Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

59. Meg

Mañana es el día de la cena. Apenas puedo pensar en eso mientras mis dedos enrojecidos afincan la punta del lápiz en la hoja de mi examen. El sonido hueco de la sala hace que las respiraciones nerviosas sean claramente audibles y los pasos de la Maestra en sus tacones relucientes, sean el indicio de la tensión que serpentea entre nosotros. 

Ninguno se atreve ni siquiera a inclinarse demasiado, mirar al lado contrario mucho menos. Sé que Heron está a mi lado, puedo sentir su mirada de reojo. Después de que la Maestra Sophia pase delante de nosotros, le señalo su hoja con la mirada para pedirle que deje de observarme y se concentre en esto. Aunque Heron no tiene por qué temer, su familia costea su universidad. Yo dependo de que mis notas sean de primera para sostener mi beca. 

Es el único examen escrito que hemos tenido en esta materia. Es como un repaso de todo lo que hemos aprendido hasta ahora, debo admitir que me siento como en esos tiempos de secundaria cuando estudiaba con Jay hasta hiperventilar conocimiento. El pobre debe estar cabeceando en sus clases, estuvo conmigo hasta la madrugada escuchándome leer mis notas más veces de las que puedo contar. 

Basta con decir que apenas yo puedo mantenerme despierta, pero me esfuerzo en abrir mis ojos y enfocarme en esto, en esto que por ahora, es lo más importante de mi existencia. Mentiría si digo que exagero cuando mi futuro depende prácticamente de este examen.

Suspiro sacudiendo mi cabeza ligeramente cuando siento la pesadez que embarga mi vista, coloco nuevamente el lápiz sobre mi hoja para finalizar la última pregunta.

Discretamente observo por medio de la caída de mi cabello a algunos de mis compañeros. Sarah, la chica a la que todos reconocen como "la estirada", está tan erguida en su asiento como siempre. Braun, el chico que generalmente la acompaña como Heron a mí, golpetea su pie contra el suelo, pensando en medio de lo que puedo percibir como un bloqueo. Se está acabando el tiempo y lo sabe. Por eso me dispongo a dejar de curiosear y escribo, borro y me esfuerzo en pensar con claridad, por más cansancio del que puedo acumular.

Casi aúllo de alegría cuando finalizo, todavía hay una cantidad razonable practicando su examen y haber terminado en casi un tiempo récord, es un alivio. Deslizando un mechón de mi cabello detrás de mí oreja, le extiendo la hoja a la Maestra con una sonrisa tímida. Puedo ver algo en su ojos similar al profesor Montes. Una de las personas que creyó que lo lograría. En la sonrisa de la Maestra Sophia, encuentro a mi viejo maestro que me enseñó que podía. Y pude. Me pide amablemente que me retire, y con una última mirada a Heron, le asiento en mención de apoyo.

Aunque él no parece nada asustado, en comparación de mis demás compañeros.

Al salir encuentro Bridge algo congestionado de personas. Muchos hablando con rapidez. Tengo que sobreponer mi hombro y hundir mi cuerpo para pasar entre algunas personas. Con mi expresión confundida, encuentro a Bianca hablándole de cerca a Harold que con una sonrisa, no se repara en mirar nada más que sus ojos.

—¿Qué pasa aquí?—les interrumpo con picardía, pero refiriéndome a la cantidad de personas reunidas—. ¿Es una fiesta o qué?

—Meg, en serio, ¿en qué universidad estudias?—ríe Bianca.

—¿Bridge?—repito nuestra antigua conversación, ahora con duda, porque no estoy segura de enterarme de la mitad de cosas que aquí suceden. Harold sonríe con un mechón de su cabello rizado rojizo cayendo sobre su frente, se dispone a explicarme.

—Se acerca la gala navideña. Y aunque no lo creas, es muy importante para todos en Bridge. Seguro están discutiendo quiénes serán los que van a ser invitados como participantes y por qué, algunos ya son escogidos desde la mitad del año, sobre todo las personas con contactos.

—Ah, sí. Tampoco tengo de esos—observo a Bianca que ríe.

—¿Qué? ¡Yo tampoco!—bromea—. Me encantaría participar. El año pasado a una chica se la llevaron a Suiza según lo que comentaron algunos compañeros avanzados de mi clase. ¡Imagínate si yo pudiese ir a Suiza!—sonrío.

—No tengo dudas de que lo puedes lograr—le codeo, y a su vez, alguien me golpea con su hombro cuando pasa con emoción, ruedo mis ojos.

—¿Qué hay de ti? ¿Por qué no te ves consumida en emoción por esto?—bromea ayudándose de una expresión que intentaría ser refinada.

—¿Qué? No. No lo creo. Apenas si me estoy logrando adaptar, y no sé hablar suizo—ríen—. Por ahora no me interesa demasiado. El próximo año sí puedo disponerme a pelearme por un puesto.

—Buena decisión—me extiende un puño Harold que con una sonrisa sin dientes, golpeo.

—Ey—Jay me sostiene de los hombros y me deja un beso rápido en la mejilla, tímidamente enrojezco. Pero cuando se queda junto a mí, sujeto con mi dedo meñique el suyo detrás de nosotros—. ¿Por qué hay tantas personas?

—¡En serio! ¡En qué universidad estudian!

.
.
.

—¿Cómo te fue?—pregunta Jay, quitándose la camisa desde la espalda y doblándola para guardarla en su armario. Me siento en su cama y me dejo caer. Pequeñito me pide que lo suba y Jay acercándose, lo sujeta para hacerlo por mí, tomando puesto a mi lado apoyándose de sus codos.

—Bien—respondo en medio de un suspiro cansado—. Estuvo bien. ¿Qué tal tú?

—Estresante. El profesor le gritó a uno de nuestros compañeros.

—¿A ti?—respondo en broma, pero me percato que evita mi mirada, acariciando a Pequeñito de la cabeza—. Jay...

—Sí. A mi—termina por decir.

—Oh, Jay... ¿Qué pasó?—deslizo mis nudillos por su rostro. No parece molesto. Tampoco dolido. Lo poco que puedo distinguir en su fría expresión es decepción.

—No lo sé exactamente. Es un nuevo maestro, según lo que nos contó, había dado clases antes en Bridge y a artistas de renombre. Durante la clase me reí de algo que dijo Gemma. Me llamó Jacob y le dije que mi nombre era Jay.

Conozco a Jay. Sé que no pudo habérselo dicho de otra forma que no sea con amabilidad. Su mirada ahora dolida, hace que mi corazón palpite de rabia, respiro dejando que continúe sin apartar mi mano de su rostro.

—Nada más me miró, se acercó a mí pintura y empezó a enumerar errores como si la hubiese pintado un niño. Insinuó que su sobrina de siete años podía hacer algo mejor de lo que yo había hecho. Yo... No pude evitarlo, y le dije que entonces debería traer a su sobrina para poder comprobarlo—el asombro en mi rostro se plasma, y con un gesto, río sacando el aire contenido.

—¿Tú le dijiste eso?—asiento, pero no parece divertido sino más bien, arrepentido—. ¿Qué pasó después?

—Tomó un pincel de las pinturas de Gemma e hizo una equis en mi pintura. La que me había tomado un mes hacer.

Aprieta sus dientes, provocando que su mandíbula se marque, pero sus manos se mantienen relajadas acariciando el vientre de Pequeñito ahora dormido.

—Jay...—niego, cruzando mi mirada.

—No me molestaron su comentarios, no lo suficiente. Son correcciones—sube un hombro—. Hace su trabajo. Enseñar. Aunque, mal—agrega entre dientes—. Pero, ¿por qué tuvo que arruinar mi pintura así? El antiguo maestro estuvo atento a lo que pintaba y cómo, mi pintura estaba bien. Nada más lo hizo para demostrar qué, ¿que realmente, no sabe enseñar y lo único que puede hacer es intimidarnos?

—¿Qué te dijo sobre eso? ¿Nada?

—Hazla otra vez—responde—. Me dijo: "hazla otra vez". Podía hacerla otra vez. ¿Pero por qué tenía que arruinarla con tanta crueldad?

—No entiendo. No entiendo por qué arruinó tu pintura. ¿Nadie más dijo nada?—niega con la cabeza—. Pues, si yo hubiese estado ahí...

—Lo sé.

—Le hubiese dicho cosas que Pequeñito no puede escuchar—ríe, aminorando su expresión afligida—. Es que no es justo que tenga que pagar sus frustraciones contigo, y nada más por reír. ¿Qué clase de persona hace eso?

—Una que no tiene amor.

Entrelazo nuestras miradas. Sus ojos olivo brillan, y yo todavía acaricio su piel manchada de algunos lugares que se esconden en su cuello. Sonríe ladeando sus labios y besa mi palma.

—Siempre sabes que responder, ¿verdad?—se encoje de un hombro, percibo algo de diversión.

—En algo tengo que al fin ganarte, ¿no?

—Eh, no. No creo que puedas hacer eso nunca.

—¿Qué no?—tensa su cuerpo, acercando sus dedos a mi cintura.

—No, Jay—le reto, pero ataca mi piel haciéndome cosquillas, provocando que me revuelque en la cama en el intento de quitar sus dedos sosteniendo sus muñecas, intento aspirar aire, pero Jay continua—. ¡Basta, Jay!

—¿Admitirás alguna vez que tengo razón?

—¡Sí! Sí tienes razón, ¡ya basta!

—¿Qué? Creo que no escuché muy bien lo que acabas de decir—se detiene, sorprendido. La risa que brota de mis labios hace eco unos segundos más en la habitación, hasta que logro tranquilizarme. Jay regresa para apoyarse de sus codos y apartar algunos cabellos de mi rostro.

—Que sí. Tienes razón. Tienes mucha más prudencia que yo, y siempre sabes qué decir. Eres noble, honesto y bondadoso—sus cejas se unen con gracia, pero su sonrisa es sincera, e incluso veo esa mirada dulce cuando me acaricia con sus nudillos la piel de mi rostro, y esconde un cabello detrás de mí oreja—. Además de muchas otras cosas más que son igual de buenas que tú. Todo lo que eres, es la expresión más bonita de lo que significa el bien.

Alza sus cejas.

—Eso se sintió muy bien escucharlo. Creo que ahora tú eres la que sabes qué decir—se acerca, tocando nuestras narices con una sonrisa que comparte nada más conmigo, una de tierna complicidad—. Gracias, Meg.

—De nada, pero...—sujeto su nariz entre mis dedos con fuerza— Nunca más vuelvas a hacerme cosquillas—le suelto, para dejarle un beso asegurándome de que sienta mi amor—. Y eso es para demostrarte que te perdono, te quiero lo suficiente para perdonarte.

—¡Cuánto rencor por dos minutos de risa!

—¡Son dos minutos de tortura! No es divertido.

—¿Ah, no?—tensa nuevamente su cuerpo.

—¡No, Jay!—y hace otro acercamiento de sus manos a mi cintura, provocándome risa, y también brindándome felicidad por tenerlo.

.
.
.

Bridge está atiborrado de personas, incluso más que ayer. Incluso más que Timotie's cuando hay descuentos engañosos en malteadas. Sujeto mi abrigo en mi pecho cerrándolo para entrar en calor, la calefacción no es suficiente, sólo hay calidez sofocante de este gran número de estudiantes entusiasmados por lo que podría ser para algunos, su esperanza.

Mis dientes atrapan mi labio, estiro el cuello para buscar a algunos de mis compañeros, pero nada más veo a Britney rodeada de tres personas, y no deseo ser una cuarta. Ambas seguimos el mismo destino con nuestra mirada, aunque Britney se acerca primero a Jay después de despedirse con rapidez de sus compañeras. Él se regresa y la saluda con un abrazo rápido a lo que logro distinguir el enrojecimiento del rostro de Britney, y ese brillo en sus ojos.

Continuo mi camino con esa incómoda imagen persiguiéndome hasta encontrar a Bianca sentada cerca de la entrada de Bridge con sus brazos cruzados y una expresión de aburrimiento. 

Me dejo caer junto a ella en medio de un suspiro mientras cruzo mis brazos sobre mi pecho y regreso a verla.

—¿Seremos hoy dos personas resignadas a la vida?—comento.

—¿Haz sentido alguna vez que nada de lo que haces parece suficiente?—suelta aire mientras sube sus lentes sobre el puente de su nariz—. ¿Que nadie parece reconocerlo?—suspiro entre mis labios, dejando salir tensión.

—Más veces de las que puedo mencionar. Pero he aprendido que mientras tú sepas lo mucho que lo estás intentado, nada más importa. La recompensa la sabrá el futuro—me observa—. ¿Seguimos resignadas a la vida?

Respondo en broma, Bianca ríe elevando sus hombros y regresa su vista al frente.

—¿Quieres ser negativa hoy?

—En este momento, sólo quiero un helado.

—¿Vamos por uno?—dirigimos nuestra atención a un lado, donde Harold espera por su respuesta con una sonrisa y con sus manos en los bolsillos de su chaqueta, algunos rizos sobresalen de su gorro y su nariz está enrojecida del frío. Algo en Bianca se apacigua, sonríe en tranquilidad.

—¿Nos acompañas?—dice, pero me apodero de unos segundos para apreciar la imagen, la poderosa imagen de cómo el cariño de las personas que nos quieren puede cambiarnos.

—No. ¡Tengo tanto que hacer! Vayan, disfruten—creo percibir agradecimiento de parte de Harold, quiere tiempo a solas con Bianca.

Bianca se levanta y me sujeta en un abrazo sincero antes de irse con Harold.

—Gracias por saber que decir—sostiene mis manos unos segundos antes de despedirse, lo que me da tiempo para sonreírle. Se hace más amplia cuando veo como tímidamente, Harold sujeta su mano y ella le corresponde sonriendo con amplitud en sus labios.

Siento como me tocan el hombro, basta de unos segundos para saber quién es y darme la vuelta. Heron sonríe con superioridad con una de sus cejas en alto.

—Nunca caes, ¿verdad?

Nop—niego.

—Pasaré por ti a las nueve.

—¿A las nueve? ¿No empezaba a las siete?

—Sí, pero... Ya sabrás—hay algo de nerviosismo en su forma de hablar, repasa sus dedos en el cabello que cae en su nuca—. ¿Por qué? ¿Debes llegar a las doce?

Intenta aligerar su tensión, nada más provoca que le ofrezca una expresión aburrida uniendo mis cejas a la sombra de mis ojos.

—No es divertido.

—Sí.

—Nunca—enfatizo—ha sido divertido.

Remueve uno de los anillos de sus dedos, apretando su mandíbula. Uno mis cejas y cruzo los brazos.

—¿Estás bien?

—¡Sí! Estoy bien. ¿Qué hay de ti? Estás extraña.

—¿Extraña? ¡Estoy bien! Tú eres quien me asusta.

—Ya veremos quién asusta a quién en la cena. Pasaré por ti a las...—dice mientras camina de largo y se da de espaldas para continuar con su oración antes de chocar con el hombro de alguien.

—Nueve. Lo sé—sonríe, pero sigue siendo una sonrisa tensa.

Quizás esto no fue tan buena idea. Empiezo a arrepentirme de haberle dicho que sí lo acompañaría. Me muerdo el interior de la mejilla, una costumbre que creí haber eliminado. Me dispongo a esperar a Jay en la salida, nada más para encontrarme a Britney sujetando su brazo con ese mismo brillo que noté hace un rato, ríe delicadamente y le palmea en broma, se recompone y enrojece cuando ve que me acerco, con mis brazos cruzados y mis cejas en alto.

—Hola, Meg—dice.

—Hola—saludo con la barbilla, me dirijo a Jay observándolo con firmeza a los ojos—. ¿Espero por ti o...

—No, esperaba por ti. Ya podemos irnos.

—Oh. Hablaremos luego... Después—menciona Britney, escondiendo sus manos detrás de sus espalda, conservando algo de rubor en su piel—. Adiós, Jay. Meg.

Sonrío estirando en incomodidad mis labios, dejando mis cejas elevarse en el intento de agregarle énfasis a mi expresión, pero decae casi de inmediato, dejando mi emoción inicial a la vista, pero termino por neutralizarla y esconder mi flamante incomodidad.

—Ahora estás enojada—señala Jay con algo de diversión. Estira sus labios en una sonrisa condescendiente.

—¿Qué? Claro que no—empiezo a andar apretando mi paso, pero Jay llega a mi lado sin ningún esfuerzo por más que mis pies intentan andar más rápido.

—Sí. Estás enojada porque estuve conversando con Britney.

—No estoy enojada, Jay—y es cierto, incómoda es lo más cercano a lo que siento—. No insistas.

—Meg...

—Jay—me detengo. Cerrando mis ojos y suspirando, dejo las manos a la altura de mi pecho—. No estoy enojada. Esto me hace sentir incómoda. Se supone que tú y yo...—analizo mis palabras, pidiendo porque sean las adecuadas— ¿Estamos juntos? ¿Tenemos algo más, formal? No lo sé.

—¿Y eso tiene que ver con que hable con Britney porque...—insiste en que continúe mi argumento. Me muerdo la carne de mi boca intentando obligarme a decirle mis conclusiones.

—Porque tú le gustas a Britney... Y parece que ella también te gustara.

—¿Qué?—responde con rapidez, riendo como si un pequeño niño le hubiese hecho una pregunta divertida—. Meg, ¿con quién duermo durante las noches?

—Jay, no soy estúpida. No me hagas sentir como una estúpida.

—No podría pensar eso de ti jamás. Sabes que no. Pero ya es... Incómodo—utiliza mi palabra a su favor— que te enojes cuando hablo con ella. Britney es una buena amiga. Ha hecho buenas cosas por nosotros, ¿recuerdas?

Río en sarcasmo.

—Eso no es impedimento para que guste de ti—observo su rostro unos segundos, cruzando mis brazos mientras aspiro aire frío—. No pretendo poder cambiar lo que ella siente por ti, no es un crimen. No puedo pretender que seas mío...

—Lo soy, Meg—enfatiza, elevando sus hombros con las manos dentro de la chaqueta.

—Pero...—insisto en terminar— Ella quizás piense que tiene una oportunidad. Jay, ¿ella sabe sobre nosotros?

Respira. Uno, dos, tres segundos.

—¿Lo sabe?

—Yo... No lo sé, no estoy seguro—responde.

—Jay, ¿Britney sabe que...—mi respiración se corta, titubeo y mis palabras ruegan por permanecer en mi boca— que tú me amas? ¿Que yo lo hago?

—¿Que tú qué?

—¡Que yo te amo!—finalizo con enojo, su sonrisa regresa a ser condescendiente pero también, complacida—. No es gracioso, Jay. 

—No lo es. Me hace feliz escucharlo. Ven aquí—me sujeta en un abrazo, acercándome al calor de su pecho—. Si eso no te hace sentir bien, lo arreglaré, ¿está bien? Confía en mí, Meg. Britney es mi amiga. Nadie puede reemplazar tu lugar en mi corazón, nadie podría—elevo mi vista a rostro, todavía me sostiene entre sus brazos y no me importa estar en medio de la acera, estoy en mi hogar—. No lo sabía, pero esperé mucho para tenerte. No tienes que sentirte incómoda. Le diré a Britney.

Asiento.

—Está bien.

—¿Sólo está bien?—ríe, intentando hacerse el ofendido—. Creí que me dirías de nuevo que me amas.

—No tienes tanta suerte—bromeo, me deja un beso en los labios.

—Sí la tengo. Te tengo a ti.

Me hipnotizo en su mirada verdusca, como si fuese un denso bosque encantado en el que perderse, prometiendo que nunca sentiré miedo.

—Te amo—sonríe.

—Lo sé—le codeo a su referencia, pero me sujeta de nuevo de la muñeca y me atrae unos segundos más a su pecho, escondiendo un cabello detrás mi oreja—. Te amo, Meg Labrot.

.
.

—¿Estás segura? ¿No crees que es demasiado?

—¿Demasiado? ¿Estás consciente que asistirás a uno de los lugares más sofisticados de la ciudad? En este momento, nada es demasiado—dice Gemma, mientras me pide que abra los labios para aplicar un rojo intenso.

—Además, ese color te hace ver ardiente, poderosa—agrega Hailee desde la videollamada, apoyando su rostro en una de sus manos—. Si todos voltean a verte, no me sorprendería. Ya quiero ver cómo luces.

—¿Qué dijo Jay de esto?—pregunta Gemma, ruborizando mis mejillas.

—¿De qué?—regresa Hailee.

—Meg irá con Heron—añade—. Heron no es precisamente del agrado de Jay.

—Somos amigos. Jay sabe eso—respondo.

—Yo creo que tú le gustas a ese chico—guarda su brocha en su estuche y se apoya en sus manos detrás del escritorio—. Y Jay lo sabe.

Me muerdo los labios con discreción. Algo de culpa invade mis decisiones, no le pedí a Jay que se alejara de Britney. Pero sabe lo que siento por eso y dijo que lo arreglaría. Yo debería hacer lo mismo. Debería, si Jay se siente de la misma forma por la que yo me siento por Britney. Heron es mi amigo. No podría pensar diferente de él.

—Somos amigos. Heron fue mi primer amigo en Bridge. Y estoy segura de que él piensa lo mismo de mi—Gemma tuerce los labios y se acerca para rizar mis pestañas.

—Si es así y Jay confía en ti, no creo que haya ningún problema. Jay nunca ha sido del tipo celoso—Hailee hace comillas con sus dedos—. No creo que empiece a serlo contigo. 

—Sí. También pienso eso.

—Pero Britney...—empieza Gemma, pero se detiene— Es cierto. Si Jay confía en ti, está bien.

Sonrío, pero no muy segura de sus palabras.

—Bien, estás lista—cierra la máscara de pestañas, me pide con su mano que me levante.

Aliso el vestido en mis piernas antes de ponerme de pie y caminar al espejo que cuelga de mi armario. Al verme, casi no puedo reconocerme. Esto no se compara a mi vestido blanco de graduación, claro que también era un sueño. Pero esto, es como si todo lo que soy se hubiese convertido en fuego, abrasador y dominante. El vestido rojo se veía bien puesto, ahora con todos los elementos se ve aún mejor. Mis tacones me proporcionan altura, haciendo que mis piernas luzcan inalcanzables y mi cuerpo más estilizado hasta llegar a mi cuello despejado por el peinado ladeado que hizo Gemma en mi cabello ahora con suaves ondas que caen sobre mi otro hombro. 

Mi rostro se ve fresco, pero sí meticulosamente maquillado para verse glamuroso. El sombreado de mis ojos me da un aspecto de ojos sensualmente rasgados, mis labios rojos como el carmín y el rubor se extiende por mis mejillas con un suave contorno para notarla más larga, hasta llegar a mi barbilla.

Hasta mis pestañas parecen el doble de largas, pestañeo unos segundos intentando acostumbrarme al dragón de mi reflejo, al dragón envuelto en llamas ardientes, flamas envolventes. Gemma logró que me viese sensual pero a la misma vez, innegablemente elegante.

Regreso a ver a Gemma con una sonrisa, quien sostiene mi teléfono para hacerle ver a Hailee mi imagen. Escucho su voz chillando de emoción y noto que cubre su boca con sus manos después de aplausos de aprobación.

—Bien. Sabía que te vería hermosa—dice—. No tenía duda de ello, pero esto... Podría llorar.

Gemma sonríe, con mis ojos le agradezco. Regreso a ver mi reflejo, mordiéndome la carne del interior de mi boca para sofocar los nervios que se asientan en mi pecho, Jay todavía no me ha visto. Saliendo por mi puerta, canturreo su nombre. Lo encuentro leyendo con sus lentes puestos cerca de nuestro balcón con Pequeñito a un lado que se levanta a mi encuentro agitando su cola.

Jay levanta su vista, su expresión es neutra por unos segundos. Parpadea y pestañea antes de levantarse y caminar en mi dirección con las cejas unidas, pero con algo maravillado que se refleja en el brillo de sus ojos. Me muerdo los labios, atenta a su respuesta. Nada más se queda unos pasos más allá de mí, observándome.

—¿No te gusta?—cruzo mis manos en frente de mí.

—Bien. Estoy analizando esto. Porque jamás, escúchame bien—extiende sus manos hasta alcanzar mis hombros, obligándome a mirar a su altura—. Nunca, me había sentido tan atraído al color rojo como en este momento—río, sintiendo un agradable cosquilleo de emoción—. Necesito pintarte con ese vestido puesto.

—Jay—le reprendo, sonríe y mis labios se extienden en satisfacción por sus palabras, me sisea y me deja un beso rápido en los labios.

—No puedo besarte ahora, lo sé. Arruinaría tu labial, pero...—me sujeta de la cintura, deslizando una de sus manos por mi figura hasta llegar a mi cuello, que atrae a sus labios para susurrar a mi oído— No hay nada que me gustaría más. Y sobre todo, con ese vestido puesto. Si no te molesta, lo agregaré a la lista de fantasías—bromea, y yo recuerdo mi sueño. Mi piel se eriza, cerca de su rostro, le ofrezco una mirada oscura desbordante de excitación.

Echando un vistazo rápido detrás de mí, tomo sus manos y lo guío hacia mi donde él, cerca de la pared, atrapa mi cuerpo. Empuño el cuello de su camisa, en suplica de sus labios sobre los míos, un labial puede enmendarse, pero sus besos para mí nunca son suficientes. La aspereza de una de sus manos recorre la piel de mi pierna desnuda conforme me besa con ferocidad, y no puedo contenerme de suspirar cuando siento su tacto que logra calentar exquisitamente mi piel.

—Mierda, Meg—dice, suspirando cerca de mis labios. Su aliento caliente nada más provoca que desee más. Apenas hemos tenido tiempo para esto. Para tocarnos y sentirnos cercanos, deseo más de su cuerpo, de sus labios. Del calor, la temperatura que le provoca a todo mi ser, a mi carne—. Quiero tenerte toda esta noche para mí, permíteme tenerte esta noche.

—Pídeme que me quede, y lo haré—susurro, fijando mi mirada en la suya, enfatizando mis palabras—. Pídeme, Jay.

Y sé que él entiende a lo que me refiero. Pídeme que sea tuya. Ya soy tuya. En todo la expresión de la palabra. No podría importarme menos dejar de asistir, si él me lo pide, si me pide que sea para él el resto de mi historia. Sus ojos conservan ternura, esa intimidad que es irremediable entre nosotros.

Pero mi teléfono suena. Escucho los pasos de Gemma provenir del pasillo. Jay se aparta casi con torpeza, y yo trato de controlar la manera agitada en la que respiro. Camino hasta la mesa, con mis dedos tanteando con nerviosismo mi sien. Gemma nos observa a ambos, rebotando su atención con algo de gracia en su mirar.

—Sí, Meg. Obviamente no iba a darme cuenta de que se besaron, apasionadamente—enfatiza, presionando su pecho con una de sus manos. Deja caer su maletín sobre la mesa a mi lado, tomando su polvo y el labial que más temprano aplicó en mis labios.

Le pido un segundo con mi dedo para atender a Heron, quien avisa su llamada por su segunda vez. Jay se cruza de brazos acercándose a Gemma, ella le codea arqueando su ceja con picardía, aunque también puedo notar cierta incomodidad. Taconeo unos pasos para escapar un poco de la vergüenza, y antes de responder la llamada, permito que el aire entre a mis pulmones con profundidad.

—Ey—saludo.

—Estoy cerca, ¿estás lista?

—Sí. Sí, ya casi lo estoy.

—¿Estás bien?—pregunta después de unos segundos. De reojo, observo a Jay.

—Sí. Claro. Nos vemos en unos minutos.

—Bien. Espero por ti.

Finalizo la llamada. Regresándome con una sonrisa forzada en mis labios, nuevamente tomo asiento. Gemma retoca ligeramente mis labios y mi piel cercana algo manchada de carmín.

—No... Vas a llevarte ese collar. ¿O sí?—toca la caracola.

—Nunca me lo quito—respondo con algo de duda—. No creo que luzca mal. No haría diferencia si me lo quito.

—Sí—dice con obviedad—. Es mejor que por hoy sólo dejes el que traes puesto—señala refiriéndose a la delgada cadena dorada que reposa sobre la entrada de mis clavículas—. Es un collar, no pasa nada.

Mis cejas se unen, estoy a punto de diferir de sus palabras cuando Jay camina detrás de mí y, con cuidado, deshace el nudo de la delgada cinta de cuero que quizás no me he quitado desde que lo tengo. Haciendo excepción en el baile de graduación, donde incluso lo guardé en mi pequeño bolso de mano.

—Está bien, Meg—veo que sostiene mi collar, el collar que él me regaló hace tantos años—. Puedes quitártelo por hoy, te ves hermosa—estira sus labios en una sonrisa.

Sin apartar mi mirada de la suya, asiento. Todavía no tan segura de dejarlo aquí. Ese collar ha sido parte de mi fortaleza. Es quizás incluso estúpido para algunos. Pero para mí, es simbólico. Es mucho más que nada más un collar, es el regalo, y la promesa, de que él siempre estará ahí. De que yo estaré segura porque él cuidará de mí. Y mientras Jay esté, nada más importa.

Aunque haya dudado, vacilado por unos instantes, puedo estar segura de que estaré a salvo con Jay.

Antes de que la puerta del ascensor se cierre, veo a Jay despedirse con una media sonrisa, las puertas se cierran justo antes de que podamos decirnos algo, una palabra. Las únicas que provinieron fueron de Gemma deseándome suerte. Pero ahora, nada más quiero regresar.

Camino levantando ligeramente mi vestido para no pisarlo, deseándole buenas noches al recepcionista, noto que incluso baja sus pies del mostrador para velozmente, abrirme la puerta y despedirse con dos dedos en su frente, giñándome un ojo. Encuentro a Heron en su auto, agradezco que no se haya bajado para abrirme la puerta, porque me siento tensa desde las palabras de Gemma sobre Heron, quien ni siquiera regresa a verme.

—No te traje flores porque no te ves del tipo que te gustan—uno mis cejas.

—Amo las flores... Pero no era necesario de todas formas—me apresuro a decir, mientras nuevamente enciende el auto—. ¿De dónde conseguiste este auto?

Su expresión es neutra, me atrevería a decir que no pestañea. Mantiene su vista al frente y conduce con una sola mano apoyando su codo sobre la ventana. No responde. Me muerdo discretamente los labios, llevo mi vista en dirección a las luces de Goleudy. La punta de mis dedos empiezan a helarse, y retuerzo mis nudillos sobre mis piernas. Incómoda. Tensa. Aburrida, sin saber qué hacer.

—Este auto es de mi tía—dice.

—¿Eh?—gesticulo después de unos segundos, intentando recordar para encontrar sentido a su respuesta—. Oh, sí. Entiendo.

—La motocicleta es mía.

—Claro, eres un cliché—intento bromear, pero no hace menos que el intento de una sonrisa. Mi piel se siente más fría, y empiezo a repiquetear una de mis piernas.

—¿Tienes frío?

—Sí, algo.

Enciende la calefacción del auto, y poco a poco, siento mi piel tener una temperatura más cálida. Pero no descongela su gélida expresión. Suspiro, conteniéndome de preguntar cuánto falta para llegar mordiéndome discretamente los labios mientras continuo retorciendo mis dedos, ¿hubiese sido mejor opción quedarme en casa? Quizás.

—Creí haberte mencionado que era formal...—dice, repasando mi atuendo con velocidad antes de fijar de regreso su vista a la pista. Mis cejas se alzan.

—¿Qué?

—¿No crees que es algo... Barato?—detengo mis manos, plantando el disgusto en mi rostro.

—Pues, lamento no haberme gastado una fortuna en un vestido que seguramente usaré sólo una noche.

—No, Meg... Quiero decir, se ve poco presentable en comparación al resto de vestidos que usarán está noche, te ves bien—le observo tan fríamente como sus palabras, expulsando el aire contenido con mis cejas tan juntas como hermanas, negando con la cabeza—. ¿Qué?

—¿Es en serio? ¿Qué? ¿Después de que accedo a acompañarte en esto cuando fácilmente, podría estar haciendo cualquier otra cosa más importante? ¡Qué increíble!

—¡No lo dije para que te ofendieras!—eleva sus hombros—. No lo dije como una ofensa, te ves bien.

—Oh, ¡gracias, Heron!

—¿Esto es por las flores?—pregunta después de unos segundos.

—¿Qué? ¡Claro que no es por las malditas flores! ¿Por qué me enojaría por algo tan estúpido?

Heron estaciona el auto al llegar. La fachada se vislumbra entre flores y luces blancas entrelazadas con enredaderas frondosas, deslizándose por los pilares de color mármol que dan entrada al lugar, donde se escucha una suave música provenir desde donde seguramente, es la recepción. Pero, no bajamos. Mantengo mis brazos cruzados sobre mi pecho, con los vidrios arriba cuando Heron apaga el auto y se deja caer en el asiento con la mano todavía sobre las llaves.

—Nunca he acertado contigo, ¿verdad?—dice con algo de decepción en su tono de voz. No regreso a verlo, él se toma unos segundos, y como decidiéndose qué decir, suspira—. Escucha, Meg. Lo siento. No hice la mejor elección de palabras. Sé que este vestido salía de tu presupuesto, te ves hermosa. Tenía otra idea de cómo serían las cosas. Incluso te compré unas flores pero, las dejé.

—Heron, basta. No importan las flores, ni... El vestido. ¿Qué es lo que pasa contigo? Desde esta mañana en Bridge apenas puedo reconocerte. Si no querías que viniera, simplemente me lo hubieses dicho.

—¿Tenías cosas más importantes que hacer?—repite mis palabras anteriores, pero no provoca que tambaleen las siguientes. Lo miro a la sombra de mis cejas, apretando con incomodidad los labios. Se relaja, suspirando y cerrando sus ojos. Desliza sus dos manos detrás de su nuca—. Meg...

—Quizás fue una mala idea. ¿Podrías llevarme a casa?

—¿Qué? No, no te vayas. Escúchame—abro los labios.

—¡Te estoy escuchando! Pero ya no me gusta tu actitud.

—Si te pido que me escuches, ¿lo harás?—lo miró a los ojos con firmeza, su expresión ahora es algo desolada. Ladeando mi rostro en busca de una decisión, termino por asentir casi imperceptible—. Mis padres, ellos estarán aquí.

A la espera de que diga algo más después de unos segundos, le invito a seguir haciendo un gesto subiendo los hombros, mordiendo la carne del interior de mis labios, intentando mantenerme al margen de la rigidez de mi incomodidad.

—Tengo más de un año sin verlos. No, en realidad, no los veo desde hace muchísimo tiempo. Yo vivo con mi tía, ella me cuidó cuando tuve problemas. Mis padres me botaron a la calle. Ellos creen que, yo soy una basura. Estoy, sí, muy nervioso por verlos.

—¿Por qué me trajiste? ¿Por qué viniste entonces?

—Quería que vinieras conmigo—su mirada parece sincera, se pausa para observarme, y sin sentirlo, mi rostro se relaja—. Lamento haberte incomodado, y lamento haberte hecho enojar. ¿Podrías, disculparme?

Pensando, y con cuidado, deshago el nudo de mis brazos todavía ligeramente dudosa, pero le extiendo mi brazo para estrechar su mano. Algo en su mirada, en su voz, me parece familiar en mi madre, cuando ella más necesitaba de mi ayuda. Heron necesita mi apoyo, y si puedo ofrecérselo, lo intentaré.

—Acabemos con esto—comento, y por primera vez en la noche, ríe.

Tomándole del brazo, una alfombra de bordes dorados nos da la bienvenida junto con un caballero vestido de traje negro y zapatos pulidos. El hombre nos guía dentro del lugar, y quedo maravillada por todo lo que encuentro a mi alrededor. Es como si fuese un invernadero, el techo lo cubren flores blancas y luces, con delicados ramos de violetas, que decoran los alrededores de las mesas a reventar de champaña y exquisita comida que provoca que mi estómago suplique. 

Una sofisticada banda de violinistas acompañan la velada con música que baila junto con las risas de los invitados, algunos ya con mejillas sonrosadas por el alcohol que sirven los mesoneros que caminan de un lado a otro, a servir más y más en las mesas con un exquisito centro de frescas flores encima de un tímido mantel de lo que podría ser satín. Incluso, en medio de la pista, hace una fuente de mármol tallado, que burbujea y le da hogar a los pequeños peces que disfrutan del agua cristalina.

También me doy cuenta que soy la única vestida de rojo... La mayoría de mujeres, gran parte rozando los cuarenta y cinco, visten de colores pastel, con delicados estampados florales y cuellos estirados que resaltan sus elaborados peinados. Todas parecen estar preparadas para una cena con el mismísimo presidente, y empiezo a pensar que Heron tiene razón. Quizás mi vestido es algo insípido para esto.

Heron me extiende una copa de champaña que bebo rápidamente. Algo agitada, y abrumada. Siento un par de miradas sobre mí. Bebo un trago más largo, y cuando pasa otro mesero, le quito otra copa de su bandeja.

—¿Estás bien? Ni siquiera hemos cenado—dice Heron, lo observo mientras termino mi segunda copa—. Ey, tómalo con calma.

—Quizás tenía razón, todas parecen demasiado elegantes.

—También lo estás tú, luces espléndida.

—Todos sus vestidos se ven muy costosos.

—Sí—ríe—. Usan ese vestido una sola noche. Jamás las ves vestidas dos veces con el mismo atuendo. Así son.

—¿Es... Malo?—le susurro—. Digo, no conozco a demasiada gente con dinero. Pero definitivamente, todas estas personas parecen gente con dinero.

—Tienen el suficiente. Igual no creo que les haga falta un vestido para cada noche, una fortuna por un pedazo de tela.

—Hace poco no parecías pensar así—aprieta su mandíbula, pero después sonríe agachando su cabeza con vergüenza.

—Bueno, uno puede cambiar, ¿no?—le empujo del brazo con ligereza, le doy otro trago a mi copa, olvidándome del tema—. Discúlpame por haberte hecho esos comentarios.

—Está bien—respondo, restándole importancia.

—También... Estuve nervioso por otra cosa.

—¿Ah sí?—respondo después de acabar el líquido de mi bebida, algunas miradas femeninas curiosas reposan sobre mí, y también, algunas masculinas. Dejo mi copa sobre la mesa, olvidándome por un rato del alcohol.

—Ahí viene mi tía—señala detrás de mí hombro, y de reojo, regreso a verla antes de levantar más rápido de lo que se considera apropiado.

Aunque nunca recibí clases de etiqueta, no sé qué es apropiado en este instante. Porque veo a la Maestra Sofia acercarse vestida con un fino vestido tan estilizado como ella. Un hermoso vestido de color verde bosque, de una tela suave que deja una tímida caída sobre el suelo y un discreto escote en sus hombros, alargando su maravilloso cuello con un recogido ahora alto, despejando sus rasgos de ojos ligeramente rasgados y nariz delgada y recta. Una duquesa, ella fácilmente podría ser una duquesa.

—¡Meg! Qué gusto verte aquí—sostiene mi mano con entusiasmo, lo que me hace pensar que ella sí sabía de mi. Me pregunto si habrá podido leer mis pensamientos en clases, la culpa que siento cuando me ve, lo que me hace sentir pensar que yo no entré a Bridge por mi talento es como una asfixiante nube de humo que sofoca mi seguridad, pero sonrío. Con decencia, y con finura, tal y como lo hacen algunas mujeres que están aquí pretendiendo ser parte de una corte imperial.

—Este lugar es maravilloso, Maestra Sofia.

—Sí, tía—regreso a ver a Heron, comprendiendo finalmente la situación. Le habla con complicidad, aunque tenso por la situación, sonríe con sinceridad—. Tiene un buen... Concepto.

—¿Ya saludaste a tus padres?—le pregunta después de un abrazo rápido—. Ellos esperaban verte, sobre todo tu mamá.

Suspira. Dejando caer sus manos a su costado.

—Podría acompañarte.

—Eso sería bueno. Gracias, Meg—dice Sofia—. Más tarde quisiera hablar contigo.

Volviendo mi mirada a su rostro apacible, uno mis cejas en confusión, y ella espera mi respuesta.

—Con... ¿Conmigo?—ríe, palmeando mi hombro.

—Tranquila, no muerdo. Disfruten de la fiesta. Más tarde hablaremos de ello.

Una invitada llega por detrás, y con un emocional saludo, se la lleva en medio de risas y felicitaciones. Heron y yo quedamos lado a lado, confundidos y en el sitio, como esperando un balde de agua fría que nos haga reaccionar. De otra bandeja, tomo otra copa.

Heron me mira de reojo, yo estiro mis labios en una sonrisa sin duda incómoda después de tomar un largo sorbo del burbujeante líquido que se desliza por mi garganta, enrojeciendo ligeramente mis mejillas y provocando que mis nervios se apacigüen, todavía centellan debajo de mi piel a las palabras de Sofia, y a su relación familiar con Heron de la que no sabía.

—Nunca... Me dijiste que ella era tu tía. La tía de la que tanto hablas—sigue mirando al frente, percibo su mandíbula apretada.

—Creí que era evidente. ¿Por qué te sorprende tanto?

—Mi mamá y ella eran amigas. Antes.

—¿Tu mamá?—regreso a verlo, nunca la he mencionado en nuestras conversaciones. Respiro decidiendo si permitir abrirle el paso a mis temores o conservarlos y sostenerlos cerca de mi pecho donde me arrastra a las profundidades de la incertidumbre.

—Sí. Mi mamá—finalizo. Heron asiente en medio de un suspiro, creando nuevamente, un tenso ambiente que sella cuando se sienta pesadamente en la silla. Me siento en la mía, con mis manos hechas un puño sobre mis muslos—. ¿Qué pasa con tus padres? ¿No íbamos a saludar?

—Lo haré más tarde. Cuando tome tantas copas de champaña como tú—ríe. Tardo en sonreír, algo avergonzada. Pero de todas formas, sostengo mi copa otra vez llena y la llevo hasta mis labios—. ¿Estás bien? Parece que pensaras demasiado.

Le observo unos instantes, asimilando sus palabras y pensando en qué responder. Con la verdad, o con sentencias vagamente reales. Escucho la deliciosa música salir de los violines, del piano clásico que toca un elegante caballero que tiene sus ojos cerrados y ceño unido por la emoción que le consume las teclas bajo sus dedos. Yo sé cómo se siente eso. Ese vaivén de éxtasis en energía, que sofoca cualquier rastro de uno mismo y lo convierte, te convierte, en algo más grande. 

En la pasión que conforma todos los sueños de todas las personas en el mundo. Quisiera ser nuevamente parte de eso, y detener mis exigencias y miedos nada más para surgir en lo que estoy destinada a ser, una vasija de sueños esperanzados, de emociones profundas que se enraízan a la vida y hacen de ella, un asunto que vale la pena.

—Sí pienso demasiado. Tengo razones para pensar demasiado—respondo cuando termino de beber de mi copa—. ¿Qué hay de tus padres?

—¿Cómo que qué hay con... Mis padres?—ríe, hay algo de nerviosismo abriéndose camino en su voz.

—¿Qué ocurrió con ellos?

—Ya te lo dije. Me echaron a la calle.

—No. Quiero decir. ¿Qué pasó de verdad?

Regresa su atención al frente, apoyando su codo sobre la mesa. Heron viste de un traje negro sencillo, con una chaqueta de solapas, sin ninguna corbata. Algunos mechones de su cabello caen por su frente, me fijo de que detrás en su nuca, está casi al ras, y hoy lleva sólo zarcillos negros en los lóbulos de sus orejas. 

Sus zapatos lustrados y todo vestido de negro, exceptuando la camisa de vestir color blanca, le hacen ver amenazante. Aunque su mirada contradice su aspecto. Luce dolido, algo de enojo cruza en su expresión. Como si reprimiera esa pena que lo persigue como un fantasma que estira sus lánguidas manos para intentar sostenerlo, casi alcanzándolo.

—La primera vez que me echaron, tenía quince años. No llegué a tiempo y papá... Me obligó a dormir afuera. No estuvo tan mal, después de todo, era su forma de disciplina—hace comillas con los dedos, evadiendo mi mirada—. El verdadero problema, fue cuando años después... Bueno, ya sabes. Yo sabía que no merecía ayuda. Pero esperaba que mis padres me ofrecieran algo de su apoyo. Nuestra relación no era la mejor, pero pudo ser peor. 

—Y, ¿fue tu tía quien te ayudó?—sonríe a medias.

—Ella pagó mi rehabilitación. Todo mi tratamiento y, después, me llevó a vivir con ella para que estudiase música, eso  siempre había sido mi sueño. Creo que lo único que jamás podría dejar de hacer es música.

—Y tus padres, ¿no volviste a hablar con ellos?—se sube de un hombro.

—Un par de veces más. La última vez discutimos. Eso fue hace como dos años.

—¿Dos años sin verlos?—digo con sorpresa, pero me recompongo—. Digo, viven en la misma ciudad.

—Digamos que evito encontrármelos. Además, ellos ni siquiera me quieren. No me mires así. ¿Cómo pueden dejar a su hijo de esa manera? ¿No les importa?—parece querer decir algo más. Aprieta su mandíbula y retira sus ojos que empiezan a arden con ira, en cambio, esconde su decepción debajo de la sombra de sus cejas—. En fin, no me interesa lo que ellos hagan con su vida. Y a ellos, mucho menos.

—¿Entonces por qué estás tan nervioso?—aguarda unos segundos, repiquetea su pie y después de deslizar sus dedos entre su cabellera, se deja caer en la silla.

—Mi mamá está embarazada. Sofia me dijo que ella quería decírmelo en persona. Yo no quiero hablar con ella. No me importa.

También contengo unos segundos. Analizando lo que debe sentir ahora. Siento tristeza, algo de compasión. Alcanzo su mano, a lo que logro llamar su atención.

—¿Estás seguro que no te importa?—me acerco—. Tus padres tal vez quieren arreglar las cosas contigo. Quizás están arrepentidos de no haberte apoyado en el pasado y quieren remediarlo.

—¿No es demasiado tarde?

—Eso es algo que decidirás por ti mismo. Espero que para ti vivir con rencor no sea una opción.

—Ellos me abandonaron.

Me muerdo el interior de la boca, decidiendo guardarme lo que opinión de esta familiar situación. No es más que otro caso en donde las drogas destruyen una familia, un hijo. O una madre. Y mi corazón se asienta en mi pecho con dolor de recordar cómo me sentí cuando conseguí a mi propia madre, ahogada en vómito. Cada día más delgada, y cada día más aislada del mundo. 

Me sigo culpando de no haber podido hacer más, no hice nada más porque sabía qué estabas ocurriendo y tenía miedo. Apenas si pude moverla, para que pudiese respirar. ¿Qué habría pasado si no hubiese llegado a tiempo, pudo haberse asfixiado, hasta que sus pulmones no diesen más?

—Tú los abandonaste a ellos cuando decidiste tomarlas—respondo, refiriéndome a su adicción. Su reacción es casi un cuadro por segundo, confusión. Confrontación, duda. Hasta cruza su vista a un lado y agacha la mirada. Pero continúo sosteniendo su mano, aprieto con suavidad sus dedos para regresar su atención hacia mi—. No te culpo, no sé qué te pudo haber llevado a hacerlo. Tus padres... Ellos cometieron un error. Pero tratan de arreglarlo antes de que de verdad, sea demasiado tarde. Demasiado tarde en el tiempo, en la decisión que tú, y ellos, puedan tomar.

Quita su mano de la mesa y, lo que hace después, me deja en confusión. Esconde un cabello detrás de mí oreja y acaricia mi cuello, dejando su pulgar en mi mandíbula. Sonríe, estirando los labios.

—Te afectó la champaña, ¿verdad?—le empujo de un hombro, agradeciendo la desaparición de su extraña reacción—. Bien. Puede que tengas razón. Lo pensaré.

—¿Piensas?—bufa, sonriendo y relajándose. Suspiro, sintiéndome todavía en tensión. Puede que sea una noche larga.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro