Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

62. Meg

Cinco días para navidad...

Remuevo los cojines del sofá, miro debajo de ellos y nuevamente, me encamino a mi habitación levantando mis sábanas y buscando entre algunas gavetas. Colocándome las manos en las caderas, decido qué no puedo darme por vencida y me dirijo a la habitación de Jay, en donde lo encuentro con sus lentes puestos y con una pierna doblada sobre la silla mientras escribe en una libreta.

Miro debajo de su cama, y aunque su cama está tendida, meto mi mano debajo de las sábanas. Busco entre los bolsillos de su chaqueta colgada de la esquina de la puerta como última opción momentánea, pero nada.

—¿Qué buscas?—le observo con obviedad.

—¿Qué crees? Sabía que no debía quitármelo.

—Debe estar en tu habitación.

—No. No está ahí—suspiro—. ¿Recordaste preguntarle a Gemma si por equivocación se lo llevó?

—Sí. Pero me dijo que no.

—¿Revisó?—sonríe.

—Sí, Meg. Está bien, tu collar aparecerá.

Una vez más, suspiro. Salgo de su habitación y me dejo caer en el sofá, donde Pequeñito que descansaba, con sus pequeñas patas camina a mi regazo. Acaricio su cabeza y me percato de que ha crecido un poco.

—No te lo habrás comido tú, ¿verdad?—lame mi pierna, y no tarda en volver a quedarse dormido.

Tomo mi teléfono, buscando entre mis contactos los últimos mensajes de papá sólo para ver una vez más la foto de mamá que me envió unos pocos días atrás. Aparenta haber repuesto unos kilos y su piel se ve más saludable, además de que su cabello luce limpio en su cola de caballo. Sonríe, y mi corazón se calienta al ver un poco de rubor en sus mejillas. Ella está mejorando.

La llamada entrante de papá me saca de ideas, pero antes de responder me muerdo el interior de la mejillas con nerviosismo. 

—Hola, Meg.

—Hola, papá. ¿Todo está bien?

—¡Claro! ¿Por qué no estaría bien?—hace interferencia la llamada.

—¡No! Por nada en especial. ¿Estás bien tú?

—Sí. Estoy bien. Llamaba porque Patricia me comentó que no has respondido su invitación para su cena de navidad—aguardo unos segundos—. ¿Hola?

—¿Irás tú?—suspira.

—Quiero estar aquí con tu mamá. Les permitirán a los que han tenido progreso ir a casa—casi siento que mis ojos se iluminan. 

—¿Puedo ir yo?

—Sabía que preguntarías eso...

—Y creo que la respuesta es no—no responde, hasta después de unos instantes.

—No es un no definitivo. Sólo que, hay que darle espacio. Que entienda su entorno y todo eso que le indica el psiquiatra.

—Entiendo...

—¿Pasarás navidad con Jay? En Goleudy es muy hermosa. Patricia está emocionada porque asistan. No es por presiones—río.

—Lo pensaré...

—Te quiero, hija—me remuevo un poco en el asiento, pensando en qué haré a continuación.

—Y yo a ti.

No puedo evitar sentirme decepcionada. Y ahora presionada por la obligación de asistir a la cena de Patricia. Recuerdo la última experiencia que tuve en una cena similar a la que no tenía muchos ánimos de asistir, y fue tan incómoda que no había puesto ni un pie en lugar cuando ya quería irme. Heron me ha escrito un par de mensajes pidiéndome disculpas, pero ahora estoy más preocupada por lo que pueda pasarle a Jay.

Masajeo mi sien por todo lo que acabo de procesar, es tarde en la noche y debería ya dormir, pero mis ideas no dejan de martillar mi descanso. Escucho los pasos de Jay dirigirse a la cocina y abrir la alacena, hay un silencio hueco en el departamento que podría ayudarme a dormir pero recuerdo que debo hacer una carta para Sofia rechazando su petición de tocar en la gala navideña.

Ni siquiera se lo he mencionado a Jay. No se lo he mencionado a nadie.

—¿Quieres algo de cenar?—cierro los ojos—. Meg...

—No.

