60. Meg
Camino hasta el baño a paso apurado sujetando mi bolso de mano. Sacudo un poco la cabeza cuando me apoyo de la pared antes de entrar, cerrando mis ojos y abriéndolos, sujetando con dolor mi sien. La champaña, y las dos copas de vino, empiezan a tener efecto sobre mí.
Sentada sobre el inodoro presiono los lados de mi cabeza. Intentando apaciguar la ansiedad creciente de querer irme a casa, mi respiración continua doliendo. Siento cómo el aire frío me acribilla el pecho y espalda, hasta mi mano tiembla cuando abanico mi rostro ahora caluroso.
Me apoyo de mi frente con los codos sobre mis rodillas. Apenas si puedo respirar, hasta el vestido empieza a apretarme. Tiento llamar a Jay, sólo para decirme que venga por mí.
No puedo hacer esto.
Las palabras de Sophia salieron en cámara lenta de sus labios. No estaba en absoluto preparada para esa noticia, sentí como la sangre se esfumó de mi cuerpo y mis manos empezaron a temblar, no supe que responder a los aplausos de mi alrededor, ni a la mirada de Heron, y mucho menos, a Sophia, que quizás esperó por lo menos un gracias. Nada más pedí disculpas y abandoné la mesa. Yo no esperaba que ese fuese el asunto del que teníamos que hablar, llegué a pensar incluso que era sólo una broma.
Sentados en la larga mesa cubierta de un fino mantel blanco, reposaban los floreros con delicados ramos, además de las abundantes bandejas de comida que hacían de un banquete que podría durar una semana fácilmente. Ahora, las risas eran agradables y casi podía permitirme disfrutar de la velada.
Casi, de no ser por las constantes miradas de parte de algunas invitadas, y de Heron. Bebiendo de mi copa de vino, respondía a su conversación sin demasiado entusiasmo, todavía no alcanzaba la ligereza del ambiente para relajarme, apenas si toqué algo de mi plato, aunque lo que pude degustar estaba delicioso, no pude comer más.
Mucho menos cuando Sofia, tocando su copa suavemente, llamó la atención de los invitados, la mayoría prestigiosas figuras de Bridge. Lo único que pudo escucharse después fue la orquesta que continuaba tocando su delicada, y casi irritantemente feliz repertorio.
—Todos conocemos los nervios de presentarse ante un público—inició, elevando su copa. La elegancia de la Maestra Sofia innegable, sus dedos largos de pianista y ese rostro aristocrático por el que seguramente, cursaron deliciosos momentos de éxtasis musical—. Hasta yo llegué a quedar pasmada de los nervios—rieron, yo sorbí de mi copa—. Pero nunca cambiaría ninguna experiencia. Es algo que espero y deseo, que todos mis alumnos puedan vivir, la alegría de compartir una vida con la música. Hoy nos acompañaba la hija de una de mis viejas amigas, ella es una talentosa estudiante de Bridge...
Me señaló con su palma, dirigiendo la vista de los invitados en mi dirección y a mi postura encorvada que de inmediato, enderezo en mi asiento, dejando la copa sobre la mesa.
—Quisiera anunciar, que será mi representada en la gala navideña de este año. Para reconocer públicamente su gran talento.
En ese momento, mis manos empezaron a temblar. El sonido de los aplausos se hizo hueco y Sofia regresó a su asiento. Bastó de unos segundos para retirarme, mientras el resto volvió a su cena y a su conversación, no pude resistir ni un minuto.
El miedo se apoderó de mí. No puedo. Es lo único que se repite en mi cabeza. Yo no puedo tocar en esa gala.
No quiero, y no puedo estar ahí. Con tantas personas mirándome. Con tantas personas que podrían juzgarme, y hasta acabar conmigo. Creí que extrañaba presentarme, y sí. Pero no deseo presentarte ante ellos, no cuando conseguí ese puesto por Sofia, una vez más, no fui suficiente por mí misma. Hasta empiezo a cuestionarme qué hago aquí, por qué estoy aquí. En el sentido extenso, ¿qué estoy haciendo?
—¿Meg?—tocan la puerta, veo los zapatos de Heron debajo de la puerta.
—Vete.
—¿Qué ocurre? Creí que sería una buena noticia.
—Vete, Heron. Este es el baño de mujeres.
—¿Qué importa? Sal de ahí, Meg. Esperan para felicitarte.
Me levanto abriendo la puerta de inmediato, con fuerza suficiente para estrellarse con los laterales que dividen el cubículo de los otros. Le señalo con un dedo acercándome a él.
—Yo no quiero que me feliciten—digo entre dientes—. Yo no quiero eso. En primer lugar, no quiero tocar en esa gala—su cara se contorsiona con confusión.
—¿Qué? Es una gran oportunidad para ti.
—No la quiero—niego con la cabeza, echándome un paso hacia atrás.
—¿No la quieres? ¿Estás loca? Creo que eres la única persona en Bridge que se molesta porque consiguió un puesto en un evento prestigioso, casi internacional—dice con obviedad, lo que provoca que mi sangre hierva y sienta mi rostro enrojecer.
—Pues, quédate con mi puesto. Yo no lo quiero.
—¿Por qué?—responde acercándose, con firmeza en su rostro y palabras—. ¿Por qué no lo quieres?
—Yo...
—¿Por qué no quieres esto? ¿No te das cuenta que tienes un don, que puedes alcanzar sea lo que sea que quieras, con esta oportunidad? ¡A nadie de primer año se le ofrece algo así!
—Heron...—me muerdo el interior de la mejilla, conteniendo las lágrimas que empieza a aglomerarse en mis ojos. Empiezo a tropezar mis pasos hacia atrás mientras Heron camina con lentitud amenazante.
—Tú no quieres esto, ¿por qué? ¿Para no alejarte de Jay? ¿Por qué no quieres esto?
—¡Porque tengo miedo!
Mi voz raspa cuando saco esas palabras desde lo más profundo del cajón de mis penas. Mis rodillas tiemblan, hasta mis lágrimas se permiten salir y marcar mi rostro. Sujeto mis brazos, escondiendo mi rostro y la vergüenza de llorar, la máscara de pestañas empieza a dejar líneas en mi piel.
Me volteo, limpiando con rabia mis lágrimas y sorbiendo por la nariz, deslizando mi muñeca por mi cara en busca de limpiar mi enojo.
—¿Podrías llevarme a casa? ¿Por favor?
Escucho sus pasos acercarse. Se sujeta de los hombros y eleva mi barbilla, mi cuerpo se tensa.
—Basta de tener miedo, Meg. No puedes dejar pasar esta oportunidad.
—¿Y qué si sí?—sale un hilo de voz, quito su mano alejándome un paso—. ¿Qué si dejo que se vaya?
Heron se acerca nuevamente, desliza sus manos por mi cuello y lo que pasa a continuación, me deja sin saber cómo reaccionar. Sus labios reposan sobre los míos, suavemente me besa y siento su respiración caliente en mi rostro, que es lo que hace que me aparte sosteniendo mi puño sobre mi pecho. Sus ojos se llenan de confusión, y su pecho sube y baja con nerviosismo.
—¿Qué haces?—pregunto.
—Yo... Pensé...
—No...
Hace de su cabello un puño. Mi cabeza se siente en círculos, el alcohol hace que mi rostro se sienta caliente y me cueste mantenerme de pie con estabilidad. Aun así distingo a Heron y su debate interno sobre qué hacer a continuación, yo no puedo pensar en otra cosa que estar en casa.
—Meg, lo que quiero decir es que tú necesitas esto. Creo que si desaprovechas esto, te arrepentirás el resto de tu vida.
Asiento. Sin decir nada más, sin mirarlo a los lejos. Sostengo todavía mis manos cerca de mi pecho.
—¿Vamos?—indica la salida con su palma—. Vamos, fue por el calor del momento, no fue para tanto...
—Está bien.
Me le adelanto. Antes de salir limpio mis ojos observándome al espejo que guardé en mi bolso. Mi rostro continua enrojecido, no me esfuerzo en fingir una sonrisa, no me esfuerzo ni siquiera en parecer feliz.
No puedo hacer eso. Heron me ofrece su brazo, que acepto sin demandar demasiado. Mis piernas colaboran a duras penas conmigo, por el alcohol y todas las emociones que estrangulan mi consciencia. Hasta la culpa serpentea entre ellas.
—Mi padres están por allá...
No respondo.
—¿Me acompañarías?—observándolo de reojo, digo que si con mi cabeza.
Intento sostener mi expresión por lo menos neutra, me concentro en evitar ver a mi alrededor a los nervios de encontrar a Sofia y verme en obligación de tener que acercarme y conversar del tema, de tener que agradecerle algo que no deseo.
Fijo mi vista al frente, aferrándome al brazo de Heron, quien suspira antes de saludar a una hermosa mujer de ojos esmeralda y cabello negro peinado en altitud. Su padre reposa la mano en la espalda de su esposa, la madre de Heron, y observa a su hijo con algo de sorpresa, intercambian miradas furtivas y fuerzan una sonrisa cuando estamos frente a ellos.
La tensión es evidente, Heron rebota su atención de su padre a su mamá, y repentinamente al vientre de ella. Todavía no está crecido, pero ella reposa sus dedos sobre él, acariciándolo con su pulgar. Heron hace de sus labios una línea delgada y sonríe con incomodidad.
—Hola.
—Hola, Heron...—dice primero su madre— No regresaste mis llamadas. Supuse que estabas ocupado.
—Ocupado...—repite su padre, con algo de sarcasmo.
—Por favor...—le reprende, regresa su vista y la dirige a mí, sonríe igual que su hijo, apretando sus labios—. Felicidades, es un gran logro—se refiere a mí. Pestañeo un par de veces en busca de que decir, sonrío soltando aire con esfuerzo para aligerar el ambiente, intercambiando una mirada con Heron.
—Sí. Muchas gracias. Soy, soy Meg—extiendo mi mano, su madre, quien tiene un parecido extraordinario con Heron, la aprieta con amabilidad.
—Diana. Él es Moisés. El padre de Heron—repito mi acción, pero Moisés duda unos segundos antes de estrechar mi mano.
—Un gusto—dice sin fingir su incomodidad—. No sabía que conocías a Sofia. ¿Eres la hija de Miranda?
Su mención perfora mi pecho, me veo en la obligación de asentir.
—Sí, tu parecido con tu madre es increíble. Me parece estar viéndola. ¿Cómo está ella? Sofia y Miranda eran muy unidas, después de que se casó con tu padre...
—Sí, ella está bien. Sigue estando en Ciudad Solar—le interrumpo intentando sonar casual, es suficiente para mi esta noche. No puedo agregar el peso de recordar el rostro de mamá y mi último momento con ella—. ¿Usted es el hermano de Sofia, no?
—Sí. Soy su hermano, aunque de músico no tengo demasiado—dice con simpatía, hasta logra que sonría vagamente.
—Heron fue quien heredó el don musical, nunca imaginamos que nuestro hijo sería tan increíble...—añade Diana.
—Sí. Eso está claro—responde entre dientes Heron, su padre suspira.
—Siempre tus comentarios, ¿no?—dice refiriéndose a su hijo. Quien lo mira con profunda decepción y conserva unos segundos, como pensando qué decir.
—Como siempre, una decepción tratar con ustedes. Buenas noches.
—Heron...—empieza su madre, pero Heron ya se da la vuelta conmigo de su brazo, lo que me da la corta oportunidad de despedirme con un asentimiento.
—Ellos no dijeron nada malo, no lo entiendo...—digo en cercanía cuando nos alejamos. Un mesonero pone en frente mí una bandeja con copas, a lo que sin dudar, tomo una de champaña.
—¿No crees que ya es suficiente de eso?—menciona cuando llego al fondo de la copa. Y cuando nos sentamos de regreso a nuestra mesa, sirvo más de la botella de la mesa.
Cruzo mis piernas y apoyo un brazo sobre el asiento, bebiendo un sorbo y otro sorbo, hasta llegar a la mitad sin responder a su pregunta seguramente retórica. Observo a sus padres, Moisés sostiene las manos de Diana, le deja un beso rápido en la frente con una sonrisa, intento imaginar qué estarán diciendo.
—¿Por qué te molestó que tú madre dijese algo bueno de ti?
—¿Algo bueno? Ellos jamás reconocieron que era bueno para la música.
—No me parece así. Cuando tus padres no reconocen tus sueños tienen una actitud muy distinta... Ellos parecen estar preocupados por ti. ¿Qué no me estás contando?
—¿Insinúas que te miento cuando te digo que me abandonaron?
—No... Pero no parecen del tipo de padres que no te apoyan. ¿Por qué no tratas de arreglar las cosas con ellos? Ellos parecen estar dispuestos a intentar. Sobre todo tu madre.
Heron lleva su vista en dirección a sus padres, y algo en su mirada se distingue con dolor. Bebo mi última copa, mi rostro siento que se enrojece, mi cuerpo peligra en ligereza y hasta mi cabeza parece una marea violenta, ya no puedo continuar, aunque quisiera no podría, porque acabé con la botella de nuestra mesa.
—Está bien, ahora si es suficiente.
—Lo dijiste... Quince minutos tarde... Creo. Una hora... Dos.
—¿Quieres bailar?
—Y después, ¿me llevas a casa? No. Me llevas a casa.
—¿Quieres ir con Jay?
—Sí—digo, su mano sujeta la mía hasta guiarme hasta la pista donde tocan una suave melodía con la que balanceamos primero nuestros cuerpos.
—¿Por qué Jay?
—¿Cómo que... Por qué Jay?—tropiezo mi pie.
—¿Por qué estás con Jay? Digo, ¿no son muy diferentes?
—¿Y eso es... Malo?
—¿No lo hace más complicado?—río.
—Jay es la persona más facípica...
—¿Pacífica?—ríe, me da un giro, pero mis piernas se siente peligrosamente blandas.
—Sí. Jay me da paz.
Algo en su expresión se remueve, estira los labios y entrecierra los ojos.
—No creo que eso sea posible. Sólo uno mismo puede conseguir esa clase de tranquilidad.
Es mi turno de compadecerlo, mientras mi cabeza se siente marear, lo observo debajo de mis cejas.
—Qué lástima que todavía no hayas conseguido a alguien que pueda ofrecerte paz...
Su ceño parece querer unirse. Pero se desvanece cuando me apega a su cuerpo desde la cintura, manteniendo nuestros brazos estirados y, siento que si me suelto, fácilmente podría caer al suelo. Aunque la música apenas logro escucharla como un eco. A su mención, recuerdo su rostro cuando le dije que me pidiera quedarme. Jay dudó. Y me atrevo a creer que tuvo una buena explicación porque si no, ¿no deseaba eso? ¿Jay no quería que me quedara?
Esta noche mi memoria parece indagar demasiado en lo que me tormenta, hasta el mismo tiempo para conspirar en mi contra. Jay, el miedo de no ser suficiente, la mención de mi madre, todo parece unirse y buscar perforar mis angustias. La alegría que celebran todos, no está conmigo hoy.
El alcohol se apodera de lo que soy, y me pide que me vaya a dormir, que me olvide de esto mientras conservo su sabor en mi boca. Es como una promesa, que esto que me perturba, será nada más una resaca por la mañana. Nada más.
—¿Qué tan segura estás de que Jay llena tus expectativas?
—¿Por qué... Por qué preguntas eso?
—Porque tú eres como yo—se detiene, quedo atenta a sus palabras y mi cuerpo se tensa—. Meg, no he podido dejar de pensar en ti desde que te vi...
Suelto su mano como si me quemase, dando dos pasos hacia atrás. Niego con la cabeza, y en su rostro se plasma algo parecido a la decepción.
—No...—digo, antes de encaminarme a la salida, con mis piernas casi tambaleándose y mi cabeza como una marea violenta, queriendo alejarme de su confesión y de ahora, la obligación con Sofia que me perseguirá hasta tomar una decisión, y la semilla de la duda entre lo último que sucedió con Jay.
Nuevamente, mi abrigo no es suficiente para cubrirme, mi piel empieza a enfriarse, sujeto mis codos conteniendo mis ganas de vomitar conteniendo mis ganas de deshacerme de este ciclo de emociones que me hunden bajo la desesperanza. Escucho los pasos de Heron seguirme, nada más quiero alejarme de él y de este lugar, olvidar que esta noche ocurrió.
—Meg—se posiciona frente a mi—. Meg...
—Quiero ir a casa, Heron. Te he pedido toda la noche que me lleves a casa.
—Quédate. Te llevaré luego de que termine—siento mis lágrimas correr mi maquillaje, mi nariz se congela y enrojece—. ¿Qué tan malo fue que te haya dicho que me gustas? Por favor.
—Heron...
—No eres la pertenencia de Jay—camino dos pasos hacia atrás, él se acerca casi amenazante. Me sujeta con sus manos del cuello, y une sus labios con los míos con rudeza. No quiero esto. Quiero ir a casa, con Jay. Quiero apartarme de sus labios, y con mucho esfuerzo, logro empujarlo desde el pecho. Mi respiración sube y baja, congelándose al frío de la noche, Heron se mantiene intacto en su puesto. Mi culpa me envuelve, se retuerce mi corazón en mi pecho con angustia, Heron guarda sus manos en sus bolsillos—. Tú no eres de Jay.
Sin apartarle la mirada, asegurándome de mirarlo con rencor, empiezo a caminar sin saber muy bien a dónde voy. Necesito irme de aquí. Necesito estar con Jay.
—Meg. Espera que la fiesta termine.
—No quiero ir contigo—digo entre dientes regresando mi cuerpo con rapidez con lágrimas buscando hacerse paso en mi rostro. Aprieto en un puño mi abrigo en mi pecho, que arde con más emociones de las que puedo soportar, más de lo que puedo tolerar.
La mandíbula de Heron se marca, y traga. Se sube de hombros y empieza a caminar hacia atrás.
—Como quieras—escupe sus palabras.
Me alejo tambaleante sujetando con fuerza mi abrigo y mi bolso. Nada más con la idea de regresar a casa, dos veces en un corto periodo de tiempo me encuentro casi perdida en la ciudad, asustada. Sola. Y con la mirada perdida, termino por encontrar la avenida.
Sostengo mis zapatos entre los dedos, hace frío, pero me duele más caminar a la altura de los zapatos. Miro hacia los lados, todavía hay autos y personas, de cierta forma lo hace más soportable, aunque tenga marcas de maquillaje en mi rostro y esté ebria, hace más llevadero mi temor. No evita que mire hace atrás cada tanto. Nada más me detengo cuando vislumbro un taxi a la lejos.
Le indico la dirección más cercana al taxista, que muy amablemente, le baja el volumen a su música. Observando por la ventana intento quitar algo de máscara de pestañas de mi rostro. Pero las lágrimas no dejan de nublar mi visión, no dejan de crear ese molesto nudo en mi garganta.
—¿Sabía usted... Que dicen por ahí que las lágrimas son el desagüe del alma?—llama mi atención el taxista, veo sus ojos desde el retrovisor. Me acerco acudiendo a sus palabras—. No se avergüence de llorar, señorita.
—He llorado por demasiado tiempo, toda mi vida—respondo después de unos instantes. Casi con un hilo de voz.
—¿Y eso es algo malo? Lamento decírselo, pero seguirá llorando. A veces con más dolor, otras veces de alegría. Que espero por su bienestar, sean más veces las de alegría—busco sonreír—. Una vez mi padre, que en paz descanse, me encontró llorando después de romper la ventana de la casa de una vecina con una pelota. ¡Seca esas lágrimas! Me dijo. Pensé que me reprendería por llorar. Pero no lo hizo. ¡Tienes que darle paso a las otras nuevas que te van a salir por los ojos, además de pagar la ventana de la vecina, tendré que pagar por el suelo si llegas a inundarlo, mejor sécatelas con la camisa!—ríe, y en medio de un suspiro entrecortado, río junto a él—. Nunca podría olvidarlo. Nadie puede decirte cuánto o cuándo debes llorar. Si lo necesitas, continua.
—Creo que, ya me siento mejor—asiente, y de la guantera, me pasa un pañuelo detrás de su hombro.
—Mi camisa en ese entonces era de algodón y manchada de tierra. Ese vestido se ve bonito para arruinarlo—sonrío, deslizando la tela debajo de mis ojos—. Además, una mujer tan hermosa como usted, si me permite decirlo, no debería estar sola en estos momentos, menos ebria. Digo, está en toda su libertad, pero muchos no entenderían eso. Permítame llevarla hasta su hogar.
—Se lo agradezco, señor...
—Oliver. ¿Y usted?
—Meg.
—Meg. Lindo nombre.
Oliver, después de dejarme en la entrada de mi departamento, insiste en que no le debo nada diciéndome que de todas formas queda de paso por su casa y que ya era hora de estar con su esposa e hijos. Su pequeña historia quedó en mi corazón, que palpita más fuerte con cada paso que doy hasta llegar a mi hogar, todo parece estar a oscuras. Y abriendo la cerradura, finalmente, llego a mi pequeño refugio de amor.
—¿Meg?—escucho su voz, mi corazón una vez más palpita en mi pecho con empeño. Jay sale desde el pasillo con sudadera y mono gris, con una expresión somnolienta y cabellos revueltos, seguramente despertando. Suelto aire, y camino a paso veloz hacia él, colgándome de su cuello—. ¿Estás bien? Estás helada—me sujeta entre sus brazos, y después acaricia mi rostro para darse cuenta de mis ojos irritados y mi piel enrojecida—. ¿Qué pasó? ¿Qué te hizo?—siento que su cuerpo se tensa y su entrecejo se unifica con rabia, yo nada más puedo mirar sus ojos y labios, a los que me inclino con seguridad.
Me quito el abrigo dejándolo caer en el suelo rodeando su cuello con mis brazos sin detener la caricia de mis labios a los suyos, Jay corresponde, añadiéndole necesidad a la fuerza de nuestro beso. Con sus manos guía mi cuerpo desde la cintura al mueble donde me deja caer con una fuerza poco moderada y es cuando mi piel se enciende, su rodilla se estanca entre mis piernas y aparta el cabello de mi rostro con ambas manos para besar mi cuello y clavículas, no me contengo de suspirar mientras la intensidad asoma en su cuerpo.
Se apoya en su peso elevándose frente a mí para quitar su sudadera desde su espalda y dejarme ver su abdomen y pecho, donde los lunares manchan su piel. Acaricio con mis dedos sus hombros, besando nuevamente sus labios, su cuello. Pidiendo por más.
—¿Te sientes bien, Meg?—susurra—. ¿Te encuentras bien para hacer esto?
Me muerdo los labios.
—Dudaste.
Su expresión se vuelve confusa.
—¿Dudé?
—Cuando te dije que me pidieras quedarme.
Ríe. Aparta algunos cabellos de mi rostro y acaricia mi piel con su pulgar tocando mis clavículas y hombros descubiertos. Ahora tengo tanto sueño que podría desfallecer, pero he estado esperando esto por días. He anhelado su cercanía lo que parece una eternidad, y ahora, finalmente, con su cuerpo sobre el mío ofreciéndome calor, estoy dispuesta a tolerar en medio de mi embriaguez mi cansancio a toda escala.
—Estás ebria...
—Sí...—le dejo un beso rápido— ¿Sabes qué me enoja?
—¿Qué?
—Que te hayas ido después de besarme.
—¿De qué hablas? Estoy aquí.
—¡No! De cuando te fuiste, en tu fiesta—confundido, ríe de mis palabras.
—Meg, eso pasó hace bastante tiempo.
—¡Pero te fuiste! Cobarde...
—¿Cobarde?—una vez más, escucho esa armoniosa risa que brota de sus labios, niega con la cabeza mientras peina mis cabellos—. Meg, no he dudado ni una sola vez de algo que pueda venir de ti, de algo que se trate de ti...
—¿Puedes callarte y besarme?
—Puedo besarte, sí. Pero no digas más estupideces.
—¿Qué esperas?—casi suplico, removiéndome debajo de su cuerpo.
—¿Estás segura de esto? Estás ebria.
—Tú tienes fantasías con este vestido rojo, ¿cierto?
—Podría decirse, ¿por qué?—responde después de unos cortos segundos.
—Pues, yo tengo una fantasía de hacerlo mientras estoy... Borracha.
—¿Ah, sí?—siento su respiración caliente recorrer la piel de mi cuello cuando sus labios hacen camino por mi mandíbula, llegando a mi pecho y regresando a mi boca, en donde muerde mi labio con lentitud.
—Sí...—suspiro.
Su mano viaja a través de uno de mis muslos, deslizando con lentitud la tela del vestido sobre mi piel. Aprieta con sus dedos y mi cuerpo reacciona a su toque, abriendo mis piernas para sus dedos que acarician el calor que desprendo por su cercanía, me mira a los ojos, dejándome con dificultad para respirar cuando suavemente, ejerce presión sobre mí con tortuosa lentitud.
Con su otra mano enlaza nuestras manos y con fuerza, me mantiene sujeta al sofá. Besa todo mi rostro conforme sus dedos hacen movimientos en círculos que me roban suspiros de dulce alivio, solamente, quiero más de él, de su cuerpo y de su piel.
Sus manos, pasan a deslizar mi ropa interior por mis muslos, hasta llegar a mi pantorrillas y pies, todo sin apartar su mirada de la mía, con su respiración agitada, y esa sombra en sus ojos que me indican que disfruta torturarme con la espera.
Elevándome sobre mis rodillas, me siento sobre su regazo con mis piernas a cada lado de su cuerpo, y mientras deslizo mis manos por su cabello y su cuello se estira hacia atrás para mirarme, sus manos acarician la piel de mis piernas, de mis caderas y de mi cintura, ardiendo. Haciéndome saber que me desea tanto como yo a él. Lo beso sin remordimientos, tocando la piel de su torso ahora desnudo y caliente, beso su cuello, sus hombros. Bajo hasta su abdomen buscando arrodillarme al suelo para estar frente a él, para verlo desde esta posición eriza mi piel.
Sus cejas se unifican y veo entre sus piernas, el deseo. Elevando mi vista debajo de mis cejas, acaricio sus piernas todavía vestidas, enderezando mi espalda, mordiendo mis labios. Todo con el propósito de hacerlo sentir como él me hace sentir. Deseada. Inalcanzable. Como si se tratase de una religión, una adoración. Una entidad. Justo como él hace un tiempo, reposo mi rostro en una de sus rodillas. Admirando su expresión y la manera en la que su pecho se agita mientras mi manos se desliza para encontrarme con la piel debajo de su pantalón.
Basta de unos pocos movimientos para escuchar un suspiro pesado y su cabeza inclinarse hacia atrás, reposando sobre el sofá. Que su cuerpo reaccione a mi toque, sólo me incita a continuar. Con mis manos temblando de emoción y convenciéndome de apartar mi vergüenza, beso suavemente el placer entre sus piernas. Sintiendo con mi lengua como se calienta y con mi boca, el dulce sabor de su éxtasis.
Mis manos recorren su abdomen, y las suyas, alcanzan mi cabello. Ese hecho, me hace sentir más necesitada. Acelerando mi ritmo, escucho el sonido discreto de su voz, en donde de vez en cuando, susurra mi nombre.
El resto de su ropa también desaparece, lo que me permite sentir sus músculos debajo de mis manos. Cuando parece que va estallar de pasión, me aparta y respira. Viene conmigo al suelo, inclinándome debajo de él sobre la alfombra. Me sujeta del cabello y ejerce su peso sobre mi cuerpo, besando mis labios, mi cuello, y mis hombros cuando baja un poco más la tela de mi vestido.
—No sé qué quiero más en este momento. Si verte desnuda, o arrancarte ese vestido—dice, con algo de diversión y también, perversidad. Río, todavía con el efecto del alcohol sobre mí, pero lo suficiente consciente como para recordar este perfecto momento de nosotros aquí—. Eres tan perfecta...
—Y tú...—suspiro— Te estás tardando demasiado.
Ríe recorriendo con sus dedos el interior de mi pierna, se introduce dentro de mí con fuerza. No me prohíbo gesticular mi placer mordiéndome con igual fuerza los labios, siento más acelerado su ritmo.
—Si quieres esto, nada más tiene que pedirlo, Meg—comenta con obviedad, acercando su boca a mi oído. Mi cabeza se nubla, mis sentidos se desvanecen, nada más puedo enfocarme en él y en lo que siento, en esta sensación tan esperada—. Puedo hacerlo. Todo lo que tú quieras. Esta noche eres solamente mía.
—Te amo...
Sonríe con picardía, para después, reposar con rudeza sus labios sobre los míos. Cuando finalmente siento la unión de nuestros cuerpos ruego por la necesidad de que no tenga piedad. Deseando que sacie sus instintos conmigo, que procure drenar su ira en mí. Con fuerza, con dominio sobre mí.
Escucho nuestras pieles unirse, nada más le ruego porque vaya más rápido y con más fuerza. El sudor de nuestros cuerpos hace de su piel perlada, algunos mechones le caen por su frente cuando respira con pesadez, sujetando mis caderas mientras envuelvo mis piernas en su cintura. Todavía con el vestido rojo. Pero Jay no se contiene, casi lo arranca de mi torso dejando a la vista mis pechos que con fuerza, sujeta con una de sus manos.
Cuando mi cuerpo y el suyo logran alcanzar el éxtasis, nuestras respiraciones se unifican y Jay mirándome unos segundos más, se deja caer junto a mí. Soporto el peso de mi cuerpo de un lado para quedar frente a él, que ya se encuentra en la misma posición. Quedamos en silencio, con el sonido de nuestra compañía en disfrute. Sonrío con vergüenza, cubriendo mi rostro con una de mis manos, sintiéndome enrojecer.
Jay ríe por lo bajo y se acerca a mí. Acaricia mi cuello, apartando mi cabello de mis hombros y algunos de mi rostro, guardando un mechón detrás de mí oreja.
Respiro entrecortadamente, cansada y satisfecha, con el deseo secreto de continuar toda la noche, pero apenas si puedo mantener mis ojos abiertos.
—Siendo sincero, es lo mejor que he hecho en mi vida...
—¿Qué?—abro un ojo, riendo a medias—. No te creo...
—¿No me crees?—responde con ofensa, con su respiración todavía agitada.
Sin quitar la vista de sus ojos, de su piel enrojecida cubierta de algunas pecas y lunares, de esa sonrisa que me pone de rodillas, me acerco a su cuerpo, abrazando su torso para escuchar el dulce latir de su corazón. Agradeciendo en mi éxtasis, en mi cabeza todavía ebria, que él esté vivo para estar aquí conmigo.
—Estar contigo es lo mejor que he hecho en mi vida...—digo.
Aguarda unos segundos, para después rodeándome con sus brazos y dejándome un beso en la frente, deja su cabeza caer junto a la mía, estando cerca en muchos más sentidos que el físico.
—¿Y el sexo conmigo también, verdad?—río, empujándole del hombro.
—Tendrías que esforzarte en convencerme...—suspiro, cerrando mis ojos sintiendo el cansancio apoderarse de mi cuerpo— Un poco más.
Sus dedos recorren la piel de mis brazos y espalda, casi siento miedo. En medio de mi incertidumbre y temores, temo por nuestro futuro y por lo que depara nuestro vaivén. Lo disfruto. Nunca había sentido tanta tranquilidad, ni nunca me había sentido tan amada...
No puedo pensar más porque termino por quedarme dormida con un susurro de su parte diciendo que me ama...
.
.
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—¿Estás lista?—veo mis medias en el suelo sentada sobre mi cama, mientras Pequeñito arrastra uno de mis zapatos para morderle las trenzas.
—No puedo...
Escucho su risa.
—¿Qué no puedes?
—Me duele la cabeza...
Escucho sus pasos acercarse, desde el suelo, alcanza mis medias y le pide a Pequeñito que deje de morder las trenzas de mi zapatos. Las coloca en mis pies y me ayuda a amarrarme las botas. Poniéndome después la bufanda, me deja un beso rápido en la punta de mi nariz.
—Eso te pasa por beber más de lo debido.
—No me digas—respondo con sarcasmo. Ríe. Me dejo caer sobre la cama llevando mis rodillas a mi pecho—. No quiero ir.
—Puedes no ir. Aunque seguramente estarás arrepentida más tarde.
—¿Qué si nos quedamos y repetimos lo de anoche?
Entrecierra los ojos, y acercándose a mi rostro, besa mis labios con lentitud hasta que logra quedar sobre mí y sujetarme de la cintura y cuello. Pero se detiene y me mira.
—Si quieres eso... Tienes que ir a clases.
—¿Te han dicho que eres el peor manipulador?
—Sólo tú, y es porque no quieres admitir que lo hago mejor que tú.
Caminando tomados de la mano, siento que cada día Goleudy es más frío y hay menos verde. No deja de ser encantador, la luz a través de las ramas de los árboles parecen delicados destellos de esperanza por los que viajan los sueños.
Casi olvido a donde me dirijo por estar dispersa en el encanto de esta mañana. En la sonrisa de Jay, en el olor del desayuno y en las travesuras de Pequeñito. En la sensación de nuestras manos mientras el sol todavía conserva algo de su calor, que aunque no es demasiado, es suficiente.
Hoy la vida parece ser suficiente.
—¿Cómo te fue ayer?
En mi memoria hago un recuento de todo lo sucedido, casi siento mi pecho cerrarse al recordar las palabras de Sofia durante la cena. Heron y su confesión, la sensación de una Meg asustada caminando descansa y algo borracha durante la noche.
—Pues...—suspiro.
—¿Tan mal fue?—une sus cejas, soltando una risa ligera.
—Algo así. Bebí tanto, y todo empezó a pasar, y fue como una reacción en cadena hasta que tuve que regresar en taxi y...
—Un momento... ¿Regresaste sola a casa?—freno mis palabras obligando a morderme la lengua. Me cruzo con su mirada y su tranquilidad se esfuma—. ¿Qué si te hubiese pasado algo?
—Pero no pasó.
—¿Pero qué si sí? ¿Cómo se le ocurre a Heron?—suspira—. No confío en él... Sé que son amigos—mi corazón duele cuando recuerdo cuando trató de besarme—. Pero hay algo en él que no me deja confiar del todo.
Al llegar a Bridge, me detengo en la entrada frente a él. Extendiendo mi mano hasta su rostro donde tarda unos segundos en sujetarla. Sus manos están ligeramente frías, ninguno de los dos está acostumbrado a vivir en esta temperatura, pero sus ojos son cálidos y suaves, y como siempre, su paz es lo que me hace sentir que todo irá bien.
—No pasó nada... Él se quedó y ya yo quería irme.
—Debió llevarte hasta casa—insiste, con algo de molestia en su voz—. No es que no crea que no puedes cuidarte sola. Pero estabas indefensa, estabas borracha. Alguien pudo haberse aprovechado de eso. Si querías irte, pude haberte ido a buscar. Igual que después de la cena de Patricia. Tú puedes cuidarte sola, Meg. Puedes hacerlo todo. Pero, debo admitir que me da tranquilidad si puedo ayudarte a que estés bien.
