69. Meg
Hay veces, en que desearía ser agua.
El agua de la playa de Ciudad Solar era tan cristalina, tan pura. Sólo una vez estando sola, me atreví a meter los pies en la orilla y observé como algunos peces ondeaban mis dedos y tobillos. El agua tiene tantas formas, es tan... adaptable al cambio.
Si se vierte en un jarrón, se desliza con suavidad. Si la congelas, se hace hielo. El agua se hace cascadas, ríos. Se hace mares repletos de vida. Quisiera ser agua porque, se seca o se escapa entre los dedos.
Quisiera ser agua para escapar entre las rendijas de mis pesadillas, entre las grietas de mi dolor para no poder sentirlo. Porque sí, siento como agonizo mientras los músculos de mis piernas arden por el esfuerzo.
Algunos me lanzan miradas curiosas, otro se quejan cuando paso a su lado sin ningún cuidado, sin escuchar nada más que el sonido ahogado de mi respiración e intentando enfocar mi vista en medio de las lágrimas que humedecen mi rostro, que me dejan sin poder respirar porque sí... El dolor de un corazón roto puede ahogar tanto como el agua.
Simplemente, no puedo detenerme por más que mi cuerpo me suplique que pare, que uno de mis tobillos empiece a doler por el impacto constante de mis pies. El aliento sale blanco de mis labios, siento que la punta de mis dedos empiezan a congelarse, pero morir sería más sencillo en comparación a lo que estoy sintiendo ahora, sería más fácil esfumarse de la existencia que vivir el dolor de mi corazón haciéndose pedazos con grietas tan profundas, que sólo podrían sanar regresando el tiempo.
Tiempo...
Fue todo lo que tuve, un poco de tiempo para compensar el resto de mis heridas y, conocer que siempre pueden herirte más, que pueden ahogarte más. Como agua en los pulmones, como ver la esperanza ser consumida.
18 horas antes...
Me desperté temprano. Todavía Bianca no había despertado, seguía dormida junto a mí con un brazo sobre sus ojos. La luz naranja del sol iluminó tiernamente la habitación, haciéndola cálida. Estuve mirando esa ventana durante la noche, logré pegar las pestañas de a ratos, tuve pesadillas. No demasiado dramáticas. No demasiado realistas. Sólo, pesadillas.
Estuve mirando esa ventana porque la vista era muy distinta de la habitación de Jay en el departamento. De nuestra habitación. Aunque es el mismo sol y la misma ciudad, no se siente igual. No desperté con su brazo alrededor de mí cintura, o sus dedos vagando por mi espalda. Tampoco con sus labios haciendo un camino de besos por mi nuca, llegando a mi cuello y hombros.
No me encontré con esos ojos verde olivo, ni con esa sonrisa cálida y gentil que había visto en una persona en el mundo, y era él.
Él.
Suspiré. La mención siquiera de su nombre es increíblemente dolorosa, por lo que termino por levantarme e ir directo al baño. Una rutina. Sólo que en una situación distinta que pido no sea permanente mientras cepillo mis dientes.
Mis pies descalzos tocan la baldosa fría. Hoy no cae nieve, parece un día común. Mi vestido está en la maleta, que podría atreverme a decir que me sigue con ojos fantasmas a donde voy, incluso la siento cuando me siento a desayunar con Bianca. Pero sé que no es la maleta lo que me sigue, sino su voz atrapada en mi subconsciente pidiendo que regrese.
—¿Meg?
—Sí—dejo mi taza en la mesa.
—Estuviste así dos minutos—ríe, pero sus cejas se unen y recoge casualmente mi plato vacío—. ¿Mucha presión?
Bufo.
—Ni te imaginas. Cada vez que pienso en ese momento, quiero vomitar o correr.
—¿Tan mal te parece tocar en público?
—No, no es eso es que... No quiero arruinarlo porque dejaría en ridículo a personas importantes...
Como Sofia, que metió sus manos al fuego por mí y por mi talento. Sofia cree en mí, y mi papá quiere verme. Necesito hacer esto por la única razón de que esas personas confían en mi potencial.
—Te diría que entiendo pero, no entiendo—sonríe. Se sienta entrelazando sus dedos bajo su barbilla—. No me cuentes, no importa. Ya nada más, olvídalo y concentrémonos en ponerte bonita.
Dibujo con mi dedo el borde la taza mirando con distracción la cerámica blanca del asa. Bianca chasquea sus dedos frente a mí.
—Ya deja de hacer eso, qué masoquista eres.
Me suavizo en una sonrisa melancólica, después, me tallo los ojos y palmeo mi rostro dos veces para asentir.
Bianca suspira, toma mis manos.
—Está bien si no quieres estar bien. Si quieres llorar, mejor ahora. Si quieres gritar, vamos a gritar juntas. No te tortures, no es justo para ti...
Siento mis ojos humedecerse, pero asiento con agradecimiento sincero. Ya debo... parar.
El ensayo general se convirtió en una campo de batalla. Todos estaban tan tensos, hasta Sarah se veía un poco azul, ellos tenían ensayando un mes para esto, yo había llegado aquí como una intrusa.
Pero, toqué. Nadie aplaudió o dijo nada, Sofia asintió y yo me resumí a sentarme y ocultarme detrás de mí bufanda para poder dormir y evitar el recuerdo de Jay diciéndome te amo, o sus manos acariciándome. No he podido casi respirar desde que volví a escuchar su voz. Esto me está enfermando.
Hoy existe el mismo ambiente que ayer. Tenso. Yo nada más quiero ir al departamento, no quiero estar en este témpano en el que todos están midiendo valor. Cada especialidad tendrá su sala. Este es el auditorio de música, decorado simplemente con una espesa cinta dorada cayendo con suavidad desde el escenario y guirnaldas navideñas exclusivamente con luces blancas y nieve falsa. La mesa del jurado es igual, misma temática, ¿para qué esforzarse en quienes ya tienen renombre por sí solos? Bridge es prestigiosa para quien lo logra, es lo que dicen la mayoría de estudiantes.
Todos tienen la misma meta, y varían las oportunidades. Unas ofertas son mejores que otras, pero no todos están destinados a llegar a la cima. Me paseo por Bridge mientras toca un chico el chello, tan silencioso y demandante a la vez. Mis pies me llevan al salón donde practican las bailarinas, no es el mismo lugar en donde me encontré a Britney la última vez, es un salón mucho más amplio de ventanas altas, la música de un piano me es conocida y asomo nada más mi cabeza con otras tres personas que se dedican a ver el ensayo.
Una mujer apoyada de la barra de ballet, marca el paso con un bastón. Su rostro arrugado y poco complacido. Repentinamente deja caer el bastón con fuerza hacia una bailarina, la música se detiene y los murmullos quedan en vacío. La delgada bailarina retrocede con la respiración agitada y sus manos recogidas con temor hacia su cuerpo. La que considero debe ser la maestra, la misma mujer que lanzó el bastón en su dirección, hace una pausa que bien podría haberse convertido a ella misma en la muerte, enfrentando a los ojos a un espíritu danzarín.
—¿Qué acabas de hacer?—dice con su voz firme, hasta hace que yo sienta temor—. ¿Eres estúpida o no sabes hablar?
—Yo... Lo estaba haciendo bien.
—¿Bien? ¿Aquí quién lo hace bien?
Nadie responde. Todos se miran a las caras, o a sus zapatillas.
—Si no puedes entender la belleza de lo perfecto, y te conformas con un bien—hace comillas—, serás la misma fracasada que eres ahora.
La bailarina no tiene ninguna expresión en su rostro, pero veo sus dedos retorcerse detrás de su espalda. Mantiene su postura firme y sus pies delicadamente cruzados.
—Desde el inicio... Todo.
—Mádame, nos dieron sólo una hora para ensayar—interrumpe en voz baja un estudiante. La mujer lo enfrenta con la mirada y él no dice nada más.
—A mí no me importa. Todo. Desde el inicio.
La maestra toma su bastón del suelo, pero se acerca a la ventana y enciende un cigarro. La música vuelve a sonar y todos parecen repentinamente alegres cuando empieza la actuación, aunque tensos. En el rostro de la bailarina se ve el dolor cuando dirige su camino hacia la puerta, tensando la piel de su frente con sus dedos en señal de frustración.
—Lo hiciste bien...—intento decirle.
—¿Te pregunté?—murmura. Avergonzada me sonrojo, y las risas de los bailarines espectadores desde la puerta no tarda en llegar.
Con eso último, me retiro a paso firme sin bajar mi mirada, aunque mi sonrojo no disminuye. Sé a dónde me dirijo, quiero estar sola. Mientras los demás terminan de pulir los diminutos detalles de su pieza en la sala principal, me voy al estudio que ahora, está solo e iluminado por la luz invernal que traspasa la ventana.
Tan sólo suspiro, quitándome el bolso de la espalda para quedarme frente al piano, intentando recordar cuándo fue que perdí está emoción por tocar en público, esa adictiva sensación de piel erizada antes de subir al escenario. El piano no lo siento como un viejo amigo, sino como un violento tutor. Como la maestra de ballet hace un rato...
Sin embargo, decido tocar y cerrar mis ojos. Intentado no pensar en nada a más que en mis dedos sobre las teclas como el pincel a la pintura y...
Esa comparación hace que repentinamente, me detenga.
—Lo estabas haciendo bien.
Me regreso con violencia al no reconocer la voz, pero me consigo con el mismo hombre de hace unos días atrás. El señor Walter, quien arregla las goteras y conoce a todos en Bridge. Su bigote espeso le hace sombra en sus labios, pero se ve amable. Su piel blanca y sus ojos claros, sonríe con suavidad mientras saca el cepillo de barrer y empieza con casualidad.
—No, es... Un desastre.
Bufa con una risa, pero no parece otra cosa que una risa de entendimiento.
—Siempre se llega un punto en la vida en el que todo es un desastre, es normal—se sube de hombros deteniéndose un momento, como si recordase esas palabras, pero continúa—. Si no tienes malos momentos o errores, no estás viviendo.
—¿No cree que sería más sencillo en ocasiones... rendirse?
—¡Claro que sí! Cuántas veces no he querido rendirme...
—¿Pero?
—Pero—enfatiza—, si me rindo... Ellos ganan.
Frunzo las cejas dándome la vuelta en la banca mientras le sigo con la mirada cuando se mueve a través de la sala con el cepillo.
—¿Quiénes?
—Los miedos—responde casi con obviedad—. Prefiero ganarles yo—ríe.
Me atrevo a sonreír un poco.
—Me recuerdas un poco a mi hija.
—¿Dónde está ella?—me mira pero, no responde. Asiente y entiendo con ese movimiento. Claro, dos estupideces cometidas en menos de una hora—. Oh... Entiendo. Lo siento mucho...
—Ella era como tú. Siempre estaba dudando de sí, se preocupaba demasiado—ríe negando con la cabeza—. Ella estaba hecho de otro material, el día no había terminado, pero ella ya estaba pensando en qué haría a la siguiente semana.
—Se esforzaba mucho, ¿verdad?
—Más de lo que puedo decirte—se apoya de la escoba—. De nada le sirvió cuando murió en medio de un robo en una tienda. De todos en el mundo, ¿verdad?—sin saber qué decir o hacer, me quedo con la mirada fija en su historia—. Tomé este empleo por ella, para ayudar a pagar esta universidad y pudiese ser... Para lo que estaba destinada. Me quedé aquí porque arreglar goteras era mejor que vivir con el dolor de no tenerla. Además, descubrí que tengo influencia entre los jóvenes—bromea, río—. ¡Es cierto!
—No lo pongo en duda—respondo, entrecierra los ojos e inclina su cuerpo hacia adelante, como buscando decir un secreto desde su bigote.
—¿No crees que ese piano espera por ti? ¿De qué te vale preocuparte? No vas a disfrutarlo y después, vas a vivir arrepentida por ello.
—No es tan sencillo—casi susurro.
—Estás preparada para esto—barre de nuevo—, ¿para qué molestarse si ya tus dedos están conscientes del piano?
—¿Tocó usted alguna vez?—se sube un hombro.
—Me gustaba. Mi madre me enseñó y después, yo le enseñé a mi hija—hace una pausa—. ¿Por qué no quieres tocar? Ese es el rostro de una persona que no está disfrutando lo que hace.
—Porque... Tengo miedo.
Bufa.
—No. De verdad, ¿por qué no quieres?
Ahora soy yo quien hace una pausa mirando mis dedos y manos, he vivido de esta sensación toda la vida. Cuando estuve triste, era la música quien estuvo conmigo. Cuando estaba feliz, también. Fue ella quien me salvó de perderme, y me continua salvando. Entonces, ¿por qué no quiero tocar?
—Porque no quiero decepcionar a nadie.
—¿Segura?—me muerdo el interior de la mejilla.
—Y porque me aterra no sentir lo mismo si empiezo a tocar.
—Nosotros los músicos, vivimos de música—dice con simplicidad, como si tuviese sus palabras ensayadas—. Estamos conectados con ella con algo más allá de lo físico, del contacto con el instrumento. La música está aquí—se toca el pecho—. Y si sientes que ya no puedes seguir por temor, vas a morir un poco todos los días. Sentí que me ahogaba cuando murió mi hija, y la música fue la que me dio consuelo. Así que, toca.
Algo en sus ojos, aunque azules, me hace recordar esa dulce mirada verdusca que me quita un poco la respiración por la sinceridad que transmite, su sonrisa tranquila y humilde. Walter me señala el piano con la mano y me pide que toque, y con la imaginen de sus ojos en mi cabeza, deslizo mi dedos por el piano hasta morir mis angustias.
.
.
La tarde cae, la ciudad está tan pacífica. Incluso el cielo se llena de un bello color naranja que hace que me quede apreciándolo unos momentos en la entrada después de agradecerle a Walter por su ayuda, y mientras observo el hermoso color del cielo, me doy cuenta que he recibido ayuda sin pedirla de personas inesperadas. Walter. Oliver, el taxista. En el mundo, siempre habrán personas dispuestas a ayudar, por más mal que las cosas puedan estar...
Puedo llegar a sentir un poco de esperanza ahora. Estoy aterrada y, triste. Nada más pienso en Jay y en que no estará conmigo en la gala, quisiera entenderlo y restarle importancia pero, mi corazón palpita a pulso lento cada vez que un escalofrío recorre mi cuerpo al recordar su voz o la sensación de su mano entrelazándose con la mía. Mientras camino, estiro mis dedos en busca de borrar la línea que siento me conecta a él desde acá.
Pero, sé que eso es imposible.
Tan imposible como sentirme cómoda con las ideas sobre esa gala. Intento pensar en que lo haré por papá, para que mamá pueda verme por primera vez tocar de verdad, pero nada más. No llega otro indicio de positivismo, si Jay estuviese aquí...
Pero no. Basta.
Debo concentrarme.
La música en mis audífonos duele en mis oídos, pero no bajo el volumen. Ni siquiera cuando Gemma me dice algo mientras sube mi mirada para maquillar mis párpados. Termina por levantar mi rostro desde mi barbilla y negar con la cabeza, girando los ojos con fastidio.
—Meg—me quito un audífono para concentrarme en sus palabras—. No has respondido ni una sola pregunta o palabra desde que llegué. ¿Comiste algo?
—No ha querido comer nada—responde Bianca desde su cama, escribiendo un mensaje de su teléfono—. Le dije que va a desmayarse y ahí, sí será en un chiste en la gala.
—Estoy bien, y sí comí—respondo con voz ronca, hace mucho rato que no hablo—. Es nada más... Estoy nerviosa.
—¿Sólo eso?—pregunta Gemma después de unos segundos, mantiene sus dedos bajo mi barbilla.
Decido respirar con discreción mientras pienso mis palabras. No quiero que vean que ahora, estoy sintiéndome de patada y que cada vez que recuerdo su voz, mis ojos se nublan. Así que abro los labios primero y guardo mis nervios al ver un destello de curiosidad en los ojos grises de Gemma.
—Sólo eso—digo con lo creo es seguridad—. Estoy nerviosa. No quiero equivocarme, no practiqué suficiente.
—Sí practicaste suficiente, qué exigente son los músicos.
—Bueno, no es como si nuestro arte fuese una banana y cinta adhesiva sobre la pared—bromea Bianca, pero Gemma sonríe nada más y arquea una ceja—. Nosotros somos más... Complejos, de cierta manera. La música tiende a ser ordenada.
—No es como si la pintura no tuviese reglas—refuta Gemma sin mirarla mientras pinta mis labios—. Perspectiva, uso de luz, no es sólo una mancha sobre el lienzo...
—Sigo prefiriendo la música...—se sube de hombros cuando se sienta en su cama con una expresión que sólo la aligera una sonrisa de labios partidos.
Gemma le observa unos instantes mientras termina con mi cabello, que es cuando retiro mis audífonos y me permito respirar cuando el ambiente se aligera. Me veo en el espejo de la peinadora de Bianca y, no podría ser más diferente de la última vez.
Aún no uso mi vestido, pero puedo imaginarme con él. El cabello me corre de un lado mientras del otro, se sostiene de un complejo enroscado unido a mi cabeza con ganchos negros y unos con bisutería brillante. No uso aretes, pero una bella gargantilla brillante ayuda a resaltar el maquillaje ligero que me hizo Gemma, labios suaves y sombras claras que abren mi mirada.
Puedo llegar a sentirme hermosa cuando me detallo, también me siento distinta. Es como si lo que soy ahora se hubiese convertido en algo más fuerte, pero no como el metal. Mi vestido rojo de la cena era como el fuego, un dragón envuelto en llamas. Ahora, es como si le hubiese ordenado a una estrella y ésta, haya bajado para adornarme. O es lo que se me ocurre mientras Bianca me ayuda a subirlo por mi espalda.
Me enderezo, aliso la tela por mi abdomen. Gemma me aplica un perfume escarchado que hace brillar la piel de mi cuello y hombros descubiertos. Casi no puedo creer que soy yo cuando terminan. Esto es, demasiado. Pero debo admitir que hasta una sonrisa se pasa por mi labios cuando me alejo para observar cómo cae la tela hasta mis tobillos, dejando ver los delicados tacones blancos igual de escarchados.
—¿No te gusta?—pregunta Gemma.
—¿Qué? Está hermoso. Gracias, Gemma—le digo con sinceridad. Sujeta mis manos.
—Lo harás increíble. No tengas miedo, eres muy talentosa.
Sonrío, veo a Bianca que de reojo también empieza a vestirse.
—Bueno, debo irme. Mañana iré a visitar a mi abuela—comenta Gemma mientras guarda en su estuche sus brochas y maquillaje.
Nos deja a mí y a Bianca, y mientras me observo en el espejo, toco mi cuello en busca de esa tirita de cuero atada a una conchita de mar blanca. Antes de que Gemma se vaya, salgo a paso rápido a la sala donde la encuentro ya abriendo la puerta.
—Gemma.
—¿Sí?—se detiene con su maletín en mano, sosteniendo la perilla con la mitad de su cuerpo fuera del departamento.
—¿Recuerdas... mi collar? El que me quité el día de la cena.
—Claro. ¿Qué pasa con él?
—¿Te lo llevaste por equivocación? Es que no lo encuentro desde esa vez—digo con rapidez. Sus cejas se unen en confusión.
—No, Meg. No que recuerde. Se lo entregué a Jay antes de irme.
—Oh—mi esperanza de encontrarlo se espanta—. Jay tampoco lo tiene.
—Bueno, revisaré entre mis cosas. Si lo encuentro, lo traeré, ¿está bien?
Asiento, no digo nada más. Gemma sonríe y antes de cerrar la puerta detrás de sí, se voltea y clava su mirada gris en mí.
—Deberías hablar con Jay, por cierto.
De nuevo asiento, pero con un agrio sabor. Enredo mis brazos en mi pecho, apartando la mirada y mordiendo el interior de mi mejilla.
—Nos vemos después—se despide.
Escucho el caminar de Bianca por el pasillo, con su vestido aireado azul claro y descalza. Se detiene junto a mí, y cuando pienso que dirá algo, nada más toma mi brazo y apoya su cabeza en mi hombro.
—Tranquila. Todo irá bien.
Dice. Y algo en mi quiere creer que así será.
.
.
.
Jay.
Lanzo los brazos sobre la cama después de resoplar y quedar con la mirada fija al techo ahora con las mismas estrellas que estaban en mi habitación de Ciudad Solar. Meg me iba a ayudar a ponerlas, pero la soledad ha sido inaguantable así que estuve buscando excusas para no tener que sentarme a pensar o tentado a escribir o llamar.
He intentado resistirme a buscarla y pedir que regrese para ofrecerle su espacio. Me he sentido tan molesto, tan frustrado. Ya no sé con quién, o por qué. No he hecho otra cosa que estar aquí, con Pequeñito. Que ahora camina por la cama y me lame la mejilla agitando su cola para después, esconderse a un costado de mis costillas. El pobre perro se convirtió en mi compañero todos estos días, ha madrugado, comido y dormido junto a mí. Siento que en cualquier momento, preguntará en dónde está Meg.
Y yo no podría darle esa respuesta porque, no sé en dónde está.
Hoy finalmente, es el día de la gala. El traje cuelga fuera de mi armario igual que los zapatos en el suelo bien lustrados. Tuve que cortar mi cabello, Britney insistió. Recibo un mensaje de su parte diciendo que pasará por mí a las siete y media con Raphael, y nada más siento una presión en el pecho. Ahora estaría con Meg seguro con un traje barato, pero no podría importarme menos de ser así.
Mamá llamó, preguntó por ella, igual que Alissa y Aaron. Mamá ya le puso fecha a su boda, y está empezando a planificarla. Eso es lo que pude escuchar mientras veía la taza de reno de Meg junto al fregador, y después, los imanes que compró para la nevera. Crucé mi mirada a la sala y ahí estaba el estuche de su guitarra.
Me asfixió que estuviese en donde volteara. Aplastante, por la única razón de su ausencia. No dejo de culparme, de molestarme.
Y mientras estoy aquí mirando al techo sintiendo el peso de mi culpa y enojo, decido que ninguno es el culpable.
Ninguno es culpable de lo que ha vivido, o de sentir lo que siente. Quizás, yo no quiero rendirme. Pero no puedo culpar u obligar a Meg a estar junto a mi si ya no quiere. Sí, esa idea termina por consumirme, hasta detengo mi respiración.
Cierro mis ojos, suspiro. Es diferente de la vez que estuvimos en Ciudad Solar días antes de nuestro vuelo. Ahí, apenas si tenía una idea de lo que ella sentía por mí, pero ahora, sé que ella no miente y cuando me dice te amo...
Si Meg me ama entonces, eso es suficiente.
Pero, si no quiere estar conmigo, tendré que vivir con esto y aprender a vivir estando lejos.
Y si eso es lo que ella quiere, me dolerá y romperá.
Pero, aprenderé.
Lo peor de todo esto, de todo lo que nos ha llevado a este momento es que, no tengo forma de saber si es así, si ese es su deseo. Hemos estado tan ligados a nuestra cotidianidad que olvidamos que debíamos hablar...
Y ahora quizás, es muy tarde.
Así, empiezo a abotonar mi traje. Y cuando Britney llega por mí, le sonrío sabiendo que estoy siendo hipócrita conmigo mismo porque, sé que no podría sonreírle igual a otra persona que no sea la chica de cabellos negros que ha puesto pies arriba mi mundo entero con su música y sonrisa...
Meg.
—Bueno, ¿qué dices? ¿Estamos bien?—comenta Bianca sujetando mi brazo.
—Estamos bien—asiento sonriendo de verdad.
—Mírate, de verdad que te ves espléndida. No eres la misma que va a Bridge con lentes oscuros y bufanda toda la semana—bufo—. Dudo que lleguen a reconocerte cuando te vean.
Le doy un codazo amistoso, y así, nos subimos al taxi para llegar a Bridge. Le entrego su entrada a Bianca de mi bolso de mano, la chaqueta me cubre el cuello y brazos, pero ya mis mejillas están rojas, al igual que mi nariz. No cae nieve, pero hace frío como para entumecer mis manos aún dentro de mis guantes, hago unos breves estiramientos mientras llegamos. Para calentar mis dedos, y para calmar mis nervios.
Siento un peso en el estómago cuando llegamos a la entrada, no es la misma de esta mañana. Podría ser similar a un sueño en donde soy la estrella de una película porque, se ilumina con tantas luces y cámaras que ahogo mi respiración cuando el taxi se detiene.
—¡Te dije que era increíble!—no respondo. Me pego al asiento—. Meg.
—No. Olvídalo.
—Son unas cámaras, nada malo va a ocurrirte—ríe, sujeta mi mano—. Vamos. Estarás bien.
Mi espalda se tensa y mis piernas se tambalean cuando empezamos caminar mientras el taxi chirría sus ruedas, casi lo comparo con un escape. Casi suplico que regrese. Pero ya Bianca me guía desde la espalda para caminar sintiendo a la vez que mi rostro se contrae con terror. Bridge está hermoso decorado con enormes guirnaldas navideñas y telas de colores dorado y rojo, invitados entran o se detienen a tomarse fotografías e incluso, a responder preguntas de reporteros que esperan afuera para cubrir el evento, esto es... demasiado.
No conocía del alcance de este evento. No sabía que era así de importante hasta ahora, no le había tomado la suficiente importancia quizás a estudiar en Bridge, hasta ahora. Y por eso, respiro profundamente cuando me acerco al primer escalón para subir hasta las puertas abiertas de par en par. Capto un par de miradas sobre mí, pero mantengo mi vista al frente, no puedo sonreír, pero decido que tengo que salir victoriosa de esto, así mi corazón este fundido en temor.
Y mi corazón también palpita con velocidad, sobre todo cuando veo a Jay conversando con otra persona dentro de Bridge, donde aguardan los invitados a pasar a las salas, esperando por el inicio del acto. Y sí. Nuestras miradas se encuentran, puedo sentir como casi no respiro porque se ve espléndido con ese traje negro, camisa blanca y corbata negra. Su cabello ahora corto, no lleva sus lentes, pero noto que un reloj cubre su muñeca cuando se acomoda el botón de su saco.
El mundo se detiene por segundos, pero ninguno da un paso en camino al otro. Sus preciosos ojos verdes me atrapan y me consumen hasta humedecer los míos, pero no me permito soltar ni una lágrima porque me esfuerzo en sostenerle la mirada.
Jay.
Sonrío con esfuerzo a la persona con quien mantengo una conversación mientras esperamos que den paso a las salas, no conozco a nadie aquí, pero no es eso lo que hace que me sienta solo, sino la sensación de mi mano en busca de sostener a alguien que no está aquí... Por ahora.
Estiro mis dedos, como intentando apartar ese incómodo rastro de recuerdo que siento como me une a alguien más, como si estuviese atado a algo vivido en pasado mucho más profundo de lo que yo siquiera puedo explicar o pensar, no podría describirlo... Hasta que me encuentro con su mirada negruzca observando.
Sus labios rosados se entreabren como si estuviese sorprendida de encontrarme aquí, pero no lo suficiente, porque su expresión se mantiene relajada a pesar de su espalda tensa. Su cuerpo parece suavemente tallado con ese vestido, deja sus hombros delicadamente descubiertos y cae por su cintura, caderas y piernas que parecen interminables. No puedo dejar de verla, y se me corta la respiración, me hipnotiza cómo cae su cabello a un lado de su cuerpo mientras despeja el otro lado de su rostro.
Sus manos se cierran detrás de ella sabiendo que la observo, sabe que no podría estar más hipnotizado de su reflejo porque me sostiene la mirada, pero sin transmitir nada. Como si tratara de una pintura, etérea. Las luces cuelgan del techo y deja a su estela un camino dorado que lo ilumina todo, hasta la sonrisa partida nostálgica que termina por ofrecerme mientras se encamina a su sala, en donde será el concierto de música.
No camino hacia a ella, pero no me impide seguirla con la mirada, en cómo se desliza esa tela brillante por su cuerpo haciéndole ver con la espuma de la playa en la mañana dorada. Su imagen se queda en mi cabeza y huesos, incluso después de subir las escaleras hasta el auditorio donde bailará Britney.
No pasa mucho tiempo, o no sé si sigo pensando en esa sonrisa delgada, sin dientes o emoción más que la nostalgia. Se me queda debajo de piel esa mirada después de días imaginándola. Esperándola. Y sólo el inicio de la música hace que salga de mis pensamientos.
Los bailarines mueven sus pies con gracia, sonríen, actúan mientras bailan. No lo disfruto, me quedo apoyando mi codo sobre el brazo del asiento tocando mis labios con mis dedos, masajeando mi cuello cuando siento suficiente tensión. Remuevo un pie, después mi pierna. Y así, cuarenta minutos estando incómodo, pensando en esos dedos largos y blancos sobre las teclas y no en zapatillas.
Me muevo incómodo cuando mi celular suena en mi bolsillo, se dijo al inicio que estaba prohibido, pero no pudo importarme menos cuando vi el nombre de Bianca anunciando su mensaje...
—Está a punto de salir.
Lleno mi pecho con aire tenso observando el mensaje con más atención de la debida. Miro al escenario, y todavía no ha salido Britney. Miro hacia la puerta.
Sé quién me espera más allá de esa puerta.
Y por eso, me levanto caminando de lado hasta llegar ahí. Hasta alcanzar la siguiente sala corriendo por Bridge como nunca antes. No toco las puertas, las abro con suavidad notando que no está tan lleno como esperaba, pero cinco jueces esperan por el acto frente al escenario y hay un silencio y oscuridad que me recorre el cuerpo como escalofrío, se intensifica más cuando la veo salir en su vestido de estrellas blancas.
Su rostro es como piedra, pero sé que está nerviosa por como camina. Está tan derecha que podría aparentar ser más alta y su barbilla alzada sería de la realeza, no voltea a ver al jurado ni al público, mantiene su caminar hasta llegar al piano en medio del escenario. Yo doy unos pasos hacia un asiento vacío en los últimos puestos cerca de la puerta, me siento ahí hipnotizado por cómo luce y lo espléndida que es.
https://youtu.be/bMipey2Q4hE
Pero cuando empieza, mi corazón se arruga.
Comienza con suavidad, sus dedos moviéndose como si acariciara el piano. Como sintiéndose muy triste.. Pero después, es una tormenta. Es un tornado. Algo en la sala cambia, puedo sentirlo. Hace más silencio, demasiado tenso pero a la vez, apacible. Como si todas las emociones que existen, el piano las cantara. Pero sé que no es el piano. Es Meg.
Me deja sin respirar, e incluso, sin moverme. Porque he escuchado cómo toca Meg, la he visto frustrarse, llorar, practicar una y otra vez. Y aquí puedo ver el fruto de eso y más, aquí desahoga su dolor. Desde donde estoy, veo que cierra sus ojos, se mueve ignorando al jurado. Irreverente como es ella, libre.
Sus dedos más rápido, su rostro embargado de emociones y el éxtasis de las teclas del piano nos traspasan y marcan el corazón. Como el mío. Me obligo a tragar porque mis ojos se humedecen y no quiero que acabe, no quiero que termine de tocar porque jamás la había visto así.
Meg.
Cuando salí, pude verme visto morada porque sentí que no respiraba desde que llegué. Vi la luz sobre el escenario estando detrás del telón, vi al público y jurado que esperan por los participantes como presas. ¿No es que era una muestra de talento, y no una competencia? Eso me molesta.
Me aferré a ello, a ese hilo de injusticia que no podría importarme menos en otra ocasión pero ahora, lo necesito. Necesito este enojo e ira. Me sujeto a todo lo que me ha herido pero no para entristecerme, sino para fortelecerme. Y es por eso, que no miro a nadie más. Nadie existe en este momento para mi más allá del piano, que espera por mis dedos impacientes.
Y cuando toco las primeras teclas, le demuestro al mundo mi dolor. Me deslizo por la piel de los presentes en la sala para después, convertirme en una bestia. Me despierto con rudeza mientras mis dedos se mueven sobre las teclas, enfocada en el ardor en mi pecho que me obliga a estar frente a este piano.
Me desato que hasta mi respiración se acelera y sin querer, cierro mis ojos. Sé de qué teclas salen las notas, me obligué mientras aprendía a memorizar con mis dedos la textura de cada una, aunque mis maestros decían que era imposible, siento que sí es así porque cada una se convierte en un refugio. Mientras, pienso en la lejanía de esos tiempos, en donde el piano fue lo único que tenía. Donde no había otra cosa en el mundo para mí que no fuese la música, porque sabía que aunque mis padres no estuviesen, la música seria mi mejor compañía.
Pienso en esa sonrisa que papá pondrá cuando vea el vídeo, ¿mama sonreirá al fin? ¿Estará orgullosa finalmente de mí? Mis brazos se mueven mientras bailo mi cabeza y hombros al éxtasis de la pieza, imagino la sonrisa de mis padres, puedo hasta llegar a tocarla cuando mis dedos aumentan su ritmo al compás de la partitura que ni siquiera estoy leyendo, porque la sé de memoria, mi cuerpo sabe lo que está haciendo y más que eso, mi espíritu está consciente y despierto a la música.
Imagino la sonrisa de todos los que he amado o amaré, recuerdo el dolor que he sentido por ser rechazada pero también lo que he ganado por esforzarme. Ruego porque la pieza no termine, porque es como si estuviese a punto de alcanzar la superficie. La música me sana, me llena. Y me hace ser quien soy. ¿Cómo pude olvidarlo?
El piano es quien me lo dice, ¿cómo pudiste olvidar, que a pesar de las extenuantes exigencias, de los dedos entumecidos, amabas esto?
Cuando finalizo, respiro profundamente y siento que hubiese despertado de un largo y plácido sueño. Todavía no regreso a ver al público, mucho menos al jurado. Me permito crear tensión con la respiración agitada y la vista fija a las teclas, incluso, siento una ligera capa de humedad cubriendo mi frente.
Y quizás, también me siento menos sola...
Jay.
Mis dedos se encuentran aferrados al asiento de en frente, mi cuerpo inclinado y mi respiración corta. Nadie dice nada o habla, o aplaude. Me limpio dos lágrimas y después de mí, empiezan los aplausos. Meg se levanta, camina hacia el frente y da una reverencia corta en agradecimiento mientras estoy estático procesando todo lo que acabo de escuchar, imprimió toda su ira y frustración en esa pieza, lo sentí. Fue una pieza llena de rencor pero también, de fortaleza.
La persona a dos puestos de mí, se limpia las lágrimas y aplaude con una sonrisa. No sé cómo sentirme porque nunca había escuchado nada parecido. Quiero alcanzarla, quiero que sepa que aquí estoy, que la vi tocar, y ruego porque dirija su vista hacia mí. Pero, se va.
Quiero ir con ella, nunca había deseado tanto abrazarla y besarla. Me quedo unos minutos más, hasta que comienza la siguiente presentación que no es ni de cerca tan demandante como la de Meg. Decidiendo qué hacer a continuación, quiero verla, pero Britney está esperando por lo mismo, y aunque la balanza es clara en cuánto a por quién me inclino, sé que Meg no saldrá hasta la fiesta... Y ahí es cuando la voy a encontrar.
Y le pediré que estemos juntos.
Meg.
Cuando llego detrás del telón, suelto todo el aire contenido e incluso, se me escapan un par de lágrimas. Me duele el pecho por el aire frío y mis manos tiemblan sin que pueda controlar. La nostalgia me embargó, fue lo que caracterizó el inicio de mi presentación. Pero el resto, fue dedicarle al mundo una demanda por todo lo que he sufrido, demostrándole que soy fuerte... Más de lo que pensé.
No quiero ir a los asientos, por lo que me quedo en las escaleras cercanas al telón. Asimilando todo lo que acaba de pasar, todas esas emociones que sé me marcarán el resto de mi vida porque, nunca podría olvidar lo que sentí cuando empecé a tocar.
¿Estará papá feliz por mí? Si mamá me vio, ¿estará sonriendo? Eso hace que mi corazón hecho pedazos rellene un poco sus grietas, deseaba que Jay me acompañase, pero él tiene un punto claro... Britney lo invitó antes.
Por eso, suspiro. Me muerdo los labios. No quiero volver aún al departamento, pero sería lindo poder bailar con él en la fiesta...
Esa imagen en mi cabeza me embarga de añoranza. Recuerdo cuando bailamos en el departamento mientras cantaba, después me besó y me llevó a su habitación, estuvimos toda la noche juntos...
Juntos.
Esa palabra destella en mi imaginación. Quiero sanar, quiero soltar para desligarme de lo que me ha torturado por años... Necesito esto para poder amarlo como él merece que lo amen. Jay es increíble. Nunca nadie me ha cuidado como Jay lo hecho, siendo mi amigo y siendo... Lo que sea que tenemos ahora.
Respiro pasándome las manos por el rostro. He cometido muchos errores. No puedo justificarme, nadie más tiene la culpa a parte de mi... Soy yo quien ha decidido vivir del dolor... Se lo dije a Jay en Ciudad Solar, que no quería verlo viviendo acostumbrado al dolor pero, ¿y si lo dije más bien para mí?
Cuando acaban las presentaciones, se escuchan cuchicheos de parte del jurado cuando se abren las puertas y los espectadores empiezan a salir a celebrar en la fiesta de la gala. Cada uno mueve hojas en sus carpetas, niegan y asienten. Unos tienen expresiones de decepción mientras que otros, de aprobación. Me escapó detrás del telón, saliendo por la puerta trasera. No importa que deba darle la vuelta a la universidad, nada más necesito aire fresco.
La noche está fría. Cubro mis brazos con mi manos mientras camino de regreso a la entrada todavía pensando en qué debería hacer ahora. Toda la semana estuve atenta a este momento torturándome con posibles finales y ahora, siento que terminó demasiado rápido. Y quizás, el fondo de mi sabe que lo disfruté más de lo que podría admitir en voz alta.
Y cuando me encuentro con Heron en la entrada, veo que se regresa a mí y no tiene piercings, además su cabello bien peinado acompaña su sonrisa tímida. Huele ligeramente a cigarro, pero no hay ninguno en sus manos. Me encuentro con sus ojos marrones, da dos pasos atrás como si quisiera mantener distancia. Sonrío sin dientes para aligerar la tensión y paso, pero escucho su voz dudosa.
—Meg...
Me giro con lentitud, encogiendo mis hombros y sintiendo mis ojos vidriosos. No sé por qué. Nada más siento mis emociones burbujeando. Parece como si quisiera decirme algo, pero antes de acerca imprimiendo curiosidad en su expresión.
—¿Estás bien? ¿Pasó algo?
Le sostengo la mirada, pero trago. Me contengo, pero una lágrima se me escapa.
—Ey, ¿qué sucede?—pregunta con suavidad, se acerca con cautela, pero termino por lanzarme a su pecho y soltar el resto de las lágrimas que guardo. Me recibe el abrazo y desliza sus manos calientes sobre mi espalda—. ¿Qué pasa? Me preocupas... Lo hiciste increíble, no llores.
Quisiera decirle que no es por la presentación pero mis lágrimas ahogan mis palabras, siento como mi cara se enrojece y mis ojos se inflaman, mis lágrimas se deslizan por mi rostro como cascada y aspiro aire, mi pecho empieza a doler.
—Meg, debes calmarte...—me sostiene de los brazos, cubro mi rostro pero me las quita desde las muñecas—. Respira... Estás bien. No está pasándote nada.
Lo sabe. Sabe que estoy teniendo un ataque de pánico.
—No quiero entrar. No puedo.
—No tienes que hacerlo si no quieres. Respira. Estás bien. ¿Puedes ver eso allá?—señala el cielo.
—No hay nada—digo con pesadez. Sonríe.
—Claro que sí. Hay estrellas, míralas.
Me esfuerzo en buscar alguna, pero se ven son nubes grises. Aunque veo algunos destellos asomarse entre ellas. Le hago caso, veo el cielo... Y me tranquiliza. Poco a poco, mis músculos se destensan, mi respiración se normaliza y mis manos dejan de temblar.
—Estás bien...—dice. Acaricia mis brazos con sus manos— ¿Quieres sentarte?
Asiento. Camina conmigo hasta una banca cercana. Todavía mantengo mi vista atenta al cielo. Sí, no hay demasiadas estrellas, pero hay suficientes. Y aunque fría, la noche está calmada, el cielo nublado pero su extensión me calma, hay mucho espacio, eso me transmite un poco de libertad.
—¿Quieres contarme qué te pasó? No tienes que hacerlo... Pero me preocupo por ti.
Cruzo mi mirada en su dirección. Me guardo las palabras unos instantes nada más para apreciar su honestidad.
—¿No sientes que, aunque las cosas aparentan ir bien... Todo está mal?
Suspira. Se desliza una mano por el cabello.
—Todo el tiempo... ¿Qué está mal?—me muerdo el interior de la mejilla.
—Me gustó tocar...—susurro.
—Lo hiciste muy bien, ¿pero?
—Todo sigue siendo horrible... Nada parece ser suficiente.
Toma una de mis manos.
—Sí eres suficiente. Nada más tienes que creértelo.
Observo su rostro sintiendo el mío enrojecido, el pecho me duele todavía. Me siento incapaz de entrar pero Bianca debe estar esperando, pero mi corazón sabe que no a Bianca que quiero ver.
—Meg, quería pedirte disculpas... Por todo. Me siento muy avergonzado y nada es tu culpa, actué mal... Todavía lucho por hacer las cosas bien—aprieta mi mano—. Me gustas pero, si tú necesitas que esté más bien como tu amigo... Lo haré.
—Está bien, Heron...—casi susurro— Gracias...
Sonríe.
—Gracias a ti por entender... ¿Te sientes mejor? Siento que me he quitado un peso de encima, me daba miedo que rechazaras.
—Qué sincero—ríe, negando con la cabeza.
—Ahí estás.
Limpio mi nariz por el dorso de mi mano y lanzo una sonrisa débil.
—Sí me siento un poco mejor—digo.
—¿Está... Todo bien entre tú y Jay?—suspiro. No debería... Me he negado a hablar de esto con cualquiera, a ninguna de mis amigas le he dicho una palabra de lo que ha pasado. Pero mi corazón palpita al recuerdo de más temprano, él vestido en su traje negro y con esa expresión que no supe descifrar.
—No. Nada está bien.
—¿Quieres hablar de eso?—suelto aire.
—No, pero si quiero admitir en voz alta que... Lo extraño. Hace días que no estoy en casa.
—¿Te fuiste? ¿Por qué?
—No quiero hacerle más daño. No es justo para ninguno.
—¿Por qué no dejas que eso lo decida él?
—¿Qué?—uno mis cejas después de sorber la nariz.
—Tú no puedes decidir esas cosas por él. Estoy seguro que le haces más daño estando lejos. Sé que te quiere. Se ha arriesgado por ti muchas veces. Fue hasta ese club sólo para buscarte, si lo hubieses visto... Estaba en pánico y molesto. Creí que me golpearía.
—Sí te golpeó—ríe.
—Sí, tiene un buen derechazo, pero ese no es el punto—río. Me observa unos segundos antes de continuar—. Tus ojos se iluminan cuando te nombran a Jay, Meg. Desde que te conocí y te pregunté quién era ese, supe que era especial para ti porque vi tus ojos... Estás enamorada de él. Lo amas. Y lamento y detesto profundamente admitirlo—bromea—. Pero no te alejes de él, le duele más que estés fuera de su alcance porque él... Está enamorado de ti. Y te ama.
—¿Cómo sabes eso? ¿Cómo estás tan seguro que lo correcto no es estar lejos?
—Porque entiendo lo horrible y frustrante que es que te aparten. Creen que pueden llenar tu vacío con otras cosas, como en tu caso, la soledad. La lejanía. Pero lo único que puede curarte, es estar ahí.
Mi corazón se detiene unos instantes...
Ahora mismo, debería estar con él. Me he negado sentir o pensar en él, pero ahora con las palabras de Heron, el recuerdo de su sonrisa me trae a la vida, sus manos, su nariz. La forma en que aprieta los labios cuando está concentrado, cómo cae su cabello en su frente cuando está sobre mí, sosteniendo mis manos sobre mi cabeza mientras me besa.
Ya no quiero estar más lejos de él.
Quiero estar con Jay, así implique partirme en pedazos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro