Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

57. Meg

Hace tres días pude sentir que regresé al pasado cercano. Donde éramos nada más nosotros acostados sobre la alfombra de la sala, hablando de lo que sea, ahora con Pequeñito haciéndonos compañía. 

Camina con sus patitas sobre cerca de mis piernas, lamiendo y buscando que juguemos con él. El último día que estuvimos en Ciudad Solar, fue un día gris, me sentía como si mi realidad hubiese sido injustamente interrumpida.

Jay me deja besos por mi rostro, mientras me abraza y hunde su nariz en mi cuello. Ahora, mi vestido espera por mí en el armario, he entregado todos mis deberes de Bridge, es mi día libre en Timotie's y mi familia, me visitó ayer; Simon, Tori, Alex y la tía Patricia, haciéndonos parte de una agradable cena y conversación. Todo va tan bien desde ese día, que debo admitir que como me siento feliz, me siento en tensión.

Todavía tengo en mente mi conversación con Jay, pero me da una punzada cada vez que pienso en lo que podría terminar. Jay y yo estamos cambiando para bien. Encontrando y marcando lo que será nuestro nuevo camino, lo que será la siguiente etapa de nuestras vidas. No tengo miedo de ello, de esa etapa. Aunque sí de que se esfume mi nuevo concepto de paz y seguridad, de amor.

Todos mis paradigmas han sufrido de cambios positivos, he construido una nueva vida que todavía requiere de atención, hay asuntos con los que aún debo lidiar. Pero mientras pueda permanecer en este estado de alegría inerte, no deseo mover ni un músculo para resolverlo. Eso hace que me sienta algo cobarde, y es un pensamiento que no podría compartir. He vivido la mayor parte de mi vida en soledad, y ahora que tengo esto, que me llena, no quiero ser la responsable de provocar mi propio dolor.

—¿Cómo está Aaron?—le pregunto cuando se apoya sobre su codo, para apartar los cabellos de mi rostro.

—Él está bien. Está recuperándose—guarda un cabello detrás de mí oreja—. ¿Has sabido algo de tu mamá?

Suspiro.

—Intenté pedirle a papá que me dejase verla. Se niega, se niega tanto como cuando le pido que me explique por qué su padre no desea verme.

—¿Tu abuelo? ¿El que llegó de un viaje la primera vez que fuimos a casa de Patricia?

—Sí, él.

—¿Está mal si te pregunto por qué todos tus asuntos familiares son tan complicados?—río, acaricia mi brazos delicadamente con sus dedos mientras observo el techo.

—Ni yo misma puedo darte esa respuesta...—aguardo unos segundos— Cuando era pequeña, soñaba con tener una familia con quién pasar navidad todos los años. Creo que la última vez que vi a mi abuela, tenía cuatro años. No tengo recuerdos de ella, más que me enseñó una rosa de su jardín la única vez que fuimos a su casa.

—Eso es precioso, Meg...

—Y triste también—sonrío, deslizando la nostalgia en mi expresión—. Tengo tan pocos recuerdos de todos. Mamá no me permitía hablar de ellos, ni preguntar. La última vez que vi a Tori y a Alex, puede que haya sido la única navidad que estuvimos juntos. Mamá no estuvo ahí.

—¿Por qué no?—muerdo mis labios, observando su mirada atenta a mis palabras.

—Es complicado.

—¿Quieres contarme de esa navidad?—dice después de unos segundos, tocando mi rostro, acariciando mis hombros desnudos y dejándome un beso rápido en mi clavícula.

—Fue antes de que papá y yo saliésemos por última vez. Tenía siete años, casi ocho—me observa, descansando su cabeza en su mano que aguarda el peso desde su codo, sonriendo con ligereza—. Puedo ser brutalmente honesta cuando te digo que le rogué a mi papá que llevara, él no quería hacerlo por nada del mundo—río—. Así que hice mi equipaje y estuve toda la noche en la puerta esperando que cuando él se levantase para ir al aeropuerto no se escapara de mí. No tuvo opción, de todas formas, sería sólo un día y la noche navidad.

Me ahorro el que estuve muerta de miedo por dejar sola a mamá, recordando sólo lo feliz que me sentí por al fin tener una navidad en la que pudiese tener compañía y no una noche desapercibida, como mis navidades anteriores.

—El abuelo no estuvo, claro. A papá ni siquiera se le hubiese pasado por la mente asistir de ser así. No recuerdo demasiado a Patricia, pero sí a Alex y Tori, estuvieron todo el tiempo conmigo, Tori se sentó junto a mí en la cena y Alex me dio la ración extra de su postre. Es patético, pero en ese momento, fue la cúspide de la felicidad para mí. No quería irme. Lloré tanto cuando tuvimos que despedirnos. Ni siquiera recordé los obsequios, papá que regaló algo más valioso que un juguete, me dio la posibilidad de sentirme parte de una familia, por lo menos, por una noche—sonrío distraída, rememorando la calidez y deliciosos aromas de esa cena—. Después de eso no quería nada más que volver a visitarlos. Papá me pidió que no le dijese a mamá, me dijo que ella se enojaría mucho si se enterara que me llevó a verlos. Así fue. No le dije nada. Recuerdo que luego papá tuvo una conversación con ella, él quería llevarme de vacaciones con mis tíos, los padres de Alex y Tori... Ella dijo que no. Y estuve esas vacaciones, tres años después de esa cena de navidad, tocando piano todas las tardes con mi primera tutora. Me dejaba ver televisión si terminábamos antes las lecciones—río—. Era una mujer agradable, aunque ya no puedo recordar cómo se llamaba.

Quedo unos segundos suspendida en mis recuerdos, hasta que tengo que cuenta que Jay todavía me observa y acaricia mi hombro y mejilla con sus nudillos, conservando una sonrisa ligera y un distinguido brillo en sus ojos olivo.

—Lo siento—digo en medio de una risa devolviéndole la mirada cubriendo mis labios—. Todas mis historias terminan en algo trágico y triste. ¡Lo siento!—me acompaña con su risa, negando con la cabeza.

—¡No! Me gusta escucharte... Me gusta escuchar sobre ti—le dejo un beso en los labios, acariciando su piel con mi nariz.

—¿Me cuentas algo tú ahora?—sostiene mi cintura, suspirando.

—¿Qué podría decirte?—me muerdo los labios, mientras tengo mis dedos tocando la piel sedosa de su espalda.

—Dime el mejor recuerdo que tengas con Ellen, uno que jamás hayas compartido, ni siquiera conmigo en el pasado—cierra un ojo, pensando.

—Cuando mamá me dijo que tendría que ser hermano mayor... No recordaba eso...

—¿No estuviste celoso?—ríe, aparto un cabello de su frente.

—No, ¿por qué lo estaría?

—No lo sé, los niños son celosos cuando viene otro bebé a su casa, o es lo que he escuchado. ¿Me cuentas más?

—No recuerdo haber estado celoso, mamá tampoco ha mencionado nada sobre eso. Fue una etapa bonita para nosotros. A papá le estaba yendo bien con su libro, pero pasaba menos tiempo en casa. Mamá me pidió que escuchara con atención en su barriga, tenía unos cinco meses. Sabía que tendría hermanos pronto. Creí que serían mis amigos y no bebés que cuidar—sonrío—. No tenía claro que ahora, sería el mayor. Mamá me dijo que eso no cambiaría su amor por mí, nada podría cambiarlo...

Se dispersa. Acaricio su rostro, manteniendo mi sonrisa nostálgica y tranquila.

—Son palabras bonitas para un niño, lo hacen sentir querido. Cuando creces, tiene un significado distinto. Es algo de que aferrarse cuando todo parece ir mal—su mirada regresa a mí, siento su respiración, su tacto, su calidez que es muy parecida a la del sol de Ciudad Solar, sus ojos como un denso bosque en el que puedo escapar—. Siempre hablo de papá, no me di cuenta que casi nunca lo hacía de mamá. ¿Crees que... Ella pudo sentirse desplazada?

—No lo creo. Sabe que la amas con la misma intensidad que a Roy. Pero también de una forma diferente, son vínculos distintos. ¿Por qué no se lo preguntas?

—¿No crees que sea una mala pregunta como la de hace un rato?—ríe.

—No hay malas preguntas si se hacen con una buena intención. Habla con ella. Ellen, sin exagerar, es la mejor persona que conozco—arquea una ceja, esperando que agregue algo más—. No me mires así. No tienes el don de tu madre de ser un ángel.

—¿Por qué no?—ríe, entonando su voz acorde a la oración

—¿Porque... Eres malo?—respondo con falsa obviedad, abre sus labios con ofensa, levantando sus cejas con diversión.

—Invades mi espacio, usas mi ropa, te preparo comida, ¿e insinúas que soy el malo acá?—hundo mi rostro en su cuello, dejando que el peso de su cuerpo caiga ligeramente sobre mí.

—Uno de los dos tiene que serlo.

—¡Serías tú!

—¿Insinúas que no te quiero?—le observo, quedando a centímetros de su rostro, de sus labios. Dirige unos segundos casi imperceptibles su atención a mis labios.

—¿Sí lo haces?

—¡Por supuesto que sí! ¡Claro que te quiero!

—Qué bien, nada más quería escucharlo—se deja caer en mi pecho, pero inclina su cabeza para observarme. Acaricio su rostro, con una sonrisa tranquila.

—Claro que te quiero, Jay. Te quiero, y mucho.

