63. Meg
Cinco días para navidad...
Cuatro de la mañana. Goleudy no es precisamente peligrosa, todavía se ve movimiento de las calles y se escucha música a lo lejos. He limpiado el departamento. Ordené el refrigerador por colores, regué por segunda vez en el día las plantas del balcón, moví los muebles de la sala escuchando las quejas de los vecinos de abajo y lavé las sábanas que cubren las camas de nuestras habitaciones.
Pequeñito me siguió en todo el transcurso, terminó por dormirse sobre el sofá a eso de las tres de la mañana, suspirando y moviéndose como si estuviese soñando a correr y jugar, pero ni esa imagen enternecedora logra tranquilizar mis nervios.
He tomado una taza de té, una de café y medio vaso de jugo de naranja mientras en mi cabeza se empezaron a armar piezas de posibilidades. Llamé una vez, deseando que respondiese para gritarle y decirle que volviese a casa. Pero decidí que era mejor darle su espacio. Aunque eso me comiese el cerebro.
Siento que podría ser un ama de casa frustrada esperando a su marido cuando me siento en el sofá apoyándome de mis codos, conteniendo las lágrimas y diciéndome que Jay está bien.
Jay debe estar bien.
Seguro está con Harold y Gemma. O... Está muerto en un callejón después que le quitasen su billetera.
Mis manos tiemblan y nuevamente me levanto dejando que mis pies paseen por el departamento buscando qué otra cosa podría limpiar, y salgo corriendo por el pasillo cuando escucho que cierran la puerta, siguiéndole unos pasos además de un sonido arrastrado.
Mi corazón palpita con nerviosismo cuando cruzo mis brazos después de limpiar un par de lágrimas. Me encuentro a Jay con un árbol que intenta arrastrar sin mucho esfuerzo. Aliviada, enojada y con ganas de golpearle la cara, me acerco con mis pies descalzos y la misma ropa que traía antes de que se fuera.
—¿Dónde estabas?—digo con firmeza, siento el corazón desecho, dirige su atención a mí con lentitud.
—Compré un árbol.
Con indignación me acerco unos pasos más, Jay me sujeta del rostro antes de que pueda decirle algo.
—Te ves aterradora cuando te molestas.
—Suéltame, estoy muy molesta contigo—me aparto desde su pecho, sintiéndome aliviada de que esté a salvo—. ¿Por qué te fuiste así?
—No grites.
—¡No te estoy gritando! Te fuiste así como así, sin ninguna explicación y yo...
—Te... traje un árbol.
—¡Jay!
—Meg... No quiero pelear.
—Pues yo sí. ¿Dónde estabas? ¿Por qué estás borracho? ¿Es una competencia de quién se emborracha más en el mes o qué? ¿Por qué te fuiste así?
Se acerca sujetándome desde las caderas después de darle unos empujones, mis manos tiemblan del miedo y del alivio.
—Déjame.
—¿Te dejo?
—Sí. Déjame.
—¿Y por qué no te quitas?—sonríe, cerca de mi rostro enrojecido del cólera, y de la repentina emoción.
—Estoy molesta contigo. Todavía no me has dicho a dónde fuiste—me obliga a caminar pasos atrás hasta arrinconarme en la pared. Su aliento no es desagradable, pero huele, además de su perfume, a humo de cigarro. Sus dedos juegan con el elástico de mi ropa interior.
—Estuve con Harold y Gemma...—sobre la tela, siento tensión entre mis piernas cuando acaricia mi piel y absorbe la piel de mi cuello— ¿Podemos arreglar el desastre que hice más temprano?—susurra en mi oído—. Perdóname.
—No quiero—su piel ya encuentra con la de mi cintura, sus dedos suben y bajan incitándome... Siento ganas de llorar del alivio. De que esté bien—. Te fuiste. Y no me diste la oportunidad de entenderte. No fue... Porque me hayas dejado después de tener sexo—hace más presión sobre mi ropa interior, suspiro. Pero mantengo mi expresión con severidad—. Es porque te fuiste y escapaste de algo que puedo ayudarte a resolver.
—Perdóname—besa mi cuello y levanta mi camisa. Acaricia mi abdomen y me encuentro a mí misma conteniendo la respiración.
—Jay, ¿puedes tomarte esto con seriedad? Estoy cansada, y enojada... Contigo, casi no podía con mis propios nervios—regresa a mi rostro, intento ponerle severidad a mi expresión pero siento que, está más cercana al dolor—. ¿Por qué hueles a cigarros?
No responde. La noche nos envuelve, y él no responde una vez más.
—Jay...
—No fume... Lo prometo.
—¿De verdad lo prometes o... De nuevo me mientes para no preocuparme?
—No te miento.
—Sí me mientes. No decirme cómo te sientes de verdad, es mentirme.
Su peso con lentitud, se inclina a mi cuerpo. Me recuerda al día de su fiesta de cumpleaños. En donde estaba borracho diciendo que yo olía bonito... Que era bonita. Donde las cosas no eran tan complicadas y... Donde no podía amarlo como lo hago ahora. Resignada, abrazo su cuello. Respirando su aroma y sintiendo sus manos en mi cintura desnuda, con sus dedos aferrados a mi piel.
—No te miento. Puedo prometerte que no te miento.
—¿Qué te está pasando?—le susurro—. Ellen me dijo que no respondes sus llamadas... Golpeaste a Heron. ¿Desde cuándo golpeas a alguien así?
—¿Puedo besarte?—responde en mi oído, con un hilo de voz y todavía aferrado a mi cintura. Suspiro. Claro que deseo besarlo. Pero, la angustia se aferra en mi pecho.
—Sí... Bésame. Olvidaré que te fuiste si tú me besas...
Se acerca a mi labios, besándome con ferocidad en medio de respiraciones pesadas. Me sostiene contra la pared, como si quisiera mantenerme muy cerca de su cuerpo mientras explora mi piel con sus manos hasta alcanzar entre mis caderas donde aparta y desliza mi ropa interior por mis muslos. Lame mi cuello, mi hombro. Sube mi camisa y besa el contorno de mi pecho, de mi abdomen hasta llegar a mis caderas ahora desnudas.
—Pregunté si podía besarte...—mira hacia arriba donde encuentra mi cara enrojecida— Pero nunca especifiqué en dónde lo haría.
Con lentitud, sujeta una de mis piernas para subirla a su hombro mientras su otra mano me sostiene contra la pared desde la cadera. Cierro los ojos cuando siento la humedad de su lengua hacerse paso entre mis piel caliente con tortuosa tranquilidad, como si tuviese mucho tiempo que podría perder...
Suspiro su nombre. Escucho su respiración y la mía. Después, me sube a su cintura cuando une nuestros cuerpos sin esfuerzo y con pasión. Haciendo mi espalda impactar repetidamente contra la pared con ferocidad, sin sutileza, y me atrevería a decir... Con algo de ira.
Conforme sus músculos se tensan e intento relajarme para hacerle entender a mis nervios que está aquí a salvo, me doy cuenta que la intranquilidad persiste en mi pecho como si tratase de una advertencia de que algo no va del todo bien. Y esta vez, no paro de pensar ni de suponer del futuro...
¿A dónde nos va a llevar?
.
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Tres días para navidad...
Bridge huele a una deliciosa combinación de madera, caramelo y humedad. Todavía no nieva, pero el cielo advierte que dentro de poco caerán los copos de nieve sobre nosotros. Podría estar emocionada por ese hecho, de no ser por cuatro cosas; la número uno: Sofia no deja de preguntarme cuál será la pieza que tocaré en la gala. Número dos: Patricia y Tori han llamado dieciocho veces entre ambas para preguntarme si asistiré a su cena de navidad. Número tres: no he encontrado a la persona que necesito para ayudar a resolver el problema de Jay. Y número cuatro: Jay...
Ayer apenas lo vi. Estuvimos trabajando tanto en Timotie's e incluso, en ese lugar que es relativamente pequeño, casi no pude encontrármelo. Al llegar a casa, se durmió en el sofá casi de inmediato y esta mañana, se fue antes que yo a Bridge diciendo que tenía algo importante que hacer. Suspiro con una bufanda roja en mi cuello. Me la obsequió Sarah hace pocos días, al igual que unos bellos guantes blancos que me coloco mientras me encamino a la salida de Bridge después de finalizar con mi penúltimo examen.
—No puedes pasar por ahí.
—¿Disculpa?—me giro al escuchar la voz de un hombre, me encuentro con un pequeño anciano de bigotes abundantes.
—Arreglaré unas goteras en el techo—señala frente a mí una escalera que, hubiese visto si no estuviese pensando más de lo debido.
—Oh... Entiendo. Lo siento, señor. No la vi.
—Puedes dar la vuelta en esa dirección—señala la curva a la izquierda—. No queda muy lejos la salida. Es sólo por hoy mientras consigo arreglarlo estas goteras—dice con esfuerzo cuando se impulsa al primer escalón. Instintivamente le sujeto la mano cuando casi pierde el equilibrio al subir al segundo peñasco.
—¿Está bien? ¿No necesita ayuda?
—No, no, hija. Llevo trabajando aquí dieciséis años, jamás me ha pasado nada—le resta importancia con su mano, sonrío.
—No sería problema ayudarle, señor...
—Walter, señorita—sube otro escalón—. Hay que subir y subir, hasta alcanzar esas goteras.
—¿Seguro no necesita ayuda?
—No, cuando la necesite, preguntaré por usted, señorita Labrot.
—¿Nos conocemos? —respondo con algo de sorpresa. Antes de continuar, gira su cabeza para darme un vistazo.
—Los conozco a todos aquí. Así que, váyase antes de que la retenga aquí—con algo de sorpresa me río.
Termino por despedirme distraída por ese encuentro, caminando en la dirección que me señalo. Sé a dónde me guía, pero no me había percatado lo solitario que es este pasillo y los cuadros que expone. Lo silencioso que podría ser si no hiciera eco el suave sonido de la música de un piano y repetidamente, un quejido.
Al pasar por el salón de donde proviene el sonido, me asomo para ver que nadie toca el piano y que el sonido sale de un pequeño estéreo. Además de que el quejido, acompaña nuevamente un fragmento de la música. Rasca su frente y el espejo frente a la estilizada figura, me muestra a Britney con una expresión derrotada.
Pone de nuevo la pieza desde su teléfono tomando su postura inicial y debo admitir que quedó hipnotizada con sus suaves movimientos, hasta que no logra apoyarse de su zapatillas y nuevamente, se queja pisoteando está vez sobre el suelo con el pie que le falló.
—¿Estás bien?
Se voltea repentinamente. Noto su rostro húmedo y enrojecido.
—No quería asustarte.
—¿Qué... —habla con la respiración pesada— haces aquí?
—Pasaba por aquí—me cruzo de brazos. Asiente. No podría sentirme más incómoda—. ¿Está bien tu pie?
Duda.
—La uña de mi pie se cayó y... Me duele. Me duele apoyarme.
Suelto mi bolso y guantes en el suelo después de pensarlo un poco, acercándome al piano con casualidad.
—¿Qué haces?
—Quizás estás bloqueada—abro la tapa que cubren las teclas, paseando mis dedos sobre blancas y negras.
—¿Te sabes esta variación?—sonrío.
—No. No se bailar esa... Variación—creo ver el atisbo de una sonrisa—. Pero sí se tocarla. Y música real podría ayudarte.
—Es música real.
—¿Segura?—elevo una ceja.
Britney suspira. Pero no parece incómoda, podría notar en su rostro un poco de alivio cuando toma nuevamente su postura.
Respiro cerrando mis ojos antes de tocar la primera nota. Y con el pálido sol de invierno que ilumina la sala, las zapatillas de Britney empiezan a moverse con el sonido del piano. Empiezan como un tímido susurro que con precisión, se convierte en pasión. Mis dedos son ahora mis ojos y todos mis sentidos, envolviéndome como siempre en su dulce sonido, en su melódico aliento de esperanza que me ha movido por años.
Continuo. Teniendo la certeza de que Britney se siente como yo mientras mueve sus zapatillas por la sala al compás de la dramática y nostálgica pieza del Lago de los Cisnes, podría sentarme a llorar cada que escucho algo parecido, algo en lo que está impreso tantas emociones que han llegado hasta nuestros días, hasta este momento en donde mis dedos se dejan llevar por la deliciosa emoción del momento que se enmarca en la permanencia de la alegría de mis recuerdos.
Finalizo como si se desprendiera un fragmento de mi alma, como si fuese la última vez que sentiría la música. Abriendo mis ojos, veo a Britney que se levanta suavemente del piso, colocándose las manos en la cintura con una sonrisa ligera.
—Nada mal...—bufo todavía sonriente, cerrando el piano secretamente agradeciéndole por permitirme tocarlo— Quedarán sorprendidos cuando te escuchen en la gala...
Como un balde de agua fría, regreso a verla con más sorpresa de la que debería mostrar. Sus cejas rubias se unen y enreda sus brazos en su pecho.
—¿Por qué no le has dicho a nadie que vas a tocar?
—No voy a tocar.
—¿Por qué no le has dicho a Jay?
—¿Cómo sabes que voy a tocar, inicialmente?—me levanto, colocándome las manos en la cintura sólo para tener de qué apoyarme.
—Han habido reuniones de ensayo. He estado para escuchar a los músicos, ellos mismos empiezan a sospechar que no existes. Una de primer año no ha tocado en la gala desde hace diez años, Meg. ¿Entiendes la oportunidad que representa para ti?
—No me hables condescendiente. Que no quiera tocar no es un pecado.
—Puedes no tener otra oportunidad como ésta. ¿Estás segura de que quieres rechazarla?
—Sí.
—¿Estás segura?—insiste. Y a regañadientes, debo admitir que Britney tiene razón. He pensado en eso. Tengo miedo. Más del que puedo demostrar pero, dejar que me derrote una vez más seria inaceptable para la Meg soñadora que he dejado atrás—. Piénsalo. No quieres quedarte para siempre aquí, ¿no? Creo que tienes el potencial para alcanzar a las personas. Toca en la gala, Meg.
Sonrío. Y es la primera sonrisa sincera que le dirijo a Britney.
—¿Es como una orden?—ríe.
—No... Aquí no soy tu jefa—bromea. Pero su mirada es suave—. Es más bien un consejo. No me lo pediste—aclara con rapidez—, pero quizás necesitas un pequeño empujón para convertirte en alguien más grande.
—Gracias, Britney—le extiendo la mano, y ella tardando unos segundos, termina por estrecharla—. Y yo... ¿Podría pedirte un favor?
—Claro. ¿De qué trata?
—Quieren expulsar a Jay...—abre sus ojos.
—¿Expulsarlo? ¿Por la pelea?—asiento.
—He intentado comunicarme con Heron.
—Heron no responde sus mensajes.
—¿Podrías... de alguna manera, contactarlo?—suspira, apartando su mirada hacia la ventana.
—Puedo. Sí puedo.
—Te lo debo.
—No me debes nada. Como tampoco me debías los pasajes de avión.
—Tenía que pagarlos.
—No. No tenías—siento nuevamente el peso de mi deuda en mi consciencia. Pero no puedo permitir que expulsen a Jay—. Intentaré que sea lo antes posible... Dile a Jay que no se preocupe. Saldrán todo bien.
—Eso espero...—respondo después de echar el bolso a mi hombro, despidiéndome con un asentimiento. Y con esperanza disfrazada de incertidumbre.
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—Disfruten...—sonrío a los clientes, guardando la bandeja debajo de mi brazo. Los niños se despiden agradeciéndome y su madre reprende a uno de ellos para que no se pare sobre las sillas, pero amablemente asiente y me regresa la sonrisa.
Camino sintiendo mis dedos doler. El frío podría congelar mis piernas si no estuviese en movimiento, a pesar de la calefacción y mi bufanda.
La música de navidad es deliciosa, Víctor continua vestido de Santa Claus para las fotografías, hay alegría y sonrisas en los clientes que entran y en los empleados. Excepto en el rostro de Jay.
Veo que se esfuerza en sonreír, sirve café y limpia sus manos en el paño de su delantal blanco. Basta que se voltee para regresar a la cocina para notar su expresión desesperanzada y hasta parece encorvarse. Después de servir una taza de café a un cliente, le sigo hasta la cocina donde parece todo calmado, los cocineros conversan entre ellos mientras huele a salsa de chocolate cocinándose a fuego lento. Encuentro a Jay sentado en la banca con las manos cargadas sobre los ojos, sosteniendo su peso en sus rodillas.
Me acerco con cautela, y sentándome a su lado, no digo ni una sola palabra. Me contengo de decir algo estúpido, de decir cualquier cosa.
—Estoy bien, Meg—dice.
—No pregunté nada, ¿por qué crees que me importa cómo te sientes?—bromeo. Su risa sale suavemente de su nariz, pero mantiene sus manos sobre sus en sus ojos, aparenta estar agotado—. ¿Por qué no vas a casa y descansas?
—No puedo hacer eso.
—Puedo cubrir tu turno...—se regresa a mí.
—No puedes hacer eso.
Me muerdo los labios, bajando la mirada.
—Quiero decir, no es que no quiera que me ayudes, tú...—tartamudea. Atajo su manos y beso sus nudillos, colocándolos cerca de mi rostro.
—Está bien, Jay—enfatizo—. Está bien.
Me mira con intensidad, aunque no sabría decir con precisión si es un gesto de intimidad o de alivio. Me acerco con suavidad a su rostro, temiendo besarlo por primera vez en un espacio como este, y hay tanta tensión cerca de nosotros que me aparto sólo cuando escucho un taconeo conocido aproximarse.
—Meg.
Mantengo sólo unos pocos segundos más el color de sus ojos para mí, intentando sonreír para transmitirle que irá bien pero es casi en vano. No puedo convencerme a mí misma.
Me levanto estirando mi falda para encontrar a Britney con las manos juntas frente a sí, y creo ver un sonrojo en su rostro mientras retuerce sus dedos en su vestido.
—¿Sí?
—El...—mira a Jay—. Tú sabes.
Algo en mis ojos se ilumina, siento cautelosa esperanza. Me aproximo a la salida después de asentirle y susurrarle un gracias, sin pensar en que ella se quedará ahí con Jay.
Suspiro antes de salir por la puerta de empleados. La noche es fría, me abrazo frotando mi piel viendo el vaho salir de mis labios. Heron se apoya en la pared, con brazos cruzados y un aire severo, debo admitir que esa faceta me obliga a no acercarme del todo aunque lo que más quisiera ahora es golpearlo, me veo obligada a mantenerme serena.
—Cuando alguien no responde sus llamadas, es por una razón—dice.
—Necesitaba hablarte.
—¿Para qué? ¿En serio necesitaste recurrir a Britney para eso?
—¡No respondiste! Además, hace días que no te veo Bridge.
—Si esperas que me disculpe, sigue queriéndolo. No lo haré, Meg.
—Hay algo más que eso, Heron. Por favor, necesito que hagas esto. Haré... Lo que tú quieras—se cruza de brazos y desliza su pie por la pared para acercarse.
—¿Qué quieres, Meg? ¿No vas a aprender la lección?
—¿Y cuál es?—hay algo herido en su mirada.
—Que la mayoría de veces no vas a obtener lo que quieres—escupe sus palabras.
—¿Esto es porque te dije que no podía salir contigo? No sabía que por un par de salidas, estaba obligada a ser parte de algo más.
—No es eso, Meg. Tú no eres de Jay.
—¿Qué si sí lo soy?—respondo de inmediato—. ¿Por qué te molesta tanto? Apenas si nos conocemos.
—Los de su clase siempre terminan decepcionándote—río.
—¿Los de su clase?—me coloco las manos en la cintura—. ¿Cómo son los de su clase, exactamente? Heron, no estoy aquí para hablar de tus celos o lo que sea esto. A Jay lo expulsarán, por ti. Y estoy segura de que tú tienes algo de culpa.
—Entiende que acepto que no hayas querido salir conmigo—confiesa—. No estoy molesto por eso. No estoy molesto porque hayas rechazado que te besé. Estoy molesto porque tú confías más de lo que deberías en él y te ciegas. Meg, yo... No he hecho bien las cosas en muchísimo tiempo. Después de la fiesta, salí a buscarte, estuve preocupado por dejarte así. A veces todavía me dejo llevar por la rabia, y sí, lo que le dije a Jay de ti... De eso me arrepiento. Pero no de golpearlo.
—Heron—camino dos pasos en su dirección—. Haz esto por mí... Si quieres enmendar las cosas, te pido que hagas esto. Tú no vas a perder nada. Jay tiene todo que perder.
—Me gustas mucho, Meg—me mira a los ojos, aprieta la mandíbula—. Eres hermosa, eres inteligente y graciosa. No he encontrado a alguien como tú en lo que va de mi vida. Pero no puedo hacer eso por ti. No puedo arrepentirme de algo que sinceramente, no me arrepiento.
—Por favor...—casi le suplico. Siento que algunas lágrimas se escapan de mis ojos, resbalándose hasta mi barbilla. Contengo el resto, todavía sintiendo algo de esperanza, conservando un poco de lo que podría ser una última oportunidad.
—Jay no es un niño. No puedes cuidarlo de todo.
—Eso es egoísta, Heron... Tú no tienes nada que perder. Todo el futuro de Jay está en la decisión que tomes ahora—se quiebra mi voz—. Si no dices que fue un simple malentendido, que Jay no es violento, entonces esto se acabó para él... Y serás tú quien le arrebate el futuro a alguien—enfatizo mis palabras, camino hacia atrás. Señalándolo—. Y serás igual que tus padres por no permitirle esa última oportunidad.
Lo último que veo antes de cerrar la puerta e irme al baño a soltar las lágrimas, es esa mirada dolorida de Heron que vi cuando encontró a sus padres en la fiesta de Sofia. Abanico mi rostro siento entrar en pánico. ¿Qué voy a hacer ahora? Heron es la última oportunidad. De nada sirve testificar que Jay no es de esa forma si no hay quien lo respalde, dicen que él es quien empezó la pelea.
Tocan las puerta tres veces. Apoyada del lavamanos, limpio mis ojos manchados de rímel e intento respirar para calmar el enrojecido de mi piel. Abriendo la puerta, veo a Jay apoyado de los bordes con una expresión que no había visto jamás...
—¿Qué estaba haciendo Heron afuera?—pasa al baño, cerrando la puerta detrás de sí haciéndome retroceder unos pasos—. ¿Por qué... estaba él afuera?
—Nada. Vino a aclarar unos cosas—respira con pesadez.
—¿Qué quería?
—Cálmate, Jay.
—¿Qué... quería?
Me levanto para irme, pero me sujeta de la muñeca.
—Hablaré contigo sólo cuando te calmes. No voy a dejar que me trates mal—manoteo hasta apartar su agarre—. No entiendo que pasa contigo últimamente...—digo con tristeza.
—¿Pasó algo entre ustedes?
—¿Qué?
—El día de la cena.
Aguardo unos segundos.
—¿Me espiabas?—no responde.
—Te dije que ya dejaras las cosas como están.
—No piensas con claridad.
—Meg—respira. Cierra sus ojos. Cierra los puños. El tiempo se detiene—. Ya basta.
—Jay, pero...
—Basta—dice casi como advertencia, cierro los ojos de la impresión en el énfasis de sus palabras—. Ya basta, Meg. No puedes ayudar a todo el mundo. Deja de hacerlo. Esto no es tu asunto.
—Tú no haces nada para resolverlo.
—¿Y qué quieres? ¿Que le pida disculpas a Heron?—responde con sarcasmo.
—No sé qué te pasa...—mis tacones suenan en el piso de cerámica fría, tanto como la manija de la puerta que sostengo tímidamente con mi mano rogando porque Jay me pida que me quede. Regreso mi mirada—. No sé qué más quieres pero, aquí estaré. No me pidas que no te ayude porque más tendré motivos para hacerlo. No me pidas que me vaya, Jay. Yo estaré aquí.
Cierro la puerta. Dejando un puño sobre mi abdomen y conteniendo las mismas lágrimas para que todo continúe en rumbo. Como si nada estuviese pasando... Todo es tan complicado cuando hay que pretender que se está bien.
No veo más a Jay después.
Termino mi turno después de una hora, y salgo con Sarah y Andrea al cine. Intento involucrarme en su conversación, Andrea sonríe y se ve feliz, Sarah me lanza palomitas y me reta a coquetear con el chico de la caja, pero sólo puedo forzarme a prestar atención a donde estoy, a lo que me rodea. Lo que me termina por resultar una tarea extenuante, la película empieza pero no puedo entender de qué trata. Sólo miro mi teléfono en indicio de alguna señal...
—No sé qué te ocurre, Meg—me dice suavemente Sarah, mientras Andrea paga por el taxi y me dejan en la entrada del departamento—. Estamos aquí para ti. Si no quieres estar sola, llámanos y vendremos por ti.
Asiento con una sonrisa estirada, un poco dolorosa. Pero recibo su abrazo cerrando mis ojos con agradecimiento, y sé que aunque este sola en casa ahora, tengo a quien esperar.
Cuando entro a casa, no me molesto en llamar. No me preocupo por decir su nombre porque sé que él no está. No están sus llaves colgadas, ni su chaqueta doblada en el sofá. Las luces están apagadas. A él le gusta tener las luces encendidas. El cargador de su teléfono no está conectado junto al sofá cercano a la pared, antes de salir, lo guarda en su habitación. El departamento está en silencio. No hay quien cierre la puerta con el talón.
Quisiera que estuviese aquí, nada más para decirle que no cierre tan fuerte la puerta.
Veo el árbol que trajo todavía en el suelo. No tenemos nada para decorarlo. Pero me dispongo a arreglar sus pequeñas ramas mientras Pequeñito duerme en mi regazo. Lo pongo sobre su base, dejándome pensar en que esto podría ser un panorama distinto, y yo estaría acompañada. Las luces de navidad no deben ser tan costosas.
—¿Quieres salir?—llamo cuando no soporto más el sonido de la soledad.
—¿Estás bien?
—Estoy bien. Sólo, quiero comprar luces de navidad—siento que mis ojos se nublan. Ríe.
—¿Luces? ¿Y qué hay de las bambalinas? Espérame. Iré por ti.
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El centro de la ciudad es ajetreado y encantador con tantas personas moviéndose de un lado a otro con bolsas más bolsas de las que pueden cargar. Quizás me hipnotiza el ambiente porque continuo siendo nueva aquí, pero la dinámica hace que me sienta más en armonía y me inclina a querer comprar.
—¿Estás segura de que necesitas una taza de reno?
—¡Claro que la necesito! Todos necesitamos una taza de reno en navidad...
—Yo necesito mucho dinero.
—Para comprar una taza de reno, ¿no?—Gemma ríe y niega con la cabeza.
—Para hacer mi propio imperio de tazas de reno—me la arranca de la mano y la pone de regreso en la estantería, andando nuevamente a mi lado—. La gente compra cosas bastante estúpidas en navidad.
—¡No es estúpido!—río—. Es decoración, hay que tener algo de espíritu...
—Si dices espíritu navideño te voy a golpear—cierro la boca y me subo de hombros con las manos metidas en mi chaqueta.
—No me digas que eres de esas personas que conocemos como... Grinch—me mira con rencor—, ¡es que la navidad es tan bonita!
—Viste mucha televisión de niña...
—No es eso, bueno... No importa.
Une sus cejas.
—¡No! Ahora debes decirme. No podré dormir si no acabas lo que estabas diciendo—río.
—Mi papá y mi mamá no tuvieron una buena relación cuando era niña y, yo no hablaba con mi familia hasta ahora. Pasé navidades con Jay y su familia, recibí regalos de su parte como si fuese una hija. Me trae buenos recuerdos está época... Es todo.
—Sí que eres trágica, ¿soy yo el Grinch?—le codeo con gracia.
—¡Tú insististe en que querías saber!
—Ay, ¡no me hagas caso cuando te pida esas cosas!
Caminamos dentro del centro comercial, yo con una bolsa de bambalinas rojas escarchadas y Gemma con... Zapatos altos de color morado. He encontrado luces azules, de colores, verdes. Amarillas y doradas. Pero todavía no blancas.
—¿Qué harás para navidad?—me dice.
—No lo sé. En este momento, ya no lo sé.
—¿Pasó algo?
—No quiero aburrirte con más historias trágicas.
—Suéltalo.
Suspiro.
—Jay está... Distante.
—¿Distante cómo?
—Distante.
—¿En el... Sexo?
—¿Qué? ¡No! Claro que no.
—No te sonrojes, es obvio que ustedes tienen sexo.
—Sí, pero no es en eso. No quiere hablarme de lo que siente.
—Jay está bastante presionado ahora. Quizás no quiere involucrarte.
Con esas palabras, se me ocurre que Jay ya pudo haber hablado con Gemma. Así que me dispongo a intentar sacar algo de información.
—¿Por qué lo dices?
—No lo sé. Él me comentó que ya estaba intentando resolver el problema con Heron.
—¿Con quién?—elevo una ceja, preguntando con naturalidad. Se muerde los labios y abre los ojos.
—Yo... No, con nadie. No lo sé, sólo me dijo eso.
—¿Por qué no te creo?—intento sonreír, pero dentro de mi suplico porque no sea quien estoy pensando—. Gemma, necesito saber qué le ocurre a Jay. Además, también estaba moviendo algunas cartas y antes de que él lo haga, necesito saber si puedo continuar.
—Con Britney, supongo.
No detengo mis pisadas. Pero mi corazón si se detiene.
—Sí, Britney tiene algunos contactos...—termino por decir.
—¿Por qué?
—No... No es nada. Es que, sospecho que a Britney le gusta Jay.
—¿Y a Jay?—mis cejas se hacen una—. Digo, han pasado tiempo juntos, ¿no?
—¿Qué tanto tiempo?
—No quiero insinuar nada, Meg. No es mi asunto—se sube de hombros—. Pero tienes que hablar con Jay.
—No quiere hablar.
—Entonces, deberías empezar a preocuparte—mira su reloj, dice sus palabras con tantas comodidad que termina por resultante sofocante que sepa más del mismo tema que yo—. Debería irme ya, tengo un examen mañana.
Me abraza rápidamente para despedirse.
—No te preocupes. Habla con Jay. Él es buen chico y te quiere. Nos vemos mañana en Bridge.
Regreso a casa sólo con las bambalinas. El departamento sigue en silencio y oscuro pero ahora, veo unas llaves en el llavero. Cierro la puerta y me siento repentinamente furiosa. En el camino evité pensar, evité cualquier pensamiento que involucrará las palabras de Gemma, a Jay, a Heron. Enciendo todas las luces después de dejar caer la bolsa y mis zapatos junto a la puerta, Pequeñito me pide que juegue con él pero mis sentidos están nublados y mi pecho se siente sin aire.
Dejo de culparme. Estuve días pensando en que si quizás no hubiese ido a la cena, Jay no estaría en esta situación. Yo sí creía que Heron era mi amigo. Yo rechacé a Heron porque amo a Jay. Heron provocó a Jay, y él lo golpeó. Yo no lo obligué a golpearlo.
No le pedí que lo hiciera, ni le conté nada sobre lo que lo había pasado porque no fue importante para mí. Jay sabe que Britney gusta de él, y estoy segura... de que me ha estado escondiendo cosas. Y eso, rompe mi corazón en más fragmentos de los que puedo recoger.
Camino hasta su habitación. En donde lo encuentro sentado sobre la cama escribiendo en su teléfono y cuando me encuentro con su mirada, mi respiración se ahoga y me cuesta mantener mis manos quietas por los nervios que se apoderan de mi piel. Mi dedo busca señalarlo, veo como si todo pasara en cámara lenta.
Pero, bajo mi dedo. Me trago mis palabras. Me doy la vuelta.
—¡Ey!—escucho su voz salir del pasillo—. Ey, Meg.
Corro nuevamente a ponerme mis botas, mis lágrimas hacen la figura de mis ojos pero no salen, se quedan estancadas como el aire de mis pulmones que apenas si hace un hilo.
—¿Qué pasó? Te estaba escribiendo para saber en dónde estabas, ya es tarde. Quería saber si estabas bien.
—¿Tú dónde estabas?—me levanto del suelo después de ponerme las botas. Mi voz no sale tan firme, enderezo todo lo que puedo mi espalda—. ¿Dónde has estado?
—¿A qué te refieres? No entiendo de qué estás hablando.
Recuerdo mi cumpleaños. Cuando Britney mencionó que Jay había ido a su departamento. No puedo odiar a Britney. No puedo odiar a Jay. Pero, estoy segura y podría apostar que Jay sabe lo que Britney siente por él, yo estoy segura.
—Meg, no entiendo de qué me estás hablando—dice con suavidad—. ¿Por qué estás así?
Abro la puerta tomando mi cartera.
—Seguro Britney te ayudará a entenderlo...
—¿Qué? No, no, no... Vuelve aquí—me sujeta del codo.
—Suéltame—digo entre dientes—. ¡Que me sueltes!
—Meg, calma... Ya basta.
—Basta tú de mentirme—cierro con fuerza. Lo encaro—. ¿Qué crees? ¿Que soy estúpida?
—¡No entiendo de qué me estás hablando! ¡No sé qué te pasó en el camino para que estés de esta manera!
—Jay. Estuviste en el departamento de Britney—no responde. El silencio que se hace después de mis palabras, podría palparse de sólo estirar una mano.
—No es por lo que crees.
—¿Entonces, por qué no me lo habías dicho? ¿Cómo puedo creerte si tú... Si tú...
Trago el nudo de mi garganta.
—...me mientes? ¿Qué está pasándote?
—Meg, no me está pasando nada. No vas a entenderlo.
Asiento. Apretando los labios. Abro la puerta otra vez, alejándome lo suficiente para que no pueda alcanzarme.
—Tocaré en la gala—abre los ojos—. Quizás te interesaría saberlo.
—¿A dónde vas, Meg?
—Te veo mañana. Si es que estas dispuesto a hablar conmigo, y no con otra persona...
—¿A dónde irás? ¡Meg!
Y así, me encuentro de nuevo caminando bajo el frío. Llamo a Andrea y ellas terminan por enviar un taxi que me lleva hasta su departamento. Es la primera vez que paso una noche fuera sin Jay, y me rompe el corazón su lejanía.
El problema no es que sea amigo de Britney. El verdadero asunto es que... Lo esconde. No confía en mí como para decirme cómo se siente, y no confía en mí para ayudarle a resolver sus problemas. Tengo una gran deuda con él, con su familia. Y además de eso, amarlo hace que quiera ayudarlo sin nada más a cambio que su tranquilidad.
Andrea y Sarah no preguntan nada. Se sientan junto a mi hasta que me quedo dormida en su sofá, diciéndome antes que dejarán ropa para mí en la mañana cuando vayan a trabajar. No descanso esa noche. Duermo. Pero no logro conciliar del todo sueño. En mi cabeza se enreda el orgullo, y en mi corazón la pena.
Todavía no empieza a nevar...
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