Capítulo 11
Mis piernas queman por correr, no me detengo, aguanto el ardor hasta que mis pulmones duelen por la falta de aire. Tomo respiraciones profundas, me doblo por la mitad y apoyo las manos en mis rodillas. Se siente bien perder el aliento, te recuerda que sigues vivo.
Llevo por lo menos treinta y cinco minutos rodeando el mismo parque, una y otra vez, sin detenerme. Creo que es hora de volver a casa, a pesar de que la euforia todavía sigue en mi cuerpo. El cielo ya está oscuro, esa es mi señal para regresar.
No tardo mucho en llegar, el auto de mi padre ya está afuera. Apenas entro, un torbellino de cabello rubio viene hacia mí.
—Cariño, ya está lista la cena. —Ella sonríe con dulzura.
—Tomo una ducha rápida y bajo.
—Pondremos la mesa.
Subo las escaleras con lentitud porque mis piernas duelen, todos mis músculos están duros y tensos, estas últimas dos semanas he hecho demasiado ejercicio, de alguna forma tenía que sacar toda la ansiedad que me dejó esa deliciosa aventura.
El recuerdo de Willburn siempre logra que la adrenalina haga estragos en mí, y como pienso regularmente en sus manos torturándome, tengo que ejercitarme. No pienso buscarlo, y como él tampoco lo ha hecho, supongo que ya ha terminado. Me parece bien, pues siento que me estoy desintoxicando, si ese es el efecto de una noche, no quiero imaginar lo que sucedería si hubiera más.
Abro el agua caliente, me gusta que queme mi piel y que el humo se concentre en el bañito. Me quito la ropa y me meto al agua hirviendo. La sensación me tranquiliza, muevo el cuello debajo del chorro y cierro los párpados. No los vuelvo a abrir, bañarme siempre es difícil para mí, es una tortura.
Respiro hondo para calmarme y no perder la calma. Agarro el champú, no se me dificulta encontrar la botella, no necesito ver para saber dónde están las cosas. Enjabonarme es el problema. Aprieto los dientes hasta que me duelen, hasta que creo que van a tronar, casi puedo escuchar el rechinido.
No permito que mis pensamientos me arrastren. Yo le temo a muchos monstruos, pero el más aterrador es el que miro en el espejo todos los días, soy yo, lo que hay en mi mente, lo que no me atrevo a recordar, lo que viene de vez en cuando y amenaza con destrozarme. A veces pienso que soy cobarde, y otras me importa una mierda.
Mis manos se mueven por todo mi cuerpo, se llevan el sudor y la suciedad, una mezcla de la nueva y la que no se despega por más que talle. Hago una mueca de dolor y las lágrimas empiezan a caer, no me doy cuenta de cuándo empiezo a castañear los dientes, no es por frío, es porque tengo miedo.
Mis dedos temblorosos enjabonan, se deslizan por mi piel y casi puedo sentir los golpes, no hay nada ahí, pero mi mente se confunde y revive los morados, el dolor, las magulladuras. Las cicatrices no se pueden ver, pero están ahí, y son horribles, son aterradoras.
El agua caliente me recuerda que estoy bien ahora, si quema me obliga a permanecer en la realidad.
Me apresuro, termino de bañarme y abro los ojos. Los azulejos marmoleados me hacen exhalar con alivio. Estoy bien. Lo repito una y otra vez. Estoy bien.
Me pongo ropa para dormir, un pijama rosa con puntos blancos. Peino mi cabello de manera robótica, todavía me estoy recuperando, y lo amarro en una cebolla apretada.
Mis padres ya están sentados, veo el cofre en uno de los costados del comedor y me trago el suspiro. Esta noche no me podré escapar. En el centro de la mesa hay un plato hondo lleno de pasta, tomo mi lugar a un lado de mi padre, frente a mamá. Ella sabe que amo su pasta, así que me alegra mucho cuando la prepara.
—¿Cómo te ha ido en la escuela, cariño? —pregunta papá.
Él pasa poco tiempo en casa por su trabajo, es una persona ocupada, pero siempre hace lo posible por hacer las tres comidas con nosotras, y en vacaciones se desconecta del hospital y nos vamos a un lugar bonito, tan alejado que me olvido de quién soy y puedo fingir que soy alguien diferente. El año pasado fuimos al Caribe, a Punta Cana, pasé muchas horas contemplando el hermoso paisaje, el contraste del agua azul verdoso y esa fina arena blanca que se colaba entre los dedos de mis pies.
—Muy bien, todas mis notas son buenas. —Tengo la necesidad de expresarlo, aunque sé que eso nunca les ha importado, jamás me han exigido, pero por algún motivo siento que debo compensarlos—. Y ya voy a acabar las horas de prácticas, ir a Bridgeton me hace feliz.
Papá sonríe de oreja a oreja.
—A mí me hace feliz que estés contenta, ¿cómo va la colecta?
—Genial, hace unos días recogí los botes y los llevé a Bridgeton, dentro de poco iremos a las calles a recolectar más dinero. —Es mi turno de sonreír.
Mamá nos cuenta sobre un nuevo diseño que está haciendo, nos invita a ir a su taller en la tienda para que podamos verlo, le aseguramos que iremos. No me lo perdería por nada. Es una mujer muy apasionada, cuando era pequeña me quedaba en el umbral viéndola trabajar, creo que trabajaba más de la cuenta. Ella se acostaba en el suelo, sobre papeles blancos y dibujaba tarareando una canción de Elvis Presley. Luego se daba cuenta de mi curiosidad y me animaba a sentarme junto a ella, me dejaba colorear y mover los pies siguiendo el ritmo de su voz.
Después de la charla y de la cena, recogemos los platos sucios, acto seguido, mamá agarra el cofre y lo abre. Su rostro se ilumina como si acabara de descubrir un tesoro. Coloca en el centro tres torres de fotografías, algunos álbumes. Nos sumergimos en la tarea de escoger las mejores para la celebración por su muerte.
Lilibeth Winter entraba a una habitación y la iluminaba con su sonrisa, soñaba con los cuentos de hadas y se creía una princesa, la gelatina verde era su favorita, y todas las enfermeras del hospital la adoraban, era muy inteligente y lista, sus notas eran perfectas, pero tuvo que abandonar la escuela cuando el cáncer empeoró. Le encantaba dibujar, hacía retratos y pinturas, escuchaba música y se escapaba de su cuarto de vez en cuando para ir a jugar al jardín de la clínica.
Era una niña de cabello castaño y ojos grises, delgada y de piel clara —muy parecida a su hermana mayor—. Cuando la leucemia vino se llevó su cabello y sus cejas, pero eso no la hacía menos hermosa, creo que incluso sus ojos se veían más luminosos. Ellas no tenían dinero suficiente para pagar las quimioterapias y los tratamientos, mamá en ese entonces era costurera y hacía algunos trabajos, Tess era bailarina en un club nocturno. Nunca hemos hablado de eso, Tessandra es muy reservada con ese tema, sé que odiaba trabajar ahí por lo que mi madre me ha dicho, creo que se fue de la ciudad para empezar una nueva vida. Seguramente vivieron cosas dolorosas, pero encontraron la manera de salir adelante.
A mí me parece asombroso lo que hizo por su hermana, ¿quién en este mundo tan egoísta estaría dispuesto a hacer algo por otra persona? Ella se entregó por completo. No voy a mentir diciendo que no me dan celos, no sé lo que se siente darlo todo por alguien, no sé lo que es amar de esa forma.
Quiero a mis padres, quiero a mis amigas, quiero a Demetria, a Henry, a Sallie y a los niños de Bridgeton. Quiero salvar el mundo, aunque eso suene estúpido, ¿por qué quiero rescatar algo que no ha hecho nada más que hundirme? Tal vez eso es amor, o quizá son los sentimientos de alguien que quiere creer con fuerza que puede amar. Es confuso, porque deseo amar, pero amar significa dejar que alguien entre, y eso me aterra, no quiero eso.
El amor es un monstruo, yo siempre me escondo para que no me encuentre.
Repaso las imágenes como si fuera la primera vez, selecciono algunas, las que me parecen más bonitas. Veo a Lili aprendiendo a caminar, a Lili saltando en un brincolín, a Lili y a Tess con la abuela, Lili disfrazada de brujita, Lili y Tess con pelucas de payaso, Lili dibujando un paisaje lleno de colores, Lili bailando... Podría seguir recitando todas las cosas que hacía, nunca terminaría.
Hay muchísimas fotografías, pero en todas aparece Lili sonriéndole a la cámara, su sonrisa es tan grande y brillante que se me contagia en más de una ocasión, al verla nadie pensaría que estaba sufriendo.
La verdad es que me siento muy pequeña e insegura cuando se trata de ella, sin embargo, no la odio, ni un poquito, ¿quién podría odiarla si solo era una niña pequeña con actitud adorable y ganas de vivir?
Me gustaría poder sentirme así, ser libre, quizá por eso me lastima tanto, que ella tuvo todo lo que yo hubiera deseado tener, ella tuvo a gente que la amaba, ella fue feliz. Yo sobreviví, y no he encontrado algo que me explique por qué sigo viva.
Me habría gustado conocerla, se ve como esas personas que tienen tanta alegría que nunca estás triste a su lado. Tal vez ella me habría enseñado a amar, así como lo hizo con los demás, o quizá no la hubiera conocido y la muerta habría sido yo.
Un pensamiento llega a mi mente. No tengo fotografías de cuando era bebé, supongo que a nadie le importó tomarme alguna, así que no sé cómo vine al mundo, cómo aprendí a caminar, tampoco si alguna vez apagué las velitas de un pastel. Las fotografías empiezan hasta que Robert y Romina llegaron a mi vida. Sacudo la cabeza para dejar de pensar en eso.
El día siguiente salgo de la facultad a eso de las cinco de la tarde, Krystal me sorprende cruzándose en mi camino, sacude su larga cabellera azabache y sonríe. No viene sola, sus cuatro amigas están junto a ella y me saludan con la misma amabilidad. Había olvidado por completo su fiesta, en la cual debo involucrarme si quiero recibir el dinero para Bridgeton.
Me dice que este año será diferente, pues ella y su familia se marcharán a Canadá durante un tiempo. Sus padres se encargarán de organizar el evento, quieren que sea algo más sofisticado. Lo que sí me asegura es que habrá actividades para recolectar el dinero para Bridgeton, y que me lo dará al final de la velada o que puedo llevar a la señora Sara —la directora— para que ella lo reciba. Esa idea me encanta, seguro se pondrá muy contenta.
Se marchan, no sin antes prometer que llegarán mis invitaciones.
No demoro demasiado en salir, pero me detengo en seco cuando veo la camioneta que está estacionada junto a mi auto. Mierda. No solo eso, hay alguien recargado en la puerta. Está distraído, así que considero regresar antes de que me vea. Estoy a punto de darme la vuelta cuando él eleva la cabeza y estanca sus ojos en los míos, me descubre.
¡Carajo!
Tomo una respiración profunda para alejar el nerviosismo y me obligo a seguir caminando. No puedo escapar sin verme ridícula, no me queda otra opción más que acercarme. Ni siquiera entiendo por qué me pone de los nervios. Miento, sí lo sé, él me está mirando como si quisiera comerme ahí mismo, frente a todos. Todavía no lo tengo cerca y mis piernas ya están temblando y debo prestar atención para no tropezar, eso es lo que me causa.
No he sabido nada de él desde aquel día, tampoco lo vi merodeando en la universidad, mantuvo su distancia. Debo confesar que en más de una ocasión lo busqué entre el gentío, pero no lo encontré, supuse que ya había terminado.
Está usando lo mismo de siempre, me pregunto cuántas prendas iguales tiene en su armario o si es la misma ropa y la lava todos los días. Trae puestos unos pantalones de mezclilla y una camiseta de algodón de color negro. Una cadena plateada cuelga en uno de sus bolsillos.
No me quita la mirada de encima y, cuando me detengo frente a él con la ceja alzada, noto algo en esos ojos, no sé si es molestia o qué. Pestañeo, confundida.
—¿Estás molesto?
¿Para qué me busca si está enojado? No recuerdo haber hecho algo, me he mantenido alejada. Él no responde, extiende el brazo y me ofrece su mano. Lo miro con cautela, pero la tomo. Me da un jalón que me hace tropezar por la brusquedad, pero sus brazos me capturan, me adhieren a su cuerpo.
Mi corazón se acelera y me roba la respiración, contengo el aliento y le regreso la mirada con asombro. Mis manos van a sus hombros en un intento de mantener el equilibrio. Me rodea la cintura, su agarre es como una cadena de acero fundiéndose a mi piel.
—Sí —dice.
Me relamo los labios al escuchar su timbre ronco, me trae recuerdos placenteros, promesas que había olvidado, esta vez no me iré hasta que las cumpla.
—¿Por qué?
—¿No te gustó lo que hicimos esa noche? —cuestiona.
La pregunta me descoloca, no me la espero, él no se apiada de mi confusión, se mantiene en silencio esperando mi respuesta. Pero no sé qué decirle, ¿por qué carajos piensa eso? Soy muy receptiva, estoy segura de que me la pasé suspirando y gimiendo, si nuestros sonidos eran excitantes.
—Me gustó, si no me hubiera gustado no habríamos terminado. —Hago una pausa y continúo—: ¿Por qué preguntas?
—Me dejaste en la cama para ir a bromear con mis amigos, te largaste sin decirme y me dejaste una nota de consolación, te desapareces por dos semanas, luego te busco y me miras con cara de espanto, estoy seguro de que habrías escapado si hubieras tenido la oportunidad.
Me pilló. Envaro la espalda. ¿De qué está hablando? ¿Por qué eso le molestaría? Su entrecejo se frunce al sentir la tensión.
—La próxima vez no dejaré nota, me iré sin decir nada —susurro frente a su boca para provocarlo.
No se ve contento, no responde, solo sé que está apretando los dientes porque el esfuerzo se refleja en la flexión de los músculos de su mandíbula. Es una visión hermosa, creo que podría hacerlo enojar más a menudo solo para verlo.
—¿Me estás retando otra vez?
Por supuesto que no, lo digo muy en serio.
—¿Querías que me pusiera cursi y te abrazara para dormir? —Me burlo—. Qué tierno, Willburn, pero no soy de esas.
Sonrío de lado, sus ojos caen en mis labios. De nuevo siento esas ganas de besarlo, creo que no he tenido suficiente. La adrenalina que siento al correr no puede compararse a la que corre por mi cuerpo cada vez que Willburn se me acerca.
—Ya sé lo que está pasando... —Hago una pausa.
—¿Qué?
—¿Herí tu pequeño ego de macho alfa? —pregunto, divertida, y lanzo una risita juguetona.
—No es gracioso. —Gruñe.
—Sí lo es. —Muerdo el interior de mis mejillas para no reír. Quiere aparentar que está molesto, pero puedo ver que intenta no sonreír—. ¿A ti te gustó?
—Por algo estoy aquí.
Quiere repetir, por eso tanto alboroto. Abro la boca para hablar, sin embargo, un ruido me hace saltar. Miro por encima de su hombro, Juliet se mete a la camioneta y azota la puerta, Omar ocupa el otro lado, el del volante.
—Súbete a la camioneta —exige.
—No voy a dejar mi auto aquí.
—Te traeré para que lo recojas, en este lugar está más seguro que en el barrio. —Ladea la cabeza y me analiza, espera con una paciencia que me sorprende, cualquiera pensaría que no es de los que espera, sino de los que toman sin preguntar.
—De acuerdo.
Se tarda un segundo en soltarme, nos dirigimos al vehículo, Willburn abre la puerta y me invita a subirme. Me cuesta un poco de trabajo por mis músculos doloridos, eso me pasa por dejar de hacer ejercicio, incluso se me escapa un quejido. Él sube detrás de mí.
—Qué milagro, pelirroja, pensamos que ya no te veríamos de nuevo. —Ese es Omar saludando, quien me mira por el espejo retrovisor.
Juliet no se ve muy contenta, va enmudecida, no voltea ni una sola vez, ni siquiera para hacer uno de sus comentarios groseros.
—Tu amigo no deja de pensar en mí, tarde o temprano nos encontraríamos —digo a lo que él se carcajea. El mencionado ruge, agarra mis caderas y me eleva—. ¡¿Qué demonios, Willburn?!
Caigo en su regazo, no hago el intento de bajarme porque me aprisiona, me recargo en su pecho y disfruto de cómo encajo a la perfección en ese lugar. La escena me parece graciosa, pues junto a nosotros hay un extenso asiento vacío.
Minutos después, Omar se orilla en un parque. Dos chicos se acercan por el camino, Ángel y Mateo se suben a la camioneta, están sudados y sucios, creo que hay tierra en sus rostros, y huelen mal.
—¡Puaj! —exclama Omar—. ¿Qué hicieron? ¿Se revolcaron en mierda o qué demonios?
Creo que no soy la única que lo piensa.
—Recolectamos basura —responde Angel, al tiempo que asiente hacia mí con educación.
—Pelirroja —pronuncia Mateo y sonríe de oreja a oreja, como si de verdad le alegrara verme, ese gesto me ablanda el corazón un poquito.
—¿Por qué recogen basura? —cuestiono.
Es Mateo el que contesta, Angel es demasiado taciturno y serio como para responder.
—Servicio comunitario, nena, nos portamos un poquito mal y estamos pagando por nuestro comportamiento. —Se ve bastante divertido cuando abro los párpados con asombro, no pregunto más, no estoy segura de querer saber—. ¿Y tu hermosa amiga?
Ushio me dijo que Mateo se portó como un caballero, la llevó a casa y no intentó propasarse con ella, ¿cómo iba a hacer algo si empezó a parlotear de lo dolida que estaba por lo de Rome? Él la escuchó con atención y le dio ánimos, esta semana Ushio ha estado muy contenta, así que se lo agradezco.
—Le caíste muy bien —digo a lo que vuelve a sonreír.
Cuando llegamos y la camioneta se detiene, Juliet baja y azota la puerta, se va enojada dando zancadas. Omar suspira.
—Yo me encargo —dice antes de seguirla.
Mi ceño se frunce, le lanzo a Mateo una mirada llena de preguntas, él entiende todo lo que quiero decir.
—Son hermanos.
—Oh.
Eso sí que no me lo esperaba.
Cuando entro se escucha una carcajada estruendosa que me hace querer saber qué es tan divertido, hay tres personas reunidas en el comedor, afortunadamente los conozco. Ellos voltean a vernos cuando notan que entramos. Kealsey alza la mano y mueve los dedos para saludar, Regina está a su lado y Tyler asiente hacia nosotros.
Omar y Juliet no están por ninguna parte. Angel desaparece en el baño y Mateo ocupa un lugar, lo que están ahí hacen una mueca, tal vez al oler el hedor.
Hasta ahora me doy cuenta de que están comiendo. En el centro de la mesa hay un montón de comida, recipientes llenos de cebolla, jitomate, aguacate y judías. Alcanzo a ver platos con pan, salchichas y tocino. Es todo un festín de comida grasosa, como un banquete o esos lugares que escriben en los ventanales «coma todo lo que quiera», que en realidad quiere decir «atáscate hasta reventar».
—Miren quién volvió —dice Tyler repasándome de arriba abajo, quien deja de prestarle atención a su hot-dog, el cual está atiborrado de cosas, ni siquiera sé cómo se va a meter todo eso en la boca—. ¿Quieres uno? Puedo prepararlo por ti.
Su tono no deja dudas, está coqueteando y se está divirtiendo, la sonrisa de Tyler se hace más grande cuando giro los ojos.
—No necesita tu jodida ayuda, Tyler Anderson, métete en tus asuntos —dice alguien a mis espaldas, emplea un tono serio.
Le lanzo una mirada por encima de mi hombro y tenso las cejas, él me imita, no se deja amedrentar. No está de buen humor el día de hoy. Sus palabras no solo llaman mi atención, al parecer también la de Kealsey, quien levanta la cabeza y lo mira anonadada.
Tyler le da un trago a su cerveza, no esconde su diversión. Me agrada.
—Pelirroja, siéntate y come hot-dogs —dice Kealsey y señala una silla vacía—. Si no quieres cerveza hay jugo de naranja en el refrigerador.
Agarro uno de los platos que están apilados y me estiro para agarrar un pan.
—Yo te ayudo. —Willburn me pide que le entregue el plato.
Su acción me sorprende, sin embargo, no digo nada, seguramente lo hace porque eso haría una persona normal cuando invita a alguien a su casa. Lo cierto es que me parece adorable. Me prepara uno esperando mis instrucciones, le pone mayonesa, una salchicha, chili y tocino. Yo tomo una cerveza y se la tiendo a Tyler, quien alza una ceja.
—Necesito un destapa corcholatas justo ahora —explico.
Siento que Willburn me está mirando, le doy un vistazo y sí, tiene la mirada clavada en mi cara, en lugar de ver qué tanta cebolla le pone a su hot-dog. Debería relajarse.
—Nena, ¿estás segura de que él no me va a romper los dientes? —pregunta Tyler, pícaro, al tiempo que me arrebata la botella y hace lo suyo.
El otro no dice nada, se sienta junto a mí y me ofrece el plato. Muevo mi silla para pegarla a la suya, creo que lo nota y le agrada el movimiento, pues la tensión se va, se recarga en el respaldo y pone su brazo alrededor de mis hombros.
En ese momento se une Omar, él lanza un suspiro como si estuviera cansado. No dice nada acerca de Juliet —no es que quiera saber algo— y en silencio prepara su comida.
—¿Ustedes no estudian? —pregunto.
—Angel ya se graduó, yo me dedico al baile, Mateo y Tyler son unos vagos —responde Kealsey.
—¡Hey! —se queja Mateo—. Trabajo.
—Y rayan paredes, vándalos asquerosos, por eso tienen que limpiar la ciudad.
—Angel también rayó la pared —se defiende.
—Pero Angel tiene un negocio.
—¿Cuándo salen a delinquir? —pregunto y me arrepiento cuando Kealsey alza una ceja, ella es la que me responde, los demás no dicen nada. Solo entonces noto algo curioso, no sé si es mi imaginación, creo que tiene un puesto importante en el grupo.
Willburn suelta una risita entre dientes, y la mano que me rodea se cuela entre mis cabellos y acerca a mi nuca, sus dedos acarician mi piel, el roce es tan suave que me causa cosquillas, quiero retorcerme, pero no puedo convertirme en lombriz cuando todos están mirando.
—Primero que nada, debo decirte que delinquir es una palabra muy graciosa. Ahora, nuestros padres fundaron Blacked para cuidar este lado de la ciudad porque las pandillas se aprovechaban de nuestra gente, así que no salimos a delinquir, cuidamos el legado de nuestras familias y nos encargamos de que el crimen no llegue a este lado.
—¿Y los relojes? —La confusión es evidente en mi voz, eso sí que no me lo esperaba.
—Los recuperamos, nosotros no robamos, protegemos nuestro barrio —suelta Willburn.
—En las noticias y en el periódico... —No puedo terminar.
La voz de Angel me hace saltar, está de pie a unos pasos de distancia con una toalla alrededor de su cintura, hay gotas de agua cayendo por toda su piel y yo no puedo evitar pensar que está guapísimo. Esa es la señal que estaba esperando Mateo, se pone de pie y desaparece.
—Es pura mierda, pelirroja, si nosotros agredimos a alguien es porque está haciendo algo malo, la prensa a veces es jodida y hacen cualquier cosa por vender, si nosotros hiciéramos daño, ya estaríamos en la cárcel, la policía no es nuestra enemiga. En el periódico dijeron que habíamos acuchillado a alguien, pero no dijeron que ese sujeto quería abusar de una chica y si lo lastimamos fue porque el hijo de perra hirió a Mateo, él solo intentó defenderse. También dijeron que habíamos robado un negocio, pero no dijeron que era mercancía robada. La policía no nos defiende, obviamente, pero nos protege porque les ayudamos.
—Estaban haciéndole algo a una camioneta cuando me vieron. —Miro a Willburn.
—El hijo de puta se metió con Juliet, le dimos una lección. —Se encoge de hombros.
Me pierdo por un momento en mis pensamientos, mientras asimilo toda la información. Si lo que dicen es cierto, entonces las personas han sido muy injustas con ellos. Empiezo a recordar algunas cosas que he visto, como el respeto y la notable admiración que les tienen los de este lado de la ciudad. Quizá es verdad y por eso Willburn fue tan paciente y no hizo otra cosa más que jugar.
—¿Entonces los padres de todos ustedes crearon la hermandad? —No he visto a ningún adulto, se nota que Angel es el mayor, pero los demás son jóvenes.
—Mi padre, el de Omar y Juliet, y el de Angel —aclara Kealsey—. Los demás se unieron a nosotros.
Asiento. No le pregunto en dónde están, aunque ahora tengo más preguntas que antes, sé que ya me han dicho demasiado y no quiero comportarme como una fisgona.
Me cuentan que Kealsey da clases de baile a niños y adolescentes, no me sorprende, el otro día que la vi bailar pensé que era muy talentosa. Regina no es parte de la pandilla, a veces viene y pasa tiempo con ellos porque es prima de Kealsey, los chicos dicen que es una niña pija que estudia en un colegio, es más pequeña de lo que parece y noté el rubor en sus mejillas cuando Tyler le sonreía de lado. El mencionado trabaja en un restaurante, al igual que Mateo, son meseros y en sus ratos libres pintan paredes, el otro día los descubrieron, así que ahora hacen servicio comunitario. Angel es el más serio y responsable, es un hombre dedicado a su negocio, el cual heredó de sus padres cuando murieron.
Escucho con atención, y disfruto de los toques de Willburn, quien sigue acariciando mi cuello. En más de una ocasión me descubro deseando que se acerque o que se levante y me lleve a la habitación, pero no lo hace, tampoco habla mucho, solo está ahí y asiente de vez en cuando.
Los demás son parlanchines, no dejan de hablar ni de hacer bromas, no son curiosos, no me preguntan nada. Mejor, así me ahorro las mentiras.
—¿Vendrás al bar, pelirroja? —pregunta Kealsey—. Angel prometió darnos chupitos gratis.
—Vamos a ir a otro lado —responde Willburn antes de que yo pueda decir cualquier cosa.
—¿A dónde iremos?
—Es un secreto —dice y esboza una sonrisita lobuna.
* * *
Este capítulo no tiene mucha acción, pero tiene mucha información, así que era necesario :D Espero sus estrellitas y comentarios, alimentan mi alma.
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