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Capítulo 10 - El fin.


Quería volverme a casa, tenía intención de quedar con David para hacer algo por la noche, pero terminé presentándome en la casa de Carolina. Tenía que enfrentarme a toda aquella mierda de una vez y dejar de huir de mi propia vida. Ella tenía razón en algunas cosas. Era un puto cobarde de mierda que no se atrevía a comer picante.

Llamé al timbre y esperé a que Rosario, la asistenta, me abriese la puerta. Sabía que los sábados era cuando venía a limpiar más a fondo, mientras que Carolina se encerraba en el despacho a trabajar. Pero aquel día la mujer tardó en abrir. Cuando lo hizo lucía avergonzada y no me dejó entrar, ni siquiera me invitó a hacerlo como solía hacer.

–La señora está ocupada.

–Vaya a avisarla, dígale que su novio ha venido a verla.

Ella se marchó corriendo a avisar a su jefa y yo me fijé en los zapatos de hombre que había junto al umbral de entrada, también en la chaqueta que había colgada en el perchero, incluso la corbata. Los malditos celos pudieron conmigo y allané la casa, encontrando a una agitada Carolina con una bata y a un hombre vistiéndose con rapidez. La maldita venda que tenía en los ojos calló y entendí demasiadas cosas.

–Ahora entiendo por qué querías mantener lo nuestro en secreto.

–¿cómo lo nuestro? – Preguntó Alfredo, sin poder entender por qué estaba su subordinada en aquella situación conmigo. – ¿Te tirabas al cliente? ¡Qué falta de profesionalidad, Carolina!

–Dijiste que hiciese lo que sea para engordar el presupuesto. ¿Cómo pretendías que lo hiciera si no?

–Es cierto. Eres una venenosa serpiente...

Tragué saliva, terriblemente derrotado, mientras mis anhelos con esa chica se hacían añicos. La mujer de la que estaba enganchado no existía, tan sólo fue una ilusión que creó para engatusarme.

–Venía a pedirte explicaciones sobre un tema importante, pero ... creo que ni siquiera me interesa que me expliques nada o aclarar un maldito malentendido contigo.

–Mario, déjame que te explique – trató de cogerme el brazo, pero la aparté de un empujón.

–Me das asco. Quedan revocadas las negociaciones. Y no voy a pagar la cancelación del contrato. Os llevaré a juicio y expondré vuestra falta de profesionalidad si me obligáis.

–No será necesario, Mario.

–Bien.

Me metí las manos en los bolsillos y me marché sin tan siquiera mirar atrás. Me encerré en el coche y di un portazo. Entonces dejé caer la cabeza sobre el asiento, totalmente perdido, sin saber qué hacer.

"¿Alguna vez has hecho algo por instinto, algo con el corazón?" – su voz retumbó en mi cabeza.

Instinto.

Lo único que quería hacer en ese momento era verla y olvidarme de mi drama. Pero ... yo era un puto cobarde de mierda, no podía actuar sin pensar de la noche a la mañana. Aquello requería un poco de práctica.

Me pasé el resto de la tarde dando vueltas por la ciudad, hasta que me quedé sin gasolina. Me puse la excusa de que era tarde para coger el coche de regreso a casa, así que me quedaría en un hotel.

Me di una ducha, cené en el restaurante y me detuve con las llaves del coche en la mano. Cada partícula de mi ser quería verla, pero no quería dar una imagen equivocada, así que terminé agarrando el teléfono móvil para hacer una llamada.

–¿Dónde andas? Papá está que trina porque no has aparecido por la casa durante semanas. Te has perdido la comida familiar, lumbreras.

–Tenía trabajo en Madrid.

–Dime que no tiene nada que ver con Carolina.

–Lo de esa zorra se acabó.

–¿Zorra? ¿Me traicionan mis oídos? – las bromas de David consiguieron sacarme una sonrisa. – ¿Qué ha pasado?

–Tenías razón, como siempre. Era una mala pécora que sólo quería usarme, incluso me estaba engañando con otro.

–Ya veo. Estás echo mierda, ¿no?

–Estoy más entero de lo que pensé que estaría.

–Eso es nuevo. ¿Me hablarás sobre la razón?

–Creo que en el fondo ya sabía que me estaba usando, tan sólo huía de la maldita realidad, como un puto cobarde. Lo peor no es eso, tío. Eli ha perdido el trabajo por mi culpa.

–¿Qué Eli?

–Sabes perfectamente a quién me refiero.

–Si no fuese porque vive lejos... me la pediría. Es una buena mujer, Mario. No la cagues.

–No existe ese tipo de relación que dices entre nosotros.

–¿No? ¿acaso estás ciego y no te das cuenta? Te mira embobada cuando no estás prestando atención. Y tú la miras igual cuando piensas que nadie te está mirando.

–Sólo es tu mente depravada viendo cosas donde no las hay. Además, ella no es mi tipo.

–Eso lo sé. Por eso te digo que si no viviese en el quinto pino... me la pediría. – rompí a reír. Era todo un caso.

–Dudo que aguantases sus cambios de humor.

–¿Cómo?

–Es una verdadera gata salvaje cuando se enfada.

–Eso me hace estar más ansioso.

–Deja de pensar con la polla, hermanito.

–¿Qué vas a hacer?

–Pensaba irme de putas – bromeé haciéndole reír al otro lado.

–Si tienes ganas de juerga me llevo a estos para allá.

–Si te digo que sí ... ¿vendrías?

–¿Es en serio? ¿quién eres tú y que has hecho con el soso de mi hermano?

–A lo mejor quiero atreverme con la comida picante.

–¿Qué? – sabía que él no sabía de qué estaba hablando, pero yo sí.



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