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Capítulo 1


—Te recomiedo a mil este.—mi voz casi se escucha gritando en la librería del sótano de Larcomar.

Fabiana me ve como si hubiera gritado "Soy puto" a todo pulmón, ella es muy expresiva y con sus ojos abiertos como platos y sus labios entreabiertos la risa que se escapa de mis labios es casi interminable.

Acabamos de salir de estudiar, hemos pasado a buscar el libro It, que llevo en mi mochila y me esta haciendo doler la espalda. La librería en que la compre ha cerrado temprano y nos hemos pasado directo aquí y al no encontrarlo en ni un lado hemos optado por comprar otro libro porque el deseo de comprar uno esta volando por los aires.

—¿Cuánto estaba en español?—me preguntó cuando el encargado de la tiendo nos dijo que la edición en inglés se había acabado en todas sus sucursales.

—Creo que noventa.—La alta de precios por su película nos ha puesto a buscarlo en inglés.

—Te odio.

—¿Por qué?—fingí dramáticamente el afectado a nivel de estar muy herido, pero como siempre, se me escapa una risa.

—Porque tú lo tienes.

Unas chicas que pasaron detrás nuestro nos quedan mirando por mi sorpresivo grito que no me arrepiento por nada. Lauren Oliver y Si no despierto, se merecen todos los gritos que puedo dar, y los que me hagan sentir menos incómodo. La portada de la película se ve detrá del plástico, y el grupo de chicas nos están sonriendo como si nos dijeran que debemos comprarlo.

—Me lo regaló Sebastián.—es una pequeña mentira que contiene un poco de verdad.—El booktuber.—Le aclaro para que no se confunda con el Sebástian de nuestra secundaria.

—Fue un concurso, solo te lo dio.—pone los ojos al blanco al verme y luego me sonrie como para suavisar el maldito golpe bajo que me ha dado.

—Su manera de decirme "Disfrútalo" fue otra.—respondo cortantemente mientras sigo buscando más libros que le pueda recomendar para que se lo compre.

Paso mis dedos suavemente por cada portada de los libros que veo, cada uno con una historia diferente, con colores diferentes; algunos más felices y algunos más tristes; algunos que leeré algún día y otros que posiblemente nunca, la mayoría más nunca que algún día.

Mis dedos pasan de colores negros a rojos, hasta que llegan a una combinación de azules y verdes. Mi corazón comienza a latir fuertemente, siento como mi sangre bombea por mi pecho hasta mis venas. Siento latidos hasta en la punta de los pies.

—Este.—digo como un simple suspiro.

—No.

Me quedo con los ojos abiertos como si me hubieran golpeado en el estómago y la respiración se me hubiera ido rápidamente.

—No hay sexo gay.—intento aclarar.

—No.—vuelve a repiter y cada letra, que son dos, me hiere en lo más profundo de mi ser.

—¡Es Aristóteles y Dante!—exclamo, me ha parecido como un insulto, levanto el brazo con el libro haciendo una mueca como si ella no hubiera leído el maravilloso título.

Niega con la cabeza sonriendo. Pongo los ojos en blanco e intento pensar que no ha pasado nada, que no le he dicho que compre uno de mis libros favoritos, que no lo ha negado y menos que no se ha reido luego de haber hecho eso.

Tiene en sus manos dos libros: Si no despierto y One of us is lying. El primero lo he leído y me encanto y ¡Sebastian prácticamente me lo regalo!; el otro no lo he leído, pero lo he estado viendo en Amazon desde hace unos meses, y en el mundo del Booktube España tiene muchas opiniones muy buenas. Uno que tiene película, que además esa película no destruyó la maravilla del libro, y me gusto. Y los dos tienen drama de instituto, obviamente un drama que ella y yo nunca viviremos porque varias razones: 1. No hay institutos tipos los americanos en Perú. 2. Nuestra secundaria no es la secundaria cliché de nuestros libros favoitos.

—¿Cuál?—interrumpe mis pensamientos de vida que nunca viviré.

—No sé.—admito.—Los dos son buenos, pero este no lo he leído.—señalo a One of us is lying.—Y puede que sea malo.—lo digo para que no se lo compre primero que yo, que no quiero que pase.

Al parecer mis plegarias se cumplen y opta por comprarse el de Lauren.

—Si pides bolsa, volverás sola a tu casa.—la amenazo, ella y yo sabemos muy bien las contaminantes que son las malditas bolsas de plástico, ella me sonrie y mira a la chica que le atiende, ella le devuelve la sonrisa y le da el libro y el recibo como he pedido sin bolsa. Tenemos mochilas, ¿para qué necesitamos bolsas contaminantes que se demoran cien años en desintegrarse?

Mientras ella admira el libro yo avanzo hasta llegar a la salida, agradeciendo a todos los trabajadores por ayudarnos a ver precios y buscar libros.

—Voy al baño.—le digo cuando llegamos a la sección de comida del mall.

La entrada es estrecha y una chica con lo último en moda de las marcas más caras te saluda desde un cartel antes de entrar.

Como ni otro día esta lleno y varios chicos y señores estan dentro, desde trabajadores de limpieza hasta turistas que han venido a comprar. Dos chicos que hablan un inglés fluido discuten de algo que apenas puedo entender. Cuando un unirario se desocupa hago un ademán para esquivar los incómodos espacios pequeños que separan mi mochila con el culo de alguien que este orinando.

Escucho la alarma de un iPhone, y mis sentidos vuelven a la realidad, me reviso el bolsillo derecho, donde es donde usualmente guardo el mío. No está. Él miedo corre por mi espalda y reviso mi otro bolsillo, tampoco está. Ha desaparecido.

Salgo del baño sin haberme lavado las manos por los nervios.

—Perdí mi iPhone.—son las palabras que salen temblando de mis labios.

—No mames.—me responde Fabiana con los ojos abiertos pero sin quitarse la sonrisa.—¿No es una broma?.

Niego con la cabeza y la mira, ella debe haberlo escondido, no hay otra persona que lo haya podido hacer, solo he estado con ella.

—No lo tengo yo.—dice como si hubiera leido mis pensamientos.

Me pasa su mochila y la reviso, no hay nada. Esto no puede estar pasando. No puedo haber perdido mi iPhone así sin más. ¿Qué me dirán mis padres?. Se molestaran y no me querrán comprar otro, obviamente. Pero ahí tengo todos mis datos importantes y sin contraseña.

Vuelvo a revisar por cuarta vez mi mochila.

—Mierda.—maldigo.—Estaba aquí.

Lanzo una carcajada al encontrar mi móvil en el compartimiento de botellas, me dio un susto de los cojones que espero no volver a vivir otra vez.

Ella lanza un suspiro y veo que mi iPhone esta intacto y con el fondo de pantalla de Hannah Baker de siempre.

—Vayamonos antes de que lo pierda de verdad, además es tarde.—digo rompiendo el silencio incómodo.

Subimos apresuradamente las escaleras, es tarde, van a ser las ocho y media de la noche, y con lo que se demora el Chama en llegar hasta nuestro distrito es una hora. Y la última vez que Fabiana llego tarde a su casa, casi llaman a la polícia, y no queremos más problemas.

Corremos por el pasto, sabiendo que esta prohibido. Pero ahí vemos una de las pocas Chamas que pasan por estas horas casi vacía. Cruzamos casi todo el mall en menos de cinco minutos. Dios sabe que ni Usain Bolt corrio tanto como nosotros al seguir el maldito bus. Nos detenemos en la parada de taxis porque la Chama se paro en un semáforo y decidimos caminar hasta el paradero que esta a una cuadra pasando el KFC.

Pero sin que hayamos podido descansar nuestro pequeño maratón, el semáforo cambia a verde y la Chama corre hacia el paradero. Sin pensarlo, estamos corriendo detrás de ella. Una vez leí que no se debería correr detrás de un bus, pobre pero con dignidad, pero al parecer eso se me ha olvidado ahora. Cruzamos el KFC rápidamente y antes de cruzar la esquina escucho a Fabiana gritando detrás de mí, me volteó a verla, pero antes de poder distinguirla caigo a la pista.

—¡Coño!—maldigo en voz alta.

Siento que algo no esta bien con esta caída, no me ha dolido y no me he hecho el menor daño. ¿Estoy muerto?

—¿Estás bien?—una voz profunda inunda mis oídos

—¿Dios?—escucho su linda risa, ¿Por qué Dios se burla de mi repentina muerte?

—No, Christian.—abro los ojos, y unas maravillosas esmeraldas me miran penetrantemente.

—¿Christian Grey?—sigo delirando, nunca pensé que la muerte sería tan buena. ¡Tengo un Christian Grey!, Dios cuanto te amo.

—No.—vuelve a reirse de mi.—Christian De las Casas.

Me ayuda a levantarme y Fabiana me esta mirando confundidad detrás de mí con los ojos abiertos como plato, el chico o mejor dicho chico mayor que me ha "salvado". Me está mirando fijamente y sus ojos verdes relucen sobre los míos, sus largos brazos me rodean y siento que mis piernas han perdido los nervios y su movilidad. Su mano derecha me acaricia la mejilla suavemente. Me aparto, debería irme ya.

—Lo siento.—consigo decir sin tartamudear y me alejo lo más posible de él, pero su brazo me lo impide.

—Yo soy el que lo siente.—dice, y sus dientes perfectamente blancos me sonrien.—Siento haberte hecho perder el bus.

—Mierda.—vuelvo a maldecir.

—Déjame ayudarles.—Fabiana se acerca a mí, logro mantenerme de pie, y el chico que esta a mi lado me lleva por casi una cabeza y media.

—Tenemos catorce.—digo sin pensar.

—Yo veintiseis.—dice Christian.—Vamos, dejenme ayudarlos.

Fabiana me mira como diciendome que nos vayamos ya, yo no quiero irme de aquí y dejar a este maldito ángel que casi me ha hecho caer.

—¿Cómo podrías ayudarnos?—pregunto.

—Puedo llamar a mi chofer.

Dios, ¿Qué es más perfecto que un chico de cabello cobrizo con ojos verdes y que además tiene un chofer?.

Y no sé si es que por querer llamar la atención de mi amiga o por el deseo que tengo de querer conocer más a este chico, o la adrenalina que siento en poder irme con un chico que tiene chofer pero asiento con la cabeza y hago caso omiso a las enseñanzas de mi madre diciendome que no hable con desconocidos y menos subirme a sus autos.

Aunque no me importaría que mi secuestrador sea él.


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