Negué con la cabeza—. Seth, por favor.
Poco a poco levanté la mirada y mis ojos se cruzaron con los suyos. Se veía hermosa, ella era para mí la mujer más bella del mundo. Sus cabellos rubios caían sobre sus hombros, pequeños rulos se formaban en las puntas. Llevaba un vestido azul con pequeñas flores amarillas y unos zapatos de tacón. Sus labios llevaban un pintalabios de color rosa claro que hacía juego con sus mejillas. Ella era realmente hermosa, ella era mi primer amor.
El único, el más puro y verdadero.
—¿Qué significa esto, Seth?
Con la cabeza señaló el tazón vacío, solo algunas migajas de pan de chocolate yacían en él. Nate me miró y empezó a jugar con la comida. Me encogí de hombros e hice una mueca.
—Ven acá.
Con su mano me hizo una señal para que me acercara, no tenía miedo, sabía que ella jamás me haría daño, ella era tan noble que el solo pensar en pegarme ya la hacía llorar.
Pasó una mano por debajo de mis brazos y me levantó del suelo. Me sentó en sus piernas e hizo que la mirara a los ojos.
—Te comiste el pastel que era de papá, ¿verdad? —Dije que sí con la cabeza—. Sabes que eso está mal, ¿cierto?
Negué.
—Lo siento —dije apenado. Sonreí y ella me abrazó.
—Pero no vuelvas hacerlo, cariño. ¿Vale? —Con su dedo índice me dio un golpecito en la nariz—. ¿Me ayudas a preparar otro pastel?
Di un salto y en segundos ya estaba en el suelo dando saltitos y agarrando la mano de mamá para que preparáramos el pastel.
—¡Si! —solté emocionado y con la voz llena de alegría.
Mamá dejó a Nate en su silla y entre los dos, empezamos a preparar el pastel para papá. Ella sabía que terminaría comiéndomelo yo, así que preparó dos.».
Extraño aquellos momentos donde no sabía lo que era la maldad, donde no conocía la oscuridad que me rodeaba, cuando solo era un niño inocente que amaba a su madre más que a los dulces y la comida chatarra.
Me arrodillo y meto las flores en los floreros que están a cada lado de la lápida.
—Sabes que te extraño mucho, ¿verdad? —Un nudo se forma en mi garganta. Trago todo rastro de tristeza y sonrío—. Necesito que me digas qué hacer, te necesito a ti aquí. Estoy perdido sin ti, me siento mal, ya no me reconozco y me da miedo de lo que puedo llegar a hacer, creo que he tocado fondo y necesito que me digas cómo salir de aquí. Por favor, mamá, solo necesito una señal. Solo una y ya.
Nate
Llego a casa y ya pasa de medio día, lo primero que hago es correr a ver a Nell. Sí, sé que está mal, pero, ¿Cómo no amarla si es la mujer más increíble de todo el mundo?
Creo que la amo, de verdad. Cada que la veo, siento cosas, sonrío como un idiota y quiero cuidarla, amarla, mostrarle lo que es el amor puro, deseo sacarla de aquí y si mi vida se va en el proceso, no me importará.
Ingreso en el sótano.
La cama está desvestida... ella no está allí.
Me doy la vuelta y camino hacia el baño.
—Nell. —Doy varios golpes—. ¿Te estás bañando?
La puerta se abre y lo que mis ojos ven me deja sin palabras. Nell está hecha un lastre, sus ojos están inyectados en sangre como si no hubiera dormido hace mucho. Su cabello está despeinado y qué decir sobre su expresión.
—¿Qué pasa, bonita?
Sale y se avienta en mis brazos, empieza a llorar como si todo su mundo se cayera en pedazos. Me duele verla así. Acaricio su cabello rubio y despeinado.
Caminamos hacia la cama.
Nos sentamos y no dejo de abrazarla. Sus labios están resecos con pequeños pedacitos de piel sobre ellos. Está muy mal.
—Dime qué pasa. —Baja la cabeza, apenada—. Nell, por favor, sino me dices qué pasa, no te puedo ayudar.
Nelly
¿Cómo decirle lo que su hermano me ha hecho?
No puedo. Me siento tan mal conmigo misma que la sola idea de hablar de esto ya hace que me sienta peor de lo que estoy. Él pensará lo peor de mí y creerá que soy una puta, una mujer de lo peor.
—Nell —insiste.
Las palabras no salen de mi boca, no encuentro la palabra correcta para decirle lo que ha pasado. Seth me drogó para poder tener relaciones y aunque no me tuvo que obligar yo estaba vulnerable, drogada y con deseo de tenerlo solo a él. Soy la peor de las mujeres.
—Seth...
Apenas y artículo ese nombre. Nate me mira y bufa molesto.
—¿Qué te hizo?
Y he aquí el momento que intentaba evitar. Mis manos empiezan a temblar, las gotas de sudor que salen de mi frente son frías, mi sangre se hiela y la inevitable sensación de ser solo una cualquiera me llena de culpa y vergüenza.
¿Qué pensará él de mí? ¿Se alejará? ¿Se quedará conmigo cuando lo sepa? Nate es mi sostén, es quien me mantiene con vida y el solo pensar que él se pueda alejar de mí, me carcome el alma.
—Por favor —suplica una vez más y una vez más me quedo callada—. Dime, por favor. Como sea me voy a enterar y será peor. ¿No me tienes confianza?
—No me digas esto. Sabes que sí.
Con dos de sus dedos levanta mi barbilla y me obliga a que lo mire a los ojos.
—¿Entonces por qué no me dices qué pasa? —musita.
—Me da pena.
Evito su mirada.
—¿Pena por qué?
No sé cómo decirle esto.
—Lo siento, Nate. Lamento que no sea lo suficiente para ti —sollozo.
—Pero, ¿Qué dices, Nell? Eres lo único que necesito
Sus ojos brillan. Mi estómago se aprieta y mis entrañas se retuercen, el corazón me late a mil por hora, sin poder evitarlo, empiezo a llorar.
—Nell, dime, por favor, ¿Qué sucede? Solo te la has pasado llorando y ya me preocupé.
Sé que está siendo sincero. Él, al igual que yo, estamos preocupados por la reacción que yo pueda causar.
—Seth me drogó para tener relaciones, lo olvidé todo por la droga y yo...
Mi llanto se intensifica y suelto el aire retenido, como si lo hubiera mantenido todo este tiempo en mis pulmones. Me arrojo sobre sus brazos mientras él se queda inmóvil, no habla, solo me abraza, su cuerpo se tensa y me aprieta más en sus brazos.
—¿Qué? —titubea—. ¿Qué es lo que estás diciendo?
Él no me cree.
—Por favor, créeme, te digo la verdad. —Me separo de él y lo miro a los ojos. Frunce el ceño y se pone de pie—. Nate. —Lo sigo—. Nate, dime algo.
Se pasea de un lado al otro, se lleva las manos a su pelo. Bufa y suspira profundo.
—¿Cuándo hizo eso?
—No sé cuándo empezó, pero sé que me ha drogado para poder hacerlo. Él me ha hecho esto. —Le muestro las marcas en mis brazos—. Él lo admitió —musito. Regulo mi respiración. Mi cuerpo se descompensa y me siento débil, mis piernas flaquean y me siento mareada—. Nate.
Él se gira, me observa y se acerca.
—Nell. —Me agarra de la cintura. Nos sentamos—. ¿Te sientes bien? —Niego—. ¿Has comido?
—No desde ayer. Me di cuenta de que Seth le había puesto droga a la comida y no comí nada.
Se incorpora.
—Dios, Nell. No puedes hacer eso. Carajo. —Se aleja.
—¿Dónde vas?
Intento ponerme en pie, pero me mareo y caigo sentada. Se arrodilla para examinarme.
—Voy a traer algo para que comas, no tardo.
Me tumbo sobre la cama y me hago un ovillo. No quiero saber nada, solo quiero olvidarme de todo esto que está pasando. Esto me mata por dentro y no sé cuánto más pueda resistir este secuestro, los golpes, las heridas, cada insulto y cada palabra me lastima en lo más profundo.
Todo mi mundo se cae a pedazos frente a mí y no hay nada que yo pueda hacer, estoy atada de manos y pies y por más que quiera resistir, va a llegar el momento en el que mi pequeño cuerpo, sucio, triste y roto, ya no pueda más. Dejaré de luchar por algo, pues es más que obvio que nunca saldré de aquí.
Nate
Es increíble que Seth sea mi hermano y sea capaz de hacer lo que ha hecho. Me detengo y bufo, suelto todo el aire retenido. Me miro los nudillos, estos están rojos y con sangre, por tanto golpear la pared.
Camino a la cocina y me lavo las manos, el agua cae sobre mi piel lastimada y arde, pero contengo cada rastro de dolor que hay. Saco el celular de mi pantalón y busco algún restaurante que no quede muy lejos. Encuentro uno de comida china. Llamo.
Miro la puerta, tengo la esperanza de que Seth entre para romperle la cara, eso es lo único que se merece ese imbécil. Flexiono las rodillas y apoyo mis codos sobre ellas, suspiro profundo y cierro los ojos.
Nunca había estado tan enfadado con Seth como lo estoy ahora.
He defraudado a Nell.
Eso es lo único que he hecho.
Salgo de la casa de Seth y camino hacia la reja. Me planto frente a la pequeña puerta de un lado. Está oscureciendo y las luces de las casas de al lado se empiezan a encender. Desde que Jared no está, todo está más silencioso y solo. Lo extraño.
Una moto se detiene frente a la reja y un chico de complexión mediana se baja. Busca en la parte de atrás, en la canastilla, y saca una bolsa, camina hacia mí.
—¿Nate Beckett? —Mira la bolsa de papel.
Asiento. Saco un billete de mi cartera.
Se la entrego y le sugiero que se quede con el cambio.
Regreso.
Miro la cama y ahí está ella, hecha un ovillo; agarra sus rodillas con sus manos. Me acerco más y suspira. Se ve tan inocente dormida, sus pestañas hacen sombra sobre sus pómulos y algunos cabellos rubios cubren su cara de ángel. Me arrodillo y suspiro.
¿Por qué alguien como ella tiene que pasar por todo esto?, ¿por qué teníamos que conocernos en esta situación?
Si tan solo la hubiera conocido en otro momento, tal vez ella estaría enamorada de mí. Quizás ella me amara por completo, así como yo la amo... con locura.
Separa sus párpados. Ella está mal y lo sé, lo veo en su mirada triste, en sus ojos llorosos, en esa sonrisa que ya no se dibuja en su boca y en las pocas ganas que tiene de sonreír. Ella realmente necesita de alguien que la cuide y no de un cobarde que promete cosas que no puede cumplir.
—Has regresado.
Acaricia mi mejilla y apoyo mi cara en su mano tibia. Sonríe con pocas ganas y junta sus pestañas.
—Lo siento. —Un nudo se forma en mi garganta—. Perdóname.
Se pone de pie y se sienta en la orilla del colchón.
—¿Por qué me pides perdón?
Recargo mi cabeza en sus piernas. Me siento devastado y no me quiero imaginar cómo se siente ella.
—Perdóname por no poder cuidarte como debo hacerlo. Perdón por todo lo que te ha pasado. —Sus dedos se enredan en mis cabellos de la nuca—. Perdóname, por favor.
Mi voz se quiebra.
—Nate, nada de esto es tu culpa. —Levanto la cara y la miro—. Tú no tienes la culpa de nada de lo que ha pasado.
Sus orbes se cristalizan. No puedo seguir viéndola así.
—Nell. Te he traído comida china —intento de cambiar de tema—. Te va a gustar.
Ella sonríe.
—Gracias.
Dejo la bolsa en sus manos y de inmediato el olor a soya invade la atmósfera. Nell se muerde el labio inferior. Está deseosa por llevarse la comida a la boca.
Agarra los palillos, toma un poco de arroz, mastica y después agarra un pedazo de carne.
—Esto está delicioso.
Observo cómo saborea cada pedazo de comida que introduce a su boca. Sonríe cada que me mira y sus ojos se iluminan. Parece una niña pequeña... esa comida para ella es la gloria.
—Eso estuvo muy rico. —Sale del baño después de lavarse los dientes—. Gracias.
Se sienta a mi lado.
—Te mereces esto y más, pero por ahora, solo te puedo dar comida china.
Suelta una risita y recarga su cabeza en mi hombro.
Ella no lo sabe, pero este pequeño gesto hace que pierda la poca compostura. Desde el momento que la vi por primera vez, en esta cama, hecha un ovillo, asustada y dolida, me enamoré de ella. De su dulce mirada, sus ojos tristes, de ese cabello alborotado, de su ceño fruncido y cada jodida parte de ella.
Se pone de pie, se mete debajo de los cobertores, me mira y señala el espacio vacío que hay al lado de ella. Le digo que no. Insiste de nuevo, entonces acato, me quito los zapatos y me acomodo donde pidió. La contemplo, recargo mi cabeza en mi brazo que se hunde en la almohada. Nell se acerca y posa una mano en mi cintura, de inmediato me tenso, me siento nervioso de tenerla tan cerca de mí. Con la mano que tengo libre, agarro su cadera y la acerco más, posa su cabeza en mi pecho y suspira. Su delgado cuerpo está a solo centímetros del mío que la desea con desesperación. Solo la ropa que traemos puesta me detiene para no cometer alguna estupidez.
—Hasta mañana, Nate.
Su voz es adormilada. Está cansada.
—Hasta mañana, Nelly.
Le doy un beso en la frente. Se pega más a mí mientras nuestras piernas se enredan debajo de los cobertores.
La miro dormir, embobado, como si jamás hubiera visto a una chica dormitar. Pero es que Nell no es una chica, es la chica, aquella por la que vale la pena luchar hasta morir.
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