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65. Jay

Navidad...

Una semana y cuatro días para la gala...

Cuando estuve en el departamento después de que Meg se fue, nunca me había sentido tan solo. No me sentía capaz siquiera de encender las luces, o de sentirme feliz de que no me expulsen de Bridge.

Mi familia está en Ciudad Solar. Meg está con la suya. Hasta Britney está con su padre esta noche. Nada más puedo pensar que el mundo esta vez, se ha puesto en mi contra para unir todo lo que siento me hace daño.

Mi temor a la incertidumbre del futuro, y la soledad que sabía que sentiría para estas fechas. Estuve solo en el departamento, sentado en mi cama viendo hacia la oscuridad y escuchando silencio. Nunca creí llegar a convertirme en un maniquí. Abrumado y viendo cómo pasan las cosas frente a mí. Hasta lo que me hacía feliz, se ha desvanecido.

Pequeñito saltó sobre mí en ese momento. Se acostó en mi regazo y no durmió, vino a mi nada más para pedirme acariciar su cabeza. Meg insiste que hace eso cuando quiere atención.

Meg...

He estado tan distante de ella. No puedo otra cosa que extrañarla como si se hubiese ido, el recuerdo palpitante de su última mirada en Bridge me atormentaba más que mi temor a decepcionarlos, la estoy decepcionando y siento que mientras más intento reparar las cosas y levantarme para impedir que me consuma el abatimiento, más termino por perderme entre la arena, observando cómo pasa el tiempo frente a mí. Estoy harto de sentirme así.

No recuerdo el momento exacto en el que empecé a sentirme de esta manera. Insuficiente y con poca expectativa del futuro. Fácilmente puedo molestarme por cualquier cosa, pero nada más quiero que me digan que todo irá bien aunque ya sea consciente de eso. Sin embargo, no quiero ser una carga para nadie... Mucho menos para Meg.

Meg no es la única que ha tenido problemas en su vida, lo sé. Pero es una de las persona que más me importa. Ha sufrido, ha llorado y luchado por no dejarse vencer. Es egoísta querer que venga a sufrir más conmigo. Yo quiero ser su refugio, no su motivo para estar triste. Por eso decidí alejarme. Para no tener que herirla hasta que consiga arreglarme a mí mismo.

Dándole su obsequio de navidad, me di cuenta que ella... Es mi refugio. Con Meg, no necesito pintura para ver los colores. Y caminando juntos esta noche de navidad, puedo llegar a sentir que logro ignorar lo que ha estado torturándome.

Tímidamente, inclino mi mano hasta alcanzar la suya mientras caminamos. Su piel está cálida y la sonrisa que me ofrece derrite mi corazón.

—¿Qué quieres hacer?—me dice con esa voz cantarina que usa cuando está feliz.

—Había un sitio al que quería ir contigo cuando hablaste sobre una cita...—se iluminan sus ojos.

—¿A dónde? ¿Crees que esté abierto?

—No lo sé, ¿quieres averiguarlo?—respondo con complicidad entrecerrando los ojos, cubre sus labios escondiendo una risa.

—¿Es peligroso? Porque hay que ir con el estómago lleno si será una peligrosa aventura, ¿no crees?

—¿Tienes hambre?—dejo mi brazo sobre sus hombros e instintivamente, beso su mejillas también cálida—. Podemos comer algo, ¿qué quieres?

No responde. Cuando regreso a verla, ya me está observando. Sus ojos negruzcos brillan con intensidad, y su nariz parece una mota roja, se ve adorable. Me obligo a olvidar las cosas que me atormentan y me enfoco en esa mirada complaciente que recae sobre mi como esperanza.

Quiero tener esa mirada un poco más. Se levanta de puntas y alcanzando mi rostro, besa mis labios con suavidad.

—¿Qué quieres tú?—dice, viéndose feliz.

—A ti—sonríe, pero me observa con obviedad.

—Hablo de la comida, tonto. Jay...

—¿Qué?—mira detrás de mí, su expresión cambia repentinamente.

—¡Mira, mira!—señala el cielo, y veo que empiezan a caer suavemente copos de nieve, me quedo hipnotizado unos segundos observando cómo se empiezan a pintar las calles de blanco—. Está nevando... Por fin está nevando. Nunca había visto la nieve, es hermosa.

Meg extiende las manos frente así y después, abre la boca para atrapar algunos.

—Es hermosa...

—¿Estás bien?—se acerca. Sujeto nuevamente sus manos.

—Ahora sí—respondo con sinceridad. Quizás no será eterna está sensación de alivio, pero pretendo disfrutarla ahora lo más que pueda. Con la nieve sobre nosotros, y sus manos cálidas calentando las mías.

Termino por llevarla al lugar del que me habló Gemma, la pista de patinaje. Gemma también me habló de lo que Meg deseaba para navidad cuando le comenté que no sabía que darle, además de que no me encontraba de ánimos para pensar en obsequios, pero sabía que debía hacer feliz a Meg, y cuando vi ese solitario árbol sin decorar en nuestra sala, recordé a Meg mencionar hace mucho tiempo atrás que cuando tuviese un árbol de navidad propio, lo llenaría de luces. Es sólo un paquete, pero vi su mirada cuando las vio.

La pista de patinaje resulta estar abierta, decorada por la temporada y también algo solitaria. Deseamos feliz navidad al chico que nos atiende sin demasiada emoción para después colocarnos los patines en una banca cercana.

—¿Crees que necesitaré rodillas nuevas después de esto?—susurra cerca de mi rostro—. Dime la verdad, ¿alguna vez has patinado sobre hielo?

—Lo más cerca que he estado de patinar sobre hielo ha sido en una patineta sobre pavimento, así que no. Y no. No creo que necesites rodillas nuevas, pero si consigues en donde las venden, podrías decirme en dónde—le señalo la rodilla en donde tengo mi cicatriz del accidente.

—¿Patinaste? ¿Tú?—dice sorprendida levantándose sobre las hojillas de los patines.

—¿No lo recuerdas? Teníamos quince, fue por mi calle en vacaciones.

—¡Sí lo recuerdo! Y tú me empujaste, idiota—codea mi brazo y río.

—Fue la mejor caída que he visto en mi vida...

—Mamá me regañó por llegar con las manos ensangrentadas, aunque tú las sanaste con agua y jabón—sonríe, y compartimos esa misma mirada que hemos compartido por años.

—Lloraste mucho—se eleva de hombros, sujeta mi mano con fuerza antes de soltarse por la pista.

—Bueno, estuviste ahí, ¿no? Ven aquí, cobarde.

Se desliza hacia atrás pero sus pies se mantienen intactos sobre el hielo, no se mueven nada más que sus manos diciéndome que vaya con ella, y así, siento que mi espalda se inclina hacia atrás perdiendo el equilibro recuperándolo sólo cuando estiro mis brazos hacia adelante escuchando la risa de Meg.

—Te escucho divirtiéndote mucho, pero no he visto que te muevas de ese lugar. Eres un tramposa desde siempre.

—Bien. Lo intentaré y ganaré, como siempre...—responde con superioridad— He visto que en las películas patinan fácil, y tienen románticas caídas—exagera su expresión colocando las manos sobre su pecho.

—Podemos tener una caída romántica...—arruga la nariz.

Nah, prefiero ganarte en esto.

Y Meg resulta efectivamente mejor que yo en esto. Poco a poco, se pasea por la pista y hasta se atreve a levantar suavemente un pie, después aplaudiendo con orgullo con una gran sonrisa, llegando a mi lado otra vez para ofrecerme un abrazo. Sujeta mi mano pero apenas puedo si mover los pies aterrorizado de terminar congelado.

—¡Suéltate! No es tan difícil...

—Era más fácil tener una caída romántica—bromeo pero intento balancear los pies con más soltura todavía sujetando su mano.

—¡Eres bueno en esto! Ya me estás poniendo difícil la competencia, Sullivan.

—¿Por qué tan condescendiente?

—Bueno, el amor te deja darle algo de ventaja a tu...

—¿Novio?

Regresa repentinamente a mi rostro, con una expresión de sorpresa y las comisuras de sus labios estiradas con suavidad. Enarco una ceja sin permitir que mi sonrisa decaiga mientras ella piensa su respuesta. Se muerde los labios y acercándose frente a mí, sujeta mi mandíbula y me besa, en este momento, nada podría parecerme más dulce que el sabor de sus labios sonrientes.

—Tendrás que pedírmelo primero—susurra con superioridad inclinando su rostro.

—¿Que seas mi novia?

—¿Es una palabra extraña, verdad?—ríe, sin separarme de su rostro enrojecido le acompaño.

—Sí, sería nuevo presentarte como mi novia. Ella es Meg, es mi novia—aparto un mechón de su cabello, escondiéndolo detrás de su oreja.

—A mí me gusta—fija sus ojos en mi—. Quiero que estemos juntos, Jay—dice con delicadeza, apoyando sus manos en mi pecho—. Pero si tú no estás listo para esto, no tienes que hacerlo ahora.

—Quiero hacerlo. Quiero que estemos juntos. Quiero estar contigo.

—¡Ey!—cruzamos nuestra vista en dirección al llamado, viendo al chico que nos atendió al llegar—. Ya vamos a cerrar por navidad, así que...

Lo observamos esperando que continúe, pero es Meg quien termina de comprender que se refiere a que nos vayamos. Se aparta de mi pecho y sonríe tímidamente.

—Sí, en un minuto—asiente el chico. Con un suspiro metiéndose sus manos en los bolsillos traseros de su pantalón, inclina su cabeza—. ¿Por qué no me alcanzas y tenemos una caída cliché y romántica antes de volver a casa con Pequeñito?

Me lanzo hacia ella, pero no logro alcanzarla hasta pocos metros después donde tropiezo y ríe, pero termina por sujetar mi mano y caer junto a mí. Beso su nariz, nuevamente escondiendo ese mechón rebelde que insiste estar sobre su cara. Es la primera noche en días en la que no pienso en nada que se doloroso, nada que sofoque mi esperanza. Al contrario, me la devuelve.

En medio de todo lo que siento, de las decisiones que tomaré en el futuro y las que no, traeré a mí de lo que he estado seguro por no decir toda mi vida, y eso, es estar con Meg. No hoy, no esta noche en la que todavía conservo rastros de desaliento, ni mañana en la tarde. Pero es cuestión de unos instantes más para que estemos juntos. Los asuntos que me preocupan y todo lo que me angustia lo resolveré.

Más tarde en la noche, después de prepararnos sándwiches de pollo navideños, acostados en mi cama con los estómagos llenos, escucho su suave respiración y el calor de su cuerpo me hace sentir completo. Anoche fue una tortura, estos días han sido una pesadilla tenerla lejos sin que duerma conmigo. Los días anteriores sabía que estaba en la siguiente habitación pero cuando se fue, el vacío que quedó fue como un fantasma que me recordó mis temores y la culpa invadió mis sentidos.

Sujeto su cintura con firmeza, ahora con las luces apagadas. Con mi nariz, hago espacio en su cuello. Extrayendo su aroma y acariciando su suave piel. La atraigo a mi pecho, sólo para asegurar de que sí está ahí. De que Meg está aquí.

—¿Estás bien?—me susurra.

—Estoy cansado.

—Repites mucho eso. ¿Seguro que sólo es cansancio?

Suspiro, cierro mis ojos.

—Te extrañé, es todo. Quiero dormir contigo. ¿A dónde fuiste anoche? ¿Puedo saberlo?

Ríe.

—Puedes saberlo... Estuve con Sarah y Andrea.

Se da vuelta quedando frente a mí. Peina mi cabello y acaricia mi rostro. Continuo con mis ojos cerrados, disfrutando de la sensación de sus caricias y de su aliento tibio.

—Perdón por ayer, Meg.

—Ya. Eso no importa.

—Perdóname por todos estos días... No es que ya esté mejor, es sólo que... extrañé que estuvieses de verdad aquí, conmigo.

Sonríe adormilada.

—Jay...—suspira casi al risco del sueño— No te preocupes tanto.

Rindiéndome, la abrazo sintiendo mi cuerpo relajarse. Pero, todavía en mi cabeza quedan rastros de culpa y nada más pido poder dejar lo que me atormenta atrás.

—¿Pondremos las luces de nuestro árbol mañana?—dice antes de quedarse dormida.

—Sí. Mañana...

Armonizando nuestras respiración, me siento quedar dormido medianamente tranquilo en días. Esforzándome por recolectar está sensación bastante similar a la añoranza.

.
.

Meg se levantó temprano. El día es fresco y todavía nieva. No tenemos decoración en nuestro departamento, pero Meg ya hizo chocolate en su taza de reno y me extiende una en una taza normal mirándome con disculpas.

—Tenemos que comprar otra como esta, para que le haga juego—sonríe.

—¿Qué tal te fue ayer con tu familia?

Tomo un sorbo, no me mira sino al vapor que irradia la taza.

—¿Tan mal?

—No... No estuvo tan mal. Nada más que ahí no encajo.

—Meg, pero—me interrumpe con una mirada.

—Yo estoy bien con eso. Ahora nada más me preocupa una cosa, y eso es investigar a una tal Lys.

—¿Lys?—toma mi taza vacía y se la lleva a la cocina, sin dudar, le sigo—. ¿Cuál Lys?

—¿Habías escuchado ese nombre alguna vez de mi papá?—pregunta con naturalidad, fregando nuestras tazas de espalda.

—No, no lo recuerdo. Jamás desde que te conozco, he escuchado ese nombre. ¿Por qué no la buscamos?

No responde.

Se gira y se apoya con sus manos en el fregador, se muerde los labios y después se lleva los dedos a donde iría su collar que sigue extraviado.

—Podemos buscarla en amigos en común, o preguntar directamente a tu papá.

—¿Qué si mamá nunca fue la culpable de que la odiasen?—Miranda jamás fue fácil, desde que conozco a Meg, ella se ha aferrado a la esperanza de que su madre la incluya en su vida. Pero esos comentarios los reservo, no tengo respuesta para eso—. ¿Qué si ellos son los que de verdad mienten al respecto?

—¿Qué quieres decir? No puedes alejarte de ellos sin tener una respuesta clara.

—No puedo preguntarles sobre esa Lys. No puedo explicar quién me dijo su nombre yo... Tengo miedo—me mira con firmeza—, sé que voy a encontrar algo que no me guste. Quiero hablar con mamá y preguntarle.

—¿Estás segura de que quieres hacer eso?

Asiente.

No quisiera que Meg se acercase a Miranda. Eric no quiere que su hija se acerca a su esposa, y la familia de Meg mucho menos. La única que parece querer estar cerca de Miranda, es Meg. ¿Cómo le podemos arrebatar su único deseo que es el de estar con su madre?

—Jay...—sus ojos se llenan de lágrimas— hay cosas que no sabes.

Mi corazón revienta en mi pecho y hasta un escalofrío me recorre el cuerpo.

—¿Qué pasa?—digo con cautela.

El tiempo se detiene, la mirada de Meg se pierde unos instantes pero toma aire por la boca y sujeta su cuerpo desde su pecho, conteniéndose.

—Mi mamá es adicta, ella... Tiene graves problemas con las drogas—siento mis ojos abrirse con suma lentitud, no me atrevo a moverme por miedo a espantar sus palabras. Medianamente, sabía esa información. Pero escucharla de sus labios causa un impacto en mi mayor del que creí—. Yo, ustedes no lo entienden. Papá tampoco lo hace. Pero yo cuidé de ella, en su peor momento yo estuve ahí.

—Meg...—me acerco, tomando posición frente a ella sin tocarla, nada más presenciando sus palabras y escuchando con temor.

—Yo, no supe cuando empezó realmente. Supongo que fue después de tenerme—aunque el dolor en su mirada es como una flama, se mantiene recta e inamovible. Como una piedra en medio del océano—. Pero, tuvo recaídas. Una y otra vez. Era grave, sí... Pero nada como en la época en la que tú tuviste el accidente.

Uno mis cejas. Aparta su rostro y se muerde los labios, como si pensara en si debería continuar.

—Meg, no tienes que contármelo si no quieres.

—Déjame hacerlo... Te escondí esto durante mucho tiempo.

Sujeto tímidamente su mano, manteniéndome firme por ella.

—Aquí estoy—digo. Pestañea un par de veces.

—Sabía que ella estaba grave meses antes—continua—. Papá estaba más que nunca perdido en su trabajo, y yo llegaba de las clases de música para conseguirla desmayada sobre el mueble. Era... horrible. Ellos discutían, mamá...—mueve su pierna con impaciencia y se muerde los labios, guardando sus lágrimas— me golpeaba. Nunca fue gentil conmigo. Pero fue la época en la que más me golpeó, porque estaba drogada. Cuando estaba en su tope, le daba un baño, le llevaba comida y me aseguraba de no dejarla dormir boca arriba. Ella vomitaba. Mucho. Y a mí me daba pánico que se ahogara.

El dolor en mi corazón es como una estaca clavada en mi piel a carne viva, pensar en mi pequeña Meg de trece años recibiendo esa clase de tratos, aguantando, soportando día tras día sin hablar de ello porque sabía que yo estaba sufriendo por la muerte de papá me fracciona el alma. Respiro con suavidad y me controlo para no abrazarla fuerte por temor a espantar sus palabras, pero ahora nada más quiero tenerla en mis brazos y protegerla. Proteger a Meg.

—Cuando era más pequeña, cuando llegué a la escuela y te conocí, veía que todas las mañanas aspiraba sobre la mesa un polvo blanco, a veces se inyectaba. Le pregunté a papá porqué hacia eso. Jamás me arrepentí más. Desde ese momento, comenzó a golpearme. Las cosas se habían calmado, hasta esa temporada... Se drogaba todos los días, papá no estaba. Así que ella se aprovechaba de eso, de que yo llegaba tarde y papá jamás estaba. Hubo una noche que, ella quería...—se muerde el interior de la mejilla cuando una lágrima, silenciosa como su dolor, le cae por su rostro y se desliza por su barbilla. La quita con rabia y mira al suelo—. Mi mamá se quería quitar la vida—regresa su mirada a mi—. Ese día llegué más temprano y no hay nada que agradezca más, porque la conseguí ahogándose en vómito, Jay...

No puedo soportarlo más y la sujeto por los hombros, atrayéndola a mi pecho donde empieza a sollozar cada vez más fuerte. Destruida, amargada por haberse guardado todo esto para ella por años. Sin decirle una palabra a nadie. Se sujeta con fuerza de mis brazos mientras su lágrimas humedecen mi camisa.

—Quería matarse esa noche. Se quería morir—dice en medio del llanto—. Esa noche, después de que hice todo lo que debía hacer para que no se muriese con su vómito, la encontré con un cuchillo y... Gritaba y gritaba palabras que nunca podré olvidar. No sé cómo logré que se calmara pero me golpeó contra el piso y preferí eso a que siguiera con ese cuchillo, Jay... No quiero esto. No quiero saber quién es esa maldita Lys—siento como empieza a entrar en pánico, cada vez respira menos y sus manos empiezan a temblar—. Tengo miedo y ya no sé qué hacer. Quiero la verdad... ¿Pero si me aparta de todo lo que amo ahora? ¿Qué voy a hacer después? ¿Cómo puedo ser feliz si ella me odia y me quiere muerta?

—Meg, escucha—sujeto sus hombros—. Tienes que respirar, respira profundo. Está bien... Solo respira...

Su rostro enrojecido busca alivio clavado su mirada oscura en mí, con esfuerzo, respira con profundidad apretando mis manos mientras tiembla, sus uñas duelen en mi piel, pero me enfoco en tranquilizarla acariciando su rostro, intentando recoger todo lo que le hace daño y echarlo lejos, donde ella no puedo alcanzarlo, en donde no esté tentada a buscar lo que hace daño. 

—¿Por qué... nunca me contaste esto?—acaricio su piel—. Meg, esto es algo muy importante que te guardaste por años. ¿Por qué?—casi susurro.

—Roy... Él había muerto. ¿Cómo podía decírtelo?—limpio sus lágrimas—. Ella se detuvo, después de eso, nada más... Se detuvo. Hasta el año pasado donde las cosas volvieron a empeorar, y ahora ella está en un sanatorio.

—No está mal que este ahí, Meg. No es tu culpa, no puedes pretender ayudarla más, hiciste demasiado por ella.

—¿Pero y si ella después de todas esas terapias no quiere verme todavía? ¿Qué si esa tal Lys es nada más el camino a algo peor? ¿Qué voy a hacer?

Suspiro, estando cerca de su rostro.

—No sé muy bien esa respuesta. Pero, lo averiguaremos. ¿Está bien? Tú nunca estarás sola. Cuando estés lista buscaremos respuestas. Mientras... Puedes estar en paz, porque hiciste mucho más de lo que estaba a tu alcance para que Miranda estuviese bien.

El dolor de su mirada se apacigua, pasan los segundos y aquí estoy absorto en sus ojos negros, sintiéndome incluso avergonzado, pero también egoístamente orgulloso de su fortaleza. Uno nuestras frentes, pidiendo a lo que conozco y agradeciendo de que ella esté aquí, siendo mi Meg, a salvo.

Entiendo a Eric, aunque le guardo rencor por haberla dejado sola siendo apenas una niña. Reservo mis dudas con su familia, porque tampoco sé que es lo que pasa, tuve información muy resumida de sus primos y pensé que el tema se había guardado desde nuestra primera conversación. Pero me niego a quedarme de brazos cruzados después de verla destruida. Si puedo mover el cielo para hacerla feliz, lo haré, así yo esté agotado y en un pequeño abismo.

Me abraza, se queda en mi pecho respirando suavemente.

—Gracias por decírmelo...—susurra— No sabía que necesitara que me lo dijeran.

Nuestro día posterior a navidad lo pasamos aquí en casa. En silencio, acariciándonos y prometiéndonos con miradas que estaremos aquí en toda la extensión de la palabra. Siento cercana a Meg, y pretendo que ella se sienta de la misma manera. Son promesas que no quedarán en un risco, sino en nuestro espíritu. Y sé que aunque estemos lejos, volveremos aquí por la suave costumbre de nuestras almas de estar unidas, así sea en momentos como estos en los que todo parece derrumbarse...

Nuestro árbol de navidad se ilumina después de colocar las luces, y la fotografía de Meg mirando el árbol brillar se queda en mi teléfono, y en mi corazón.

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