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Capítulo 17. Lluvia, café y nórdico.

Aún estuvieron en el restaurante un buen rato después de haber terminado de cenar. Vanesa se tomó una copa con su hermana mientras ésta se pidió un café, pues tenía que conducir y había quedado con su hermana que la llevaría a casa. Afuera aún llovía, y además había refrescado.

Elena llevó a su hermana a casa y quedaron en verse el fin de semana o un día de la siguiente semana en casa de su madre, María, para que Vanesa le ayudara a contarle a ésta que iba a dejar a Jorge. Las dos hermanas siempre hacían fuerza juntas, eran como uña y carne. María, la madre, era una mujer muy clásica y era de las que pensaban que cuando te emparejabas con un hombre ya era para toda la vida.

Además le costó mucho asumir que a su hija pequeña le gustaran las mujeres, pero María ya se dio cuenta cuando Vanesa era una cría que ya apuntaba maneras. Siempre pedía como regalos de navidad o de cumpleaños juguetes tales como coches o muñecos de guerra, mientras Elena prefería jugar con muñecas. Además la niña se apuntó en el equipo del colegio de fútbol siendo ella la única chica del equipo. Poco le importó a Vanesa que sus compañeros de equipo, al principio no quisieran pasarle el balón, hasta que se dieron cuenta que era mejor que muchos de ellos. Vanesa sabía ya desde pequeña lo duro que era hacerse un hueco en un mundo de hombres. Pero ella tenía claro que nadie la iba a pisotear a la hora de conseguir sus objetivos. Tenía muy claras sus metas ya desde pequeña. Al igual que sus gustos. No tuvo ninguna duda de que le gustaban las niñas a la temprana edad de doce años, cuando empezó a sentirse atraída por una compañera de su clase. Y luego ya en el instituto le llamó la atención una joven profesora de educación física.

Cuando Vanesa llegó a su casa, lo primero que hizo fue quitarse la ropa todavía húmeda, y se dirigió directamente al baño para darse una ducha con agua caliente. La mujer estaba temblando. No conseguía entrar en calor. Aún estuvo veinte minutos con el chorro a tope de agua caliente cayendo por todo su cuerpo. El baño le sentó de maravilla porque consiguió calentarse, además de relajarse. Le había sentado bien el haber quedado con su hermana. Intentaban verse más a menudo pero por cuestiones laborales quedaban menos de lo que ellas querían.

La inspectora se vistió rápidamente. Se puso el pijama de manga larga y se fue directamente a la cocina. Se iba a preparar una copa pero se lo pensó mejor y finalmente se hizo un café descafeinado con leche. Lo calentó demasiado. Así le ayudaría a mantenerse en calor. Mientras daba el primer sorbo a la taza, miró por la ventana como soplaba el viento allá afuera. Estaba feliz de poder estar en su casa, dentro de lo que cabía abrigada. Ahora sí valoraba el pasar tiempo sola en su propio hogar. Aunque no tuviera con quién compartirlo. En realidad se bastaba con ella misma. No necesitaba a nadie para sentirse segura y a gusto. Comenzaba a gustarle la soledad. Sabía que era una soledad elegida y no impuesta. Ella no metería en su casa a una mujer cualquiera. Y si no llegaba esa mujer que sí mereciera la pena y le diera alegría a su casa, no tendría prisa alguna y seguiría como hasta ahora.

Luego le vino a la cabeza lo que había hablado con su hermana. No sabía qué pensar sobre eso. Su hermana siempre había confiado ciegamente en ella, y esta vez no iba a ser diferente. Pero Vanesa dudaba que la forense quisiera algo con ella. Además si ni siquiera se atrevía a quedarse a solas con ella, ¿Cómo iba a juntar el valor suficiente para invitarla a una cita? Y de sólo pensar en que la podría tener para ella sola, podría llegar a bloquearse. Ella era una mujer ya madura y con mucha experiencia con las mujeres, no se podía creer todas esas emociones desconocidas que la forense le provocaba. Le daba miedo y vértigo a la vez. Y todo porque lo pasó tan mal cuando Sara la dejó, que comenzó a desarrollar un miedo irracional al abandono. Ella creyó que Sara sería la mujer de su vida, con la que iba a pasar el resto de sus días. Y se llevó el batacazo de su vida cuando todo se fue a la mierda.

Cuando la inspectora terminó el café, después de pensar mucho sobre lo que había hablado con Elena, dejó la taza en la mesa de la cocina y se fue directamente a la cama. Se metió debajo del nórdico y le costó unos segundos entrar el calor, puesto que las sábanas estaban heladas. Estaba esperando a que le instalaran los radiadores y así poder tener calefacción en casa. Estaba harta de tener que pasar frío en su propia casa.

Como estaba desvelada, encendió el televisor para por lo menos estar entretenida con las imágenes que proyectaba. Evitó poner un canal donde emitieran noticias. No quería saber nada sobre el caso.

Cuando más relajada se encontraba, le dieron ganas de escribir a la chica del gimnasio. Finalmente y después de dudar mucho, le escribió. Imaginó que la chica podía estar ya dormida, pero cuál fue su sorpresa cuando le contestó al momento de haberle escrito. Debía estar ya en línea.

Estuvieron una hora chateando, cogiendo confianza una con la otra, hasta que finalmente quedaron para la noche siguiente para cenar y después tomar alguna copa. Marta quería invitarla a su casa a cenar, pero conociendo a la chica por lo desinhibida que le pareció en los vestuarios del gimnasio, prefirió quedar en algún lugar neutral. Mientras hablaba con ella por el móvil, le volvió a venir la imagen de la forense a su cabeza, lo que le facilitó el rechazar la cena de Marta en su casa. Vanesa no se reconocía. Unos días antes hubiera sido incapaz de decirle que no a Marta.

Cuando se despidió de la chica, se fue relajando tanto con ayuda del ruido de la lluvia golpeando continuamente el cristal de la ventana, que al poco se quedó dormida con el televisor encendido y con Olivia como protagonista de todos los sueños que la iban a acompañar esa fría y húmeda noche.

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