Capítulo 07
Rome sale de la piscina y obtiene una de las mejores puntuaciones, la universidad se pone de pie para aplaudirle y gritar su nombre. El orgullo llega a mi pecho. Es muy talentoso, estoy segura de que si se lo propusiera llegaría lejos, él es un pez, pero detrás de ese semblante fuerte y amable, hay un chico asustado. Jamás se arriesgaría, así que se va por lo seguro.
El gentío empieza a descender de las gradas, nosotras nos ponemos de pie y caminamos por el carril de nuestra fila para encontrar la salida.
—¿Vas a ir? —pregunta Avs.
Desde que llegamos no han parado de pedirme que vaya a la fiesta para celebrar el triunfo, una vez más niego con la cabeza. Ninguna puede entenderlo, es que nunca les he explicado y no creo que vaya a hacerlo.
Cuando salimos del gimnasio, mi celular vibra dentro del bolsillo trasero de mi pantalón. Reconozco el número, no dudo en tomarlo.
—Hija, ¿cómo estás? —Esbozo una sonrisa al escuchar a mamá. Esta mañana no pude saludarla, cuando bajé a desayunar ya se había marchado.
—Muy bien, ¿y tú?
—Estoy en el trabajo y pensé que podíamos ir a cenar, ¿qué te parece?
Mi sonrisa se ensancha.
—Me encantaría, tal vez podamos ir al italiano que le gusta a papá, ya sabes que él es feliz comiendo pasta.
—Buena idea, llamaré para hacer una reservación. —Hace una pausa y luego continúa—. Llevaré los álbumes de la familia, así podemos revisar las fotografías y hacer una selección para la ceremonia de Lili.
Mis comisuras caen, mi ánimo también.
¿Por qué otro motivo iba a querer pasar tiempo conmigo? Lo único que le importa es ella, desea que hablemos y pasemos el rato juntas para charlar sobre la alegría de Lilibeth mientras vencía el cáncer, me va a contar una vez más que hacía que todos los niños rieran, que sufría en silencio para que los demás no lloraran, que la gente la amaba tanto como para sacrificar su felicidad. Y eso estaría bien si no me hiciera recordar que mi niñez fue una mierda, que era una chiquilla a la que nunca amaron. Las cicatrices no solo están en mi piel, también las llevo en el alma.
Yo no me involucro en las fiestas de Lilibeth, Romina se encarga de todo, no sé por qué ahora piensa que quiero participar, pero no es así.
—Creo que no podré hoy, mamá, olvidé que tengo que preparar algunas cosas para Bridgeton —miento—. ¿Podemos dejarlo para otro día?
—Oh —suelta, confundida—. De acuerdo, cariño.
Termino la llamada antes de decir otra cosa y me duele el pecho por haberle colgado de esa forma. Ella no se lo merece, ella necesita a alguien que quiera ver fotografías y se ría de las cosas que no pudo ver.
Me percato de que estoy parada sin moverme, no sé en qué momento me detuve. Me tenso cuando siento que una mano se posa en mi hombro.
—¿Estás bien, Elle? —pregunta Ushio.
—Sí, iré con ustedes —respondo y me enderezo, obtengo las llaves de mi auto del interior de mi bolso—. Vámonos.
Ellas se dan una mirada, pero no hacen más preguntas y me siguen.
Llegamos a un bar del centro atiborrado de estudiantes, es difícil caminar entre tantas personas que se mueven y piensan que vas a bailar. Encontramos a Rome, quien está rodeado de personas. Nos aproximamos y nos hacemos paso entre los lameculos de Gilmore.
—Felicidades, parecías un tiburón —digo a lo que sonríe de lado.
—También muerdo como uno. —Le da un codazo a Ushio, quien gira los ojos y esconde una sombra de sonrisa aplanando los labios.
Ellos deberían solo rendirse, sucedería si fuera decisión de Ushio, a Rome le gusta juguetear y bromear, pero no está hecho para ella, le aterra el compromiso, y mi amiga y su familia son sinónimo de costumbres y reglas que él no está dispuesto a seguir, a pesar de que Ushio tampoco las sigue.
La sonrisa de mi amiga cae cuando una despampanante morena llega y se cuelga del cuello de Rome, la conocemos, no puedo cree que le esté hablando a esa perra otra vez. Él le da un vistazo a Ushio, quien evita mirarlo y se pone seria.
—¿Por qué no me dijiste que las chicas vendrían? —dice Maya y deposita un beso en su comisura—. No abras tanto los ojos, querida.
Le dice a Ushio y yo aprieto los dientes.
Hace unos meses ellos dos estaban saliendo, no como saliendo en serio, solo tonteando, Maya tampoco es de las chicas que buscan noviazgos, así que follan, hay un extraño acuerdo entre los dos, Rome la acepta porque permite que otros se unan a la diversión, o sea, follan tres en la misma habitación.
No es un secreto que Ushio siente algo por Rome, algo especial, se le ve en toda la cara, nadie lo dice en voz alta, solo la maldita Maya que se burla de sus sentimientos.
—Que no se te pegue lo racista, Rome —suelta Avril.
—Si no se le pega tu grasa, dudo que lo mío vaya a pegársele.
Avs ríe sin humor y niega con la cabeza antes de agarrar el brazo de Ushio, quien no ha abierto la boca, y la arrastra. Voy a seguirlas, sin embargo, vuelvo a mirar a Rome, alcanzo a ver una sombra en sus ojos que me sorprende, pero parpadea y se borra en un segundo.
Es que, si no está interesado en Ushio, no debería hablarle ni tratarla como lo hace. Si no desea empezar algo con ella, debería ser claro y dejar de joder. Pero es Rome, y no entenderá, no hasta que ya no pueda hacer nada para solucionarlo. Es como cuando lastimó a sus padres adoptivos diciéndoles que no se sentía parte de su familia y puso kilómetros de distancia, un día me contó que se arrepiente y los extraña, pero ellos le dieron su espacio y no vuelve porque es orgulloso.
—Te estás comportando como un hijo de puta —digo entre dientes antes de darle la espalda y seguir a mis acompañantes.
—Soy el hijo de una —murmura con el semblante sumergido en la oscuridad. Por un momento me pregunto si lo que muestra es solo una fachada.
Suelto un suspiro que no se escucha por el ruido del club, y vuelvo con mis amigas.
—Me quiero largar, solo vine porque quería celebrar con él.
—¿Por qué mierda no dijo nada? Se quedó ahí parado escuchando. —Avs gruñe.
—Ayer hice algo... —Nosotras prestamos atención, Ushio se retuerce—. Lo besé.
—¿Y se comportó como un cabrón solo porque lo besaste? —cuestiona Avril, confundida.
—Él me rechazó, Avs, no está interesado y me lo dijo bien, me explicó que me quiere como amiga, y lo entiendo, ¿sabes? —Sus ojitos se llenan de lágrimas y yo siento que el corazón se me comprime. Que no les muestre lo que hay dentro de mí no quiere decir que no las quiera—. Lo voy a superar, es que pensé que él también... En fin, necesito calmarme o me iré con cualquier tipejo, no me gusta el sexo por despecho.
—Yo te acompaño.
Las dos me miran, esperando mi respuesta.
—Me quedaré un rato.
Asienten sin esconder su sorpresa. Imagino que piensan que soy una ermitaña.
Ellas se van y todo se transforma, es una fiesta, pero estoy sola y se convierte en un infierno. Los recuerdos me cubren, me envuelven.
***
La música suena a todo volumen, hay luces danzando de un lugar a otro, hay ruido, risas y murmullos. Y yo estoy en la barra mirando fijamente el vasito repleto de alcohol. Hago una mueca, no debería porque sé lo que se siente perderse en la oscuridad, pero unos cuantos tragos no me harán nada malo, al contrario, me relajaré y dejará de importar lo que me atormenta.
De pronto vuelvo a ser la niña solitaria escuchando lamentos dentro de una cueva oscura y desolada, lucho con mi mente para apartarla, pero se aferra a mis recuerdos con tal fuerza que me arrolla. Necesito acabar con eso, olvidar que yo también lloraba en ese cementerio imaginando que alguien me recordaba, incluso después de la muerte. Deseo ocultar el miedo con lo único que conozco.
Me lo tomo tan rápido que no lo siento. Le pido otro trago al hombre de la barra y me bebo el tequila de golpe apenas me lo da, el líquido quema mi garganta, la sensación me obliga a pedir otro y otro y otro. Y pierdo la cuenta hasta que me pierdo a mí misma una vez más.
Las punzadas en mi cabeza son insoportables, aprieto los párpados queriendo alejar el dolor por la incómoda posición en la que me encuentro, me va a dar torticolis.
Los recuerdos de la noche anterior regresan a mi mente, suelto un quejido. En muchas ocasiones desperté en lugares desconocidos, con la memoria hecha un lío, hoy no es diferente.
Abro los ojos, no sé qué encontraré esta vez. No sé dónde estoy, ¡vaya novedad! Es como regresar al pasado, hace un año esta era mi vida. Los remordimientos se hacen paso y me carcomen, mis padres estarían muy decepcionados si supieran que caí en los viejos hábitos. Aparto esos pensamientos, ¿ellos deberían aceptar que no soy perfecta?
Aprieto los párpados, los dejo cerrados e intento recordar cómo llegué a este lugar, pero lo último que recuerdo es que salí del bar porque estaba mareada. Mis amigas se marcharon y a Rome no lo volví a ver después del encuentro con Maya. ¿A dónde fui después de eso? No tengo idea.
¡Genial! ¡Lo que me faltaba!
Vuelvo a abrir los ojos. Sin moverme paseo la mirada hasta donde la posición me permite. No sé en dónde me metí.
Con cautela me levanto, mis huesos truenan al adoptar una postura normal. Me aseguro de que no haya nadie cerca antes de sentarme.
La mesita que se encuentra frente a mí está llena de botellas, latas y basura. No puedo prestar demasiada atención por el intenso dolor de cabeza. Es un lindo lugar, a pesar de la mierda que hay alrededor.
—Maldición, ¿qué tomé anoche? —pregunto a la nada lanzando un quejido suave.
Me deshago de los zapatos porque no quiero hacer ruido con los tacones y los sostengo de las correas, al menos no estoy desnuda en una cama junto a un sujeto. El panorama podría ser peor.
Junto a mí está mi bolso, me ladeo y lo agarro, me asomo en el interior, gracias al cielo todo está en orden, tampoco me encontré con ladrones. Ahora solo tengo que encontrar mi auto y largarme.
Dejo que mis plantas desnudas se enfríen al tocar el suelo y froto mis músculos cervicales con la intención de aliviar la tensión. Estuve toda la puñetera noche en un sillón duro con las piernas y la nuca colgando. Hay otro sillón a un lado, solo que este es más largo, ¿era tan difícil acostarme ahí? ¿Dónde está el sentido común?
Un sonido me pone alerta, miro hacia todas partes para buscar un lugar que sirva de escondite. Me apresuro a ocultarme, aunque no sirva de nada, pues la persona que me trajo aquí sabe en dónde me dejó. Me decanto por esconderme detrás de la barra que conecta a la sala con la cocina, aunque probablemente es el peor lugar.
Me dejo caer al suelo y pego la espalda al concreto, estoy oculta por la encimera y una columna. Pasos se aproximan, un par de pies pasan por el pasillo rumbo a la salida, acto seguido, se cierra una puerta.
Me atrevo a asomarme, minutos después se escucha el caño y una mujer en pelotas sale del que supongo es el baño, las tetas le rebotan por caminar a toda velocidad. No se percata de mi presencia, regresa por el mismo camino dando zancadas largas.
Horrorizada, salgo de mi cueva, tengo que largarme. Me levanto y salgo de la cocina, doy un paso para volver a la salita y salir de una buena vez de esta casa.
—¿Te vas tan pronto? —pregunta una voz enronquecida.
No es posible.
Me doy la vuelta con los párpados pegados a mi frente.
—¿Cómo...? —No termino la pregunta.
La mandíbula se me desencaja debido a la impresión. ¿Qué demonios pasó ayer? Me toco la ropa con los dedos como si tuviera que comprobar que mi ropa está en su lugar, incluso cuando fue lo primero que revisé al levantarme.
Willburn viene caminando por el pasillo con ritmo lento y pausado, no lleva zapatos, tampoco camisa, solo un pantalón de franela que deja al descubierto el resorte de sus calzoncillos. Se me escapa el aliento al ver los músculos duros flexionándose mientras se acerca a mí. Me dan ganas de despeinar más su cabello y de delinear las marcas de su abdomen, tan marcadas y definidas, me imagino lamiéndolo y mi cuerpo se enciende como una maldita bombilla. Se ve ardiente.
Trago saliva porque todavía no puedo salir de la sorpresa, no puedo creer que esté aquí ni que me esté mirando como si me quisiera comer y mucho menos puedo con que es evidente que no se detendrá hasta terminar frente a mí.
Doy pasos hacia atrás para alejarme, como si eso fuera a detenerlo o como si deseara que se alejara, suelta una risita entre dientes que me eriza los vellos de mis brazos y repercute en todas mis terminaciones nerviosas.
Me aclaro la garganta, queriendo recuperar la cordura.
—¿Qué hago aquí?
—Algo debió haber pasado para que te terminaras tú sola una botella de tequila —dice.
—¿Me estabas espiando?
—No te emociones, muñeca, tenemos ojos en todos lados.
Sus gestos se ven peligrosos o tal vez me parece que son de esa forma porque me está cazando, se comporta como un lobo vigilando a su presa. ¡Y joder! Se me antoja quedarme quieta para que me muerda.
—¿Y decidiste traerme a tu casa?
—Me retaste, esto ya es personal —dice y esboza una sonrisa de lado—. Y yo soy muy serio con mis retos, más cuando tienen piernas interminables.
Mi corazón se acelera cuando mi espalda choca con una pared y él se detiene a escasos centímetros de distancia. Las puntas de sus dedos tocan las mías y me encarcela con uno de sus brazos. Lo miro desde debajo de mis pestañas y me pego lo más que puedo a la pared, a ver si logro alejarme un poco.
—¿Ahora tienes miedo? —pregunta, juguetón.
—Sí, bueno, no sé dónde mierdas estoy, no me culpes.
—No haré nada que no quieras. —Su tono baja y se vuelve más sensual, promete cosas que me dan curiosidad.
—Entonces deja de acorralarme.
—No me caracteriza la caballerosidad —murmura.
—No lo sé, me dejaste en un sillón en lugar de follarme.
Sus pupilas enfocan mis labios, se quedan ahí durante un buen rato, el mismo que aprovecho para estudiarlo.
Tiene un rostro hermoso, los cortes de sus facciones son cuadrados y masculinos, tal vez era una escultura del Renacimiento, no lo sé. Luego están sus ojos, nunca había visto unos tan bonitos, unos que me parecieran puros y, al mismo tiempo, infernales. Son tan azules como el cielo, con motitas grises en los extremos, los diferentes tonos de azul hacen que parezcan que están formados por líneas de luz.
Él no se percata de mi escrutinio, está muy concentrado en mis labios, tanto que el calor se concentra en mis orejas. Me muerdo el labio inferior porque de pronto me quiero carcajear por la situación. Dejo de luchar con el autocontrol y bajo la mirada por su cuello, sus pectorales y un tentador camino a la perdición. Qué delicia.
Su piel es limpia y se ve sedosa, y me invita a tocarlo. Su espalda ancha necesita ser rasguñada por mis uñas, y sus manos tienen que investigar qué hay dentro de mis bragas. Pero no lo digo, me limito a comérmelo con la mirada.
—Puedes tocar —susurra, adivinando mis pensamientos.
No puedo retener la risita, vuelvo a sus ojos y alzo una ceja.
—¿Quieres que lo haga?
Willburn se relame los labios, la humedad los hace brillar, al igual que la diversión que cruza su mirada. Él se ve fresco, como si mi presencia no le afectara en absoluto, y yo haré combustión en cualquier momento. Hijo de perra.
—¿Tú qué crees? —responde con otra pregunta.
—No lo sé, dímelo tú.
—Estuviste toda la puñetera noche restregándome tu delicioso trasero y pidiéndome que besara tus tetas, te dejé en el sillón porque si hacías eso en la cama te iba a follar hasta que el alcohol saliera de tu cuerpo y no quiero causar ese efecto.
En otro momento me golpearía la frente, pero justo ahora no me interesa.
Su voz se vuelve baja y letal, hay tanta intensidad y deseo en sus palabras que me dejo llevar. Tal vez no está temblando como yo, y mantiene sus manos alejadas de mí, pero puedo sentir la marea de anhelo que hay detrás de esos ojos claros. Me despego de la pared y pongo las manos sobre sus pectorales, los cuales se aprietan debajo de mi tacto.
—¿Qué efecto quieres causar?
Su cabeza desciende y coloca sus labios cerca de mi oído. Huele a jabón, de esos caros que venden en botellas.
—Si quieres te lo muestro, linda caperucita.
Me derrito. Mierda.
Abro la boca para poder respirar, una calidez agradable se instala entre mis piernas, las cuales comienzan a temblar.
Voy a decirle que sí, que me folle en el puto sillón, y voy a hacerlo, pero alguien interrumpe carraspeando.
Salto del susto como si me hubieran pillado haciendo algo malo y giro la cabeza para ver más allá de la gran montaña.
Un tipo moreno lleno de tatuajes sale y nos da una mirada traviesa antes de entrar a la cocina y encaminarse al refrigerador.
—No dejes que te folle en el sillón, pelirroja, hay demasiados fluidos en ese lugar —dice el chico una vez que saca una botella de jugo y se vuelve a girar para enfrentarnos. Y yo que pensaba hacerlo ahí—. Soy Mateo, por cierto.
Es apuesto, grande y fuerte, es uno de los chicos que estaban ese día en el bar. Tiene una calavera en el centro de su pecho y es bastante atractivo.
—Error —digo—. Tal vez yo me anime a follarlo en el sillón.
Willburn sonríe, perverso. Una vibra extraña se apodera de mi cuerpo y me electrifica, no puedo dejar de mirarlo, a pesar de que hay alguien cerca de nosotros.
—Qué sexy —dice alguien desde alguna parte—. También puedes follarme si quieres, lindura.
Es un chico afroamericano que viene caminando por el pasillo por el que salieron todos, alcanzo a distinguir un piercing en su ceja y tanta tinta en su piel que no logro identificar ningún dibujo.
—Gracias por la oferta —digo y ellos ríen.
Me abandona haciéndose hacia atrás, antes de dejarme parada me da un guiño. Entonces se gira y se une al grupo de chicos. Me deja helada y con una bola de tensión allá abajo, hago una mueca. Quiero agarrarlo del cuello y arrastrarlo al baño para que termine lo que empezó.
—¿Qué hay de desayunar? —pregunta otro, a él sí lo reconozco, es Aldridge, el amigo de Willburn.
—Tengo hambre. —Se escucha otra voz diferente.
¿De dónde mierda salen tantas personas?
La cocina se llena de hombres semidesnudos, fuertes, grandes, con tatuajes y perforaciones. Hacen un escándalo y se olvidan de que sigo hiperventilando, usando la pared como soporte. Entonces comprendo quiénes son, es la maldita pandilla, estoy en la jodida casa de la puta pandilla Blacked.
Joder.
Luego una fila de chicas con poca ropa sale del pasillo, ellas arrastran los pies y caminan hacia la salida, algunas no se van, se pasean delante de ellos y pegan sus cuerpos a los grandulones. Los engranes en mi cabeza giran a toda velocidad para comprender qué está pasando.
Un movimiento llama mi atención, una puerta se abre en ese pasillo interminable y salen tres chicas de ahí, las mismas que conocí el día del bar. Kealsey, Juliet y Regina. Ellas están vestidas y no voltean a ver a los tipos que están disfrutando de la atención de las otras.
Kealsey las dirige, siempre va a la cabeza, Juliet y Regina la siguen. Es la abeja reina, supongo. Las tres se detienen frente a mí porque ella lo indica, Regina me regala una sonrisa cálida, la otra como que sí tiene cara de culo, no se ve muy contenta.
—¿Vienes? —me pregunta—. Iremos por donas.
—¿Por qué la invitas? No la conocemos. —Juliet bufa y se cruza de brazos.
—La conocimos el otro día y me cayó muy bien —dice Kealsey y le da una mirada extraña que no logro interpretar. La otra no contesta, se limita a refunfuñar y a mirar hacia todas partes.
Kealsey y Regina me miran expectantes, esperando mi respuesta. Estiro el cuello para echar un vistazo, los chicos siguen en la cocina bromeando y comiendo cereal directo de la caja. Hay una chica colgada del cuello de Willburn, y él se ve muy feliz con el acercamiento.
Asiento hacia ellas, Regina da un saltito y aplaude, la comisura de Kealsey sube con aprobación.
Ya hay sol cuando salimos, los rayos me ciegan por un instante.
