Capítulo 10. Tercer círculo
—Es bueno verte de nuevo, hijo—le decía ese hombre, mientras se levantaba de la arena carmesí.
Raúl recordó la ultima vez que lo había visto, aquella visión en donde encaraba a esa entidad Teriaxum, que le mostró a sus padres en una pieza, por lo que se le ocurrió preguntar tajantemente:
—¿Esto te lo hizo Teriaxum?—recordaba esas cadenas, en aquella visión su padre le servía a Teriaxum, y a su vez pagaba una penitencia, representado en una cadena de oro.
Raúl se sentó junto a su padre, ante el caluroso sol, al mismo instante en que Úrnoel se sentaba distanciado de ellos dos, observando de forma distraída la conversación.
—Estoy pagando una deuda, no hay nada que se pueda cambiar, hijo—estaba sentado en la arena, y la camisa negra que traía puesta estaba rasgada por la prolongada exposición al arenoso suelo.
—¿Donde esta ella?.
—Esta en otro plano astral superior.
—¿Por que?—Raúl no comprendía esa reunión con Teriaxum que tanto les había costado a sus padres.
—Porque te amamos...desde que dejamos este mundo hicimos lo imposible por encontrar la forma de verte, y por ello aun lo estamos haciendo...este plano es un reflejo de tu alma, como veras estamos contigo siempre, tal vez no estamos en el mismo plano, pero los dos estamos aquí.
—Pero, yo no quiero que sufran.
—Lo lamento, no hay nada que se pueda hacer...tienes que irte hijo, aquí no perteneces, debes retornar donde existes, donde tu corazón palpita y esta vivo.
—Quiero remendar lo que les hice en el pasado, quiero que cada mañana ya no sienta que esa noche fue por mi culpa—su voz se torno quebradiza.
Él estaba haciendo uso de su memoria, en circunstancias que ameritaban prestar atención a su futuro y no recordar el pasado.
Estaban paseando en un lugar pobremente iluminado y lleno de vegetación, una aparente plaza. Los tres juntos, su padre su madre y él, caminaban por los ondulados trayectos adoquinados del sitio. Iban en dirección a un auto aparcado a las afueras de este lugar, uno donde la luz se extinguía antes de tocar el automóvil.
En el grupo familiar había una espesa manta de felicidad y alegría, que se reflejaban en los ojos inocentes del hijo, quien unía al padre y a la madre no solo por el brazo, sino también por su dulce voz.
—¿Podemos ir por helado?.
—Si, esta bien, pero luego tendremos que volver a casa, y tu lo sabes bien.
—Quisiera que la noche durara mas—se puso de mal humor cruzando los brazos, haciendo que la mujer soltara una sonrisa fingida compadeciéndose del niño.
—Ya son las ocho, ¿la heladería estará abierta?—decía el padre mirando a su reloj, mientras que la miraba a ella, no quería que su hijo se sintiera mal todo el camino devuelta a su casa, era muy pesado pero aun así era la ilusión de su hijo lo que estaba en juego.
Salieron del parque, y cruzaron una calle iluminada con faroles, donde el lado anterior estaba aparcado el auto de la familia, el niño y la madre se quedaron atrás, mientras el marido pasaba la calle pavimentada, encontrandose del otro lado la heladería.
—Mira hombrecito —decía ella poniéndose a la altura del niño y mirándolo con dulzura—, que te parece si te quedas dentro del auto y cierras las puertas con seguro mientras mami y papi van por el helado, ¿si?—ella sabia que el niño no superaba los siete años, pero aun así era capaz de llevar a cabo tal instrucción.
—Esta bien—dijo mirando a otro lado, tendiendo leve atención a sus palabras.
Con él dentro del carro, los seguros puestos y la ventana semi cerrada, la mujer se arropo con su suéter por el frío nocturno, a su vez que cruzaba la calle hacia su marido.
En el interior del auto, el pequeño Raúl miraba consumido por el aburrimiento a sus padres comprando el helado, y en cuestión de segundos se volvió hacia la caja que yacía a un costado, con muñecos que empezó a manipular.
Un hombre iba caminando del lado de la acera donde estaban sus padres, este estaba oculto ante una capucha negra.
—Muchas gracias, aquí tiene—decia el padre mientras le entregaba el dinero al hombre tras el mostrador de la heladería ambulante.
—Cariño, —susurraba ella al estar caminando en dirección a la única alma en la acera, además de su esposo— vamos a cruzar la calle.
El marido le hizo casó al instante en que pudo sentir algo extraño en el andar del hombre frente a ellos, agarrando con fuerza el brazo de ella para moverla rápidamente fuera de la acera.
El hombre ya estando a dos metros de ellos, dando afirmativo en cualquier sospecha de su persona, se lanzó contra la pareja en pos de robarlos. El marido empujo a su mujer a un costado al instante en que confrontaba al hombre, inmediatamente el desconocido forcejeo con él, hasta que el padre se quedo petrificado, con una mirada fría, sentía algo helado en su pecho.
Al salir al aire, esta dejó mostrar su brillantes metálica mezclada con el rojo de su sangre. La esposa soltó un alarido.
—Oh dios mio, realmente no quería hacerlo—decía el hombre despojándose de su capucha, mirando como el padre se desplomaba, salpicando el suelo con sangre al impactar.
La mujer retrocedió un paso de donde estaba, el hombre la detecto al instante y por la mirada de terror que tenia se lanzó contra ella, atrapándola accidentalmente con el arma blanca.
Cualquier pizca de vida se escapo rápidamente de los ojos de ella, el hombre se aparto al ver que lo que sostenía ya no forcejeaba, dejándola delicadamente junto a su marido tieso en el suelo al lado de su helada sangre.
El hombre buscaba desesperadamente ayuda con su vista, hasta que encontró el único auto de la calle y pudo ver al niño en su interior jugando con unos muñecos. Al momento pensó, ¿que he hecho?, pero una idea mas fuerte le invadió, eso era como escapar, y la solución ya se le había presentado al frente.
—¡Oh dios mio!—soltó con una voz ahogada un hombre, que había salido de su puesto en la heladería al escuchar el alarido femenino.
Si no fuera peor, el perpetrador al escuchar esas palabras no le quedo opción alguna que escapar con el cuchillo en mano, viendo su escapatoria automovilística arruinada, perdiéndose de entre la penumbra de la calle.
El niño jugaba frente a la ventana con sus muñecos de acción, cuando al poner su vista fuera de ellos hacia el exterior de la ventana, dejo escapar de la forma mas inocente:
—¿Mami, papi?.
Su visión había vuelto hasta ese inhóspito desierto, difuminándose el recuerdo, que estaba acompañado por las palabras de su padre, quien levantándose decía:
—Lo que pasa, sucede por algo ¿no?.
—Tiene razon—dijo el hombre fuera de la conversación, que indudablemente dejo escapar al padre una pregunta:
—Perdón pero, ¿Quien es usted?—fruncio el ceño con rapidez, dándole la mano a su hijo para levantarse, sin quitarle la mirada al hombre.
—Llameme Úrnoel, acompaño a su hijo en su viaje—el padre meneó la cabeza aceptando aquella respuesta, pero con los ojos transmitía desconfianza.
—¿Como se siente?—dijo Raúl levantado, al igual que el hombre detrás de él.
Su padre se volvió hacia él otra vez frunciendo el ceño.
—¿Que cosa?.
—Morir.
Su padre alzó la cabeza buscando las palabras, y dibujando una sonrisa melancólica lo consiguió:
—Todo se vuelve negro, y después de horas sigues repitiendo el mismo dolor que acompaño tu muerte, pero después abrazas a la nada oscura, y un rayo de luz gris se te posa en la cabeza...y así llegas hasta el primer plano astral.
Raúl recordó como una anécdota oscura, la llegada de Sophia al primer plano astral, donde se posaba sobre sí esa luz.
—¿Cuanto llevas aquí?.
—Llevo dos semanas buscando la salida al siguiente plano astral del alma pura, donde tu madre se encuentra.
Estas palabras crearon muchas interrogantes en la débil mente de Raúl, primero que nada, ¿cuanto le llevaría a él salir de ese plano astral, si su padre lleva dos semanas y no lo a conseguido?, como segundo, ¿había un segundo plano astral del alma pura mas arriba? ¿Cuantos mas debía cruzar? ¿Como su madre se encontraba en un plano superior a su padre?.
Todas estas interrogantes no fueron respondidas al instante, ante la apresurada idea de su padre de que él debía irse lo mas rápido de allí, temiendo al igual que Raúl, lo que sucedía en la realidad, preguntándose también, ¿Que era de esa guerra que llevaban a cabo los demonios?.
2
En lo mas alto de una montaña, quedaba en pie lo que fue alguna vez una fortaleza de los ángeles, aislado de la humanidad que desconocía de su existencia.
Un ángel surcaba los cielos en dirección de esta montaña. Este alado tenia ojos humanos, unas alas enormes y azules al igual que su torso y la parte superior de sus piernas, donde a partir de las rodillas estas ya no eran animales.
Reflejaba un terror en sus ojos azules, y aleteaba de forma precipitada, para llegar a ese lugar, donde los sobrevivientes del arco aguardaban.
Aterrizó en una de los pasillos al borde de un risco, tan destruidos que quedaban expuestos al exterior boscoso y verde de la montaña. Al hacer contacto con el suelo lo rodeaban escombros antiguos y consumidos por la naturaleza.
Al guardar sus alas bajo una túnica marrón y su rostro con una capucha, pudo escaparse a la vista un amuleto en forma de sol que colgaba en su cuello, brillando al simple contacto de la luz, pero este ángel con un movimiento rápido lo oculto en su cuello, empezando a correr por el pasillo.
Este trayecto corrompido era curvado al igual que el borde de la montaña, siendo imposible ver mas allá de veinte pasos sin que la pared izquierda se interpusiera. Fue entonces que no pudo notarlo, la figura que se le presentaba.
Era una persona de traje dorado, que sostenía sobre sus manos una cadena, estando parado en el camino hizo que el antropomórfico se detuviera abruptamente, estando frente a él apenas a algo no mayor de quince pasos.
—¿Que haces aquí?—miraba con hostilidad.
—Debería preguntarte lo mismo, debiste estar con los demás arcángeles, cuidando el arco—miraba con rabia a ese ángel de armadura dorada.
—Eso ya no importa, ya no hay arco que nos proteja.
—¿Zaahel que paso con el deber divino...por Gabriel?.
—Hemos perdido la guerra, ahora somos los últimos ángeles sobre el cosmos...¿porque has venido aquí?—se mantenía en esa pose defensiva, sosteniendo esa cadena como su única arma.
El ángel extrajo aquel medallón de entre su vestimenta marrón, esa forma de sol de oro que se reflejaba en el rostro del arcangel, este de inmediato mostró en sus facciones una sorpresa sin igual.
—No perdimos la guerra, —decía mientras mostraba el medallón en su resplandor— de hecho, esta puede ser una forma de ganarla...por eso es que he venido, para hablar con Ra.
Corrían con los brazos a los costados e inclinando el torso hacia delante, resguardándose de la tenue luz, en el corazón herido de lo que quedaba como su ciudadela.
Cuando la luz desapareció, el traje del arcangel les confirió una forma de iluminación, pero también el amuleto por su enorme poder, daba en la oscuridad una luz propia. Corrían sin cansancio por ruinas y catacumbas oscuras, por pasillos y por calles subterráneas de una profunda ciudad.
Llegaron entonces a unas escaleras que daban vueltas en espiral, al descender esos misteriosos escalones el frío era abrumador, ambos sabían bien que estaban en un lugar tan profundo que quedaba hermético no solo del sol sino del aire exterior, pero ellos venían del espacio por lo que no los necesitaban.
La escalera iba acompañada de una pared que daba la impresión de estar en el interior de una torre. Al ir pasando por las distorsionadas sombras por la prisa que tenian, el ángel pudo ver que al bajar mas habían agujeros grandes en la pared adoquinada, dando la oportunidad de ver el exterior.
Afuera de esa torre habían cien mas de ellas que bajaban al mismo lugar, el fondo profundo y lúgubre de la ciudadela que callada, dejaba ver su desolado interior. Hacia siglos que los ángeles no se internaban en esa necrópolis, donde relieves tenían formas antiguas de ellos tal y como criaturas poderosas, pero de forma tenebrosa por la luz que danzaba dando vueltas dentro de esa torre.
Al llegar al lecho, siguieron corriendo pero ahora hacia el norte, el ángel alzó la vista, y pudo suponer la altura de esas torres de varios kilómetros de altura, que conectaban con el techo de la oscura galería.
—¿Es ahí?—preguntó el ángel bajo la túnica marrón, dejando ver uno de sus ojos de un intenso color azul.
El soldado con armadura de oro le respondió con un ademán afirmativo, mientras veían delante de ellos un castillo que presentaba escombros, una apariencia muerta y apagada, y con cuatro pilares enormes en cada extremo, estando tres desparramados contra el techo del mismo.
Su interior no era muy diferente a lo que había en la superficie, pero la vegetación era nula aquí. Eran notable orificios en las paredes, de tal diámetro como una puerta, dando a entender que no solo el lugar sucumbió al tiempo sino también a un conflicto.
Por esos pasillos que corrían, sonaban cuando sus frenéticos pasos rompían charcos de agua, comiéndose el silencio de una forma única y tenebrosa. Mas adelante el arcángel y el ángel calmaron su paso, al ver una luz al final de un pasillo, esta danzaba en un amarillo vivo y vibrante, ambos se acercaron con cautela.
—En unos instantes tendrás presente a Ra, se respetuoso, procura no empeorar tu relación con él, esta ya demás decir que esta muy abrumado por lo que sucede a nuestro alrededor—el arcángel continuo por guiarlo, caminando de forma apresurada.
Al cruzar la esquina, se presentaron en un pasillo que desembocaba en una sala, sus paredes tenían unas armas salientes a cada lado, apuntando a la figura prestigiosa del centro, el líder actual de los ángeles.
—¡Señor mio, —gritaba el arcangel, poniéndose a la cabeza, arrodillándose con una mano en el pecho— antes de que me lleve la contraria, tenemos buenas noticias, escuche atentamente...!—antes de que pudiera seguir, de forma impulsiva el ángel detrás de él, que traía el amuleto, le interrumpió anunciando:
—¡Tenemos el amuleto, no cualquiera de los finitos sobre la tierra, es el del sol, el que tengo puesto en este momento!—el ángel se hecho para atrás su capucha, y alzando el amuleto, quedando Ra expectante, el arcángel se levanto y lo miró con furia por desobedecer sus instrucciones.
Este mestizo, tenia partes de su cuerpo teñidas de dos colores diferentes, demostrándolo en su rostro con un costado de un negro entero, y un blanco grisáceo de apariencia extraña por la flama mágica en el medio de la sala, que hacia danzar las sombras.
—Se lo entregamos gustosos a usted, —decía el ángel, acercándose al mestizo, postrado en una imponente silla con bordes filosos— quien es la ultima esperanza a este oscuro mundo.
—¿Sabes joven porque me llamo Ra?—la voz que salio del mestizo le inquieto al ángel, pero para no ofender a su excelencia se contuvo, pero a diferencia de esa pregunta fuera de lugar dibujo un ceño fruncido.
—Honestamente Ra, —decia bajando la cabeza como señal de deshonra— no lo se, nunca había visto su presencia.
—Me dieron ese nombre porque los egipcios creían que era un dios—al decir esto se levanto de su asiento prestigioso, y con sus fuerzas Ra adquirió una forma radicalmente diferente.
Su altura se incrementaba notablemente hasta cincuenta centímetro mas de los ciento sesenta que tenia, la parte frontal de su cuerpo se pinto de un blanco sobre un plumaje, y de un negro en la parte trasera, desde su nuca perdiéndose en su espalda. Su cabeza se desfiguro, alargándose la boca tornándose en una forma puntiaguda, hasta alcanzar la figura de un halcón. Sobre él descansaba también una presencia parecida al amuleto, un disco que emanaba luz propia.
—Y por ello —aquella figura mitológica estaba en su mas imponente resplandor, intimidando al arcangel y al ángel con sus palabras profundas— , decidí quedarme con el nombre, pero claro paso hace tantos años.
—Bueno, —continuo por ponerse el amuleto— vamos a acabar esta guerra de la cual tantos hermanos han perdido la vida, vengando su pasado con la sangre de los demonios.
Aquel joven ángel no pudo contenerse, con una alegría que se desbordaba por sus mejillas, alzó su puño, en muestra de su valentía y valor para comenzar esa revolución.
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