Capítulo 4.
Las cosas no estaban yendo de la manera que Draco las pensó. Había una brecha enorme entre entender algo y saber enseñar. Conocía todos los métodos posibles, hasta tenía sus estrategias de estudio pero no tenía las habilidades para pasar ese aprendizaje a otros.
A menos de que él realmente estuviera haciendo las cosas bien y el par de niños Gryffindor no tuvieran la menor idea de nada. ¿Qué clase de persona podía simplemente equivocarse con el procedimiento tres veces y fallar nuevamente?
Draco suspiró, cerró los ojos un instante cuando escuchó como las voces se quejaban culpandose entre si.
—Olviden eso. —dijo por fin, llamando la atención de ambos en su dirección. — Antes de ir a lo práctico, estudiare con ustedes durante dos semanas completas lo que es la teoría. No pueden hacer bien el procedimiento, porque ninguno de los dos sabe cómo hacerlo realmente.
—Perdón. —murmuró el chico de lentes.
Draco nego. Su idea no era hacer sentir a ninguno un fracaso, rayos no. Eso solo haría crecer inseguridades y él no quería ser responsable de problemas a la larga en la personalidad de nadie.
—Esas cosas pasan, tranquilo. — por instinto le sonrió, con tal de que se calmará.
El chico no dudo en devolver la sonrisa, parecía que había hecho efecto, sus hombros dejaron de notarse tensos y presto mayor atención a lo que Draco estaba indicando.
Lo primero que harían sería retomar conceptos básicos, cosas vistas en primer año y desde allí estudiarían todo lo que era pociones. Como Draco era un chico que prefería gran parte de sus primeros años estudiar, tenía montones de apuntes de aquellos tiempos y en este momento no sentía ningún reparo en compatir aquello con estos chicos que necesitaban una ayuda urgente.
¿No aplicaba este lindo gesto a otra cualidad más que apreciar de el muchacho? Simplemente encantador, no se podía culpar a Harry por caer en su primer enamoramiento con él.
Desde su punto de vista Harry Potter estaba viviendo el momento más fántastico de su vida.
Ambos chicos de Gryffindor comenzaron a tomar apuntes —nuevos— de lo que el joven tutor estaba escribiendo en la pizarra. En la sala solo se escuchaba el ruido chillante de tiza chocando contra una superficie de manera dura y rápida.
—Oye, disculpa. —de pronto la voz de Ron interrumpió el ruido de la tiza chocando contra la pizarra, causando que la atención del Slytherin cayera sobre él. — Me preguntaba, ¿qué pasa con los días que tengamos evaluaciones? ¿Seguiremos viendote?
La mirada verde de Harry viajo desde su amigo hasta Draco Malfoy.
—Depende. Los estoy ayudando, claramente la idea no es que les vaya peor en otra asignatura, por Merlín no.
—Esta bien, sí, supongo que eso tiene sentido. —murmuró Ron.
Harry continuó escribiendo muy seguido de la mano de Draco. De pronto Draco dejó de escribir, girandose para comenzar a explicar algunas cosas. Estuvieron de esa forma por dos horas, de intervalos en los que los tres establecían una conversación entorno a la materia. Fue en ese instante que Harry pensó que no había entendido un carajo sobre eso cuando era más pequeño, ahora sin darse cuenta había logrado trasmitir las ideas de manera que él pudiera entenderlas. Con sus propias palabras. Hasta Ron tuvo una cara de imprensión cuando el tutor preguntó algo y supo la respuesta.
—Bueno chicos, los vere mañana. Que tengan una buena tarde. —fue lo que dijo Draco antes de salir de la sala. No sin antes obtener una despedida de parte de ambos Gryffindor.
Harry se quedó mirando la puerta, incluso si ya habían pasado dos minutos de la salida del rubio.
—¿No es lindo?
—No. Inteligente, pero no lindo. —concluyó Ron. Luego su estómago hizo un ruido, advirtiendo que había pasado demasiado sin comer un delicioso panque.
—Creo que esta ha sido la idea más maravillosa que tuvo Snape. Lo digo en serio, ¿Draco Malfoy dandonos clases? Un sueño.
Ron evitó rodar los ojos mientras camibaban por el pasillo hacia el Gran comedor, en cambio, le dió a su amigo una sonrisa de medio lado, suspirando sobre su conversación. Fue ahí cuando una idea curiosa vino a su mente, no, no una idea sino una pregunta. ¿El profesor Snape había escogido personalmente a Malfoy como el tutor de ellos? ¿O fue asignado por sus capacidades? No sabía mucho de él, pero sí de su familia. Sangre pura que creían en la conservación de la magia solo para magos y brujas. Demasiado conservadores en ese sentido, y aunque le constará admitirlo Malfoy joven no se oía como una versión de Malfoy padre.
La inquietante curiosidad consumío a Ron hasta llegar a la mesa donde la interesante Hermione les hizo un espacio.
Primero comer, luego, andar con precausión.
Draco dejó en el suelo de su habitación el bolso llenó de sus libros, se agachó enfrente de su baúl buscando los apuntes viejos que solía almacenar desde que era un niño ilusionado con la idea de estudiar en Hogwarts. No es que no este ilusionado aún, pero desde que tenía once años muchas cosas cambiaron para él. Su relación con su padre fue una de ellas. Lo apreciaba pero había cosas en las que simplemente no estaban de acuerdo y para su lamento, nunca lo estarían. Fue así que una distancia creció entre ambos a un nivel que su madre se sentía como intermediaría en ambos. Quizá Narcissa en ese aspecto fue un poco más receptiba, pero solo porque se trataba de su hijo y lo que menos deseaba era estar alejada de él, aunque en el fondo le costará entender su punto.
Su punto en el que quizá dudaba si la pureza de sangre era lo mejor, la forma sencilla en la que señalaba que no tenía problemas con los muggles y cómo le daban igual aquellas tontas costumbres de la casa Malfoy o Black. Quizá Narcissa seguía a su hijo porque en él veía el tan complejo e incomprensible espiritú de su hermana; Andrómeda. Y esto era algo que Draco tenía muy consciente.
Por eso mismo le había dicho a su madre antes que a su padre, que dudaba poder mantener en pie el legado Malfoy.
Cuando encontró los apuntes que estaba buscando, los sostuvo en sus manos frunciendo el ceño al ver su letra. Sintió que esas palabras eran mucho más bonitas en ese momento ahora le daban un poco de verguenza.
—Seguramente creía que era el poema más genial de los tiempos. —murmuró leyendo una hoja suelta.
Se quedó un rato más allí, mirando un poco el pasado sin ningún apuro.
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