Capítulo 9 - Fin del compromiso.
Hacer el amor con Carolina por despecho me convirtió en otra persona, alguien ansioso que no estaba dispuesto a conformarse con ser domado, si no ser el dominante. A ella le encantó el cambio, dejó que le diese duro, mientras yo veía a Eli en mi mente y deseaba que fuese ella.
–Te ha sentado bien el cambio de aires – me dijo cuándo caí agotado a su lado. Se acurrucó en mi pecho y eso me hizo sentir incluso peor. Aquella vez era distinta a cualquier otra, porque sabía que Carolina estaba al tanto sobre los negocios que tenía con Eli, pero cuando me vio entrar por la puerta no dijo nada. Eso hizo que me lo replantease todo. ¿cuántas veces más me habría engañado?
–Ahora que ya no estamos trabajando juntos... podría ser un buen momento para que saliésemos del armario.
–Aún es pronto, Mario.
–¿Lo es?
–Sí, tenemos que esperar un poco más, mi amor.
Me levanté de la cama cabreado. Estaba tan cansado de todo. Incluso de ella.
–No quiero esperar más.
–Vamos, amor, te estás comportando como un crío irracional.
–¿Yo soy el que me comporto como un crío? – me contuve porque no quería admitir nada que me relacionase con Eli. Iba a actuar como siempre, iba a dejar que todo me resbalase. Pero lo que sí sabía es que había terminado con ella. – Quiero que me devuelvas el anillo.
–¿Qué?
–Ya no estoy seguro de querer casarme contigo.
Se colocó la bata mientras yo seguía poniéndome los botones del pantalón. Se levantó de la cama y abrió el primer cajón de la peinadora, sacó el estuche en el que estaba mi anillo y me lo tiró a la cara. Lo agarré al vuelo y me lo guardé en el bolsillo.
–No quiero tu estúpido anillo. ¿Crees que voy a suplicar por tu amor, Mario? No eres tan genial como piensas, ni siquiera das la talla en la cama – rompí a reír para descargar la maldita frustración de los huevos.
–No te he visto quejarte esta noche.
–Esta noche ha sido la única vez. Todas las demás... he tenido que fingir los orgasmos para terminar de una vez.
Rompí a reír nuevamente, realmente quería mandarla a la mierda y largarme. ¿Cómo había podido estar tan ciego?
–¿Te crees más listo que yo? Esa zorra con la que has hecho el nuevo contrato te está engañando. Te está seduciendo por venganza, Mario. No siente nada por ti.
No tenía ganas de hablar con ella de eso, tan sólo quería largarme.
Llegué al hotel y me tumbé en la cama, terriblemente enfadado conmigo mismo. ¿Por qué me dejaba engañar por los que me rodeaban así?
Me fui a dormir pensando en Eli, en la inocente Eli a la que había herido por culpa de Carolina y ... terminé recordando los besos desesperados que nos dimos antes, no se parecían a ninguna otra cosa que hubiese experimentado con anterioridad.
A la mañana siguiente me levanté enfadado. Tenía ganas de verla y no sabía cómo arreglarlo. Recordé lo mucho que le gustaban los churros para desayunar a esa chica y terminé presentándome en su puerta con una bolsa llena, pero me sorprendió demasiado cuando la puerta se abrió y había otro hombre en la casa. Podría haber pensado que me había equivocado de casa, pero sabía que estaba en el lugar correcto.
–Estoy buscando a Eli.
–Oh, pasa. Se está duchando.
No me gustó nada la familiaridad con la que hablaba de ella, pero aún así entré y me senté en el sofá, observando la manta en la que sin duda había dormido ese tipo. Aunque si había dormido allí era una buena señal, eso quería decir que no había dormido con ella en su cama.
–Soy Darío, ¿y tú?
–Mario. ¿Eres su hermano? – decidí optar por el familiar, es un clásico, nunca falla.
–Oh, no. Soy su ex novio.
Mierda.
–¿Y tú?
–El novio.
Fue la ansiedad lo que me obligó a decir esa mentira. Era la única forma que conocía de defender mi territorio.
–Oh, no sabía que estaba con alguien ahora.
–Ya...
–No quiero que pienses nada raro, tío. Nosotros somos amigos desde hace mucho y siempre que paso por la ciudad me paso a verla.
La puerta del baño se abrió y Eli apareció envuelta en un albornoz rosa. Se sorprendió demasiado al verme allí junto a su ex.
–¿Mario? ¿qué haces aquí?
–Quería disculparme, por lo de anoche...
No me gustaba nada la forma en la que su amigo nos miraba y a ella tampoco.
–Hablemos en la habitación.
–¿En la habitación? – dijimos al unísono ese tipo y yo.
Me levanté y caminamos juntos a su habitación, dejando a su amigo en el salón.
Cerré la puerta detrás de mí mientras ella abría la peinadora y sacaba unas bragas de transparencias que estaba seguro de que le quedarían de miedo. Entonces se detuvo y caminó hasta mí.
–¿Qué es lo que estás haciendo aquí? Te dije...
–Ese tío de ahí fuera ... ¿ha pasado la noche aquí?
–Eso no es asunto tuyo. Esta relación es meramente laboral. ¿Te olvidaste de todo lo que hablamos anoche, Mario?
–Lo recuerdo todo. Sólo he venido para desayunar mientras hablábamos sobre trabajo.
–¿Ah sí?
–Sí.
–¿Y qué es tan urgente que no podía esperar a la reunión de esta tarde?
–La escena de la fábrica. Creo que deberíamos grabarla pronto.
–Antes de esa escena tenemos que grabar otras.
–No fui yo el que se lo dijo a Carolina.
–No quiero hablar de asuntos personales, Mario.
–¿Te lo has follado, Eli? A ese tío de ahí fuera...
–Sigue sin ser asunto tuyo.
–Bien, ¿quieres profesionalidad en nuestra relación?
–Es exactamente lo que quiero.
–Pues te vas a hartar de profesionalidad. Voy a ser tan profesional que ... te vas a dar cuenta de lo equivocada que estás con respecto a mí.
–Estoy deseando verlo.
Me marché después de eso, ansioso perdido, sin poderme quitar a Eli de la cabeza y esa actitud suya que tanto me disgustaba. Había querido hacer las paces y me había convertido en un ogro malvado.
Pasé una semana de mierda, sin poder quitar los ojos de ella que casualmente iba todos los días con vestidos ajustados que me hacían perder el aliento. Estaba frustrado y enfadado con la situación, más cuando su exnovio venía a recogerla en moto la mayoría de los días, después de cada maldita reunión y eso me ponía incluso más ansioso.
Sin darme cuenta pasaron dos semanas y estaba lejos de volver a la rutina. No quería irme a Galicia y dejarla allí sola, no quería enterarme más tarde de que había vuelto con su exnovio. Ella era mía y no iba a parar hasta tenerla a mi merced.
Pero... ¿por qué parecía que estaba más lejos cada día?
Esa noche tuvimos reunión que se alargó hasta la cena, propuse ir a cenar a mi restaurante, pero ella declinó la oferta diciendo que le apetecía cenar comida basura. Así que acabamos en una plazoleta, junto a un puesto que dejaba mucho que desear.
Me guio hacia una plazoleta que dejaba mucho que desear. Había poco aparcamiento y la plaza estaba llena. Allí había un pequeño kiosko con mesas a su alrededor.
Nos sentamos en una de las mesas y en seguida nos pusieron la carta. Estaba pegajosa y el lugar no me gustaba nada. Ella sonreía mucho, como si le divirtiese mi actitud. Ella quería hablar de trabajo y yo me moría por preguntarle sobre el idiota que solía a venir a recogerla.
–¿Dónde está esta noche tu motorista?
–Te recomiendo la sangrienta.
–¿Qué?
–La hamburguesa sangrienta. Es mi favorita.
–¿Qué tipo de nombre es ese para una hamburguesa?
–La especial bañada en lava también me gusta. Pero la sangrienta... está especialmente picante.
–¿Picante? Detesto la comida picante.
–¿En serio? ¡Eres un aburrido! – rompí a reír sin pensar si quiera. Era demasiado expresiva. – Lo digo en serio. Eres como un abuelo, tienes unos gustos de lo más antiguos.
–¿Yo? – me señalé con el dedo y ella rompió a reír. La veía tan animada, pero en su mirada seguía habiendo rencor hacia mi persona.
–Al menos debes probar las patatas Frankenstein.
–¿Qué tipo de nombre es ese para unas patatas?
–Llevan guacamole.
–¿pican?
–No pican. Lo prometo. Es lo más light que encontrarás aquí. Las han puesto para viejales como tú.
–¿Ah sí?
–¡Eli! – la saludó el camarero con un choque de cinco. Parecían ser amigos. Luego se fijó en mí y se sorprendió un poco al verme tan arreglado. – ¿Quién es tu amigo?
–Un tipo extraño al que no le gusta el picante. ¿No es curioso, Mateo?
–La verdad es que sí. ¿Cómo lo traes a una hamburguesería con un dueño mexicano?
–Eso mismo me pregunto yo – me quejé. Ella volvió a reír. Me impactaban demasiado sus cambios de humor. Pero ... sabía que no era ella misma en ese momento, no había ni rastro de esa luz que solía desprender, sólo estaba fingiendo para tapar algo. Pero ... ¿qué era lo que no quería que descubriese?
–¿Qué os pongo de beber?
–Una desperados. ¿Quieres una?
–¿Una qué? – parecía que me estaba hablando en chino.
–Es una cerveza, Mario.
–¿Está buena? – ella asintió.
–Lleva tequila.
–Pero ... ¿qué tipo de guarrería es esa?
–Lo que yo he dicho. Eres un aburrido. De seguro nunca te has cogido una juerga fuera de esas fiestas de etiquetas a las que sueles ir, ¿me equivoco?
–Para tu información sí, me la he cogido. Cuando estaba en la universidad...
–Hablo de ahora, Mario. ¿Cuántas veces te has dejado llevar por el instinto sin pensar en las consecuencias de tus actos? – tragué saliva. Lo cierto es que evitaba ser así, porque siempre que lo hacía metía la pata. Las malas decisiones eran lo que me habían llevado a pedir su ayuda.
–Cometo muchos errores cuando me dejo llevar por el instinto.
–¿Qué os pongo de beber entonces? – el camarero estaba esperando.
–Dos desperados, Mateo.
–¿Segura?
Me miró y sonrió.
–Te va a gustar.
–Echad un ojo a la carta y dejar toda esta tensión sexual reprimida para luego – se quejó el tal Mateo. Carraspeé la garganta, incómodo y ella rompió a reír.
–Tú ni caso. Los tíos sois muy simples. Una mujer y un hombre no pueden ser amigos en vuestro diccionario estúpido. Y por supuesto, una relación meramente laboral... eso ni existe en su vocabulario. – Miró la carta y yo hice lo mismo, fijándome en que todos los nombres eran de miedo. Era como si fuese hallowen o algo por el estilo. – Entonces, ¿qué?
Dejó la carta sobre la mesa y me miró, lucía ansiosa por saber algo. Todo se le notaba en la cara a esa chica.
–¿Qué de qué?
–¿Cuándo vas a dejarte llevar por el instinto y a empezar a vivir, Mario? – me mordí el labio y luego sonreí.
–Cuando me dejo llevar por el instinto traspaso una línea que he prometido mantener intacta.
–No estoy hablando de ese tipo de instinto – la miré, sin comprender a lo que se refería. – No te pido que pienses con la polla. No son las curvas de una mujer o tus ansias por tenerla lo que cuenta. Hablo de otro músculo, Mario. El corazón.
Me quedé mirándola como un idiota, porque jamás esperé que ella hablase tan directamente, sin pelos en la lengua, y sobre todo que pudiese decir esa palabra tan obscena en un momento como aquel.
–Fue ese tipo de locura la que cometí cuando te dije que sí a este proyecto tan loco. Puse el corazón en la idea para este anuncio y no me arrepiento. Es tu proyecto, pero de alguna forma... también se siente como algo mío. Así que ... no voy a arrepentirme. Pase lo que pase.
Las bebidas fueron depositadas sobre la mesa. Probé aquella cerveza y me gustó. Sabía bien.
–¿Ves lo que te dije? Iba a gustarte. También te gustaría el picante si le dieses una oportunidad. Pero ... parece que te da demasiado miedo arriesgarte, ¿no?
–No me da miedo.
–¿No?
–¿Habéis pensado ya lao que vais a tomar?
–Una hamburguesa sangrienta – ella sonrió al darse cuenta de que iba a hacerle caso. Sonrió y miró a su amigo.
–Yo quiero lo mismo.
–¿Os pongo patatas?
–Las de siempre, Mateo.
–Tío, tienes pelotas... Ten cuidado con ella, está loca.
Ella rompió a reír, sin poder evitarlo, entonces nuestras miradas se cruzaron y se mordió el labio antes de decir algo.
–Retomemos nuestra conversación, ¿te parece? Bien, pues... cómo te decía... este proyecto. ¿Sabes qué pensé? Pensé que a ti te había pasado lo mismo, que fue el instinto lo que te llevó a mí, que tuviste una corazonada y por eso pediste ayuda sobre un anuncio a una completa desconocida. Pero ... ¿sabes? La verdad es que estabas desesperado y no tenías a nadie más a quién acudir. Es de risa, ¿no te parece?
–No lo oculté con ningún motivo oculto y te pedí la colaboración por tu talento. Si me crees o no es cosa tuya.
–No te creo.
Abrí la boca dispuesto a quejarme, pero entonces llegaron las patatas.
– Pruébalas – me cedió un tenedor. – No pican nada.
Acepté y cogí un poco, me las metí en la boca y tenía razón, no picaban. Estaban deliciosas.
–Están buenas.
–Claro que lo están. ¿Y sabes qué más será la ostia? Nuestro anuncio, Mario. No será nada comparado con esa mierda que ellos te ofrecieron. Te va a gustar tanto que te vas a correr del gusto.
–¿Te parece apropiado usar este tipo de lenguaje con tu jefe?
–¿Mi jefe? No, Mario. Eres mi socio. En el contrato que firmamos lo pone bien claro. Este proyecto es tan tuyo como mío, al cincuenta por ciento. Tu pusiste los términos, yo puse algunas condiciones y los dos lo firmamos.
–Sí, bueno. Como sea. Dijiste que querías que nuestra relación fuese plenamente laboral.
–Eso es. Nuestra relación es meramente laboral. Harías bien en no olvidarlo cuando inventes estúpidas excusas para que nos quedemos a solas.
Su amigo depositó las hamburguesas sobre la mesa y los dos hicimos un alto al fuego. Desde luego, ni siquiera imaginaba que me ardería la boca cuando pensé en esa frase hecha.
Pegué un primer bocado y tuve que escupir en el plato, ella, por el contrario, lo masticó como si nada mientras yo me terminaba toda la cerveza de un trago.
–¿Cómo puedes comer eso? – siguió manteniéndome la mirada hasta que se zampó la mitad de la hamburguesa y entonces contestó.
–Igual es mi alta tolerancia al picante lo que me hace aguantar a todas las víboras que se meten en mi camino.
–Carolina.
–Exacto. Ella fue quién desató ese instinto que tienes entre las piernas, ¿no?
–Te estás pasando, Eli.
–No es mi forma de hablar lo que te molesta. Es descubrir poco a poco que ella te ha engañado, te ha manipulado para conseguir un contrato millonario para la empresa. Y ahora que ya no le eres útil... no tardará mucho en mandarte a la mierda.
–No he sido yo.
–Te pedí explícitamente que no lo hicieras. Fue una de mis condiciones para aceptar. Tú te has pasado una de las clausulas del contrato por el arco del triunfo. Así que quiero algo a cambio.
–Te repito, Eli, que no he sido yo.
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