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Capítulo 27. 🔥

Nelly

Abro los ojos y escucho pasos arriba, suspiro profundo y miro el techo, alguien baja por las escaleras y la puerta se abre.

—Ven a desayunar.

Levanto mi cabeza y Seth está ahí de pie, mirándome.

—Voy

—¡Ya! Maldita sea —ladra.

Bufo, refunfuño y me levanto aún adormilada. Me pongo mis pantuflas y me recojo el cabello en un moño. Subo las escaleras y llego a la cocina.

—Buenos días.

No me responde, está detrás de la estufa y se da la vuelta, pasa a mi lado, pero no me mira. Sirve huevo en dos platos y avienta el sartén al fregadero.

Nos sentamos cada uno, en su lugar, Seth en ningún momento se fija en mí, sus ojos están inyectados en sangre y alrededor de estos está hinchado, su piel es roja como cuando bebes mucho alcohol. Parece camarón. Agarra una taza de humeante café y le da un gran sorbo, en ese preciso momento su mirada y la mía se cruzan. Sin embargo, él la desvía y evita mis pupilas a como dé lugar, puedo ver la culpa en sus ojos, todo de él lo delata. Además, él es muy expresivo.

—No tienes porque fingir. Lo veo en tus ojos, creo que el tiempo que estuvimos juntos aprendí a conocerte. Estuviste con una mujer —espeto. Dejo la taza sobre la mesa—. Además llegaste muy tarde

—No tengo por qué darte explicaciones, no a ti.

Corta un pedazo de huevo y se lo lleva a la boca.

—No te estoy pidiendo explicaciones, solo te estoy diciendo que hueles a mujer, que por cierto no tiene buen gusto en perfumes.

Hago una mueca de disgusto y frunzo la nariz.

Con su puño da un golpe en la mesa y las cosas que hay sobre ella se mueven.

—¿Y? —Frunce el ceño—. ¡¿Algún puto problema con eso?! No, ¿verdad?

—No me grites. —Me pongo de pie—. No me vuelvas a gritar. —Lo señalo.

—Te callas y te sientas.

—Yo no te digo qué hacer, tú a mí tampoco —resuello.

—Exacto. —Aplaude—. Tú no me puedes decir qué hacer, así que hago lo que se me da la gana.

—Pues hazlo. ¡Carajo! —grito, molesta—. Acuéstate con quien quieras.

Camino hacia la puerta.

—¡Pues lo haré! Porque tú no me das lo que necesito.

Lo ignoro y salgo; empieza a aventar cosas, quizá la silla junto a platos, pues el estallido de porcelana contra el suelo, me pone activa. Asimismo, grita como energúmeno.

—¡Mierda!

Me acuesto en la cama con el antebrazo sobre mis ojos.

¿Qué creías Nell?, ¿Qué Seth te iba a ser fiel?

«Además, tú has besado a su hermano. No sé qué demonios te pasa y qué haces».

Deja de atormentarme, suficiente tengo con la culpa.

Me río sola y me hago un ovillo, me limpio los ojos. Ya estoy harta de llorar por Seth, estoy harta de pensar que él me amó cuando está más que claro que no lo hizo nunca. Junto los párpados y suspiro para regular mi respiración.

Seth

Nell baja enfadada, aviento la mesa y todo lo que había encima, cae al suelo, las tazas y los platos se rompen. Decido darme una ducha antes de recoger toda esa mierda.

Pasados unos minutos, salgo de la ducha, me miro en el espejo y hay unas bolsas bajo mis ojos. Estoy hecho un asco. Ella tenía razón, apestaba a mujersuela.

Me pongo ropa cómoda, saco una escoba y el recogedor, levanto la mesa y la hago a un lado. Lo que no se rompió lo llevo al fregadero, lo demás lo tiro a la basura.

—Está loca —carcajeo—. No entiendo por qué se enfada. No quiere que la toque y se molesta si tengo relaciones con alguien. ¿Quién entiende a las mujeres?

Llevo la escoba a su lugar, lavo los platos y me acomodo en el sillón, enciendo la tele y lo primero que me topo es con la foto de Nell, está en las noticias; hay retratos de ella por las calles, en cada estación de policía.

—Demonios.

Dejo caer mi cabeza sobre el respaldo del sofá.

—¿Qué te pasa?

Nate entra con una bolsa de frituras en la mano, cierra la puerta y se sienta a mi lado.

—Eso. —Señalo la tele.

—Ah, es normal, su mamá no va a dejar de buscar.

Me ofrece frituras, agarro un poco y cambio de canal.

—Pues que se haga a la idea de que su hija no va a regresar pronto a su casa.

—¿Le vas a mandar las fotos? —suelta. Enarca una ceja.

—No sé, no quiero que tenga esperanzas, pero me gustaría ver su rostro al darse cuenta en las condiciones en las que está su princesita —suspiro.

Nate niega con la cabeza.

—Ella está bien —musita. Encoge un hombro.

—No, no lo está. —Lo observo y frunce el ceño—. Estábamos desayunando y me dijo que olía a mujersuela, empezó a gritarme no sé qué cosas y bajó. No quiere que la toque, pero tampoco quiere que tenga sexo con nadie.

—Pues qué te digo...

—Hazlo.

—¿Qué? —Me ve, desconcertado.

—Qué te dice ella de mí. Dime.

—Nada, ella no habla de ti conmigo. Y tampoco voy a empezar hacerlo.

Le digo que sí y nos dedicamos a jugar con la consola. Platicamos y preparamos algo de comer. Le pedí a Nate que bajara a ver si con él, Nell no estaba tan renuente y así fue, se quedó con ella hasta que terminó de comer, subió y me mostró el plato limpio. Esa chica es todo un caso. Me vuelve loco la manera en la que se comporta; esa estúpida sonrisa que se dibuja en mi cara cada vez que la miro y todos esos sentimientos que me invaden cuando la veo llorar, esa maldita culpa que tengo por todo lo que le hice y todo lo que le hago. Algún día ya no voy a poder más y voy a explotar.

—Me han estado siguiendo.

Nate deja el mando para escrutarme.

—¿Ahora quién?

Hasta él sabe que todos me quieren muerto.

—No tengo ni puta idea.

—Le vas a decir a Jared, ¿verdad? —Niego—. ¿Por qué no?

—Porque eso le daría la oportunidad de meterse en mi vida y sabes que odio que haga eso. No lo quiero husmeando veinticuatro siete.

—Pues tú sabes lo que haces entonces.

Exacto, yo sé lo que hago con mi jodida vida, solo yo sé qué es lo que hago o dejo de hacer, solo yo y nadie más. Nadie va a venir a decirme en qué me equivoco o no. Y menos Nell, ella menos que nadie tiene por qué decirme mis errores y qué hago malo.

Salgo de la casa y me dirijo al Webster Hall. Esta noche espero no tener que pasar lo mismo que ayer y tener que encontrarme con los hermanos fantásticos. Antes de salir, fui a ver a Nell, pero ella o estaba dormida o se estaba haciendo la dormida, opto por la segunda opción.

Ella me evita y no quiere verme, pero para su mala suerte, eso nunca va a pasar, porque siempre voy a estar con ella.

Siempre.

Nelly

Seth está de pie frente a mí, puedo sentir su presencia, el olor de su perfume y su pesada mirada, la cual cala mis huesos, eriza mi piel y hace que todos mis sentidos estén al máximo. Miedo. Eso es lo que siento cada que él se acerca a mí.

Miedo a que me mire, a sus besos, sus caricias y caer por completo otra vez ante él, porque eso es lo que menos quiero, seguir sintiendo esto... esto que me oprime el pecho, esta sensación de estar cayendo desde lo más alto y caer sobre llamas, aquellas que queman y hacen que mi cuerpo se estremezca. Esa extraña sensación de correr, pero nunca verle el fin a esa carrera y solo toparme de nuevo con ese monstruo.

Porque el diablo tiene mil caras y Seth es uno de ellos, un ángel con el corazón lleno de maldad.

Cierra la puerta y sube las escaleras. Suspiro, aliviada. Me doy la vuelta boca arriba y miro el techo; las manchas de humedad que hay sobre él se han agrandado. Me siento en la orilla del colchón y meto mis pies en las pantuflas. Agarro la silla y miro por la pequeña ventana, creo que es primavera o tal vez verano, las pocas flores que logro ver, ya han florecido, los aspersores se activan y las gotas de agua mojan el vidrio empañado por mi respiración.

Me bajo con celeridad de la silla, pues acabo de oír los seguros de la puerta.

Levanto la atención mientras dejo la silla en su lugar; Nate entra con una bandeja. Me siento sobre el colchón con las piernas cruzadas y me paso un mechón de cabello detrás de la oreja.

Nate sonríe dulce y deja la comida frente a mí.

¿Por qué es tan bello?

¿Por qué es tan dulce y tierno conmigo?

¿Por qué simplemente no es igual que Seth para así poder odiarlo más fácil?

—Creí que debías tener hambre.

—Sí, algo —respondo con un encogimiento—. Gracias, Nate.

Me levanto un poco y le doy un beso en la mejilla.

—No tienes nada por qué agradecer.

Sonríe.

Agarro el tenedor y pico un pedazo de fruta. Nate me ve como si quisiera decir algo.

—Vamos, dilo ya —incito. Frunce el ceño—. Sé que quieres decir algo, así que dilo ya.

—Te amo, sí. Sí. Te amo, lo admito y no sé en qué momento pasó, solo sucedió y ya.

Apoya un brazo en la cama y todo su peso cae sobre esta.

—Es muy dulce de tu parte enamorarte de una persona como yo —musito.

—¿Alguien como tú?

—Nate, no soy una buena persona y lo sabes, he matado a muchas personas. Mis manos están llenas de sangre.

—Sí —interrumpe—. De gente que es mala.

Con dos dedos levanta mi barbilla para que lo mire a los ojos.

—Aun así, eran personas.

—Pero yo te amo así. No me importa lo que hayas hecho... Te amo.

—¿De verdad? —Asiente—. Esto no es una broma, ¿cierto?

—Para nada.

—Yo no sé qué decir.

—No digas nada, solo... no digas nada.

Se acerca, aprieta sus labios contra los míos y me besa. Los moja y, de vez en cuando, suelta un poco para volver a morder.

Nate Beckett... quién iba a decir que el destino nos tenía deparadas muchas cosas. 

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