Capítulo 21. 🔥
Nelly
Con la punta de un lápiz, dibujo una línea sobre la pared y con esa línea en medio, sumo cinco días más. Haciendo cuentas desde que Seth me llevó a esa habitación horrorosa y el tiempo que llevo en este sótano, llevo casi dos meses fuera de casa. Pienso en lo que podría hacer en este momento, si estuviera afuera, pero la incesante culpa me invade, provoca que lágrimas resbalen. En gran parte, me siento culpable por esto que me pasa, pues si me hubiera dado cuenta de la clase de persona que es Seth, jamás lo hubiera dejado entrar en mi vida, pero como dicen: «el hubiera no existe».
Me subo en la silla para mirar el firmamento. Amanece. Los aspersores mojan el pasto y unas gotas salpican el vidrio. Toqueteo el cristal, suspiro. Las flores que están en el jardín han florecido, sonrío. Me bajo al oír la puerta abriéndose. Corro hacia la cama, me hago un ovillo y cierro los ojos.
—Buenos días.
Su voz retumba en mi cabeza y cada que la escucho, el miedo se apodera de mí. Mis manos tiemblan y mi corazón late a tal rapidez, que siento que se saldrá en cualquier momento de mi pecho
—He dicho: buenos días.
Nunca había tenido tanto pánico como lo tengo cuando él se me acerca.
—No tienen nada de buenos —susurro. Reviso lo que trae en sus manos—. No —jadeo—. Por favor, no.
Le suplico con la mirada.
—La última vez no me quisiste decir nada de Vera, y ahora lo harás por las buenas o por las malas.
Levanta un hombro y agarra un cuchillo, de solo mirarlo, este brilla por el filo que posee.
—No, Seth.
Se acerca, tira de la cadena, me arrastra de la cama hasta el suelo y caigo boca abajo; mi labio empieza a sangrar, me jala del brazo y me sienta en la silla.
—Vas a decirme todo —musita. Me sacudo—, Vale. —Me pega una bofetada—. Hablarás. ¡Maldita sea, Nell!, ¡no me lo pones difícil! —Me da otro golpe tan fuerte, que mi mandíbula se va de lado y no tardo en caer—. ¡No me hagas hacer esto! —espeta—. Habla. —Sigo sin separar los labios—. ¡Carajo!
Suspira profundo y acomoda sus manos en su cintura.
—¡Ya!, ¡por favor! —jadeo. Me arrastro por el suelo para alejarme—. Ya déjame —Vuelve a agarrar la cadena y no duda en hablar—. Ya no me toques —sollozo.
—¡Me vas a decir todo sobre tu madre!
Me sienta en el suelo y se coloca detrás de mí para rodear mi cuello con su brazo.
—¡No! —grito, forcejeo—. Jamás te diré nada de ella. —Se estira hacia la cama—. Nunca traicionaría a mi madre... yo no traiciono a la gente que amo.
Le escupo.
—Basta, Nell —masculla. Me retuerzo más—, ¡basta! —Roza el cuchillo por mi cuello—. Habla, solo tienes que hablar y esto terminará.
—¡Jamás me escuchas!, ¡jamás!
Lucho con todas mis fuerzas para zafarme de él, pero estoy tan débil, que se me dificulta pelear en su contra.
Baja el cuchillo por mi pecho mientras me cubre la boca con su mano, las lágrimas empiezan a salir. Se detiene en mi brazo y hace un corte a lo ancho de él, arde como nunca; la sangre cae sobre mi ropa sucia y se desliza por el suelo. Hace otro laceración más profunda y más ancha. Sollozo. Más líquido vital es derramado.
Seth me suelta, me dejo deslizar. Gimoteo más al agarrar y presionar las heridas.
—Algún día me vas a decir lo que quiero.
Tensa la mandíbula.
—Nunca —susurro a duras penas—. Jamás la voy a traicionar como lo hiciste tú conmigo. —Él se aleja, estrella la puerta con sus puños, con tanta rabia —. ¡Te odio!
Se desgarra mi garganta al continuar gritando. Algo dentro de mí se rompe. Durante cada día hay una gran grieta sobre mi alma... Ahora solo quedan rastros de lo que en algún tiempo fue hermoso y lindo.
Una figura del mismo tamaño que Seth irrumpe.
—¡¿Qué demonios haces?!
Me giro y enfoco mi vista nublosa en Nate, quien agarra a su hermano del cuello de la camiseta y lo empotra contra la pared.
—Eres un maldito cobarde —sisea.
Lo empuja fuera del sótano.
Agarro un pedazo de mi ropa y lo rasgo. Rodeo mi brazo con el retazo y me tumbo sobre la cama.
¿En qué momento el amor pasó al odio?, ¿en qué momento todo se fue a la mierda?
Entra al baño, luego se acerca con el botiquín bajo su brazo.
—Nelly...
—Nate.
Me ayuda a ponerme de pie, me sienta a los pies de la cama y me quita el pedazo de tela que cubría de mala manera, la cortadura.
—Vas a estar bien.
Sacudo la cabeza sin dejar de sollozar.
—No es cierto, no mientas, no me digas mentiras.
—He pensado en algo.
Empieza a coser la herida más profunda, pone una gasa cuando termina y la otra cortadura la cubre con una gasa, después la rodea con una venda.
—¿En qué?
—Te voy a sacar de aquí. Vas a salir de este jodido infierno —gruñe.
Levanto la cabeza. Me hallo con sus luceros que me recuerdan el cielo.
—¿Cómo?
—Estoy pensando en un buen plan. Deja que todo esté listo y yo mismo te voy a sacar de aquí.
Finaliza su labor, tira algunos algodones, algunas gasas y el retazo de tela, a la basura. Asimismo, deja el botiquín en su lugar y se marcha a paso lento.
Me quedo sola en este apestoso sitio que huele a humedad y muerte.
Si el karma existe, creo que ya me tocó. En este momento quisiera estar muerta, en vez de continuar en este maldito lugar, en este maldito infierno. Solo quisiera desaparecer y jamás regresar.
Me acuesto de lado, cansada y deteriorada.
Estar muerta sería la mejor manera de ya no sentir dolor, ni tristeza, ni amor ni nada... Estar muerta es la mejor opción para mí ahora. Solo eso deseo, quiero dormir, dormir para siempre y no volver a despertar.
Mis ojos yacen muy húmedos e hinchados, los siento pesados y las ganas de dormir se apoderan de mi sistema. Me duele el cuerpo, el alma y el corazón; me arde que la persona que más amaba, me trate como la peor basura del mundo, como si yo solo fuera un pedazo de piedra, sin sentimientos, con mi cuerpo marcado como un simple objeto que es fácil de astillar.
Seth
—¿Has visto que la hija de Vera desapareció? —inquiere él.
Entré en el comedor y me encontré con Jared desayunando. Le da la vuelta al periódico mientras ingiere algo de fruta.
—Sí, lo han pasado en las noticias.
Me siento lejos de su presencia.
—Tú no tienes nada qué ver, ¿verdad? —Quita la mirada de los anuncios para fijarse en mí—. ¿O sí?
—No, yo no sé nada. ¿Por qué la pregunta?
Entrelazo los dedos sobre la mesa.
—Pues como decías amarla mucho... Pero dudo de tu amor por ella.
—Yo la amaba —Trago saliva—. Aún...la amo.
—No, tú no puedes amar a nadie, no sabes lo que es el amor —espeta. Arrugo el ceño—. Tú no tienes idea de nada, solo eres un niño.
La sangre sube hasta mi cabeza y el coraje se apodera de mí.
—¡No soy un niño!
Al levantarme, la silla se estrella contra el mármol.
—Solo tienes veintitrés años, Seth —justifica, calmado. Se pone de pie y apoya las manos en la mesa—. No sabes nada de la vida, del amor... absolutamente nada. Juegas a ser un hombre, pero solo eres un niño.
—Tú no me conoces —ladro. Me acerco con violencia—, tú no sabes nada de mí, porque desde que recuerdo, siempre fui un estorbo para ti. Cada que podías, me pegadas, porque según tú, era tu manera de educarme. —Lo agarro del abrigo y lo miro a los ojos, me puedo ver en ellos. A quién quiero engañar, yo soy Jared, soy él o soy mucho peor—. Nunca me has querido. Solo te sirvo para hacer tu trabajo sucio. Tú me has convertido en esto.
Lo suelto. Se apoya en la pobre mesa y tose con suma dificultad.
—Eres así porque quieres. Siempre andabas bajo las faldas de tu madre, temeroso y débil. Solo querías estar con ella y no la dejabas en paz, siempre serás vulnerable —musita; empieza a toser otra vez—. Yo debía hacerte un hombre, como yo. —Se da golpes en el pecho—. Debías entender que los hombres no lloran y que no son débiles. Tú eres como yo y por eso me siento orgulloso de ti. No me arrepiento de nada, de ningún golpe, de ningún insulto...
No puedo creer lo que suelta.
—Estás mal. —Me alejo—. Estás muy mal —mascullo.
Salgo de su casa para ingresar a la mía. Entierro los dedos en mi cabello, revolviéndolo.
Todo lo que ha dicho Jared me pone mal. No puedo ni mirarlo a los ojos porque, cuando lo hago, me veo en ellos y me da miedo, pues me percibo dentro de unos años, peor de lo que soy ahora.
Jared es de piel blanca, cabello negro y ojos verdes, ni Nate ni yo nos parecemos a él, sino a mamá. En lo único que me parezco es en la gama de orbes.
Mamá poseía unos hermosos luceros azules, cabello rubio y sonrisa fantástica. Era muy bella; Nate y yo somos como ella, pero por dentro, yo soy como Jared, y Nate como nuestra madre.
Nate es y siempre será el más noble de los dos... yo siempre seré la oveja negra de la familia.
Termino de preparar la comida, acomodo todo sobre la bandeja y bajo.
Dejo la bandeja en la silla. Me acerco al tieso colchón; veo su cabellera rubia salir de las frazadas. Está cubierta hasta la cabeza. Lo comprendo, pues aquí abajo hace muchísimo frío. Corro a mi recámara, y saco lo que necesito. Regreso.
La cubro con un cobertor más grueso. Me siento en el suelo. Su cara está más delgada y su cabello ya no brilla como antes. Descubro mejor su rostro para examinarla a fondo; sus pestañas revolotean y su respiración es lenta, pero calmada.
—Sé que me odias y yo también me odio por hacerte esto. Sé que no quieres ni verme y si yo fuera tú, quisiera estar lejos de mí, pero también sabes que la lealtad a la familia es lo primero en este mundo, sabes que la traición se paga y...quiero que sepas que algún día pagaré por esto que hago. Cada maldito segundo. —Me acerco y le doy un beso en la mejilla, ella se retuerce un poco—. Sé que algún día pagaré por cada uno de mis pecados y entre esos, está esto. Me iré al infierno, eso lo sé y espero que tú no estés ahí, porque eres demasiado buena para mí. Carajo, Nell. Eres demasiado mujer para cualquier hombre, nadie se merece alguien como tú, ni yo, ni nadie.
Acaricio su cabeza. Me trago un gemido de melancolía al enredar los dedos con sus hebras.
Me pongo de pie y salgo sin mirar atrás.
Nate
Sé que le he prometido sacarla de este lugar, salvarla de Seth y devolverle la libertad que tanto se merece. Aún no sé cómo haré eso, pero ya es un propósito importante. La voy a sacar de aquí y ella no regresará jamás.
Veo que papá sale de la propiedad, Dan se asegura que nadie esté cerca y cuando el auto de Jared sale, cierra la verja y regresa a la caseta de vigilancia. Cuando me mira, solo asiente con la cabeza y sonríe. Me alejo y entro a la casa de Seth. Ingreso al sótano con suavidad.
—Nate.
Me giro. Ella sale del baño solo con una toalla enredada a la altura de los pechos. Me doy la vuelta para darle un poco de privacidad.
—Lo siento.
—No, no te preocupes. ¿Pasa algo malo?
—No, yo... solo... —Me rasco la nuca, nervioso—. Ya sé cómo puedes salir de aquí.
—¿De verdad? —La encaro e ignoro que ella está desnuda debajo de esa toalla—. ¿Y cómo?
—Será fácil, pero si algo sale mal, estamos jodidos, más que nada yo por ayudarte.
Hace una mueca de lado, su cabello cae en sus hombros, Está húmedo. Las clavículas resaltan por encima de su piel, bajo un poco y veo la herida en su brazo. Están frescas todavía.
—No sé si confiar en ti —murmura—. Quizás eres como él.
—Estoy arriesgando muchas cosas. No me puedes decir que soy como él y que no confías en mí.
—No es eso...
—Sí es eso y yo te entiendo. Ya no sabes ni en quién confiar. —Asiente—. No te preocupes —sonrío —. Si yo estuviera en la misma situación, también desconfiaría de todos.
—Gracias por ayudarme a irme de aquí.
—Mañana vengo por ti.
Ahora debo cumplir mi promesa y sacarla o al menos intentarlo.
Seth
Llego a casa y, como puedo, estaciono el auto. Creo que choqué al entrar, pero no me importa, lo único que quiero es a Nell, meto la mano al bolsillo de mi pantalón y busco las llaves, pero no están, busco en los demás bolsillos hasta que las encuentro en el trasero.
Meto las llaves en el picaporte, pero se me dificulta atinarle a la cerradura. Entorno los ojos y al fin logro ver la cerradura; escucho cómo el mecanismo de la cerradura se abre, todo está oscuro y solo las luces de las lámparas de la casa de afuera iluminan un poco. Abro y cierro la puerta de golpe; me pego en la rodilla con el sofá, doy un grito de dolor y a tientas llego hasta el inicio de las escalares para ir al sótano.
Ingreso en la pequeña habitación. Trastabillo, me apoyo con el muro adyacente y la busco con la vista deteriorada.
—¡Nell! —llamo, embravecido—. ¡Nell! —Choco con la cama—. ¡Maldita sea, Nell!, ¿dónde estás?
Su silueta se mueve en la penumbra.
—¿Qué quieres, Seth? —Enciendo la luz y veo que se frota los ojos con las palmas, luego observa más allá de mis hombros—. Joder, Seth, son las tres de la mañana. Además, estás borracho.
Camino hacia ella.
—Nell —suelto. Un hipido sale de mi boca—. Nell, soy un idiota.
Me dejo caer al suelo de rodillas.
—Seth, estás borracho. —Frunce la nariz como si yo apestara—. Ve a dormir y déjame en paz.
Esta vez arruga sus cejas y recalcula. Me acerco por enésima vez.
—Nell, yo te amaba. —Se cruza de brazos y se ríe de mí, ella se burla de mis sentimientos—. Nell, mi amor, no te rías, en verdad te amaba...
—Tú no amas a nadie. —Se quita el cobertor de las piernas y con su cara aún adormilada, se sienta y suspira.
—Tienes que creerme —exhalo. Cojo su cara y la acaricio con los pulgares—. Yo te amaba, pero todo se fue al demonio cuando supe que eras hija de Víctor.
Intento pegar mis labios a los suyos, pero ella se separa de mí. Me empuja, mas no me separo de ella. Me propongo en meter mi lengua en su boca, sin embargo, me muerde el labio como pago.
Estoy tan borracho que de un empujón suyo nos separamos. No tarda en escupirme.
—Jamás vuelvas a tocarme, imbécil. Me das asco.
Se limpia la boca con estupor. Una especie de rabia se apodera de todo mi cuerpo, mi cerebro les dice a mis extremidades que se calmen, mas no surte efecto. Empuño las manos, pero la razón ha desaparecido y no puedo pensar bien.
Me acerco, la acorralo entre la cama y la pared, la tomo de los brazos y vuelvo obtener un beso, pero lo único que tengo es rechazo de su parte. Cierro mis dedos sobre su piel, le doy una bofetada y empieza a gritar. Su cuerpo va a dar al suelo. He perdido el control y ya no hay nada por hacer.
Se hace un ovillo mientras mis puños van a dar a su cuerpo y su cara; sus súplicas son cada vez más fuertes, en ellas pide que pare y que la deje en paz. Aquello me enfurece más. Entonces, unas manos me alejan de ella. Me empujan contra la pared, y en el proceso, mi cabeza colisiona contra el concreto. Gruño.
Observo con la mirada trémula a mi hermano acercarse a una Nelly muy malherida.
Regresa, rabioso.
—¡¿Estás loco o qué?! —Me agarra de la camisa y me levanta—. ¡La vas a matar!
Me empuja fuera del sótano, miro por última vez a Nell que llora y está pegada a la pared.
Con los pocos sentidos que tengo, me doy cuenta que jamás la había visto así... tan llena de miedo, tan frágil, tan rota.
—Nell... —Extiendo mi mano hacia ella, pero mete su cabeza entre sus piernas. Aprieto los dientes—. ¡Te vas a arrepentir y vas a suplicarme que te toque!
De repente, mi hermano está a mi lado, arrastrándome.
Nate me lleva escaleras arriba con su brazo enredado en mis hombros o algo así. Hace lo posible por que no tropiece.
—Yo la amo —berreo. Me suelta en la habitación—. La amo tanto.
—Si la amaras, no le pegarías como lo hiciste—resuella. Hace que me acueste—. Esta. —Me señala con su dedo índice—. Esta es la última vez que te dejo que le pongas una mano encima, la próxima vez te rompo la cara a golpes, ¿me escuchas?
Asiento.
Me quita toda la ropa. Se cerciora que no me moveré más, para luego marcharse y dejar todo a oscuras.
Mierda.
Nelly
Me duele todo el cuerpo. Todo en mí yace lastimado.
Tengo las uñas con sangre y debe ser porque lo rasguñe para tratar zafarme de su fiero agarre. Suelto un frágil gemido. Me hago un ovillo por tercera vez, y me echo a llorar como nunca. No puedo quitarme de la cabeza su mirada; él nunca me había mirado así... era una mezcla de deseo, pero a la vez de odio... era como un enfermo, alguien que no tiene raciocinio, ni una pizca de sentimientos dentro de sí.
Mis lágrimas hacen que la piel de mi cara arda, pues caen justo en las heridas sangrantes. No hago ni el mínimo intento de levantarme de donde estoy, gracias al dolor gigante que me acaricia.
Me quedo en el mismo rincón. Sin embargo, intento fusionarme en él por tan solo oír pasos y el chillido de la puerta al abrirse.
—No tengas miedo, soy Nate.
Él me mira con lástima, sé que debo estar hecha un asco. Me ayuda a levantarme y me sienta en la orilla de la cama.
—Nelly. —Se ha posado en sus rodillas para inspeccionar cada daño en mi piel. Sollozo por solo obtener su bondad—. Vamos a darte un baño, mira cómo estás. ¿Vas a despreciar una tina con agua caliente y espuma? —Arquea una ceja, niego con la cabeza y con sus pulgares limpia mis lágrimas—. Sabía que no eres tonta.
Una risita se escapa de mis labios. Me quita el grillete del tobillo.
—¿Por qué no habías venido? —suspiro.
—No había podido venir porque estaba en un viaje.
Nate pasa un brazo sobre mi hombro y su mano derecha la posa sobre mi estómago, me ayuda a erguirme, pero no puedo. Exhala, toma una bocanada de aire y en menos de los esperado, soy cargada por él y mis pies cuelgan libres. Sube las escaleras, meto mi cabeza en el hueco de su cuello y cierro los ojos.
Al abrirlos, veo una linda sala bien acomodada, con una mesa de billar. A pesar de ser pequeña la casa, es hogareña. Entramos a una habitación, todo está bien ordenado y limpio, no como el apestoso sótano donde duermo.
Nate me baja con cuidado y me deja en el suelo, me agarra de la cintura y me lleva con él. Abre una puerta de madera con adornos alrededor de esta; es un baño, no dudo en fijarme en cada centímetro de él. Tiene todo bien acomodado, como la cocina y la sala de la parte de abajo.
Miro la tina; el espeso vapor se eleva hasta chocar con el techo. El ambiente es cálido, Nate me observa y vacila, como tratando de buscar las palabras correctas.
—¿Qué pasa? —musito.
Se arrodilla frente a mí.
—¿Puedes bañarte sola? —susurra, avergonzado.
Pasa sus manos por mis rodillas.
—No...no creo que pueda, me duele todo.
Sonríe.
—Vale, yo te baño —ríe, nervioso—. ¿Pero no te da pena que te vea desnuda?
—A estas alturas ya nada me da pena —bromeo.
Trato de esbozar una sonrisa y él cambia su risa por una dulce.
Me levanto del retrete, me quita el pantalón, lo desliza sobre mis muslos y lo avienta al bote de basura. Sube hasta mi rostro y pasa sus manos tibias sobre las magulladuras, llega al borde de mi blusa, repite el proceso anterior para encestarla en la cesta. Me desabrocha el sujetador y me quita las bragas. En otra ocasión me hubiera dado pena que alguien que no fuera mi novio me viera desnuda, pero en este momento y estando en la situación en la que estoy, la pena no existe en mi vocabulario.
Nate me ayuda a entrar a la tina, la cual rebosa en espuma blanca. Me recargo en la fría loza mientras él se sienta en un banco, agarra una botella de champú y empieza a lavar mi cabello. Mantiene una sonrisa en sus labios.
—¿Qué? —Trato de mirar hacia arriba—. Nate, ¿Qué hiciste?
Sigue riéndose y me pasa un espejo, con la espuma del jabón, ha hecho un peinado extraño en mi maltratado pelo.
—Te ves hermosa —ironiza.
—Estoy hecha un asco.
Inspecciono mi reflejo, mis labios han perdido su color, mi cara está roja e hinchada por los golpes, mi pómulo izquierdo se está poniendo entre morado y azul y mi ojo derecho también se empieza a hinchar.
Decido entregarle el espejo.
—No eres un asco —suelta. Deja el espejo en su lugar. Entretanto, agarra una esponja y con demasiado cuidado, empieza a frotar mi piel. El aroma a cereza invade el ambiente—. Eres bonita.
—No me mientas.
Bajo la cabeza.
—No miento, nunca te mentiría.
Pasa la esponja por mi brazo y con cuidado frota la zona. Sacude su cabeza y suspira.
—¿Qué te molesta?
—Esto. Es un asco todo.
—Y tú no eres el que vive en un sótano —bufoneo.
Medio sonrío, pero parece que él no le hace gracia.
Nate
—Te prometo que jamás te volverá hacer eso. —Señalo las heridas.
—No prometas cosas que no puedes cumplir —regaña. Sus ojos me acusan.
—Sí puedo y para que te des cuenta, todo va a cambiar. Hoy mismo te saco de aquí.
Sus ojos brillan al verme.
—¿De verdad? —Su voz ha cambiado y parece feliz.
—Sí, de verdad.
Trago saliva, froto su espalda y veo un lunar sobre su piel, es perfecto y seductor.
Ella se deja bañar y solo hace algunos gestos de dolor cuando toco su piel lastimada. Quito el tapón de la tina y el agua empieza a bajar. Con la regadera, le quito la espuma. Después, la cubro con la toalla y, con otra, seco su cabello. Sonreímos al finalizar.
La cargo escaleras abajo. La dejo en el sótano para que se cambie. Mientras tanto, acerco el auto a la casa de Seth y me aseguro que la puerta de su habitación siga cerrada.
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