54. Jay
Respiro hondo. Uno, dos. Pasan los minutos anuncia el reloj sobre mi colgando de la pared. Tres, cuatro. Mis codos se sostienen de las rodillas, mis manos hechas un puño en mis labios, después se deslizan a mis sienes.
Cinco... Seis. Parece que cada minuto fuese más lento que el anterior. Miro al frente regresando mis dedos a mis labios, la adrenalina recorriendo mi sistema, yo no puedo hacer nada por esto. Es frustrante.
Fue más tortuosa la incertidumbre que la altura, en el avión, no dejaba de pensar en Aaron y en lo que podía pasar a continuación. En este momento, ninguno de nosotros sabe qué pasará.
Suspiro entrecortadamente, clavando mi vista al suelo en vergüenza de mí mismo, ahogándome en lo que siento y en mi culpa.
—¿Estás bien, Jay?—Alissa se sienta junto a mi—. Mamá me dijo que te buscara.
—Sí, preciosa...—respondo casi en susurro, con el sonido de las máquinas anunciando latidos de corazones con expectativas haciéndole de compañía a mi mentira—, ¿estás tu bien?—tuerce los labios.
—Sí... También estoy bien. ¿Crees que Aaron estará bien?
No tengo una respuesta definitiva, en medio de mi respiración resignada, sujeto a mi hermana en un abrazo, protegiendo lo que puedo tocar ahora, como una segunda oportunidad. Ellos son mi segunda oportunidad, a papá le fallé.
—Jay, ¿tú qué crees que diría papá?—la observo.
—¿A qué te refieres, linda?
—¿Qué piensas que diría papá de Aaron y de mí? ¿Creería que somos buenos chicos? Es que... Yo no recuerdo bien a papá, pero lo amo. ¿Eso se puede?, ¿amar a alguien que no recuerdas?
—Claro que sí. Papá los ama. Desde donde esté.
—¿Si te digo algo.... No te ríes de mí?—sonrío a medias.
—No podría.
—Tú eres como un papá. Eres como nuestro papá. Aaron me lo dijo una vez.
Algo en mi pecho se remueve, una unión entre la satisfacción y profunda culpabilidad, papá debería estar aquí. Debería estar aquí con nosotros. Desde que se fue, no he hecho otra cosa que enfocarme en mi familia, pero de nuevo, siento que les fallo. ¿Cuándo las cosas tendrán un ritmo?, ¿podré alguna vez llenar sus zapatos? Eso es imposible, sin embargo, estoy aquí.
No puedo reemplazarlo, pero ese peso cayó en mis hombros y me hice cargo, ¿entonces, sí he hecho las cosas bien?, ¿por qué siento que es lo contrario? Me avergüenzo de tanto ahora.
Pero regreso a ver a mi hermana, que aunque asustada, sus ojos conservan un brillo de lo que podría distinguir como admiración, mantiene una sonrisa relajada en sus labios, muy parecida a la de mamá. Cubre con su pequeña mano la mía, y me deja un beso corto en la mejilla.
—Te extrañé mucho. ¿Tú me extrañaste?—me dice.
—Todos los días.
—¿Y Meg nos extraña?
—Sí, mucho—sonrío.
—¿Tienes un perro? Meg me dijo que podía ir a verlo cuando los visitemos, ¿puedo visitarlos?—habla con rapidez.
—Sí puedes visitarnos.
—¿Y puedo llevar a Sopa? Sería bonito que Sopa conociera a tu perro, ¿verdad?, ¿cómo se llama?—río. Mi hermana hace que ría después de horas con una expresión endurecida, tanto que mi cabeza duele, pero me da algo de paz que esté aquí.
—Pequeñito. Y creo que sería mejor traer a Pequeñito hasta acá, Sopa es muy grande para llevarla hasta Goleudy.
—Ay, Jay... No está tan grande, es que Aaron le da mucha comida y por eso parece que estuviese gorda. Cuando mamá hace algo que no le gusta, se lo da a Sopa, y a Aaron nunca le gusta comer nada, tú sabes que a mí sí, pero también le doy un poquito a Sopa. Si no le damos más comida y se pone pequeña, ¿podemos llevarla?
—No creo que funcione así, pero podemos intentarlo. Y dejen de darle comida a Sopa, puede enfermarse.
—Es que pone los ojos así—eleva sus cejas, uniendo sus ojos a la cuenca superior mientras proyecta su labio inferior hacia afuera, río—. Y a mí me da tristeza que ponga su carita así. ¿A ti no?, ella quiere comida, debe ser aburrido comer lo mismo todos los días para Sopa.
—Pero eso es bueno para ella. Si come nuestra comida, se enferma.
—¿Aaron se enfermó por comer demasiado?
—No, no fue por eso.
—Si me decías que sí, entonces mentías, porque ya te dije que Aaron no come mucho, y yo sí, entonces yo soy quien debió enfermarse si era por comer demasiado.
—Alissa... Estás loca—empuja mi brazo con una sonrisa. Nos quedamos en silencio. Alissa recuesta su cabeza en mi brazo y suspira, sentada con las piernas cruzadas sobre el frío asiento de metal, somos los únicos en esta sala, y agradezco que así sea. No me siento tan desolado ahora, ni tan derrotado, una pequeña esperanza brotó en medio de mi campo de sombras.
—Extraño a Aaron. Ya quiero que salga de ahí—bosteza—. Estoy cansada.
—¿Quieres ir a casa?
—Es que... Quiero estar cuando saquen a Aaron y despierte. Debe estar asustado si no estoy. Yo estuve un poco asustada cuando te fuiste, pero él durmió conmigo.
—Seguro él querría que descansaras un poco, ¿quieres comer algo?, ¿mamá, Rose y tú han comido?
—Matt me compró un sándwich, pero sabía horrible. Rose me pidió que lo comiera, pero... Lo eché a la basura. No le digas a Rose.
—¿Quieres ir a casa y comer algo? Puedo prepararte macarrones.
—¿De verdad?, ¿sí sabes hacerlos como mamá?
—Puedo intentarlo—se muerde el labio y me mira.
—¿Crees que Aaron se enoje si no estoy?
—Vendremos cuanto antes y no lo sabrá—sobresale su labio inferior, pero termina asintiendo.
—Bueno, está bien. Pero tenemos que estar aquí antes de que despierte—me señala con una dedo en amenaza.
Sonrío, y tomando su mano, caminamos hasta la sala de espera principal, donde mamá sentada al lado de Matt, también toma su mano con pertenencia. Meg está junto a Rose, quien acaricia su cabello mientras Meg repiquetea su pie con impaciencia, y Britney dos puestos después, hablando en voz baja con quien seguramente debe ser Colin.
Matt se levanta, encaminándose en mi dirección con su rostro relajado pero también afligido. Suspira y mete sus manos en los bolsillos de su sudadera.
—No nos han dado noticias todavía—dice—. Gracias por venir, Jay.
—No hay que agradecer, tenía que estar aquí—respondo con sinceridad—. Llevaré a Alissa a casa, necesita comer y dormir, estaremos aquí cuanto antes.
—Bien, Ellen me comentó que quería que Alissa estuviese en casa, pero quería que Rose se quedara, gracias, Jay.
—Si necesitan que traiga algo, llámame. Vendré—me extiende las llaves de un vehículo.
—Conduzcan con cuidado.
Meg y Britney se acercan después de que Matt se retira, escucho a Alissa bostezar y veo que talla su ojo, todavía sosteniendo mi mano. Meg se abraza por los codos, con su rostro enrojecido del frío.
—¿Vamos a casa?—le pregunto.
—¿Necesitas que esté contigo?—hace un movimiento para alcanzar mi mano, pero se contiene. Sujeto sus dedos con sutileza, provocando una sonrisa casi imperceptible en su rostro.
—Sí.
—Yo me hospedaré en un hotel para no incomodarles—informa Britney, todavía con teléfono en su mano.
—Puedes quedarte con nosotros, no hay inconvenientes—insisto.
—No, está bien, necesitan estar ustedes. Estaré aquí mañana. Si necesitas algo, o Aaron requiere de alguna medicina, llámenme, conozco personas que pueden ayudarles.
—Gracias, Britney—me besa fugazmente la mejilla, y se despide de Meg con un asentimiento.
—¿Quieres que conduzca yo? Prometo no ir tan despacio—dice Meg, levanto a Alissa que de inmediato, cae dormida en mi hombro. Le entrego las llaves a Meg.
La camioneta de Matt deja muy atrás a la nuestra pero, sin duda, quisiera poder tener mi camioneta verde ahora. Alissa duerme en los asientos de atrás, mientras que Meg conduce y yo me dedico a estar en silencio nadando en culpa, mi cabeza palpita y mis manos sudan, hace una hora y media, se cumplieron seis años de la muerte de papá.
Y aquí voy, en una camioneta en medio de la noche, sin sentir temor, miedo, mi angustia es dueña de otros temas. Meg gira el volante estirando su cuello para asegurarse de que el camino este despejado, no hay carros a la vista, pero es exageradamente precavida para conducir.
Ciudad Solar, por primera vez en mucho, es oscura y deprimente. Parece que toda la vida de las calles hubiese sido extinta por las nubes negras que anuncian cercanas las lluvias, las palmeras cerca de la playa se agitan con el viento y Trinidad nos muestra la playa enfurecida, no es el cálido beso del sol, ni los colores y vibras de la gente, ahora es como el ojo de un huracán, desastre alrededor, amenazante calma en el interior.
Meg estaciona detrás de lo que alguna vez, fue mi camioneta. Las gotas de lluvia golpean el vidrio y Meg se adelanta para abrir la puerta mientras llevo a Alissa en mis brazos para evitar que se moje y resfrie. La casa está oscura, y Sopa sale a recibirnos pacíficamente, como si entendiera lo que está pasando, nos sigue sin insistir o reclamar caricias.
Meg se lleva a Alissa a su habitación para cambiarla, pero yo me quedo en medio de la sala, con el sonido y destellos de relámpagos y truenos que cada vez se hacen más dominantes de la ciudad. La casa está oscura, sólo se ilumina la cocina, y así está bien. Porque me evita ver el estudio de papá, pero no me evita dirigirme ahí, podría saber dónde está con los ojos cerrados.
Enciendo la lámpara, su luz ahora es tenue, el escritorio está en el mismo lugar, con una amplia biblioteca detrás. Una silla de mimbre frente a su escritorio, que es donde leía papá porque decía que la luz tocaba perfectamente las páginas de los libros en ese lugar, y sus paredes de caoba oscuro, el techo siempre fue más bajo aquí, podría levantar mis brazos y esforzarme un poco y alcanzarlo.
Hay una capa ligera de polvo cubriéndolo todo, como si fuese la estela de un fantasma, no lo sacudo, dejo que esté ahí, porque aquí ya no entra nadie jamás. Mamá seguramente dejó de limpiarlo desde que me fui, y así está mejor, nada más le traía recuerdos dolorosos, ella ahora debe olvidar, yo también debería dejarlo atrás, pero es como si el pasado hubiese atado una cuerda en mí, arrastrándome de vuelta a él cuando más batallo por seguir adelante.
—¿Jay?—escucho la voz de Meg, para seguido, percatarme de sus pasos que se hacen más lentos hasta la puerta. Veo en su escritorio tres marcos de fotos, se perfectamente qué foto hay en cada uno, pero alcanzo sólo uno, el mediano, donde estamos los dos, la foto de navidad que le mostré a Britney en el parque aquella vez, una de mis fotos favoritas—. ¿Estás bien, cielo?
—Sí—siento sus brazos rodearme, su respiración tranquila en mi espalda y sus pulgares en mi abdomen, acariciándome en consuelo. Con el dorso de mi muñeca, limpio un par de lágrimas que se deslizan por mi rostro, después se unen más, en completo silencio, trato de aceptar esto, aceptar que es momento de dejarlo ir.
—Roy te ama. No te culparía de nada. Estaría orgulloso de lo que eres, yo estoy orgullosa, Ellen lo está. Amamos a nuestro Jay optimista y correcto, y al que se preocupa más por otros que por si mismo—desde mis manos, me guía para estar frente a ella, su mano se une con mi mejilla, sus dedos tocando mi rostro en cariño—. Basta ya de culparte.
—Quisiera...—sisea para tranquilizarme uniendo nuestras frentes, cierra sus ojos—, quisiera dejar esto atrás, olvidar que esto pasó...
—Lo que verdaderamente deberías dejar atrás, es lo que te tortura. Aceptar que aprendiste a vivir con esto y eres fuerte. Esto siempre será parte de ti. Roy será parte de ti—me mira a los ojos, estando cerca de mi rostro—. Todo se esfuma tan fácilmente. Tú bien sabes esto porque viviste la fragilidad de la vida. Si sigues queriendo mantener en tu control lo que te hiere, vas a terminar por vivir del dolor. Se volverá una costumbre para ti vivir de tu dolor. No quiero verte así, Jay. Sediento de paz, que para lo único que puedas reaccionar sea para el resentimiento.
Con una mirada más, beso suavemente sus labios, su rostro se ilumina con la tenue luz de la lámpara unos segundos hasta que la apago al salir tomando la mano de Meg. Dejando el portarretratos en su lugar, sin la fotografía. Esa la guardo en mi bolso después de pasarle una de mis camisas a Meg para dormir.
Se suelta el cabello que le cae suavemente hasta poco más de las caderas, sentándose en la cama para colocarse unas medias. Me siento junto a ella, quitándoselas de las manos para ponerlas en sus pies, en silencio y casi en oscuridad. Afuera, todavía llueve, pero ya no es la tormentosa lluvia de hace un rato sino un delicado goteo, como si decidieran arrullar nuestros sueños y pensamientos.
Me meto debajo del edredón con Meg. Mi habitación ya no es la misma, la última vez que estuve, me sentí como un extraño, un huésped, y sigue siendo así. Está tan vacío, pero de cierta forma, todavía se siente cálido. Mi corazón todavía está en el hospital, palpitándole a la incertidumbre y angustia, pero creo llegar a sentir que puedo descansar. Que puedo respirar antes de continuar.
Hay días en que todo parece venirse abajo, y es como si una cosa cayera detrás de la otra, agregándole un peso a la conciencia que sólo puede aliviarse con la decisión de rendirse. Y aunque hoy no estoy dispuesto a pelear, no pienso rendirme.
—Es extraño estar aquí...—me susurra Meg, dejando ver nada más sus ojos del edredón. Su cabeza toma posición en mi brazo y descansa en mi pecho su mano que puedo sentir fría aún debajo del edredón, recoge una de sus piernas hasta subirla a mi cadera, estando a mi lado buscando calor—, es como si todo lo que hubiésemos vivido en esta ciudad, hubiesen sido recuerdos de una película.
—Me sentí así la última vez que dormí aquí.
—¿Crees que alguna vez nos sentiremos... Adultos?—suspiro.
—¿Por qué?, ¿quieres saber cuándo se debe dejar de decir: "cuando sea grande"?—ríe. Apoyándose en ambos brazos para ver mi rostro. Llevo mi mano a un costado de su cara, acariándola con mis nudillos.
—Sí, eso y que, aunque no me siento la misma persona, no me siento una adulta del todo. Hemos vivido tantas cosas estos últimos meses que parece irreal haber tenido otro estilo de vida en otro momento, otras preocupaciones e incluso... Otros sueños—sujeta mi mano, haciendo un ligero contraste en su tamaño, su piel más clara. Recuerdo que es un pensamiento que tuve cuando empezó esto de querer entrar a Bridge, e irónicamente, no desearía volver a esos días. No cuando puedo tener la sonrisa de Meg tan cerca de mí.
Su nariz toca la mía, deslizándose también por mis labios y mejillas, en un íntimo cariño. Beso sus labios con sutileza, nada más drenando mis preocupaciones, enfocándome no en diez cosas, sino en una, en besarla un poco, antes de que la situación sea de nuevo turbulenta.
—Me gusta besarte, Jay—susurra a mi oído—. Te extraño...
Necesito enfocarme en algo. Ha pasado tanto estos últimos días, hoy, que mis ojos arden, mi cabeza late. No sé si serán más fuertes mis ideas, pero quizás Meg las esté esfumando mientras besa mi cuello con algo de cautela, subiéndose a mi regazo con las piernas abiertas y recogidas, llegando a mi cintura.
—Jay, si no te sientes bien para esto...—dice cerca de mi rostro— Si sientes que no es el momento...
—¿Podrías?...—le interrumpo, haciendo círculos en sus muslos desnudos— Te necesito.
Se muerde los labios. Arrastrando sus manos cerca del borde de mi camisa para deslizarla por mi torso hasta sacarla por mi cuello, besando poco más abajo de mis caderas subiendo con sus besos hasta mis labios, elevando ligeramente su trasero. Mis manos aprietan sus muslos con fuerza, hago que una le agarre del cuello para besarla con más sujeción, deslizando suavemente su lengua con la mía.
Meg se sienta en mi entrepierna, mordiéndose los labios con un cabello cayendo en su rostro, se aleja hasta enderezarse, dejando su dedos acariciar mi abdomen mientras hace suaves movimientos adelante y atrás que me arrancan unos cuantos suspiros ahogados, Meg entreabre los labios permitiendo caer su cabeza hacia atrás, con el sonido de las gotas de lluvia cayendo sobre el vidrio de la ventana, armonizando sus delicados y discretos gemidos.
Se detiene para moverse un poco hacia atrás, la observo un segundo confundido, y cuando logro entender lo que hará, una corriente de electricidad recorre mi sistema, repitiéndose hasta dos veces. Su mano toma una parte de mí, su tacto es cálido y acelera su ritmo progresivamente, me parece sádica y tortuosa su mirada oscura, profunda.
Y no cambia cuando siento sus labios alrededor de mí después de lamer mi carne todavía con su mano en mí, luego haciéndose camino con sus manos hasta mi abdomen mientras sus labios suben y bajan a mi alrededor, provocando que mis brazos y piernas se tensen deliciosamente, que no piense en nada más que no sea lo increíblemente sensual que es mientras me introduce en su boca, sus cejas oscureciendo su mirada, sus labios carmesí ahora más voluptuosos, su cuerpo inclinado hacia mí, dejándome una vista perfecta de su trasero cuando la mitad de su camisa me deja ver su espalda definida y cómo su ropa interior negra hace una línea en su piel.
Con su respiración agitada, se detiene para sujetarse el cabello y balancearse hasta mí, dejando su pulgar en mi mandíbula cuando su mano me sujeta y me besa ferozmente, la tomo de la cintura, estando de bajo de mí. Me deshago de mi poca ropa y de mi camisa puesta en su cuerpo antes de besar sus pechos, cintura y abdomen, dándome el tiempo de apartar su ropa interior de sus piernas. Se muerde los labios cuando obligo a sus piernas a estar en mis hombros, cuando finalmente la pruebo, suspira en medio de un gemido reprimido. Siento la piel de su abdomen erizarse cuando mi lengua va más rápido, y sus manos se enredan en mi cabello, ahogando en suplica mi nombre.
Cuando me introduzco dentro de ella, una de sus manos se queda en mi cuello mientras que yo sujeto la otra a la altura de su cabeza, dejando sus labios cerca de mi oído, gimiendo armoniosamente con las gotas de lluvia que se deslizan en el vidrio de la ventana, ocasionalmente, iluminando la habitación con relámpagos tímidos que me dan la oportunidad de ver su rostro, sus ojos cerrados, sus labios entreabiertos. Ambos, consumiéndonos en pasión, en lo que sentimos sinceramente, entregándole de lo que soy y ella siendo parte de mí.
Cuando terminamos por sucumbir a nuestra pasión, con nuestros cuerpos cubiertos de una fina capa de sudor y gemidos enmudecidos, me quedo cerca de su rostro. El clima afuera sigue siendo delicadamente lluvioso, el sonido de las gotas son un arrullo tranquilizador, pero la suave respiración de Meg es lo que hace que se convierta en música. Cierro mis ojos, disfrutando de la plácida sensación de serenidad. Estoy vivo. Y estoy aquí.
Meg acaricia mi cabello y desliza los dedos de su mano derecha por mi espalda, siento su cuerpo desprender deliciosa calidez como un beso para mi cuerpo. Un tiempo atrás, sentía que era absurda la idea de querer a Meg más que una amiga, hoy me doy cuenta de que lo sigue siendo, y que esto es lo correcto. Que Meg y yo estemos así, es lo correcto porque es lo que debía pasar. Todo lo que vivimos, nos trajo hasta aquí. Para estar juntos.
Con esa esperanzadora epifanía, y con la promesa de un nuevo día, me quedo dormido. Descanso. Sin tortuosos pensamientos, sin abrumadores sueños. Estoy vivo. Aaron está bien y él vivirá como yo, para vivir y contar su historia.
.
.
Despierto cuando mi teléfono anuncia una llamada, con la respiración agitada, contesto deslizando una mano en mi rostro, Meg se levanta de un costado con sus ojos entrecerrados atenta y algo tensa.
—¿Mamá?, ¿qué pasa?, ¿está todo bien?
—Aaron acaba de salir. Está estable. Por poco—miro hacia la ventana, apenas se es visto el amanecer, el cielo conserva su tonalidad púrpura nocturna—. ¿Estás bien, cariño?
—¿Estás tú bien? Iré cuando Alissa despierte.
—Está bien—suspira tras la línea—. Descansa un poco.
Dejando mi teléfono a un lado, me dejo caer nuevamente en cama. Cerrando mis ojos cubriéndolos con mi brazo. Respirando con alivio. Un escalofrío recorre mi cuerpo. Siento el peso de Meg apoyarse de su codo.
—¿Está todo bien?, ¿Aaron está bien?
—Sí—suspiro—. Él está bien.
—¿Qué te preocupa?—aparto mi brazo, teniendo su cuerpo cubierto por el edredón y su rostro sutilmente enrojecido, en su mirada encuentro algo de angustia y la observo unos segundos, después, le dejo un beso rápido en los labios, negando con la cabeza.
—No es nada—respondo, sus cejas se unen.
—No sé porque no te creo.
—Pues, tendrás que creerme. No es nada.
Suspira. Dejándose caer a un lado de mí.
—¿Qué más te dijeron de Aaron?
—Mamá no me dio mucha información. Me dijo que estaba estable. Es todo.
—Entonces, eso es lo que te preocupa.
—No, Meg. Créeme. No es nada.
Suspirando resignada. Toma mi camisa del suelo y la desliza por su cuerpo estando de espaldas después de pasar sobre mí. Sujeta su cabello y se sienta en el borde la cama, mirando al frente.
—Jay, ¿hasta cuándo esto?—soporto mi peso en un codo.
—¿Hasta cuándo qué?, ¿a qué te refieres?
—Es que... Sigo sin entender por qué me apartas, por qué haces como si lo que tú sintieras no fuese importante—cruza su mirada a mí, con una expresión dolida—. Si es cierto lo que dijiste en casa... Sobre que no quieres mi ayuda. Entenderé—mira sus manos—. Pero, eres importante para mí. Y si no quieres entenderlo, no insistiré.
Se muerde el interior de su labio. Levantándose. Logro alcanzar su mano, suplicando con tardía su nombre. Nuestras miradas se encuentran, pero de mi no sale nada. Meg tampoco dice nada. Simplemente, aparta mi mano caminando a través de la puerta, sin ninguna emoción presente. Con un sonido de fastidio, palmeo mi frente. Preguntándome porqué me quedo sin palabras en momentos como estos. Estuve a punto de repetir lo que dije en Goleudy. Pero, lo único que puedo conseguir con eso es asustarla. Ni siquiera lo nombró.
Con esa espina en el pecho, de que evadió mis palabras, me levanto. Sin esperar encontrármela, pero deseando profundamente, y casi secretamente, que esto no sea un espinal entre ambos. Meg y yo estamos lo suficientemente cerca, como para que nos duela y las espinas nos hagan sangrar.
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¡Hola! ¿Siguen por aquí?
Lamento no subir capítulos tan seguidos, créanme que me estoy dedicando a hacerlos de calidad para ustedes, la universidad me ha dejado sin tanto tiempo. Espero que estén hasta el final, porque no falta demasiado. Y por supuesto, para una secuela.
Gracias por su apoyo, espero que entiendan :)
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