—¿Qué pasa?—se acerca, arrodillándose junto a mi alcanza la piel de mi rostro con sus dedos—. Tienes un poco de fiebre.

—¿De verdad?

—Sí. ¿Te sientes bien?—abriendo mis párpados con lentitud, encuentro algunos cabellos sobre su frente. Su cabello ahora está más largo y tiene suaves rizos sueltos marrones claros y rubios cenizos.

—¿Qué hay de tu cabello de rockero?—ríe.

—¿No te gusta?—suavemente, me muerdo los labios.

—Sí me gusta. Me gusta mucho. ¿Puedo trenzarlo?

—¿Trenzarlo?

—Sí. Ven—me siento, haciendo que sus hombros de apoyen en mi rodillas para tener mejor agarre en su cabello, comenzando desde sus entradas.

—¿Qué me darás a cambio por dejarte hacer esto?—sonríe.

—Tú deberías pagarme. Estás yendo a la peluquería, y gratis. Así que cállate y déjame peinarte—niega. Aunque disfruto de esta quietud, me cuesta dejar de pensar.

—¿Estás bien?

—Estoy bien. ¿Por qué tu pregunta?

—Te noto extraña—responde en medio de suspiro, dejando caer su rostro en mi rodilla.

—Y tú estás cansando.

—Muy cansado...—me acerco a su cuello dejando su cabello a medias, masajeando sus hombros.

—¿Qué tan cansado?—le susurro, mientras mis manos se deslizan hasta su pecho. Suavemente, mis dientes atrapan el arco de su oreja.

—No lo suficiente, quizás—no se mueve, por lo que continuo besando la piel de su cuello, acalorando su cuerpo hasta ver un suave relieve entre sus piernas—. Quiero no pensar, Meg... Estoy harto de pensar...

—¿Puedo admitirte que yo también?—siento su sonrisa.

—Sí, sí puedes. Es que... Siento que...—se pausa, suspira con resignación.

Busco abrir mis piernas sobre él, abrazando su cuello y besando su frente en un acto de intimidad. Sujeto su rostro entre mis manos y las suyas, se dirigen a mi cintura y espalda, en donde sus dedos me hacen sentir pequeña y protegida. Hasta aparta el cabello de mi cuello para besar entre la unión de mi hombro y mandíbula, acariciando ahora mi rostro con sus nudillos.

—Jay...—le susurro.

—¿Sí?

—Puedes contarme, ¿sabes?—le miro a los ojos—. He intentado entender por qué a veces, te alejas—sus labios se estiran en una pequeña sonrisa, pero su expresión se mantiene atenta—. Crees que porque tengo mis propios problemas, no necesito más...

—¿Y no es cierto?—responde después de unos instantes, guardando un mechón de mi cabello detrás de mí oreja.

—No. No es cierto. Lo que tú sientes—presiono mi mano en su pecho, cerca de su corazón—, es importante para mí. Tú me importas más de lo que puedo decirte, yo... No soy tan buena como tú con las palabras. Pero tus sueños son también los míos. Y si hay algo con lo que no te sientes bien, dímelo. Para mí, tú no eres una carga—uno nuestras frentes—, eres mi regalo. He sufrido tanto y tú, eres mi regalo.

Quedamos tan cerca, nuestros rostros a pocos instantes. Y se siente como la primera vez que nuestros labios estuvieron a punto de tocarse. Quizás sea demasiado joven. Quizás somos demasiado jóvenes. Pero Jay es todo lo que quiero. En cada plan y sueño, Jay está ahí. Y todo el amor que puedo sentir por sus lunares, por su cabello revuelto en la mañana y por la manera en la que tararea mientras se ducha, compensa todo lo que me ha faltado. Anoche, mientras su cuerpo descansaba junto a mí, ambos sin nada que pudiese cubrirnos excepto una sábana, decidí que Jay es lo que quiero, quiero su corazón para mí, y sus malas costumbres sólo para mí.

—Te amo. Y la palabra es tan poca cosa para describir lo que siento por ti—sonrío, sintiendo algunas lágrimas resbalarse por mi rostro—. Tú eres lo que quiero, Jay.

Encuentro sus cejas unidas, sus labios semiabiertos. El matiz luminoso de sus ojos atentos a mis palabras, casi con dolor. Como si todo lo que nos amamos, fuese dolorosamente satisfactorio.

—Y nos hemos hecho confesiones como estas en el pasado... Pero, sentí que debía decírtelo—hablo sintiendo mis mejillas enrojecer, pero Jay termina con levantar mi mirada y besar mis labios después de reposar mi cuerpo sobre el suelo.

Su rodilla se encaja entre mis piernas mientras besa delicadamente mi cuello, una de sus manos acaricia mi muslo desnudo y agradezco a cualquier cosa por tener sobre mi cuerpo nada más ropa interior y camisa para sentir con facilidad sus dedos acariciando mi sensibilidad que casi de inmediato, me hace suspirar. Me agarra de la cintura llevando mis tobillos a su espalda para levantarme con su cuerpo para guiarme a su habitación, a nuestra habitación.

Ahí, en la oscuridad azulada que nos brinda la noche, puedo ver su rostro por las tenues luces que nos ofrece la ciudad a través de la ventana. Se arrastra la camisa desde la espalda y me deja sin respiración ese movimiento que hace que los músculos de su espalda se tensen, mientras echa hacia un lado su cabello de un tirón antes de inclinarse nuevamente para besarme, suspirando con su piel tibia, su rostro ligeramente enrojecido, pero con sus ojos fijos en mi rostro contorsionado del placer.

Me besa el cuello y mis clavículas, toma una de mis manos y besa mis dedos uno por uno, extendiendo la tensión entre nosotros. Sonríe, deslizando ahora su mano entre mis muslos y mi cuerpo reacciona de inmediato a su toque, dejando que mis piernas dejen espacio para sus dedos. Cierro mis ojos, sus labios me besan y yo nada más quiero convertirme en placer mientras su piel hace entrada en la mía, con tortuosa lentitud y sin límite.

Gimo su nombre en respuesta a su tacto, mordiendo mis labios y aspirando entre los dientes para después moverme bajo sus dedos. Pidiendo porque se haga parte de mí, a lo que no tarda hacer caso a mis suplicas. Esta vez, parece un relato de un suave sueño. Jay no se aparta de mis labios, de mi cuello, y no para de susurrar a mi oído cuánto me ama mientras se mueve dentro de mí, provocando que su nombre salga de mis labios como miel.

Los músculos de mis piernas empiezan a arder, Jay desliza sus manos por mis brazos hasta alcanzar mis muñecas y mantenerlas sobre la cama para tener más dominio sobre mi cuerpo. Gimo con sus labios cercanos a los míos, retando a que continúe. Es tan suave y preciso su tacto, que casi me siento triste por relacionarlo a una despedida, repentinamente mi corazón se encuentra nostálgico. Y aunque extasiada por su cercanía, busco sus ojos para asegurarme qué todo anda bien, que las cosas irán bien para ambos.

Logro tocar la cúspide de mi placer cuando embiste en totalidad dentro de mí, echo mi cabeza hacia atrás sintiendo mi cuerpo cubrirse de sudor y mi pecho subiendo y bajando a mi respiración agitada. Instantes después, Jay cae sobre mí y luego de recuperarse unos momentos, se recuesta de un lado de su cuerpo, atrayéndome a su pecho en donde escucho el palpitar de su corazón que con lentitud, se apacigua hasta sonar como una suave canción.

Todavía con esa incógnita en mi cabeza, me acomodo en su pecho. Pensando lo que diré a continuación con temor a encontrarme con una respuesta que no me guste. Atreviéndome a levantar mi mirada, lo encuentro con una expresión perdida y algo severa. 

Después de un rato, me apoyo de un brazo para verlo con claridad, e intento llamar su atención acariciando su rostro. Responde a mi toque cubriendo mi mano con la suya, pero cierra sus ojos.

—Jay, ¿qué ocurre?—susurro. Respira, niega—. Me voy a quedar aquí. Hasta que me digas qué es lo que pasa. Mírame—sujeto su rostro—. No me voy a ir. Si lo que buscas es apartarme, no lo vas a lograr.

