Capítulo 13
Me quedo quieta en la mitad del cuarto sin saber muy bien qué hacer.
Cuando me adoptaron no sabía muy bien cómo actuar, creo que mis padres tampoco sabían qué hacer para que me adaptara a sus vidas. Ellos creían que tenían que esforzarse demasiado. Después de vivir en la mierda, ellos fueron mi oasis, la sensación de euforia cuando llegas a la parte más alta de una montaña rusa, la vista hermosa cuando estás en la cima de la rueda de la fortuna. Solo bastó verme en el reflejo de los ojos de Robert y Romina, supe que no me harían daño, y los amé casi de inmediato, no hacía falta que hicieran otra cosa.
Yo me quedaba en silencio observando los regalos, las fiestas de cumpleaños, los pasteles de chocolate, la habitación rosa con aires de princesa, los banquetes para que descubriera qué platillos me gustaban. Y lo apreciaba, con todo el corazón, pero me sentía... Miserable. Yo también quería corresponderles y no podía, así que los miraba porque me parecían hermosos, gentiles e increíbles. Y no quería perderme de nada por si despertaba del sueño. E incluso si me hubieran fallado, yo los habría amado, por el simple hecho de considerarme un ser humano, por darme un instante lleno de felicidad que no podía expresar.
Hace unos minutos Willburn me dijo que quería hacer cosas malas conmigo, luego me dio un beso lento y pausado, mientras sus manos me aferraban y su lengua empujaba la mía para dominarla y enseñarle un baile provocador. Entonces dijo «no creo que vaya a cansarme de tus besos» y todo se fue a la mierda. Probablemente es la cosa más estúpida y no tiene ningún significado para la gente promedio, tal vez lo dijo por el calor del momento, por las respiraciones agitadas y las ganas de ir a la cama, pero a mí me causa un pánico terrible.
Y me sentí justo como en aquel cumpleaños, el primero que festejé con mis padres, ellos se enteraron de que nunca había celebrado uno e hicieron todo para alegrarme el día. Llevaron una mesa de dulces, un pastel de tres pisos con una velita en forma de Cenicienta, comí pequeñas hamburguesas y algodones de azúcar, y fueron muchas personas, ni siquiera conocía a la mitad, y todos me sonreían como si me conocieran. Apagué las velas y sonreí para las fotografías, pero por dentro quería llorar porque no entendía qué demonios estaba pasando. Era real, y yo no sabía qué hacer con tanto, con algo que podría significar un para siempre, pues todo antes había sido momentáneo.
Notó mi incomodidad, creo que se arrepintió cuando vio mi expresión, pues se separó diciendo que pediría la cena y no volvió a acercarse, con justa razón, seguro piensa que soy una chiflada. Y sí lo soy.
Fue una frase simple, solo expresó que le gusta besarme, ¡qué ridícula soy!
Él pierde el tiempo desconectando las luces hasta que el timbre suena. Se acerca a la puerta y le paga al repartidor. Trae una botella de agua y una charola de sushi. Ya que estamos solos, se aproxima y deja las cosas en el suelo, se queda parado frente a mí, midiéndome.
—Creo... creo que mejor me voy —digo y agacho la cabeza. Quiero largarme. Luego está esa otra parte de mí que quiere seguir aquí porque sus ojos son demasiado lindos como para pasar página tan rápido, y sus besos son un acantilado.
—No voy a detenerte, muñeca, pero quiero que te quedes. —Hace una pausa—. Sé que no quieres irte, si quisieras estar en otro lugar ya te habrías marchado.
Willburn se quita los zapatos, los abandona en una esquina, y después se deja caer en el piso. Me mira desde abajo y yo siento que mi respiración falla, hay muchos pensamientos en mi cabeza y ninguno de ellos me hace sentir segura, al contrario.
Aplano los labios y en silencio me saco los tacones, me demoro tanto como puedo, cuando no me queda más opción me dejo caer frente a él doblando las piernas al estilo mariposa. Solo tiene que moverse un poco para que nuestras rodillas se toquen, claro que lo hace, se arrastra hasta que no hay espacios entre nuestras piernas.
Sus pies son grandes, anda descalzo, puedo ver los tendones que saltan a la vista, al igual que sus venas que parecen riachuelos. Me concentro en ese punto para no mirarlo a los ojos, me siento cohibida y, cuando eso pasa, me encierro en una burbuja. Otro recuerdo me asalta, cuando llegué a casa no podía hablar, a pesar de que un montón de palabras se agrupaban en mi mente, incluso llegaron a pensar que no podía comunicarme y me llevaron a terapias de lenguaje, además de las psicológicas. Yo siempre tengo el control, si algo falla, no sé qué hacer, así que me quedo en silencio y espero.
Así me siento justo ahora, no sé qué hacer, esto es... Yo no hago esto. Me siento como un disco rayado por repetírmelo tanto, al parecer mis esfuerzos por recuperar la cordura no sirven. Intento relajarme diciéndome que piense en él como si fuera Rome o cualquiera de mis amigas, pero no puedo engañarme porque tiene algo entre las piernas que me gusta, unos deliciosos músculos y unas manos que saben dónde tocar.
Como no quiero pensar demasiado, agarro la charola de sushi y la acomodo antes de quitarle la tapa. Hago lo mismo con los recipientes de salsa y los palillos, me aseguro de que todo esté ordenado antes de destapar la botella de agua. Vuelvo a analizar lo que hay alrededor, y me siento mal cuando veo que todo está en perfecto estado, así que una vez más lo desordeno para tener un pretexto que me permita cambiar las posiciones, cualquier cosa con tal de no enfrentarlo. Creo que la ansiedad va a matarme en cualquier momento.
Voy a hacerlo una última vez, pero Willburn captura mis manos antes de que pueda mover la charola. El toque de sus dedos me marea. Clavo la vista en sus dedos, los cuales se entrecruzan con los míos, sus pulgares delinean los caminos de mis palmas, las caricias son tan suaves que me derrito. ¿Por qué carajos este tipo no puede solo follarme hasta hartarse y olvidarse de mí? El nudo en mi garganta me va a asfixiar. ¿Por qué no lo follo y lo mando al carajo como a todos los demás?
—Ven —murmura.
No entiendo hasta que señala su regazo. Mi corazón se acelera como si hubiera apretado un botón ante la idea de acercarnos más. Aprieto los dientes y me regaño, «solo esta noche, Giselle, aprovecha y toma todo lo que puedas como la alimaña que eres».
Me da un jaloncito suave que me motiva a ponerme de rodillas, no lo pienso dos veces, ya tomé una decisión. Coloca las manos en mis caderas para ayudarme a subir, a sentarme a horcajadas. Mi falda de mezclilla se sube, pero no le presta atención a eso, sus ojos están concentrados en los míos. Me acomodo y dejo los brazos entre los dos como si ese fuera mi escudo.
Creo que dirá algo, en cambio, agarra unos palillos, toma un rollito de sushi, lo sumerge en la salsa y me lo ofrece. Yo lo acepto, mientras mastico veo que repite los movimientos, solo que esta vez lo lleva a su boca. Con un brazo me aferra rodeando mi cintura, me mantiene cerca, el otro es para alimentarnos. Me da otro, y otro. Me termino relajando, la tensión se escapa de mi espalda. Me siento patética, me puse a la defensiva por lo que dijo y aquí estoy, actuando como una niña herida que necesita que la cuiden.
Los rollos de sushi se terminan, hace a un lado los empaques vacíos y se echa hacia atrás, recarga su peso en sus manos, las cuales están apoyadas en el suelo.
—Estás muy callada.
—Así soy yo, si no tengo nada que decir, no pierdo el tiempo hablando.
—Qué lástima...
No termina la oración, la curiosidad me pica, se me antoja preguntarle por qué es una lástima, pero me trago las preguntas.
—Tú tampoco dices mucho —digo.
—Me descubriste —dice con una sonrisita bailando en sus lindos labios. Se aclara la garganta, no sé si es mi imaginación, pero el semblante le cambia y se ve incómodo—. ¿Me tienes miedo? Porque si lo tienes debo decir que no iba a lastimarte ese día, no quería que hablaras porque el cretino que molestó a Juliet se lo merecía y creí que así te asustarías, si lo conseguí... Yo... Me disculpo.
Alzo una ceja, se ve realmente preocupado, hay una arruga en su frente que me parece bonita, me dan ganas de sumergir el dedo ahí para estirar su piel. ¿Por qué la gente piensa que hay que cambiarse de acera si está cerca?
—Si te tuviera miedo no dejaría que me sostuvieras así.
No se ve muy convencido.
—Sí, bueno... Lo he estado pensando, y tal vez tienes tanto miedo que no puedes decirme que no, si eso está pasando necesito que me lo digas, no vamos a hacer nada que no quieras, ni quiero que te sientas comprometida.
—No soy una damisela en peligro, sé defenderme. No soy el tipo que se esconde, soy la que te romperá las bolas si me haces algo y me iré corriendo después de apuntarte con mi dedo y carcajearme mientras te retuerces de dolor, o soy el tipo que te escupirá mientras mueres en el suelo como en las películas de acción. Si algo no me gusta te lo voy a decir, si pienso que eres un imbécil lo vas a saber. No te tengo miedo, Willburn, sé que no vas a hacerme daño, es evidente que te mueves en un mundo peligroso y seguramente tienen muchos enemigos, pero no creo que deba protegerme de ti o de tus amigos.
—Si no me tienes miedo y sabes que no voy a lastimarte, ¿por qué me miras como si fuera un monstruo y necesitaras esconderte?
¡Vaya! Él pudo leerme. Me aterra y me intriga.
Rompe el contacto visual, su cabeza desciende, traspasa las ondas de mi cabello. Me atraganto cuando deposita un beso en mi cuello, su respiración caliente me pone la piel de gallina mientras asciende, me retuerzo al sentir que su aliento se estampa en la base de mi oído y me electrifica.
—No creo que seas un monstruo, si luces como una mezcla de Zac Efron y Rob Lowe en Oxford Blues —digo, sincera. Se relame los labios y muerde el inferior para retener la sonrisa, pero no lo consigue. Es un creído—. No te lo tomes personal, así soy yo.
—No sé si me gusta o si detesto que no te cuelgues de mi cuello estando sobria, pero es refrescante estar con una chica como tú. —Vuelve a dejar un beso y luego captura el lóbulo de mi oreja, la humedad de su lengua y la presión de sus dientes me obligan a cerrar los párpados—. No lo pienses demasiado, muñeca, somos muy diferentes, pero tenemos esto en común.
—¿Qué tenemos en común?
—No creemos en los cuentos de hadas, no buscamos eso, estamos aquí para vivir la realidad. Y la realidad es que me gusta tu boquita. —Reparte besos en mi mandíbula, se acerca a mi barbilla—. Quiero tenerte en mi puto regazo todo el jodido tiempo hasta que alguno de los dos se canse. No me gustan las etiquetas, no me gustan los títulos, quiero morderte los labios, saborearte y volvernos locos.
Ya no hay escudo, mis manos están en su cuello, sintiendo el traqueteo de los latidos que se estrellan en su piel. Él quiere mucho esto, no encuentro otra explicación, su necesidad es apabullante.
Nuestras respiraciones pesadas se combinan, miro fijamente sus labios y mido la distancia que nos separa.
—¿Siempre eres tan intenso? —cuestiono en voz baja.
Sonríe de lado.
—Ninguna chica me había dicho eso antes.
—Por supuesto que no, todas se mueren por estar contigo, ¿no? Eso dijo Kealsey, que se pelean por sentarse en tu regazo cuando apuestas. Lo cual me parece estúpido.
—¿Tú no? ¿Tú no te mueres por estar conmigo?
—Tienes el ego en las nubes. —Giro los ojos, medio divertida y me encojo de hombros—. La verdad es que no, puedo ir a un bar y conseguir al chico que se me antoje sin siquiera esforzarme.
—Así que no me equivoqué, eres una rompecorazones, ¿debería escapar ahora que puedo? —Sus cejas se mueven hacia arriba con coquetería.
—Muñeco, si tienes corazón deberías cuidarlo, yo no los rompo, yo los arranco.
Voy a carcajearme por la ocurrencia, pero él gime y me toma por sorpresa. Su boca captura la mía con violencia, su determinación me arrolla. Al principio no pudo seguirle el ritmo porque es todo pasión desenfrenada, su lengua me ruega para que lo deje entrar. ¿Cómo puede contener todo ese deseo y luego dejarse llevar con tanta facilidad?
Me recupero del impacto que me causa su ataque, solo entonces puedo regresar el beso de la misma forma. Me recargo en su pecho y abro la boca para que él pase.
Mis dedos se sumergen en su cabello, me enderezo todo lo que puedo para que sus manos recorran mi columna, capturen mi trasero y me guíen para que nuestras caderas encajen. Mi falda se sube más, pero estoy demasiado entretenida con los mordiscos en mis labios, los cuales me calientan, y con su lengua traviesa provocándome.
Pego mis pechos al suyo, lo sostengo con fuerza y encajo los dientes en su labio inferior para darle un jalón. Él toma una respiración profunda, pero no dejo que recupere el aire, devoro sus labios hasta que mis pulmones arden y siento que me va a estallar la cabeza. Es un acantilado oscuro y profundo, estoy cayendo en un remolino. Quiero más, sin embargo, debo separarme para respirar.
—Caperucita, creo que vas a destrozarme —dice con la voz ahogada—. En este cuento tú eres el lobo.
—¿No hay un lugar en esta casa que sea cómodo y donde pueda comerte mejor? —pregunto y sonrío de lado.
Me mira con los ojos empañados en deseo, hay lujuria cruda, sedienta y decidida.
—Vamos arriba.
Me pongo de pie, él me imita y me pega a su cuerpo de inmediato. Sus piernas se mueven, me obliga a caminar hacia atrás y yo dejo que me conduzca. Willburn vuelve a hacer lo que hizo una vez mientras bailábamos, acomoda mi falda deslizando la tela hacia abajo, creo que solo es un pretexto para tocarme el culo. Quiero que me la quite, pero debo admitir que me gusta que ponga todo en su lugar, ni siquiera sé por qué.
Subir las escaleras sin mirar es una tarea complicada, entre risitas lo logramos. No logro ver qué hay alrededor, él es demasiado rápido, llegamos a una habitación en cuestión de segundos. No hay nada, solo una cama que reposa en el suelo y que está adornada por un edredón blanco, en la ventana hay una cortina delgada del mismo color. Sus dedos se mueven por todo mi cuerpo, me tocan, me acarician con brusquedad, me aferran y me desbaratan, me arrugan la ropa.
Sus manos se deslizan por mi espalda y acunan mi culo para después amasar mi carne ansiosa, me pega al deseo que enardece en su entrepierna. Willburn no deja de caminar, me estampa en una pared y da un paso atrás.
Me relamo los labios al ver que los suyos están hinchados, rojos, gruesos y apetecibles. Su mirada me escanea, barre mis piernas y se demora en mis caderas. Sus pupilas serpentean, me atrapan y me hacen suspirar. Me gusta cómo me mira, cómo hace que se me acelere el pulso, que el efecto de su beso todavía no ha pasado, mi pecho sube y baja con rapidez.
Se pone de rodillas y yo tengo que enderezarme para respirar, la anticipación me domina, despierta todas mis terminaciones nerviosas. Me entra calor, siento el rubor en mis mejillas antes de que las encienda. Sé qué va a hacer, lo prometió aquel día, sus intenciones son muy claras.
Rodea mis talones, acto seguido, sus índices ascienden lentamente por los costados de mis pantorrillas, hasta llegar a mis rodillas.
Miro hacia abajo y me encuentro con sus ojos clavados en mi cara, no hay sonrisa, no hay amabilidad, solo esa aura misteriosa que tanto me atrae. Sube por la parte trasera de mis muslos, creo que se va a colar en el interior de mi falda, sin embargo, sigue subiendo y llega al primer botón de mi camisa. No le ayudo, a pesar de que quiero acelerar sus movimientos, dejo que él se encargue y disfruto del silencio, de esa mirada de hielo cargada de fuego.
Está arrodillado frente a mí, la visión me sobrepasa. ¡Maldito Willburn! Estoy segura de que es el pecado número ocho y el más peligroso pues los abarca a todos: pereza porque quieres ir lento con él para que no acabe, gula porque quieres comértelo entero, ira porque te molesta desearlo tanto, envidia porque es tan caliente que no puedes creer que sea real, lujuria porque despierta tus deseos más turbulentos, avaricia porque no quieres compartirlo con nadie y soberbia porque él sabe perfectamente lo que provoca en los demás.
Se deshace de dos, tres botones, de todos. Mi camisa se abre y los bordes rozan las puntas enhiestas de mis senos. La caricia es sutil, delicada y suave, no la sentiría si no se tratara de él, pues mis sentidos se multiplican cuando me toca.
Ahora va hacia el botón de mi falda, la desabrocha y enreda los dedos en las trabillas. Contengo el aliento, no quiero perderme su reacción, me convierto en un desastre de hormonas y necesidad al notar como pasa saliva y se muerde los labios tan pronto la prenda cae y queda frente a mis bragas.
Luego ya no puedo verlo porque si lo hago me convertiré en líquido, solo lo siento merodeando como un carroñero. Echo la nuca hacia atrás, mi boca se abre para poder respirar y cierro los párpados, como si así pudiera aguantar el huracán de sensaciones que me produce tenerlo entre mis piernas.
Mueve la nariz en ese lugar, los toques de sus dedos me hacen cosquillas y me humedecen, ¡mierda! Es perverso y sé que me ha jodido cuando los temblores me cubren por los mordiscos en mi sensibilidad. Quiero hacerme hacia atrás, pero no hay espacio, tampoco puedo aferrarme a algo, estoy a la deriva, con una bestia angelical besándome en lugares prohibidos y amenazando con ahogarme. De ángel no tiene nada, de demonio tampoco, es el limbo. Ni siquiera ha empezado y ya me ha matado, estoy vagando en las nubes, y podría quedarme para siempre en ese lugar.
—Willburn... —Suspiro.
El encaje resbala, no puedo asegurarlo porque me obligo a no mirar, pero lo siento en mis tobillos. Gimo al sentir que sus labios me tocan, me besan y me preparan para recibirlo. Voy a reventar. Quiero jalar sus cabellos y alejarlo porque mi corazón va a partir mi pecho, pero también quiero aferrarlo y hundirlo para que nunca deje de hacerlo. Todo se siente muchísimo más intenso porque estoy de pie, y su suspiro no hace más que alentar la presión placentera que se acumula en mi vientre.
Boom, boom, boom, mi corazón late rápido, fuerte, podría dedicarse a tocar la batería.
No sé cómo ni cuándo, él se hace paso y su lengua se adueña de las profundidades de mi cuerpo. Ruge con apreciación, gime con excitación, su timbre retumba y crea eco dentro de mí. Memorizo cómo se mueve, cómo se sienten sus manos amasando mis muslos, su aliento calentando todavía más el infierno que ha desatado.
—Caperucita. —Ronronea.
Se queda quieto justo cuando voy a llegar al borde, me quejo y él se ríe.
Me manipula, con las manos en las caderas me conduce al colchón y me ayuda a acostarme. Me cubre apenas me recuesto, no me da tiempo de procesar lo que hace, es como un tigre cazándome y adueñándose de mis sentidos.
Empieza besando mi cuello, lo mantengo cerca rodeando su cadera con mis piernas. Aprieto su camisa con los puños y se la saco. Palpo sus músculos con los párpados cerrados, disfruto de su piel suave y de cómo se tensiona cada vez que se mueve o cada vez que lo toco. Me contorsiono y suelto una risita, quizá de nervios, por sus besos tronados en mi oído, creo que es el sonido el que me enerva.
—Hueles. A. Infierno. —dice cada palabra después de un beso—. Hueles a fruta prohibida, ¿si te muerdo me condenarás?
Él no espera mi respuesta, me muerde el cuello. Baja por el centro, hace un camino entre mis clavículas y mis senos. Su nariz juguetea con los bordes de mi bralette, la tela de este llega a la parte superior de mi cintura. Se entretiene un rato con el diseño del encaje y los tirantes, y con las puntas erectas que comienzan a doler. Como si escuchara mis pensamientos, retira la prenda y la lanza de manera graciosa.
—Y al final el lobo se comió a Caperucita. —Su voz baja y ronca me produce una sacudida—. ¿Cuál será el postre?
Voy a comentar algo, pero las palabras se atoran en mi garganta cuando captura mi punta con su boca.
—Despacio —le ruego.
—Por supuesto —responde—. Lo que tú quieras, muñeca.
Nunca me ha gustado que me toquen ahí, no hay nada raro en eso, solo son gustos personales. Pero él pasea su lengua lento y sus succiones rayan la ternura. Me atiende con una suavidad que me desarma, nadie pensaría que es el mismo chico que me devoró hace un rato, es como si de verdad entendiera lo que quiero decir. Y mentiría si dijera que no me gusta lo que hace.
—¿Así está bien? —pregunta en voz baja.
Afirmo con un sonido.
Se aleja unos minutos para sacarse el pantalón, me mira con picardía cuando se saca el bóxer. Aprovecho que esta vez no se mueve con rapidez, se acaricia frente a mí el muy guarro, sin dejar de mirarme. Me deja ver su cuerpo desnudo, definitivamente no es de este mundo.
Por eso cuando vuelve con el preservativo puesto y se ubica en mi entrada, listo para continuar y acabar con lo que empezamos, no se lo permito. No sé cómo lo consigo, pero logro moverlo y colocarme encima de él. Y soy yo la que se encarga de encajarlo en lo más profundo, de moverse, de encontrar el ritmo, Willburn deja que exprima su hambre, me agarra los muslos, el trasero, los pechos, no sabe qué más tocar. Hay satisfacción en sus ojos, también llenos de algo muy parecido a lo que creo es fascinación.
Yo dejo que mi cabeza caiga hacia atrás por el placer que me desborda, mi cabello es una cascada que tengo que hacer a un lado para que deje de estorbar. Acelero la deliciosas embestidas y luego me detengo, vuelvo a moverme, y me detengo, lo repito tantas veces que siento que mi vientre va a explotar.
—Muñeca, deja de torturarme. —Gruñe y se le va el aire—. Mierda. Me voy a correr. Para.
Pero no lo hago, sigo torturándolo, sigo alargándolo, endureciéndolo. Aprieto sus pectorales, me apoyo en su pecho y le clavo las uñas.
—P-por favor, caperucita, no voy a aguantar tanto, acelera —ruega con ese timbre ronco que eriza los poros de mis brazos—. Joder, joder, joder.
Él intenta mover mis caderas, no lo permito, agarro sus manos y las pongo encima de su cabeza, el gruñido que retumba y sale del fondo de su garganta es lo más sexy que he escuchado. Él podría tumbarme, pero no lo hace, le gusta. Su lengua se encarga de mis pechos —los cuales quedan frente a su cara—, mientras yo arremeto con fuerza hasta que el cuarto se convierte en una orquesta de gemidos, suspiros, respiraciones y rugidos de placer.
Suelta una exclamación cuando explota y se desarma dentro de mí, al sentir eso y al ver cómo aprieta la mandíbula, yo llego, mi vista se nubla y, exhausta, me dejo caer sobre su cuerpo sudoroso.
Rara vez duermo bien, si no despierto en la madrugada inundada en sudor, temblores y gritos, me levanto muy temprano, mi cuerpo se adaptó a descansar poco y a estar siempre alerta, a pesar de los años no he podido recuperarme.
No quiero abrir los ojos porque no me apetece interrumpir el sueño profundo en el que caí, dormí plácidamente, como nunca, tanto que me cuesta despegar los párpados. Parpadeo, primero no entiendo en dónde estoy, lo único que sé es que he dormido tan bien que podría quedarme en esta cama para siempre.
Entonces siento un brazo alrededor de mi cintura, me tenso. Una respiración cálida y pausada me hace cosquillas en la oreja y parte de mi mejilla. El calor de su cuerpo desnudo contra el mío me seca la boca, puedo reconocerlo por su olor y porque la noche anterior se precipita en mi cabeza como si fuera una película corriendo a toda velocidad en mi mente.
Ay, no, no, no, ¿qué es esto? ¿Qué está haciendo? El pánico sube y se concentra en mi garganta, me arrebata el aire. Lo último que recuerdo es la deliciosa tormenta que cayó en mi vientre después de montarlo como una desquiciada. Me revuelvo un poco, pero su agarre es firme e inquebrantable, ¿cómo puede ser fuerte si está dormido?
Hago una mueca y, con extrema cautela y paciencia, me giro. Para mi mala fortuna, sus brazos se aprietan a mi alrededor, como si pudiera predecir que me largaré en cuanto pueda. Quedamos frente a frente, nuestros rostros están separados solo por un par de centímetros, tal vez menos.
No puedo evitar pasear por sus facciones, su labio inferior es demasiado apetecible, es regordete y rojito, luce como si hubiera pasado un buen rato mordisqueándolo. Dormido, el aura de misterio y picardía desaparece, se vuelve casi angelical, poético. Me dan ganas de medir los dos lados de su cara para averiguar si son tan armónicos como parecen. En lo único que puedo pensar al mirarlo es en lo hermoso que es, me pregunto si al pasar los dedos por las líneas afiladas de su rostro me cortaré. Los tres lunares que adornan su cuello me motivan a averiguar en dónde más hay ejemplares como ellos.
Yo no soy una chica insegura respecto a mi cuerpo, pero Willburn eclipsa lo que hay a su alrededor, todo lo demás es simple y pierde el sentido, y eso que sus ojos no están abiertos.
No me puedo resistir, acaricio esos tres puntitos y luego bajo por el medio de sus clavículas, de sus pectorales, ahí están las marcas de mis uñas, sigo bajando por la línea alba, su estómago se flexiona. Me alarmo, elevo la cabeza y me encuentro con sus ojos intensos analizándome, una sonrisa perversa y adormilada me saluda. ¡Santo cielo!
—Amaneciste traviesa, caperucita, ¿no te enseñaron que no debes jugar con el lobo? —Willburn recién levantado es otro espectáculo, sobre todo cuando tiene el cabello revuelto por haberlo jalado tanto—. ¿Qué te parece si vamos con los chicos y desayunamos? Luego puedo llevarte a tu casa.
Voy a negar, pero no logro hablar porque un ruido nos interrumpe, doy un salto por el susto, voces que provienen de la planta baja llegan a mis oídos. Lo que me alarma no es eso, sino su expresión, se ve horrorizado, como si hubiera visto un fantasma.
—¡¿Estás aquí, cariño?! —pregunta una voz femenina.
Willburn suelta un suspiro hondo que no me gusta.
—Ahora vuelvo —dice y se aleja de mí. Abandona la cama y busca su ropa por toda la habitación, levanta mi ropa interior y la deja sobre el colchón, lo tomo como una invitación a vestirme. Me da una mirada mientras se pone una camisa y el pantalón—. No vayas a salir, espérame aquí.
La frialdad en su tono me deja helada. Desaparece antes de que pueda contestar, apenas sale de la habitación me pongo de pie y me visto. Salgo porque necesito saber a qué se debe el cambio, quién lo ha llamado con un mote cariñoso.
Bajo las escaleras y me asomo cuando llego al descanso, no veo mucho, solo unos pies en unos tacones altos caminando, moviéndose con confianza por todo el lugar. Willburn está hablando, al igual que una mujer.
—No sabía que vendrías, si me hubieras dicho habría traído un desayuno rico —dice la mujer, veo que se mueve de un lado para otro, de pronto, el traqueteo de sus tacones se detiene de golpe—. Oh, ¿y esos zapatos de quién son?
Hay una pausa, luego ella suelta una exclamación.
—¡No estás solo! ¡Ay, por Dios! ¡Lo siento tanto! ¡No quería interrumpir! Sé que nunca traes chicas, no debí entrar si estaba tu camioneta afuera, ¡qué tonta soy! No puedo creerlo...
—Tranquila, mamá.
¿Mamá? Mis párpados se abren y mi mandíbula se desencaja.
—No, no, puedo salir y volver en unas horas, ¡qué vergüenza! Va a pensar lo peor de mí, que soy una de esas madres que se meten en todo, déjame disculparme...
Se me escapa una sonrisa al escucharla, su voz es dulce y llena de ternura, genuina preocupación.
—Mamá, cálmate, es tu estudio, creí que vendrías más tarde, por eso no te dije que estaba aquí. No tienes que irte ni disculparte, no pasa nada, no es nadie importante, en unos minutos nos iremos.
Eso es como una cubeta de agua fría, salgo del aturdimiento y regreso al cuarto prácticamente corriendo cuando identifico que viene de regreso.
Estoy acomodando mi ropa cuando traspasa el umbral, solo para que no descubra mi intromisión. Al regresarle la mirada me doy cuenta de que el chico con el que me desperté hace unos minutos se ha ido, tampoco hay rastro del tipo juguetón con el que estuve ayer. Eso me pone melancólica. Este es el Willburn que aparece cuando se siente inseguro o en desventaja, no es la primera vez que aparece, pero sí es la primera en la que se le nota la urgencia por despacharme.
—Se me presentó un inconveniente, tendremos que vernos otro día.
¿Inconveniente? ¿Así le llama él a su madre?
Willburn aprieta los dientes.
—¿Puedo salir como la gente normal o tendré que lanzarme por la ventana ahora que nos han pillado?
Pretendo tomármelo con humor y quitarle peso a la situación, pero descubro que no le hace gracia. Hace una mueca.
Bueno, ya entendí, quieres que me largue, no hace falta comportarse como un patán.
—Jamás te pediría que hicieras eso, solo... —Se cepilla el cabello con las manos para liberar la ansiedad y vuelve a suspirar, puedo notar que no está contento con esta situación—. Solo no le hables, no me gusta que mi madre conozca a las chicas con las que follo.
Trago saliva y asiento.
El sarcasmo me invade. Lo entiendo, la sociedad dice que las madres conocen a las chicas bonitas y decentes que se acuestan con sus hijos por amor. Porque obviamente las indecentes no valen la pena, no son personas, no tienen una vida ni son interesantes, son como las canciones de moda, pegan una vez y luego nadie las recuerda. Yo soy el segundo tipo, la que debe esconderse en la habitación y salir a hurtadillas. Pues ya está, la noche se ha acabado, el encanto terminó, es hora de marcharse.
Ella está parada junto al banquito, la vergüenza me mata cuando recojo los tacones, a pesar de no haber hecho nada malo, ya que puedo disfrutar de mi vida sexual con responsabilidad y me importa una mierda si alguien piensa lo contrario. Me regala una sonrisa sincera, tan dulce que duele, debería detenerme para regresarle el gesto porque pocas veces te regalan algo tan honesto. El temblor de mis comisuras le contesta, solo porque no me atrevo a ignorala. Al parecer ella no entiende, su hijo debería dejarle claro que no debe conocerme. Willburn me agarra del brazo y me arrastra con suavidad, pero con decisión, creo que también con desesperación.
Me acompaña a la salida y no se despide cuando me deja afuera.
Estoy decepcionada, no de él, de mí por haberme quedado, por haber creído lo de los abrazos y las cosquillas, porque muy en el fondo lo creí o quise que fuera cierto. Pero es mentira, si mi cuerpo hubiera sido creado para recibir abrazos, no me habrían abandonado, no me habrían golpeado. No quiero pensar que los cuerpos fueron creados para algo, pero si así fue, lo más probable es que al mío le tocó lo peor.
Esta es la razón por la que no me quedo, por la que no muestro quién soy, porque cuando menos te lo esperas alguien llega y te recuerda por qué duele abrir el corazón.
* * *
Uno larguitoooooo para que no me maten por no subir la semana pasada
Si quieren un capítulo hay que ir a mi instagram (imzelabrambille), darle corazón a la última foto y comentar el emoji de sushi y su usuario en wattpad *-*
Los dos sufrieron, sí, pero el dolor de Gi es más profundo y su autoconcepto está muy afectado. No sé si se han dado cuenta de que piensa lo peor de ella cuando, en realidad, es súper linda y ve por los demás todo el tiempo, es que no se da cuenta. Por otro lado, Willburn no ha superado el duelo y cree que le debe lealtad a su amiga de la infancia, por eso le cuesta relacionarse con las chicas, siente que la traiciona y claro, le duele que haya muerto, pero con los años el dolor se ha convertido en rabia. Giselle se cierra, Willburn también, la cosa es que para él es más fácil abrirse, ella es una planta carnívora que te tragará si se te ocurre acercarte jajajaja. Pobre Willburn, lo van a morder >:v
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