Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

55. Meg

Entro al baño, uniendo mi frente a la puerta, con una de mis manos sosteniendo la perilla. Suspiro, siento un nudo que rastrilla mi garganta, lo trago. Respiro entrecortadamente aire por la boca. Recordando cómo tan sólo hace unas horas estábamos juntos de la forma más cercana que pueda hablarse y, ahora, de nuevo esta pared entre nosotros. Esta puerta. Este pasillo. Unos pasos. Nos dividen unos insignificantes pasos.

Jay.

Su te amo. Esas dos palabras, perforaron mi alma de la manera más pura. Quería asegurarme de que había escuchado bien, de que no era un sueño. Y aunque fue durante una discusión, no podría haber pedido que fuese de otra forma. Pero, ¿y si fue por el calor del momento?, hubo tanta confusión en mi en ese instante. ¿Jay puede amarme?, ¿puedo ser suficiente para Jay?, lo intento. Pero él parece apartarme, cada vez que trato de acercarme, me deja a un lado. Y eso, ese sentimiento, ya es conocido para mí, más de lo que he conocido el amor, he conocido el rechazo. Y que venga de Jay... Que me aparte, a la excusa de no poder entender.

Una lágrima cae por mi barbilla. Sigo su camino, hasta que toca el suelo. Desvaneciéndose. Esfumándose. Como un destello de tiempo. Como mi tiempo, mi probada de felicidad con Jay. Unas lágrimas más se hacen camino por mi rostro antes de decidir ignorar el vacío que siento dentro de mí, la familiar sensación de rechazo, de abandono, es conocida, pero todavía no logro acostumbrarme, es como si la densidad de mis emociones me asfixiara.

Y así, me atormentan el resto de mi día. Mantengo una distancia de Jay. Después de preparar el desayuno en silencio y ayudar a vestir a Alissa, marchamos en la camioneta de Matt en tensión. Jay no me dirige la mirada ni el habla y no estoy a la expectativa de que lo haga, además de que no es el momento para resolver nuestro asunto, no lo hará porque me evade, y aunque perfora nuestra confianza, puedo hacer muy poco si Jay no me deja entrar. Me muerdo el interior de la mejilla, observando la ciudad como lo que ahora en mi memoria, un recuerdo.

Alissa sujeta mi mano, los rayos del sol son tímidos todavía pero sigue habiendo movimiento en el hospital, el olor a cloro y químicos, los sonidos de máquinas y ruedas. Me muerdo los labios, caminando hacia Ellen entregándole bolsas de papel en donde guardé algo de comida para ellos, asiento hacia Matt y le ofrezco una sonrisa rápida a Rose, que acaricia mi brazo cuando se levanta.

—Vi a tu papá cerca de aquí—me dice—. Seguro en poco tiempo nos dejarán ver a Aaron.

—¿En serio? Son buenas noticias, podría preguntarle a papá. Vuelvo enseguida—con sus ojos caídos, me regresa una sonrisa tranquila. Rose luce cansada, pero su rostro conserva la misma dulzura de siempre.

Dejo a Alissa junto a Jay, que no regresa a verme, y camino por algunos pasillos a la espera de encontrar a papá. Siento mi nariz enrojecer del frío, hay pocas habitaciones llenas. Termino por encontrar a papá observando una carpeta, vestido con su bata blanca y me sorprendo cuando detallo su nuevo corte de cabello, se quita los lentes dejándolos en el cuello de su camisa antes de darse cuenta que estoy a unos pasos de él.

—¿Meg?—sonríe dudoso, caminando hacia mí.

—¿Corte nuevo?—pregunto, rodeándolo en un abrazo, deteniéndome un instante en su pecho. Papá me aprieta y besa mi frente.

—Sí. ¿Estás bien?, ¿has comido algo?

—Sí... Estoy bien. Y bebí un café antes de venir.

—¿Quieres que compre algo para ti?

Sonrío dándome cuenta que es imposible rechazarle. Caminamos a la pequeña cafetería del hospital, papá me extiende galletas y un jugo de cartón en la mesa sentándose frente a mí.

—Parece que sólo ayer te hubiese traído a este lugar—suspira—. Siempre pedías estás galletas de maní, ¿todavía te gustan, no?

—Sí—muerdo una, riendo suavemente—. Todavía me gustan. Lo recuerdo. Gracias, papá.

Asiente sin quitarme su mirada, sus ojos son parecidos a los míos y quizás, mi sonrisa sea la misma que la suya.

—Ellen me llamó. Gracias a Dios estaba aquí. Quién sabe qué hubiese pasado si no lo hubiésemos atendido rápido.

—¿Cómo está Aaron, papá? Con sinceridad—suspira, alzando sus cejas.

—Está estable. Necesita recuperarse, pudo ser mortal para ese niño. Aún no ha despertado, pero preferimos que esté sedado un poco más, tendrá dolor.

—¿Ellen lo sabe?

—Sabe que Aaron requiere de mucha atención mientras se recupera. Todavía no sabe que pudo morir.

—Oh, Dios... No puedo ni siquiera imaginarlo. Me da escalofríos de pensarlo.

—Pero no pasó. Va a sobrevivir y se va a recuperar con normalidad. Pueden estar tranquilos.

Asintiendo segura de sus palabras, le ofrezco una galleta del paquete que toma y choca con la mía en brindis, sonriendo, tranquilo. Papá ya no es esa sombra que acudía a la casa para saber si estábamos vivas. Ahora es mi papá. No puedo reprimir mi sonrisa, aún en medio de tanto, me permito sonreír sintiendo que merezco sentirme feliz por tener un papá, agradezco ser ahora parte de una familia.

—¿Cómo está Simon y Patricia?, ¿los chicos?—me pregunta, refiriéndose a Alex y Tori—. ¿Qué tal tu fiesta de cumpleaños?

—Simon estuvo en casa hace poco, le gusta estar conmigo y a mi me gusta pasar tiempo con él, es muy inteligente.

—Sí. Me recuerda a ti.

—¿De verdad?—le enarco una ceja—. ¿Hacia tantas preguntas?—ríe.

—Todo el rato, tu mamá no dejaba de decirme que la volverías loca—aunque continuamos unos segundos con una sonrisa en los labios, nuestra mirada se centra en un punto después de su mención. Atreviéndome a preguntar, me inclino hacia adelante.

—Papá, ¿está bien ella?—aparta su atención, mordiéndose el interior de la mejilla—. Papá... Sé que no quieres que me hiera, sé que quieres que esté a salvo. Pero, no saber de mamá es una tortura para mí... Por favor. Lo único que puedo pedirte es que me digas si mi mamá está bien.

Buscando su mirada, suspira resignado.

—Ella, está bien. Ha tenido un progreso, supongo. Se ha relacionado con algunas personas y, sonrió la última vez que estuve ahí.

—¿Sonrió?—una hebra de esperanza arrasa mis tormentos—. ¿Mamá sonrió?

—Lo crees o no, Miranda sonrió—me echo en mi silla, con una expresión de asombro y alegría discreta.

—¿Cómo? ¿Han funcionado sus terapias, entonces?—retuerzo mis dedos, mordiendo momentáneamente mis labios—. ¿Tú crees que... Podamos visitarla pronto?

—Doctor—papá cruza su mirada en atención a la enferma—. El chico de la habitación catorce despertó. Aaron... Sullivan—termina verificando el apellido en su carpeta. Papá se levanta, abrochando el botón de su bata.

—Espera con Jay, los haré pasar en un momento, ¿está bien?—sosteniéndome de los hombros, me deja un beso rápido en la frente antes de retirarse con la enfermera. Dejo las galletas en la mesa.

Regreso a la sala de espera, donde Ellen, Matt y Rose con una Alissa dormida en sus piernas, esperan por buenas noticias. Sonrío, acercándome con las manos en los bolsillos de mi suéter.

—Quizás no sea yo quien debe decirles esto, pero, Aaron despertó ya—comento cuando Ellen se levanta y toma mis manos. Me abraza con fuerza, y gustosa, recibo su abrazo.

—Gracias a Dios... Gracias a Dios—repite en susurro, limpiando unas lágrimas que se escapan de sus ojos—. ¿Cómo está él?

—Papá me dijo que está bien. Está estable. Seguro vuelve en un momento—Rose también me abraza, apretando una de mis mejillas entre sus dedos.

Papá regresa después de casi una hora, informándoles sobre el estado de Aaron, Ellen no se contiene de derramar unas lágrimas de alivio de más y de abrazar a su prometido, que luce tan aliviado como ella. Sonrío a la escena. No podría imaginar esto diferente. Aaron es como un pequeño hermanito para mí. Papá hace pasar a mamá y Alissa, y mientras tomo asiento junto a Rose, veo a Jay caminar en nuestra dirección, con Britney colgada de su brazo.

Nuevamente sobre mis pies, corto la distancia entre nosotros con una ceja enarcada en dirección a Jay, con mis brazos cruzados y derecha buscando que, aunque Britney con sus zapatos altos negros y camisa cerrada, no extinga mi firmeza vestida con sudadera y jeans. Jay me mira bajo sus cejas, conservando la inexpresividad que adoptó esta mañana, Britney sonríe delicadamente, nos observa a ambos en rebote a la espera de alguna palabra.

—Aaron ya despertó—le digo.

—Mamá me avisó. Gracias.

—¡Es una buena noticia!, vine apenas Jay me llamó—mi ceja sube un poco más arriba con mi barbilla, teniendo casi sin darme cuenta, una expresión cínica en el rostro. Britney repiquetea su pie en el suelo—. Yo... Iré un momento al baño. Con permiso.

Me esquiva por el hombro y cruzo la mirada, sin quitar mi vista de Jay, quien cruza sus brazos sobre el pecho después de pasar una de sus manos por sus labios y barbilla.

—¿Qué?—dice. Suelto aire en una sonrisa cínica, ofendida, negando con la cabeza. Doy dos pasos a la salida, pero Jay me sujeta del brazo. Miro su mano, después su rostro y me suelto de un movimiento siguiendo mi camino hasta el estacionamiento que muestra la puerta de entrada—. ¿A dónde piensas que vas?—dice después de que la puerta eléctrica se cierra tras de él.

—Yo no te pedí que me siguieras, Jay—lo enfrento, señalándolo con un dedo—. No creas que cada que camino lejos de ti, pretendo que me sigas.

—¿A dónde pretendes ir de todas formas?—sonríe con sarcasmo—. Si tú...

—Jay...—lo freno, peinando mi cabello hacia atrás cerrando mis ojos y tensando mis palmas frente a mi cuerpo— No es el momento. ¿Está bien?, no sé qué te pasa, pero basta. Ve a ver a tu hermano.

—¡A mi no me ocurre nada!, ¿por qué siempre tienes que sacar conclusiones?—responde en agresividad pasiva.

—Basta, Jay.

—¿Podrías por una vez en tu vida, decirme con claridad qué es lo que pasa contigo?, ¿por qué me miraste así?

—Jay. No es el momento.

—¿Por qué, Meg?, ¿por qué jamás es el momento?

—¡No es el momento ahora, Jay!, ¡ya basta!—su respiración se acelera.

—¿Basta?, ¿basta qué?

—¡Por qué siempre buscas discutir! ¿Qué es lo que quieres de esto?, ¿qué pretendes ganar?—siento mis ojos vidriosos, apenas puedo tragar el molesto nudo en mi garganta.

—¡Nada, Meg! ¡No gano nada estando contigo así!

—¿Por qué se te hace tan difícil hablar conmigo... Por qué con Britney es distinto? ¿Querías saberlo? ¡Bien! Aquí está. ¿Por qué, en todos estos años, no cuentas conmigo? Pero sí cuentas con una extraña. No culpo a Britney, ¿sabes?, tampoco... Te culpo a ti—mis lágrimas ya corren por mi rostro—. Pero me frustras, me frustra no poder entrar en ti, no poder ayudarte, que no me dejes entrar.

—No quiero dañarte...—responde negando con una expresión relajada, con un atisbo de culpabilidad.

—Eso es una mentira, una excusa de mierda—se acerca, pero yo doy dos pasos atrás—. Esto no se trata de mí. No se trata de lo que yo pueda sentir. Pero estoy cansada de que toda esa confianza que supuestamente hay entre nosotros se esfume cada vez que estamos en una situación así. Y pueden pensar que soy una egoísta. Pero no he hecho otra cosa que preocuparme por ti mucho más de lo que me preocupo por mí. Y todavía, me dejas a un lado.

—Yo no te dejo a un lado, Meg—respiro, palmeando mis piernas en rendición.

—Está bien, Jay—sorbo mi nariz, sintiendo mis ojos enrojecer y el rostro humedecido—. Vuelve adentro. Aaron te necesita.

—Meg...—casi susurra, niego con la cabeza, empezando a caminar. No regreso a verlo. Pero dentro mí me gustaría pensar que él si regresó a verme.

.
.
.

Camino por Trinidad. El sol toca suavemente el mar, casi con timidez, el cielo está despejado, pero no hay demasiada luz o calor. Esta es la ciudad en dónde viví, es el cielo que reconozco. Pero no puedo disfrutarlo. Hace dos horas que estoy caminando y no he llegado a ningún lugar.

Ya aquí no tengo un lugar. Hace treinta minutos estuve muy cerca de mi antiguo departamento, pero no vive nadie allí. Papá sigue viviendo en donde me estuve quedando antes de ir a Goleudy, y mamá, está en ese sanatorio. Así que, no hay nada que extrañar, no puedo extrañar nada de ahí, lo único que me hacía compañía era la soledad dentro de esas frías paredes.

Ajusto los brazos de mi suéter a mi cintura caminando hasta sentarme en la playa, observando a algunos surfistas a lo lejos montar las olas que arropan el mar con suavidad. Respiro cerrando mis ojos, dejando mi collar entre mis dedos. Aunque está desgastado y viejo, la caracola sigue blanca y escarchada. No podría quitármelo. Ni siquiera enojada con Jay. Todo lo que le dije, cada palabra, fue real. Arde en dolor lo que siento, tan impotente de no poder hacer nada al respecto.

Dejo que mis pies se muevan en la arena con mis zapatos a un lado. Podría quedarme horas aquí. Viendo el mar a lo lejos, tan denso y profundo, misterioso. ¿Cómo es posible que algo tan hermoso, también pueda infundir tanto temor?, estoy a metros de la orilla, no podría acercarme si quisiera, por lo menos, no sola. Recuerdo mi última día en la playa, Jay me besó y también peleó con Michael Nix. Parecen tan lejanas esas memorias, como si fuese parte de otra historia, otra Meg muy diferente a esta. 

Mi teléfono suena dentro de mi zapato. Y no respondo hasta la segunda vez que llaman, dudo unos segundos antes del último tono.

—Hola—digo.

—¡Hola!, ¿todo bien?

—Sí, todo bien.

—¿Por qué parece como si no?—me muerdo el interior de la mejilla, suspirando rápidamente y fijando mi vista al océano.

—Sí lo está, Heron.

—¿Está bien el hermano de Jay?—pregunta, a la mención de mi historia en nuestra última conversación por mensajería.

—Sí, ya él está bien. Creo que mañana temprano partiremos de regreso a Goleudy.

—No te oyes muy emocionada.

—Sí lo estoy. Goleudy ahora es mi casa, es sólo que...—suspiro. Heron queda a la espera de mi oración.

—Está bien, Meg. No tienes que darme explicaciones. Sólo llamaba para ver si estaba bien... También quería hacerte una invitación.

—¿A otra fiesta de halloween?, o no, a otra fiesta extraña en donde irán muchas personas excéntricas—ríe detrás la línea.

—No, no. No es nada de fiestas, es más bien, una cena.

—¿Una cena?—río—. ¿Desde cuándo vas a cenas?

—Pues, supongo que sigues subestimándome. ¿Podrías acompañarme?, mi tía me pidió que llevase una invitada. Todos los años me pide lo mismo.

—¿Y supongo que me toca a mí?—bromeo.

—En realidad. Nunca he llevado a nadie.

Quedo en silencio unos instantes, pensando bien mis palabras.

—Claro. Puedo acompañarte. Mientras me invites a comer de nuevo esas hamburguesas.

—Te dije que te encantarían—responde con entusiasmo. Hace poco más de una semana, libre mi tarde después de clases en respuesta a su invitación por ir a por unos hamburguesas cerca del Parque de los Álamos—. Esta cena es algo... Formal. Te enviaré los detalles después. ¿Está bien?, espero que no te espantes—río.

—¿Por una cena?, he tenido cosas peores por las que espantarme. 

Caen la tres de la tarde cuando decido volver cansada y con mis piernas palpitando. No he comido o dormido lo suficiente y mi cabeza empieza a dar vueltas, lo único que hay en mi estómago es un café de esta mañana y dos galletas de maní de un paquete que no logré terminar. Suspiro de cansancio cuando veo a Rose sentada en la sala de espera, que se ajusta en su asiento con sorpresa cuando me ve llegar.

—¿Meg?—se levanta, para ayudarme a sentar, respiro por la nariz, sin darme cuenta lo agotada que estaba hasta alcanzar el asiento—. ¿Dónde estabas? ¿Estás bien? ¿Por qué tú cara está tan roja?

—Estuve en la playa, caminé hasta ahí.

—¿Qué?, ¡Meg!, ¿por qué fuiste tan lejos?

—Necesitaba pensar—me tiende una botella con agua que bebo sin duda, respiro por la boca, buscando tranquilizarme hasta que logro que mi ritmo cardíaco baje—. ¿Cómo está Aaron?

—Ya todos lo vimos. Es un niño fuerte—sonríe—. Lo quiero como a nieto... No sé qué hubiese pasado sí...

—Lo sé—tomo su mano, veo sus ojos brillosos, buscando reprimir sus lágrimas.

—Meg. Yo no tengo una familia propia—empieza—. Mi esposo murió hace tantos años. Poco antes de llegar a casa de Ellen. Y no me quise ir porque me sentía como en casa. Roy y Ellen tenían, tiene, esa maravillosa virtud de hacer sentir a las personas como en su hogar. Mi mayor sueño, era tener a una familia que amar, y cuidarlos a ustedes, es lo que me hizo sentirme viva otra vez—la abrazo, sintiendo cómo me rodea desde el cuello con ternura—. No discutan tanto Jay y tú. Lo mismo le dije a Jay. No esperen que sea demasiado tarde—me mira a los ojos, sosteniendo mi rostro—. ¿Por qué se tiene esa costumbre de esperar a que sea demasiado tarde para empezar a amar?

Sin tener una respuesta y, sin poder encontrarla, Ellen aparece pidiéndole a Rose que pase a la llamada de Aaron a su habitación. Me sonríe, como pidiéndome que piense en sus palabras, antes de irse con Ellen ahora relajada pero notoriamente cansada. 

Suspirando, me dejo caer hacia atrás siendo la pared mi apoyo, cierro mis ojos, sin poder encontrar la tranquilidad a la que me había acostumbrado estos meses, por la paz por la que había rogado muchas veces. Ahora, no está, siento un vacío que me susurra la nostalgia de mis recuerdos más recientes, recuerdos que sólo espero, no se conviertan en una añoranza deprimente.

Jay se sienta a mi lado.

Suspira.

Y abriendo mis ojos, volteo mi rostro a los suyos, esos ojos verdes profundos, matizados de olivo. Hoy no usa sus lentes.

No decimos ninguna palabra. Nada más nos observamos, esperando. ¿Esperando qué, exactamente?, todavía no encuentro ninguna respuesta a la tortuosa espera.

Esa noche, Jay se va con Britney, no sé si le pidió dormir en su casa, tampoco si se quedó en su hotel. Porque yo me quedo con papá, esperando lo único seguro, un nuevo día en que las cosas puedan ser mejor.

Pero esa noche no puedo dormir mucho a la expectativa de la espera.

.
.
.

Llego primero al aeropuerto, papá me extiende mi boleto de avión y aunque no acompaña mi hora de salida, se lo agradezco. No quería deberle más cosas a Britney. Pienso pagarle cuando tenga el dinero suficiente, el mío y el de Jay. Él y Britney llegan después, esperamos incómodamente una hora antes de nuestra hora de salida, también agradezco que no tengo que sentarme junto a ellos, tengo un asiento en los puestos delanteros, en donde tampoco tengo que verlos.

Britney le pide a Raphael que nos lleve a nuestro departamento, mi pobre Pequeñito está en casa de Sarah y Andrea, les pedí que se lo llevaran para que no estuviese solo, pero la idea de que no nos recibe al llegar, me pone un poco más triste, nada más observo por la ventana a Goleudy, con sus luces vividas e incontrolable vida nocturna, nada más quiero estar en casa.

Jay cierra la puerta con el talón suavemente. Nuestro hogar en silencio con todas las bombillas apagadas, y aunque fue por dos días que estuve fuera, siento un alivio en donde negaba que extrañaba está pequeño lugar, que sigue siendo acogedor, un pequeño refugio. Pero está noche, Jay no me abraza, ni me pide que duerma con él, así que esa calidez que hace que mi hogar esté completo, se quebranta. Jay se da una ducha y entra en su habitación, mientras que yo me quedo en la cocina con una taza de té en una de mis manos, y mi collar en la otra.

Y siento que pasan horas así, mis ojos fijos en un punto, ajena al tiempo que se desliza entre las horas envejeciendo mis pensamientos. Mañana debo ir a mis clases en Bridge. Este fin de semana me sacó abruptamente de mi rutina y tirarme de regreso hace que no logre hacer contacto con el mundo real del todo.

Pero en realidad, sólo han pasado quince minutos.

Sacudiendo mi cabeza y bebiendo mi té ahora frío, entro en mi habitación deshaciendo mi ropa para entrar en mi propia pijama, que no usaba desde casi llegar aquí, siempre estuve usando las camisas de Jay para dormir. Todavía las páginas de mi tarea están en el suelo y escritorio, el lápiz cerca del borde, a un toque de caerse. Me acerco, pero no por las páginas, sino por mi guitarra.

Me siento en mi cama, cerca de la ventana. Tocando suavemente las cuerdas con mis dedos, armonizando con mis sentidos. No necesito encender la luz, los rayos de la luna besan la imagen de mis dedos rasgando los acordes, que suenan casi como un susurro. Y canto para mí. Deseando nada más escuchar mi voz para mí, cierro mis ojos, pretendiendo que me convierto en música, que me convierto en esta guitarra y en mi voz, no existo. Sólo existe esta conexión que hay entre mi ser y lo único que ha sido mi socorro, la música.

Jay.

Meg no me miró en el aeropuerto. Tampoco me habló. Tenía sus auriculares puestos y esa expresión de completa neutralidad en su rostro. Britney intentó hacer conversación, y aunque también hice mi esfuerzo por continuarla, mi atención estaba en ese recuerdo de cuando estuvimos en el hospital, en donde me miró y se quedó así, y yo me hipnoticé en sus ojos azabaches, oscuros, pero luminosos, como el cielo en una noche estrellada. Yo no dije nada. Ella esperaba que yo dijera algo, y no pude decir nada. 

Me despedí de Aaron, de mamá y Alissa. De Rose. Y hasta de Matt. Me monté en ese avión una vez más lejos de ella, con mis emociones pulverizadas, envueltas en absurdas preocupaciones. En el vuelo, mis manos no paraban de temblar y debía pretender que nada estaba pasando, cuando me avergüenza que no he podido superar esto, me avergüenzo de mí mismo y de no ser lo suficiente fuerte para afrontar todo lo que me atormenta, escapo de sus garras con excusas, ¿a qué costo?, ¿qué costo estoy pagando por no poder enfrentar mis propios miedos?

Apoyo mis codos sobre mi ventana, evitando a toda costa observar mi altitud. Contengo el humo entre mis dientes para segundos después, expulsarlo por la boca. Chasqueo el cigarro para deshacerme de la colilla mientras observo el cielo. Extraño la claridad natural, me siento algo agobiado por todo el ruido y artificial resplandor de Goleudy. 

Me siento perdido. Y, me hace sentir tan culpable de que Meg sienta que me alejo de ella, cuando lo único que trato es no arrastrarla conmigo. Meg ha sufrido más de lo que yo puedo llegar a saber.

Escucho el suave susurro de una guitarra, regreso mi cuerpo hacia atrás en duda, manteniendo el cigarro fuera en la ventana. Aspiro por última vez y lo apago, echándolo a la calle, caminando hacia la puerta para escuchar mejor. Su hermosa voz es trémula y mi mano se dirige a la perilla, pero ahí se queda. 

Mi espalda y cabeza tienen soporte de la puerta cuando me deslizo hasta mi piernas doblarse en mi pecho, y mis brazos descansar en mis rodillas, escuchando su voz acompañada de la guitarra. Cierro mis ojos. Dejándome envolver y arrullar con ese sonido que para mí, es casi etéreo, pacífico. Es como si su voz fuese una dríada. Sonrío con añoranza inclinando mi cabeza a un lado, pidiendo en mi corazón, que no se detenga de ser posible.

Meg.

—¿Tan mal estuvo?—pregunta Bianca en respuesta a mi suspiro cuando preguntó por mi fin de semana. Nos traen nuestro pedido, poniéndome en frente una magdalena y un café pequeño, agradezco a la mesera. Bianca se lleva su taza a los labios, sin dejar de observarme.

—No puedo ni siquiera comer. Tendré que desvelarme haciendo todo lo que no pude hacer el fin de semana, para mañana.

—Podría ayudarte, tengo mis apuntes resumidos—se sube de hombros y sonríe con amabilidad, a lo que suspiro culpablemente aliviada.

—Eso sería de mucha ayuda, Bianca. Gracias.

—No hay de qué. No sabía que tuvieses una vida tan atareada.

—Tampoco sabía que la tenía, hasta que me di cuenta de que hay personas que llevan una vida tranquila.

—Es mejor así, ¿sabes?, tener una vida agitada. ¿Por eso te mudaste aquí a Goleudy, no?

—No precisamente. Me mudé aquí por New Bridge.

—¿Fue tu única razón?—arquea una ceja, curiosa. Me remuevo en la silla, sonriendo.

—¿Y la tuya?—entrecierro los ojos, bebiendo de mi café.

—¡Já! No todos somos tan interesantes como Meg Labrot, lo siento—dice con una sonrisa problemática, niega con la cabeza—. Me mudé aquí porque era mi sueño. Pero ahora, que debería estar cumpliéndose, lo siento más lejano que nunca—su mirada se pierde unos instantes—. Mamá me motivó a estar aquí. Cuando se divorció, nunca más volví a ver a papá. Ella costeó mi entrada a este nuevo mundo, ¿entiendes?—ríe, reflejando su expresión con sus manos—. Amo hacer esto. Pero, ¿no sientes como si estuvieses en el carril equivocado?

Muerdo el interior de mi labio. Decido no responder a su pregunta.

—Y dices que no eres interesante—bufa por la nariz, acompaño su risa.

—Entonces, ¿está esa cena con el chico tatuado?

Suspiro.

—Sí.

—¿Y qué hay de Jay? Creí que era tu novio, o algo así—me subo de hombros, uniendo mis labios—. Oh... Tema complicado, entiendo. ¿Irás a esa cena, entonces?

—Ay, ya no puedo decir que no. Pero, me pone algo nerviosa. No quiero que piense que le estoy dando señales o algo así, somos buenos amigos—eleva sus cejas con picardía, la señalo con dedo en amenaza—. No, Bianca—río—. Es una estúpida cena. Pero muy elegante.

—¿Dónde dijiste que era?

—Wallace's Club. Es supuestamente un lugar de estatus—afino mi voz enderezándome, subiendo mi meñique con la taza sostenida en mis dedos—. Y Heron no quiere ir solo. Es el cumpleaños de su tía, una especie de tradición hacerlo todos los años en ese lugar.

—Meg, ese lugar es increíble. Sarah, ¿la chica estirada que estudia con nosotros en introducción a composición? Su papá es socio de ese lugar y ella no para de hablar sobre sus maravillosos e increíbles fines de semana—imita su voz chillona y parpadeo rápido, río—. Y debo creerle, lo busqué por internet para asegurarme de que no mentía, y te aseguro de que no, no miente. 

—Sin presiones, ¿no?—ríe.

—Puedes decir que no y perderte de la barra de dulces, pero dile a ese chico que tienes una amiga muy linda que usa lentes morados que estaría encantada de acompañarlo.

—¿Qué pasó con Harold?—le acuso con diversión.

—¡Ey!, estoy abierta a mis opciones, no me critiques—una vez más, río. Me esfuerzo por comer aunque sea la mitad de la magdalena, pero dejo mucho más que eso cuando nos encaminamos de regreso a Goleudy después de pagar—. ¿Quién crees que tocará en la gala navideña?

Cruzamos la calle, caminando con la masa de personas a la siguiente cuadra.

—¿Qué?

—¿La gala navideña?, ¿la que hacen todos los años para los estudiantes más destacados de Bridge antes de vacaciones de navidad?—sin responder, se posiciona frente a mi con una expresión confundida—. ¿En qué universidad de artes estudias?

—¿En... New Bridge?—ríe, caminando de nuevo a mi lado.

—Quería asegurarme de que estudiamos en la misma. ¿De verdad no sabías de su existencia?

—Antes de venir acá, esto era más un sueño que una opción, no sabía nada sobre esa gala.

—Como te dije, es una gala anual tradición de la universidad. Invitan a maestros importantes, músicos conocidos, artistas egresados de Bridge y así. Invitan a los estudiantes destacados de la universidad a presentarse, muchas veces, les ofrecen becas y oportunidades, es muy importante. A menos que no te interese porque tienes un puesto asegurado en la vida.

Suelto aire por mi nariz.

—Sì. No tengo uno de esos puestos.

—¡Yo tampoco!—responde con emoción—. Sabía que éramos almas gemelas.

Nos despedimos dentro de Bridge por las diferencias de nuestros horarios. Sólo una clase más y podré ir a casa a seguir ahogándome en deberes y prácticas. Podré estar en casa dos tranquilas horas, antes de tener que ir a Timotie's, hasta salir en el turno nocturno. Y llegar a casa, nuevamente, ahí es cuando podré terminar. Quizás.

Todavía tengo unos treinta minutos libres. Me siento en el círculo de la fuente que está en medio de Bridge, decorando las dos escaleras laterales que guían a los salones superiores. Bridge es un precioso museo antiguo atrapado en el tiempo de la modernidad. Hay unos cuantos estudiantes de arte sentados más allá desde mi posición, riendo estrepitosamente, mientras que delicadas bailarinas se encaminan a sus clases observándolos con desdén en el rostro. Río para mis adentros. Las diferencias son evidentes, pero lo quieran o no, todos compartidos la misma pasión por lo que amamos.

Reviso mi teléfono en medio de un suspiro, pregunto a Ellen sobre el estado de Aaron, respondo algunos mensajes de papá y la tía Patricia, también de Andrea, y contesto una etiqueta de Tori en una fotografía, somos Simon y yo conversando alegres sentados en el suelo de mi departamento mientras coloreamos, observo un poco la foto antes de guardarla en mi galería, donde también consigo una foto de mamá. Le tomé una foto a un álbum que tenía papá en casa, la noche que me quede en su departamento.

Es ella cuando tenía unos años más que yo ahora. Sonriendo con sus labios, mirando delicadamente a la cámara ladeando su rostro, con el cabello largo y sedoso cayéndole de un lado. Sus cejas gruesas, como las mías, enmarcando su rostro y su nariz recta, ligeramente respingada en la punta, como la mía, sobre sus labios rojizos. Me parezco a mamá.

Acaricio con mi pulgar la pantalla diciéndome si pasarla y dejar de torturarme con una imagen de ella que ya no existe. Y así es. Guardo mi teléfono en mi bolso, despertando mi rostro con una suave palmada por mis manos, me levanto, decidida a no torturarme demasiado estas horas. Por lo menos, no hasta que esté en casa, sola.

—¿Ya elegiste que ponerte?—me susurra Heron en clase, inclinándose hasta mi silla.

—Te he dicho que no me hables mientras estudio—le respondo entre dientes, tomando notas rápidas. Ríe, negando con la cabeza.

—Un par de notas, no te darán una beca—lo miro de reojo con una ceja arqueada, para asegurarme de que habla en serio—. Está bien, sí pueden darte una beca—bufo con diversión—. Pero apenas si puedo hablar contigo, te vas más rápido que cualquiera.

—Es porque yo sí tengo cosas que hacer. Ahora, deberías estar copiando tú también—se desliza en su silla, dejando caer su cabeza en sus manos enlazadas.

—No lo necesito, todo está—señala su cabeza—aquí.

—Yo creo que tu aquí—le imito—, está bastante vacío.

—No respondiste mi pregunta, Meg—esquiva mi comentario, suspiro.

—No.

—Sí, las chicas y sus asuntos de belleza—lo miro en ofensa después que suspira de forma condescendiente, y aunque sé que bromea, no puedo evitar responderle—. Siempre tardan demasiado en elegir qué usar.

—¿Asumes que porque soy una chica, nada más me interesan los "asuntos de belleza"?—hago comillas con mis dedos.

—¡Ah! ¿Tú eres una chica? Sólo lo decía como comentario—le golpeo el brazo sonriendo ofendida.

—Ya sé por qué nunca había llevado a nadie a la cena, seguro te rechazaban—respondo en defensa.

—Nunca había llevado a nadie porque me aburría estar con alguien que no hablase de otra cosa que no fuese de sí misma.

—¿Y, no era yo justamente lo contrario a eso?

—Por eso me pareces tan intrigante, ¿qué es lo que escondes?—hago un gesto de confusión divertida.

—Soy un libro abierto—me inclino en su dirección—. Estás perdiendo tu tiempo, y te decepcionaría saber que soy una persona bastante común.

—Yo no creo nada de eso—me imita, susurrando. Me mira a los ojos unos segundos, y no aparto la mirada, no podría intimidarme—. Eres de esas pocas personas que jamás decepcionan.

Estudia mi rostro sin apartarse, hasta que el Maestro da por terminada la clase y nos recomponemos. Sacudo mi cabeza guardando mi libreta en mi bolso que cae a un lado de mi cadera cuando me levanto y lo coloco sobre mi hombro, aunque Heron me lo quita y sonríe, llevándolo por mí.

—Es cliché, ¿pero qué no se ha hecho antes para considerarse innovador?

—Heron, hay muchas cosas que todavía no se han hecho.

—¿Cómo qué?—me reta al salir.

—Todavía no lo sé porque no se han inventado—respondo con obviedad, me mira con las cejas unidas, sonrío.

—Touché. ¿Te acompaño a casa?—me muerdo el interior de la mejilla.

—Sí. ¿Por qué no?—sonríe, pero eso hace que me sienta culpable.

.
.

Pequeñito agita su cola con emoción al verme llegar. Lo sostengo en mi pecho permitiendo que me olfatee y bese, chillando con emoción. Juego con él un poco en el piso, rascando su barriga rosa. Cerrando la puerta, me encamino a mi habitación deshaciéndome de mi ropa para usar algo más cómodo en estas dos horas de libertad, suspiro recogiendo mi cabello, observando mi cama con deseo. Estiro mi cuerpo con un bostezo, negándome el descanso una vez más, pero mi vista se nubla momentáneamente, necesito comer.

Camino a la cocina para prepararme un sándwich, me siento a comerlo, pero mi apetito es nulo. Realmente, no puedo comer, pero me esfuerzo en dejarlo a la mitad. Pequeñito se sienta chillando para llamar mi atención, y le doy un pequeño trocito de pan, sonriéndole a su colita agitada de alegría.

Tampoco puedo sentirme bien. En este departamento, estamos Pequeñito y yo. Fijo mi vista a un punto más allá de la mesa, sin saber cómo respirar o moverme. No veo a Jay desde ayer en la noche cuando se metió a su habitación. No pude dormir el resto de la noche. Pensando, doliendo y recordando. Incluso, sollozando un poco. Pero llegando duramente a una epifanía, me di cuenta de que tengo que dejarlo ir si Jay quiere alejarse de mí.

Jay me quiere. No tengo razones para dudar, pero ahora, desde hace un pequeño tiempo, Jay me evade. Y no quiere hablarlo. No puedo forzarlo, no puedo obligarlo a involucrarme, y aunque las nuevas versiones de nosotros quizás ya no encajen y eso me aterre, debo dejarlo ir si él no me quiere dentro, si Jay no desea mostrarme una nueva versión de sí mismo, así mi corazón duela, debo entenderlo.

Levanto mi mirada cuando la puerta se abre, Pequeñito saluda con el mismo entusiasmo a Jay, cierra la puerta con el talón y nuestras miradas se encuentran, siento ese momento eterno, podría atreverme a decir que puedo tocar nuestra burbuja con la punta de los dedos, pero se esfuma como humo cuando suspira y camina a su habitación, inexpresivo.

Suelto aire por la boca, queriendo hablar, queriendo gritarle, decirle algo para solamente escuchar su voz.

Pero me levanto. Caminando a mi habitación sin regresar a verlo. Ni siquiera cuando cierro la puerta, sintiendo su mirada sobre mi expresión derrotada.





Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro