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Capítulo 19. 🔥

Camila

—Vera...

Me acerco para sentarme a su lado.

—Seth se ha ido, pues dice que ahora que Nell no está, él ya no tiene nada qué hacer aquí y lo entiendo. Él la ama demasiado. Al igual que nosotros, no podemos aceptar que ella no esté aquí.

—Ella no pudo escribir eso —escupe. Tira el papel—, ella no se fue.

—Lo sé. —La abrazo—. Yo tampoco creo que se haya ido.

Vera se deja abrazar, cosa que jamás ha hecho; ella es fuerte y quiere que sus empleados la vean así, y no débil, pero en este momento el muro que ha levantado sobre sus sentimientos se ha caído por completo.

—¿Has llamado a la policía? —expongo, calmada.

Se separa.

—Sí. —Agarra un pañuelo y se seca las lágrimas—. El jefe de la policía era amigo de Víctor y me dijo que, si algún día necesitaba algo, le llamara y eso hice, pero soltó que nadie de su gente ha visto a mi hija.

Solloza más. Su labio tiembla, esa es una señal clara: no podrá cesar el llanto.

—Nell tiene que aparecer. No se pudo ir... ella me hubiera dicho algo.

Se pone trémula.

—La vamos a encontrar —comento. Vera agarra mis manos—. La vamos a encontrar.

La abrazo con fuerza. Ella es mi segunda madre y esta es mi familia; no puedo verla así, me duele en el alma que esté rota... tan destrozada.

Nelly

Este tipo se está portando un poco más amable, ya no me deja sin comer por varios días, aunque es poca la comida que me da, prefiero eso a no recibir nada. Casi no lo veo, solo me entrega el alimento, se va por unos minutos, regresa por el plato y vuelve a largarse.

Cómo quisiera salir de aquí, ver a mi mamá y darle muchos besos, aquellos que no le di; deseo ver a Cami e ir con ella a algún bar, tomar alcohol hasta morir y reír; cómo quisiera ver a Seth, mi novio, al que amo y necesito más que a nadie. Espero que él esté bien. Desde ese día no sé sobre su presencia y temo que le hayan hecho algo.

Me limpio las lágrimas y me pego más a la pared para no pasar frío, agarro el abrigo y me cubro con él. No auxilia mucho... Algo es algo.

Abro los ojos y las luces se han apagado, al igual que la música. La habitación ya no es totalmente blanca, puedo ver que son de color gris, que hay dos pequeñas ventanas por donde se escapa la luz y por fin me percato que es de noche.

Sonrío por ello.

—Ya despertaste.

Miro hacia donde proviene la voz y, a lo lejos, en la oscuridad, hay un hombre. Solo veo sus pies, ya que las luces no llegan hasta su rostro. Entrecierro mis orbes para poder verlo mejor, pero mi vista no es muy buena.

—¿Quién eres tú?, ¿Qué quieres de mí? Si quieres dinero, le puedes pedir a mi madre y ella te dará lo que quieras.

—No quiero dinero, ya tengo mucho. —Su voz se me hace conocida—. Te quiero a ti.

—¿A mí?, ¿para qué?

Entorno los ojos, pero no distingo su rostro, solo la ropa que lleva y es algo casual; tenis blancos, pantalones de mezclilla azul y una camisa del mismo color.

—Quiero vengarme de tu madre, deseo que pague por todo lo que ha hecho.

—No te entiendo. —Él se pone de pie—. ¿Qué te ha hecho Vera? —Camina en mi dirección. Entre más se acerca, mejor se ve—. No —digo con horror—. Tú no.

Empiezo a llorar, algo dentro de mí se rompe, no sé si es mi corazón o mis esperanzas.

—Tú no —musito. Me cubro la cara con las palmas, así no podré verlo más para no soltar otras lágrimas.

Un escalofrío empieza por mi mandíbula y se extiende por todo mi cuerpo, el cual tiembla, no sé si es por el frío o por el horror que me provoca verlo a los ojos. Por fin descubrí al monstruo que me tiene cautiva.

—Mírame, Nell.

Me quita las manos de la cara. Me agarra de la barbilla con muchísima fuerza y me obliga a observarlo. Aprieta, siento que romperá el hueso que sostiene con tanta furia. No obstante, aprieto más los párpados para mirarlo.

—¡Mírame, joder! —Lo hago. Me encuentro los suyos, una mezcla turbia de verde y miel—. Mírame. —Su voz se quiebra y sus ojos se empañan—. Ahora soy tu peor pesadilla, cariño —pronuncia con el tono rencoroso e incluso rabioso.

—Seth, tú no...

Se coloca detrás de mí y cubre mi boca con un pañuelo. Forcejeo para librarme de sus brazos, pero estoy tan débil y él es tan fuerte, que no lo logro.

El aroma de la tela me marea, me torna somnolienta y por fin cumple su cometido: hacerme caer en la profundidad del sueño no querido.

Seth

Está mal todo lo que hago, pero es la única manera de hacer pagar a Vera. Lo pensé mucho antes de hacer esto. Fue tan difícil el solo pensar en hacerle daño a ella; la sola idea de pegarle o dejarla sin comer, me hacía sentir tan mal, que me daba asco mi propia existencia.

Sin embargo, la ira se apoderó de mí y aquí estoy, conduciendo con mi novia inconsciente, atada de manos y pies por si despierta antes de llegar a casa, porque conociéndola, va a querer escapar.

Pongo música para tratar de alejar los pensamientos que me atormentan, pero eso ya no sirve, ni la música, ni el alcohol ni ningún tipo de droga me ayudará con esta gran culpa.

Después de dos horas de camino, llego a casa. Salgo. Tomo a Nell de los pies y la jalo hacia mí, la apoyo un poco en el asiento y la agarro de la cintura levantándola. Cierro las puertas del coche.

Ingreso en mi hogar y me aseguro que Nate no esté. Camino hasta el final del pasillo, bajo las escaleras con dificultad, bajo con cuidado de no tropezarme y le quito todos los seguros al portón metálico. Dejo a Nell en la cama que he preparado para ella. Agarro las cadenas que están pegadas al suelo y abro el grillete, meto su tobillo y lo cierro.

Veo el sótano; sé que es pequeño, pero hay suficiente espacio, incluso hay un baño con todos los servicios, una cama y tiene lo suficiente para el tiempo que estará aquí encerrada.

La examino, la cubro con una frazada y salgo del sótano.

Sé que me va a odiar después de esto y no es para menos, pues me lo merezco.

Merezco eso y más, incluida una muerte horrible.

Nelly

Siento una calidez bajo mi cuerpo, la cual no había sentido los últimos días.

Abro con lentitud los ojos y me hallo con una habitación distinta. Es más pequeña, pero es más acogedora. Una frazada cubre mi cuerpo deteriorado; la misma ropa que traía días atrás es la que traigo puesta. Me levanto con dificultad, pues mi cabeza da vueltas y veo todo doble.

Hay un armario en la pared (hay ropa en su interior), una pequeña ventana que deja ver la luz de la luna, en el otro extremo hay una puerta y veo que hay un baño ahí. Observo la cama, es pequeña. Me estiro, pero escucho un ruido bajo mis pies; un grillete rodea mi tobillo y una cadena está pegada a este. Agarro la cadena con mis manos, apoyo mis pies sobre el suelo y jalo, esto me provoca ardor en las palmas. Jalo más fuerte, pero lo único que consigo es caer de espaldas.

Tengo unas ampollas en las manos y los pies, duelen hasta el alma.

—Solo te estás haciendo daño.

Miro sobre mi hombro y ahí está Seth, quien se recarga en el marco de la puerta. Su rostro está tan tranquilo, como si esto fuera normal para él. Me alejo lo más que puedo y me subo a la cama, abrazo mis piernas y meto mi cabeza entre mis rodillas.

—¿Qué es lo que quieres de mí? —gimoteo.

«No llores, no le demuestres lo débil que estás».

Nunca me había sentido así de mal. Me siento asqueada de la persona que tengo enfrente. Además de traicionada y dolida, estoy rota, completamente rota. Él me ha defraudado y lo único que quiero en este momento es llorar, pero no quiero que me vea débil, no quiero que sepa que me hace daño y que puede hacerme sentir mal.

Seth se ha convertido en la peor decisión de mi vida.

Lo odio con todo mi corazón, con rabia, asco y dolor.

Me dan ganas de agarrarlo a golpes y desfigurar esa bonita cara de ángel que tiene.

Seth

—¿Qué quieres de mí? —pregunta triste y con la voz rota—. ¿Por qué me tienes aquí? Déjame ir.

—No puedo.

Me siento en el bordo del colchón.

—¿No puedes o no quieres?

Su cabeza sigue metida entre sus piernas, intento acercarme, pero se pega más a la pared.

—Es complicado. —Levanta la cabeza y sus ojos tienen unas gotas en el bordo de sus pestañas—. Nunca lo entenderías.

Me ve con coraje y odio.

Sus orbes se vuelven más oscuros y se puede decir que me tiene miedo

Le tiene miedo al monstruo que se cierne sobre ella.

—Solo eres un maldito cobarde —espeta. Irradia toda la melancolía que siente—. Eres una basura. ¡Eres lo peor!

—Di todo lo que quieras, Nell, aun así, no saldrás de aquí. Estarás en este sótano, encadena. No intentes gritar, nadie te va a escuchar, nadie va a venir a ayudarte; no intentes escapar, porque es imposible hacerlo, está reforzada y nadie entra o sale sin mi consentimiento, solo podrás salir cuando yo esté aquí, para ir a comer. Si yo tengo que salir temprano, te dejaré el alimento y lo harás aquí. Tienes un baño para poder ducharte, la cadena llega hasta él.

—Tienes todo planeado.

La ignoro. Apoya su cabeza sobre sus rodillas, ausente.

—Tienes algo de ropa ahí. —Señalo el armario—. Sí necesitas algo del supermercado, solo me haces una lista y yo iré por tus cosas. No te quieras pasar de lista conmigo, porque si lo haces te dejaré sin comer o peor...

—¿Hay algo peor que esto? —ríe, irónica—. Vaya, no lo sabía.

Me acerco, agarro su barbilla y le provoco daño.

—No me hagas enojar, Nelly, porque no me conoces en realidad, puedo ser tu peor pesadilla... Seré tu infierno si me lo propongo —suelto sin remordimiento. Vuelve a carcajearse.

—Tienes razón, no te conozco. Todo lo que hacías era aparentar ser alguien quien no eres, nos vendiste la mejor de las imágenes, nos hiciste creer que eras alguien con sentimientos, cuando en realidad solo eres un pedazo de mierda y una persona que se está pudriendo.

Me yergo. Con mi mano le doy en la cara, ella cae, se levanta y no cesa su maldita risa.

—Pégame las veces que quieras, a ver si así dejas de ser una porquería. —Me escupe—. Pégame, Seth, hazlo, a lo mejor y solo así eres feliz. —Manoseo mi cabello. Prefiero salir antes de que ella desvanezca la poca paciencia que poseo—. Buenas noches, mi amor —satiriza.

Salgo del sótano y me aseguro que esté bien cerrado. Llego a la sala y me hallo con Nate, quien está sentado en el sofá. Me quedo sorprendido por verle.

—¿Qué haces aquí?

Se levanta y me contempla.

—¿Qué te pasó?

Señala mi camisa que yace manchada de sangre... la de Nelly.

—Nada. No es nada.

Me encamino hacia mi dirección.

—¿Seguro?

Me sigue.

—Sí, estoy seguro. Te pregunté: ¿Qué haces aquí?

Me quito la camisa y la lanzo al cesto de basura.

—He venido a cerciorarme que estás, dado que no suelo verte. Ese trabajo tuyo con Vera te ha convertido casi invisible.

Busco ropa más cómoda.

—No te preocupes por eso, ya no trabajo para Vera.

Me ve, incrédulo.

—¿Y tu relación con la rubia?

Se cruza de brazos. Asimismo, se apoya en el marco de la puerta.

—Ahora es una relación complicada.

Me visto con lentitud.

No puedo decirle que ella está abajo. Secuestrada.

—Estás muy raro. —Bajamos—. Has comprado cosas que no sé para qué necesitas si tienes todo aquí. Tampoco sé qué sucede, pero has cambiado mucho.

—Son solo ideas tuyas, hermanito. Estoy bien, todo está bien.

Eso es lo que supongo creer.

Me sumerjo en la cocina.

—¿Y tu venganza contra Vera? —suelta. Busco comida en el refrigerador—. Si ya no trabajas para ella, entonces, ¿Cómo te vas a vengar?

—Encontré una manera para vengarme de ella.

—¿Por eso las cosas nuevas?

Dejo los ingredientes en el comedor.

—Así es, hermanito. Si te portas bien, lo sabrás.

—No me quiero meter... No quiero saber nada de lo que estés haciendo. —Se aparta—. Suerte.

Se marcha, no sin antes haberse despedido.

Empiezo a preparar algo de cenar, Nell debe tener hambre y quiero que tenga una comida decente por primera vez.

Nelly

Siento el metálico de la sangre en mi lengua. Me levanto, mas antes, saco ropa del armario. Camino al baño, miro dentro y tiene todos los servicios, pero solo un jabón para poder asearme, escupo dentro del lavabo y ver mi saliva mezclada con la sangre, me hace sentirme un asco. Luego, me quito el vestido sucio, el cual apesta horrible. Lo tiro a la basura. Con dificultad, me quito el sostén e intento deshacerme de las bragas, pero la cadena en mi tobillo me lo impide. Resoplo. Busco algo que pueda auxiliarme a cortarlo, pero no hallo nada. Entonces tiro con mis manos hasta romperlas. Deshecho los retazos de tela.

Entro en la ducha y las gotas de agua se convierten en un efluvio de agua tibia; recorre mi cuerpo magullado y me da rabia verlo en mal estado.

El agua sale sucia, llena de tierra y no sé qué más. Me limpio el cabello varias veces. Me dejo caer y me abrazo a mis rodillas, ida.

«Esto tiene que ser una pesadilla. Debe ser una pesadilla.

Yo no puedo estar aquí. Seth no puede ser el hombre que ha planeado todo esto. Me niego».

Sacudo la cabeza.

Después de haberme dado tres duchas más. Salgo, engarrotada.

—Has pensado en todo Seth —río sola.

Aliso mis cabellos y me subo a la cama.

Sé que mamá no creerá en la carta, porque sabe que yo jamás me iría sin despedirme de ella. Y estoy segura que hará todo lo posible por encontrarme y cuando ese día llegue, todos sabrán de lo que es capaz una mujer enojada.

Seth ingresa con una bandeja. Lo miro de soslayo.

—¿Me puedes quitar el grillete? me quiero poner las bragas. —Niega—. Seth.

—Está bien.

Se arrodilla, busca en sus pantalones una pequeña llave. Me quita el grillete. Agarro unas bragas junto a unos pantalones. Seth mira cómo deslizo el pantalón sobre mis piernas, lo acomodo y él vuelve a ponerme la cadena.

Me trepo en el colchón y me cubro con las frazadas.

—Te he traído la cena.

Se sienta en la orilla.

—No tengo hambre —Me ve—. ¿Qué me miras?

—No dejas de ser una insolente y respondona.

—Sino te gusta la manera cómo soy, puedes irte, olvidarte que estoy aquí y así puedo morirme y dejar de ser una carga para ti. Eso es lo que quisiera estar... muerta. Mátame de una vez.

—No te voy a matar, no me sirves muerta. Come, necesitas comer.

—No quiero.

—Tienes que comer —ladra—. No quiero que te enfermes —masculla.

—Ahora te preocupas por mí —ironizo, vaya sorpresa. Agarro la bandeja, se la aviento, pero él la esquiva—. ¡No quiero nada que venga de ti! Lárgate. —Me pongo de rodillas y le señalo la puerta—. ¡Lárgate y déjame sola! —chillo, ya con lágrimas.

—¡Pues te vas a quedar sin comer!

—No me importa.

—Eres una tonta, siempre me he preocupado por ti. Te amaba, aunque tú no me creas. —Me río—. ¿De qué te ríes?

—Qué manera tan enferma de amar. Tú no me amas y yo a ti sí, te amaba... aún te amo. —Siento como la poca dignidad que tenía se va con esas palabras—. Todavía lo hago.

Baja la mirada, luego decide marcharse.

¿Cómo es posible que aún sienta amor por ese monstruo? Pero es cierto, lo amo, lo amo como nunca he amado a nadie y como nadie lo amará, lo amo a mi manera loca y desinteresada. Cada parte de mí lo ama y es lo más horrible que estoy sintiendo, porque él me está matando por dentro. Me tiene encerrada, me ha secuestrado y no sé cuánto tiempo estaré aquí y menos sé si saldré viva o muerta.

Es tan tonto amar a alguien como él, que solo me mintió y me utilizó para su conveniencia. Seth me ha roto el corazón y me ha dejado vacía sin esperanza ni ilusiones.

Seth es lo mejor y lo peor que me pudo haber pasado.

Odio a Seth Beckett.

Lo odio a morir.

Lo odio con toda mi alma.

—¡Te odio! Te odio tanto.

Sollozo de nuevo.

Seth

Escucho cómo llora y por un momento me dan tantas ganas de que todo esto sea solo una maldita pesadilla, pero es peor que eso, esto es un infierno en donde los dos nos estamos quemando por igual. Doy varios golpes a la pared mientras gruño de enojo y desesperación. Ella no debe verme así y no porque sea débil, sino porque sabrá que me mata hacerle esto y se aprovechará de eso.

Decido subir. Irrumpo en la sala, camino al sofá y me acomodo en él. Miro el techo, pienso qué haré para hacer pagar a los desgraciados que lastimaron a Nell; los he vigilado cada vez que se reúnen y no es un lugar muy grande que digamos, pero tampoco me voy a fiar. Ellos son pocos y yo solo uno. Sin embargo, no quiero meter a Nate en esto, no quiero que sus manos se manchen con sangre ajena.

—Hablando del Rey. —Se asoma por la puerta. Ríe como un niño... sigue siéndolo para mí—. ¿Qué pasa, campeón?

—Estaba aburrido en mi habitación —responde.

Me corro unos centímetros y se sienta a mi lado.

—¿Y Jared? —inquiero, desinteresado.

—Se fue, dijo que tenía unos asuntos que arreglar y se llevó a medio escuadrón de sus guardias, soltó que iría al Sin City, dado que hay unos problemas en el club y desea remendarlos. —Enciende la tele y cambia de canal—. ¿Y tú qué haces?

—Pensando —resuello.

Se carcajea.

—¿Ya piensas? —Arrugo las cejas—. Vale, no te enojes —Me da un golpe en el brazo—. ¿Por qué no estás con Nelly?

Si supieras, Nate.

—Difícil de explicar —Arquea una ceja—. Ella... Es que no sé cómo decirte.

Me rasco la cabeza.

—¿Te terminó? —Niego—. ¿Entonces?

—Está molesta conmigo —miento—. Muy molesta.

—Así son las mujeres. —Si tan solo él supiera—. ¿Y qué piensas hacer?

Me encojo de hombros, entonces su celular suena. Revisa la pantalla.

Me levanto y busco algo de tomar en el refrigerador, saco dos jugos. Nate se me acerca, apenado.

—Voy al Sky Room.

—Vale, pero no te metas en problemas.

—No prometo nada —ríe antes de marcharse.

A lo lejos se escucha el ruido de su auto, cómo este acelera a todo y cómo el ronroneo del motor desaparece poco a poco.

Busco en mi móvil el grupo de WhatsApp que tengo con mis amigos y les mando un mensaje.

Yo:
Necesito que vayan a esta dirección. 77 184th St.

Gale:
¿Queens? ¿Por qué allá?

Cas:
¿Qué hay ahí?

Yo:
Quién hirió a Nell está ahí.

Cas:
¿Sabes quien está ahí?

Yo:
Son gente peligrosa, les advierto que habrá heridos y muertes, pero no seremos nosotros.

Gale:
¿vas por todos?

Yo:
Sí, no me importa quién muera.

Cas:
Vale nos vemos ahí en una hora.

Sonrío. Me dirijo al sótano con los jugos en mis manos, los cuales aprieto al bajar cada escalón.

Nell está acostada, pero en cuanto me ve entrar, se sienta con su espalda contra la pared.

—Toma. —Le aviento el jugo y ella lo atrapa en el aire—. ¿No me vas a dar las gracias?

Me siento a los pies de la cama.

—Gracias por no dejar que me muera de sed.

Analizo la bandeja en el suelo.

—Te gustó la comida, eh—bromeo. Destapo la botella—. Estaba rica.

—He probado cosas mejores.

—Eres una malagradecida. —Ella se ríe—. No es gracioso.

—Yo no te pedí esto; déjame morir de hambre si tanto te cuesta darme de comer.

Me yergo.

—Eres... Me voy, espero que puedas estar sola.

—Sí, no te preocupes, no voy a ningún lado. Aquí te espero, cariño.

—No sé a qué hora regrese, pero en cuanto lo haga, vendré a verte por si necesitas algo.

Le doy la espalda.

—¿A dónde vas?

La ojeo por encima de mi hombro.

—Te dije que iban a pagar lo que te habían hecho y ya es momento para eso.

—¿Ahora te preocupas por mí? Uhm, gracias.

Se cubre con las cobijas.

—Siempre lo haré.

Me alejo.

Abro la puerta, pero antes de cerrar, atisbo que se cubre hasta la cabeza y en el confort de la tela caliente, se echa a llorar.

Cuando llego a la dirección, veo que Cas y Gale esperan en la entrada de la calle, me bajo del auto y me acerco.

—¿Qué pasa?

Del interior de mi chaqueta saco la dirección que me ha dado Jared, les entrego el papel y ellos lo revisan.

—Es la última casa —dice Gale—. Hemos dado una vuelta por el vecindario.

Asiento.

—Vamos a necesitar armas —susurra Cas.

Abro la cajuela y les muestro el interior.

—Este armamento puede destruir Nueva York por completo —bufonea Gale que saca una metralleta.

Cas se acerca y coge una pistola junto a un fusil.

—Bueno, vamos antes que me arrepienta.

Cas le quita el seguro a su pistola, cierro la cajuela y los tres nos acercamos a la casa donde se encuentran las personas que atacaron a Nelly.

«¿Por qué haces esto? Tú la odias».

Le prometí que quien le hizo daño, pagaría con su vida.

«La odias, no le debes nada, es la hija de tu peor enemigo».

Sacudo la cabeza para alejar dichos pensamientos. No debo dar marcha atrás y esto es lo último que haré por ella, nada más.

—Tú entras por delante y nosotros dos vamos por la parte de atrás —le indico a Gale.

Escuchamos ruido dentro de la casa, voces y música. Gale se queda enfrente; Cas y yo vamos por uno de los costados del hogar.

—¿Cómo estás? —pregunta Cas de repente.

—¿Con qué?

—Con lo de Nelly —suelta. Lo observo—. Cami y yo nos hemos visto un par de veces.

Levanto una ceja.

—¿Ella te gusta?

—Sí, nos llevamos bien. No me cambies el tema. —Rodeamos la casa y nos colocamos a un lado de la puerta trasera—. Ya veo por qué estás de mal humor —murmura.

—Yo no estoy de mal humor —gruño—. Su desaparición no tiene nada que ver con esto.

—Estás a punto de matar a quienes la hirieron, Seth. Yo creo que sí tiene mucho que ver.

Bufo.

—Ya cállate —susurro.

Le mando un mensaje a Gale informándole que ya vamos a entrar, miro a Cas que se pone un pañuelo en la mitad de la cara y yo hago lo mismo. Con cuidado, giro el picaporte e ingresamos.

—Ya.

Cas se coloca a mi lado, entro primero y él me cubre la espalda. Dejamos la puerta entreabierta y avanzamos por el pasillo hasta llegar a la esquina donde empieza la sala y la cocina.

Me asomo en la cocina; veo a tres chicos, beben y parece que están ebrios, puesto que uno de ellos se balancea de adelante hacia atrás.

—No sabemos cuántos más haya, pero veo tres —le digo a Cas, él asiente.

Salimos del pasillo; le disparamos a los chicos, sus cuerpos se llenan de pólvora, caen al suelo y la sangre empieza a correr con suma parsimonia. La música sigue a todo volumen. Gale entra por la puerta delantera, entonces oímos que se aproximan pasos que provienen de las escaleras.

Los tres nos preparamos para recibir disparos y golpes de ser necesario.

Un disparo me roza la pierna, contraataco y el pasamanos se rompe en miles de astillas. Otro más y el sujeto cae.

—¡Zashchiti tovar!

Alguien acaba de gritar aquello.

Disparo a diestra y siniestra a quien se me ponga enfrente, Gale se adelanta y sube las escaleras, detrás de él va Cas. Cuando voy a dar un paso, un tipo alto, rubio y con cara de matón, sale de un pasillo, se me echa encima y, sin esperarlo, de la espalda saca una navaja que entierra en mi costado izquierdo.

—Severoamerikanskiye ublyudki —murmura cerca de mi rostro.

—¡Seth! —grita Cas y empieza a bajar las escaleras. Le dispara al ruso que entierra más la navaja, su rostro se contrae y hace una mueca de dolor.

Cas le ha dado en el brazo. Antes de separarse, me otorga una mueca.

—Espera.

Cas se quita la sudadera y la coloca justo donde está la herida.

—Ve por él —exijo.

—¡Gale, vámonos de aquí! No te voy a dejar, ¡vamos! —ladra él, ignorándome.

Rodea mis hombros y salimos. Escucho disparos en el piso de arriba; Gale baja y nos cubre la espalda. Cas me ayuda a subir en su auto. En el momento que arranca, una camioneta se acerca de manera peligrosa. Nos choca por la parte de atrás y mi rostro colisiona con fuerza y el labio se me revienta. Cuando me incorporo, siento un corte en la ceja. Me siento todo magullado.

Salgo del auto y veo a Cas que sale también. Gale se acerca y nos ayuda a salir.

—¡Dispara! —le ordeno a Gale cuando la camioneta se acerca de nuevo.

Su metralleta está en su espalda, al reaccionar, la agarra y apunta; el vidrio del parabrisas se quiebra y el vehículo se va de lado. Me acerco a paso lento, abro la puertilla y saco al chico que manejaba. Lo agarro del cuello de la camiseta y lo arrastro hasta quedar lejos de la camioneta.

—Dime quién es tu jefe —musito. Lo acerco; es más joven que yo, de quizá diecisiete o dieciocho años—. ¡Habla!

—¡Seth, vámonos! —Cas me jala de la chaqueta—. La policía no tarda en llegar.

—Habla, ¡maldita sea!

Lo dejo caer al pavimento. Golpeo sus costillas de un puntapié. Vuelvo a agarrarlo me coloco a horcajadas sobre él. Aprieto la chaqueta de Cas contra la herida. Atisbo que Gale se aleja y habla por teléfono.

—Habla.

Suelto su camiseta, contacto su puño contra su mandíbula, lo vuelvo a coger de su cuello y hago que mantenga sus ojos sobre mi rostro.

—Él quiere a una chica —susurra con lentitud y cansancio.

—¿Qué chica?

—La hija de Víctor Záitsev.

—¿Quién es él?

Niega con la cabeza, lo golpeo más fuerte y un dolor fiero me atraviesa, pero lo sigo golpeando hasta que mis nudillos sangran.

—Él no dijo su nombre real, solo comentó que vino aquí a saldar una deuda y ya.

Dejo caer al chico. Me hago a un lado y siento entre mis dedos la tibieza de la sangre.

—Van a hacer una limpieza antes de que llegue la policía —jadea Gale.

Me levanta. Entre él y Cas me llevan a mi auto; los dos salimos de este maldito lugar.

Gale decidió quedarse.

—Necesitarás puntadas.

Cas conduce y me mira de reojo. Me retuerzo en el asiento por el profundo dolor que me quema las entrañas.

—Natalia puede hacer eso.

—Necesitas ir al hospital

Sacudo la cabeza.

—No voy a ir a un maldito hospital —resuello.

Aprieta las manos alrededor del volante.

Cuando llegamos a la casa. Cas me deja en la puerta.

—¿Seguro que estás bien?

—Que sí. —Me apoyo en la pared y Dan sale de la caseta de vigilancia—. Ve con Gale y asegúrate que nadie sepa que estuvimos allí.

—Está bien.

Se sube en su coche. Dan me auxilia para entrar a mi hogar.

—Vete —gimoteo al cruzar el umbral de la puerta. Solo asiente con lentitud antes de pisar a fondo el acelerador.

Me quito la chaqueta de Cas y la sangre empieza a salir de nuevo.

—Mierda, ¡mierda! 

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