Capítulo 27
Solo quiero aclarar que en el capítulo pasado, cuando Mateo le preguntó eso a Row, lo hizo para sacudirlo, para ver si reaccionaba y se daba cuenta de que estaba siendo un imbécil. Ok? Ok.
La oscuridad a veces es segura, cuando quieres esconderte de alguien se convierte en tu aliada, pero ¿y si necesito esconderme de mí misma? No funciona, ningún escondite sirve.
Ya es de noche, no puedo dormir porque las pesadillas están ahí apenas cierro los ojos. Y la oscuridad esta vez no funciona. Estoy sentada en la cama mirando la nada, sumergida en mis pensamientos, a pesar de que no quiero pensar.
Mis padres me recibieron cuando llegué, me preguntaron sobre mi fin de semana. Soy buena fingiendo, no creo que sospechen que no estuve con Avril y Ushio.
Al ver la sonrisa de mi padre, por un momento quise ceder, contarle lo que había pasado, decirle cómo me siento. Estoy segura de que sus palabras me habrían calmado. No le dije nada porque me niego a que esto sea importante, no quiero que Willburn me importe, pero es un engaño solamente, siento que me rompió el corazón y ni siquiera sabía que tenía uno.
Ya dejé de torturarme repasando los últimos momentos juntos, intentando buscar una explicación. Ahora solo quiero que deje de doler, haré lo que sea necesario.
La pantalla de mi celular se ilumina una vez más, una vez más ignoro las llamadas. El tumulto de mensajes comenzó a llegar antes de llegar a mi casa, era Row, no ha parado desde entonces.
No importa lo que diga, aunque muy en el fondo deseo creer, quiero borrar de mi mente las últimas horas, lo que dijo.
«Lo siento tanto, lamento todo lo que pasó el día de hoy»
«No puedo regresar el tiempo, si pudiera lo haría y todo sería diferente. No debí comportarme como lo hice, debí quedarme en la cama»
«Sé que no me lo merezco, pero ¿podemos hablar? Necesito contarte cosas, y aunque nada justificará cómo te traté, tal vez entiendas por qué tenía tanto miedo hoy al amanecer»
«Sé que los dos estamos aterrados. ¿Lo estás? ¿Sabes de qué estoy hablando?»
«Déjame arreglarlo»
«No puedo decirte todo por teléfono, no es la manera correcta»
«Contéstame, cariño, por favor no me ignores»
«Gi, por favor vuelve, dime dónde estás para ir a buscarte»
«Solo dime que estás bien»
Presiono la opción para bloquear su número.
Arrojo el teléfono a la mesita de noche y me arrastro para acostarme, me cubro con las mantas hasta la barbilla y cierro los párpados que empiezan a quemar. No puedo dormir, lo he intentado.
Resignada, me levanto y adelanto las tareas de la próxima semana, mi mente necesita estar ocupada para no pensar en él, en sus besos, en sus caricias que me desarman y me vuelven vulnerable, en sus abrazos, en la intensidad de sus ojos y en cómo sus manos me buscan cuando estamos juntos.
El lunes al mediodía estoy sentada junto a Avril y Ushio en una de las mesas de la cafetería, intentando seguir la conversación y fingiendo que estoy disfrutando mi ensalada.
Si notaron que estoy distraída no lo dijeron. Muy a mi pesar, me he descubierto en más de una ocasión buscándolo entre el gentío. No tengo que buscarlo demasiado, él se aparece a lo mucho diez minutos después de que nos sentamos, como si hubiera estado cazando el momento adecuado.
Un cuerpo se detiene frente a nosotras. Mierda. Sé quién es porque su olor me golpea como un tren. Trago saliva e ignoro su presencia, esperando que mis amigas no lo noten, pero es imposible no percatarse de él mirándome fijamente. Ellas lo miran, luego se concentran en mí.
—¿Podemos hablar? —pregunta él, su voz ronca repercute en mi piel, mi cuerpo responde. Y eso me enoja, ¿en qué momento todo se salió de control? No respondo, sigo comiendo el trozo de pollo sin reconocerlo—. Gi, solo quiero explicarte.
Este juego me pone enferma. Él quiso que fuéramos amigos, quería que durmiéramos abrazados, que compartiéramos momentos juntos. Pero cada vez que se siente en peligro saca los dientes y me manda a la mierda. Pensé que teníamos una amistad, que podía relajarme. Descubrí de la peor manera que no, que bajar la guardia es el peor error que puedes cometer.
De reojo veo que sus dedos largos recorren el filo de la mesa, la tensión y la ansiedad vuelan en ambas direcciones. Quiero mirarlo y averiguar lo que está pensando, aguanto, sin embargo, termino cediendo a mis deseos y alzo la cabeza para observarlo.
Luce igual que siempre, tan apuesto que duele no estudiarlo, con esos perfiles duros y rectos que parecen cuchillos a punto de lastimarme. Esta vez es diferente porque distingo algo en su mirada, a pesar de que me niego a aceptarlo, seguramente estoy confundida porque me muero por creer en él. En el viaje a Georgia pensé que era lo único verdadero a mi alrededor.
Se percibe la congoja en sus facciones, la tristeza que se desborda de sus ojos azul cielo.
—Por favor, caperucita. —Su súplica suena rota.
Desvío la vista y la dejo en mi comida como si fuera lo más interesante del mundo.
—¿Me regalan unos minutos con ella? —Se dirige hacia mis amigas.
Quiero decirles que se queden o levantarme y dejarlo hablando solo, no lo hago porque no quiero que note que me muero por abrazarlo, que deseo escucharlo, que estoy dolida. Necesito que piense que no me interesa, que no tiene efecto en mí.
Se levantan y me dejan a solas con él, quien toma asiento frente a mí. Tarda unos minutos, permanece en silencio, luego se aclara la garganta y yo hago un esfuerzo sobre humano para no caer en este vaivén que terminará matándome.
—Cuando era niño estaba enfermo, ¿recuerdas que lo mencioné? —Espera mi respuesta, suspira cuando no llega—. Odiaba la puta enfermedad, odiaba mi jodida vida, odiaba ir a la escuela y que se rieran de mí porque no tenía cabello, odiaba despertar cada mañana y saber que tenía que pasar horas en un hospital junto a personas que intentaban sonreír, a pesar de que la sala estaba llena de niños enfermos. Quería morir, hacía cosas para no tomarme los medicamentos, trataba mal a mis padres, dejé de ir a la escuela porque dejé de esforzarme y mis calificaciones bajaron, solo quería estar solo en mi habitación. Estaba deprimido, me diagnosticaron con depresión infantil.
Hace una pausa.
No digo nada, solo alzo los ojos y lo miro un momento, no se da cuenta de mi escrutinio indiscreto porque está mirando el vacío, su rostro arrugado por la agonía. Dejo de mirarlo porque su sufrimiento comienza a afectarme, no dejaré que se acerque.
—Un día llegó una niña al hospital. —El tono de su voz se vuelve más suave y las arrugas de su frente se van—. Era todo lo opuesto a mí, era la única sonrisa verdadera en ese sitio, y se la contagió a todo el mundo. ¿Recuerdas a esa amiga de la que hablamos en el lago? Nos hicimos amigos, supongo que se dio cuenta de lo jodido que estaba y quería ayudarme, así era ella. Pasábamos mucho tiempo juntos, me hablaba de la vida, de las estrellas, de los dibujos, de los lugares que quería conocer, de los cuentos de hadas. Ir al hospital ya no era tan malo, la terapia ya no me parecía lo peor del mundo, hizo que me diera cuenta de que si luchaba podría vivir y eso era algo bueno. Poco a poco fui mejorando, cuando me curé fui feliz, muy feliz y me atreví a soñar.
»Pensé que ella también se curaría —continúa—. Era mi mejor amiga, fue mi primer amor, prometimos que viviríamos, pero ella no se curó, solo empeoró y murió. Entonces me enojé con la puta vida, la injusticia me hizo tanto daño, me sentí impotente, tenía tanto odio y rencor, ni siquiera podía culpar a alguien. En mis pensamientos de niño sentí que la había traicionado porque ella quería vivir y me contagió las ganas, ella merecía estar viva, yo no había hecho una mierda. Le prometí que siempre la recordaría, que no dejaría que muriera en mi memoria, se lo debía. Hice cosas de las cuales me arrepiento, me metí con gente peligrosa porque pensaba que no podía ser feliz. Me castigué sin razón alguna, por algo que no era mi culpa, pero fue un camino muy largo el que tuve que recorrer para entender eso.
»Me cuesta relacionarme con las personas, dejar que se metan en mi piel porque temo perderlas, no soy bueno diciendo adiós. Tampoco soy bueno hablando de mis sentimientos o aceptándolos. Te sostuve esa noche y entré en pánico, tuve tanto miedo de enamorarme de ti que pensé que debía alejarte antes de que lo que siento creciera.
Tantas palabras incorrectas para alguien como yo. Suena tan mal todo.
¿Amor? ¿De verdad está hablando de esa mierda?
Pero él no ha terminado.
—Creo que me afectó todo, enterarme en la cena de que tu padre fue mi doctor, mi héroe, y luego mi madre avisándome de la puta invitación.
Mi cabeza se levanta con rapidez.
Algo se enciende en mis pensamientos, me echo hacia atrás. Esta mañana mi madre mencionó que había enviado las invitaciones, mi padre fue el doctor de Row, eso quiere decir que tuvo cáncer, que estuvo en el mismo hospital que ella.
La siguiente respiración que tomo es temblorosa, hay piezas que se encajan en mi mente. Ruego que no sea así, que este rompecabezas de mierda no se burle de mí.
—¿Cómo se llama la niña?
Me cuesta pronunciar la pregunta, pues quiero alargar el tiempo entre nosotros. Se siente como si cayera en un hoyo sin fondo, en ese precipicio que me parecía tan atractivo.
Sus ojos buscan los míos, parpadean confundidos, quizá no entiende mi pregunta al principio.
Mi corazón martillea en mi pecho, esperar su respuesta es una tortura.
No, no, no, no puede ser él. ¿Verdad?
Que no sea él.
Alguna vez mi madre mencionó que Lili tenía un mejor amigo, que hacían todo juntos, que se dieron un beso inocente y puro, y que él lloró desgarrado cuando ella murió. El pequeño niño que también estaba enfermo, que le dijo a Tess que no habría otra princesa en su cuento.
Tiemblo de terror cuando abre la boca.
—Lilibeth.
No...
No.
¡Mierda no!
¿Por qué de todos tuvo que ser precisamente él?
¿Por qué?
Todo se desmorona a mi alrededor en un segundo, los últimos meses se convierten en cenizas, en un trago amargo. Es una burla del destino, otra broma más en la lista.
Row. No puedo creer que sea él, él que me ha tocado tantas veces, él que con sus besos me ha hecho olvidar el pasado, él que con sus caricias me hizo suspirar y rogar, me hizo confiar. Todos los recuerdos llegan y me ahogan: su cuerpo desnudo, las risas, los secretos, las miradas traviesas, el corazón en mi cuello, los susurros, las fotografías, los bailes, los besos abrasadores y tiernos, las veces que perdí el aliento y las que él se perdió dentro de mí.
Maldita sea.
Me pongo de pie de forma abrupta, sorprendiéndolo. Me doy la vuelta y camino hacia la salida dando zancadas largas, casi corriendo. Mis pensamientos colisionan unos con otros, son confusos, se mueven a toda velocidad, repasando lo que dijo, lo que sucedió en Georgia y al llegar a Hartford.
Las palabras de Mateo cavan un pozo profundo en mi pecho, me quedo sin aire al entender que Row no puede querer a otra persona porque le entregó sus sentimientos a ella y ninguna puede igualarla. Se siente culpable si lo hace. Una sensación que no había experimentado me hace doler el corazón, lo rompe, lo quiebra, lo pisotea y le escupe. He sufrido tanto que muchas heridas ya no duelen, pero esta es como quemarme viva.
Una vez más me comparan con Lilibeth Winter, una niña que vivió muy poco y murió siendo perfecta, no tuvo tiempo para equivocarse ni para crecer ni para dañar a otros. ¿Cómo se puede competir con eso? ¿Por qué mierda querría competir contra ella una vez más? Es un camino que nunca más volveré a tomar.
El recuerdo de la cena me detiene en seco. El horror que me recorre me produce escalofríos. Row lo sabía, lo supo desde hace días y no me lo dijo. No hay forma alguna de que no se enterara de que su doctor y la madre de su mejor amiga muerta se casaron después de la tragedia. No me dijo nada. Entonces llego a la conclusión de que me quiere cerca porque se la recuerdo, él no quiere olvidarla, lo dijo, que le prometió que la guardaría por siempre en su memoria.
Los bloques de hielo caen en mi alma otra vez, esos que se derritieron un poco desde que él llegó. Se me congelan hasta los lugares que mantenía en secreto para que nadie los tocara. Se apagan esos sitios que brillaban con luces intermitentes de vez en cuando.
Confié en él, le mostré un pedacito de mí, no lo hice con otra persona por temor a que me juzgaran, al final él también lo hizo.
Qué tonta fuiste, Giselle, ¿cuándo vas a entender que estás sola y así debes de quedarte?
Los rotos, los heridos no van en manada, se esconden en los rincones oscuros para que ningún depredador los encuentre.
Él tarda en alcanzarme, su mano se cierra en mi codo cuando lo hace.
—¡No me toques! —exclamo. El dolor y el asco son notorios en mis palabras. Se ve impactado por la furia que ve en mi rostro, sus párpados se abren con asombro, pero no me suelta, así que sacudo el brazo hasta que rompo el contacto—. No vuelvas a tocarme en tu jodida vida.
Da un paso hacia atrás como si sintiera el desprecio.
—Gi, dime qué hacer para arreglarlo...
—Nada —interrumpo—. Lo que hiciste estuvo bien, esta mierda entre nosotros comenzaba a volverse aburrida, sumamente tediosa y agotadora.
Es mentira, pero no puedo detener lo que sale por mi boca.
Nada era aburrido con él, podía saltar si quería, podía dejar mis pecas descubiertas sin sentir temor ni repulsión, podía tener una puta pesadilla sin que él saliera corriendo. Escribí sus palabras en papelitos de colores y los pegué en la pared. Row Willburn hizo que me sintiera viva, pero ahora siento que estoy muriendo otra vez.
—¿De qué hablas? Sabes que no es así, que hay algo creciendo entre los dos, me haces tan feliz y...
—Qué tierno, Willburn —digo y sonrío de lado, burlona—. No me digas, ¿te estás enamorando? Qué adorable.
Me mide con su mirada, sé que no encontrará nada por más que busque en mis ojos o en mi cara. Soy una mierda cuando quiero serlo, sé qué hacer y qué decir para que me deje tranquila, para que no se entere de que por dentro estoy herida. No es bueno herir a los demás para cuidarse, ¿qué más puedo hacer si es la única manera que conozco para defenderme?
—Cariño, no hagas esto. —No entiende, está tan confundido y dolido por lo que he dicho, porque ha desnudado su alma y ahora estoy huyendo, burlándome en su cara de sus palabras—. Me equivoqué y lamento tanto, tanto haberme comportado así, no quería lastimarte, dije cosas e hice otras sin pensar. Sé que tienes miedo, puedo verlo, solo déjame arreglarlo y empezar de nuevo de la forma correcta.
—No siento lo mismo que tú, Willburn, ¿no se te ha ocurrido eso? La historia de tu muertita ya me la sé y no cambia las cosas entre nosotros. —La crudeza lo golpea, se aleja otro paso, pero yo cierro el espacio y me planto frente a él, nariz con nariz—. Solo follábamos, eso se acaba ahora ya que no pudiste manejarlo.
Siempre supe que acabaría de esta manera, a pesar de que quise que fuera diferente y me mentí a mí misma. Encontré el pretexto que tanto buscaba, solo que es más doloroso de lo que pensé.
Me alejo y empiezo a caminar otra vez, su voz me detiene.
—No me voy a rendir, Giselle.
Miro por encima de mi hombro y vuelvo a sonreírle de esa manera que me destroza porque en sus ojos puedo ver que lo estoy lastimando.
—¿Crees que Mateo quiera tomar tu lugar? Se veía muy dispuesto y ya que no te importa... —Me encojo de hombros.
No me quedo para ver su reacción. Me largo.
El camino a casa me parece eterno, lo hago en automático, anestesiada. No hay nadie cuando llego, así que es fácil subir las escaleras corriendo y meterme a la habitación de mis padres.
Caigo de rodillas frente a la cama y saco una de las cajas que guarda mi madre debajo de esta. Es una cajita de cartón envuelta en papel con estampado de flores viejas, parece una textura antigua. La abro y encuentro el montón de fotografías, algunas que ya he visto cientos de veces y otras que mi madre guardaba para sí misma.
Alguna vez ella me mostró al mejor amigo de Lili, pero eso fue hace mucho tiempo, cuando era una chiquilla. No puedo creer que no me di cuenta de quién era.
Las repaso todas, sentada en la alfombra, hasta que doy con la que busco.
Ahí están.
Tan lindos.
Se encuentran en una camilla, ninguno de los dos tiene cabello, no se ven preocupados por eso. Comen gelatina, la favorita de Lili. Ríen por algo.
Lo observo y encuentro las similitudes de su rostro y lo mucho que ha cambiado, ya no es el niño pálido y flacucho de la foto. Lo analizo un buen rato, como si quisiera asegurarme de que es él y no he malinterpretado la situación.
Las lágrimas vienen y salen sin que pueda detenerlas. Después observo a Lili e intento imaginarla mayor, con ondas de cabello castaño como el de su hermana y esos ojos como el humo detrás de una cortina de pestañas largas. La imagino sonriendo junto a Row, tomados de la mano en el sofá, cumpliendo los sueños que no pudieron vivir, yendo juntos a la universidad, dándose un beso en el umbral de la puerta como despedida, incluso cuando saben que al día siguiente se verán de nuevo porque no pueden estar separados.
Me destroza.
Quiero gritar que él es mío, pero no puedo hacerlo porque, en realidad, no lo es.
—La gente te amaba, tu muerte los destrozó a todos, deberías estar viva, habrías sido muy feliz, rodeada de personas que te aman —le digo a Lili, esperando que me escuche.
Dejo la foto en la caja y vuelvo a colocarla en su lugar. Solo que otra caja llama mi atención, esta no la recuerdo, antes de poder pensar la saco de su escondite y la abro.
Lo que hay adentro no se compara con las bestias que me persiguen en mis pesadillas, es muchísimo peor.
* * *
Nos tocaron capítulos tristes en Navidad, qué jodido jajaja
Bueno, lo que se viene es feo porque vamos a descubrir qué le pasó a Gi :(
Lxs quiero <3
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