Capítulo 5 - Colaboración.
Ella estaba impresionada por estar en un lugar tan chic como aquel, pero no dejó que nada de aquello la superase. Era una mujer con los pies en la tierra que sabía que todo aquello estaba fuera de sus posibilidades. No intentaba agradarme para quedarse con un pedazo de pastel. Era la persona más real que había conocido nunca.
Optó por pedir carne con guarnición, yo preferí el pescado. Hasta en eso éramos tan distintos el uno del otro.
–Creo que desentono en este lugar – dijo cuándo el camarero se llevó su plato. Se lo había comido todo. – La próxima vez que tengamos una reunión de negocios debería arreglarme un poco más si vas a traerme a este este tipo de lugares.
–Te dije que no ibas vestida para una reunión de trabajo.
–¿En qué va a consistir la colaboración, Mario?
–Está todo en el dosier que te he dado. Te pagaré una cantidad fijada y ambos supervisaremos el anuncio. Quiero que te encargues de todo personalmente, y que me consultes antes de tomar una decisión importante.
–¿Dónde vas a llevarme ahora?
–A tu casa.
Los postres fueron depositados sobre la mesa y los dos lo disfrutamos, sin poder dejar de mirarnos. Era una estupidez negar lo evidente, ella me atraía demasiado. Pero no podía perder la cabeza, yo iba a casarme con Carolina.
–No voy a dejar mi trabajo por esto. Así que lo compaginaré.
–Me parece bien.
–¿Vas a invitarme a una copa para sellar el trato?
–No lo descarto. Pero quiero que esta relación sea estrictamente profesional, Eli. Deberías darme tu teléfono, así no tendré que ir a tu casa cuando necesite algo de ti.
–Está bien – aceptó. Buscó dentro de su bolso el dosier y un bolígrafo. Lo firmó. Entonces nos miramos, me gustaba mucho hacerlo. – ¿Cuándo tendremos nuestra primera reunión para hablar sobre el proyecto, Mario?
–El viernes.
–Bien, pero debe ser rápido. El viernes me marcho a Sevilla a ver a mi madre, ya te lo dije.
–¿Qué te parece a eso de las cinco? Daré una pequeña fiesta en este restaurante, mi familia estará presente, así que espero terminar a eso de las cinco. ¿Te parece que quedemos directamente aquí o te recojo en tu casa?
–Es mejor si quedamos directamente aquí. Me marcharé a Sevilla después.
Le cedí el teléfono para que anotase su número y ella lo guardó con su nombre completo.
Ambos nos quedamos mirando al otro. No sabía por qué, pero me sentía cómodo con aquella chica, sin necesidad de hacer nada para que me viese como un tipo genial. Era más yo mismo de lo que lo había sido jamás con nadie. La miraba y me veía a mí mismo.
Había algo especial en esa chica.
–¿No vas a cambiarte antes de que vayamos a tomar algo?
–No veo necesidad.
–Dudo que te dejen entrar en ninguna parte con esas pintas.
–Entonces deberías llevarme a mi casa.
Fuimos a su casa después de que lo propusiese, pero aquella vez no la seguí hasta arriba, me quedé abajo esperándola y cuando bajó se parecía a la chica de la noche anterior. Llevaba un vestido negro ajustado y demasiado corto que me dejaban bien claro que tenía curvas, pese a esconderlas. Llevaba el pelo suelo y se había maquillado.
Fuimos al Saxo, un lugar en el que ponen música electrónica al que va lo mejor de Madrid. Había estado allí alguna vez con Carolina. Tenían reservados y era de lo más íntimo.
–No es esto lo que tenía en mente cuando te dije que me invitases a una copa – agarró su vaso y dio un sorbo a su cañita. No le quité el ojo de encima mientras daba vueltas a los hielos que había en mi vaso de alcohol solo. No me gusta tomarlo como el resto de los españoles. Papá suele decir que tengo gran tolerancia al alcohol. Carraspeó la garganta y se fijó en lo que se veía a través del cristal. La música llegaba muy tenuemente a causa de que teníamos la ventana cerrada. – ¿Por qué me has traído aquí, Mario? – Desvié la mirada hacia el sofá que había a un lado. Carolina y yo habíamos tenido sexo en él miles de veces. – Deja de mirarme así.
–¿Cómo te miro? – pregunté antes de echar un largo sorbo a mi vaso antes de dejarlo vacío sobre la mesa y volver a devorar a esa chica con la mirada. Me fijé en sus piernas y en cómo se le subía el vestido al sentarse. Eso hizo que me preguntase sobre si se había cambiado de bragas o llevaría esas de transparencias.
–No me miras como si fueses mi jefe.
–Quizás porque no soy tu jefe. Soy tu socio, Eli.
–Tampoco me miras como un socio – se echó hacia atrás en la silla y descruzó las piernas, en seguida mis ojos se fijaron en sus rodillas y en lo mucho que se le había subido el vestido. – Esto es tan aburrido... ¿por qué no jugamos a algún juego?
–¿Un juego?
–¿Alguna vez has juzgado al beso, verdad o atrevimiento?
–¿Qué clase de juego es ese?
–Debes elegir entre beso, verdad o atrevimiento. Luego la otra persona te pondrá un reto que tú debes superar. Si decides jugar es tu turno de preguntar, pero si decides que no...
–¿Qué sucede entonces?
–Depende de lo que decidas. Puedes beber un chupito o quitarte una prenda. – Sonreí en cuanto vi lo que proponía. – Como nuestra relación es laboral, deberíamos jugar tomando un trago.
–Empiezo yo. ¿Qué eliges, Eli?
–Verdad. – Sonreí antes de lanzar mi pregunta. – Ahora debes decir... ¿es verdad que ...?
–¿Es verdad que llevas bragas de trasparencias?
Ella agarró la botella y di un trago. Eso me hizo reír, al darme cuenta de que ella no iba a mojarse.
–Es mi turno. ¿Qué eliges?
–Verdad.
–¿Es verdad que te arrepentiste de haberte ido a noche?
Agarré la botella y di un sorbo a morro. Obviamente no iba a contestar a esa pregunta.
–¿Qué eliges?
–Verdad.
–¿Es verdad que buscabas provocarme al usar ese vestido tan corto?
Ella volvió a beber y yo me lamí los labios.
–Verdad.
–¿Es verdad que te mueres por cruzar la línea?
La observé con detenimiento antes de dar un trago y eso la hizo sonreír. Ninguno de los dos íbamos a mojarnos, así que aquel juego sería aburrido.
–Tu turno, ¿qué...?
–Atrevimiento. Ahora debes ordenarme que haga algo y si no quiero...
–Quítate las bragas – tragó saliva, al darse cuenta de que aquel juego se estaba volviendo demasiado osado para tratarse de dos simples compañeros de trabajo.
Bebió un trago y me miró con cara de pocos amigos.
–Atrevimiento.
–Quítate la camisa – sonreí, ella hizo el amago de darme de su botella, pues de la mía ya no quedaba nada, pero se sorprendió cuando empecé a quitarme la corbata. – ¿Qué estás haciendo?
–Estoy cumpliendo...
–Este estúpido juego se nos ha ido de las manos, Mario. En una relación plenamente laboral... – a medida que hablaba yo me desabrochaba los botones y entonces se sorprendió cuando la abrí y le enseñé mi musculoso pecho. Me eché hacia adelante y agarré las patas de su silla para atraerla hasta mí. – ¿Qué estás haciendo?
–Es verdad que me muero por cruzar la línea – le dije. Ella me miró con el rostro desencajado, terriblemente avergonzada. – Pero quiero ser profesional esta vez, Eli. Y sí, me arrepentí de lo de anoche, pero no es el mejor momento para que pase algo entre nosotros. ¿Quieres seguir jugando a este juego de mierda?
–No.
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