Con mis labios estirados en una sonrisa le dejo un beso rápido. A lo que él me sujeta de la cintura y me reparte unos cuántos más por mi rostro. Separándome de su cuerpo sintiéndome enrojecer, con un par de miradas sobre nosotros.
—Estás loco...—le digo en medio de una risa, me sujeta de la mano sin dejarme ir.
—Y te amo...—sonríe. Mi mirada se suaviza y le dejo un beso más. Sólo una más— Te veo más tarde.
—Te veré más tarde—respondo acariciando su rostro.
Una vez más su sonrisa irradia mi día y antes de irse, regresa su mirada a mí. A veces esto parece un sueño. ¿Es posible que todo lo que ha pasado haya sido en el transcurso de poco menos de un año? El tiempo no deja de sorprenderme, ha sido la época más agitada y también más hermosa de mi vida.
Temo tanto por ella que evito imaginar que en cualquier momento, podría despertar en mi cama en Goleudy, en el departamento dos habitaciones de mis padres, en donde sólo era ocupada una y era por mí. Acompañada de la soledad y de pensamientos esperanzadores de que algún día... Todo cambiaría.
Quisiera poder decirle a esa Meg que todo irá bien, y aunque con tropiezos, llegaría a ser muy feliz. Tanto, que se acostumbraría a esa persistente sensación de calma, a ese sensación inerte de tranquilidad.
Como sea, no podría cambiar eso. Hasta respondo algunos mensajes de Patricia y de Tori pidiéndome que nos reunamos pronto. Ayer durante la cena, sentí que me asfixiaba. Ahora, puedo respirar a profundidad y sentir que tengo una nueva oportunidad de comenzar.
Sin embargo, todavía no he pensado qué es lo que haré con Heron, con ese percance entre nosotros que deja en duda nuestra amistad. Casi deseo de haber escuchado a Bianca y su advertencia, a Jay que también me dijo lo mismo. Además, de que ahora tendré qué decidir qué haré en cuanto a la gala. A la que sin duda, no quiero asistir...
Pero podría perderme de una gran oportunidad, y en eso Heron, tuvo razón.
—Te ves relajada...—me susurra Bianca durante nuestra tercera clase, casi al finalizar.
Con mi barbilla, apoyo mi peso en los nudillos. Aunque mi cabeza todavía duele por el alcohol de anoche, puedo sentirme en paz, puedo permitírmelo.
—Sí...—respondo en un suspiro— Estoy bien.
—Eso es bueno—asiente con sinceridad, sonriendo—. ¿Y Jay? Los vi esta mañana...
Río con algo de nerviosismo.
—Estamos bien.
—¿Escuchaste lo que pasó esta mañana?—se acerca a mi después de unos segundos.
—¿Con qué? ¿De nuevo la gala?—escucho a alguien pedir silencio.
—¡No! Basta de la gala... Todos hablan de la gala—habla por lo bajo con algo de diversión—. Están hablando de lo de esta mañana.
—¿Y qué fue?
—Van a expulsar a alguien...
—¿Qué? ¿Por qué?
—Hubo una pelea.
—Oh, ¿quiénes?
—No lo sé. Supongo que cuando vea a Harold, le preguntaré y sabré. Y te diré—bufo.
Finaliza la clase, y tomando nuestras cosas, quedamos en ir a beber algo caliente en nuestro lugar cercano. Le cuento poco sobre la fiesta de anoche y me salto el asunto de la gala, porque todavía, no he decidido nada definitivo.
—Hablando de la cena y todo el asunto, ¿Gemma sí te ayudó con el maquillaje?—pregunta encaminándonos a la salida.
—Sí, quedó muy bonito—se muerde los labios, asintiendo sin mirarme. Fijo mi vista unos segundo en su expresión—. ¿Qué sucede?
—Gemma no...—suspira y se detiene— ¿Por qué Gemma me da mala espina?—uno mis cejas junto a una sonrisa curiosa.
—¿Por qué lo dices?
—¡Te lo estoy preguntando!—me empuja del hombro, y le cruzo los ojos sin dejar de sonreír, pero intrigada por su pregunta.
—Quizás no la conoces lo suficiente—Bianca se acerca inclinando su cuerpo—. ¿Qué te pasa ahora?—río.
—Te falta algo... ¿En dónde está tu collar?—inmediatamente, llevo la mano a mi cuello. Mirando a mi alrededor sintiendo mi pánico enredar mis ideas.
—¿No lo viste?—toco mis bolsillos, mis voz con algo de histeria.
—¡No! Acabo de fijarme, ¿no lo dejaste en casa?—camina unos pasos por nuestro camino anterior para intentar encontrarlo.
—No, no recuer...—mi oración se queda en el aire cuando elevo mi vista, mis ojos se abren con terror cuando veo la ceja y labio partido de Jay, saliendo junto a Heron y Sofia bajando por las escaleras del segundo piso. Y a Heron, sosteniendo el costado de su cuerpo con una mano, son un hilo de sangre seca bajando por su nariz.
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