Capítulo 87. La lentitud de los segundos.
Vanesa esperó pacientemente hasta que García metió por fin todo el cuerpo en esa habitación, y cuando ya lo vio desaparecer, fue corriendo hacia la ventana que debía romper para entrar ella directamente en el sótano. Casi se cayó al suelo torciéndose el tobillo ligeramente, pero se repuso rápidamente y consiguió llegar a la ventana.
La inspectora se encontraba demasiado excitada sabiendo lo que debía hacer. Sin pensarlo, rompió la ventana de la misma manera que había roto la otra, y con la misma piedra. Como vio que el sótano estaba oscuro, lo alumbró con la luz de su teléfono móvil. Necesitaba ver dónde iba a meter su cuerpo. Y cuando lo vio seguro, se deslizó hábilmente por el hueco que había dejado una vez roto el cristal.
Vanesa agradecía su estado físico. Para empezar, de haber estado como García, no hubiera podido meterse por ese hueco tan minúsculo. Y luego, no quería ni pensar cómo sería hacer la intervención que estaban haciendo con el físico de su compañero. En ese momento lo compadeció y se alegró de tener el físico que tenía.
Cuando por fin estaba ya dentro, alumbró un poco con la luz de su móvil para ver qué había a su alrededor, pero en seguida se dio cuenta que había una suave luz a lo lejos. Ese sótano debía ser enorme si abarcaba toda la longitud de la casa. Y cuando divisó esa porción de luz casi inexistente, su corazón comenzó a latir más ferozmente si cabía. Eso sólo podía significar una cosa, que había cierta actividad allá abajo. Además, ese lugar era lo más lúgubre que había visto en su vida.
Apagó rápidamente la luz del móvil, porque si Álvaro se encontraba allí, podría descubrirla. No le quedó otro remedio que ir a tientas en la oscuridad. Y eso hizo que el miedo que tenía en su cuerpo se intensificara. Estaba descubriendo a una Vanesa totalmente desconocida, puesto que nunca se había encontrado en una situación similar. De hecho siempre pensaba que en situaciones así, ella podía llegar a bloquearse. Vanesa pensó que lo que la estaba llevando a caminar sin saber lo que había delante, era la adrenalina que se había hecho con todo su cuerpo y todo su ser.
Conforme iba avanzando, de repente Vanesa pensó que estaba teniendo un ataque de pánico, ya que la sensación de peligro que estaba viviendo era completamente real, tuvo miedo a perder el control, además su corazón se aceleró bruscamente, y para colmo, a pesar de ser una madrugada demasiado fría, estaba sudando. Por lo que intentó controlarse a sí misma respirando profundamente y cerrando los ojos por unos segundos. Si se bloqueaba en ese sótano estarían perdidas tanto Teresa como ella.
Finalmente se hizo con el control y sus piernas siguieron avanzando, hasta que sin quererlo, tropezó con algo y estuvo a punto de caerse de bruces. Se maldijo una vez detrás de otra, puesto que hizo cierto ruido y sabía que si Álvaro estaba ahí, había oído el ruido seguro. Sólo pudo tragar saliva, mientras se mantuvo quieta esperando a que Álvaro la descubriera, pero los segundos de espera se le hicieron eternos, además nadie se acercó donde estaba ella. El miedo no la dejaba pensar con claridad, por lo que al no descubrirla Álvaro, decidió que seguiría andando guiándose por la poca luz que había en esa parte del sótano. Vanesa estaba completamente aterrada, pero tenía un objetivo y lo iba a cumplir, costara lo que costase.
Siguió andando en dirección a la luz, hasta que se dio cuenta que ésta provenía de una bombilla que colgaba de un cable mal puesto en el techo. Además, justo cuando dirigió sus aterrados ojos a la bombilla, un ratón pasó rápidamente por sus botas, y cuando lo sintió sobre una de su bota, estuvo a punto de darle un puntapié. Luego comenzó a oler a almizcle, por lo que supuso que allí habría ratas. Lo que le faltaba. No podía estar yendo peor la cosa. Además no entendía cómo había un silencio sepulcral en ese sótano si creía que Álvaro estaba abusando de Teresa. Igualmente ella ya llevaba su pistola a punto para usarla si fuera necesario, porque de repente se le dio por pensar que quizás Álvaro ya había matado a la joven, y por eso no oía ningún ruido. Pero sus pensamientos fueron más lejos y se imaginó al hombre troceando el cuerpo de Teresa, y de repente le dieron ganas de vomitar.
Mientras, en la planta de arriba, García le echó un rápido vistazo a la habitación donde había entrado por la ventana. El policía estaba a punto de bloquearse. Para empezar, cuando entró tuvo que retirar una gran cortina pesada, roída, algo deshecha por el paso del tiempo y además traslúcida. La atmósfera que habitaba en esa habitación era estremecedora. Sólo entraba el brillo de la luna llena que asomaba por la ventana. El mobiliario era muy antiguo, por lo menos debía ser del siglo XIX, y de estilo victoriano, al igual que la casa. Lo que hizo que García temblara. El frío que entró entre esas cuatro paredes, al estar la ventana rota, hizo que la habitación rápidamente quedara helada.
El resplandor de la luna se posó en la espalda del policía, mientras éste seguía observando todo lo que había ante sus impávidos ojos. Nunca antes había tenido sus ojos tan abiertos como los tenía en esa habitación. Ésta podía desarrollar al máximo los sentidos de García. Porque además esa habitación olía a moho y humedad.
El mobiliario consistía en una cama, en un sillón mugriento, un armario de grandes dimensiones algo destartalado con una puerta abierta, y una cómoda con un espejo colgado sobre ella. Prefirió no mirar por el espejo por si veía alguna sombra o algo peor que lo pudiera asustar. Había visto alguna película de terror con su mujer y sabía que debía evitar mirarse en un espejo. Y también prefirió no mirar en el interior de ese maldito armario, no sabía con lo que se podía encontrar y mejor sería investigar de día y con todos sus compañeros.
De repente el viento, en la calle, cesó, y dio paso a un estrepitoso relámpago, acompañado de un fuerte ruido y ondas que estremecieron las paredes de la habitación. García se enderezó mirando rápidamente hacia la ventana.
Cuando luego dirigió la mirada al sillón, estuvo a punto de caerse para atrás, cuando vio los ojos de cristal de una muñeca de porcelana fijos en él. Unas gotas de sudor comenzaron a deslizarse por su horrorizado rostro. El policía creyó que esa maldita muñeca lo estaba mirando sólo a él, y daba igual que se moviera por toda la habitación, que la muñeca seguiría buscándolo con esos terroríficos ojos. Por lo que García decidió que ya era hora de salir de ahí, y si hubiera podido, lo hubiera hecho corriendo, a pesar de su sobrepeso y de que Álvaro lo oyera correr por toda la casa, porque además el suelo era de madera y con todo lo que él pesaba, ésta iba crujiendo conforme iba acercándose a la puerta.
Un segundo rayo cayó y casi impactó justo sobre un poste que sostenía un transformador, García se alegró de que la descarga no interrumpiera el fluido eléctrico, dejando no sólo a oscuras el sector, pero él no pudo evitar que un silencio aterrador se disipara con la ráfaga de los vientos que volvieron hacerse presente.
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