Capítulo 3 - Algo distinto.
Me colocaba mi impoluta camisa sobre mi macerado cuerpo después de haberme dado una renovadora ducha. Tuve un día de lo más agotador preparando el discurso de papá. Estuve esperando el maldito email por parte de Carolina todo el día, pero este nunca llegó. Estaba más que decidido a tomar cartas en el asunto, no iba a dejar que ningún entro ser humano me tomase el pelo.
Fijé la vista en la larga colección de corbatas que suelo llevar conmigo en cada uno de mis viajes y decidí optar por la azul, quería dar buena impresión en la inauguración del restaurante. Todo estaba listo y aunque no sabía bien la razón por la que había invertido en él, me sentía con ganas de emprender aquella pequeña aventura. Quizás fue mi pasión por la hostelería la que me llevó por aquel camino.
Me coloqué la chaqueta del traje y elegí los accesorios correctos para aquel look antes de peinarme el pelo. Lo tenía ondulado, aunque ni de broma tan rizado como el de David. Me lo peiné hacia atrás y eché una leve ojeada a la habitación antes de encaminarme hacia el auto que iba a llevarme al restaurante.
Tardé menos de media hora en llegar al lugar, no estaba lejos del hotel y alguien me abrió la puerta con una sonrisa de oreja a oreja. Me fijé en el vestido rosa claro que Carolina llevaba, en esas largas piernas y en sus tacones blancos a juego con el bolso. Estaba tan sexy que lo único que se me apetecía era olvidarme del maldito evento e irme al hotel acompañado de esa hermosa chica para hacerle el amor durante horas.
–Aquí no – se quejó mirando de reojo a su jefe que, por supuesto había sido invitado al evento, en cuanto intenté agarrarla de la cintura y atraerla hasta mí para besarla.
Me olvidé del maldito estudio de mercado tan pronto como la vi a ella.
El postureo se me daba de miedo y con Carolina del brazo conseguí toda la atención que necesitaba esa noche. Los responsables del proyecto me dieron la enhorabuena y hablaron sobre colaborar en un tercer anuncio, yo no tenía ganas de hablar de trabajo. Estaba más ocupado mirando a la puerta, preocupado porque mi familia no hubiese ido a apoyarme. Podía esperármelo de papá, incluso de la ocupada de mamá, pero de ¿David? Eso jamás.
¿Qué había ocurrido?
La inauguración fue todo un éxito, bebí demasiado y acabé en el asiento trasero del vehículo, de camino al hotel mientras Carolina me domaba. Sinceramente, no estoy hecho para ser así. Por muy manejable que sea en el día a día, por muy enganchado que esté con una tía, necesito conectar con alguien en el sexo y con ella era imposible hacerlo cuando quería controlar hasta el último detalle. El sexo es esporádico, igual que el amor.
Se sentó a mi lado antes de que hubiese llegado al orgasmo, dejándome con más ganas que antes, recolocándose el vestido cuando el coche se detuvo junto a su casa.
–Quédate conmigo esta noche – pedí, como un idiota. – Podemos pasarla bien y desayunar por la mañana antes de que te vayas a trabajar.
–No puedo.
Me enfadaba su maldita actitud con respecto a nosotros.
–Estoy cansado de esto – eso la preocupó porque en seguida se abalanzó sobre mis labios y me besó apasionadamente antes de agarrarme del miembro y empezar a masajearlo. Mis gemidos no tardaron en aparecer llenando aquel pequeño habitáculo.
Terminé manchando la tapicería del auto mientras ella sonreía al haberme dado lo que yo necesitaba para relajarme. Pero ... yo aún estaba inquieto.
–Esto es serio, Carolina. A veces... siento que todo esto para ti no es más que un juego. Parece que nuestra relación se basa en el sexo y ...
–Te pedí discreción, Mario. No quiero que mis colegas se enteren de que he intimado con un cliente. Cuando el proyecto termine, podremos ser una pareja normal. Pero ahora...
–Vale. Eso lo entiendo. Te honra que quieras ser una profesional en este tema. Pero ... ¿qué me dices del anillo de compromiso? ¿por qué nunca te lo pones? Se supone que cuando una mujer recibe un anillo no se lo va a quitar nunca.
–Es un anillo caro, no quiero perderlo. Ya te lo he dicho.
–¿Crees que me enfadaré si lo pierdes, Carolina? ¡Me sobra la pasta! Puedo conseguirte otro.
–Ese no es el punto, cariño. Tengo que irme.
Se marchó antes de que hubiese podido detenerla y me cabreé incluso más con la maldita situación. Apoyé la cabeza en el reposa cabeza y cerré los ojos, me fastidiaba que ella estuviese tan distante. Pero ... al mismo tiempo, me tenía tan enganchado. Me daba una de cal y otra de arena. ¿Por qué los hombres somos tan idiotas? ¿por qué nos enganchamos tanto a alguien que no nos presta atención que necesitamos, mientras que si es al contrario... pasamos de ella? Jamás entenderé esa mierda de la sicología inversa.
–Para aquí – pedí al chófer. Necesitaba respirar un poco de aire de la ciudad. Se detuvo cerca de una calle que estaba repleta de bares y yo caminé por el lugar para intentar calmar esa maldita ansiedad que tenía dentro.
Sin apenas darme cuenta mi vista se fue fijando en un grupo de personas que disfrutaban de una cerveza en uno de esos bares, alrededor de una mesa alta y en alguien en particular. No fue porque me pareciese preciosa, era porque había algo en ella que me resultaba familiar. La había visto antes en algún lugar. Llevaba una blusa azul y unos pantalones negros. Tenía un estilo muy casual y sus cabellos estaban sueltos mientras daba un sorbo a su cerveza antes de romper a reír por algo que su amigo había dicho.
Me pareció extraño que fuese la única chica en aquella reunión y que ella se sintiese cómoda entre tantas feromonas.
Me detuve a mirarla y me fijé en qué tenía cierta luz, había algo realmente agradable en ella que atraía a todas las personas que la rodeaban.
–Necesito ir al baño – se disculpó con sus amigos antes de entrar por la puerta del bar. La seguí como un tonto, sin entender bien sobre la razón por la que lo hacía. Yo estaba con Carolina y no soy de ese tipo de hombres que necesitan el calor de otras mujeres.
Me gustó como avanzaba entre la gente que bailaba, moviéndose al ritmo de la música. Se movía bien, pese a que tenía muy bien escondida sus curvas debajo de esas prendas anchas que llevaba.
Se detuvo al ver la larga cola que había para entrar en el baño de las chicas y echó un vistazo a lo corta que era la de hombres. Entonces emprendió la marcha hacia ese lugar, pero yo me encontraba en medio. Nuestras miradas se cruzaron entonces y ella lució demasiado sorprendida de encontrarme allí.
Antes de que ninguno de los dos hubiese preguntado al respecto, ella recibió un empujón y eso nos acercó un poco más. Actué por inercia, ante la sospecha de que pudiesen dañarla y la rodeé por la cintura con una mano para apartarla del paso.
La gente que bailaba a nuestro alrededor nos fue acercando cada vez más mientras nosotros intentábamos entender qué era aquello, porque nos mirábamos y sentía que el puto tiempo se detenía. Era terriblemente extraño porque no nos conocíamos y yo iba a casarme con otra mujer. Entonces... ¿qué era aquello?
Su cuerpo empezó a moverse al son de la música y me incitó a hacerlo a mí también, al principio un leve apoye de un pie a otro, algo muy suave, para no desentonar, sin poder dejar de observarnos.
Al cabo de los segundos, ella se colgó de mi cuello y bailamos como personas normales, dedicándonos una sonrisa a cada tanto, sin que nuestra mente despertase aún. Me sentía bien estando con ella y no quería enfrentarme a mi realidad aún.
–Hola, desconocido – me saludó cuando pasaron diez minutos. Sonreí sin apartarme ni un poco.
–Mario – me presenté. Era la forma más rara en la que había tenido que presentarme.
–Eli – contestó ella.
–¿Eli de Elisabeth?
–De Elisa. – Asentí sin saber bien cómo actuar en aquella situación. Todo aquello era totalmente nuevo para mí. Nunca había sentido aquella sensación por ninguna otra persona, ni siquiera por Carolina. – Sé lo que estás pensando. Es nombre de señora mayor... – ensanché la sonrisa. Había algo en su forma de hablar que me gustaba mucho. Sus manos se bajaron y entonces me observó. – Me encantaría quedarme, pero necesito ir a vaciar la vejiga.
Retiré la mano de ella y me quedé quieto. Entonces ella sonrió.
–Quizás podamos continuar luego – no sabía qué responder ante aquello. Lo cierto es que era muy tarde y yo debía volver al hotel. Pero ... por alguna razón quería decirle que sí. – ¿Cómo fue con esos anuncios, por cierto?
–¿El qué? – mi cerebro estaba haciendo horas extras para entender a lo que se estaba refiriendo.
–Ya veo, ni siquiera te acuerdas de mí.
–¿Nos conocemos?
–En realidad, no – se marchó antes de que hubiese podido decir algo más para entender aquella situación. Y yo observé como se metía en el baño de hombres a vaciar la vejiga. Seguí mirando hacia la puerta sin moverme del sitio, ignorando la mirada de varias chicas que parecían interesadas en mí, hasta que la puerta volvió a abrirse y ella salió de allí.
La intercepté cuando atravesaba la pista y la atraje a mí, aún me encontraba tremendamente cautivado por ella, tanto que no podía pensar en nada más. Y era del todo una estupidez, pues ella no era el tipo de mujeres en las que solía fijarme.
–No quiero que te confundas, esto sólo es un baile, Mario.
–No he dicho lo contrario.
–No voy a besarte... – desvió la mirada hacia mis labios y se mordió los suyos al hacerlo. ¿Por qué parecía que ella se moría por besar a un desconocido? Me fijé en los suyos y entre abrí los míos. Lo cierto es que la idea de besarla cruzó mi mente. – Tampoco vamos a tener sexo.
Ambos sonreímos al pensar momentáneamente en ello y al levantar la vista nos quedamos embobamos mirando al otro, sin que existiese la vergüenza.
Nos fuimos acercando con la excusa del baile y se sostuvo sobre mis hombros, incrementando las sensaciones y lo que sentía con su cercanía. Ni siquiera podía pensar en la maldita Carolina en ese momento.
Ella se movía muy bien, me atraía con sus movimientos y su cercanía, me sentía eclipsado cada vez que rozaba sin intención mi piel y perdía el aliento cada vez que se lamía los labios.
–Eli – escuchamos una voz a nuestro lado haciendo que ambos mirásemos a uno de sus amigos. – Nosotros nos vamos ya, ¿te acerco?
Tuve miedo de que la separasen de mí y era del todo una locura porque nosotros ni siquiera nos conocíamos.
–Yo te llevo. – Ella me observó y dejó de prestar a su amigo. Pudo ver ansiedad en mi voz.
–Ya nos veremos – contestó ella a su amigo antes de volver a fijarse en mí. – No voy a acostarme contigo, solo es un baile.
–No quiero más que un baile – prometí.
–¿De dónde eres, por cierto? Tienes un acento peculiar.
–Soy gallego. ¿Y tú? Tu acento también es extraño.
–Soy sevillana. Solo estoy aquí por trabajo. Oye... ¿y si vamos a otra parte? Apenas puedo oírte con la música tan alta.
–Pensé que sólo querías un baile.
–Tienes razón. Entonces deberíamos ir a por una copa.
Fue una noche extraña, con una desconocida, bebiendo hasta que perdí la consciencia de quién era, ya ni siquiera sabía quién era lo que estaba haciendo, pero podía escuchar su respiración acelerada mientras corríamos por la calle agarrados de la mano, como dos adolescentes. Nos detuvimos unas calles más allá, mientras los primeros rayos solares nos incidían. Rompimos a reír, sin poder entender por qué estábamos allí, huyendo de todo.
–¿Te apetece desayunar?
Sonreí, como un idiota. Lo cierto era que sí que me apetecía. Era como si la noche se me hubiese quedado corta, no quería irme a ninguna parte.
–Sólo si me cuentas tu historia. ¿Cómo ha acabado una sevillana en Madrid?
–Es una larga historia.
–Tenemos toda la mañana.
–¿No tienes que ir a casa?
–No. ¿Y tú? ¿no tienes que ir a trabajar?
–Hoy es mi día libre.
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