Con una de sus manos, atrapa mis dedos con cariño, midiendo nuestras palmas para después, besar la punta de cada uno de ellos, mis nudillos y palma. Sosteniéndola mi mano con la suya en su mejilla, suspirando, en silencio. Pequeñito se sube a un lado de mi pecho y le lame la nariz, quedándose en mi brazo donde descansa su cabeza, reímos y sonreímos con sinceridad, siendo nada más, nosotros dos. 

Acostumbrándonos a esta exquisita felicidad de la que intento aferrarme, por la que intento grabar cada segundo en mi memoria. Sus ojos, su olor, la sensación de su cuerpo cerca del mío. Para que cuando envejezca, y sienta que no pueda más que recordar, pueda hacerlo con gratitud de haber vivido un momento tan íntimo y grato, del que nada más nosotros y nuestro universo, sabremos.

—Quédate—dice.

—Aquí estoy. Hasta las cinco—río—. Patricia me dijo que pasaría por mí una hora después.

Ríe, escondiendo nuevamente un cabello suelto detrás de mí oreja.

—No, no. Quédate conmigo. No puedes prometerlo, lo sé y así es mejor. Quiero escucharte decir que te quedarás porque quieres quedarte. Y si te vas, nada más quiero tener la certeza de que el tiempo que estuviste aquí, fue porque querías.

—Jay. Siempre querré quedarme. Así te vayas tú. Siempre querré quedarme contigo—sonrío—. Pero no hablemos como si ambos nos iremos en un futuro, no quiero ni siquiera considerar una vida en la que tú no estés.

—¿Es incluso posible una vida sin los dos?—sonríe. Descansando su rostro en mi mano que cubre con la suya, con pertenencia, con amor.

—No creo. La vida no sería la misma. Ni el universo podría seguir sin nosotros.

Me besa, acercándose con la misma timidez, y también con el mismo amor.

.
.

La tía Patricia me llamó ayer por la noche después de su visita invitándome a una pequeña cena familiar en su casa. Seríamos sólo ella, Tori y Alex. Brad, el hijo de su matrimonio, Simon y yo.

Aunque quería que Jay me acompañase, no mencionó nada que estaba invitado, sé que Patricia adora a Jay, pero seguro querrán hablar de cosas de las que no estoy preparada para contarle a Jay, ellos tampoco deben saber suficiente, y espero que el tema no se mencione a profundidad. Además, hay cosas que yo también merezco saber.

Jay me pidió que fuera. Por alguna razón, la mayoría de las veces parece estar más emocionado por mí de lo que yo lo estoy por mí misma. No me siento nerviosa. Más bien, feliz. Cuando fui por primera vez a casa de mi tía Patricia apenas sentía que podía respirar. Ahora me siento tan cercana a ellos que espero ansiosa que vengan por mí, a pesar de no haber empezado a vestirme.

No es de cerca una cena formal pero quiero lucir presentable y mostrar una faceta de una Meg que se esfuerza un poco más en cómo viste. Casi siempre uso prendas de tonalidades negras, vinotinto, azules oscuros, que son un tiro acertado para cualquier ocasión y visten para alcanzar lucir presentable. 

Ahora, saco de mi armario una bonita camisa blanca con escote discreto en el pecho, con un diseño a mitad que se ajusta desde sus cintas delgadas que caen suavemente por mi abdomen que cubre en su mayoría mi pantalón oscuro, poniendo en mis pies las mismas sandalias doradas delicadas que usé en mi cumpleaños, además de la adorable cadena del mismo color que me obsequió Hailee y los aretes de parte de Andrea y Sarah, me siento diferente, y es bueno, me agrada el reflejo del espejo.

—¡Hola!—dice Jay cuando se asoma por mi puerta abriendo los ojos sorpresa, apoyándose de su marco—. Aquí vive otra chica muy linda, pero es algo desorganizada y estaba pensando buscar otra inquilina, ¿te interesa?

Ja, ja—respondo con sarcasmo. Aunque, con un ligero sonrojo.

Jay se acerca, alcanza mi mano para darme una vuelta sobre mi eje y pegarme a su pecho. Inclino mi cabeza hacia arriba con una sonrisa tonta, pensando en que quizás, debería quedarme nada más para poder seguir besándolo.

—¿Cómo es posible que todo lo que usas, te hace ver increíble?—menciona, río.

—Te aseguro que es la percepción de un enamorado, y la ropa bonita ayuda bastante.

—Tú la haces bonita, ¿sabes qué?—se aparta, dando dos pasos a la puerta—. Me largo, no puedo lidiar con esto. Me vas a matar. 

—¡Jay!—le llamo riendo, sonrojada y feliz de tener la fortuna de escuchar sus palabras. Regresa con una sonrisa amplia y me abraza, suspiro en su pecho con el mismo alivio que se siente cuando se resuelve un gran problema—. Quisiera que vinieras conmigo.

—Estaría encantado de ir, pero es necesario que tengas tiempo a solas con tu familia. Me encanta pasar tiempo contigo, pero me hace feliz que tengas cosas como estas, o como la cena, a las que ir.

—¿Así vaya con Heron?—suspira con resignación.

—Bueno. Ya me dijiste que no pasa nada, así que, no pasa nada. Y tuviste razón la última vez, nadie merece ser juzgado por un error del pasado.

—¿Sabes que eres una ángel?

—¿Ahora sí?—responde en ofensa, asiento con un sonido de afirmación.

—Eres mi ángel—me deja un beso rápido en la frente, y yo lo abrazo con un poco más de fuerza, para sentir que está cerca de mí.

Me despido de Jay y Pequeñito con un beso para cada uno y bajo a velocidad las escaleras, saltándome algunos escalones con emoción. Para cuando llego al piso de abajo, mi respiración ya está algo acelerada, pero todavía conservo mi sonrisa y se ensancha cuando veo a Patricia saludarme desde el auto con Simon en el asiento de atrás.

El día está delicadamente soleado, es como si el sol hubiese decidido ser como el betún del pastel, o la arena moviéndose con el agua a la orilla de la playa, nuevamente, ilumina las copas de los árboles, aunque ahora, es algo gélido y hay mucho menos verde. Me ajusto el abrigo y pienso en que quizás, no fue una buena opción usar sandalias cuando mis pies empiezan a sentir frío.

—¿Cómo está tu perrito, Meg?—me dice Simon, apoyándose del asiento delantero.

—Está creciendo y te extraña.

—¿Podré cuidarlo alguna vez? ¿Qué dices, ?—su familiaridad sorprende a Patricia, aunque reprime su expresión tomándolo con naturalidad.

—Claro, hijito. Cuando Meg necesite que alguien lo cuide, puede decirte a ti, si te sientes lo suficientemente responsable para cuidarlo—me mira de reojo y me sonríe con complicidad, me subo de hombros con la misma expresión cohibida y sorprendida.

—¿Escuchaste, Meg? Sí puedo cuidarlo. Ya no tienes que dejarlo con tus amigas.

—Creí que Sarah y Andrea te caían bien.

—¡Sí me caen bien! Son geniales. Pero Pequeñito me quiere más, eso creo yo, así que estaría más cómodo conmigo, ¿verdad?

—Sí, es cierto—le afirmo, sin querer romper su ilusión—. Te puedo dejar tenerlo si me prometes que le cuidarás muy bien, que jugarás con él y le darás comida, agua y cariño.

—¡Sí! Lo prometo, Meg, le diré a Jay cuando tenga que cuidar de Pequeñito, para que confíe en mí—sonrío—. ¿Todavía no puedo tener un perrito, ?

Patricia vuelve a mirarme de reojo, con algo brillante en su mirada, casi contiene la misma emoción con la que habla Simon.

—Cuando seas algo más grande, con gusto podrás adoptar uno.

—¿Puede ser un perro grande? Siempre he querido un perro grande, aunque no creo que pueda dormir conmigo si es de gran tamaño... Mejor uno pequeño. Y de color negro.

—¿Cómo le pondrías?—pregunto. Piensa, mirando hacia arriba.

—Vader.

—¿Vader? ¿Como Darth Vader?

—Es más creativo que Pequeñito, Meg—responde con obviedad a lo que no puedo evitar reír, abriendo los labios en falsa ofensa.

—¡Eres cruel, niño! Astuto, y cruel—sonríe, y a su vez, me deja un beso corto en la mejilla que hace que me dé cuenta de todo el amor que siento por Simon.

La casa de Patricia parece estar hecha para conservar delicioso calor. Me quito el abrigo con un sonido de alivio y Simon lo pone por mí en el perchero. Escucho a Tori y Alex en la cocina, conversando con Brad que cuando me ve, sale a saludarme con un abrazo. Brad es un chico igual de adorable, no habla demasiado pero sí sonríe lo suficiente para compensarlo. Besa a su madre y revuelve el cabello de su hermano, Simon le hace una mueca de fastidio quitando su mano de su cabeza, se ve todavía la diversión en su expresión.

—¿Creíste que vendrías a una premier o algo parecido?—me dice Alex, apoyando sus codos del mesón de mármol.

—Esa es su forma para decir que te ves preciosa—refuta Tori, que me abraza con cariño—. Te haces extrañar. ¿Tienes hambre? Hice algunos pasabocas mientras terminamos de preparar la cena, aunque Alex y Brad redujeron la cantidad a la mitad—les echa una mirada rencorosa.

—No es mi culpa que cocines tan bien, hermana—le responde Alex, metiéndose una tartaleta a la boca.

—Entonces, deberías aprender a cocinar—Tori se pone las manos en la cintura, hablándole con firmeza y también, con una risa que se le escapa.

—¡Sé cocinar!—dice en defensa.

—Los sándwiches de pollo hasta yo puedo prepararlos, no te hace un genio culinario—apoyo a Tori, inclinando mi cabeza mientras arqueo una ceja. Nos ve unos segundos y se palmea sus piernas en señal de rendición.

—Está bien, no sé cocinar—reímos—. Quizás me acostumbré a comer todas las noches en restaurantes cuando estuve en Italia—se regodea, comiendo otra de las tartaletas de Tori.

—Ni en Italia podrías encontrar el sazón de mi comida—sonríe Tori empujándole la nuca, a lo que Alex crispa y ríe, dándole la razón.

—Bien, ya basta de Italia y sándwiches de pollo, es tiempo de preparar la cena—anuncia Patricia, poniéndose su delantal y lanzándome uno que con mucho gusto, ato a mi cintura.

Hasta Alex termina por ayudarnos a cortar papas, que aunque Brad finaliza por arreglarlas bajo tutela de su prima, saben igual ya que tomó dos horas en el horno con la jugosa carne que Tori preparó con tantas especias que ya no podría recordarlas. Puré, dos tipos de ensalada, pan, vino, pyes, todo ordenado en la mesa, como un festín sólo para nosotros. 

Mi apetito se abre con el primer bocado después de tener un trozo de carne en mi plato, suspiro gustosa, diciéndole a Tori la exquisitez de su comida, estando el resto de acuerdo conmigo. Brindamos con el vino y Alex sirve una porción de pye para cada uno, igual de deliciosa que el resto de la comida. Incluso, Alex sirve otro trozo en mi plato, a lo que mi corazón atesora y relaciona el recuerdo.

Papá podría estar aquí. Si él quizás no estuviese tan absorto en su trabajo, él podría disfrutar de estas cosas que complementan la vida. Una deliciosa cena en familia, con anécdotas y risas que vienen de un vínculo más allá de las horas de convivencia, viene del corazón y quizás, del espíritu.

—Y esa es la historia, de cómo Tori casi infarta a su madre por llevar una serpiente de mascota—termina Alex.

—Por favor, ¡tenía quince años!—ríe—. Quería una mascota, mamá me dijo que podía tener cualquier otro animal que no fuese un perro, un gato, un loro, una tortuga, un hámster...

—Pero ella jamás nombró una serpiente—le apoya su hermano, a lo que ella le señala guiñándole un ojo.

—Jamás nombró que no podía tener una serpiente.

—¿Qué hiciste después? ¿Qué pasó con la serpiente?—pregunto, sonriendo y riendo al relato. Tori palmea la mesa.

—¡Ni siquiera era mía esa serpiente!—reímos, algo corrompidos por el vino. Brad y Simon se fueron a sus camas hace poco, pero aquí estamos nosotros tres y Patricia, todavía sobria, contando anécdotas de nuestras vidas. Aunque, no he participado demasiado evitando que se convierta en algo agrio y trágico—. Era de mi amiga...

—¿Amiga?—le arquea la ceja Alex.

—Bien, mi primera novia, Vanessa—ríe, perdiendo su mirada un segundo en sus recuerdos—. Vanessa tenía una serpiente y evidentemente, se la pedí para mostrarle a mamá que podía tener una mascota, no fue por ninguna causa rebelde. No contaba con ella se desmayaría. 

—Después, papá y ella cedieron a sus encantos, como siempre, y le regalaron un perro—dice su hermano, teniendo sus labios cerca de la copa todavía con vino.

—¡Oh! Romi, lo recuerdo—agrega Patricia, sirviéndose otro poco más de vino—. Le hizo la vida imposible a tu padre...

—Y cómo lloró cuando murió—dice Alex—. Juró que no podría tener más perros, pero después de Romi, no puede vivir sin un compañero. Hasta mamá dice que quiere más a su perro que a ella misma.

—Sam, su golden retriever. Es un perro encantador, papá se ha dedicado a entrenarlo—ríe Tori, ladeando una de sus manos y bebiendo un sorbo corto de su copa—. ¿Y qué hay de ti, Meg? ¿Ninguna mascota?

—Ay, no hablemos de mi vida, generalmente termina en historias deprimentes—ríen, Tori bufa por la nariz.

—Pero de todas formas. ¿No tuviste ninguna?—me pregunta Alex, acercando su cuerpo a la mesa.

—Mamá es alérgica y detesta cualquier clase de animal, así que no. Jay tiene una, Sopa. Es casi mía, yo la conseguí y Ellen nos permitió tenerla en su casa, también es una golden.

—¿Qué pasó con el tío Eric? ¿Jamás habló con ella para que por lo menos pudieses tener una tortuga?—entrecierra los ojos Tori, cruzando uno de sus brazos en su abdomen.

—No—tardo unos segundos en responder—. Papá evitaba tener a toda costa discusiones con ella.

—Miranda siempre fue una mujer complicada—empieza Patricia, paseando uno de sus dedos en el borde de la copa—. La conozco desde hace tanto, jamás he escuchado que salga una sola buena palabra de su boca. No sé cómo tu padre se enamoró de ella.

—Quizás antes era una persona distinta—digo sin admitir la timidez en mis palabras, me muerdo la carne de mi mejilla.

—No lo creo. Tu padre la trajo a casa cuando eran apenas novios. Mamá no la odiaba, pero decía que no entendía como su hijo podía enamorarse de una piedra—insiste, y algo en mi corazón se remueve con molestia.

—Ya nosotros existíamos cuando naciste, ella ni siquiera nos dejó verte, no supimos de ti hasta un año después—dice Alex, con algo ensombrecido en su semblante.

—Nunca entendimos porqué nos odiaba tanto. Antes de que nacieras, manteníamos una relación... Por menos decir estable, nunca sonreía, pero tampoco era una arpía—se encoje de hombros Patricia—. Papá nos advirtió que ella nada más traería problemas, se lo dijo a Eric desde un inicio. No sé cuántas discusiones hubieron en casa por ella.

—Sé que papá la amaba, tal vez, conoció algo de ella que nosotros jamás sabremos—intento defenderle, sintiéndome cada vez más pequeña en esta conversación.

—Sí pero, ¿Miranda lo amaba?—eleva su ceja Patricia—. ¿No era por dinero todo ese asunto de su matrimonio?

—Sí, pero...

—Miranda casi arruina al abuelo...—añade Alex, fijo mi mirada en él, uniendo mis cejas.

—¿Casi?—replica Tori, con algo de cinismo.

—¿Qué?

—Creo que ya tuvimos una buena charla por hoy—finaliza Patricia apoyando sus manos en la mesa y después recogiendo su plato.

—No, no—cambio mi atención a Patricia, que ahora, mantiene en su expresión algo logro distinguir como nerviosismo, sus dos manos están ocupadas con platos vacíos. Mi espalda se tensa—. ¿A qué te refieres con eso? ¿Cómo que casi?

—Meg, no es un buen momento para hablar de eso, cielo—responde Patricia, suavizando su rostro—. Vamos, te llevaré a casa.

—¿A casa? No. Yo quiero saber a lo que se refieren. ¿Por qué no quieren decírmelo?

—Meg, podemos hablar de eso en otra ocasión—las mejillas de Tori están carmesí por el alcohol, pero sus ojos ahora parecen despiertos, percatándose de la tensa situación en la que ahora se encuentran. Quizás dijeron demasiado.

—¿Otra ocasión? Han pasado diecinueve años y todavía no entiendo nada de esto, ¿cuándo podré entenderlo?

—Meg...—insiste Alex.

—No, no se preocupen—me levanto de la mesa, recogiendo mi bolso de su esquina.

—Queremos nada más que seas parte de nuestra familia—se levanta Tori, cautelosa—. Es todo lo que queremos.

—Entonces inclúyanme. Y díganme la verdad—me quedo en mi sitio. Ninguno habla, casi respira o se mueve, tomo mi decisión de retirarme cuando Tori y Patricia intercambian miradas. Asiento con decepción—. Eso pensé. Gracias por la cena. Tomaré un taxi a casa.

—Meg, déjame llevarte—me dice Patricia, poniendo los platos sobre la mesa.

—No te molestes. Tengan buenas noches—digo mientras me encamino a la salida tomando mi abrigo, y cierro la puerta sin ni siquiera regresar mi mirada.

No me detengo, ni pienso en otra cosa que no sea el llegar a casa hasta que me encuentro con la avenida. No estoy cerca de la ciudad y aquí, estoy casi sola de no ser por una pareja que camina en dirección opuesta subiendo por la calle. Sujeto mi bolso al hombro, apretando mi abrigo por el cuello intentando protegerme del frío de casi la madrugada, mi sangre hierve pero mi enojo no es suficiente para detener el temblor que provoca el frío de mis dedos. 

Intento esconder mi barbilla y cuello dentro del abrigo, apenas si me cubre las muñecas. No tengo más remedio que seguir mi camino y rezar por un auto que me lleve a casa lo más pronto posible.

Mis dientes chocan entre sí mientras apresuro mi paso, escucho nada más el sonido de mis sandalias sobre el pavimento, mis pies también están rojizos por la baja temperatura. Miro el reloj en mi muñeca, pasan de las dos de la mañana. Tiemblo, y está vez, no es por el frío. Aunque me queda poco para alcanzar la ciudad, no dejo de mirar detrás de mí y me asusto cuando veo a un hombre caminar en mi dirección a lo que mis piernas se mueven un poco más veloz. El hombre termina por pasar de largo y suelto un suspiro de alivio, casi me detengo esperando recobrar mis fuerzas, pero sé que si lo hago, no podré caminar al mismo ritmo.