—Odio esta ciudad.

Se sienta con sus piernas cerca de su pecho. Guardando su cabeza entre sus brazos. Quedo estática por unos momentos, pero lo abrazo desde la espalda, acariciando el costado de su abdomen desnudo.

—¿Quieres irte de aquí? ¿Quieres que vayamos unos días a Ciudad Solar?

—No. Estoy cansado...—escucho su frustración salir junto a su confesión.

—¿Qué quieres hacer?—suavizo mi pregunta, intento hablar con cuidado mientras acaricio su piel—. ¿Qué ocurrió para que pienses así?

—No me gusta la ciudad. No creas que no me gusta vivir aquí contigo. Es que no me gusta la ciudad—encuentro su mirada cuando levanta su rostro—. Siento que no puedo.

—¿Qué no puedes? ¿Pasó algo en Bridge?—suspira.

—No quería preocuparte...—el susto se asienta en el vacío que se me hace el pecho.

—Jay...—no responde— Jay...

—Me quieren expulsar—estalla. Entreabro los labios, miro hacia los lados—. El profesor nuevo, Irvin, el que arruinó mi pintura, dio fe de que soy un estudiante "propenso a la violencia"—hace comillas.

—No voy a dejar que eso pase—ríe.

—No puedes hacer nada para arreglarlo.

—¡Claro que sí! ¿Cómo te rindes tan fá...

—¡No puedes hacer...—sujeta mis hombros con fuerza, pero tranquiliza su agarre— Nada para arreglarlo. No puedes. No lo intentes. No lo hagas.

—No voy a permitir que te rindas así de fácil—aparto su mano, permitiendo a mi expresión volverse severa.

—Meg, no lo intentes—se levanta, colocándose su ropa antes en el suelo.

—Jay—veo que saca sus zapatos debajo de la cama—. ¿A dónde vas? 

Rápidamente hago lo mismo. Me pongo mi camisa y ropa interior, buscando alcanzar su muñeca antes de que salga por la puerta de la habitación.

—No voy a dejar que vayas tan tarde a la calle. No.

Suspira con resignación.

—Déjame, Meg.

—Voy contigo.

—Meg—ahora, sus manos sujetan mis brazos. Siento que mi desesperación crece—. Entiende que no quiero que seas parte de esto. No quiero que nadie sea responsable por mi equivocación. Ya estoy decepcionando a todos... No quiero decepcionarte también a ti.

—No hagas esto. No te vayas—sujeto su mano con fuerza—. Quédate, por favor... Vamos a arreglar esto.

Respira. Me deja un beso suave en los labios.

—No me esperes despierta. Descansa.

—¿Por qué te vas así?—casi grito cuando se da la vuelta y se encamina al pasillo. La desesperación que me sofoca se refleja en las lágrimas que empiezan a correr por mi rostro—. ¡Jay!

Cierra la puerta.

Y con impotencia creciendo y envolviendo mis emociones, lanzo la taza que dejé más temprano en el mesón al suelo. Arrastrando mis uñas por la raíz se mi cabello, sintiendo hasta que me falta aire por la sofocante decepción que siento hacía mí misma por no poder ayudarle, por sentir que una vez más, no puedo ayudar a alguien a quien amo.

Jay.

Idiota. Estúpido. Es todo lo que en mi cabeza se repite. Me ciega la frustración, me impide ver soluciones. Y no las quiero. Por primera vez deseo rendirme y de alguna forma, volver a empezar desde cero.

No poder hacerlo, saber que no podré lograr tener otra oportunidad como ésta, me está torturando. Presiono el puente de mi nariz cuando recuerdo el rostro de Meg antes de cerrar la puerta.

Cuando la vi ahí, debajo de mi mientras unía nuestros cuerpos, sentí una profunda culpa. Mi corazón se ahoga en culpa. No puedo pretender que sienta la misma necesidad de escapar que yo, Meg es feliz aquí, y siento que le estoy quitando eso conforme me estoy hundiendo. Por eso, una vez más escapé. Hacerla parte de esto cuando ya ha sufrido suficiente es egoísta.

A su vez, sus palabras sinceras hacen que quiera regresar a casa. Si pudiese amar más a Meg me consumiría, porque todo lo que la amo y la deseo, es todo lo que llena mis días de bienestar y luz, no sabía que necesitaba a Meg de esta manera, creí que era yo quien cuidaba más de ella, pero ahora me doy cuenta de que ella es la que me brinda tranquilidad a mí. Despertar cada mañana a su lado es una escapada a un paisaje de paz. Por esa razón, me asusta decepcionarla.

He evitado decírselo a mamá. Bridge es mi sueño, y ahora siento que me observa con decepción mientras me arrebata las expectativas de mi futuro. Más temprano, se acercó a mí la rectora de la universidad, Sofia. La tía de Heron. No me culpó, no me miró con rencor. Pero me dijo que los testigos afirmaban que había sido yo quien empezó la pelea, además de que la opinión de Irvin era bien valorada, y él testificó que era joven sin futuro...

Sin futuro...

¿Qué diría papá de esto?

Me detengo buscando aspirar aire. Sintiéndome repentinamente atrapado, hasta las cosas empiezan a darme vueltas. Pero una llamada me saca del huracán y sin pensar demasiado, respondo antes de continuar sumido en mis tortuosas ideas.

—¡Jay! ¿Dónde estás?—me dice Gemma a través de la línea.

—¿Cómo que en dónde estoy?

—¿No vendrían Meg y tú a la exposición?—palmeo mi frente.

—Sí. Sí. Claro que sí, estoy en camino.

—¿Estás? ¿Qué hay de Meg?

—Meg está...—sola en casa— No se siente bien.

—Claro—dice con algo de duda—. Recuerda que te envié la dirección. No tardes.

Cuelgo sin despedirme sintiéndome irritado. No tengo deseos de ir y fingir que está bien. Pero, le prometí a Gemma y Harold que iría, y me han apoyado en esto. Harold todavía conserva el moretón en un costado de su rostro. Suspirando, decido tomar camino en dirección al estudio del que Gemma me habló, más lejos que Timotie's, por lo que decido detener un taxi.

Ni siquiera le comenté a Meg de esta exposición. Lo olvidé y, además, podrían hablar más del tema y lo menos que quiero escuchar el cómo arruiné quizás la mejor oportunidad de mi vida.

El estudio a simple vista me sorprende, las luces en la entrada anuncian que no es un lugar común, junto con la escultura de cartas de póker que acompañan el cartel brillante con su nombre. Salen y entran personas vestidas con exotismo y la música hace eco en mi cabeza y retumba en mi pecho como en las paredes. 

Gemma y Bianca agitan sus manos sentadas en una mesa alta neón, mientras detrás de ellas, danza en un tubo una mujer pintada de tigre. No tardo en percatarme que hay varias personas desnudas cubiertas de pinturas paseándose, interpretando el animal del que están pintados. Otros, yacen en pequeñas tarimas estáticos, para que los fotógrafos aficionados dirijan sus cámaras hacia ellos.

Mientras camino sintiéndome ligeramente incómodo, una mujer pintada como pantera se interpone y me tantea el hombro con una mirada pícara, pero sonrío forzadamente escuchando las risas de Gemma y Bianca.

Ambas vestidas de negro y de un material similar al cuero, con el cabello con volumen. Muy adecuado para la temática del lugar, y hasta me siento fuera de sitio cuando veo a Harold llegar con unas bebidas vestido de chaleco, sin corbata y con jeans, pero va con el ambiente.

—¿Y a ti, qué te pasó?—pregunta Gemma elevando su barbilla, me subo de hombros con las manos en los bolsillos de mi chaqueta.

—Práctico—me excuso.

—No recordabas que debías venir, ¿verdad?—eleva su ceja y bebe un sorbo de su bebida.

—¿Puedo admitir que no sin verme como idiota?—ríen, y Gemma niega en expresión de burla.

—Amo esa canción, ¡vamos a bailar!—Bianca toma del brazo a Harold, quien sonríe con amplitud y la sujeta de la cintura. Tomo asiento junto a Gemma quien me ofrece una bebida, no la rechazo, pero por los momentos, tampoco la bebo.

—¿Bebida no, pero cigarros sí?—me siento enrojecer.

—No... No lo volví a hacer.

—Más te vale. Es absurdo. No te lleva a nada—saca un cigarro de su caja y lo enciende, la observo en confusión—. Sí. Es absurdo...

Bebo un sorbo, y tiene un ligero sabor a menta.

—¿Qué es todo esto?—le pregunto.

—Pues, están innovando en exposiciones de arte.

—¿No participaste?—bromeo.

—Si quisiera estar pintada de animal, sería ese de allá—señala con la barbilla a la mujer que gira en el tubo y repentinamente abre las piernas. Aparto la mirada y Gemma ríe—. ¿Qué? ¿No estás acostumbrado al nudismo?

—No así, no es lo mismo que en una clase.

—Es la mejor forma de estudiar anatomía. Es... Podría decirse, entretenido.

Bebo de mi vaso a fondo.

—Calma, campeón. ¿Qué pasa?—suspiro—. ¿Qué pasó con Meg? ¿Le dijiste lo de Bridge?—asiento—. No salió bien, por lo visto.

—Meg entendió. El problema soy yo... No puedo arrastrarla a esto.

—Creo que te preocupas por ella en exageración. Meg estará bien con eso.

—Sí, pero...—respiro llenando mis pulmones— Es que es complicado.

Ríe.

—Jay, eres adorable... Estúpidamente adorable.

Me ofrece el cigarro, pero niego.

—¿Le dijiste a Britney ya?—el borde de mis manos masajean mis ojos casi con exasperación.

—No, fui a su casa a cenar y...—me interrumpe poniendo ambas manos sobre la mesa.

—¿Fuiste a su casa.. A cenar? Jay, es justo lo que no tienes que hacer. Les estás dando esperanzas.

—Nada más mencionó que bailaría en la gala navideña, es todo.

—¡Jay!

—¿Qué? No puedo herir sus sentimientos así.

—¿Y qué le dijiste?

—¿Que... Sí?—se palmea la frente.

—Eres un caso perdido, ¿lo sabes, no?

—Por los momentos... Sí. Lo sé—sus labios se elevan en una sonrisa corta. Sosteniendo el cigarro y su bebida a la vez—. ¿Estarás para la gala?

—No. Iré a ver a mi abuela. Ella... Está no muy bien. Quiero ir de sorpresa. Ya que no puedo ir para navidad, quiero estar con ella para el año nuevo.

—¿Qué harás después?—me observa, entendiendo a lo que me refiero.

—Estaré sola—se pierde su mirada, pero se repone moviendo su cabeza—. Además, no me invitaron. Tú sabes, invitan a gente con contactos—sonríe y me codea, restándole importancia.

—Me dijeron que te habían ofrecido una entrada.

Hace una mueca. 

—Igual no es mi estilo—hago una expresión de confusión—. No trates de entenderlo.

Bufo en una sonrisa irónica.

—Estaremos para ti. En lo que decidas.

—Gracias... Bueno, dejemos de lado las conversaciones deprimentes, por favor. Es momento de divertirnos. ¿No?

—Creo que iré a casa.

—Jay... Quédate—me sujeta del brazo—. Es que... Bianca y Harold, no quiero ser mal tercio.

Lo pienso. Meg debe estar sola en casa, y no le gusta dormir sola desde que vivimos juntos. Pero me avergüenza haberla dejado después de nuestro momento y nada más de pensar en ver su rostro decepcionado, me hace sentir peor. En este instante, me siento caminar perdido. Debería ir a casa. 

Pero no quiero ahogarme en ideas de mi futuro, no quiero ver el rostro decepcionado de Meg, ni quiero que mamá sepa que posiblemente, tenga que regresar a casa por mi inmadurez, de nada sirvió esforzarme porque todo parece consumirse en tonalidades grises. Bebo otro trago, sintiéndome culpable y gris. Meg está sola en casa, y yo estoy aquí, más decepcionado de mí que cualquier otra persona.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro