Capítulo 17
Estamos acostados en su cama, frente a frente. No hemos dicho nada desde que dijo que éramos amigos. Ya las luces están apagadas, la oscuridad no impide que lo vea directo a los ojos. Puedo distinguirlos desde aquí, él también me está mirando.
No puedo dejar de pensar, mi mente va a toda velocidad repasando lo que hemos hecho hasta ahora. Debí suponer que los terrores aparecerían tarde o temprano, pero esta casa, esta gente... Es una familia de verdad y no puedo deshacerme de la necesidad de estar junto a ellos, de ser parte de algo, en un lugar donde no soy la pobre niña adoptada que necesita ayuda porque no recuerda una mierda. Ellos no miran eso, no ven la etiqueta, solo me ven a mí, a Giselle. No tengo que fingir que soy una chica de buenas costumbres, como con Avs y Ushio; tampoco tengo que soy la perfecta colaboradora de un orfanato y que no me destroza por dentro estar con los niños, como con Rome.
Tal vez estoy siendo injusta con ellos, después de todo, me ha regalado su amistad. Pero estoy segura de que Avs y Ushio se asustarían si supieran lo jodida que estoy, y me mirarían como esas personas que me daban limosna en los semáforos. Y Rome está tan sumergido en su dolor que no se da cuenta del de los demás.
Puedo respirar en este sitio. Comprendo por qué estoy aquí, lo que no entiendo es por qué Row no me ha echado de su cama después de ver los monstruos que me persiguen. Él dijo que le había pasado lo mismo, que salió adelante, y esa confesión logra derribar uno de los ladrillos que hay a mi alrededor. Me da esperanza
Uno de sus dedos delinea el contorno de mis labios, su caricia me hace temblar.
—¿En qué estás pensando? —pregunta.
—A veces paso días enteros sin dormir —digo—. Me da miedo. Los niños, por lo general, le tienen miedo a la oscuridad, a los bichos, a los payasos, a los fantasmas. Temerle a algo que está dentro de ti...
—Te destroza, sí.
—¿Lo entiendes? —pregunto y cierro los ojos para guardar todas las emociones que se apoderan de mi pecho. Necesito que lo entienda, necesito pensar que no soy la única, que no estoy sola.
—Sí —susurra—. También le tengo miedo a lo que hay dentro de mí.
Su mano abandona mi boca para acariciar mi pómulo, asciende hasta llegar a mi sien y hunde los dedos en mi cabello. Masajea mi cuero cabelludo.
—Nunca nadie me había visto así, solo mis padres.
—No tienes que avergonzarte, no es tu culpa.
—¿Y si a los chicos o a Keals les asusta y...? —Pone su índice sobre mis labios para silenciarme.
—Muñeca, todos aquí han sufrido de algún modo, no nos asustamos de lo que les pase a nuestros amigos. —Sus caricias vuelven a empezar, delinea mis labios, mi pómulo y luego va a mi cabello—. A Kealsey le agradas, me lo dijo el otro día, me amenazó con cortarme las bolas si te hacía algo malo. Ella no tiene amigas, está rodeada de hombres que parecen más sus hermanos que otra cosa, sé que no me dice muchas cosas, no habla sobre sus sentimientos por Omar, por ejemplo. Regina es menor que ella, es su prima y cree que debe cuidarla. Juliet viene muy poco a la casa. Le hace bien que estés aquí.
—¿Y a ti?
—También, solo que acabo todos los días con una erección.
Suelto una risita y me deslizo para acercarme, Row me recibe abrazándome y pegándome a su pecho, como si lo hubiera estado esperando.
—Keals me dijo que Juliet y ella discutieron.
—Sí, bueno, Juliet... Es complicado. Me arrepiento de lo que pasó, intenté quererla como algo más que una amiga cuando me dijo que estaba enamorada, pero no pude, no puedo y todo se fue al infierno.
Mis manos suben por sus pectorales para rodear su cuello, me aprieta tanto que nuestras piernas se enredan.
—No me gusta lastimar a las personas —susurra—. Por eso intento ser sincero.
Y aun así dicen que es una maldición.
Nos quedamos en silencio y, sin saber cómo, su respiración pausada me ayuda a dormir.
Me despierto porque escucho voces y risas, cuando abro los párpados los recuerdos de la noche anterior chocan en mi cabeza unos con otros. Estoy sola, no hay rastro de los brazos fuertes que me sostuvieron anoche. Llego la hora de enfrenta a los demás.
Me levanto y me paso los dedos por el cabello para peinarlo un poco. Cuando salgo de la habitación algunos ojos curiosos siguen mis movimientos. Mateo esboza una sonrisa de lado que se me antoja traviesa.
—Buenos días, caperuza, ¿qué tal el chocolatito?
Row, que estaba hablando en la cocina con Keals, se gira con el ceño fruncido y le lanza dardos con la mirada. Sin embargo, a mí me ayuda a relajarme.
—Estaba muy rico, la verdad, pero me gusta más el grandote que me lo preparó.
Mateo se carcajea, encantado, y palmea el asiento que está junto al suyo para que me siente ahí. Angel está ocupando un lugar en la mesa, asiente con seriedad cuando paso frente a él, no me sorprende después de lo que me dijo Keals, que piensa que soy una infiltrada. Omar está junto a él, también me regala una sonrisita. Tyler no está por ningún lado, tampoco Regina.
Me dejo caer en la silla y alzo la mirada, Row sonríe de lado con coquetería. Me muerdo el labio para no reír, sobre todo cuando Keals nos atrapa y gira los ojos, como si estuviera exasperada. Ella trae a la mesa una caja de cereal, un tazón y leche.
—Caperuza, tienes que ayudarnos mañana a pintar paredes.
—No, ella no tiene que limpiar lo que hiciste —responde Omar con el entrecejo tenso.
—¿Pintar paredes? —pregunto.
—A Mateo se le ocurrió la brillante idea de hacer arte urbano en una de las calles principales de la ciudad, y ahora la policía está agarrándome el cuello para que lo quitemos —explica Omar.
—Oh, ¡qué injusto! —exclamo—. Odio que menosprecien a los artistas callejeros, ¿cuál es su problema? Hacen la ciudad más bonita e interesante.
Mateo gime.
—Gracias, caperuza, gracias —dice.
—Es en serio. —Bufo—. Imagínate que alguien arruine los murales de Mr. Brainwash
—Joder, es mi artista favorito, él y Banksy.
—Estilos muy diferentes, si me lo preguntas.
Los demás nos observan con la boca abierta, menos Row, él sigue en la cocina, volteando un panqueque y sonriendo.
—Por favor, caperuza, cásate conmigo —dice Mateo, quien junta las palmas frente a su rostro como si estuviera a punto de rogarme—. Fuguémonos y pintemos todas las jodidas paredes que encontremos, también podemos invitar a Ushio para que no te sientas solita.
—Lo haría, pero soy un asco para el arte, solo me gusta admirarlo. —Sonrío.
Row se acerca a nosotros, a mí, coloca un plato lleno de panqueques de chocolate con crema batida en la mesa, así como dos vasos de vidrio, y se deja caer en el asiento vacío que está a mi lado. Me sorprende una vez más cuando me levanta con una facilidad que me desarma y me pone en su regazo. No me cuesta estabilizarme, él me ayuda abrazando mi cintura como una cadena. Analizo a los demás, Keals alza una ceja, pero no dice nada al respecto.
No obstante, Mateo sonríe de oreja a oreja, un brillo malévolo se adueña de sus pupilas.
—Nena, si este tipo no te atiende bien, no dudes en venir conmigo —ronronea
Row gruñe.
—Vete a la mierda, Mateo.
—Lo siento, pero estoy muy bien —digo y me recargo en la gran montaña de músculos que está debajo de mí.
Se relaja y el agarre a mi alrededor se vuelve más duro.
Ahora me doy cuenta de que hay dos tenedores en el plato. ¡Me hizo panqueques! Me estiro para agarrar la leche y servirnos un poco. Cuando los pruebo me saben a paraíso, la abuela no puede enterarse de que me gustaron unos panqueques que no son suyos.
—Entonces... —empieza Keals—. ¿Está todo bien?
Asiento.
—Sí, lamento lo de anoche, a veces tengo pesadillas, no quise molestarlos.
Ella niega sacudiendo la cabeza.
—No pasa nada. Yo tengo apifobia, cada vez que veo una abeja me pongo a gritar como loca. Omar durmió con su osito de felpa hasta los once años porque le tenía miedo a la oscuridad...
El mencionado gime, claramente frustrado.
—Cariño, esas cosas no se dicen.
Las risitas coordinadas de los otros hacen que me imagine que más tarde lo molestarán con ello. Me parece muy divertida la dinámica que tienen, se nota que son buenos amigos.
Ella lo consuela depositando un beso en su mejilla, al parecer Omar se olvida por completo de lo sucedido, pues los dos inician una conversación en la que nadie más está invitado. Los demás, incluidos nosotros, nos concentramos en el desayuno.
—¿Te gustaron? —pregunta Row frente a mí oído, su aliento chocando con la piel de mi cuello.
Coloco la cabeza sobre su hombro para mirarlo.
—Exquisitos. —Su mirada baja a mis labios, se reclame los suyos, pero no intenta acercarse—. Tengo que irme.
—¿Estás escapando otra vez?
—No, iré a Bridgeton, tengo que cubrir a alguien. —El día de ayer me pidieron ayuda, la cocinera se quedó sin ayudantes y requieren manos para sacar adelante el día—. ¿Te gustaría ir? No estaríamos con los niños, tenemos que ocuparnos en la cocina.
—Iré.
Muerdo el interior de mi mejilla para no sonreír.
—Genial. Entonces me voy ahora para arreglarme y te veo ahí.
Asiente, aunque no se ve muy convencido de querer soltarme. Me acaricia el abdomen un par de veces antes de deshacer el agarre.
Él también se levanta, me acompaña a su alcoba y me observa mientras junto todas mis cosas.
—Me llevaré la ropa que me prestaron para lavarla.
—Bien.
Ya que tengo todo, me acerco a Row, quien está recargado en el marco de la puerta. Pongo las manos en su pecho, sus músculos se flexionan al sentirme. Me pongo de puntitas para alcanzarlo y deposito un beso en la comisura de sus labios.
—Gracias por lo de anoche y por prepararme tus famosos panqueques —murmuro.
Su palma caliente se adueña de mi cadera, el toque se vuelve letal cuando su dedo encuentra el lugar donde no hay tela cubriéndome.
—Puedo hacer muchas cosas por ti —su voz es baja y ronca, y sé que está hablando de otra cosa.
Esta vez no oculto mi sonrisa.
—Te veo en un rato —digo, y niego con la cabeza, divertida.
Suelta una risita entre dientes que me parece sexy y coqueta, estoy segura de que puede hacer muchas cosas. Mi cuerpo me ruega para que me acerque, para que sus manos me toquen. Empiezo a recordar lo bien que se siente cuando está encima de mí. Tal vez solo debería rendirme.
Me da un sonrisa secreta, seguramente sabe que me está costando un montón no saltarle encima, si conoce a la perfección lo que le puede provocar a una mujer con una mirada traviesa. Se hace a un lado para dejarme pasar.
—¡Los veo luego! —grito como despedida hacia los demás.
—¡Adiós, caperuza! ¡No olvides lo de las paredes!
—¡Nos vemos, pelirroja!
Row me lleva hasta mi auto, guardo las cosas en la cajuela. Voy a cerrar, pero él agarra la puertilla y la desliza hacia abajo. Me giro para enfrentarlo.
—¿Cuál es la dirección de Bridgeton?
—Está detrás del parque que está frente al lago, donde conversamos aquel día.
—¿Tengo que llevar algo? —No sé si es mi imaginación, pero se ve nervioso.
—No, sólo muchas ganas de pasar un día entero cocinando. Hoy es día de pollo frito, así que hay que tener cuidado con las freidoras para no quemarnos. Lo bueno es que nos darán un poco al final. —Asiente, serio—. Si no quieres ir...
—No —interrumpe—. Sí quiero ir, es solo que no soy bueno con los niños y temo que se percaten de ello.
Él no tiene idea, sus palabras me parecen tiernas y me descongelan un poquito más.
—Son niños que saben apreciar cuando alguien hace algo por ellos, no te preocupes. Algunos pueden ser reservados y distantes, pero ese no es problema tuyo, otros van a correr hacia ti y te abrazarán, solo quieren tener amigos.
Creo que relaja los hombros y da un paso hacia atrás para que pueda rodear el auto. Se queda parado en el mismo lugar, a pesar de que arranco, su cuerpo es lo último que veo por el espejo retrovisor.
Mamá está en su estudio cuando llego, asoma la cabeza y me mira de arriba abajo. Analiza mi vestimenta, pero no dice nada, a pesar de que sé que no reconoce las prendas.
—¿Dónde estabas, cariño? —pregunta—. Te dejé varios mensajes, ¿los viste?
—Lo siento, mi celular murió anoche, pero estaba con unos amigos.
—¿Te quedarás a comer?
—Tengo que ir a Bridgeton, pasaré todo el día ahí, así que tengo que ir a bañarme porque ya es tarde.
Romina asiente sin perder su sonrisa
Subo las escaleras corriendo y me desnudo en tiempo récord. Me aseguro de poner el agua hirviendo, para eso me quedo un buen rato parada en el tapete del baño.
La conversación con mamá fue muy corta, debo admitir que la estoy evitando, y eso hace que me sienta como la persona más nefasta del mundo, no se lo merece, ella me ha dado todo junto a papá. Pero es que no lo soporto, no quiero que me hable todo el tiempo de lo mismo. Sé que eso me convierte en una egoísta, que por lo menos debería prestarle mi hombro para que llore, pagarle así todo lo que ha hecho por mí, sin embargo, han sido tantos años escuchando lo perfecta que sería, idealizando su recuerdo, diciendo que soñaba con curar niños, o que tal vez hoy en día sería una pintora famosa porque amaba dibujar y era muy talentosa. Ella piensa todo el tiempo en cómo sería su vida si estuviera Lili, y eso me parece hermoso por el amor tan profundo que puede sentir una madre por su hijo, pero cada vez que habla se olvida de agregarme en el mapa.
No hace falta que lo diga, pero que yo esté aquí es porque ella falta. Una vez, cuando era niña y me costaba hablar, escuché que estaba llorando en su habitación, papá también estaba ahí e intentaba consolarla. Ella dijo: «es que no sé qué hacer, con mis hijas no fue tan difícil». Sus palabras se quedaron grabadas en mi mente. «Sus hijas». Sé a qué se refería, aun así, creo que ella no me consideraba una hija, a pesar de que me adoptó. Y yo quería una madre, una que me amara, una que no esperara que me comportara como las demás y que también me agregara en la lista familiar.
Luego, en mi cumpleaños número catorce, estaba tan enojada que destrocé el pastel que compró. Ella gritó: «¡¿Qué es lo que te pasa?! ¡Si no hablas con nosotros no vamos a adivinarlo! ¡A Lili le habría encantado!». Sí, ese fue el problema, que no lo compró para mí, lo compró para ella. Romina lloró todo el día y más tarde me pidió disculpas, me arropó y dejó un beso en mi frente. Lo destrocé porque era un pastel de una princesa y todos sabían lo que significaba, incluso yo que era una adolescente callada y apática que prefería observar que hablar. Después de que me obsesioné con las princesas e hice un hueco en la pared para que los ratones parlanchines me visitaran, me enojé con los cuentos porque me di cuenta de que no todos pueden ser felices para siempre, ¿cómo alguien como yo, que ni siquiera se soportaba a sí misma, podía esperar tener un final de cuento? Ella sabía sobre mi conflicto, lo hablamos con la psicóloga. Aun así, compró el pastel de princesas.
Mi madre es un ángel para mí, nada cambiará la imagen que tengo de ella, ni lo que sentí la primera vez que la vi en ese cementerio. Yo aprecio los buenos momentos, las risas, cuando prepara mi comida favorita, cuando vamos los tres a ver una película nueva y me compra una chocolatina. Pero en estos días no puedo estar cerca porque ella no se percata de que me afecta sentirla tan lejos. Es su duelo, no puedo soportar que me hiera en el camino.
El agua caliente y mis dientes apretados me ayudan a no perderme en la ducha. No tardo demasiado, salgo y me visto con pantalones de mezclilla ajustados, zapatillas deportivas y mi camiseta de algodón de Bridgeton. Me maquillo la cara para ocultar los puntitos y las ojeras, y aplico máscara de pestañas, colorete y labial.
Con más optimismo de lo normal, bajo las escaleras trotando. Una vocecita me dice que estoy tan entusiasmada porque Row irá. Ni siquiera sé por qué lo invité, cuando estoy con él no pienso muy bien. Pero si me digo que lo hice porque en Bridgeton necesitamos mucha ayuda, siento que el peligro disminuye.
—¡Adiós, mamá! ¡Te aviso si me surge algo!
—¡Sí! —exclama y vuelve a asomarse—. Espero que la pases muy bien, cariño.
Row carga un costal de papas como si fuera una pluma, lo pone en la encimera y se me queda mirando con una sonrisa baja bragas. Lo ignoro y sigo empanizando las piezas de pollo para que la cocinera las ponga en el aceite hirviendo, la harina se pega a mis dedos por el huevo.
Él me da un empujoncito con su cadera para hacerse espacio en la barra. Pone frente a él una tabla y saca una papa del costal. Me causa gracia su comportamiento, alardea con el cuchillo antes de picar las papas como si fuera un experto. Y lo hace realmente bien, eso es lo peor.
El pollo y las papas fritas no son la comida más sana, pero en Bridgeton una vez al mes les dan comida rápida y ellos esperan ese día con euforia. Una semana antes empiezan a hacer apuestas sobre qué les darán de comer. Quien no quiera comer eso, puede tomar el menú normal, pero raras veces sucede.
—¿Dónde aprendiste a cocinar, chico? —le pregunta la señora regordeta, quien está encantada porque Row le ayudó a poner el aceite en la freidora, también ajustó la temperatura y empezó a hacer el pollo frito. Entonces ella llegó y le pidió que le ayudara con las papas fritas.
—Mi madre amaba ver programas de cocina y practicar las recetas, yo era su ayudante —dice con orgullo.
Sonrío al imaginar una versión pequeña de él cocinando arriba de un banquito, con un sombrerillo de chef y un mandil.
—Puedes venir a ayudarme cuando quieras, ¿eh? Mira que ya soy muy vieja para cargar costales y no alcanzo las cosas de arriba en la despensa.
—Tal vez pueda venir los fines de semana.
Ella suspira. Acto seguido, comienzan a hablar de platillos, y yo me quedo ahí, sumergiendo los pollos en huevo y cubriéndolos de harina, mientras escucho recetas para hacer pasteles.
Un par de horas después, la señora nos dice que podemos servirnos y descansar, al parecer ella se encargará de la cena.
El comedor está silencioso después de que los niños arrasaron con la comida, encontramos una mesa. Voy a darle la primera mordida a mi alita cuando escucho el grito:
—¡¡Mérida está aquí!!
A continuación, una estampida se dirige a nosotros a toda velocidad. Hasta ahora habíamos pasado desapercibidos. Una carcajada burbujea desde el fondo de mi garganta. Los niños llegan y se cuelgan en mi cuello, están por todas partes. Sallie me da una de sus sonrisas tímidas y Demetria se sienta junto a mí con ese aire de adolescente sabelotodo. Los gemelos me abandonan después de darme besos en las mejillas, y Henry solo se queda ahí, mirando.
—Oigan, les presento a Will —digo señalando a mi acompañante con la barbilla, una vez que se calman.
Todos se concentran en él, quien les sonríe con lo que creo es timidez. No debe ser fácil ser analizado por un montón de niños curiosos y preguntones.
La mirada afilada de Demetria lo estudia.
—Mérida, ¿por qué no nos dijiste que tienes novio? —pregunta ella.
Su comentario es como un interruptor, ni siquiera podemos responder porque empiezan a cantar a todo pulmón: «Mérida y Will estaban sentados en un árbol besándose, se quieren, se aman, se adoran, se besan sus bocas, se pasan el chicle...»
Le doy un vistazo a Row, pero creo que no le molesta, se ve bastante divertido con todo el asunto. Yo, por otro lado, siento el rubor hasta en las orejas.
—Somos amigos —aclaro.
La canción cambia por: «se quieren y no son novios, se quieren y no son novios».
Resignada, giro los ojos y dejo que se diviertan, cualquier cosa que diga será utilizada en mi contra.
—¿Quién de ustedes sabe jugar fútbol? —pregunta Row.
Los gemelos y Henry levantan la mano.
—Pero ya eres grande, seguro que te cansas rápido —suelta Henry.
—¿Eso crees? Tú eres muy pequeño, seguro corres muy despacio.
Henry levanta la barbilla y lo reta con los ojos. Row acepta el desafío. Ya sé qué está pasando aquí, Willburn es muy inteligente, que le respondiera con la misma destreza es algo bueno, porque Henry es así, por eso no se lleva bien con Tim Mallen, porque puede burlarse y al otro le aterra responder las pullitas.
Row demuestra habilidades para jugar una vez que están en el patio, los gemelos brincan por todas partes como si fueran saltamontes, y otros niños se acercan porque también quieren unirse. Lo siguiente que sé es que todos están fascinados y quieren jugar con él, debí suponerlo, el maldito es un embaucador.
Me quedo cerca, sentada en el jardín, viendo cómo juegan. Hay un equipo de niños y uno de niñas, el primero lleva la delantera.
—¡Mérida, juega con nosotros! —grita Demetria. Me pongo de pie casi de inmediato, mientras me aproximo siento que la mirada de Row me quema—. Ahora sí los vamos a aplastar, pequeños fanfarrones.
—¿Listos para perder? —pregunto hacia el equipo contrario tan pronto tomo mi lugar, pero lo miro todo el tiempo. Se relame los labios y hace una mueca graciosa.
—Nena, no les tenemos miedo —responde y los chicos vitorean, emocionados.
Al final quedamos empatados. Henry rodea los hombros de Demetria y el tumulto de niños se lleva la pelota para guardarla antes de que vengan los cuidadores. Row da zancadas y se detiene a escasos centímetros de distancia.
—Un juego limpio, jamás me imaginé que jugaras así —dice y me ofrece su mano para sacudirla en un saludo amistoso. La tomo sin pensarlo, pero no me suelta, sus dedos comienzan a delinear las líneas de mi palma, me hacen cosquillas.
Cuando era pequeña practicaba muchos deportes, estuve en fútbol, básquetbol, karate, atletismo... Recomendación de mi psicóloga, me ayudaba a sacar toda la rabia que tenía en el interior.
—Ya que no pudimos terminar el pollo, ¿cenarías conmigo? Conozco un lugar donde venden unas hamburguesas gigantes y grasosas.
—Vale, te seguiré con mi auto —respondo.
—De acuerdo —suelta—. Iré a la cocina para ver si se le ofrece algo más a la señora Mary.
El mesero nos entrega nuestra comida. Es un plato gigante con dos hamburguesas —muy grandes y grasosas— y una montaña de papas fritas. Él me lo dijo, pero esto es una exageración.
—No creo que pueda acabarme todo eso —digo—. Es demasiado, creo que es del tamaño de mi cabeza.
Alza una ceja a modo de desafío.
—¿No? Pues tendrás que intentarlo porque ya apostaste.
Antes de que trajeran nuestras órdenes, él jugueteó conmigo un buen rato, de alguna u otra forma acabamos apostando, él dijo que no podría acabarme la hamburguesa, yo aseguré lo contrario. Y aquí estoy, impactada, me va a explotar el estómago.
—No hay manera de que pueda ganarte, tramposo.
Hago un puchero, él solo ríe.
—Por eso no debes apostar con un profesional, muñeca.
El tono en su voz me hace girar los ojos. Engreído.
Debo admitir que estaba en lo cierto, la hamburguesa es deliciosa, aunque los aderezos se desbordan y debo limpiarme con la servilleta después de cada mordida.
Su brazo está en el respaldo de mi silla, se ve demasiado fresco, como si no hubiera pasado toda la tarde en una cocina y jugando fútbol con niños inquietos. Lo hizo tan bien, incluso Henry bajo la guardia.
Estira las piernas, su muslo roza el mío, está peligrosamente cerca, podría inclinarme y...
—Si no tuvieras una hamburguesa frente a ti pensaría que tienes hambre y que quieres comerme —dice luego de descubrir que me lo estoy comiendo con la mirada. Su comisura tiembla, y sus ojos brillan.
—Oh, relájate un poco, señor creído.
Se inclina hacia mi oído.
—Deja de negar lo obvio, ambos sabemos que acabaremos enredados en una cama —susurra y derrite mis entrañas.
Row Willburn sabe perfectamente qué hacer y qué decir para volver loca a una mujer.
—Tal vez me vaya a la cama con otro.
—Quizá haga lo mismo —suelta, divertido.
—Apuesto a que puedo conseguir más números que tú —reto.
—Oh, muñeca, tú no aprendes, no debes apostar conmigo porque voy a hacer hasta lo imposible para ganarle a tu culo ardiente.
Le doy una última mirada antes de abandonarlo y pasearme por el restaurante. Paso media hora consiguiendo números de chicos dispuestos a pasar un rato divertido conmigo, tengo que coquetear un poco, pero no me cuesta, incluso una chica desliza un papelito con su número telefónico luego de verme coqueteando con un sujeto de barba.
Cuando regreso a mi mesa, Row me está mirando con la boca abierta.
—Ellos no tuvieron oportunidad —susurra.
—Es tu turno.
Se recompone aclarando la garganta. Hace lo mismo que yo, él tarda un poco más, pero sin duda la mayoría de las chicas está encantada con el apuesto hombre que les sonríe. Coquetea descaradamente con ellas, y solo una lo rechaza, el resto se ruboriza o se acerca más de la cuenta. Entrecierro los ojos cuando una de ellas se ríe y le pega los pechos al brazo, la chica se inclina y le susurra algo. Row se reclame los labios y vuelve a sonreír. Como que ya no me gustó este juego, y admitirlo es aterrador.
Cuando regresa lo hace con una expresión de triunfo.
—Hay que contar.
Yo cuento los de él, él los míos.
—Quince —digo.
—Quince —responde y se carcajea cuando ve la molestia en mi cara.
No lo hizo, ¿verdad? Bufo. Por supuesto que lo hizo. Contó los chicos y se aseguró de pedirle el número a la misma cantidad. Es un tramposo de lo peor, charlatán.
Una brillante idea parpadea en mi cabeza, le voy a pagar con la misma moneda, él no puede venir y hacer sus jugarretas. Mi vena competitiva se enciende.
Me inclino hacia Row hasta que mi cara está oculta en su cuello. Se tensa, tal vez porque no se lo espera, pero el asombro pasa con rapidez, su brazo me envuelve y me da un jaloncito para pegarme a su costado. Su mano en mi cintura se aprieta cuando exhalo en su oído.
—Voy a pensar en ti esta noche —susurro.
—¿Lo harás?
—Sí, ¿qué voy a hacer si tengo pesadillas y quiero tenerte cerca?
Row respira hondo. Pongo la mano en su entrepierna y la deslizo hacia la parte interna de su muslo. Se acomoda en su asiento y me lo imagino mirando hacia todas las direcciones para comprobar que nadie puede ver cómo mi palma sube con lentitud.
—Giselle, detente.
—¿Por qué? Si dijiste que terminaríamos enredados en la cama.
—Ya, pero no creo que quieras que nos enredemos en esta jodida mesa.
—Tal vez puedas colarte en mi habitación esta noche, ¿eso te gustaría? Podría abrir la puerta cuando todos estén durmiendo, así entrarías y lo haríamos a escondidas, como dos adolescentes.
Acaricio su oído con mi nariz, Row tiembla, su pecho sube y baja, su respiración es un caos ahora. Me alegra mucho causar eso en él, al menos no soy la única aquí que se muere por estar con el otro.
—Caperucita, vas a hacer que pierda la cabeza.
Suelto una risita y me acerco más, casi estoy encima de él, es una suerte que estemos escondidos del resto en esta esquina, ocultos por una columna de concreto.
—O podríamos enviarnos mensajes calientes toda la noche, así no tengo pesadillas y hago travesuras mientras hablo contigo.
Él gime.
—Sí, mierda.
Me echo hacia atrás y saco mi celular del bolso. Abro la agenda y selecciono la opción «agregar contacto nuevo». Le ofrezco mi móvil, teclea su número con premura. Y, cuando me lo entrega, mi cara se divide por una sonrisa burlona que lo deja aturdido.
—Dieciséis —digo, orgullosa.
Row parpadea, confundido. Entonces sus ojos se desvían al montón de papelitos y luego a mi celular. Veo la transición, sus ojos nublados por el deseo se vuelven claros al comprender que lo he engañado.
—No debes apostar con profesionales, ya sabes —me burlo.
—No puedo creerlo —dice con la boca abierta.
Se carcajea echando la cabeza hacia atrás, su risa es tan fuerte que varias cabezas giran y nos miran, pronto se olvidan de nosotros y nuestro rincón. Me muerdo el labio para contener las risotadas, pero mis mejillas duelen por sonreír tanto.
Se cepilla el cabello con los dedos y niega con la cabeza, su mirada tiene un brillo malévolo que, lejos de darme miedo, me atrae.
—Te burlaste de mí, caperucita mala.
El resto de la noche platicamos. Me cuenta que en casa de su madre tiene un perro llamado Groot, es un San Bernardo que está con él desde que era un cachorro, fue su único amigo durante mucho tiempo. Como la casa de la hermandad no tiene un patio grande para jugar, no pudo llevárselo, pero lo visita una vez a la semana y le lleva golosinas para perros.
Me cuenta aventuras. Como cuando fue a la playa con él, Groot estaba muy angustiado porque había cangrejos que se escondían en la arena. Luego ayudó a Row a construir castillos, él lo creaba, mientras su fiel amigo iba por agua al océano y traía la tina de regreso colgando de su hocico.
—Quizá algún día pueda presentártelo, solo que tendrás que ser muy respetuosa, es como mi hijo, así que si no le agradas no podré verte más —dice.
Seguimos cenando, los temas de conversación van y vienen, él no se da cuenta de que intento que la plática no se trate de mí.
—¿Por qué decidiste estudiar negocios? —pregunto y le doy un trago a mi limonada.
Me he comido la mitad de mi hamburguesa, no creo que me quepa más, aunque sí me acabaré las patatas.
—Mi padre es dueño de una empresa de neumáticos en Georgia. Me estoy preparando porque me haré cargo cuando se retire. Siempre me gustó, y cuando mi vida se estabilizó no dudé en ingresar a la carrera, aunque él quería que fuera a su universidad, después entendió que no puedo dejar Hartford.
—¿Tus padres no están juntos?
—No, se divorciaron cuando era niño, casi no veo a papá porque es un tipo muy ocupado, pero todos mis recuerdos con él son buenos. Tengo una colección de autos en miniatura con llantas de papá, me regala uno todos los años.
Una empresa de neumáticos. Se me viene a la mente el anuncio de la televisión, un auto incendiando la carretera mientras se mueve a toda velocidad, y luego la voz de un hombre diciendo... <Willburn: incendia el camino>
—Mierda, ¿tu papá es el dueño de los neumáticos Willburn? —Mi boca forma un círculo cuando asiente—. Eres el jodido heredero de la marca de neumáticos más importante del país, ¿qué demonios haces en este restaurante conmigo en lugar de comer langosta con alguna modelo?
—Estoy en este restaurante comiendo lo que me gusta con la chica que me gusta. —Se encoge de hombros, sus comisuras tiemblan y se me acerca, mi corazón se acelera por la cercanía—. Ahora te toca, cuéntame algo porque ya sabes casi todos mis secretos.
Me tenso.
Vale, no puedo salir corriendo, ¿o sí?
Respiro hondo varias veces y hago una lista mental de las cosas que puedo decir y las cosas que no.
—P-pues... —empiezo—. Vivo con mis padres en una casa rústica. Mi padre es doctor y mamá tiene una tienda. También tengo una hermana que está casada y a veces nos visita y trae a mis dos sobrinas, que son gemelas y les gusta jugar a las escondidas. Luego están las abuelas, la madre de mi padre es muy refinada y de buenos modales; la madre de mamá es lo opuesto, saca el dedo medio cuando va manejando, a la gente le sorprende que esa adorable anciana suelte palabrotas.
—¿Por qué Asistencia Social?
—Supongo que deseo cambiar al mundo, y para lograrlo debes ayudar a los más pequeños.
Alzo la vista con cautela, esto es más de lo que he hablado con cualquier persona. Me estudia con seriedad y luego sonríe.
—El día de hoy, cuando estabas con los niños, ellos te adoran... —Suspira—. Eres una buena persona que se preocupa por los demás.
Mi pecho duele, mi corazón se rompe. Dejo de mirarlo y me concentro en mis dedos.
—No lo soy, solo intento que ellos sí puedan ser buenas personas.
Yo estoy jodida, pero ellos tienen una oportunidad para salir adelante, ver cómo lo logran me hace feliz.
Su dedo índice levanta mi barbilla y me obliga a mirarlo. Sus ojos me queman, me traspasan y llegan hasta lo más oscuro de mi alma.
—Y con mucha humildad.
Trago saliva.
Sus labios se acercan y me roban un besito fugaz que se siente más arrasador e íntimo que cualquier contacto que hayamos tenido antes.
Minutos después pagamos la cuenta y salimos del lugar. Para mi sorpresa, Row se terminó toda su comida, así que sí, él ganó la apuesta y todavía no me dice cuál será mi castigo.
Me acompaña en el estacionamiento sin despegar su mano de mi espalda baja. Me giro para despedirme, pero Row me da un empujoncito y me estampa en el metal frío de mi automóvil. Su cuerpo se cierne sobre el mío. Estoy perdida, atrapada y fascinada por sus ojos y por la adrenalina que se apodera de mis venas y retumba en todos los rincones de mi cuerpo. Mi corazón galopa, siento los latidos desenfrenados hasta en la garganta.
Mis párpados se cierran automáticamente cuando hunde la cabeza en mi cuello, su nariz recorre mi piel hasta que su boca encuentra mi oído.
—Se me antoja un postre con labios rojos —susurra.
—Row...
Sale de su escondite y continúa acariciando mi mejilla con la punta de su nariz. Abro los ojos y sé, en ese instante, que me he rendido. No puedo ser fuerte si me prepara chocolate, si me acompaña a Bridgeton y juega con los niños, si comparte conmigo cosas como si confiara en mí, si me mira de esa forma. Dejaré que la maldición me corrompa, de todas formas, estoy destruida, nada puede romperme más.
A la mierda todo. Necesito esto, es mejor que perder el sentido con el alcohol, mejor que el sexo diario que me hace sentir terrible al final, mejor que pasar horas en el cementerio haciéndome amiga de los fantasmas que hay en mi mente y mimetizándome con las sombras.
Él se inclina, sus labios cepillan los míos con paciencia, me hace temblar por la anticipación. Los acaricia y mueve varias veces antes de depositar un besito corto, su lengua apenas toca la mía, es una probada que me agita el pecho, que me hace apretar su camiseta con los dedos para mantenerlo cerquita.
—Qué dulce —murmura.
Va a alejarse. Rodeo su cuello con premura y le robo un beso. La sorpresa lo invade, sin embargo, no tarda en recuperarse. Gime porque mis labios lo buscan con desesperación, se percata de la ansiedad, de la profunda y oscura sed que tengo. Su brazo se enreda en mi cintura y su otra mano sostiene mi nuca para echarla hacia atrás y devorarme. No me decepciona, me consume.
Su brazo se mueve, sus dedos encuentran el bolsillo trasero de mi pantalón y se ocultan ahí.
Recupera el aire echándose hacia atrás, mis pulmones queman, mis entrañas se funden unas con otras y líquido caliente corre por mi sangre. Vuelve a besarme, una y otra vez hasta que me derrito y soy moldeable en sus manos. Muerde mi labio inferior y lo estira antes de soltarme.
Da dos pasos hacia atrás y sonríe. Quiero refunfuñar porque me siento fría y temblorosa. No lo hago porque tengo que ir a casa, esta mañana mi madre estaba preocupada, no quiero dar problemas y que piense que estoy en donde hace un año.
—Gracias por la cena.
Asiente y se cepilla el cabello, que no puede estar más despeinado. Noto sus nervios desde mi posición, aunque creo que es mi imaginación.
—Te veo mañana, muñeca.
No puedo despedirme, él se trepa a su camioneta y se va justo cuando me estoy subiendo a mi auto.
* * *
El Row se asustó por tanta intensidad jaja, pobre.
PARA DEDICAR CAPÍTULOS: hay que ir a mi última foto de instagram (imzelabrambille), darle corazón y comentar el emoji de hamburguesa junto a tu usuario de Wattpad.
Gracias por leer, les mando un abrazo muy fuerte.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro