Capítulo 19
Desde que llegamos a su habitación no ha dicho nada, comienza a ponerme nerviosa. Está ahí, apoyado en la puerta mirándome fijamente, mientras retuerzo las manos, sentada en la cama.
Cuando está serio sus facciones se vuelven más duras, como una estatua escondida entre las sombras. Eso sí, se ve condenadamente caliente.
Da un par de pasos, creo que va a acercarse, pero se detiene en el centro de la habitación. Se cepilla el cabello con los dedos, como cada vez que está ansioso. Está actuando raro, no sé si preguntar o mejor quedarme callada y esperar a que diga algo.
Me pongo de pie y soy yo la que se acerca, pensé que a estas alturas ya estaría tirada en el colchón con él encima de mí.
—Qué serio, Row Willburn —digo pestañeando con coquetería.
Traga saliva.
Nuestros pies chocan, me pego a él. A pesar de su repentina actitud y de que por un instante creo que no va a corresponderme, me recibe encadenado mi cintura con su brazo y apoyando su mano en mi cadera.
Me analiza, su mirada me repasa una y otra vez.
—No vas a ir —dice.
—No te entiendo.
—No nos vas a ayudar con el plan —sentencia.
Entrecierro los ojos.
—No te estoy preguntando si quieres que lo haga o no, ya te lo dije.
—Yo tampoco te estoy preguntando, Giselle, no tienes ni puta idea de lo que vamos a hacer. Definitivamente no voy a aceptar que vengas, nosotros nos preparamos para esto, tenemos práctica y entrenamos. No vamos a jugar a las pistolitas, vamos a llevar armas y vamos a disparar si las cosas se ponen feas. Hace dos años Angel casi se muere en uno de los operativos, y este es mucho más peligroso que ese.
—¿Por qué carajos supones que pienso que van a jugar a las pistolitas? —pregunto entre dientes—. No soy idiota.
—Porque no eres como nosotros, muñeca, y para que lo sepas no es una ofensa.
Pero me molesta que lo diga, él no tiene derecho a hacer juicios sobre mí. Mi sangre se calienta, siento que el enojo empieza a burbujear en mi pecho. Odio que me digan que no puedo hacer algo, y él está poniendo pretextos patéticos porque cree que sabe quién soy.
Hay muchos momentos que no recuerdo, los primeros años de mi vida desaparecieron de mi mente, pero sí puedo recordar lo que pasó en ese lugar. La casa de acogida donde viví era en este lado de la ciudad, el hombre se emborrachaba todos los días, su esposa no era más que una adicta con los brazos casi pudriéndose por inyectarse heroína, y él hacía cosas terribles cada vez que podía, nada podía detenerlo.
Yo debía salir a las calles, a pesar de mi edad, acompañada de otros chicos, para robar o pedir dinero. Teníamos que volver a casa con una buena cantidad si no queríamos recibir una paliza, quemaduras o que nos encerraran en el sótano sin comer, sin agua. Aunque debo decir que esos eran los castigos más aceptables, el resto no está muy claro en mi memoria, solo recuerdo gritos y una profunda ansiedad mientras escuchaba cómo reprimía a otros, me mecía en el suelo y tapaba mis oídos hasta que volvía el silencio.
Cuando me adoptaron no dejaba de pensar en que ellos me atraparían y me arrojarían a ese sótano, yo no podía caminar por las calles sin mirar por encima de mi hombro, veía sus rostros en todas partes. Mi padre propuso las clases de autodefensa y pusimos una orden de alejamiento. Sus intentos funcionaron un poco, al menos mi ansiedad solo viene de vez en cuando, es algo en lo que sigo trabajando.
La cosa es que Row Willburn piensa que tener un coche lindo y ropa de marca es sinónimo de una jodida vida de ensueño. No podría estar más equivocado, y que precisamente él tenga ese tipo de prejuicios es decepcionante. Pero no puedo culparlo, él solo ve lo que yo quiero que vea, sé cómo utilizar mis máscaras.
—Es mi puñetera decisión, no voy a dejar que metas tus narices si no te he pedido tu opinión —digo—. ¿Quién te crees que eres? No soy una jodida niñita o tu juguetito al que le puedes decir qué hacer y qué no, si piensas que puedes hacerlo vas a tener que irte a la mierda, busca a alguien que siga tus instrucciones.
Sus párpados se abren por el asombro.
Me revuelvo en sus brazos, embravecida. Row me retiene, al principio no me suelta, hace lo posible por controlarme, se convierte en una lucha por ver si puedo alejarme. Empujo su pecho, mis palmas se clavan en sus clavículas.
Termina soltándome, su entrecejo se frunce, señal de que está perdiendo la paciencia, noto un poco de molestia en su expresión. ¡Bien! ¡Yo estoy furiosa!
—No es porque seas mi juguete, Giselle —suelta con un tono de voz bajo que me pone los nervios de punta. Da un paso hacia adelante, su altura debería asustarme, pues debo alzar la cabeza para mirarlo a los ojos, los cuales tienen una sombra de algo que desconozco—. Pero no voy a permitir que te pase algo por esa mierda en la que no deberías involucrarte, alguien puede hacerte daño, te pueden herir. Si alguien se te acerca no sabrás cómo defenderte, ¿no puedes entenderlo?
Respiro hondo varias veces antes de buscar mi voz, pues el ajetreo me ha dejado agitada y jadeante, temo no poder hablar por mi respiración apresurada.
—Yo sé cómo defenderme, no soy una inútil, Row.
No se ve muy convencido.
—Me preocupo por ti, carajo.
Eso sí que me sorprende.
Doy un paso hacia atrás.
¿Qué demonios ha dicho?
¿Preocuparse por mí?
No, no.
—Pues deja de preocuparte, nadie te pidió que lo hicieras.
—¡Pues acostúmbrate! ¡Eso es lo que hacemos! ¡Nos preocupamos por otros!
—No te soporto. —Gruño—. Vete al demonio.
Poco me falta para jalarme los cabellos, seguramente me voy a arrepentir mañana por todo lo que le dije, sin embargo, no estoy acostumbrada a que alguien piense en mí de esa manera. Una vocecita en mi mente me dice que estoy exagerando, que él no ha hecho nada grave. Sé que solo intento protegerme porque estar aquí parada y enfrentarlo me hace sentir incómoda, no es mi lugar seguro, está muy lejos de serlo.
Lo esquivo, decidida a marcharme. Pero antes de poder llegar a la puerta siento que se acerca para detenerme, entonces pierdo la cabeza.
Alzo el brazo derecho y muevo mi codo hacia atrás y hacia arriba para encajarlo en su cuello. Suelta una exclamación de sorpresa. Todo ocurre muy rápido después. Antes de darme cuenta ya le he torcido el brazo y él está doblado quejándose en voz alta.
—¡¿Qué carajos?! —Su exclamación está llena de asombro.
Se mueve, supongo que para salir de mi agarre, así que aprieto más hasta que suelta un alarido de dolor. Podría tumbarlo, pero eso ya me parece demasiado.
—¡Giselle! ¡Vale! ¡Ya entendí! Vamos, muñeca, suéltame antes de que me rompas el hombro.
Hago lo que pide.
Cuando se endereza truena su nuca y sus articulaciones, los músculos de su espalda se flexionan de forma deliciosa. Entonces me enfrenta, su mirada está iluminada por algo que me roba el aliento, me provoca sed y ganas de besarlo. El enojo se va, cambia. La adrenalina me empapa, al parecer le pasa lo mismo. Ahí están las chispas, tan arrasadoras que sé que no voy a poder evitarlo más, no quiero hacerlo.
—¿Por qué el día que te amenacé con la navaja no hiciste esto? —pregunta.
Mis comisuras tiemblan.
Su mandíbula se desencaja al entenderlo.
—Me has atrapado —susurro.
Parpadea un par de veces antes de echar la cabeza hacia atrás y gemir, mira el techo durante un segundo como si le estuviera rogando calma al cielo. Un gesto muy divertido a mi parecer.
Se acerca tan rápido que apenas puedo procesarlo, parece un torbellino. Se agacha un poquito para rodear mis muslos y alzarme. Tengo que abrazar su cuello para encontrar el equilibrio y no caer. No puedo controlar las risitas por su gruñido cargado de necesidad, pero la diversión me abandona tan pronto me estampa en el armario y esconde la cara en mi cuello para lamerlo y morderlo
Mis párpados se cierran, mi nuca se apoya en la madera. Suspiro al sentir el camino que hace con su lengua y sus dientes hasta llegar a mi oído, donde respira y me produce un escalofrío.
—Me vuelves loco —murmura.
Mis dedos se hunden en su cabello, le doy más espacio moviendo el cuello para que siga mortificando mis sentidos y electrificando mis nervios.
Mi garganta vibra por los gemidos casi silenciosos que no puedo controlar. Me besa la barbilla y su nariz acaricia la mía. Su rostro está ahora frente al mío, por lo tanto, su respiración caliente se combina con mi aliento
Nos sumergimos en un beso, en uno apasionado y algo más, el calor se convierte en llamas, nuestro deseo adquiere una urgencia que borra cualquier rastro de cordura. Somos lenguas, alientos combinados, gemidos, suspiros y dientes chocando. Somos manos deseando tocar, exprimir. Somos pasión, esa que te altera la sangre y te vuelve adicta.
—Tengo que irme, Row —digo entre besos, a pesar de que quiero quedarme callada y continuar, no quiero interrumpir, no ahora—. Mañana tengo clase a las ocho.
—Yo te llevo a la universidad.
Abandona el armario, me lleva a la cama, la anticipación ruge por todos los rincones de mi cuerpo. Esto nunca se había sentido así de bien. He estado con muchos chicos, aunque no recuerdo a la mayoría, jamás había sentido tanta atracción por alguien. Disfrutaba del sexo, pero no porque fuera excitante, lo hacía porque me mantenía ocupada, así no tenía que dormir. Esto es diferente, con Row no es así, me agrada que sus brazos me busquen y que quiera besarme todo el tiempo, me agrada sentir su piel rozándome y pasar el tiempo juntos conversando.
Él realmente me gusta y por primera vez siento que tal vez, solo tal vez, le importo a alguien. Alguien que se queda después de ver mis pesadillas, alguien que se preocupa por mí y quiere protegerme.
La emoción me toma desprevenida. Pierdo el control, mis pensamientos se esfuman, mi pasado no existe, solo el instante en el que me besa como si el mundo fuera a acabarse dentro de unos minutos. La calidez de su boca demandante es todo lo que necesito, es un tónico para mis heridas.
—No lo sé...
—Puedo convencerte.
Sí, hazlo, haz lo que tengas que hacer para que pueda bajar la guardia y descansar, lo necesito.
Se sienta en la cama, quedo ahorcajadas sobre él. No digo nada, en cambio, jalo su camiseta para sacársela, lo toma como una respuesta positiva. Besa mi labio inferior, se adueña de él para succionarlo y lamerlo, todo sin dejar de mirarme, no se pierde de ninguna reacción. Me ahoga con esos lagos que tiene por ojos. Mis dedos navegan en los músculos de su pecho, de sus hombros y sus brazos.
Estoy indefensa, aunque me cueste admitirlo, y él lo sabe. Sabe perfectamente que quiero esto, que quiero tomar todo de él y que él tome todo de mí. Y le encanta. Puedo verlo en el destello malévolo de su expresión. Le gusta que no pueda dejar de tocarlo, que suspire cada vez que su lengua juega conmigo.
Vuelve a besarme, esta vez sus manos deambulan por mis pechos, mi abdomen, regresa las caricias. Me saca la blusa, no pongo objeción.
La respiración me falla al ver cómo me observa. Cuando creo que las cosas no pueden empeorar, Row me seduce con caricias lentas. Las yemas de sus dedos tocan el borde de mi sostén de encaje, delinea las dos elevaciones y luego la unión de mis senos.
Me quita los tirantes y después dirige las manos hacia la parte de atrás para desabrocharlo. La prenda cae y sus pupilas me funden.
—Pero qué linda, por favor.
—Es un peligro estar contigo en la misma habitación —digo.
Esboza una sonrisa que muestra todos sus dientes, orgulloso.
—Lo mismo digo, casi me arrancas el brazo.
Pese a que mis entrañas tiemblan de placer, me carcajeo. Me atrae a su pecho, me aplasto contra él. Sus manos descansan en la parte baja de mi espalda y me mantienen sentada sobre sus muslos.
—Te lo merecías.
—De todas formas, voy a ir contigo tal y como lo dije allá afuera, no pienso dejarte sola, mucho menos si es la primera vez que estarás en una situación como esa. —Abro la boca para decir algo, pero me interrumpe—. No es porque no puedas romper brazos tu sola, caperucita, ahora estoy seguro de que puedes patear todos los traseros que quieras. Necesito asegurarme de que vas a estar bien.
Paso saliva y asiento, no tengo idea de qué debo decir en una situación como esta, prefiero quedarme callada a meter la pata. Pero no siento pánico ni ganas de largarme, al contrario, quiero quedarme aquí.
Vuelve a atender los poros levantados de mi cuello, sus dedos aferran mi cabello y me obligar a mover la cabeza. Miro con atención cómo desciende hasta capturar una de mis puntas. Entonces cierro los párpados por el placer, mis caderas comienzan a moverse. Es como si él supiera lo que me gusta. Me acaricia tan suavecito que de pronto necesito más, lo entiende, pues me succiona y masajea el otro, sus dedos se encargan de fruncir los lugares correctos.
Se levanta sin soltarme, se hinca en la cama y me deposita en el centro. Acaricio su cabello suave mientras me tortura.
Aspiro aire cuando me desabrocha el pantalón, alzo las caderas para ayudarlo a quitármelo. Rápidamente vuelve a cubrirme con su cuerpo, recorro su abdomen y lo abrazo para pegarlo a mí.
Mis caderas buscan la fricción de su pantalón de mezclilla, pero él no quiere acabar tan pronto con la agonía.
—Vamos a ver —susurra y, aunque no dice nada extraño, me parece lo más excitante del mundo, pues cuela la mano en mi ropa interior y gime tan pronto encuentra la humedad desbordante—. Giselle.
Clavo la cabeza en el colchón por el placer que me causan sus caricias, sus dedos tientan, primero despacio y después con frenetismo. Él se detiene cuando estoy a punto de llegar. Sus labios se entretienen con los míos, mientras vuelve a empezar, me lleva al borde una vez más y de nuevo me hace anhelar. La tercera vez no se detiene y, cuando la liberación me empuja a una marea de satisfacción, él se adueña de todos mis gemidos con un beso abrasador.
Row se pone de rodillas sonriendo con coquetería, se deshace de mis bragas, mis piernas son acariciadas durante todo el trayecto, y las arroja al suelo. Se quita el pantalón con premura, así como la ropa interior y su cuerpo desnudo queda al descubierto. Me apoyo con los codos para verlo mejor, de ninguna manera me voy a perder de ese espectáculo.
Su erección no deja nada a la imaginación, es sin duda el hombre más varonil y atractivo que he visto y me está observando de una manera que me obliga a morder mi labio inferior para no sonreír. Se estira y obtiene del interior de su mesita de noche algunos preservativos, los cuales arroja a la cama.
Me levanto, hundiendo las rodillas en el colchón y gateo para quedar frente a él. Se relame los labios cuando me pego a su piel rodeando sus hombros, y le tiembla la respiración al sentir que mis dientes se clavan en su cuello.
Con mi dedo índice repaso las líneas definidas que marcan caminos, sus abdominales y más abajo. Cuando encuentro lo que estaba buscando, lo cubro con mi mano, es firme y duro. Lo acaricio y disfruto de cómo aprieta los párpados y tensa la mandíbula. Uno de sus brazos me rodea y su mano va directo a mi culo. Gimo cuando me da una palmada y luego me regala una caricia suave con sus uñas.
Voy a aumentar el ritmo, sin embargo, alcanza mis manos y me detiene.
—Si sigues por ese camino la noche terminará muy pronto, no puedo aguantar si me tocas y me miras de esa manera.
Me relamo los labios y asiento. Me despego para volver a acostarme.
Se coloca un preservativo sin dejar de repasar mi figura. Él vuelve, lo recibo abrazándolo con mis piernas.
La punta de su miembro juguetea con mi entrada, mis caderas se mueven también, buscan aliviar las palpitaciones y la quemazón que repercute en todas las partes de mi cuerpo. No me lo espero, se hunde con fuerza con un solo movimiento y me hace gritar. Hace un sonidito con sus dientes al jalar aire, ese simple gesto amenaza con llevarme al borde otra vez.
—Qué linda te ves con los labios hinchados, las pequitas y el rubor en tus mejillas —susurra frente a mi oído y su respiración me causa cosquillas—. Creo que tus pecas son mi nueva obsesión... ¿O lo eres tú?
Mi corazón late desenfrenado. Quiero decir algo, pero sale de mi interior y vuelve a entrar con la misma fuerza, lo hace una y otra vez, mi cuerpo se mueve con cada embestida. Se mueve de una forma que debería ser prohibida porque es demasiado.
No me cuesta perderme en otra nube de placer, caigo profundo gritando su apellido y clavándole las uñas en su espalda. Estoy perdida, no he recobrado el sentido cuando escucho su voz en la lejanía.
—Date la vuelta —pide.
—¿Qué?
—Que te des la vuelta ahora mismo.
Solo entonces me doy cuenta de que él no se ha corrido. Aturdida por el orgasmo y por su solicitud, me giro. Row se coloca encima de mí, reparte besos desde mi hombro, por toda la columna y los costados de mi cadera. Nunca dejo que nadie me bese la espalda, no permito que me toquen ahí. Sin embargo, no siento miedo, sucede todo lo contrario. Baja con lentitud y yo tengo que apretar los párpados porque mi cuerpo vuelve a encenderse, el agonizante ardor entre mis muslos regresa más fuerte que antes.
Bien dicen que uno de los tratamientos para las adicciones es sustituir la sustancia por otra cosa, yo fácilmente podría hacerme adicta a sentirme así. Tal vez el tiene razón y se siente mejor si hay confianza entre los dos, no puedo encontrar otra razón para explicar las sensaciones. Él me hace bien.
Me retuerzo por la necesidad, por la tortura afrodisiaca que me lleva a otra dimensión, y gimo tan pronto siento su lengua jugando con mi entrada, mientras sus dedos recorren mi espalda y aprietan mi culo, y su garganta hace sonidos de apreciación, ruidos extasiados que me van a llevar a la locura.
Dejo caer la cabeza en la almohada porque las fuerzas se me van y cierro los ojos porque todo se vuelve borroso, es un espejismo. Lo único que puedo hacer es sentirlo, disfrutar de sus toques traviesos. Mis caderas se mueven siguiendo el ritmo de sus caricias.
Intento ahogar los gemidos mordiendo mi labio y mi mejilla, pero no puedo controlarlos, ni siquiera me percato de cómo logran escapar.
—¿Se siente bien, caperucita? —No puedo responder, debería sentirme cohibida por la posición, por lo que está haciendo, pero podría repetir esto cientos de veces—. Dime, ¿te gusta?
—Sí, me gusta mucho.
Gimo en voz alta al sentir sus dientes, a sus manos apretando esa parte de mi cuerpo que tanto le gusta.
—A mí también, me encantas.
Me sacudo con violencia, él deja un besito en mi piel sensible. Abro los ojos y miro por encima de mi hombro porque no lo siento sobre mí. Me sonríe mientras cambia el preservativo para colocarse uno nuevo.
Esta vez no se demora en invadirme, aprieto con los puños la sábana para aferrarme a algo. Esta vez no es rápido ni desperado, es lento, suave y enloquecedor. Se mueve dentro de mí con calma, suelta rugidos y sonidos roncos que me hacen temblar. Se acuesta sobre mí sin hacer presión y sin dejar de menear sus caderas en diferentes direcciones. Sus labios llegan a mi oído.
—¿Lo ves? —pregunta—. Era inevitable, es más fuerte que nosotros. No podemos aburrirnos cuando esto se siente así.
Suspiro.
—Row... —Jadeo.
—Es imposible aburrirse, Giselle, no vuelvas a decirlo.
No sé qué carajos está diciendo, es muy difícil concentrarse.
—¿No ves que tu cuerpo me desea? ¿No ves que el mío está desesperado por estar contigo?
—Sí.
—No dejaba de pensar en esto, joder, qué bueno es.
Sus movimientos aumentan, sus caderas chocan con mi trasero y en todo lo que puedo pensar es en ese punto, en sus manos recorriendo mis brazos para alcanzar mis dedos y entretejerlos con los suyos, en sus labios recorriendo la piel de mi nuca y las succiones que serán chupones mañana.
—Mi caperucita.
Su gemido me hace explotar, llegamos al mismo tiempo, su control acaba tan pronto siente las oleadas de mi deseo. Mis articulaciones se vuelven blandas, mis piernas temblorosas, mis párpados comienzan a pesar.
Lucho con el cansancio y la saciedad, lo último que siento es un besito en el centro de mi espalda. Si no estuviera agotada pensaría más al respecto, pues se dio cuenta de la cicatriz, pero caigo en un sueño profundo.
En la mitad de la noche, mis párpados revolotean porque una mano acaricia mi vientre. Me muevo para hundirme más en el calor de sus brazos, los cuales me están rodeando. Su nariz perfila mi cuello y mi hombro. Estamos desnudos, enredados en la cama. Mis músculos están doloridos por la sesión de hace unas horas, pero me importa una mierda cuando su mano llega al centro de mis muslos y sus dedos empiezan a masajear la carne que se humedece al sentirlo.
Suspiro.
—Giselle...
Él no se detiene, ni siquiera cuando me hace llegar con sus dedos, vuelve a hundirse en las profundidades de mi cuerpo, lo recibo y me pierdo ahí, en sus brazos, mientras vuelve a arrebatarme todo.
—Ya es hora de despertar. —Gimo al escucharlo y me doy la vuelta, sin abrir los ojos abrazo la almohada. Él ríe—. Es hora de ir a la universidad, señorita, o se te hará tarde.
Estoy muy cómoda, como cada vez que me quedo aquí, el ambiente es agradable, y el calor que irradia su cercanía me hace recordar lo que hicimos anoche. Ya no está desnudo, puedo sentir el roce de su pantalón y una playera de algodón.
—No quiero ir —suelto.
Sus dedos delinean mi cadera y la curva de mi trasero. Hay un bulto que me hace sonreír, este hombre está loco, debería calmarse o me destrozará. Aunque pensándolo bien esa no es una mala idea.
—No vayas.
—Eres una mala influencia, deberías decirme que debo ser responsable.
—Puedes quedarte conmigo y hacer cosas.
Las risas burbujean.
—Estoy exhausta, Row.
—Yo no dije qué cosas —ronronea en mi oído y me roba un suspiro.
—¿No tienes clases?
—Nada importante. Podríamos ir a algún sitio, me gustaría inmortalizar esas pequitas antes de que las cubras con maquillaje otra vez.
—¿A dónde?
—Conozco un lugar que podría gustarte, y a unas calles hay un local donde venden los mejores crepes del mundo.
—Eso suena como a un buen plan para saltarse las clases.
Se separa de mí y se baja de la cama. Agarro la sábana que está a mi alrededor para proteger mi desnudez y lo enfrento. Ya está vestido y luciendo como nuevo, seguramente ya se duchó. Está cerca de la puerta con una sonrisita de lado que se me antoja ardiente.
—¿Tienes hambre? Prepararé algo rico para los dos, la ducha está disponible por si quieres usarla, ahí dejé uno de mis bóxers limpios y Keals te prestó algo limpio, estoy seguro de que esta vez le quedará a tu culo.
Señala unas prendas dobladas que reposan en el colchón.
Vuelvo a reír. Me guiña antes de salir.
Me cuesta mucho levantarme, pero lo logro después de unos minutos. Sostengo con firmeza la sábana a mi alrededor y agarro la ropa que me espera en la cama, también obtengo mi cepillo de dientes del interior de mi bolso. Me aseguro de que no haya nadie en el pasillo, pues no quiero toparme a uno de los chicos y que me vea en este estado.
No obstante, voy a girar la perilla del baño cuando la puerta se abre y sale Kealsey, quien alza una ceja de manera graciosa y suelta una risotada. Para mi sorpresa, mis mejillas se encienden. No quiero imaginar cómo me veo, seguro soy un caos.
—Parece que alguien la pasó muy bien anoche —dice—. Lo bueno es que dijiste que no sucedería de nuevo.
—Él es muy perseverante.
Keals se carcajea y se mueve para dejarme pasar.
Me relajo ya que estoy sola y muy encerrada. Dejo las cosas en la tapa del retrete y me quito la sábana, también la coloco ahí después de doblarla. Cepillo mis dientes y me doy un vistazo en el espejo. Cabello despeinado, labios enrojecidos, hay dos chupones en mi cuello, no se notan demasiado porque los oculta el cabello. Le sonrío a mi reflejo porque se ve bastante animada.
Una vez que el agua caliente empieza a correr, siento que puedo entrar a la ducha. Me quema un poco, pero no me importa.
Ayer, cuando Row pasaba sus manos por mi espalda se sintió tan bien que por un instante pensé que... No lo sé, que tal vez estaba mejorando. Pero apenas paso el jabón por la zona empiezo a sentir la misma rabia y el dolor que me arranca lágrimas.
Me limpio rápido para que mi estado de ánimo no se vaya al demonio, minutos después estoy fuera secándome el cuerpo y con una toalla enrollada en la cabeza. Me pongo los calzoncillos y la ropa, es una sola prenda y vaya que no hay problema por el tamaño de mis caderas, es un vestido blanco suelto de la cintura para bajo, es bonito, de un estilo veraniego. Kealsey también me prestó unas sandalias bajas.
Debo tener un cambio de ropa en el auto a partir de ahora para seguirle el ritmo, no puedo tomar la de Keals todo el tiempo.
Voy a su habitación a dejar las cosas, me sorprende encontrar mi ropa perfectamente doblada, incluso las bragas y el sostén.
Afuera solo está él, me está esperando en el comedor, señala con la barbilla una silla vacía a su lado para que me siente. Me preparó huevos y wafles, hay jugo de lo que creo es naranja en un vaso. Mi estómago ruge, él me observa con diversión porque se ha escuchado muy fuerte.
—Al parecer los chicos nos escucharon anoche —dice mientras unta mantequilla en su wafle.
—¿En serio? —pregunto, horrorizada.
Él se carcajea.
—Sí, pero no te preocupes, ellos nos dieron privacidad. —Me da una mirada antes de continuar—: Así que Mateo y Tyler seguramente te molestarán un poco, si se pasan de la raya dímelo.
Asiento.
Se gira en su asiento y me enfrenta, estamos cerca, pero él se inclina para cerrar los espacios.
—Me gustó mucho lo que hicimos anoche —susurra y su voz enronquecida me derrite.
—A mí también.
—Quiero seguir haciéndolo.
Esa es una declaración, sin duda me largaría si fuera otra persona.
—Yo igual.
Sus ojos miran los míos y después bajan a mi boca, los dos nos inclinamos y nos besamos, como si no hubiéramos pasado casi toda la noche haciéndolo.
Pero este beso es dulce, hay confianza y sinceridad. Ninguno de los dos va a traicionar al otro.
Es una promesa.
* * *
Awww, qué cuchis :3
Vamos a ver cómo avanza esto.
Para dedicar capítulo: hay que ir a mi última publicación de instagram (que es de MW, casualidad) y comentar el emoji de corazón rojo junto a su usuario de wattpad. Si me dejan en el comentario cuál ha sido su escena favorita hasta ahora me emocionaré mucho
Un fanart de @rocio.l.lopeda
Si tienes un fanart y quieres que lo suba acá, puedes etiquetarme en instagram o subirlo al grupo de lectores en facebook.
L@s quiero un montón
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