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"Ofrecer amistad a quien pide amor, es como dar pan a quien muere de sed".

—Ovidio.

¡Estoy aborrecida de estar aquí! Extraño mi libertad, el poder salir, hablar con alguien, comer un helado, escuchar música; pero por sobre todas las cosas, extraño visitar a Joe, mi vecino, aquél que un día hace casi dos años tomó el valor para decirme que yo le gustaba.

Fue más o menos por las fechas en las que estaba tomando confianza con Héctor, él se encargaba de llevarme a la universidad todas las mañanas ya que, según decía, le quedaba de paso. Debo decir que yo estaba más que encantada con eso, al igual que con cada salida "imprevista" que me proponía.

Nunca habíamos salido fuera de nuestros cortos encuentros mañaneros, aunque en ocasiones nos deteníamos en algún local para que él comprase lo que necesitaba, no era la gran cosa.

Fue un viernes, luego de casi un mes conociéndonos, cuando me propuso salir el sábado al parque de diversiones; sí, lo sé, muy cliché, pero yo nunca había ido con un chico y la verdad es que eso me entusiasmaba bastante.

Es que lo recuerdo como si hubiese sido ayer, casi puedo cerrar mis ojos y revivir ese momento, los nervios que sentí y todas las vueltas que dí solo para no quedar mal con Héctor.


1 año y 10 meses atrás.

Acepté salir con Santander y ahora lo veo como lo que es, una locura. No le he contado nada a Suri ya que ella ni siquiera está enterada de su existencia y Jackson casi no me habla, no tengo alguien a quien pueda recurrir para que me ayude con la ropa, el peinado, los zapatos y lo más importante... el permiso con mis padres. Teniendo en cuenta todo lo anterior, aunque le dije que sí, estoy pensando seriamente en cancelarle.

Sin embargo, recordé que mi amado amigo/vecino/casi hermano, me debía un favor el cual le había dicho que se lo haría pagar con creces, y el momento llegó.

Fui hasta su casa, lo hice salir de su guarida y sin darle muchas explicaciones le dije:

—Te toca pagar tu deuda, Joe Alwin —Lo agarré de la manga de su sudadera y lo llevé hasta mi casa.

—¿A qué te refieres? ¿Qué deuda?

—¡No te hagas el loco! ¿Recuerdas cuando mentí para que no descubrieran la chica que metiste a tu habitación? —Solo eso bastó para que cayera en cuenta que el pago sería grande, por lo que terminó asintiendo.

Llegamos a mi casa y comencé a sacar todas las prendas que podía usar; me probé todas y cada una de ellas, desde vestidos y faldas, hasta pantalones y joggers.

Casi tres horas después, di por finalizada la elección de todo lo que fuese vestuario, ahora iría por los peinados; probé varias opciones, recogido, suelto, con trenzas, con fleco o sin él, pero finalmente elegí dejarlo suelto con mi flequillo.

Ya podía decir que estaba lista, solo quedaba el permiso y convencer a Joe de que hablara con mis padres, ya que al parecer, a este no le agradaba mucho la idea de que tuviese una cita.

—Anda Joe, tú eres el único que puede ayudarme a obtener ese permiso. Ya le dije al chico que sí y no puedo dejarle mal, por favor. Solo tienes que decirle a mis padres que quieres que salgamos, nos vamos de acá juntos, yo paso el día con él y tú con uno de tus ligues; ya luego nos encontramos a dos cuadras para regresar juntos —dije haciéndolo ver todo tan sencillo como lo consideraba.

—¿Y si nos descubren?¿Y si tus padres no vuelven a confiar nunca más en mí? —Parecía preocupado, nunca lo había visto así, me sentí culpable y me vi en la obligación de calmarlo.

—Nada va a salir mal, Joe, no montes una película antes de tiempo. Si quieres te quedas a cenar y ahí hablas con mis padres —propuse para calmarlo y darle tiempo de que se mentalizara. Para mi suerte, mi mamá nos tocó la puerta diciendo que la cena ya estaba lista y que mi padre había llegado a casa, por lo que pasé a cambiarme por ropa más cómoda y bajé seguida por Joe.

Al llegar a la sala, saludamos a mi padre y nos sentamos a comer. La cena resultaba bastante amena y tranquila, como tantas otras que habíamos tenido; bueno, se mantuvo así hasta que llegó el momento de pedir permiso, ahí mi calma flaqueó y pendía de un hilo.

—Quisiera pedir permiso, señor y señora Segovia, para ir con Thais al parque de diversiones que está en el centro —Soltó con una sonrisa, la más natural posible.

—¿Cuándo sería eso? —preguntó mi padre, limpiándose la boca con la servilleta.

—Para este sábado.

—¿A qué hora saldrían? —quiso saber, nuevamente, mi padre.

—Nos iríamos de aquí a la 01:30 pm, y regresaríamos a eso de las 5:00 o 6:00 pm; de igual forma, yo la traeré hasta la puerta de su casa —Estaba nervioso, se le notaba.

—¿Saldrían solo ustedes dos? —Fue el turno de mi mamá, que no pudo contener su picardía al hacer esa pregunta.

—Sí, la verdad tenemos mucho sin salir juntos. Con esto de la universidad y el trabajo, casi no nos queda tiempo —respondí tan pronto ella terminó de hablar, tenía que ayudar un poco a Joe.

—Pues saben que no tenemos problema, tú ya eres de confianza para nosotros Joe, sabemos que contigo nuestra hija está en buenas manos; solo pido que cumplan con los horarios y que no hagan nada indebido por ahí —advirtió papá, con una sonrisa que daba miedo.

—¡Muchas gracias! —Me levanté emocionada y abracé a mi papá por el cuello, adoraba cuando me daba permiso para hacer algo; sobretodo porque no pasaba muy seguido.

También abracé a mi mamá y le di su beso para que no se pusiera celosa, pues con ese permiso, me estaban dando la mejor noticia de mi vida.


Al día siguiente.

Al obtener el permiso, creí que ya todo estaba listo, pero no contaba con los nervios que me entrarían al día siguiente, los cuales me hicieron acabar dos veces en el baño devolviendo la cena y creo que parte del almuerzo. ¡Estaba mal!

Me tomó tiempo reponerme un poco y empezar a alistarme. Tanto arreglo ayer, para que al final terminase declinándome por mi cabello recogido en un moño con el flequillo; llevaba un blue jeans ajustado, una blusa gris con dos flores rojas en el centro, un abrigo vinotinto, mis botas negras de gamuza y una cartera, marrón. Pese a que este no era mucho mi estilo, me sentía cómoda.

No usé mucho maquillaje puesto que no quería parecer un payaso, solo un poco de sombra, iluminador, rizador de pestañas y labial. Puedo decir orgullosamente que, a mis cortos diecisiete años, no tengo imperfecciones ni manchas en el rostro.

El sonido del timbre me hizo bajar corriendo a abrir, era Joe, estaba vestido con un pantalón gris, una camisa manga tres cuarta a cuadros verde, unos zapatos deportivos negros y su respectiva chaqueta de cuero negra —según él, le daba pinta de chico malo.

No tardamos en despedirnos y caminar hasta la parada de buses donde había quedado de verme con Héctor. Sorprendentemente, al llegar, él ya estaba ahí, se veía hermoso recostado sobre su auto. Llevaba una sudadera verde militar, unos jeans rasgados y unas converse negras; para ser algo simple, se veía bien.

En lo que su mirada me divisó, sonrió, pero ese gesto desapareció apenas se fijó en mi acompañante, quien se tensó en cuanto lo vio. Antes de acercarme completamente, me despedí de Joe, no quería tener que pasar por el incómodo momento de presentarlos y que mi amigo terminase por decir alguna imprudencia.

Una vez lo tuve en frente, lo saludé y nos dirigimos al parque. La plática era sencilla y amena, nada muy personal. Íbamos escuchando música y tarareando la canción que nos supiéramos, hace poco había descubierto que teníamos los mismos gustos musicales.

Llegamos al parque y comenzó una odisea para subirnos en todas las atracciones, subimos al martillo, la bailarina, los carritos chocones, unos botes, el carrusel, etc. Entramos a la casa de los espejos y a la mansión embrujada, aunque —sinceramente— eso daba más risa.

Ya para finalizar nuestro recorrido, decidimos subirnos a la rueda de la fortuna ya que era algo más calmado y con lo que podíamos bajar la adrenalina. Ya cuando estábamos en la cima, él dice:

—¡Te ves hermosa! —Me mira fijamente y no sé cómo actuar.

—Gracias... —Comencé a jugar con mis dedos, demostrando que estaba nerviosa.

—Me he divertido bastante el día de hoy. Hace mucho tiempo que no visitaba un lugar de estos —habló, al parecer, dando más información de la que hubiese querido, porque inmediatamente continúo—: Bueno, la próxima vez será en el cine.

Yo me quedé de piedra. ¿Acaso me estaba invitando a salir nuevamente? ¿Quería tener otra cita conmigo? Debí haber escuchado mal, eso o quizás no entendí del todo bien lo que quiso decir.

—¿Te refieres a que...? —No completé mi pregunta debido a que sentí como algo hacía presión en mis labios, era algo suave y cálido que iba acompañado de un par de manos sujetando mi rostro.

Cerré mis ojos dejándome arrastrar por aquella maravillosa sensación, me sentía por los aires y sin ningunas ganas de aterrizar, no ahora, no en este momento, no cuando Héctor Santander me estaba besando. ¿Acaso era esto posible?

Aquello que sentí, fue un deseo increíble por fundirme en él. Estaba consciente, muy dentro de mí, que era afortunada por tenerlo a mi lado. Nuestra conexión resultaba tan intensa, que al besarlo sentí que él era mi otra mitad, que sin él no podía estar. Por primera vez, me sentí completa.

Lastimosamente, la decisión de separarnos no vino de parte de nosotros, nos vimos obligados a hacerlo al oír el carraspeo del encargado de la atracción, este nos indicaba que ya debíamos bajar; fue un momento sumamente embarazoso.

Al bajarnos, él me preguntó si tenía hambre y si se me antojaba una pizza, pero me negué; no sé si fue por el algodón de azúcar, el perro caliente o el helado que habíamos comido hace unas horas, pero realmente no sentía que fuese capaz de comer algo.

Nos dirigimos a su carro y él nos encaminó hacia la parada del bus donde quedé de verme con Joe; cabe destacar que el viaje fue silencioso e incómodo, ninguno de los dos había hablado de lo del beso y, por lo que veo, ninguno de los dos lo haría.

Ya en la parada, me despedí para bajarme y cuando estaba a punto de hacerlo, él me detuvo sujetando mi muñeca; lo vi titubear y suspirar como si le costase mucho pronunciar lo que sea que me iba a decir.

—Quisiera... pedirte que... No podemos dejar el beso ahí sin más y no quiero que sea el último; lo más lógico es pedirte que seas mi novia, ¿no? —Soltó de lo más natural, como si me estuviese preguntando la hora o una dirección.

Yo quedé paralizada, no supe qué decir ni qué hacer, nunca se me habían declarado y menos de esta manera, fue algo nuevo que me hizo sentir un cosquilleo en la boca del estómago. Sin embargo, ese momento fue interrumpido por unos golpes en la ventana del copiloto, era Joe, me veía con el ceño fruncido.

Héctor soltó un gruñido y bajó el vidrio de la ventana, lo suficiente para oír la voz de Joe.

—¡Es hora de irnos, Thais!

Asentí en respuesta y abrí la puerta, pero antes de bajarme y despedirme, tomé el rostro de Héctor entre mis manos y le planté un beso en los labios que lo dejó atónito.

—¡Claro que seré tu novia! —Y me bajé sin voltear, más no hizo falta hacerlo para saber que estaba boquiabierto, fue totalmente inesperada mi reacción.

Cerré la puerta y tomé a Joe de la chaqueta para guiarlo hacia nuestra cuadra, me moría por contarle lo que había ocurrido en mi cita. Sin embargo, no alcancé a contar nada puesto que mi ensoñación se vio interrumpida por mi compañero quien, tal parece, tenía mucho por decirme.

—¡Estás completamente loca! ¿Cómo pudiste besarlo con solo una salida?

—Acepté ser su novia. Me lo pidió y le dije que sí, ¿puedes creerlo? —Estaba emocionada, tanto que no fui capaz de notar la molestia en la voz de mi acompañante.

—¿Y para eso querías que te sacara el permiso? Nunca imaginé que con un par de palabras bonitas, ya te tendría en sus manos —Se alteraba a medida que hablaba, su respiración comenzaba a agitarse.

—¿Por qué lo dices como si me hubiese acostado con él? Me gusta y yo a él, nos besamos y a ambos nos gustó, él me quiere como su novia y yo a él —dije sin comprender sus argumentos.

—¿Qué sabes de él? ¡No lo conoces! No puedes salirme con que te gusta conociéndolo desde hace tan poco —Se pasó las manos por el cabello, parecía frustrado, negado a creer lo que estaba escuchando.

—¿Cuál es el problema? Pensé que como mi amigo, te alegrarías de lo que me está pasando. ¿No puedes ver lo feliz que estoy?

—¿Alegrarme? ¡¿Y por qué debería hacerlo?! ¿No ves que... —Se calló abruptamente, como si lo que pensaba decir representase algo delicado.

—¿Qué? Termina de decir lo que querías —lo incité a continuar, pero él suspiró con frustración y pateó un trozo de madera lejos—. ¡Habla Joe! ¿Qué es lo que no veo? —insistí en que me dijese a qué se refería.

—¡Me gustas! —gritó viéndome con sus ojos desorbitados. Se tapó su rostro y negó con la cabeza, intentando convencerse de que lo había dicho. Le tomó unos segundos continuar—: No te lo había dicho antes porque siempre te veía muy centrada y tenía miedo que me rechazaras; pensé confesártelo cuando te graduaras de la universidad y que no fueses capaz de ponerme esa traba —Se oía, de cierta forma, aliviado por no seguir guardando eso en su pecho.

Yo a todas estas, seguía boquiabierta, procesando lo que había escuchado y analizando cuál debía ser mi reacción ahora. Él, mi mejor amigo, aquel con el que crecí y que siempre fue mi soporte, me está diciendo que le gusto; yo, su mejor amiga casi su hermana, le gusto. «¿Qué hago?», pensé nerviosa.

—Joe, no sé qué decirte, esto... esto me toma por sorpresa —susurré, pues fue lo único que mi voz me permitió hacer.

—No necesito que digas nada; solo quiero saber una cosa: si yo te pidiera que fueses mi novia y terminaras con el tipo ese, ¿lo harías? —En su mirada, supe que mi respuesta significaba mucho para él, y por esa misma razón me vi incapaz de mentirle.

—No podría ser tu novia. No terminaría con él porque... lo quiero —dije mirándolo con la disculpa dibujada en mis ojos.

—¿Pero cómo? ¿En qué momento pasaste a quererlo? ¡Es inexplicable! —Volvió a levantar su voz.

—Tú mismo lo acabas de decir, es inexplicable, pero es así. No me preguntes cómo pasó porque apenas lo estoy asimilando... Y ahora vienes a soltarme todo esto de un solo golpe —Solté pasando mis manos por mi cabello, sintiéndome realmente frustrada.

—¿Alguna vez... alguna vez fue posible algo entre tú y yo? ¿Hubo algún punto, un momento por muy pequeño que fuese, en el que esto hubiera podido ocurrir? —preguntó con voz torturada.

—De mi parte... no —Fui directa, sabía que cualquier cosa que le dijese no serviría de nada, que no había consuelo suficiente ni explicación clara para el dolor que él estaba sintiendo.

Hubo un silencio bastante largo a mi parecer, en el que su vista no se despegó del piso y su postura seguía siendo cabizbaja. Pero puedo decir, que hubiese preferido que se quedara así a que me lanzara la mirada cargada de odio que me dirigió.

—¡Vámonos! —Y comenzó a caminar hacia nuestros hogares. No me atreví a detenerlo, no era el momento para intentar arreglar las cosas, necesitaba darle su espacio; era consciente de que no me dejaba aquí porque ya se había comprometido con mis padres.

El camino fue súper largo e incómodo, a pesar de ser unas escasas cuadras. La despedida no fue mejor, solo se despidió de mi padre —que fue quien salió a recibirme— y se fue a su casa, sin mirarme, sin decirme nada, solo me ignoró.

A pesar de que debía estar contenta, se me hizo imposible, lo de Joe verdaderamente había conseguido arruinarme el día. Subí a mi habitación, me bañé, me cambié y me acosté, no quería hacer más que dormir y aclarar mis pensamientos.

Lo que había ocurrido el día de hoy me daba vueltas en la cabeza y no me dejó dormirme tan rápido como hubiese querido, no importa cómo lo viese, me sentía una mierda.

Ya estando dormida, sonó mi celular a eso de las 09:45 p.m indicando que me había llegado un mensaje; al abrirlo, me sorprendí puesto que era de quien menos esperé: Héctor.

«¡Buenas noches princesa! Ten una linda noche, descansa».

Sonreí como tonta y me permití responderle:

«¡Buenas noches! Gracias, tú igual».

Luego no recibí respuesta, pero no hizo falta, él me había escrito y eso era suficiente para que yo volase por las nubes.

Al acomodarme para seguir durmiendo, lo hice sonriente, alegre, contenta de que Héctor se acordase de mí antes de dormir. La angustia se me había pasado y realmente, llegué incluso a olvidarme de qué la había originado.



Actualidad.

Sí señores, así de perra soy. Tenía a mi mejor amigo a menos de diez metros de mí sufriendo por mi rechazo, lamentando mi negativa y seguramente odiándome por ello, pero con solo recibir un mensaje de un hombre que se encontraba quién sabe dónde, quién sabe con quién y quién sabe cómo, me alegré y me olvidé del problema anterior.

Me acuerdo y me da risa, porque ese fue el detonante de todo, ese día sería el inicio de mi camino hacia el infierno; gané un novio y un millar de problemas, pero perdí un amigo y lo hice sufrir al punto de que más tarde, me tocaría lamentarlo profundamente.

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