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Capítulo Inédito: Lleva tiempo llegar a ser joven

Ellen

—¡Sí!—sacudió su cabeza en respuesta, mientras el hombre de quien se había enamorado se levantaba para abrazarla, sintió sus dulces labios besarla y casi pareció flotar.

Matt le colocó el anillo, todo el restaurante aplaudía, jamás imaginó que esto llegaría a pasar pero no podía estar más complacida. Él mismo organizó una velada en su lugar favorito para comer comida italiana, le regaló sus flores favoritas y un vestido, y lo que tenían en común esas tres cosas era que sólo las había mencionado una vez, Matt sin duda era un hombre detallista.

Sentía sus ojos brillar de emoción, admirando a su prometido, hace un año habían formalizado su relación. Aunque para algunos apresurada la decisión, ellos no podían estar más de acuerdo en que estaban hecho el uno para el otro.

Ese sería un pensamiento que más tarde en la madrugada, le haría sentir culpable.

Dando vueltas en la cama, con Alissa y Aaron dormidos, no dejaba de pensar en Roy. Veía su sortija, recordando las hermosas palabras de Matt en aquel momento, no tenía dudas de lo que sentía por Matt, pensaba en él y lo relacionaba con tranquilidad, amor, seguridad. Matt la hacia reír, y era algo que ameritaba su vida.

Ellen siempre se había asegurado de poner a los demás sobre ella, no era una carga, era reconfortante poder ayudar a otros. Pero, de alguna forma, eso había causado que sus sueños fueran desplazados. Jay, su hijo mayor, había llegado antes de lo esperado, sus padres la apartaron y humillaron. 

Pero Roy estuvo ahí, y jamás se apartó o quejó, Roy la amó, más profundamente e incondicionalmente de lo convencional, sus amigos no entendían por qué simplemente se desentendía de esa situación, intentando convencerle que había sido culpa de su novia por no cuidarse, pero él decidió hacer lo correcto. Además de su amor por Ellen, estaba su responsabilidad con su hijo en camino.

Ellen lo aceptó, jamás renegó de su hijo, pero entendía que no debía llegar tan temprano y cuando estaba triste, pensaba en cómo sería su bebé, cómo sería su nariz, su cabello o el color de sus ojos, quería que fuera como los de su Roy, de un verde olivo absorbente y arrullador. Había encontrado un nuevo sueño, y era el de formar una familia. La India podía esperar.

Roy y Ellen vivían un dulce sueño, habían momentos en que sentían que no podían más pero la manera en la que se apoyaban era admirable, Ellen jamás se quejó y Roy se dedicó a esforzarse en darle todo a su preciosa ahora esposa e hijo, Ellen sentía que no podía tener una vida mejor, aunque extrañaba a sus padres y a veces en silencio lloraba, deseando poder saber de ellos, pero ellos eran firmes en que había arruinado su futuro.

Jay no había arruinado su futuro. Roy no había arruinado su futuro.

Pero, solamente a veces, cuando sentía que su mundo caía encima de sus hombros, pensaba en qué hubiese pasado al hacer las cosas diferentes, quizás podría ayudar más a Roy y darle más cosas a Jay que ahora crecía y se convertía en un niño grande del que se sentía enamorada, su hijo era como su esposo, inteligente, amable, soñador. 

Eso hacia que sus decepciones se esfumaran y las melancólicas se escabulleran, su vida se hizo más brillante después de la llegada de sus gemelos, Aaron y Alissa, Aaron se llamaba como su padre, a un hombre que sólo volvió a ver una vez más.

Y ese día fue el entierro de su esposo...

El accidente casi le arrebata también a su hijo, esa pesadilla lo catalogaba como el peor día de la historia de su vida, desapareció para siempre el hombre que amó, su mitad, su espíritu afín.

Todos sus sueños, esperanzas, anhelos la abandonaron, dejándola como una carcasa vacía, hueca. Una cosa le había devuelto el camino y había sido la familia que estaba construyendo con el amor de su vida, que ahora rota, no le quedó más remedio que seguir adelante.

Conoció a Matt, él no parecía un hombre que podría interesarse en una secretaria casi por accidente. Pareció un extraordinario cliché, por casualidad vio en un anuncio que necesitaban de secretarías con experiencia y aunque ella no tenía ninguna como secretaria, se atrevió y consiguió el puesto con seguridad. 

Se quedó como la secretaría de Matt, que resultaría soltero y amigable, él no le dio indicios hasta tiempo después, le advirtió que tenía hijos, pero Matt quería conocerlos, le dijo que necesitaba tiempo, y Matt esperó, parecían excusas, pero ella quería estar segura de que Matt estaría dispuesto a aceptarla con todo lo que ella representaba. Y así fue.

Allí estaba, sentada con una copa de vino entre los dedos, viendo su sortija. Pensó en Roy, y agradeció en silencio su vida y a donde la había llevado, llegando a una pequeña epifanía, se dio cuenta de que era su turno de elegir. Su camino la llevó hasta acá porque decidió esperar, y todos los caminos, no conducen a los mismos sitios, unos son más cortos, otros más rápidos, unos cuantos estrechos y otros despejados.

Ellen quería esto, ahora su sueño era casarse con Matt. Porque Matt no sería un reemplazo de nadie, Matt era Matt, y Roy era Roy, los dos tenían cabida en su corazón.

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Britney

Timotie's podría estar desbordándose de personas y Britney seguiría manteniendo su compostura. Ella siempre había tenido dotes de liderazgo, Britney era calculadora y analítica, gélida a la hora de tomar decisiones que meritaban de rapidez. 

Ahora, Britney observaba Timotie's sentada en una banca arrancándose uno de sus tacones que molestaban sus dedos lastimados por las zapatillas, otra vez sangraban y una de sus uñas estaba por caer.

Reprimió las lágrimas de dolor y se puso nuevamente el tacón, aparentando que nada pasaba. Se convenció que podría soportarlo hasta llegar a casa donde cortaría su uña después de luchar porque no cayera durante una semana. Sabía que no tenía más remedio. Britney practicaba en las mañanas antes de desayunar, asistía sin falta a cada una de sus clases en Bridge y al regresar de Timotie's a casa, practicaba una vez más.

La báscula esta mañana la alarmó, y secretamente, la enorgulleció, su peso estaba bajo, su nutricionista le dijo que no podía permitir que bajara ni una libra más, pero había bajado tres, no debía hacerla sentir nada más que no fuese una advertencia, pero se sentía bien con eso, le aterraba la idea de la piel de sus piernas se moviera mientras bailaba, su Maestra le advirtió que si eso pasaba, no conseguiría el papel para el pas de deux en El Cascanueces al final del año.

Se sentía perfecta en su perfecto vestido blanco liso ahora que pesaba tres libras menos, peinada con el cabello a la mitad recto, con tacones perfectamente pulidos y sus manos siempre detrás de su espalda recta, como si tuviese una varilla de acero por columna.

Meg, una de las meseras, entró a la cocina con una bandeja vacía para recoger otro pedido. Britney no la trató bien cuando la conoció y eso la hizo sentir culpable, parecían ser una chica muy amena, o de eso los demás conversaban.

El cabello largo y negro se le movía de un lado a otro con cada paso que daba, Meg era muy diferente a ella, tenía un cuerpo que no se pasaba por alto y no era precisamente como el de ella, Meg tenía curvas generosas y una actitud que a veces le intimidaba, una mirada severa pero amigable, Meg no bajaba su mirada por más que Britney intentara ejercer una postura autoritaria con ella.

Su amigo, Jay, sonrió cuando la vio acercarse, estaba con su hermano Colin conversando hasta que Meg le revolvió el cabello rojizo y río, sintió algo de celos, no quería que Colin se riera por lo que fuese que le habría dicho Meg, intentó acercarse dando dos pasos para advertirle que volviese a trabajar pero se detuvo cuando se percató de la mirada de Jay.

Había algo distinto en su mirar cuando se trataba de Meg, ella lo notaba, por más que Jay insistiera en que eran amigos de la infancia. Ese destello en su mirada la detuvo en seco, Meg le dijo un par de palabras más y despidió a Colin revolviendo de nuevo su cabello. Escuchó cómo Colin bromeó con Jay sobre que Meg era bonita.

Meg sí que era bonita. Y no sólo su físico. Había algo radiante que desprendía. Y eso, lograba intimidarla.

De regreso a casa, a altas horas de la noche, Raphael tarareaba una canción mientras Britney con piernas y brazos cruzados, enfocaba su atención a Goleudy, con la imagen de Jay y ese destello en sus ojos merodeando en sus pensamientos.

—¿Colin?—le avisó, pero no tuvo respuesta, su hermano escuchaba la música de sus audífonos a un volumen muy alto—. ¿Colin?

Regresó su vista al pelirrojo, quien movía al ritmo de la música su cabeza.

—¡Colin!—sacudió su hombro.

—¿Quéeeee?—quitó uno de sus cascos, a Britney le molestó su tono de voz exhaustivo, pero decidió no tomarle importancia.

—¿Tú crees que... Soy bonita?—la observó dudoso, y después soltó una risa nasal.

—¿A qué viene ese pregunta?

—¿Podrías nada más responderla?

—Sí, claro que eres bonita, ¿por qué no lo serias?—se subió de hombros.

—Pero, no nada más bonita como si fuese sólo un maniquí. Si no, bonita...

—¿A qué te refieres?

—Nada...—suspiró.

—Britney, sí eres bonita.

—Pero no hablo de mi cara, o mi cuerpo.

Se despidieron de Raphael y entraron a su edificio, el ascensor los elevó dejando por vista toda la ciudad de luces. A Britney siempre le hacía sentir bien la vista de Goleudy, pero esta noche, era distinto.

Al entrar a casa, tan solitaria y vacía como siempre, Colin soltó su bolso en el mueble y seguido, se lanzó él encendiendo el televisor y la consola, Colin no tenía mucho tiempo para hacer otras actividades como salir con sus amigos o jugar un videojuego, llegaba de Timotie's derechito a hacer sus tareas de la escuela y luego se iba a dormir para repetir al día siguiente lo mismo, siempre había sido así, pero extrañamente estaba conforme con eso, así ayudaba a su hermana y a su padre, aunque no lo viese demasiado, quería creer que él valoraba lo que hacía en el café.

Britney observó a su hermano de brazos cruzados, pero bajó su guardia cuando notó su mirada aburrida fija en el videojuego. Suspiró y se acercó a Colin tomando asiento a su lado, dejó caer su cabeza en el hombro de su hermano con resignación.

—¿Quieres algo de cenar?—le preguntó.

—No realmente.

—Puedo cocinar lo que quieras, o puedo pedir algo si no quieres que cocinemos.

—No tengo mucha hambre.

—¿Estás bien?

—Sí, pero no tengo hambre. ¿Tú estás bien?—cerró sus ojos—. ¿A qué vino eso? De que si eras bonita...

—Son tonterías.

—Bueno, para mi sí eres bonita...

—Creo que lo que intentaba decir es que si era agradable para las personas.

—Claro, es que a veces, eres algo... Rígida—Britney suspiró, eso lo sabía y muy en el fondo quería escuchar la contrario—. Pero no por eso no eres agradable.

—¿Crees que...—se recompuso en su asiento, dudando si preguntarle a su hermano— Pueda parecerle agradable a Jay?

Colin volvió su atención a ella poniéndole pausa súbitamente al videojuego, le arqueó una ceja y recostó su brazo del sofá.

—¿Jay? ¿Por qué esa pregunta?—luego, Colin elevó sus cejas en sorpresa, abriendo su boca con lentitud buscando escaparse una sonrisa, Britney enrojeció y evadió su mirada decentemente, con elegancia y discreción—. ¿Jay te gusta? ¿Te gusta alguien? ¿A ti?

—¡No! Es sólo una pregunta, ustedes pasan tiempo juntos.

—Sí, somos algo parecido a amigos, ¿pero por qué tan específica si no te gusta Jay?

—¡Jay me agrada!—Colin río, sin creerle todavía a su hermana—. ¡No te rías, Colin! Quisiera que fuésemos amigos, es un buen chico, es todo, ¡por qué siempre malinterpretas las cosas!

—¿Y por qué te alteras si no te gusta Jay?—respondió proyectando sus labios en una mueca, sus ojos parpadearon con rapidez burlándose de su hermana.

—¿Cómo te soporto?

—¿Cómo te soporto yo a ti?—Britney se sentía avergonzada, pero algo de diversión permanecía en su mirada. Empujó a Colin de hombro.

—¿Sabrás si él y Meg están juntos?—Colin inició de nuevo su videojuego subiéndose de hombros en respuesta.

—Qué se yo. Son mejores amigos, o algo así.

—Entonces, estoy perdida...

—¿Por qué lo dices?

Britney suspiró pesadamente, deslizándose por el sofá hasta estar acostada en totalidad, apoyó su cabeza en sus manos recogiendo las piernas hasta su pecho. Cerró con suavidad sus ojos, escuchando los sonidos de disparos provenientes del televisor. Se sentía físicamente agotada, y aún tenía que estirar sus músculos y practicar sus fouettes antes de dormir. Por primera vez, no quería hacerlo. Quería dormir y sentirse en libertad de su firme horario que no se atrevía a dejarlo de seguir.

Colin comenzó a acariciar el cabello rubio de su hermana, siempre habían sido ellos dos. No tuvo a más nadie que cuidase de él, sino Britney. Era lo más cercano a una madre que tenía, se prometió cuidarla y obedecerla, así Britney fuese obstinante con la limpieza y el orden, o le exigiese tener buenas notas en la escuela, él lo haría. Porque la amaba más que todo y que nadie, él no se lo decía muy seguido, casi nunca o nunca recordaba haberle dicho a su hermana que la amaba, pero sí que lo hacía.

—Creo que sí podrías agradarle a Jay—dijo deteniendo el videojuego—. Podría hablarle de ti, si tú quieres, eres muy bonita y amable, Jay seguro ya lo sabe.

No obtuvo respuesta, Britney ya se encontraba dormida respirando pacíficamente. Colin sonrió a la imagen de su hermana y buscando un edredón de su habitación, la cubrió para que no sintiese frío. No quería despertarla para que caminase a su cama porque de seguro, estaría girando sobre sus zapatillas un par de horas más y quería que Britney descansara.

Jugó en silencio su videojuego, después ordenó un poco del departamento y se hizo un sándwich. La verdad, era que sí tenía bastante hambre, pero no quería que Britney se levantase de su lado. Esa noche buscó un edredón de más y durmió con su hermana en el sofá, el departamento no era tan gélido cuando su hermana estaba ahí, Britney era su familia, y Colin el más profundo amor de Britney.

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Andrea

Despertó sobresalta una vez más, un día más en el que todas su ideas eran sobre Gregor y esa terrible noche, Andrea estaba decidida a que esos acontecimientos no marcarían su vida porque era una mujer fuerte, pero a veces dudaba. Dudaba sobre ella misma, sobre sus decisiones del pasado y del futuro, sobre su propia vida...

Sus terapias estaban yendo bien, según su psicólogo. Sí que le estaban haciendo bien, pero todavía sentía ese insoportable peso que la arrastraba dejándola atrás de todo, como si viese la vida y tiempo pasar, y para lo único que estaría destinada sería a observar.

Su nuca se sintió húmeda del sudor, su pecho ardía con dolor y las lágrimas se hacían un camino hasta su barbilla, ya era un camino que conocían muy bien. Desde que había venido a vivir con Sarah, las cosas habían mejorado, pero no quería que Sarah tuviese que lidiar con sus ataques de pánico a mitad de la noche, Andrea estaba atenta a cada paso afuera, cada que alguien la tocaba sentía el impulso de correr en dirección contraria, pero se convenció de que tenía que superarlo.

¿Pero cómo superar haber visto al hombre que amaba bañado en su propia sangre? ¿Cómo superar que ese mismo hombre, era el dueño de tu tormento y agonía? Andrea no dejaba de hacerse interrogantes al respecto, Gregor jamás la amó y de eso logró convencerse, entendió que el amor no debía doler, y que nada de lo pasado había sido su culpa. Pero, todavía había rastros de pena en sus recuerdos y emociones, migas que debían ser barridas, ¿podría hacerlo sola?

Había personas que quisieron ayudarla, sus padres quisieron ayudarla. Se fue tan joven, no soportaba vivir en un hogar sumamente conservador que la reprimía de todo lo que era. En ese momento, veía a sus padres como su impedimento de alcanzar lo que deseaba, como un estorbo y una molestia con todos sus sermones, creencias. 

Ahora, recordaba a su madre como una mujer dulce y atenta, y a su padre como un hombre lleno de alegría. ¿Por qué no pudo verlo antes? Ellos le advirtieron a Andrea que Gregor no tenía un buen camino y ella lo tomó como pura palabrería, consideraba que ya había escuchado suficiente cuando Gregor la convenció de escapar, desde ese entonces, no veía a sus padres.

Ellos llamaron a su celular, y lo cambió. Le escribieron y nunca respondió. Llegaron a la puerta de su incipiente piso, y no les abrió. Sus padres hicieron lo que pudieron para recuperar a su única hija, a su Andrea que revivía plantas y salvaba pájaros que sin querer, se estropeaban un ala. Andrea era como uno de esos pájaros que cuidaba de niña, se sentía como ellos, quizás por eso le gustaba cuidarlos, creía y podía sentir como un ave lastimada, era silenciosa y con necesidad de ser atendido, pero con unas inmensas ganas de volar.

Andrea seguía creyendo  que podía sentirse como un ave, igual de silenciosa cuando estaba lastimada, con la misma necesidad de ser rescatado... Y con unas tremendas ganas de alzar su vuelo.

¿Qué quería? Andrea se preguntaba eso a menudo. Cuando Gregor sacó su monstruo interior, la bestia que siempre había sido y jamás mostrado, su vida se frustró. Creyó estar atrapada con ese hombre hasta el fin de sus días, que seguramente, la acabaría él y de eso temía cada hora que Gregor estaba borracho o drogado. 

Pero en este momento tenía una temerosa oportunidad, sentía egoístamente un alivio por la muerte de Gregor, algunos de su banda fueron alcanzados por la policía cuando confesó, y de eso, nada mintió. Andrea observaba un mundo peligroso del que se negaba a ser parte, prefería morir antes de formar parte de drogas, violaciones y negocios infernales.

No entendía cómo en algunas películas, de quien se enamoraba la protagonista era un mercenario. Andrea había vivido eso, de una forma leve y por suerte, había salido con vida. Con vida. Andrea estaba viva. Abrazó sus brazos y nuevamente, las lágrimas comenzaron a fluir. Esto no era una película. Había sido su vida, que se había vuelto un infierno. Y ella estaba con vida. Se imaginó cómo habría sido si no, tantas mujeres obligadas a poner lo más preciado que tienen en peligro por una fantasía, por palabras bonitas que conducían a un barranco del que si lograban salir, sería lastimadas.

Andrea, con un pisar trémulo y la luz de la luna entrando por la ventana, salió de su habitación. Sarah ya estaba durmiendo en la habitación del frente, vio la silueta de su amiga removerse, así que sin más, llegó al teléfono que colgaba de la pared.

Una mano temblorosa lo levantó, se mordió los labios y presionó los botones. ¿Serían los mismos después de tantos años? Presionó el último. ¿Esto valdría la pena? Un tono. ¿Pediría perdón y sanaría? Cuatro, cinco...

—¿Hola?—respondió una dulce voz tras la línea, se mordió el labio hasta que sintió sangre, sus lágrimas se balancearon en su barbilla hasta caer al suelo.

—Mamá...

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Eric

Acercó sus pasos a una mujer dormida sobre las frías sillas de la sala de espera, eran las tres de la mañana y todavía había movimiento en el hospital. Aunque su turno ya había acabado, decidió quedarse. Posicionó su cuerpo para agacharse al rostro de la mujer, tenía los labios entreabiertos y uno de sus brazos caía hasta sus dedos rozar el suelo. La movió de un hombro para hacerla despertar y darle la noticia de que su hijo, estaba bien.

Había operado un tumor cerebral de un chico de trece años, eran sólo él y su madre, nada más, luchando contra el cáncer. Wally le rogó al doctor que le prometiera que no iba a morir para no dejar sola a su pobre mamá, que se había sacrificado tanto para pagar sus tratamientos, y aunque hubo complicaciones, cumplió su promesa. Wally estaba vivo e iría con su mamá.

La parte más difícil de su carrera, era comunicarle a los familiares de los pacientes malas noticias, jamás se había acostumbrado a anunciar la muerte de sus pacientes, procuraba ir directo al grano, pero también ser sensible. Muchos de sus compañeros no decían más de tres palabras y se retiraban antes de escuchar los gritos y llantos para tomar café, eso también lo entendía. 

Preferían fingir que nada había pasado y que la vida no se les había escurrido de las manos, aunque él no podía. Así que se sentía en la obligación de salvar todas las vidas que podía, quedándose turnos extras hasta extenuantes horas, sin dormir, ni comer.

Eric no había querido ser doctor. No mintió a su hija cuando le confesó que deseó en algún punto de su vida ser nadador olímpico, deporte que practicó apasionadamente en la secundaria y universidad, ganó competencias, medallas y hasta una beca. Para su padre no era suficiente. Venía de una absurda herencia de carrera, todos debían ser doctores para continuar con un legado. Qué fácil había sido establecer y ejercer su carrera gracias a su apellido, su padre y abuelo habían sido reconocidos doctores, pero eso lo sintió como una maldición en aquel entonces.

No encontró pasión en la medicina, pero se propuso a que si era lo que debía hacer para enorgullecer a su padre, lo haría sin importar qué. Hasta que conoció a Miranda.

Miranda era una delicada mujer de cabello largo y mirada profunda, interesante y elegante, desde que la conoció, no pudo sacarla de su cabeza, estuvo decidido a conocerla, y aunque Miranda aparentaba el mismo interés, tenía otros propósitos. Se hicieron amigos, Miranda sintió un verdadero apoyo en Eric, tanto, que lo confundió con amor. Y ella jamás había recibido amor. Su padres eran ausentes y violentos, cuando se fue a la universidad y alquiló un piso para ella sola sintió la plena libertad hasta que sus padres de divorciaron y su papá vino a vivir con ella.

Parecía que jamás escaparía de ese infierno.

Hasta que Eric llegó a su vida. Esos momentos de felicidad fueron extintos con el aviso de un bebé, para uno de los dos.

Miranda terminó su carrera como psicólogo, después fue obligada a casarse. Ella no quería hacerlo. No tuvo opción. Jamás la había tenido. Así que tuvo que lidiar con tener algo que ella no había pedido, ni había tenido, una familia.

Miranda únicamente quería graduarse y mudarse a algún país muy lejano para empezar una nueva vida, estaba decidida incluso a cambiar su nombre. Pero sus sueños se hicieron sombra y en oscuridad volvió a caer, más y más profundo se sintió, y aunque su bebé llegó, nada cambió. Miranda era infinitamente infeliz.

Mientras que Eric sentía que la luz había llegado de nuevo a su vida con la risa de su pequeña hija. Sin embargo, vio como la vida se extinguía de los ojos de su esposa. Bastó con encontrarla desmayada y drogada para darse cuenta que Miranda jamás sería feliz a su lado, y cuando con el dolor de su espíritu le dijo que era libre de irse, Miranda se quedó. Eric nunca, ni antes ni ahora, había entendido esa decisión.

Él estaba dispuesto a cuidar de su hija, dejando a Miranda irse. Ella permaneció allí. Ejerció años después su carrera y derrochaba increíblemente el dinero de su salario y el de su marido. Eric lo aceptó, creyó que ello la haría feliz, pero tampoco fue así. Miranda era insaciable y cada vez más inestable.

Su hija había ido a verla, no entendía como Meg podía a amar a alguien que sólo le había otorgado sufrimiento a su vida. Aunqueél también seguía amando a Miranda, y de una forma absurda y esperanzadora. Decidido a visitarla, al día siguiente, se tomó un día libre después de cinco años para ir a ver a su esposa con el corazón saliéndose de su pecho de los nervios. Temía una mala noticia como las que él estaba obligado a dar, Miranda ya había estado cerca de la muerte antes y nada más por milagros se salvó.

Miranda estaba irreconocible, esa mujer que jamás se despeinaba estaba ahí tan delgada como una astilla y con la espalda encorvada mirando al exterior como un animal que anhela la libertad. Su corazón se astilló, pero prefería vivir con esa culpa que con el peso de su muerte. Quería creer que Miranda podría recuperarse y tener una vida normal. Sin embargo, muy en el fondo sabía que la probabilidad de que eso pasara era casi nula.

Eric se volvió a su lado, observando los árboles del sanatorio moverse con el viento. Miranda estaba a una respiración, pero no de movió, ni siquiera cuando el sol iluminó fuertemente su rostro. Quería mantenerse sereno, pero se retorcía los dedos detrás de su espaldas a la espera de alguna respuesta celestial que le indicara qué decir o hacer.

—Meg vino...—no obtuvo respuesta, ni un ápice de atención— Ella deseaba verte desde hace tiempo. ¿Cómo estás?

Pero todavía no pasó nada. Miranda se dignaba a mantener su mirada al frente.

—Quisiera saber si estás bien aquí o...

—¿Cuándo podré salir de aquí?—le interrumpió, Eric guardó su respuesta porque sabía que Miranda jamás podría entenderlo, ella no los amaba y entender la profundidad del deseo que se mantuviese con vida era remota—. ¿Cuándo voy a salir?—repitió.

—¿No te sientes cómoda aquí? ¿Te han tratado mal?

—No intentes ser amable conmigo y dime cuándo me podré ir.

—Cuando estés mejor—Miranda río suavemente, había algo de tristeza en su mirada.

—Eso jamás va a pasar.

—¿Por qué dices eso?—esos ojos que amó y ama, se regresaron a los suyos. Su hija sin duda se parecía a su madre y al notar esto, sus ojos se humedecieron, pero se encargó de no hacerlo notar.

—Tú bien lo sabes. Yo jamás podré ser feliz.

—¿Entonces por qué no te fuiste? Eras libre, Miranda. Siempre fuiste libre. No tenías que quedarte, Meg podía estar conmigo.

—Tampoco entenderías eso.

—No intentes justificar las cosas. ¿Para qué necesitabas el dinero?—Miranda bajó su mirada y la dirigió de nuevo al frente—. Esa mierda no la necesitabas, arruinaste tu vida...

—¡Tú jamás entenderías eso! ¡Tu vida fue privilegiada! Naciste teniendo todo lo que yo no tuve...

—Lo tenías, Miranda. Pudiste tenerlo con nosotros. Lo tenías todo para ser feliz.

—¡Qué sabes tú! ¿Acaso tu padre te violó? ¿Tuviste que vivir en la miseria, sin dinero, cambiando tu cuerpo para poder vivir? ¿Tu madre te golpeaba hasta dejarte inconsciente? ¡Tú jamás lo entenderías!

Fue como un balde de agua fría. Nunca había escuchado a Miranda decir eso con tanto dolor. Eric y Miranda habían sido primero amigos, y aunque sabía medianamente de su situación e intentaba ayudarle, sus palabras nunca habían sido tan crudas.

—¿Por qué odias tanto a Meg?—la mirada de Miranda se volvió brillosa, más entristecida y derrotada. Abrazó sus brazos y se veía buscar una respuesta con los labios entreabiertos—. ¿Cuándo empezaste a odiarme tanto a mi?

—No los odio...—había llegado el turno de reír de Eric, ahora sentía la rabia hormiguear en sus manos.

—¿Tienes idea de cuánto ha sufrido nuestra hija por ti? ¿En el pasado y ahora?

—La hice fuerte.

—¿A qué costo? Ella ha creído toda su vida que la odias, Meg está en donde está porque trató de enorgullecerte a ti.

—Con la medicina tendría un futuro asegurado y no tendría que depender de nadie, como yo tuve que hacerlo.

—Para mi nunca fuiste una carga. Yo quería cuidar de ti.

—Y por eso no podía irme, Eric. Te dije que jamás podrías entender esto.

—Entonces, hazme entender—cuando regresó a su esposa, observó que de sus ojos caían lágrimas hasta deslizarse por su barbilla. Relajó su expresión y las limpió con sus pulgares, uniendo sus frentes, suspiró con sus párpados cayendo sobre sus ojos. Miranda tenia tantos años sin llorar que la acción le resultó en alivio—. Permíteme entenderte y yo te escucharé, nada ha cambiado, Miranda, yo te amo con todo lo que conlleva amarte... Quédate aquí unos meses más, sana y podrás irte a donde quieras. Te daré lo que necesites para irte.

—¿Y cómo? Ya yo no puedo.

—Sí puedes... Permíteme hacer esto por ti. No te encerré aquí, necesito que estés aquí para asegurar tu vida, ¿puedes entender eso?—tardó unos instantes, pero asintió. Había algo que hacía grietas en esa coraza que tenía puesta, sentía que sus terapias quizás estaban siendo buenas para ella, finalmente había rozado la paz, no del todo, sólo había sido su esencia, pero era suficiente para querer mantenerse con vida.





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¡Hola! Espero que estén teniendo una feliz navidad, se les quiere.

Honestamente, estos días han sido duros y por eso se me había olvidado actualizar, esperen los siguientes capítulos pronto, el final está más cerca de lo que creen. Gracias por todo su amor.

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