Capítulo 06 (pt 1)
La mañana siguiente llego temprano y me detengo frente a mi casillero, mi mandíbula cae abierta cuando veo el interior, todos los papeles están revueltos, al igual que mis libros. Es un puto desastre. Miro hacia todas partes a ver si esta es una broma de mal gusto, pero en el pasillo no hay nada que me haga sospechar.
¿Quién puede abrir casilleros? ¿Quién estaba buscando algo que le quité? Y la respuesta es más clara que el agua. Aprieto la mandíbula porque, entonces, si esta no es una broma, fue el jodido Willburn.
Tomo respiraciones profundas para calmarme y hago una nota mental para venir después de clases a organizar este basurero. Mientras tanto, tomo mi libro y cierro la puertilla metálica completamente indignada, el estruendo hace eco en el lugar desierto.
Sus palabras se repiten en mi mente. «Esto no ha terminado». Por supuesto que no.
Paso por la coordinación de la facultad para revisar el bote de la colecta, hay uno igual en todas las oficinas de la universidad, me encargué de ello. Una vez que corroboro que sigue en su lugar, sigo caminando por los pasillos que ya me sé de memoria. A esta hora todavía no hay mucha gente, la mayoría aparece diez minutos antes de que empiece la primera clase.
Voy ensimismada en mis pensamientos, repasando la lectura que nos encargaron de tarea. Escucho pasos detrás de mí, pero no le doy demasiada importancia hasta que estos se vuelven más intensos cuando acelero el paso. Aprieto los dedos en la correa de mi bolso y sigo caminando dando zancadas largas, mis tacones resuenan y se mezclan con mi respiración agitada.
No me gusta sentirme amenazada ni en desventaja, el pánico sube por mi garganta. Se me viene a la mente que no es la primera vez que me pasa, esta semana no ha sido la mejor. Sacudo la cabeza para apartar esos pensamientos, nunca dejo que las sombras me alcancen.
Giro repentinamente en la puerta de mi aula y me doy la vuelta de forma abrupta para ver si alguien entra detrás de mí o sigue su camino. Pero no pasa ninguna de las dos cosas, y el sonido de los pasos cesa. Es una burla.
Más curiosa que asustada, me asomo para averiguar si todo fue producto del estrés y una imaginación muy creativa, o si de verdad alguien me estaba siguiendo.
No estoy preparada para encontrar a tremendo hombre, creo que me quita un poco el aliento. Sus ojos gélidos de color claro están estancados en mí y me observan como si hubiera estado esperando mi presencia. Willburn está recargado con su hombro en la pared, tiene las manos dentro de los bolsillos de su sudadera negra. Giro los ojos y salgo del salón, lo enfrento con los brazos cruzados. Él esboza una lenta sonrisa de lado en la que me pierdo por unos cortos segundos.
—¿Me estás siguiendo? —pregunto.
—Así es.
Entrecierro lo ojos. No hay ni una gota de arrepentimiento o vergüenza en su voz, mira que hay que ser descarado para actuar de esa manera.
—¿Por qué?
—Me aseguro de que no vayas a robarme de nuevo.
—¿Por eso abriste mi casillero? —cuestiono haciendo una mueca, al tiempo que pongo mis manos en mi cadera, como si mi postura fuera a amenazar a tremenda montaña.
Él no se ve sorprendido por mi pregunta, se encoge de hombros.
—Ya veo. —Miro hacia todas partes para ver si hay alguien cerca, solo estamos nosotros dos. Chasqueo la lengua y doy un paso hacia él, elevo la barbilla—. O tal vez este es un patético intento tuyo para estar conmigo a solas.
Willburn se carcajea echando su cabeza hacia atrás. Su risa ronca me hace tragar saliva.
—Si quisiera follarte ya lo hubiera hecho —responde cuando ha controlado su ataque de risa, la diversión llega hasta sus ojos—. No me agradan las niñitas que intentan llamar mi atención robándome.
Es mi turno de reír. No intento llamar la atención de nadie, tengo la necesidad de olvidar, y eso solo pasa cuando mi vida está en riesgo. Recuerdo que sigo viva y que no estoy entre los muertos y la oscuridad cuando me acerco al barranco tanto que puedo caerme al precipicio.
Después del accidente de hace unos meses, juré que no volvería a decepcionar a mis padres, que intentaría ser una persona normal y no arruinaría la vida de las únicas personas que decidieron darme una oportunidad, pero es difícil, es duro engañar a mi cuerpo cuando lo único que quiere es caer en lo más profundo para dejarle claro que sigue siendo la misma basura de siempre, la misma basura a la que abandonarán en cualquier momento. Es como si quisiera comprobarlo, como si necesitara averiguar cuánto podrán soportar antes de mandarme a la mierda.
—Pobrecito, estafaron al estafador —digo de forma burlona.
Doy pasos cortos para acercarme, Willburn se endereza cuando me aproximo más de lo debido, no se espera el movimiento pues respira hondo y contiene el aliento. No es un barranco, él es el precipicio.
Su respiración cambia y se vuelve pesada cuando me pongo de puntitas y coloco mis palmas en su pecho para apoyarme. Mis labios llegan al borde de su oreja.
—Si quisiera llamar tu atención te habría bajado los pantalones, así que tranquilo, a mí no me agradan las pollas gamberras.
Me echo hacia atrás para disfrutar su expresión perpleja, acto seguido, lanza una carcajada estruendosa que me saca una sonrisa. Me doy la vuelta para entrar al salón una vez más, justo a tiempo, pues ya hay algunos alumnos caminando por el pasillo.
—¿Por qué no vamos afuera? El sol se ve delicioso —dice Ushio mirando soñadoramente el ventanal.
El día de hoy tuve que salir al estacionamiento para darle un cambio de ropa, cambió su suéter tortuga y pantalones anchos por una falda corta y blusa escotada. Estoy segura de que a sus padres les dará un infarto el día que se enteren de que Ushio odia la ropa que la obligan a usar. Yo creo que nadie debería esconderse y que tiene todo el derecho del mundo a vestir como se le antoje.
—Me estoy escondiendo —respondo.
—Esto no parece un escondite. —Avril frunce el entrecejo. Se ve muy graciosa porque la pluma gigante de color púrpura que lleva en la cabeza, cae hacia adelante y toca la mitad de su frente, como su estuviera señalando el punto tenso entre sus dos cejas.
—Justo lo que busco. —Esbozo una sonrisa radiante.
Ellas se ven confundidas, me encojo de hombros, no pretendo que me entiendan. No hay mejor lugar para esconderse que el centro de una multitud.
Minutos después aparece Rome, deja su botella de agua en la mesa y se sienta junto a Ushio, quien intenta no escupir su refresco, no es ningún secreto que se muere por él, se le nota en toda la cara, y a él le gusta provocarla.
—¿Cómo están mis chicas favoritas?
—Tenía que llegar el mojabragas japonesas —suelta Avril haciendo un puchero.
Rome se carcajea y Ushio les da una mirada mordaz, yo observo la escena, divertida. Por primera vez en todo el día me siento tranquila.
—Te equivocas, querida Avs, soy multicultural, mojo bragas de todos los países —aclara, sonriendo de lado con esa sonrisita que, efectivamente, hace que se le detenga el corazón a medio mundo—. Así que estoy aquí para las tres, tal vez podamos hacer un cuarteto.
Eleva las cejas y las baja con coquetería, suelto una risotada, al igual que Avril. Ushio, por otro lado, aplana los labios y hace una mueca de desagrado.
Acomodo mi cabello con los dedos y desvío la mirada, me encuentro con Willburn, quien me observa fijamente, su gesto frío e imperturbable me envara la espalda. ¿Cuál es su maldito problema? Ya tiene lo que le robé, entonces ¿por qué insiste en molestarme?
Está con su amigo, el moreno que tiene cadenas colgadas en el cuello, tiene finta de rapero o de algo más peligroso que eso. Él mueve la boca y le da una mirada cuando el grandulón no responde, el moreno sigue la dirección de su vista y me encuentra, luego hace una mueca. ¡Genial! Me odian dos matones. Me lo tengo bien merecido por meterme en problemas.
—¿Quieres que les diga algo? —La pregunta de Rome llama mi atención. Rompo el contacto visual con Willburn para observar a mi amigo de forma interrogante—. Ushio me contó lo que pasó el otro día. A mí no me asustan, lo sabes. Por mis chicas hago lo que sea.
—No somos tus chicas —suelta Ushio entre dientes.
Rome se gira lo suficiente para quedar frente al rostro de mi amiga y sonríe de lado.
—Pero quieres serlo.
Es un engreído que cae bien, aunque Ushio lo mire como si quisiera clavarle decenas de puñales en el rostro.
Me aclaro la garganta para romper su guerra. Los dos se alejan como si les lastimara la cercanía y se concentran en mí.
—No te preocupes, no es nada que no pueda manejar —digo.
Rome silba entre dientes.
—Te estás acostando con él.
Me atraganto, tengo que darme golpecitos en el pecho para que el trozo de manzana deje de asfixiarme, ¿por qué todos piensan lo mismo? Las chicas ríen y se miran con complicidad como si supieran un secreto que yo no.
—Ya quisiera estar con ese bombón —suelta una, suspirando.
—Él parece una aventura emocionante —asegura la otra.
—Yo puedo ser tu aventura, Ushio —dice Rome, haciéndola ruborizar. Empiezan otra batalla de miradas que me hace girar los ojos.
Le doy otro vistazo a Willburn, pero ya no está.
La casa de Avs parece sacada de una revista, no hay nada cálido ni familiar en la decoración. Mi amiga dice que sus padres contratan a una diseñadora cada año para remodelar, cada cosa está puesta en cierto lugar para que todo luzca fenomenal. A pesar de que es hermosa, solo es eso, pero la madre de Avril está orgullosa de su hogar.
Estamos tiradas en el sillón, los zombis han acorralado al protagonista en la furgoneta, pero él no está tan preocupado como Ushio, quien observa la televisión con el terror grabado en sus facciones. Voy a decirle que se calme, pero no puedo porque la madre de mi amiga y dueña de la casa aparece en la sala y pausa el capítulo.
La pantalla se queda estática, alzo la vista para verla, parece que los zombis vienen por ella, lo cual me hace mucha gracia.
—¿Qué es todo esto Avril? —pregunta su madre, indignada, señalando las bolsas de dulces, los botes de helado y el tazón repleto de frituras de queso—. Ellas pueden comer lo que sea porque son delgadas, tú tienes que cuidarte, no puedo creer que no hayas seguido la dieta ni una semana.
—Mamá... —murmura Avs, claramente avergonzada.
—¿Crees que con esos kilos de más vas a conseguir el papel? No sé por qué estás estudiando eso si no vas a comprometerte.
Ushio y yo nos quedamos en silencio, no nos sorprende porque esto es algo que su familia hace a menudo. Me molesta, tengo que morderme la lengua varias veces para no soltar un comentario, me esfuerzo por Avril, porque no quiero lastimarla.
—Nosotras trajimos todo esto, señora —suelta Ushio, quien está igual de indignada que yo—. Y Avs no ha comido nada.
—No es necesario, Ushio —declara Avril, poniéndose de pie—. Yo puedo comer lo que sea, cuando quiera.
—No vas a pensar así cuando esa grasa haga más grandes tus caderas y no te entren los pantalones para la audición. —Su madre sale, no sin antes agarrar el tazón y los botes de helado.
Aprieto los dientes y me concentro en la alfombra.
—No nos dijiste nada sobre la dieta —susurra Ushio.
Un suspiro melancólico llena la estancia.
—Bueno, según mi familia no hay papeles buenos para gordas, siempre eres la amiga graciosa.
—Que se jodan, esos son los mejores papeles, los que la gente recuerda y por los que ves las películas —digo alzando la cabeza.
Avril me sonríe con tristeza. Quiero decirle que la entiendo, que sé lo que significa no ser aceptada, que sé lo que es necesitar de la aprobación de otros, que sé lo mucho que duele aguantar y fingir que no duele. Pero me quedo en silencio porque me aterra que ellas conozcan esa parte de mí, la oscura, la que nadie debe ver.
—Creo que es mejor que nos vayamos, tu madre es un ogro y no la soporto.
Estoy de acuerdo con Ushio, cada una se va por su lado. Ya no me siento tan animada como al principio.
Tan pronto salgo de la casa de Avril, se me viene a la mente lo que ocurrió hace unas horas. Después de clases, las chicas me esperaban en el auto para empezar nuestra tarde de amigas viendo un maratón de series mientras nos llenamos de frituras y golosinas, me detuve en mi taquilla para dejar los libros. Me sorprendió encontrarlo diferente a como estaba en la mañana, no había hojas regadas ni arrugadas, y los libros estaban ordenados en una perfecta hilera.
Mordí el interior de mis mejillas para evitar que mis comisuras subieran, lo cual me resultó imposible cuando una voz conocida me sorprendió.
—Estaba pensando...
Me di la vuelta para enfrentarlo, ahí estaba de nuevo. Esta vez no traía suéter, y pude ver las venas corriendo por sus brazos. Su cabello despeinado se veía salvaje y su manera de mirarme me aceleró el pulso.
—Esta noche tendré el dinero de los relojes, no me gusta tener deudas, si vas al bar negro te pagaré lo de las llantas.
—¿Esta es una forma de obligarme a entrar a la cueva del lobo?
Willburn soltó una risita entre dientes.
—Tómalo como quieras —ronroneó antes de irse.
Me dejó parada en el pasillo, observando cómo se alejaba con su gran altura y su espalda ancha. Justo como ahora, estoy estancada en la calle, frente a mi auto, preguntándome qué debería hacer: ¿volver a casa para tener pesadillas o caer en el precipicio?
A pesar de que las dos opciones son igual de aterradoras, le temo más a mis recuerdos, así que ni siquiera tengo que pensar en la respuesta cuando enciendo el auto y voy directo a ese tugurio.
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