56. Meg
—Espero que ya te hayas recuperado totalmente—me dice Víctor, mientras cambio mis zapatos de tacón por unas zapatillas—. No me gustaría saber que trabajas sintiéndote mal.
—Bueno, tendría que hacerlo de todas formas—suspiro.
—Eso es cierto. ¿No has pensado en pedirte un cambio?
—¿Un cambio? ¿A qué?
—¿No te gustaría estar en caja?—elevo mis cejas. La ventaja de ser camarera definitivamente son las propinas, pero no todos los clientes son atentos.
—Es... Disculpa que sea un poco imprudente, pero, ¿es mejor la paga?—me levanto, dejando mis brazos detrás de mi espalda.
—Por supuesto—responde con rapidez—. Tendrías un contrato formal, incluyendo algunos beneficios, no serían demasiados el primer mes, pero si piensas quedarte a largo plazo, sería una buena decisión.
—¿Mismo horario?
—Mismo horario. Haz tenido un buen desempeño, por eso estaría encantado de recomendarte, si estás interesada.
—Yo... No sé qué decir—sonrío. Un trabajo formal, con mejor paga. No estaría mal tener algo de estabilidad, aunque sea en un aspecto de mi vida.
—No tienes que decidirlo ahora, puedes pensarlo hasta el final de semana, ¿espero por ti, entonces?
—¡Sí! Claro que lo pensaré. Muchas gracias, Víctor—lo abrazo fugazmente, ríe sorprendido insistiendo que no es nada pero, para mí, resulta un alivio embargador.
Regreso al café, ya la noche se hace presente. Hay cierta liviandad en el ambiente, el grupo de jazz invitado me mantiene de buen humor y caminando a paso firme con una sonrisa por su música envolvente que también tiene a los clientes contentos.
Hay algunas risas flotando con la música, es una noche agradable, una que posiblemente el universo sabía que necesitaba.
Sarah y Andrea me sonríen, Britney no se ve en los alrededores y hay una cantidad de personas aceptable para mis pies, incluso los cocineros parecen de menos mal humor que otras veces. Me tomo un descanso en un lugar donde pueda ver entrar clientes y mis amigas se unen, la mayoría se enfoca en los jazzistas y sus exquisitos instrumentos.
Extraño esa emoción de presentarme a un público, ese cosquilleo en el cuerpo que fácilmente se drena cuando se exterioriza el espíritu y se unen las emociones con la música. Respiro la sensación con mis ojos cerrados, y encuentro a Sarah mirándome con una sonrisa.
—Nunca te había visto así, en tu... Ambiente—sonrío.
—Me encanta. ¿A ti no?—une sus ojos a sus cuencas en una mueca de disgusto, con algo divertido en su expresión.
—Estoy harta de que los ojos del tecladista me sigan a donde voy.
—¿No crees que tenga hambre?—bromea Andrea—. Seguramente quiere uno de esos volcanes de chocolate.
—Bueno, no está tan mal—comento, aparenta de unos veintipocos, alto y algo delgado, cabello castaño. Viste sencillo con pantalones café oscuro y cuello tortuga negro, con un sombrero que hace que los mechones de su cabello generosamente rizado enmarquen su rostro—. Dicen que los tecladistas tienen dedos largos...
—¡Meg!—me empuja del hombro, Andrea acompaña mi risa.
—Podríamos hacer que su encuentro sea visto como accidental—le guiña el ojo Andrea—. A menos que tú no lo quieras. Se ve también muy del estilo de Meg.
—Ay, para nada. No quiero lidiar con más dramas amorosos.
Sarah, alta, esbelta y apoyada como nosotras del borde del mostrador a una distancia de la caja registradora, se toca los labios con un brazo cruzado sobre su abdomen, sigo su mirada hasta darme cuenta de que el chico tecladista también la observa curioso, con una sonrisa prometedora.
—Podría ofrecerle un volcán de chocolate. Y quizás, mi número.
—Esa es mi chica—le codea Andrea.
—Ustedes dos son una terrible influencia para mi—sonríe negando con la cabeza y tomando su bandeja, a la intención de atender un nuevo cliente.
Andrea suspira.
—¿Estás bien?—pregunto. Se regresa a mí, sonriendo relajada con sus manos entrelazadas frente de sí. Su cabello corto ahora tiene un flequillo que hace que su nariz pequeña y respingada le da un aspecto más infantil, aunque en su mirada todavía se vislumbra el espectro de una fantasmal tristeza.
—Estoy bien. Digo, intento estar bien. Como todos. Hablé con mamá.
—¿En serio? Eso es increíble, Andrea.
—Me llama casi todo el tiempo, vendrán a Goleudy para navidad. Le pregunté a Sarah si no le importaba pero me dijo que por fin tendría una navidad en compañía. Podrías venir con Jay, si quieres.
—Sería agradable—respondo con sinceridad—. ¿Qué tal tus terapias?
—Oh, Meg. No te imaginas el bien que me ha hecho, no ha habido ni una en donde no termine llorando pero...—reímos— En cada una me siento cada vez mejor, y más libre. Acepté que lo que ocurrió no fue mi culpa, ni tampoco su muerte.
—Nadie podría culparte de eso.
—Excepto yo—me mira, Andrea ha tenido desde que la conocí un brillo distinguido en sus ojos, algo maternal y suave—. No hay nada peor que culparse a uno mismo de algo de lo que no se puede tener control. Decidí dejarlo ir. A veces es mejor dejar ir las cosas y estar en paz con uno mismo, si no puedes controlarlo y una parte de ti está con eso, te arrastra. Pero si aprendes a tratarte con amor, y a aceptar que eres valiente, todo mejora.
—Le hablaste a mi subconsciente—ríe.
—Sé que me he vuelto toda una zen, ¿está bien?, pero hay que agregarle algo de positivismo a la vida.
—Gracias, Andrea—sonríe.
—¿Por qué?
—Por agregarle positivismo a la vida—me rodea con un brazo, después de hacer un lindo gesto, aceptando lo que quizás, fue lo más sincero en mi día.
Terminando mi turno, me despido de Andrea y Sarah a la promesa de ir al teatro la siguiente semana. Caminando a la salida de empleados, me pongo mi bufanda y bajo los escalones con la puerta cerrándose detrás.
Mi respiración se corta un poco cuando la escucho abrirse y unos pasos después, no necesito regresarme para saber de quién se trata. Me detengo, esperando que llegue a mi lado.
Suspiro y a su lado, empiezo a andar. Muerdo el interior de mi mejilla, pero mi incomodidad se disipa mientras caminamos. La noche sigue siendo igual de ligera aquí afuera, parece que el sonido estruendoso de la ciudad lo hubiese ahogado la suave melodía que parecen tocar los rayos de la luna cuando embarga la ciudad con su resplandor.
Se ve todo tan vivo pero pacífico, también frío, pero la calidez en las sonrisas de las personas en las tiendas y locales es lo que hace que sea agradable.
Jay se ve distraído, nada más mira al suelo, algo cabizbajo y desgarbado, suspira inaudible. Mis dientes atrapan la carne de mis labios antes de preguntar.
—¿Día largo?
—¿Qué?—responde segundos después, confundido y ensimismado.
—¿Tuviste un día largo?—le ofrezco una sonrisa corta, relajando mi expresión.
—Sí. Algo—miro a un lado, a la espera de que añada algo más para mantener esta tensa conversación—. ¿Y qué tal tú?
Pestañeo.
—Bien. También fue un día largo. Víctor me ofreció un puesto permanente—sonríe, algo en mi pecho se detiene momentáneamente.
—Eso está muy bien, Meg. ¿Piensas tomarlo?
—No sé, no pienso quedarme a tan largo plazo. Pero, el horario es conveniente y la paga es mejor, Víctor me lo dijo.
—Debe serlo. Me alegro por ti, Meg—sonrío.
Nuestras miradas se encuentran con sutileza. Parece como si ellas solas se buscasen al extrañarse. Nos detenemos frente a un camino de luces que cuelgan desde el techo de una tienda, me encanta pasar por este lugar cuando caminamos a casa. Su rostro se ilumina a la luz de las bombillas, con su chaqueta y bufanda negra, su nariz y mejillas suavemente enrojecidas como sus labios, que sonríen en duda, buscando quizás algunas palabras.
Abre los labios, detiene sus palabras en medio de un suspiro. Sus dedos alcanzan mi mano, bajo la mirada a nuestras manos tímidamente sujetas entre sí. No decimos nada, y yo necesito escuchar.
Pero no lo aparto, dejo y disfruto de su toque un poco más, por lo menos hasta llegar a casa.
En donde Jay nuevamente, se va a su habitación. Dejándome atrás en la cocina preparando un té para poder conciliar mi sueño, o más conveniente, un café para esfumarlo. Aunque, cuando me siento con mis páginas y libretas frente a mí, apenas si puedo escribir algo, toda mi atención está en la siguiente habitación y en el recuerdo de su sonrisa.
.
.
—En serio que esto se está saliendo de control—digo, apartando las cortinas del probador. Gemma me observa con su cabeza ligeramente inclinada a sus hombros, sosteniendo su peso en sus manos detrás de su espalda sentada junto a Bianca, que sonríe con picardía, entrelazando sus manos en su rodilla sobre su pierna—. No puedo usar esto en una cena.
Me cruzo al espejo viendo el vestido rojo entallado que me pidió Gemma que me probara, largo casi hasta el suelo, con una línea que descubre mi pierna derecha hasta la mitad de mi muslo, además, deja ver mis hombros antes de la tela hacer camino por mis brazos hasta mis muñecas. En sencillo, pero su color y composición es lo que lo hace resaltar del resto.
—Meg, dijiste que era elegante, está justo para una cena como esta—insiste Gemma—. Es elegante, atrevido y...—se levanta, dándome la vuelta para revisar la etiqueta que cae en mi espalda— Tiene un precio razonable.
—Es muy ostentoso. No sé. No estoy segura.
—Te has probado cinco vestidos y ninguno te ha gustado—dice Bianca.
—¡Sí me gustan!
—¿Pero?—pregunta.
—Ninguno parece hecho para la ocasión.
—¿O no te sientes bien con ellos?—cruzo mi atención a Gemma, sin responder todavía.
—Vendré por él después, de todas formas, todavía hay tiempo para la cena.
—Mientras no seas una de esas personas que dejan todo para último minuto, está bien—se sube de hombros Bianca, conservando sutileza en su expresión—. Pero creo que este podría ser el vestido.
—Estoy de acuerdo con eso—sonríe Gemma, observándome con sus ojos grisáceos cuando me codea—. No tardes tanto en decidirte.
Después de que Gemma compra un par de zapatos de los que se enamoró durante nuestro recorrido en el centro comercial, y empezara a dudar entre el negro y azul, nos despedimos.
Sólo daríamos una vuelta, hasta que mencioné la cena y saltaron de la emoción pidiendo que me dejaran ayudarles a escoger un vestido. Entramos a unas pocas tiendas, pero no estaba convencida. Hasta que vi ese vestido rojo.
Podría decir que no me sentía tan bonita desde mi vestido blanco en el baile de graduación, cuando me vi al espejo, supe que podría ser una poderosa opción. Entallado en mi busto, cintura, cadera y un poco más de la mitad de mis muslos, hasta caer hasta mis tobillos y en una de mis piernas una discreta, pero insinuante línea que permite ver mi piel, no dejo de pensar en lo que sentí cuando lo usé. Casi deseé que Jay estuviese ahí para verlo.
Cuando llego de nuevo a casa, lanzo las llaves en el mesón y cierro la puerta detrás de mí para tomar a Pequeñito en mis brazos y besarle, acostándome en el sofá disfrutando de mi día libre, Pequeñito todavía agita su cola y busca lamer mi cara en medio de un chillido, hasta que lo calmo con caricias y se queda tranquilo en mi pecho.
Escucho la puerta abrirse y cerrarse suavemente. Levanto mi cuerpo, viendo a Jay acercarse con una sonrisa amplia, sus ojos olivo brillando con ternura. Se arrodilla junto a mi, dejando una mano al lado de mi cuerpo, en el sofá.
—¿Cómo te fue?—pregunta.
—Estuvo bien.
—¿Y tu vestido?
—Todavía no me decido.
—Te verás perfecta con cualquiera—me apoyo de uno de mis codos, mi cabello cayendo sobre el sofá, permitiéndome estar cerca de su rostro, nuestras respiraciones mezclándose.
—Mentiroso.
—¿Mentiroso yo?—ríe.
—¡Sí!
—¿Y si te digo que deseo besarte, también sería mentiroso?
—Eso depende de ti—le reto, eleva una ceja, conservando cierta picardía en su expresión balanceando su rostro cerca del mío, sujetándome de la barbilla para obligarme a observarlo.
Acaricia mi labio inferior con su pulgar, y sin resistirlo más, uno nuestro labios con deseo, con anhelo. Jay me besa fervientemente, mordiendo mis labios, tocando nuestras lenguas. De un movimiento, una de sus manos sostiene en pertenecía mi cintura mientras sus labios se dirigen a mi cuello, besando y lamiendo mi piel, encendiéndola.
Su mano, áspera y conocida para mí, se abre camino en mi abdomen hasta encontrar mi pecho, en donde aprieta y gimo, me besa, mordiendo nuevamente mi labio y mirando a los ojos, con esa sombra que cae después de sus cejas, apasionado.
Sujeta mis tobillos, sentándome en el sofá con su rostro entre mis rodillas. Recuesta momentáneamente su cabeza en una de ellas, acariciando mis pantorrillas y tobillos con sus dedos, erizando mi piel con su mirada oscura y deseosa. Entreabro los labios, cuando sus labios llenando de besos el interior de mis muslos y sus manos despejan mis piernas, me indica lo que pasará a continuación.
Siento su toque, su lengua provoca que suspire y que mis ojos se cierren sin siquiera poder yo misma procesarlo. Empieza con lentitud, en una dirección. Mordiendo el interior de mi mejilla, sujeto su cabello entre mis dedos, y nada más cuando inconscientemente aprieto entre sus hebras, incrementa su ritmo.
Me atrae con fuerza a su boca cuando sus manos tiran de mis caderas, sin detenerse, sin permitirme respirar o gesticular otra cosa que no sean sonidos de extenuante placer. Levanta mi vestido rojo hasta mi cintura, recostándome horizontalmente del sofá cuando se levanta en su magnificencia, con sus músculos generosamente marcados manchados de lunares y su cabello en todas direcciones.
Embiste en mí, con tantas emociones entre nosotros, pasión, enojo, frustración. Le pido más con la mirada, no puedo apartar mis ojos de los suyos, con mis labios haciéndome el favor de hacerle saber que lo disfruto y de que nada más pido una cosa. Más.
Con fuerza. Sus manos. Nuestras pieles unificándose, nuestras respiraciones, suspiros y gemidos, siento que puedo alcanzar el tope de mi placer, mis labios se abren preparándose para liberar mi espíritu...
Pero escucho la puerta abrirse y cerrarse como cuando alguien le cierra detrás de sí. Con el talón.
Me levanto aspirando aire, sujetándome de los bordes del sofá. Cruzo a ver a Jay quien desde la puerta, tiene una expresión de confusión y me sigue con su mirada cuando camino a paso rápido hasta el baño, cerrando la puerta detrás de mí. Y después, unos pasos haciendo eco en el pasillo.
Apoyando mi peso en el lavamanos cuando abro el grifo, despierto mi rostro con agua fría en un intento de apagar y sofocar los recuerdos de mi sueño, el sueño quizás, más incómodo de mi vida. Mi corazón tamborilea fervientemente en mi pecho, y hasta mis manos tienen un ligero temblor. Me sorprendo cuando escucho tres golpes en la puerta.
—¿Estás bien?—me pregunta, mojo de nuevo mi rostro, respirando unos segundos por la boca, mi pecho hundiéndose cuando el aire se me escapa.
—Sí, ¡sí! ¡Estoy bien!
—¿Estás segura? ¿Podemos hablar?
—Sí, por supuesto, ya salgo.
Abro la puerta, mirándolo primero por la brecha. Jay mantiene su expresión de confusión, pero también hay algo de preocupación. Temblando, cierro la puerta detrás mi espalda, quedando peligrosamente cerca de su cuerpo. Todo lo que se escucha es silencio, y nuestras respiraciones tímidas de oírse apenas si son un soplido. Jay, no sonríe.
—Estás pálida, ¿seguro estás bien?—insiste—. ¿Quieres algo de agua?
—Estoy bien, es que tuve una, un...—malo no sería de cerca la palabra correcta— Sueño.
—¿Un sueño?—creo verlo dudar una sonrisa—. ¿Un sueño te dejó color de un fantasma? ¿Estuvo tan mal?
No.
—¡Sí, terrible!
—¿Quieres contarme?—algo, un destello de esa mirada bondadosa con la que soñé reaparece en el brillo de sus ojos, estirando ligeramente los labios en una sonrisa.
Imito eso, el sonreírle de regreso.
—No hablemos de sueños terribles, ¿querías decirme algo?
Abre los labios, pero suspira cerrándolos y pasando una de sus manos por su mandíbula, niega. Lo que me alivia, es que todavía mantiene una sonrisa tímida, así que busco que no se aparte, acercándome discretamente.
—¿Y tú estás bien?, te ves cansado.
—Sí. Lo estoy.
—Jay.
Une sus cejas, ladeando su rostro.
—¿Sí?
—¿Quieres salir un rato?
—¿Al balcón?—río, palmeando su hombro.
—No, salir. De aquí.
—¿Por qué?—sonríe.
—¿Quieres o no?—respondo colocándome las manos a la cadera.
—Sí, pero, ¿a dónde?
—¿Importa eso?
Toma una de mis manos, y su tacto es como lo recuerdo, gentil y suave, no sabía lo que le extrañaba hasta que de nuevo, besa mis nudillos detrás de una sonrisa.
—No.
Pidiéndole a Pequeñito que no me extrañe y casi al borde de las lágrimas cuando chilla para mí, salimos con un sol resplandeciente que resalta el color de las copas de las árboles. En Goleudy, no hay muchos plantados en las calles, pero en la cuadra de nuestro edificio, hay un sendero con bellísimos árboles altos de fuertes raíces que puedo ver cuando me asomo desde el balcón, y verlos desde arriba, aunque hermosa, es una perspectiva distinta a cuando se está debajo, puedo ver los rayos del sol entre las hojas verdes, y hasta escuchar el piar de las aves que viven ahí.
No puedo evitar maravillarme con estos detalles, algo que firmemente puedo extrañar de Ciudad Solar son está clase de paisajes. Los atardeceres detrás de la playa cubierta de palmeras que regalan con benevolencia su sombra a la arena blanquecina, llena de caracolas, cada una diferente a la otra.
Sujeto mi collar entre mis dedos, acariciando los relieves de la caracola. Casi se ha convertido en una costumbre para mi vivir de la nostalgia. Y, aunque ligeramente masoquista, me gusta sentirla. La nostalgia. Me recuerda buenos momentos y que vivan en mi memoria todavía lo considero un privilegio. Vivir y contar la historia de buenos y malos tiempos es un regalo.
—¿Qué piensas?—encuentro su mirada sobre mí.
—¿Por qué?—sonrío con ligereza.
—Siempre que estás pensando, tienes tu collar así—señala. Suspiro.
—Intento de agregarle algo de positivismo a la vida—sonríe con dulzura, con ese brillo en sus ojos olivo que pueden darle esperanza a cualquiera, como a mí, en incontables ocasiones.
—¿Puedo también añadirle algo?
—Siempre estás invitado, pero tienes que pagarme una pequeña comisión—bromeo, subiéndome de hombros.
—En este momento, puedo pagar mi cuota con un helado. He escuchado que te gusta.
—¡Me delataron! Pero no tengo más opción. ¿Estarías dispuesto a negociar?
—¿Qué me ofreces?—cierra un ojo con diversión.
—Añado algo más de positivismo y a cambio, helado hoy y mañana.
—Lavas la taza después de beber tu café en vez de dejarla en la mesa y es un trato.
—Jay—me coloco una mano en el pecho, demostrándole aflicción—. ¿Acaso no entiendes el sacrificio que implica para mí? ¿Seguro que deseas que arriesgue mi vida en vano?
—Son mis condiciones—ladea la cabeza sin remedio, infringiendo seguridad.
—Pero eres nuevo en el negocio, no sobrevivirás.
—He aprendido de la mejor en el arte de chantaje—me guiña el ojo. Me siento ruborizar, pero me mantengo.
—Bien. Me dejas en desventaja. Hecho—estrechamos nuestras manos riendo. Juntos.
Después de una parada rápida en una heladería, seguimos nuestro camino debajo del sol y en la embriagadora paz que tiene la ciudad hoy para nosotros. Hablamos como si nada malo para nosotros pasara, reímos y bromeamos, y de vez en cuando, suavemente rozamos nuestras manos.
A veces me olvido del lugar en el que estoy y nada más escucho su voz sedosa y rasposa, prestando atención a su matiz de emociones, al puente de su nariz sobre sus labios que guían un camino a su mandíbula, cuello. Sus ojos brillantes. No puedo evitarme el sonreír y sentirme con ganas de aprisionarnos aquí, en temor a que se esfume tan rápido de cómo empezó desde el momento en que llegó a casa después de mi sueño.
Del que intento discretamente sacudir la cabeza para apartar el escalofrío que me amenaza a pasar por mi cuerpo, erizando mi piel.
—¿A dónde vamos?—me pregunta.
—¿Qué? Te estoy siguiendo a ti—ríe.
—Pues, si nos perdemos, tendríamos una excusa para no desperdiciar horas y horas en Timotie's—arqueo una ceja, maquinando una respuesta que me de otra justificada.
—¿Pasó algo allá?
—¿No sientes que a veces las cosas se estancan y no parecen avanzar?—bufo.
—Todo el tiempo. Pero no estaremos ahí por siempre. Ni en Bridge por siempre.
—¿Y en Goleudy?—lo observo, deteniéndome unos segundos. Eso, no lo había pensado.
—¿Quedarnos aquí?
—¿Te gusta aquí?
—Sí. Me gusta Nuevo Goleudy. Pero no había planeado nada para un futuro tan lejano. No había pensado si quería vivir aquí permanentemente—muerdo mis labios, uniendo mis cejas por segundos—. ¿Quieres estar aquí?
Sonríe, subiendo una ceja como respuesta.
—¿Sientes que las cosas se estancan y no parecen avanzar?
—Creo que ahora sé a qué te refieres.
—Al después—suspira—. ¿Qué si esto es todo?, ¿qué si estar aquí, hace que me... Estanque?
—Jay. Para eso falta mucho—sonrío. Retomando nuestro camino—. Esto no tiene por qué ser un estanque si así lo decides.
—Puedo querer, y no poder.
—Podría ser al revés.
—¿Qué?
—Podrías poder. Pero, no quieres precisamente, por miedo—regreso mi mirada a la suya—. Porque lo que te ata, podría ser mucho más grande.
—¿Piensas entonces que todo depende de mí?
Suspiro, elevando mis hombros.
—Somos los dueños de nuestro futuro. Lo único que nos quita las riendas, es el miedo.
Una vez más, me regala una de sus sonrisas. Esta vez tomándose el tiempo de observarme por unos segundos más.
—¿Qué?—le digo.
—Sí te estás tomando en serio esto de agregarle positivismo a la vida—le empujo del hombro.
Me detengo frente a una vitrina, con maniquíes vestidos de elegantes prendas. En lo poco que se vislumbra del exterior, a simple viste, parece muy sofisticada con sus luces bajas y estantes bien organizados. Pero, lo que llama mi atención, es el mismo vestido rojo que vi en el centro comercial más temprano en la esquina derecha que se ve desde la puerta de entrada.
—¿Qué miras?
—Nada—le niego con la cabeza.
—¿Buscas un vestido para la cena?—volteo a observarlo en confusión.
—¿Quién te lo dijo?
—Gemma—menciona tranquilo.
—¿Por qué?—se sube de hombros con las manos en los bolsillos de su chaqueta, negando con la cabeza y abriendo los ojos.
—¿Por qué? ¿Está mal que lo haya hecho?
—Yo, no lo sé, pensaba decírtelo yo.
—¿Todavía no encuentras qué usar?—aprieto mis labios, negando—. ¿Por qué no entramos aquí? Podrían tener algo que te guste.
—Conseguí algo que me gustó—le señalo el vestido—. Creo que es algo ostentoso para una cena.
—Pruébatelo.
—¿Qué? Ya me lo probé.
—No te he dicho mi opinión—eleva una ceja, con picardía.
—¿Tu opinión?—me cruzo de brazos, retándole con la barbilla enaltecida.
—Entra, y ponte ese vestido.
Organizo alguna respuesta inteligente, pero me encuentro caminando antes de siquiera pensarla. Observándolo antes de entrar al mostrador, sujeto uno de los ganchos con el vestido de mi talla en mi hombro. Frente al espejo, deslizo la tela sobre mi cuerpo, recordando cómo me sentí cuando vi que mi pierna se dejaba ver entre la línea poco encima de mi muslo, ofreciéndole a mi trasero una buena figura que guía hasta mi cintura, pechos, y hombros descubiertos.
Mordiendo mis labios, suelto mi cabello que cae suavemente hasta poco más encima de mi cadera, dándole algo de volumen en la raíz con mis dedos. Podría imaginarme con una copa de vino entre mis dedos, hablando con distinguida educación bajo la luz de las velas.
—¿Preparado?—pregunto apartando la fantasiosa idea de mi cabeza.
—Siempre.
Saco un pie primero, después mi pierna del vestidor, y finalmente, aparto la cortina del todo con una sonrisa seductora planeada. Giro en mi eje, haciendo una pequeña reverencia y observándome al espejo. Jay sigue sin decir nada. Con su pie sobre una de sus rodillas, mantiene sus manos en el mueble, puedo verlo desde el espejo frente a mí.
—¿Qué?—río—. ¿No ibas a darme tu sincera opinión?
Niega con su cabeza parpadeando con rapidez, subiendo sus hombros como intentando buscar qué decir cuando aspira aire.
—¿Nunca te había dicho lo hermosa que eres?—con un sonrisa casi tímida, le respondo debajo de mis cejas con una mirada de reproche.
—Jay.
—No, Meg—ríe—. ¡Nada más mírate!—se levanta, caminando hasta llegar a mi lado—. Mírate, quiero que observes lo hermosa. No. Lo majestuosa, que eres.
—¡Exageras!—respondo riendo, me acompaña en una sonrisa, pero no aparta su mirada, conservando viveza en sus ojos brillantes.
—¡No exagero! Por mi vida, que eres la mujer más hermosa que he visto en toda mi maldita vida—aprieta mis hombros, observándome en el reflejo del espejo.
—¡No malditas tu vida así!—le codeo, riendo casi en nerviosismo.
—Lo vale si se trata de ti. Todo vale, si eres tú.
Regreso mi cuerpo frente a él. Elevando mi barbilla ahora para fijar mi vista en su rostro sincero, la respiración se escapa de mis pulmones cuando me sonríe. Esconde un cabello detrás de mi oreja, y su tacto, el roce de su mano, provoca que quiera estar aquí hasta mi cuerpo deshacerse.
He perdido la habilidad de hablar, hasta de maquinar alguna acción, Jay provoca que anhele y añore su mirada, mis manos extrañan tocar su piel y mi corazón llora la protección de su abrazo. Siento que el mundo sigue girando, pero a nosotros, nos deja atrás para gozar del privilegio de los segundos.
Su nariz respira cerca de mi labios, mi pecho bajando y subiendo a la tentación y tensión que ha existido entre nosotros desde que puedo regresar y contarlo. Sus nudillos acariciando la piel de mi rostro, todavía con esa sonrisa de la que puedo apropiarme, porque nadie más podrá ver la sonrisa de este instante, por más años que pasen, seguirá siendo mía porque me la ofreció a mí, en este día, y lo que sea que nos haya traído hasta este momento, lo sabe.
—¿Podremos ser suficiente para nosotros?—menciona.
—Eres suficiente para mí, Jay—respondo sin dudar—. La pregunta es, si yo soy suficiente para ti.
—Meg, eres de lo único que estoy seguro—sujeta un lado de mi rostro con pertenencia, acariciando mi piel con su pulgar—. Eres de lo único que he estado seguro desde que puedo recordar. Mi vida no podría estar completa—se acerca, uniendo sus cejas dándole énfasis a sus palabras—sin ti. No puedo verte sin pensar lo afortunado que soy de vivir en este tiempo, para coincidir contigo.
—¿Aunque nos hagamos enojar de vez en cuando?—le respondo, sonriendo con algunas lágrimas aglomerándose de mis ojos.
—Aunque nos hagamos enojar de vez en cuando—ríe, limpiando una lágrima que se escapa y se desliza por mi piel—. Yo te amo, Meg. Y, ¿sabes qué?, estaba volviéndome loco por no poder escucharte decir lo mismo, pero no me importa, no me importa nada más si puedo amarte, y me dejas amarte...
—Jay. Yo sí te amo.
Se detiene. Sonríe, une sus cejas, ríe.
Y al igual que él, pienso que coincidir en medio de tantas turbulentas historias y disturbios, no podría ser coincidencia.
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¡Hola, bellos y queridos lectores!
Quiero hablar un poquito aquí con ustedes.
A la historia no le falta demasiado. Sin embargo, hay algunas cosas inconclusas y por eso tomé la decisión de escribir una secuela.
Otro detalle es que, necesito saber algo. He estado muy ajetreada entre la universidad y el trabajo, y aunque me dedico a escribir un poco todos los días, no es suficiente para terminar un capítulo en dos o tres días como lo hacia antes. Así que, ¿prefieren que suba los capítulos progresivamente como lo vengo haciendo o termino todos los capítulos y después los subo? Porque como les dije, no le falta demasiado a la historia y ya quiero que lean lo que pasará, me emociona muchísimo y también me algo en el corazoncito cada que pienso que la voy a terminar.
Y también tengo pensado crear una playlist para la historia, si quieren, podrían ayudarme y escribir en los comentarios canciones que les recuerden a la historia, estaría increíble.
Sin nada más que agregar aparte de que los quiero mucho y agradezco infinitamente su apoyo, me retiro y espero subir los capítulos lo antes posible, estoy emocionada.
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