Logro alcanzar un taxi cuando por fin piso la ciudad, es distinto, parece que estuviésemos en plena tarde por todo el movimiento y todo el sonido hace que la vena de mi frente palpite con ferocidad. Mi nariz enrojecida, puedo sentir la piel del borde de mis labios hacer una capa y mis manos no paran de temblar. Todavía no nieva, faltan varias semanas. El problema es que estoy acostumbrada a la calidez de Ciudad Solar y su sol que besa mi piel, no a esta temperatura que hace que la punta de mis dedos se enrojezcan y duelan.

Subo las escaleras de mi departamento tiritando, pidiendo a todo lo que conozco porque esta tortura se acabe pronto. No he tenido el tiempo de pensar en lo que pasó en la cena, nada más me he enfocado en la baja temperatura de mi cuerpo y el posible resfriado que promete este helada noche. Logro abrir la puerta. 

—¿Meg?

—Hola, Jay.

—¡Meg!

Apresura su paso desde la sala hasta la puerta, me dejo caer en sus brazos, todavía tiritando.

—Dios, estás congelada. ¿Qué pasó, Meg? ¿Patricia no te trajo?

—No—digo con mis dientes chocando entre sí, Jay cierra la puerta y me lleva a su habitación.

—¿Estuviste caminando sola a esta hora?—saca de su armario una sudadera, un mono de algodón negro y calcetines.

—Sí.

—Meg, ¿por qué no me dijiste que pasara por ti? ¿Acaso estás loca? ¿No sabes lo peligroso que es que estés sola en las calles a estas horas? ¡Estamos casi a grados bajo cero!—me quita mis ropas y me ayuda a cambiarme, se sienta junto a mi dejándome en su pecho y frotando con sus manos calienta mis brazos y mi cuerpo—. Dios, estás helada, Meg, estás congelada. ¿Qué pasó?

—Larga... Historia.

—Te haré algo caliente de beber, quédate aquí, por favor, quédate—me cubre con su edredón y sale a toda prisa a la cocina.

Aquí en la soledad es cuando me embarga el sentimiento de decepción. Es amargo, tosco. Perfora mis recuerdos y sentidos, pensar en la mirada y palabras de Patricia, en Tori defendiéndola. Dejando en mala posición el nombre de mi mamá sin decirme sus razones, solamente, atacándola. 

Y eso, me duele profundamente. Tanto que no puedo atreverme a llorar, nada más cierro mis ojos e inspiro en mis pulmones mi enojo, mi decepción. Miranda es mi madre, haya hecho lo que haya hecho. Yo estoy segura, de que sea lo que sea de lo que haya pasado, hay más de una versión.

Y yo tengo que descubrir cuál es la verdadera.

Papá nunca me explicó en todos estos años por qué mamá los odia tanto, nadie me dijo jamás lo que pasaba, mamá simplemente me apartó de ellos y me aisló de la familia de mi padre, pero ahora, creo ver las cosas desde una perspectiva diferente, ¿qué razones tenía mamá para hacerlo? ¿Qué es lo que se esfuerzan tanto por esconderme?

Mamá siempre fue bastante directa con sus palabras, ella me hirió y dejó huellas frescas que todavía intento sanar por mi bienestar. Pero, jamás dijo una sola palabra de lo que pasaba con la familia de mi padre.

Jay entra a la habitación con una taza humeante, sentándose junto a mi mientras me cruzo mis piernas entre sí, la recibo y la llevo a mis labios, quema ligeramente mi lengua, Jay sonríe. 

—Con calma, está caliente—noto que está vestido con ropa casual, una camisa sencilla negra y su chaqueta de jean con capucha blanca.

—¿Por qué estás vestido así?

—Salí por un rato. Y estuve esperando que llegaras. ¿Qué pasó?

—Necesito ir a Ciudad Solar—une sus cejas, asimilando mis palabras.

—¿Otra vez? ¿No acabamos de ir? ¿Para qué tienes que ir de nuevo?

—Tengo que ir.

—Meg, primero descansa, después hablarás de eso cuando lo pienses con más claridad.

—No, Jay, en serio necesito ir a Ciudad Solar.

Acomoda su pierna para cambiar de peso su cuerpo y estar frente a mí con su expresión confundida. Sin embargo, toma mi mano y acaricia mis nudillos con su pulgar en medio de un suspiro.

—Sí necesitas ir te apoyaré. Pero quiero que me digas qué es lo pasa—dice la oración casi con cautela.

—Cuando yo sepa lo que ocurre, te lo diré.

—¿A qué te refieres?

—Necesito hablar con mi mamá—sus cejas nuevamente se hacen una, cambiando su expresión a una de indignación.

—¿Para eso irás? Meg, la última vez regresaste destruida...

—Ella ahora está mejor, está progresando...

—No, Meg—me interrumpe—. Eric no quiere que vayas.

—¿Qué?—suelta mi mano.

—Tu padre no quiere que te acerques a ese lugar, me dijo que no te dejase ir a Ciudad Solar si ibas con ese propósito.

—Ustedes no pueden decidir eso por mi—respondo más alto, con firmeza.

—En eso tienes razón, pero ni tu papá ni yo, ni nadie de tu familia, quiere verte sufrir más.

—¿Mi familia? ¿La misma que quizás me ha mentido y apartado por años?

—Meg, tienes que entender...

—¿Cómo tú sabes más de esto que yo misma? ¿Qué tanto te dijeron?

—Eric nada más me dijo que te cuidara y eso es lo que estoy haciendo, no intento ser el malo aquí. Nadie quiere verte destruida de nuevo por los errores de tu madre.

—¡Es mi mamá, Jay!

—Meg, ¿no recuerdas todas las veces que lloraste en mi hombro por sus palabras? ¿Por sus acciones? ¿Recuerdas cuando te persiguió en mi casa nada más para decirte palabras por las que no dejaste de llorar en días? Cada que lo recordabas, no dejabas de hacerlo...—mis ojos se nublan, aparto mi mirada dejando que el aire entre a mis pulmones entrecortadamente—. No intento hacer que la odies...

Sujeta con una de sus manos mi rostro, acariciando con su pulgar mi piel, una delicada costumbre que tiene para tranquilizarme. Pero ahora, el tormento de mi corazón nada más puede apaciguarse con respuestas.

—Yo nada más quiero que tú estés bien. Yo necesito que tú seas feliz.

—Jay, yo no puedo ser feliz sin saber qué es lo ocurre, ¿no lo entiendes?—casi susurro—. Creí que podría dejar esto atrás...

—¿Entonces cómo me dices que debo dejar atrás lo que ya está si ni tú misma puedes seguirlo?—responde con algo más de firmeza, apartando su mano interrumpiendo mi oración.

—Yo...

—No te atrevas a decir que es diferente.

—¡Mi mamá está en un prácticamente en un manicomio!

—¡Y mi papá cinco metros bajo tierra, Meg!—se sube de hombros, uniendo sus palmas entre sus rodillas—. Por favor, por tú bien, nada más por tú bien y el de nadie más, te pido que dejes las cosas estar. ¿Qué si encuentras algo que no te gusta?

—Prefiero vivir con la verdad. Siempre elegiré la verdad, así eso me destruya—respondo sin titubeo en mi voz.

Algo en su mirada cambia, se suaviza. Lo observo con determinación, aunque dentro de mi hay miedo, él tiene razón. Puedo encontrarme con algo que no me guste. Pero no hay mentira en mis palabras, elijo saber la verdad, aunque sea por una vez en este peligroso asunto. Esta mañana, pensé que mi felicidad sería inamovible e inquebrantable, ahora yo misma, la estoy poniendo en riesgo. 

Estoy poniendo mi felicidad en condición. Todo puede cambiar en horas. Esta mañana mis ideas al respecto eran distintas y ahora, yo misma estoy dispuesta a caminar hacia un barranco.

Jay suspira por la boca, soportando su peso en los codos sobre sus rodillas. Fijando un punto en el suelo.

—¿Por qué no me apo...

—Te ayudaré—termina mi oración. Regresando su atención a mi—. Si esto es lo que hace falta para que puedas ser feliz, te ayudaré.

Siento mi visión nublarse de lágrimas, mi labio se mueve amenazante de empezar a llorar, pero elijo abrazarlo. Le rodeo por el cuello y me sostiene con sus manos en mi espalda, dejando su nariz en la cuenca de mi hombro. Suspiro de alivio, cerrando mis ojos y agradeciendo a todo lo que conozco porque no exista una única verdad, y nada más espero, que así sea y mi agradecimiento no sea en vano.

—Gracias...—susurro, esta vez incluyendo a Jay en mi plegaria.









////

¡Buenos días, tardes o noches! Espero que estén todos bien felices y contentos.

Aquí está otro capítulo, cada más más cerca del final o más cerca de un nuevo comienzo, como quieran verlo. Espero que lo disfruten mucho y también espero leer sus comentarios para saber qué tal les pareció.

Una vez más, les pido disculpas por no poder actualizar tan seguido. Mi trabajo actual consume mucho de mi tiempo y llego directo a hacer las tareas de mi universidad porque bueno, estudiando online es hasta más desgastante. Pero siempre que tengo un rato libre lo dedico a escribir, así sean dos párrafos porque esto es lo que amo hacer y me complace que a ustedes les guste.

Gracias por su apoyo, en serio, lo digo casi que siempre en las notas de autor o comentarios, pero lo hago con total sinceridad, esto me motiva mucho a seguir. Gracias❤.

////

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro