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Capítulo 3. 🔥

"Ella es la secuela de mil guerras."

Ron Israel.

Nelly

—No puedo creer que mi hermano aún siga pensando que tiene una oportunidad contigo —alega Camila—. Solo lo ilusionas, eres una maldita perra.

Volteo a verla arrastrando la mirada hasta su rostro, lleno de maldad.

¿Que soy una perra? Me río de ese y mil comentarios más. Ya estoy más que acostumbrada, no es lo más "hiriente" que alguien me ha dicho, al contrario, lo agradezco, porque solo así logro obtener un poco de miedo a cambio. Crecí con un padre que no tiene compasión por nada y con una madre que está dispuesta a matar a quien sea un estorbo para ella. Mis padres son mafiosos rusos, no se tientan el corazón para matar... para acabar con sus enemigos.

Así que la muerte es algo a lo que ya estoy acostumbrada ¿Le tengo miedo? Tal vez sí o quizá no. Más de una vez me he salvado de morir. Más de una vez he probado el amargo sabor que la muerte te deja cuando pasa a tu lado.

Estudié lo que mi padre quiso, Gestión de Carteras. Esto es con el fin de decirle, en gran parte, en qué administrar y en qué no. Es un trabajo bien pagado. No me puedo quejar, siempre he tenido lo que he querido y nada se me ha negado, pero me hubiese gustado otra vida, algo diferente, algo en lo que no tenga que estar pensando si este será el último día de mi vida o de cualquier persona que significa algo en ella.

¿Como es que he llegado aquí?

No lo sé, solo sé que para proteger a mi padre soy capaz de cualquier cosa.

Reviso que la pistola tenga municiones una vez más. Cami apoya el brazo en la ventanilla abierta y me mira de reojo.

—Deja de hacer eso. —Le echo un vistazo—. Me pone de malas —gruñe.

De mala gana, dejo la pistola sobre mis piernas y resoplo. Algo no va bien, lo presiento. Lo siento atascado en mi garganta, como un nudo que no me deja pasar saliva con tranquilidad.

—Ya han tardado mucho —suelto mientras examino, de nuevo, mi reloj—. Llevan ahí más de media hora y nunca tardan tanto —bufo. Me cruzo de brazos.

Estiro mi cabeza para ver si alguien ya ha salido o qué sucede: la intriga por saber qué pasa ahí dentro me pone de malas.

—Están negociando, sabes que Jared Beckett es un hueso duro de roer.

Jared Beckett es el enemigo a muerte de mi papá, siempre en guerra; se enfrentan para ver quién es el mejor y quién sabe ganarse a las bandas más pequeñas de la ciudad. Nada termina bien cuando ellos entablan una conversación. No conozco en persona a Jared, pues apenas y he entrado en este negocio, pero por lo que he escuchado, es un hombre sádico y lleno de odio. Él heredó el imperio que su padre creó y sus hijos heredarán el imperio que él ha hecho crecer con más ímpetu. No se sabe con exactitud quiénes son sus hijos. Siempre se camuflan tan bien, que pasan desapercibidos sin que alguien sepa quién es su padre. Se dice que son dos hombres. Sin embargo, no se conocen sus nombres, son un misterio, uno que no me interesa resolver.

—Ya sé —resuello—. Pero me gustaría entrar y...

—Ni se te ocurra. —Me contempla a la vez que me toma del brazo al percatarse que mis dedos estaban a pocos segundos de abrir la puerta—. Víctor dijo con claridad que no te meterías. No sabemos cómo están las cosas ahí dentro.

Odio estar en la incertidumbre, estar aquí como estúpida esperando y sin saber qué acontece con mi papá.

Pasan un par de minutos y alcanzamos a oír detonaciones que provienen del interior del lugar donde se lleva a cabo la reunión. Cami abre la puerta de su lado y yo hago lo mismo del mío. Corremos en el momento que los disparos se escuchan más fuerte... Eso parece un campo de guerra.

Maldita sea.

—Cúbreme —ordena Cami que se coloca frente a mí.

Vamos pegadas a la pared, algunas balas vuelan en nuestra dirección y otras más se estrellan en el muro detrás de nosotras.

Escucho los gritos de mi padre. Maldice como siempre.

—¡Hijos de puta! —espeta —. ¡No podrán acabar conmigo! —ríe como un demente. Niego con la cabeza. Ni siquiera en estos momentos puede ser prudente.

—Arrástrate —Ordeno a Cami.

¡Uvidimsya v adu, proklyatyye amerikantsy! *

Escucho los gritos de mi padre, desde dentro.

Cami y yo nos acercamos más a la puerta, agazapadas, pero de repente un sonido seco nos hace parar. Arrastro la vista hacia el hombre frente a nosotras y antes de poder reaccionar, este dispara a mi amiga. Ella no reacciona, la bala se incrustó directo en su estómago y yo sin pensarlo dos veces, presiono el gatillo. El hombre cae... Mi pistola se vacía en su cuerpo ya sin vida.

—Cami, háblame. —Se arrastra por la pared—. No me hagas esto.

Quiero llorar, mas eso no resolvería nada. Con mi mano presionada en su estómago, la llevo al auto y la subo en los asientos de los pasajeros. Arranco para salir de ahí.

Mi celular empieza a sonar, veo la pantalla mientras voy de reversa.

—¿Sí?

Nell.

—Papá, ¿qué ha sido eso?, ¿qué pasa? —Mi voz es temblorosa, mis manos se tornan también trémulas.

Mi visión se empaña por las pocas lágrimas que dejo escapar.

Nell. —Escucho los disparos y los gritos de alguien más—. Ha sido Beckett, Nell. Por favor, vete. —Doy vuelta y salgo a la calle—. Vete y que nadie sepa quién eres.

—No me digas eso. Tú volverás.

Nell, por favor, tu madre viene para acá, pero vete.

—No... papá... —No se oye nada, solo las detonaciones—. ¡Papá!, ¡no, no, no!

La llamada se termina y golpeo el tablero del auto. Conduzco lo más rápido que puedo hasta Brooklyn, donde está nuestra casa.

Cuando salgo a la vía principal, un auto que viene en dirección contraria casi me choca, de no ser por que le doy vuelta al volante, en este momento fuese otra historia.

—¡Imbécil! —le grito y hago sonar el claxon.

Esto no puede estar pasando. No puede ser. Me niego a perder a mi padre y menos por ese cabrón de Beckett. No quiero perder a mi padre, no quiero que una muerte más defina mi existencia y mi futuro, no quiero perderlo.

Nate

Desde que nací, conozco la maldad de este mundo y me he tenido que adaptar a él. No ha sido porque yo así lo quiera, sino porque se me ha impuesto a ello.

Mi padre es un hombre que piensa con la cabeza fría, siempre calcula bien las cosas y sabe cómo pasar desapercibido. Al menos para algunas personas, tiene un mal carácter, como la mayoría de los Beckett —cosa que no he heredado de él— y por sobre todas las cosas, no siente compasión

Lo peor de todo es que no puedo hacer nada al respecto, ya que debo estar con él y no es algo que me guste, a decir verdad, preferiría estar muy lejos de aquí.

A veces he pensado en irme, en desaparecer, en borrar mi pasado y empezar algo nuevo, pero entiendo también que por ahora eso me es imposible. Nadie puede borrar las cicatrices que tiene en su cuerpo, solo se aprende a vivir con ellas. Nadie puede borrar los lazos de familia... Nadie puede hacer de cuentas que a su alrededor no tiene a nadie más y eso es lo que yo hago: aprender a lidiar con lo que no quiero.

Ignorar que tengo un padre como Jared es algo imposible e ignorar que mi madre está ahí a la espera de mi regreso, es algo que no pasa desapercibido.

He librado la muerte un par de veces y de no ser por Seth, creo que ahora mismo ya me estaría pudriendo en el cementerio. No obstante, eso no quiere decir que por dentro no esté muerto.

De vez en cuando salgo de la casa y conduzco sin rumbo fijo, donde me lleve el auto y mis manos, lejos de la realidad que con crueldad me golpea tan fuerte que me deja descolocado.

—Yo no sé cómo puedes vivir así —dice Stephen a mi lado.

Stephen tiene cabello negro, piel blanca, ojos color café y pinta de chico malo. Sin embargo, tiene un corazón noble. Le gusta el Red Bull y los cigarrillos. Tiene una chaqueta de cuero oscura que ya se ha quedado con el olor a cigarros.

—Ni yo —admito y echo mi pelo hacia atrás con mis dedos.

—Digo, tienes dinero y todo, pero tu vida es un asco al final del día.

—Lo sé. —Miro a través de la ventanilla.

—Eso de estar huyendo, de ver cómo gente muere por culpa de tu papá, cómo tu vida solo gira en torno al dinero, armas, drogas... Debe ser un asco tu vida, Nate.

—Gracias, ya lo sé —resuello.

Lo observo mal y antes de que le dé una calada a su cigarrillo, se lo quito y lo arrojo fuera de la ventanilla. Por el rabillo del ojo me acusa y saca del bolsillo interior de su chaqueta la cajetilla, saca otro y la vuelve a guardar. Enciende esa cosa y le da una gran calada, para luego retener el humo.

Con algo de suavidad, lo expulsa por la nariz. El auto no tarda en invadirse por el aroma a tabaco.

Con la mano alejo un poco el humo y bajo la ventanilla.

—Si yo fuera tú, ya me hubiese ido lejos de esta mierda. Bueno, no creo que lo pases tan mal, a fin de cuentas.

—Tú qué sabes de cómo lo paso o no —resoplo, asimismo, arrugo las cejas.

—Mírate. —Me señala de arriba abajo con la mano—. Vistes bien, tienes un carro de lujo, vives en una de las zonas más ricas de Nueva York y puedes darte los lujos que nadie más puede darse.

—Y al final del día estoy más solo que un perro —digo con amargura.

—Eso no me consta.

—¿Qué estás queriendo decir?

—Bueno. —Da otra calada—. No sé, si por ahí te encuentres con una pelirroja sensual y la lleves a tu casa, para ya sabes... —Me hace un guiño.

No tiene sentido su argumento.

—Eres un idiota, Steph.

—No más que tú.

Stephen y Joey son lo más parecido que tengo a un amigo y por eso he decidido mantenerlos lejos de todo esto, no quiero que se involucren en nada de mi vida, solo lo que saben y que yo mismo les he dicho, no deseo que corran peligro, aunque sé que Jared los tiene vigilados para que no abran la boca. Le he dicho mil veces que son de confianza, pero él contesta que no debes confiar ni en tu sombra.

Ellos son solo dos chicos que se cruzaron en mi camino. No tienen nada que ver con esta maldita vida. Son mis amigos, las dos únicas personas que me entienden y sé que nunca van a decir nada de lo que yo les he dicho.

Joey y Stephen deben mantenerse lejos de esto.

—Bueno, ya vámonos —sugiero sin verle. Enciendo el auto y doy la vuelta para ir a Chelsea.

—¿Sabes qué necesitas?

Miro de reojo cómo estira el brazo y arroja las cenizas por la ventanilla.

—No, no quiero saber.

—Buen...

—No lo digas —interrumpo—. Por favor, no lo digas.

—Sexo —remarca cada palabra con lentitud—. Sexo, rico y sabroso. —Sube y baja las cejas.

—Eres un idiota, Stephen, un completo idiota.

Va a decir algo, mas es callado por el sonido de mi móvil. Lo cojo y miro la pantalla.

—Es mi papá.

—Responde, sino en unos minutos ya manda a todo el mundo a buscarte.

Pa, dime.

Nate, te quiero aquí en este momento. —Esta vez no me ha levantado la voz como es de costumbre—. Ha pasado algo.

—¿Qué pasó?

Ven, por favor, solo... —Se hace un largo silencio que me da escalofríos—. Ven. —Suelta un suspiro cansado y cuelga. Dejo el celular a un lado.

—¿Qué pasa? —inquiere Stephen y acelero lo más que puedo.

—No sé, pero parece que nada bueno. Te dejo cerca de tu casa.

—Ok.

Es lo último que dice antes de que pise a fondo el acelerador. Está más que claro que algo no va bien en casa y me temo que sea lo que siempre hemos evitado.

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