Capítulo 44
Me meto debajo de las sábanas con nada puesto, Row me mira desde la puerta con el labio inferior entre sus dientes hasta que se acerca y me imita. Su cuerpo desnudo se reúne con el mío. Cálido, duro y suave al mismo tiempo por la forma en la que me sostiene con sus brazos. Me acurruco rodeando su cintura, toco los músculos de su espalda bajo su atento escrutinio.
Qué bien se siente este momento, estamos en una burbuja impenetrable, solo él y yo disfrutando de los segundos mientras nos perdemos en la cercanía. Puedo respirar su gel de ducha impregnado en los dos, me fundo en su calor.
Podría coleccionar todo lo que me gusta cuando estamos juntos: nuestras piernas entrelazadas, la perfecta conexión de caderas unidas que se buscan solo para tocarse, los suaves movimientos de nuestros pechos por nuestras respiraciones pausadas, así como el soplo de nuestros alientos, el roce de sus labios y saber que me está mirando.
El silencio basta porque puedo mirarlo a los ojos, esos que me analizan recorriendo mi rostro, mis labios, mi mirada como si quisiera memorizarme, tal vez se siente igual que yo.
No quiero que esto acabe.
No quiero nada más que estar aquí con él.
—La primera vez que vi tus ojos creí que eran de hielo, ahora creo que son un mar en calma, de olas serenas, embravecidas cuando se agitan e impetuoso al querer estamparse en la costa, sabiendo bien su grandeza, su fuerza.
—Me vuelves loco cuando hablas así —susurra.
—Cuéntame un recuerdo feliz de tu infancia, algo que te haga sonreír —pido.
—Antes del cáncer, cuando mi familia estaba unida, recuerdo que todas los viernes por la noche veíamos una película de dibujos animados, yo podía elegir todas las veces, eso me hacía sentir poderoso. Hacíamos palomitas de maíz, mamá tenía que comprar de sabor caramelo porque las amaba. Nos sentábamos juntos, mis padres abrazados y yo en la alfombra. Mi momento favorito era escuchar las risas de mamá, nos contagiaba la alegría y terminábamos carcajeándonos, aunque no hubiera nada gracioso.
—Ese es un lindo recuerdo.
—¿Tu tienes alguno que quieras compartir conmigo?
—Hay algunos: el día que vi a Robert y a Romina en el cementerio, la primera vez que visité a la abuela Sofía y pintó pajareras conmigo, tararear la canción favorita de mi padre junto a él en la carretera, el helado que papá compartía conmigo después de un día difícil solo para tranquilizarme y hacerme compañía en un momento en el que me sentía sola, cuando conocí la playa y sentí que el mar mojaba mis pies.
—Me gustan esos recuerdos —murmura.
Él también es como uno de esos instantes que quieres que duren para toda la vida y me ha dado muchos momentos que me han hecho feliz, como el día de hoy con la conversación, la ducha y sostenernos como si no necesitáramos nada más. El día del chocolate caliente, todos los juegos, las caricias y los besos.
Con una sonrisa alzo las manos para llevarlas a su cabello, con mis dedos lo cepillo, los paseo y acaricio su cuero cabelludo repasando sus hebras suaves. Él cierra sus párpados y abre sus labios para respirar, suelta un gemido entrecortado y ronco cargado de placer.
Lo próximo que sé es que una erección despierta y descansa en mi vientre.
—Pero qué fácil es usted, Rowdy Willburn —digo usando un tono sugerente que lo hace reír.
Sus párpados se abren, revelando una mirada juguetona.
—Porque se trata de ti.
Permite que lo mime dándole caricias suaves, apretando mi pierna en su cadera la cual lo rodea para acercarlo más a mí. Row tiene un brazo en mi cintura y el otro debajo de mi cabeza. Lo necesito de una manera que me hace vibrar por dentro, pero también quiero conservar este instante, que se vuelva eterno. Sé que lo será en mi mente.
Él parece estar de acuerdo, solo se mueve para respirar, parpadear y mover los dedos a lo largo de mi columna, de arriba abajo.
—He estado pensando... —digo después de pasar un rato enmudecidos. Él me observa con atención—. Me gustaría conocer a los amigos de mis padres biológicos, pero no quiero ir sola, ¿me acompañarías?
—Por supuesto, amor.
Niego con la cabeza, divertida, sintiendo las mariposas revoloteando en mi vientre.
—Eres cursi, tocón, sexy y caliente —digo—. Jamás me imaginé que eras así.
—¿En serio?
Asiento.
De un solo movimiento damos la vuelta, mi espalda descansa en el colchón, él está sobre mí logrando que esos músculos me presionen y pueda sentirlos retumbando en todos los rincones de mi cuerpo, encajan conmigo y es correcto, adecuado. Esa piel roza con la mía incendiando todos mis sentidos, creando una marea que no hace más que crecer y que tarde o temprano se desbordará para inundarlo. Su respiración pesada sopla los cabellos rebeldes que se encarga de alejar de mi rostro con toques delicados.
Lo aprisiono con mis muslos y rodeo su cuello con mis brazos. Me aferro a él, no como un salvavidas, como un ancla.
—Ahora sí no te escaparás —susurro.
—Muñequita, no estaba planeando huir.
Sus codos se apoyan en el colchón, a mis costados, para no recargar todo su peso en mí.
Row desciende y se adueña de mi boca, me seduce lamiendo mis labios como si fueran dos frutillas y no pudiera parar, solo tiene que darme unos cuantos mordiscos para tenerme suspirando, ansiosa por sentir más de lo que hemos hecho hasta ahora. Luego su lengua explora con paciencia el interior de mi boca, me saborea sin darme descanso y yo disfruto cada minuto. Usa el frenesí y la lentitud necesarias para hacerme delirar de placer sin siquiera tocarme.
¿Cuántas cosas se pueden decir con un beso? No tengo idea, pero sé que estamos haciendo el amor en un nivel que nunca había experimentado. Mis labios están hinchados, doloridos, calientes y siguen deseando más cuando nos separamos para tomar aire.
Su erección dura serpentea en mi entrada, se le escapa una exhalación, un sonido varonil y ahogado que proviene del fondo de su garganta. Estoy mojada y solo me ha besado. Pero él no intenta ir más allá, está decidido a esperar todo lo necesario hasta que yo se lo pida.
Y yo no pienso seguir alargando esta tensión, sé qué necesito y puedo ver que él quiere lo mismo.
—Hazme el amor, Row —digo en voz baja.
Él respira hondo como si tuviera que calmarse, se toma unos segundos quieto e inmóvil. Su pecho sube y baja, se ve agitado y un tanto ansioso.
Lo entiendo a la perfección, esto significa mucho para mí, decirlo en voz alta me provoca escalofríos, no de mala manera, es porque es importante. Es la primera vez que haré algo así, no hablo del sexo porque llegó un punto en el que dejó de tener sentido, me refiero a que nunca me he acercado lo suficiente a otra persona como para desear entregarle una parte de mí a alguien.
Él lo entiende, a pesar de que no se lo digo, puedo ver en su expresión que comprende que será una primera vez. No puedo evitar sentirme como una adolescente a punto de perder su virginidad. Ansiosa, desesperada, con cierta inocencia y timidez porque no sé lo que nos espera.
Mi corazón late muy rápido, creo que mi respiración se hace lenta y estoy temblando, aunque no es por miedo, se debe a la anticipación de saber lo que haremos.
Me mira con ternura, me siento especial, querida, amada. Está conmigo.
Se inclina hacia mí, su nariz acaricia la mía para después succionar mi labio inferior y volver a besarme. Engancho bien mis muslos en sus costados clavando los talones en su trasero, dejo que el suave vaivén me haga desear más. Mis caderas se mueven cuando el anhelo se vuelve insoportable, lo busco con desesperación, eso lo hace gemir y moverse en mi contra, con sus manos acomoda su miembro para que roce en los lugares adecuados. Suspiro al sentirlo.
—Iré por un condón —dice y hace el amago de levantarse, lo abrazo con más fuerza para que no se aleje. Hago que me mire.
—Así, Row, estoy tomando la píldora.
Sus párpados se abren con lo que creo es asombro, se queda perdido en sus pensamientos. Pero veo cómo se dilatan sus pupilas y humedece su labio con la lengua.
—Nunca lo he hecho así —responde.
—Yo tampoco.
—¿Estás segura?
—Sí, te necesito, quiero sentirte dentro de mí. Solo a ti, solo contigo.
—Si dices esas cosas no duraré ni dos minutos, cariño, han sido meses sin ti, te extraño tanto, estás aquí junto a mí diciendo que me necesitas, y estoy muy cachondo sintiendo lo húmeda que estás. —Gime—. Voy a morir, en serio, voy a explotar y moriré.
Aplano los labios porque realmente parece consternado, desesperado. Su frente se arruga, está preocupado y tengo que controlarme para no reír.
—En ese caso moriremos los dos juntos —digo robándole un beso que se extiende hasta que está relajado, la tensión se marcha y se pierde en el deseo, en la necesidad que nos corroe a los dos—. Muéstrame cuánto me extrañaste, Row.
Traga saliva y cepilla mi cabello lejos de mi rostro, con un beso corto y torpe por lo que supongo es el nerviosismo, se hace paso en mi interior, tan despacio que se vuelve exquisito y tengo que echar la cabeza hacia atrás clavándola en la almohada.
—Por Dios. —Gimo.
Se abre paso atravesándome con calma, me amoldo a su alrededor atrapándolo y, sinceramente, no creo que pueda dejarlo salir. Digo su nombre en medio de otro gemido ruidoso.
Su boca en mi cuello hace travesuras, su lengua lame y sus dientes mordisquean mi piel sensible, los poros erizados por lo bien que se siente sentir su calor quemándome. Resbala, siento cómo me abre para entrar hasta que está adentro volviéndome loca. Nada nos separa ahora, es la sensación más hermosa que he sentido.
Row no se mueve y me mira, solo sucede, me consume en un beso y yo empiezo a llorar. Limpia el par de lágrimas con sus labios.
—P-perdón, es que se siente...
—Correcto, fantástico.
—Sí. —Exhalo.
—Nos sentimos como un millón de fuegos artificiales —murmura.
—Como estrellas fugaces cumpliendo deseos —susurro al tiempo que le doy una caricia en su barbilla.
Respira profundo con su frente apoyada en la mía, cuando sus párpados se abren y sus ojos dilatados me observan creo que nunca nada será igual. Yo jamás me había sentido así con alguien, este desenfreno me arrolla y me hace soltar suspiros y gemidos que deseo esconder en su beso, por supuesto que no lo logro.
El primer movimiento me lleva a la locura. Mis músculos lo aprietan como si no quisieran soltarlo y eso lo hace rugir, mover esas caderas en círculos, deteniéndose de vez en cuando como si quisiera alargarlo.
—Joder, cariño, joder, no puede sentirse así de bien —dice entre dientes—. Me voy a correr.
Row se echa hacia atrás un poco para capturar mi pezón en su boca, lo tienta con su lengua y lo succiona hasta que se vuelve rígido y duro. Hace lo mismo en el otro pecho, mientras sus manos van hacia mi espalda baja, acunan mi trasero y me alzan con la intención de unirnos más y facilitar el acceso.
Sus embestidas marcan un ritmo lento, nos deshacemos en gimoteos y palabras, en respiraciones agitadas y besos que marcan.
—Mi caperucita —susurra—. Mi muñequita, mi amor. Mi Giselle.
Es inevitable tensionar mis músculos alrededor de su miembro, me gusta escucharlo, pero en este momento me pone caliente, hace que mis venas ardan y quiera consumirlo, respirarlo, recorrer todas sus esquinas y carreteras. Él se percata de ello, de cómo no puedo dejar de atraparlo. Alza la cabeza, me analiza y sonríe de lado con picardía.
—Te encienden las palabras de amor durante el sexo, cariño, me lo hubieras dicho antes.
—N-no lo s-sabía.
Se relame los labios, complacido porque de esta manera no puedo esconderle cuánto me gusta lo que dice.
Deja un camino de besos entre mis pechos, sube por mi cuello y llega a mi oído. Su respiración me provoca cosquillas y me hace retorcer, sus movimientos dentro de mí me hacen poner los ojos en blanco del placer, realmente tengo que esforzarme para no perderlo de vista porque es todo un espectáculo ver su rostro nublado por la lujuria. Cuando creo que voy a correrme él se detiene y quiero agradecerle porque no deseo que esto termine, necesito que esta deliciosa tortura se repita sin parar.
—Row... —Suspiro.
Me quedo callada porque no sé qué decir, no sé cómo explicar lo mucho que me gusta lo que está pasando. Ya se sentía bien antes, pero ahora es demasiado.
—Lo sé, también lo siento. —Hace una pausa. Respira en la base de mi cuello y captura el lóbulo de oreja para darle un jalón suave con los dientes—. Te amo tanto.
Eso hace que gima, pues la excitación me recorre y se cuela en mi sangre, altera mis latidos, mi respiración.
—Sí, sí, te gusta —suelta, completamente maravillado, emocionado—. Oh, cariño, qué dulce eres, por favor, me vas a matar un día de estos, yo gustoso moriría así, dentro de ti sintiendo cómo me estrujas porque te fascina saber que me vuelves loco, que te amo, joder, que soy tuyo.
Mi espalda se arquea. Él toma mis piernas y las pone en sus hombros antes de clavarse en mí con fuerza, se vuelven rápidas, despiadadas, y yo me acerco al borde.
Digo su nombre entre jadeos y respiraciones entrecortadas antes de llegar a la cima y explotar.
Todavía estoy en sus brazos cuando me levanto en la mañana, está profundamente dormido, su rostro tranquilo me roba una sonrisita. Acaricio su nariz y deposito un beso en su barbilla. Se siente un poquitín rasposa porque hay barba creciendo.
Tengo que romper el abrazo porque necesito ir al baño. Él no se despierta cuando salgo de la cama. Hago mis necesidades, al lavarme las manos y cepillarme los dientes puedo verme en mi reflejo. Frente a mí está una versión extraña de la Giselle que conozco, cabello despeinado y los ojos más brillantes que me he visto, y no puedo ignorar la sonrisa que no logro esconder ni las mejillas ligeramente sonrojadas.
Tomo la camisa que Row usó anoche y me visto con ella porque huele a él y no estoy lista para abandonar la sensación de estar envuelta entre sus brazos. Sigue igual a como lo dejé, sumergido en sueños. ¿Ahora qué? Se me ocurren muchas ideas, quiero hacer algo por él. Caminando de puntillas salgo de la habitación y voy a la cocina.
No soy buena cocinando, pero algo podré hacer, ¿no? Opto por llamar a la abuela, sé que a esta hora está despierta porque suele levantarse muy temprano. Me contesta casi de inmediato, su saludo es tan efusivo como siempre, diciendo que soy su niña y que le alegra que la llame.
—¿Qué puedo hacer por ti, cariño? Tú no sueles llamarme a esta hora.
Me aclaro la garganta.
—Quiero preparar un desayuno, pero sabes que soy un desastre y pensé que podrías ayudarme porque tú haces los más deliciosos panqueques.
Ella ríe encantada, tal vez porque nunca pensó que la llamaría para algo así. Me da una lista de ingredientes, afortunadamente Row tiene una gran despensa y está todo lo que necesito. Sus instrucciones son muy claras, se queda en el teléfono diciéndome cómo preparar la mezcla y los primeros panqueques, entonces le agradezco y nos despedimos para que pueda concentrarme y no arruinar los utensilios.
Continúo con la labor. Muchos se queman, espero que por lo menos sepan bien. Me entretengo cantando una canción en mi mente, no me percato de la presencia que en silencio me contempla hasta que me rodea desde atrás y me hace saltar de la sorpresa.
Sus manos llegan a mi vientre y sus dedos me presionan hacia él. Me hace cosquillas con sus uñas en ese lugar.
—Buenos días, caperucita cocinera —susurra muy cerca de mi oído. Sentirlo solo hace que me estremezca—. ¿Me vas a preparar el desayuno? Mmmm, eso es muy sexy.
Rio entre dientes.
Dejo que mi cuerpo se apoye en su pecho desnudo y me obligo a concentrarme en el panqueque mientras él se aprovecha besando mi nuca, baja el cuello de la camisa para succionar ahí, también sus manos se mueven hacia abajo para alzar la camisa. Me convierto en gelatina, mantener los ojos abiertos es una batalla.
—También quiero cuidarte.
Su respuesta es una sonrisa que siento porque tiene los labios en la base de mi oreja.
—Sigue por ese camino y primero te desayunaré en la barra de mi cocina.
—Me estoy esforzando, así que desayunarás los panqueques, seguro no son lo mejor porque soy mala cocinando, pero la intención es lo que cuenta.
—Si me intoxicas tendrás un pretexto para cuidarme.
Le doy un codazo que le roba una risotada.
Row se encarga de servir jugo en unos vasos, también busca la mantequilla y la miel. Cuando los panqueques están listos nos sentamos en el mismo sitio que ayer y desayunamos.
Me le quedo mirando de reojo, esperando su reacción, solo espero que no sean tan desagradables que tenga que ir a vomitar. Se relame los labios con evidente satisfacción.
—¿Dices que no sabes cocinar? Esto es delicioso, muñequita.
—La receta de la abuela.
—Tu abuela es adorable y chispeante.
—¿Chispeante?
Él se ríe.
—Sí, cuando me conoció se me quedó mirando con una ceja alzada, me apuntó con su dedo y me dijo: «Tu cara bonita no te salvará si lastimas a mi niña». Y luego se carcajeó junto con Tess, tal vez se rieron de mi cara.
—La abuela es muy especial para mí, la adoro, es una de las personas que nunca esperó algo, solo quiso conocerme, me aceptó. —Me encojo de hombros—. Con Tess fue difícil los primeros días, pero luego marchó bien, obviamente no podía verla todo el tiempo porque vive en otra ciudad. A Tess ya la conocías, ¿verdad?
Asiente.
—Hablando de familia... —Deja los cubiertos y me enfrenta—. Mi padre vendrá a la ciudad y mamá quiere que todos cenemos juntos, te ha visto y cree que eres hermosa, ha platicado con mi padre de ti y se siente en desventaja. Quiere conocerte y charlar.
—Eso me gustaría —digo.
Row y yo nos duchamos juntos de nuevo, compartimos caricias y besos, después me lleva a casa para que pueda cambiarme.
Antes de ir a Bridgeton pasamos al cementerio porque quiero presentarle a Hank, los meses que estuve lejos no pude visitarlo. Cuando entramos lo encuentro regando una jardinera, un tanto encorvado por la edad. Está solo, en ocasiones creo que por eso me ayudó, pues me vio desesperada y asustada, cualquiera habría llamado a las autoridades para que se encargaran de mí, pero él se encargó de que estuviera bien y me cuidó como pudo hasta que me adoptaron.
Hank se gira como si supiera que hemos llegado, sus párpados se abren y su mirada brilla. Arroja la manguera al suelo, limpia sus manos en su pantalón y se acerca con una sonrisa.
Yo voy a su encuentro y lo abrazo.
—Lamento no haber venido antes, estaba en terapia, volvió a pasar.
Él se echa hacia atrás y me observa con preocupación. Tuve que contarle lo que sucedió para explicar mis ausencias. También confío en él.
—¿Ya estás bien?
—Sí, estoy mejor.
—Se ve una luz diferente en ti —dice—. Ven, vamos adentro.
—Quiero presentarte a alguien importante para mí, Hank. —Me hago a un lado para que pueda ver a Row, quien se acerca con amabilidad para ofrecerle una mano y saludarlo. Hank se ve confundido—. Es mi novio.
Él aplaude, nos lleva a los dos a la pequeña casita luego de cerrar la llave del agua, nos prepara una taza de café ya que estamos adentro, sentados en las sillas improvisadas por tinas. Le doy la pajarera que hice en el centro, la cuelga en un árbol que está afuera.
Me hace feliz ver que se llevan bien, Row es bueno conversando y pronto los dos hablan sobre el trabajo de Hank aquí en el cementerio.
—No es el mejor lugar para trabajar, pero ya nadie contrata viejos —dice él encogiéndose de hombros.
Aprieto su antebrazo en señal de comprensión.
La conversación sigue, pero veo que Row se queda pensativo un par de minutos, cuando me mira sé que algo está maquinando.
Horas más tarde salimos de Bridgeton. Estoy distraída mirando los mensajes en mi celular, no me doy cuenta de la persona que se acerca y altera a Row, ni siquiera noto la tensión en su cuerpo hasta que suelta mi mano y se adelanta dando un par de pasos largos.
—Ni se te ocurra acercarte —dice entre dientes.
La molestia en su voz me hace alzar la cabeza, verlo me hace abrir los ojos con asombro, el impacto me deja inmóvil. Reconozco el pánico en la mirada de Mac, es como volver el tiempo atrás, regresar a esa casa maligna en la que nos hacían daño y presenciar el miedo emergiendo en su semblante.
Me quedo sin aire, tampoco puedo hablar ni decirle a Row que está bien, que él no es peligroso. Entonces mi mirada baja y encuentro sangre en su camisa.
—Y-yo... —responde Mac con la voz temblorosa, pero no puede continuar—. Giselle.
Intenta acercarse a mí, sin embargo, Row se interpone y le da un empujón para alejarlo, provocando que Mac haga una mueca y que en su rostro se refleje el dolor que le ocasiona el movimiento brusco.
—No te le acerques, no sé qué es lo que buscas, pero tendrás que dejarla tranquila.
No lo culpo por reaccionar así, él cree que Mac me hará daño, solo quiere protegerme. Es mi culpa porque no le he contado quién es. Me apresuro a alcanzar su brazo antes de que haga otra cosa.
—Row, espera... Escúchame —le pido al tiempo que le doy un jaloncito para que deje de taladrar la frente de Mac con la mirada. Al parecer funciona, pues se concentra en mí—. Él es Mac, el chico del que te hablé, ¿recuerdas? El amigo de mi infancia que me protegió en esa casa. Después de que escapamos no lo volví a ver hasta el día en el que acompañé a Kealsey.
Se queda enmudecido analizando lo que he dicho. Guardo un suspiro en mi boca cuando otro quejido rompe mi calma. Me giro hacia Mac y no dudo en acercarme a él.
—¿Qué sucedió? —pregunto, preocupada, al tiempo que rodeo su cintura y lo ayudo a encontrar equilibrio, pues luce como si fuera a desmayarse en cualquier momento—. Hay que ir a un hospital, ¿qué te hicieron?
—Quieren matarme, Gi.
* * *
Creo que no van a ser los cinco capítulos que pensé jajaja, calculé mal, sorry :B
Faltan cuatro o cinco, eso sí, ya estamos en la recta final.
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