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Capítulo 26


Sigo a Row por el pasillo después de perder el tiempo afuera y de despedirnos de los invitados con la excusa de que estaba cansado por el viaje. Me dijo que quería mostrarme algo antes de ir a dormir. Me contó historias de cuando era niño y visitaba a su padre, se escapaba de las reuniones formales y se escondía ahí, en el lugar más apartado de la casa.

—Es una de las colecciones de papá, una de las más preciadas, nunca se la muestra a nadie, ni siquiera la menciona —explica cuando se detiene frente a dos puertas cerradas, abre una y me motiva a entrar.

La luz brillante me deja ciega por un instante, al entrar siento que he vuelto en el tiempo, a una época que ahora solo puede admirarse en libros, películas y series. Parece el interior de una iglesia antigua, con cristales coloridos y dorados, columnas blancas con líneas de oro. Me quedo quieta, admirando el techo, que es una réplica del de la Capilla Sixtina, creo que toda la habitación está inspirada en el Renacimiento.

—Así que tu padre es un aficionado del Renacimiento —susurro sin dejar de repasar los dibujos perfectos, exquisitos.

—No, a los recuerdos.

Le doy una mirada y sonrío.

—Me gustaría coleccionar recuerdos.

Mi vista baja, abandona el techo, recorre el lugar que no puede ser más impactante y aterrador al mismo tiempo. Este sitio está lleno de esculturas de todos los tamaños y formas, esculpidas con tanta delicadeza que tardaría horas analizando cada una para impregnarme de sus detalles, de los matices. Se siente como si acabara de entrar a un museo.

—¿Por qué no lo haces? —cuestiona.

Porque no recuerdo una mierda y los pocos retazos que hay en mi memoria son escalofriantes, pero no lo digo, me encojo de hombros para restarle importancia.

No dice mucho, solo se queda atrás de mí, mientras doy pasos cortos, deteniéndome en aquellas piezas que llaman mi atención. Me sigue, enmudecido.

—Esto me recuerda a una escena de Orgullo y prejuicio —suelto cuando llego a un busto.

—¿Va a salir corriendo, señorita Bennet? ¿Debería asegurar la puerta?

Es imposible retener la risita.

Me doy la vuelta y lo enfrento.

—Esto es hermoso, Row.

—Lo es, ¿eh? Aquí descubrí lo mucho que me gustaba el arte, durante un tiempo me obsesioné con hacer esculturas, pero era un desastre, entonces me quedé con la fotografía y con los bocetos que hago de vez en cuando.

—¿Qué te gusta dibujar?

—Criaturas hermosas y desafiantes —susurra. Da un paso hacia mí y acorta la distancia entre los dos. Una de sus manos sostiene mi barbilla, sus dedos rozan la base de mi oído, sentirlo me provoca una oleada de escalofríos—. Ángeles disfrazados de demonios.

—¿Estás diciendo que me veo como un demonio?

Su sonrisa crece.

—Estoy diciendo que te ves como todo lo que puede tentarme.

Agacho la cabeza para esconder la sonrisa que se dibuja en mi cara, pero no lo permite. Está aquí, observándome con una seriedad que me seca la boca porque me hace recordar todas las veces que no pudimos mantenernos alejados.

Parpadea una vez, alcanzo a distinguir que traga saliva. Obtiene su celular del bolsillo de su pijama, busca algo y segundos después empieza a sonar una melodía que no conozco.

«You think that you know my heart, and you probably do, so I'm always with you. I could stay with you for hours in an empty room and never get bored, never have nothing to do»

—Baila conmigo, caperucita —pide.

Dudo, pero acepto.

Me sostiene con fuerza, sus brazos me encarcelan. Acaricia mi oreja con su nariz, sus dedos juguetean en mi espalda y su rodilla se cuela entre mis piernas. Mi cabeza cae en su hombro y cierro los párpados. Nos balanceamos sin ritmo, muy despacio, rozándonos, sintiéndonos.

«You're a beautiful thing. We're a beautiful thing together, even when the weather is low»

Lo siento por todas partes: su aliento, su calor, su olor, las caricias, su pecho subiendo y bajando, nuestras piernas mezclándose, moviéndose.

La canción termina, pero él no me suelta. Se echa hacia atrás, hago lo mismo y lo miro.

—Ya es tarde, deberíamos ir a dormir —murmura.

Deja un beso en mi frente y se aleja, dejándome fría y confundida.



Nos despedimos hace rato, me dejo en la puerta de la habitación luego de que la la gente se marchara, a pesar de que más temprano me dijo que sucedería algo más. Doy vueltas en la cama, sumergida en la oscuridad, repasando lo que pasó en la mesa. Aseguró que no le sucedía nada, pero algo dentro de mí me dice que era mentira. Así que no puedo dormir.

Son las tres de la mañana, llevo una hora pensando, y creo que enloqueceré en este sitio si sigo dándole vueltas a la situación, tratando de adivinar si hice algo, si su molestia se relaciona conmigo. Me levanto y salgo de la habitación. Me asomo en el pasillo para comprobar que no haya nadie deambulando por ahí en la madrugada. No quiero que me descubran, sería vergonzoso que su padre se percatara de lo que planeo, de que voy a colarme en la alcoba de su hijo.

Voy hacia el cuarto de Row y me detengo en la puerta de madera oscura, debatiéndome mentalmente entre entrar o no. Suelto el aire, la primer opción gana la batalla. Giro el picaporte, el cual cede de inmediato. Entro de puntillas, cierro tras de mí y llego al borde de su cama.

Me deshago de mis pantuflas y, de rodillas, voy hacia él. No sé cómo logra sentirme o si me estaba esperando, pero los párpados de Row revolotean y se apresura a abrazarme. Sus manos se adueñan de mi cintura como si supiera exactamente dónde colocarlas para manejarme, me acerca a su pecho.

Caigo sobre él, una de mis piernas entre las suyas, la mitad de mi costado encima suyo. Mis manos van a su pecho perfectamente esculpido, perfecto para pasear con los dedos y descubrir caminos que llevan a la perdición.

No puedo verlo porque está muy oscuro, no hay luz entrando por las ventanas, solo puedo distinguir sus sombras, pero puedo sentirlo ardiendo bajo mis manos que se mueven por todas partes.

—No puedo dormir —susurro.

—Yo tampoco.

Se le escapa un suspiro, su pecho tranquilo sube y baja, sus dedos se mueven sobre la delgada tela de mi bata, haciendo cosquillas que no llegan a ser molestas ni a sacarme risas, al contrario, hacen que me acerque más a su cuerpo.

—¿Intentas seducirme, caperucita traviesa? —pregunta, alcanzo a notar diversión, pero claramente su ánimo no es el mejor.

Trago saliva.

—Sé que dijiste que estás bien, pero siento que hay algo que no me has dicho. Si es relacionado conmigo puedo...

No termino de hablar. De un momento a otro estoy debajo de él, su movimiento brusco me arranca un grito ahogado cargado de sorpresa.

Me recupero pronto, rodeo su cuello y mis piernas van alrededor de sus caderas. Mi bata se sube lo suficiente como para que su erección choque con mi ropa interior, en ese lugar lleno de necesidad, ahora que sé que se siente de la misma forma el anhelo aumenta.

—No es nada relacionado contigo, creo que eres perfecta, ya te lo dije —dice.

—Soy lo opuesta a perfección, Row —pronuncio con seriedad.

—Ojalá pudieras ver lo que yo veo.

Su nariz acaricia la mía. Puedo sentir su aliento soplando, calentando mis labios.

—¿Y qué ves?

—A ti, todo el tiempo.

Quiero entender lo que dice, tomarme un minuto para analizar sus palabras porque no las comprendo, pero no me lo permite porque se apodera de mi boca con una pasión que me derrite y me arrebata un gemido.

Me besa, me saborea con tanto fervor que me asusta, me hace temblar. No sé dónde poner mis manos, no sé qué hacer con mis piernas, ni siquiera sé cómo besarlo de la misma manera. Le sigo el ritmo y me dejo llevar por los senderos que me indican sus caricias.

Es tan suave.

Hoy lo hace despacio.

Me quita la ropa con paciencia, resbalando la bata hacia arriba, descubriendo poco a poco mi abdomen, mis pechos. Se quita los pantalones con premura, su calma regresa cuando vuelve a colocarse encima de mí. Solo la fina tela de nuestra ropa interior nos separa.

Luego empieza la dulce agonía, Row mueve sus caderas contra las mías, la fricción me hace delirar, sentir cómo su dureza me provoca me humedece, me convierte en polvo. Nos movemos los dos como si estuviéramos desesperados, tal vez lo estemos.

Atiende mi cuello repartiendo besos, mordidas, succiones y caricias con su lengua. Llega a mi oído, me retuerzo al sentir su respiración. Él sabe cómo me hace sentir, pues sonríe con descaro, se aprovecha de mi debilidad. Eso es lo duro de la intimidad, mostrarle al otro tus debilidades y esperar que no te destruyan. 

Lo próximo que sé es que baja y recorre mis clavículas, hace un camino hacia mi ombligo rozando mi piel con la punta de su nariz, con extrema delicadeza me quita las bragas y abre mis piernas, me devora con los ojos antes de hacerlo con la boca.

Clavo la nuca en la cama, mis costillas se elevan al sentir que se apropia de mi humedad, sabe qué tocar, cómo hacerlo para obligarme a entregarle el control. Sus manos suben y acomodan mis caderas para obtener un mejor acceso, continúan ascendiendo hasta que alcanzan mis senos, los pezones enhiestos que ruegan atención y no duda en mimarlos. 

Me toca como si no quisiera romperme, pero no hay nada suave en cómo su boca y sus manos me llevan a la locura.

—Row... —Suspiro.

—Giselle, te quiero recordar.

Gimo, no me deja pensar.

Se aparta, observo que alcanza un preservativo de uno de los cajones de la mesita que está junto a la cama y se lo pone. Segundos después está dentro de mí, termina con el espacio, al fin estamos juntos. Los movimientos de su cadera son lentos, me hacen agonizar, son una tortura deliciosa que no quiero que termine.

Y ruego, le muestro mis debilidades porque sé que no va a hacerme daño.

Apoya los codos en el colchón y me observa, creo que no pestañea. Sus manos encierran mi cara, una en cada costado y sus pulgares acarician mis pómulos, las pequeñas pequitas. No se detiene ahí, con sus dedos delinea los contornos de mi rostro, de mi cuello. 

Nuestros cuerpos sudorosos moviéndose se acoplan, se sienten, se queman juntos en una hoguera que empieza a ser invencible.

Al terminar, me besa con desesperación, con fuerza, hasta que mis labios arden, hasta que creo que van a explotar.

Nos acostamos juntos, él rodeando mi cintura y sosteniéndome cerca de su pecho. 



En la mañana, la cama estaba vacía, me levanté y lo busqué en su baño, pero no había rastros de Row por ningún lado. Fui a la que era mi alcoba y tomé una ducha caliente, luego me vestí con simples pantalones de mezclilla, una camiseta blanca y zapatillas. No pude secarme el cabello, así que me hice un moño alto. Acomodé mis cosas en la maleta y salí arrastrándola por el pasillo. Nuestro vuelo salía dentro de poco, teníamos que irnos en una hora.

Recorrí los grandes pasillos de la mansión, había tanto silencio que por un momento comprendí por qué su padre hacía fiestas como la de la noche anterior. ¿No se sentía solo en un lugar como este? Definitivamente yo me sentiría sola.

Row estaba en la pequeña mesita de la cocina junto a su padre, ahí habíamos desayunado el día anterior. Me dio una rápida mirada, acompañada de una leve sonrisa que no alcanzó a serlo y después rompió el contacto visual para servirse café. 

No volvió a mirarme después de eso.

Una señora me sirvió las tortitas y la fruta, a pesar de que insistí en que podía hacerlo yo misma. El desayuno habría sido un desastre de no ser por su padre, que no dejo de hablar y de hacerme preguntas, de vez en cuando incluía a su hijo, pero esta mañana él estaba distante. Pensé en muchas posibilidades, quizá no se sentía bien, tal vez estaba triste porque no quería regresar a casa.

El señor Willburn me dijo que me contactaría cuando fuera a Hartford, pues quería mostrarme más de su proyecto. Acepté gustosa, no para ser cordial, en verdad me entusiasmaban sus planes. Creo que ambos somos idealistas. Cuando llegó la hora en la que teníamos que marchar, nos acompañó a la puerta y se despidió de nosotros, me dio un abrazo y me susurró que esperaba verme de nuevo.

Y aquí estamos, rumbo al aeropuerto, en un silencio que va a reventarme la cabeza. Le doy miradas de soslayo, pero él mira por la ventana, quieto, perdido en sus pensamientos.

¿Y si realmente hice algo que le molestara y no sabe cómo decírmelo? Ayer, durante la cena, su ánimo cambió de la nada, pero en la madrugada, cuando entré a su habitación y fuimos a la galería personal de su padre, no noté este humor. Mucho menos cuando follamos.

Frunzo el ceño, repasando lo que sucedió la noche anterior, si le dije algo que no debía a su padre, sin embargo, no encuentro nada. Agacho la cabeza y miro mis dedos, por alguna razón siento un peso en mi pecho, uno que no estaba ahí.

Me doy cuenta de que no me ha mirado demasiado, no me ha tocado, no me ha sonreído, solo me ayudó con la maleta, ni siquiera ha dicho alguna cosa.

El celular de Row suena en ese preciso momento, interrumpiendo la guerra que hay dentro de mí. Lo saca de su bolsillo y mira la pantalla.

—Es mi madre —explica antes de tomar la llamada—. Hola, ya voy de regreso...

Se queda callado un segundo, acto seguido, su cuerpo se pone tenso. Estoy al otro lado del asiento y puedo sentir la tensión. Veo sus puños apretándose, sus nudillos volviéndose blancos, la respiración profunda que se vuelve pesada al exhalar.

Lo miro, preocupada.

—¿Una invitación? —pregunta. Su mandíbula se aprieta—. Hablamos más tarde, no quiero saber esa mierda ahora.

Cuelga.

—¿Tu madre está bien?

Quiero hacer más preguntas, pero no las hago, no creo que sea el momento. Si él quisiera contarme algo lo haría, nos hemos dicho tantas cosas que no puedo inmiscuirme en asuntos de los que claramente no quiere hablar.

—Sí —suelta, seco.

No vuelve a hablar. No habla cuando bajamos del auto. No se despide de su chofer, así que le doy una sonrisa cortés a Haward y le agradezco por traernos. Esta vez no me ayuda con la maleta, no es la gran cosa porque puedo hacerlo. Se queda en silencio mirando un punto fijo en la alfombra mientras esperamos.

Minutos después abordamos, me deslizo en el lado de la ventana y la abro para poder mirar el cielo y las nubes. Es una mañana soleada, este tipo de cosas me tranquilizan, y ya que mi compañero de viaje no está animado el día de hoy, tendré que arreglármelas.

Cuando las auxiliares de vuelo pasan con el carrito para ofrecernos agua y alimentos, una de ellas le da una mirada lasciva a Row. Es una bonita castaña, el primer botón de su camisa está desabrochado, se alcanza a ver el nacimiento de sus pechos.

—¿Algo para usted, caballero? —pregunta tal y como les ha preguntado a todos, la diferencia radica en el tono, en como su cuerpo se inclina, en sus dientes atrapando su labio inferior y mirándolo con anhelo, como si estuviera hambrienta.

Row alza la cabeza al escucharla y la observa, no dice nada al principio, pero luego sonríe de lado, con esa sonrisa suya que conozco tan bien, la misma sonrisa que me hizo temblar hace unas horas.

—Lo que tú quieras, muñeca.

Es una bala atravesándome, una que duele más al escuchar la risita de la chica, él corresponde el jugueteo guiñándole el ojo.

Joder.

Giro el cuello y miro por la ventana, me repito una y otra vez que es una estupidez, que es un mote tonto, que no debería de doler que se esté comportando como un auténtico cretino conmigo y luego le hable así a la auxiliar de vuelo. Él nunca había hecho esto, él jamás ha coqueteado con otra mujer si estoy con él. ¿Lo hace cuando no estoy? ¿A pesar de que dijimos que no lo haríamos? ¿Soy la única que ha dejado de ver a otros?

Esto no debería doler.

El vuelo es un tormento, ya quiero llegar, necesito que lleguemos a Hartford. No intentamos empezar una conversación, él recarga la cabeza en el asiento y cierra los párpados, dejándome fuera. El tiempo lo utilizo para tranquilizarme y convencerme de que no ha pasado nada malo, seguro estoy alucinando porque eso es lo que pasa a veces, que soy tan insegura que empiezo a desconfiar, estoy poniendo pretextos otra vez para marcharme.

Al aterrizar es más de lo mismo, no me largo nada más porque mi auto está en la casa de la hermandad y tengo que volver con él. Pero este silencio, esta distancia, esta frialdad me duelen porque me he acostumbrado a su voz, a su cercanía, a su calidez.

Decido intentarlo una vez más mientras esperamos un taxi, me detengo frente a él, quien insiste en mirar hacia otra parte. Me pongo de puntitas, agarro su mandíbula con las dos manos y lo obligo a mirarme.

—¿Qué carajos está pasando, Row? No me digas que nada porque sé que algo ocurre, sé sincero conmigo.

Sus párpados se cierran como si le hubiera dicho algo doloroso, al abrirlos puedo ver el dolor ardiendo en sus pupilas, se ve torturado. Él traga saliva, abre la boca para respirar y me mira, realmente lo hace, sus ojos deambulan por mi rostro como si estuviera memorizando mis facciones.

Creo que va a decírmelo, pero se me escapa. Una pared vuelve con otro parpadeo y yo siento que estamos más lejos que esta mañana, que durante el vuelo.

—Ya te dije que no sucede nada, Giselle.

Mis talones caen, al igual que mis brazos cuando él da un paso atrás para alejarse.

Bien, mensaje recibido.

No quiere hablar.

Para cuando llegamos a la casa estoy ansiosa por irme, quizá tanto tiempo juntos nos ha desgastado y necesitamos espacio. Sin embargo, no quiero marcharme sin despedirme de Kealsey.

—Voy a saludar a Keals —susurro al bajar del taxi.

—Bien.

En el interior está Mateo sentado en la salita, su rostro se ilumina y esboza una amplia sonrisa cuando entramos.

—¡Pelirroja! ¡Te extrañamos! —Se acerca dando pasos largos y me da un abrazo fuerte, por primera vez en el día me relajo—. A este no tanto.

Se refiere a Row, pero el mencionado no responde la broma. Nos esquiva, camina hacia la cocina.

—Está de malas —digo en voz baja.

—¿Por qué? —Hace una pausa, su frente está arrugada—. No, no me digas, no dejaste que te metiera la lengua hasta la garganta y ahora está haciendo una rabieta.

Sonrío y niego.

—Voy a saludar a Keals y me voy, tengo que terminar un ensayo.

Voy casi corriendo al cuarto de Kealsey. Regina está acostada en la cama, me sonríe y saluda moviendo la palma.

—¿Qué hay, Gi?

Keals sale de su armario y me sonríe.

—¿Cómo les fue?

—Genial. —Respiro hondo y suelto el aire—. Solo venía a saludar, tengo que marcharme porque no he terminado las tareas que debo entregar mañana, pero no quería irme sin decirles adiós.

Kealsey hace un puchero. Conociéndola, seguramente tenía planes para esta noche.

—Íbamos a hacer noche de chicas. —Se encoge de hombros—. Podemos posponerlo.

Me despido de las dos y salgo de la alcoba, no sin antes prometer que nos veremos la próxima semana y saldremos a bailar. Camino por el pasillo, pero me detengo de golpe cuando escucho mi nombre.

—Si no te conociera pensaría que de verdad te interesa esta chica —dice Mateo.

Esperar su respuesta se siente como si caminara sobre la cuerda floja. Contengo la respiración.

—No me hagas reír.

Trago saliva para aligerar el nudo que se ha concentrado en mi garganta, tan apretado que duele. Mis ojos se humedecen, y eso me hace sentir estúpida. ¿En serio, Giselle, vas a llorar por esa mierda? Pero entre más lo pienso, más llego a la conclusión de que él sí me interesa, él sí me importa... Por eso confié en él.

—Nunca habías traído a la misma chica dos veces, y a Giselle hasta la llevaste a Georgia a conocer a tu padre.

—Solo estoy follando con ella hasta hartarme, ¿cuál es el problema? No estoy interesado en el romance, lo sabes, pero si lo estuviera, jamás podría tener algo serio con ella.

—¿De qué hablas? Si es sexy e inteligente. —Le responde el silencio, Mateo chasquea la lengua con evidente fastidio—. Ya veo, es porque no es como ella.

Row gruñe como una fiera.

—No te atrevas a compararla con ella —dice entre dientes.

¿De qué están hablando ahora? ¿Compararme con ella? ¿Quién es «ella»? La amargura se concentra en mi pecho, años de no sentirme suficiente me nublan la cabeza. Sentirse insegura, sentir que no vales la pena es una mierda. Con Row eso no sucedía, siempre me sentí segura, a salvo, sentí que podía ser yo y nadie me juzgaría, nadie me compararía.

Aprieto los dientes y ruego en silencio que diga algo que pueda calmar la rabia que empieza a crecer dentro de mí.

Por favor, Row, tú no.

Por favor.

Pero no lo niega, no dice absolutamente nada.

Y en ese momento mi corazón se rompe, me siento desnuda, vulnerable. Me siento como esa chiquilla que esperaba el reconocimiento de su madre, que hacía cualquier cosa, incluso tragarse sus sentimientos, con tal de que la quisiera.

Mateo no dice nada durante lo que me parece una eternidad. No debería estar escuchando, es una conversación privada, pero mis pies no responden.

—¿Cuando te aburras me la puedo quedar? —cuestiona Mateo.

—Sí.

Es todo.

No voy a soportar esta mierda.

Salgo de mi escondite, dando zancadas largas me encamino hacia la salida. Un cuerpo se planta delante de mí, deteniendo mi andar, se convierte en un obstáculo. No lo miro.

—Escuchar conversaciones ajenas es de mala educación —suelta.

No puedo retener la risotada amarga.

—No me digas, ¿y tratar a las personas como objetos no lo es?

Estoy furiosa y decepcionada. El día de ayer fue... fue mágico y hoy actúa de esta manera, como si yo le importara un carajo. Y duele, duele demasiado porque creí en lo que decía. Los amigos no hacen esto, los amigos no se lastiman así.

Lo esquivo, agarro mi maleta, la cual está en la entrada y la arrastro con más fuerza de la necesaria. Antes de que pueda salir vuelve a detenerme alcanzando mi codo. Logro zafarme con facilidad agitando mi brazo.

—No te me acerques ahora porque podría tumbarte los dientes.

Él se ríe.

—Quiero ver eso, muñeca

Hago una mueca.

—Estás actuando como un hijo de puta, Row, tú no eres así. No sé qué mierda te está pasando, me gustaría ayudar, pero te niegas a decírmelo, así que no voy a soportar que me trates así, que actúes como si fuéramos desconocidos.

No se ve afectado por mis palabras. Busco algo en su rostro, pero no me deja ver más allá de su semblante duro, uno que jamás había visto.

—No sé por qué te pones así, Giselle, no dije nada que fuera mentira, tú sabes que lo nuestro solo durará hasta que alguno de los dos se aburra.

Doy un paso para acercarme y pego mi nariz en la suya, estoy echando chispas.

—¿Y eso te da derecho a cederme a otro? No sé cómo son las cosas en tu mundo, pero no soy tu maldita propiedad. Me lastima que...

—Ese es el jodido punto, no debe lastimarte, tú y yo no somos nada.

Me quedo vacía.

Se siente como aquella vez en la que una buena mujer me vio en la calle, entró a una tienda y me regaló una muñeca cuando salió. Estaba tan feliz con mi regalo, nunca nadie me había dado nada. Más tarde, cuando volví a la casa de esos monstruos, él me la arrebató, le quitó la cabeza y la arrojó al fuego. Me quedé durante horas frente a la chimenea, viendo cómo el plástico se volvía negro, como mi felicidad se desmoronaba.

Me sentí vacía.

Justo como ahora.

Su amistad era un regalo, uno preciado que quería cuidar, aunque me aterrara la mayor parte del tiempo y quisiera huir. Y ahora me lo arrebatan, sin aviso, de la nada.

Pensé que teníamos algo, que podía hablar con él, que podía mostrarle un poco de mí. Ya veo que no.

—Ya, lo tengo claro ahora —respondo—. No volverá a suceder.

Él no me detiene cuando me marcho, no está en la entrada vigilando mi partida como otras veces.

Simplemente desaparece, se esfuma, tan rápido como llegó.

Y me siento destrozada, quizá más que cuando perdí a primera compañera, mi muñeca, a la que le conté durante una hora cómo me sentía, la que hizo que me sintiera menos sola. En ese momento, en medio de mi inocencia e ingenuidad, fue mi amiga y la perdí. 


* * *

¿Ustedes querían drama? Pues ahora se aguantan porque esto solo es el calentamiento >:D

Gracias por leer, caperucitxs.

Me encanta escribir esta historia, ojalá que les guste tanto como a mí.

Ya saben que pueden buscarme en instagram (imzelabrambille), facebook (ZelaBrambilleEscritora) y en twitter (zelabrambille). Ahí aviso cuándo voy a actualizar y más. También pueden unirse al grupo de lectores en facebook (Lectores de Zelá).

Nos vemos la próxima semana♥


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