Capítulo 40
—Estoy contenta con el progreso que hemos hecho, ¿tú qué piensas? —pregunta Vivian.
—La verdad es que nunca me había sentido tan bien. Es como si ya no tuviera cargas en la espalda, estoy más tranquila, es la primera vez que en tantos meses no tengo pesadillas y puedo dormir. El otro día pude bañarme con agua tibia, fueron pocos minutos, pero estoy contenta.
—Los pequeños pasos son los que nos llevan a éxito, así que aplaude cada uno de ellos. Estoy muy orgullosa de tu esfuerzo y la fuerza que has demostrado, que te hayas comprometido y decidido creer en la terapia, Giselle. —Hace una pausa corta—. Seguiremos trabajando una vez que salgas, nos veremos cada dos semanas, pero te daré mi número para que me llames por si tienes alguna emergencia antes de la cita.
Hay una ceremonia cada vez que dan de alta a alguien, hoy no es la excepción, parten un pastel y me dan una medalla. Algunas personas aprovechan para comer, se acercan y me felicitan, aunque no tienen idea de quién soy, es muy gracioso, la verdad.
Me topo con una cara conocida cuando me doy la vuelta, no lo espero, por un momento la sorpresa es tal que me quedo quieta con la boca abierta. Entonces el pánico sube por mi garganta.
—¿Le pasó algo a Will? —le pregunto porque no se me ocurre otra razón por la cual pueda estar aquí.
—No, no —se apresura a responder. Angel agacha la cabeza y suspira, se tarda un momento en volver a enfrentarme, cuando lo hace veo una sombra de vergüenza en sus ojos—. Lamento venir así sin avisar, si estás ocupada puedo verte luego.
De reojo mira a la gente que nos rodea y espera paciente por su rebanada de pastel. Yo niego, ahora curiosa por su presencia. Nunca fui cercana a él, siempre sentí lejanía entre nosotros.
—Está bien, puedo hablar ahora. —Se queda callado un minuto, viéndose incómodo—. Podemos ir a un lugar menos concurrido.
Esa idea parece agradarle, pues asiente con la cabeza, la tensión de sus hombros se va. Lo llevo hasta una salita, hay algunos internos, pero están en sus mundos, no se inmutan cuando escogemos nuestros asientos.
Angel está frente a mí, cabizbajo, cierto aire melancólico lo rodea.
—¿Pasa algo? —pregunto
Él vuelve a asentir, levanta la cabeza y me mira.
—Sé que hice mal juzgándote, no suelo comportarme así.
—Sé por qué lo hacías, me contaron la historia del chico...
Me interrumpe.
—No fue por eso. —Respira profundo y continúa—. Vi algo en ti, ahora lo sé, me di cuenta y... No quería que estuvieras cerca porque me hacías recordar lo que me duele.
—Lo lamento, yo...
No termino de hablar porque no sé qué decir.
—Pude verlo en tus ojos, el dolor, el mismo que yo siento y tú... Parecía que lo manejabas bien, eras todo lo que yo no, pero explotaste. —Su voz tiembla. Extiende su mano y toma la mía, le da un rápido apretón antes de soltarme—. Lamento tanto haber sido tan egoísta, quería que lo supieras, que puedo entenderte más que lo que crees.
Hay algo en su expresión que me rompe en dos. Nunca lo imaginé como alguien vulnerable porque es lo último que pensarías al ver a Angel, pero en este instante se ve pequeño y frágil. Y lo sé, entiendo lo que quiere decir sin que lo diga con todas sus letras. Es tan duro hablar de eso, pero en sus ojos puedo verlo, lo entiendo, lo único que se me ocurre hacer es abrazarlo. Se tensa por el contacto, sin embargo, se recupera y, segundos después, me abraza también.
Decidí dejar las pajareras en el centro, eran demasiadas, la coordinadora pensó que era una buena idea colgarlas en una pared, prometió que me invitará a verla cuando esté lista. Mi padre me está esperando en la entrada cuando salgo arrastrando las maletas. Me recibe con una gran sonrisa y me abraza.
—Estoy tan orgulloso de ti, hija —murmura—. ¿Lista para ir a casa? Ya quiero que la conozcas. Compré algunas cosas para tu habitación, tiene una vista hermosa.
—Gracias —digo entre sus brazos. Respiro su perfume, el que me hace sentir segura y en paz, el que me alegra porque me trae buenos recuerdos—. Papá... Te amo muchísimo.
Él jadea, se echa hacia atrás con impacto, sus ojos se nublan, en segundos las lágrimas corren por sus mejillas. Se esfuerza en contenerlas, pero es inútil. Yo también me emociono, tengo que tragar saliva varias veces, ya que mi boca se ha secado. He intentado decirle esas dos palabras desde hace unas semanas, no encontré el momento perfecto ni la forma adecuada. Vivian me dijo que lo lindo de expresar los sentimientos es que no existe una fórmula para hacerlo de manera correcta, solo hay que dejar que salgan.
—Mi cielo, yo también te amo.
—Perdón por tardar tanto en decírtelo.
Pensaba que no podía sentir amor, qué equivocada estaba. Ahora entiendo lo que es, ahora puedo verlo, aunque me siga aterrando con la misma intensidad. El amor se esconde en esas pequeñas cosas que te hacen feliz, en los actos que a veces no son perceptibles, que fácilmente podrías ignorar. Le tenía tanto miedo al amor porque no sabía lo que era.
Sobreviví a un monstruo y no permitiré que me quite la oportunidad de amar, nunca más le daré el poder de seguir acabando conmigo. Amo a mi padre, amo que esté conmigo, amo que me acompañe, amo que esté aquí sonriéndome, emocionado porque su hija le ha hablado sobre sus sentimientos por primera vez.
Ya lo amaba, solo tenía que dejar de tenerle miedo a querer y a sentirme querida, a ser abandonada y decepcionada.
Amo a Sienna, amo a Mark y me hubiera gustado conocerlos. Amo que dieron todo por mí, que me hayan amado hasta su último aliento, que dieran su vida para salvarme.
—No me pidas perdón, es lo más hermoso que he escuchado, lo que siempre quise escuchar.
Nos quedamos quietos unos minutos más, él me analiza y vuelve a abrazarme, como si no quisiera soltarme. Luego de unos minutos no nos queda más remedio que marcharnos, además, estoy ansiosa por conocer la casa nueva. Nos subimos al auto. En el camino mi padre pone música de su banda favorita, Guns' N Roses, y tararea. Me permito relajarme.
Se siente extraño estar afuera luego de tantos meses sin ver las calles y a las personas. Cuando estás adentro se te olvida que acá la vida sigue, lo más duro es volver y adaptarte sin olvidar lo que reflexionaste durante el encierro.
La colonia es bonita, muy familiar si me lo preguntan, hay un parque en frente donde hay un montón de niños jugando en unos columpios. La casa es de dos pisos, veo ladrillos, una reja de forja y una enredadera como la del centro. En realidad, se parece mucho a la otra casa. Inmediatamente me gusta.
Cuando papá abre la puerta y me deja pasar. Mi primer instinto es recorrer el lugar, sin embargo, me quedo pasmada. Un letrero que cuelga del techo me da la bienvenida.
—Fue idea de Rowdy —susurra papá a mis espaldas.
Todos mis amigos están aquí. Los chicos y Keals, Ushio, Avril y Rome. Este último es el primero en acercarse con el paso acelerado, hace mucho que no hablo con él. Recibo su abrazo, me levanta y me da vueltas. Se me sale una risita. Lo extrañé, extrañé a todas estas personas, que estén aquí me emociona mucho.
—Eres de acero, nena —dice y me deja ir.
Avril, Ushio y Keals también me saludan y me dan la bienvenida.
—¿Por qué tan elegante? —le pregunto a Kealsey. Con la mirada repaso su vestido de cóctel, lleva el cabello recogido en un moño.
—Quería causar una buena impresión —dice y mira de reojo a mi padre, quien está revisando los bocadillos que están en el comedor.
—Seguro mi padre está feliz de que estén aquí, Keals, es el mejor, así que relájate.
—¡Caperuza! ¡Ya extrañaba tu cabello rojito! —exclama Mateo, me pasa un brazo por encima de los hombros y me acerca a su costado—. ¿Vas a incendiarnos o qué?
Tyler toma el otro lado, me rodea la cintura y recarga la cabeza en la mía.
—No vuelvas a desaparecer o tendremos que tumbar toda la ciudad hasta encontrarte.
Omar asiente con una sonrisa y Angel, quien acaba de llegar, se mantiene distante.
—¿Cómo está Regina? —le pregunto a Tyler, su sonrisa crece.
—Está bien, quería venir, pero tenía que presentar un examen, me dijo que te mandaba saludos y que te molestará pronto.
Escucho pasos acercándose a toda velocidad, es cuando noto a Tess, Dan y a la abuela en los sillones mirándome con una sonrisa. Reacciono tarde, Charlotte y Theresa se me lanzan y casi me taclean. Las gemelas dicen un montón de cosas que apenas puedo entender.
—¡Tía! ¡Tía! ¡Tía!
—¿Qué crees, tía? ¡No te puedes imaginar lo que pasó!
—¡Te extrañé tanto, tía!
—¡Ya quería verte!
—¿Te gustaron los regalos?
—Vamos a ver Star Wars, ¿verdad? ¡Lo prometiste!
—¡Ay, no! ¡No, Theresa! ¡Qué aburrido!
Su padre, Dan, se carcajea, al tiempo que se aproxima con andar más pausado hasta que está frente a mí. Me saca al menos una cabeza, sus intensos ojos verdes me recuerdan al color de las esmeraldas. No puedo evitar babear un poco, ¿quién no lo haría?
—Niñas, hablen más despacio y sin gritar, van a marear a Giselle.
Charlotte cierra la boca de golpe, Theresa hace un puchero y se cruza de brazos.
—Pero, papá... —se queja, pero decide callar.
El mencionado me ofrece su sonrisa.
—¿Cómo estás, cuñada? ¿Mejor?
—Mejor, gracias.
—Los Perkins te mandan saludos.
—Salúdalos de mi parte.
Maggie Thompson fue la persona que me encontró en el cementerio porque robaba las ofrendas que dejaba en la tumba de su hermano menor, no es que me enorgullezca, pero en ese entonces tenía tanta hambre que no me importaba. Es la mejor amiga de Tess, así fue como Robert y Romina me encontraron. Siempre que puedo paso a saludarlos, a ella, a su esposo James Perkins y a su hijo, quien tiene un flechazo por Theresa, esta lo ignora y le hace mala cara, lo divertido y complicado es que Charlotte lo persigue a todas partes.
Me pongo de cuclillas y abro los brazos para mis niñas favoritas, ella ríen y me envuelven, ya más calmadas.
—Las extrañé mucho, mucho, ya quería verlas.
Me tomo un momento para estar con ellas, así que las tres nos sentamos en el suelo al estilo indio. Sí, estoy ahí, en la mitad del recibidor, rodeada de adultos que nos miran desde arriba con expresión divertida. Pero no me importa, podría hacer esto todo el tiempo si eso significa escucharlas hablar sobre la escuela, las vacaciones, sus amigos, los regalos que recibieron en Navidad y todo lo que se les cruza por la mente.
Minutos más tarde, Dan les dice que regresen a jugar con la promesa de que les leeré un cuento para dormir en la noche.
Al ponerme de pie veo que mi padre se sirve más bocadillos en un plato, toma una botella de agua y me guiña antes de unirse al resto de la familia, supongo que para darme privacidad con mis amigos.
Rocket maúlla, al girar la cabeza lo encuentro restregándose en los pies de Row, quien se agacha para cargarlo. Mi corazón salta y da un giro, ¿voy a acostumbrarme alguna vez? La imagen es graciosa y tierna, un hombre de su altura con músculos por todas partes con un pequeño gatito... Podría verlo durante horas.
Sus ojos se levantan, no se ve sorprendido de que lo esté mirando, esboza una sonrisa perezosa y desenfadada. Por alguna ridícula razón me siento cohibida, sobre todo cuando enarca una ceja y porque, al parecer, apesto en esto y no puedo evitar los sonrojos y el nerviosismo si está alrededor. Ahora todos me verán, serán testigos de mi torpeza, qué vergüenza.
De igual forma, respiro hondo y me acerco. En ningún momento aparta la mirada, yo sí que miro hacia todas partes como si eso fuera a salvarme de los latidos desenfrenados y del sudor en mis palmas. ¿Yo? ¿Enloqueciendo por un hombre? Que nadie se entere.
Se ve divertido, ¿puede leer mi mente?
—Así que esta fue tu idea —digo y señalo con el dedo índice a todo lo que nos rodea. Le da un trago a su refresco, pretende ocultar su sonrisa—. ¿No vas a contestar?
—Fue idea de tu padre, le ayudé. —Se encoge de hombros.
Entrecierro los párpados.
—Ajá, lo que digas. —Doy un paso para cerrar la distancia y me pongo de puntillas, él aguanta la respiración, esperando mis movimientos. Dejo un beso en su mejilla—. Gracias, me gustó la sorpresa.
Nos quedamos así, cerca, ya que al parecer ninguno de los dos quiere alejarse. Sus ojos caen a mi boca y yo sufro un corto circuito.
—A mí me gustas tú.
—No me digas esas cosas —murmuro.
Esa mirada vuele a clavarse en la mía.
—¿Te molesta? —pregunta, preocupado.
—No, para nada, es que me empieza a gustar demasiado cuando dices cosas así.
Abre los labios y ahora es mi turno de mirarlos. Solo tengo que acercarme, inclinarme un poquito. Sé que piensa lo mismo, puedo verlo en su rostro. ¿Y si acabamos con esto y nos comemos la boca? Pero no podemos hacerlo, están todos aquí, incluidos mi padre y la abuela, seguramente están espiando, puedo sentirlos atentos a nuestro intercambio.
Se queda callado un minuto, veo el movimiento en su garganta, la manzana subiendo y bajando.
—Puedo decirte eso y más. —Su voz ronca me calienta la sangre, me hace recordar a todas las veces que me susurró en el oído. Siento cosquillas, escalofríos, descargas por todo mi cuerpo.
—¿Como qué?
—Se me ocurren varias ideas, pero tu padre me echará si se entera.
Ya estoy flotando, en serio, no estoy en el suelo, culpo a sus ojos y a esa voz. Una de sus manos, sin que me lo espere porque estoy esperando que hable, sostiene mi cara, sus dedos acarician mi mejilla.
Tengo que controlar mi respiración, puedo oler ese aroma que ya está grabado en mi memoria. Sus ojos recorren mis facciones, se detienen en mi boca una vez más, todo en mi interior se vuelve suave.
Las gemelas entran corriendo a la casa, así que nos obligamos a dar un paso atrás. Me aclaro la garganta.
—Mañana iré a por mis cosas a la casa de mamá, ¿te gustaría acompañarme? Voy a necesitar ayuda.
—Por supuesto que te acompañaré, muñequita —susurra y sonríe enseñando todos los dientes.
—¡Tortolitos! —canturrea Mateo, interrumpiendo el momento.
Le lanzo una mirada que no pretende nada, pero él se carcajea, así que supongo que no hice un buen trabajo escondiendo mi frustración.
—No me mates con los ojos, caperuza, tendrán mucho tiempo ustedes dos, ahora es nuestro turno.
Los dos nos acercamos al círculo que se ha formado. Es agradable ver cómo Rome se abre a los chicos Blacked y abandona esa actitud tan fría y grosera que tuvo alguna vez, incluso habla con Angel, con él más que con cualquier otra persona.
En más de una ocasión descubro a Mateo mirando embobado a Ushio, no creo que se percate de ello. Le pico el estómago con el codo una de esas veces.
—Auch, qué agresiva, caperuza —dice Mateo en voz baja, riendo y mirándome, todavía me tiene abrazada por los hombros—. ¿Ese tipo de ahí no te da amor suficiente? Sabes que si es el caso nos podemos escapar.
Row alcanza a escucharlo y le lanza una mirada de fastidio.
—Invítala a salir —le susurro.
Él sabe a qué me refiero al instante y, aunque no cambia su gesto de alegría, si alcanzo a ver que sus ojos se ensombrecen un segundo.
—No creo que sea lo mejor para ella.
—Ya, es lo que tú crees, ¿le has preguntado?
—Ushio es demasiado dulce y buena como para ver la verdad. —En ese instante su sonrisa cae—. No soy nadie, caperuza, y ella es todo.
—¿Sabes qué quiere? Quiere a alguien que la quiera y luche por ella, que le demuestre lo que siente.
—Su familia jamás lo aceptaría, no me atrevería a generar un conflicto...
—Mateo, esa es su decisión, es una chica grande y tú también, deja de poner pretextos porque esto me suena a que tú eres el que tiene miedo.
—No tengo miedo, m-me gusta muchísimo y siento cosas por ella.
—Pues ya está, no sé qué estás esperando.
Horas después algunos se marchan, cuando voy a cerrar la puerta veo que Angel se sube al auto de Rome. ¡Vaya! ¿Qué tenemos ahí? No puedo evitar la sonrisa. No cabe duda de que Rome es un descarado y un ligón, no pierde el tiempo, mira que venir a mi casa a ligar, en medio de una fiesta familiar.
—Parece que se hicieron amigos —dice Row detrás de mí. Me giro para tenerlo frente a mí.
—Yo creo que Rome lo que quiere es que ese pandillero rudo y fuerte lo empotre. Conozco a mi amigo, somos parecidos en muchas cosas.
No lo entiende al principio, lo esquivo para volver a la salita. Él se carcajea y yo sonrío.
Mi padre me invita a desayunar el día siguiente, pedimos comida porque preferimos que sea algo tranquilo, no me apetece ir a un restaurante.
Hoy iré con Row a recoger algunas cosas, papá me informó que Romina no estaría ahí, respetando mi petición, pues yo pedí que no estuviera, por ahora creo que lo mejor es seguir así, no quiero verla en este momento. Aunque nunca lo dije en voz alta, crecí pensando que mis padres biológicos me habían abandonado, pero la única persona que me abandonó fue ella. Comprendo su dolor, seguramente es una mierda, pero yo no tengo la culpa de que su hija muriera. Yo también era una niña, una que necesitaba comprensión y amor, no supo dármelo y eso está bien, cada uno lucha con sus propios demonios, no soy la más indicada para juzgarla porque hice muchas cosas de las que no estoy orgullosa. Lo entiendo, sin embargo, no estoy dispuesta a esperar más porque me hirió demasiado, ya no deseo con fervor que me ame. Tengo que cortar la cadena antes de que me asfixie.
Mentiría si dijera que no sigue lastimándome, pero en este instante estoy luchando con el enojo. Trabajaré en eso.
—Me daba miedo dejar el centro —le confieso a papá.
Él está comiendo un pastelillo, traga el bocado.
—¿Por qué?
Me quedo callada un minuto, hablar sobre lo que siento siempre ha sido difícil, estoy esforzándome.
—¿Y si no lo logro? ¿Y si en unos días las pesadillas vuelven? ¿Y si vuelvo a sentir ese vacío que me consume? No quiero, papá.
Estira las manos sobre la mesa para tomar las mías, las suyas se sienten cálidas y me hace recordar.
—Cuando te vi la primera vez pensé que eras un ángel que venía a rescatarme —digo.
Me da la impresión de que sus ojos se derriten.
—Tienes miedo porque no te has dado cuenta de que yo no he hecho nada, todo lo has hecho tú sola —dice y sonríe—. Tú eres el ángel que se recató a sí misma, la heroína que lucha contra los monstruos, la guerrera que esquiva las balas, la niña pequeña que escapó y encontró un lugar seguro, eres la mujer que va a salir de esto.
Sus palabras son medicina, son ungüento para las heridas que comienzan a convertirse en cicatrices.
Más tarde tomo la pintura y los utensilios que compró papá, pronto tendrá que marcharse porque tiene que atender una cirugía, me quedaré aquí para pintar mi habitación y acomodar los muebles que esperan en el pasillo. Afortunadamente mi padre me conoce bien, eligió un papel tapiz muy bonito que parece mármol y pusimos hace unas horas, ahora cambiaré el blanco por gris claro.
Pongo música, una lista de canciones en aleatorio que organicé ayer antes de dormir. Mientras paso el rodillo tarareo melodías que no conocía por estar en el centro, me estoy actualizando. También hay viejas porque no tengo remedio.
El tiempo transcurre, no noto que pasan los minutos hasta que alguien se aclara la garganta detrás de mí. Pienso que es papá, casi me caigo de la escalera cuando veo a Row en el umbral viéndose más guapo que ayer, ¿cómo es eso posible? Él se alarma por mi falta de equilibrio, se acerca dando zancadas y me ayuda a estabilizarme, tiene los brazos extendidos como si fuera a capturarme en caso de que caiga.
—No quería asustarte, tu padre me dejó entrar —suelta—. ¿Estás bien?
—Sí, sí, no te preocupes.
Me bajo de la escalera prestándole atención a mis pies, no vaya a ser que me traicionen otra vez.
Row me analiza una vez que me acerco, luego sonríe, el tipo de sonrisa que me hace temblar. Y lo sabe, es lo peor, que se está divirtiendo. Me pone mal este hombre, mal en el buen sentido.
En ese instante empieza a sonar una de las canciones que él me dedicó, así que la sonrisa se hace más grande.
—Hola, caperucita.
Ay, mierda.
Cuando dice eso todo en mi interior se ilumina.
Se aproxima dando un paso, me invade el calor, no sé si es por su cercanía o si se debe a su aliento que está tan cerca de mí. La tensión entre los dos es tan poderosa, solo quiero besarlo, no puedo pensar en otra cosa. Necesito sus labios, sus besos adueñándose de mi boca, sus manos esculpiendo mi cuerpo.
—Hola —saludo.
—Tienes un poco de pintura aquí.
Un escalofrío me deja estática cuando su dedo toca mi barbilla, traza una línea hasta mi oreja, amasa mi lóbulo y continua en mi cuello. Lucho contra mis impulsos y contra las ganas de suspirar.
—¿También tengo pintura ahí?
—Sí —susurra.
Da otro paso, las puntas de sus pies chocan con las mías. Su mirada se oscurece, la transición es un hechizo. Este chisporroteo de electricidad a nuestro alrededor ha incrementado, es más fuerte que antes. Me olvido de que mi padre está abajo, no me importa nadie si puedo verlo, tocarlo, olerlo. Si Row me mira así, como si fuera lo más preciado para él, todo lo demás deja de existir.
—¿Dónde más hay pintura?
—Se me ocurren muchos lugares.
—¿Ah, sí?
—Sí, parece que hubo una guerra aquí, hay que solucionarlo...
No entiendo nada de lo que dice porque sus labios hacen un recorrido lento desde mi oído hasta la comisura de mi boca, solo es un roce. Abro la boca para poder respirar al tiempo que mis poros se erizan, se percata de ello porque sus dedos bajan por mi brazo haciendo que duela, suelta un sonido varonil que suena ahogado, como si estuviera sufriendo.
Y justo cuando voy a recibir el beso, él se echa hacia atrás.
—Déjame ayudarte —dice.
Parpadeo, confundida.
¿Qué fue eso?
Le clavo dagas a su nuca, sus hombros están tensos y sus puños apretados. No necesita escalera para pintar, de vez en cuando me lanza miradas de reojo que decido ignorar.
Con el malhumor creciendo dentro me dirijo a la única silla que hay en el cuarto y me dejo caer, enfurruñada, con la intención de recuperarme. Me encuentro en un punto en el que lo deseaba tanto que no me di cuenta de que me quitó el rodillo.
Observo a Row mientras pinta la pared, lo hace más rápido que yo. Podría quedarme aquí durante horas, admirando cómo los músculos de su espalda y brazos se tensan con cada movimiento, es un espectáculo que hace que la frustración baje considerablemente y que otros lugares se enciendan.
Rocket entra y da un salto para sentarse en mi regazo, lo recibo y acaricio su pelo suavecito. Se ha adueñado de la casa, al parecer le gusta su nuevo hogar porque hay más espacio y es libre. Él ronronea, feliz por la atención.
—Está perdidamente enamorado de ti.
La voz de Row me hace sonreír.
¿Por qué estaba enojada?
—Eso parece.
—Ya somos dos en este cuarto.
Alzo la cabeza, él me está mirando por encima de su hombro. Me muerdo el labio para no sonreír como una estúpida, pero lo nota. Su sonrisita de lado es traviesa.
—No conozco a Groot, ¿crees que se lleven bien?
No soy buena respondiendo, así que espero que lea entre líneas lo que siento. Bien, esto está saliendo de maravilla, nótese el sarcasmo, él no me besa y yo no puedo hablarle,
Row suelta una risita.
—Rocket le tiene miedo a Groot porque lo recibió en la casa con ladridos. Ya que lo conoció, mi perro lo siguió por todas partes, Rocket se trepaba al refrigerador para que no lo alcanzara y dejara de olfatearlo.
Hablamos un buen rato, me cuenta cómo llegó Rocket a la casa de su madre. También me habla sobre su trabajo, cómo es trabajar a larga distancia, está atendiendo algunas cuentas que le pasó el señor Willburn y negociando nuevas oportunidades para la empresa en la ciudad. Después me pregunta por mis planes, lo que haré después de graduarme.
—Estoy decidida, se me ocurrió después de una sesión con Vivian —digo—. Quiero crear una asociación para luchar por los derechos de las niñas y niños que fueron abusados, también por los que sufren en casas de acogida, hacer algo para obligar al sistema a encontrar buenos hogares. Tendré que buscar a alguien que pueda respaldarme para luego buscar patrocinadores.
Se queda quieto, se gira lo suficiente como para hacer contacto visual.
—Cariño, la empresa más grande de neumáticos está a tus pies, ¿lo recuerdas?
—No voy a aprovecharme de tu empresa.
Deja el rodillo en la escalera y se acerca, se pone de rodillas frente a mí. Como si lo sintiera, Rocket da un salto para alejarse, aunque no va demasiado lejos, se acuesta a un lado de nosotros. Las manos de Row caen en mis caderas, se inclina hacia mí. Abro las piernas, cosa que le agrada pues sonríe y termina de cerrar el espacio arrastrándose hacia adelante.
—Recuerda que mi padre quiere abrir una casa hogar, yo creo que estará encantado de ayudar.
Me quedo en silencio un par de minutos, más que nada porque me cuesta pensar de forma coherente. Tiene razón, su padre está interesado en eso, podría hablarle sobre mi propuesta.
—Sería genial, lo planearé.
—Dime cuando estés lista.
Esas palabras suenan como una súplica, ya no sé de qué estamos hablando. Sus ojos van directo a mis labios. Entonces lo entiendo y quiero golpearme en la frente por no verlo antes. Me está dando espacio porque fue lo que le pedí, está esperando, por eso no me besa.
Me deja sin aliento.
—Me gustas muchísimo —confieso por primera vez—. Todo lo que haces me gusta, lo que me haces sentir.
—¿Qué te hago sentir?
No. Puedo. Respirar.
—Me haces sentir, Row, eso. Antes estaba anestesiada, el dolor me entumió. Entonces vienes aquí y me conviertes en un desastre.
—Es lo más lindo que me has dicho y estoy completamente loco ahora.
—¿Sí?
—Sí.
Toma mi mano y la pone en su cuello, los rápidos latidos llegan a mi palma.
—Dime que puedo besarte porque no sé si voy a resistir un segundo más. —Su voz suena torturada.
Abrazo sus hombros, hundo los dedos en su cabello suave. Mis piernas están a su alrededor, se enroscan para capturarlo. Esto se siente bien, ¿en qué momento pensé que debía alejarme?
—Bésame, Row.
Suelta una exhalación y parpadea dos veces, esperando que me arrepienta.
No espera más, sus labios capturan los míos y la adrenalina corre tan rápido por mi cuerpo que me deja mareada. Uno de sus brazos me rodea la cintura, su otra mano va a mi nuca para sostenerme.
Respondo a su beso con el mismo fervor. Primero es lento, despacio me seduce, a pesar de que ya me tiene en sus manos. Tienta con sus dientes mi labio inferior y deja un camino húmedo con su lengua. Cuando abro la boca para respirar aprovecha, me invade, se hace paso. Nuestras lenguas se buscan de inmediato, el toque me hace suspirar. Su sonrisa socarrona no tarda en aparecer, manda descargas, acaba con los trozos de hielo que se aferraban a mí.
Mis labios terminan calientes, húmedos e hinchados cuando no nos queda otra más que separarnos. Apoyo la frente en la suya y, con timidez, le doy un pico.
En ese instante, con la respiración hecha un caos, nuestros alientos y miradas unidas, me doy cuenta de que estoy profundamente enamorada.
El nudo en mi garganta me asfixia, lo amo, pero no logro decirlo en voz alta.
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