—Eso no parecía una pandilla —digo.
—No son una pandilla, son una hermandad. —Entrecierra los párpados con sospecha, acto que me alarma—. ¿Por qué sabes cómo es una pandilla?
—Películas. —Me encojo de hombros. Se me da mentir bien.
Kealsey saca un cigarrillo y empieza a fumar, la miro. Se me hace curioso que saque el cigarro en el exterior.
—Ansiedad —explica—. No le digas a Willburn.
El barrio es bonito, tal y como lo recuerdo, tiene su toque característico, frases pintadas en las paredes y marcas de la pandilla que cuida las calles, los Blacked. Caminamos unas cuantas calles y llegamos a una ancha con un paseo central arbolado, en donde hay varios negocios. Puedo notar que cuando nos encontramos a alguna persona, esta mira a las chicas y sonríe o saluda con respeto.
Llegamos al local, en el letrero hay una dona en lugar de una «o». Hay una señora detrás del mostrador a la que se le ilumina la cara cuando entramos, es muy amable y servicial. Creo que este lado de la ciudad aprecia mucho a la pandilla, es eso o les tienen tanto terror que saben fingir muy bien.
Las chicas compran un montón de donas y cafés, así que creo que llevan para toda la hermandad. Kealsey y Regina han estado hablando durante todo el trayecto, Juliet solo está ahí, creo que molesta.
—¿Sabes dónde quedó mi auto? —pregunto cuando salimos de la tienda de donas.
—Afuera del bar, supongo —responde Kealsey—. Ayer estabas muy borracha, no podías caminar sin tambalearte, así que te llevaron a casa.
—Creo que iré a buscarlo, tengo algo que hacer —digo.
Kealsey se detiene de golpe y se gira para enfrentarme.
—Tengo la orden de llevarte de regreso, te llevará.
—Dile que no soy una puñetera niña y que puedo cuidarme —suelto entre dientes a lo que a ella se le escapa una risita.
A pesar de que me dan ganas de largarme sin más, decido regresar con ellas y aceptar la propuesta porque la gente del barrio podría sentirse amenazada si me ve caminando sola por ahí.
Volvemos minutos después, la casa es de las más grandes de la zona, y hay autos aparcados en la cochera. Hay una reja de forja negra resguardándola y tienes que subir escalones para llegar a la puerta.
No hay chicas por ningún lado, solo el grupo de hombres esperando en el sofá largo. Él se pone de pie apenas nos ve, y se aproxima dando zancadas largas. Ya está vestido, pantalones de mezclilla y una playera negra, hay una cadena plateada alrededor de su cuello, y está usando unos cuantos anillos con puntas.
No entro del todo a la casa, me quedo en el umbral. Veo que indaga en el interior de la cajita de donas que carga Kealsey, toma una de chocolate con nueces y la encaja en su dedo índice. Su mirada se alza y se estanca en la mía, no me espero ese movimiento.
—¿Chocolate o prefieres otro sabor? —pregunta con cierto aire de misterio que me hace tensar el medio de las cejas.
Kealsey aprieta los labios y contiene la sonrisita, Aldridge no aguanta la diversión y lanza una carcajada que no entiendo. No me gusta ser la broma comunitaria.
Sorprendida, asiento con la cabeza, solo para no rechazarlo y porque tengo mucha hambre, he estado ignorando los gruñidos de mi estómago. Al parecer tiene algunos modales, pues no entiendo por qué se ha preocupado por darme una si no es por educación.
Willburn toma otra igual y la coloca en su dedo de la misma forma, tiene dos donas como anillos. Cierra los espacios entre ambos, yo salgo y bajo los escalones, el desciende trotando y saca unas llaves del bolsillo de su pantalón.
Lo sigo sin pronunciar palabra, se dirige a la misma camioneta que asalté en la universidad. Él no es caballeroso, tal y como dijo, pero no espero que lo sea, se mete en el interior una vez que desbloquea las puertas y espera a que ocupe el lado del copiloto. Me coloco el cinturón de seguridad y le doy un vistazo por el rabillo del ojo porque no enciende el motor.
Estira el brazo y me señala con el índice, me animo a deslizar la dona por su dedo para sacarla. No se me hace extraño que no me dirija la palabra, seguramente está haciendo esto por lástima, porque estos rumbos son peligrosos y sí, debo admitir que tengo pinta de niña pija.
El camino al bar es silencioso, pese a eso estoy cómoda y disfruto del panecillo que me sabe a gloria, sabe a canela y a vainilla con chocolate, es delicioso.
—¿Por qué se rieron cuando preguntaste lo del chocolate?
—Ayer dijiste cosas traviesas —dice, ronco.
Giro la cabeza con rapidez para enfocarlo, me da una mirada y vuelve a concentrarse en el camino. Sus labios están ladeados formando una mueca cargada de picardía, parece un niño travieso tramando planes perversos.
—¿Qué dije?
—Dijiste que querías untarme chocolate en el cuerpo para lamerme.
Me atraganto y los colores se me suben al rostro, a pesar de que casi nada me hace ruborizar, volteo la cara con vergüenza. Y todos escucharon, ¡santo cielo! Le pegué las tetas, le restregué el culo y le dije eso. ¿Qué estaba pensando? Nada, claramente, las hormonas gobernaron.
—Estaba borracha.
—Los borrachos siempre dicen la verdad.
Hago una mueca.
Llegamos al bar, el cual está cerrado. Me tranquilizo un poco al ver que mi auto está ahí, justo donde lo dejé, y que no hay vidrios rotos ni llantas robadas. Se estaciona a un lado y apaga la camioneta, pero no le quita el seguro a las puertas.
Mi corazón da un golpe fuerte contra mi pecho cuando escucho que se mueve y se inclina hacia mí. Estamos solos en un compartimento pequeño, no creo que sea sano. No quiero voltear porque sé que está cerca, pero termino haciéndolo porque no puedo mirar la ventana todo el día. Además, su rostro es muy bonito y sería una lástima no apreciarlo.
Está apoyado en la parte del centro que separa los dos asientos y tiene una ceja alzada. Me recuesto en el respaldo y permito que se aproxime lo suficiente como para sentir su respiración estampándose en mi cara.
No sé si el alcohol todavía está circulando en mi sistema o si me siento drogada por su cercanía, el caso es que ahí está esa atracción otra vez. Sus ojos dejan un momento los míos para bajarlos a mi boca.
—Tienes chocolate aquí —susurra.
Su cabeza baja, sus labios tocan mi comisura, la esquina de sus labios acaricia los míos, luego siento que su lengua lame ese punto. No respiro, contengo el aire y me obligo a concentrarme para no suspirar.
—Qué generoso, tal vez a partir de ahora pueda usarte como servilleta.
Willburn se ríe.
—Eso significa que frotaremos nuestros cuerpos —dice, dándome una mirada que me funde las entrañas.
Decido que es mejor cortar el momento y espantar la nube de lujuria o acabaremos en el asiento de atrás follando, y no me atrae esa idea, ya tuve suficiente con pasar toda la noche torcida en un sofá pequeñito.
—Tengo algunas cosas que hacer, así que... Gracias por llevarme a tu casa.
—Otra vez escapando, caperucita. —Sigue muy cerca, sus labios se abren frente a los míos y soplan aire caliente que me derrite. Carajo, carajo, carajo. El muy maldito sabe que me provoca—. Ven esta noche.
Deposita un beso suave en ese lugar que sigue un poco húmedo por su lengua y se echa hacia atrás.
Salgo sin despedirme tan pronto quita el seguro, mi corazón martillea, lo siento latiendo desde la cabeza hasta los pies. No se detiene, ni siquiera cuando me largo y pongo distancia entre los dos. El recuerdo de tenerlo cerca me atormenta como si estuviera junto a mí.
* * *
Holi, espero que les haya gustado :) Willburn es mío, eh, les advierto jojo
Vamos a hacer una dinámica para dedicar este capítulo y los anteriores (como la que hicimos en Besos a las cuatro), tienes que ir a mi instagram, darle corazón a la última foto que subí, y comentar tu usuario de Wattpad junto a un emoji de fueguito 🔥
¿Prefieren los capítulos así de largos o mejor los divido en dos y los subo al mismo tiempo? No puedo decidirme.
POR CIERTO, hay personitas que me preguntaron por el cast o elenco, en las historias destacadas de mi instagram está una sección que dice Personajes, ahí pueden encontrar los de esta historia y todas las que tengo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro