Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

53. Meg


Finalmente, me reincorporo a Timotie's. Aunque Jay insistió en que debí tomarme unos días más, sentí que ya era tiempo de volver a la cotidianidad. En Bridge se aproximan los exámenes finales. Para noviembre quedan solamente unos días, ya se siente frío y anuncia la llegada de la nieve, pero nunca había necesitado ropa de invierno, hasta ahora, y al parecer, aquí les entusiasma suficiente el halloween para decorar por doquier con telarañas, brujas y arañas. 

En Bridge hay calefacción, no tengo porqué temblar, pero aquí en Timotie's, mis manos no se pueden mantener quietas mientras llevo una bandeja con chocolates calientes que cuando los pongo en la mesa de los clientes, se me hace inmediato el deseo de ser yo en ese momento la que tome algo caliente para recomponerme.

Jay ahora es mesero. No dejo de echarle un ojo cada que puedo porque se me hace irresistible la imagen. Se sube las mangas de su camisa de botones blanca hasta los codos y, sobre ella, un chaleco negro que se ajusta a su cuerpo, con pantalones de vestir negro que le quedan maravillosamente como sus lentes y cabello semi revuelto, caminando con sus zapatos bien lustrados sonriendo a quien puede.

Cuando entro a la cocina, me escondo detrás del angosto muro que divide el baño de empleados del café y cocina, esperando que pase para tomarle del cuello de la camisa y encerrarlo conmigo dentro del baño. Después de rápidamente ponerle seguro, me lanzo a sus labios sujetándome de sus hombros, casi teniendo que subirme a la punta de mis pies. 

Primero, lo encuentro sorprendido, pero después me sube a su cintura y me encaja contra la pared conforme una de sus manos acaricia mi muslo izquierdo hasta sus dedos levantar mi falda, con su pulgar llegando peligrosamente a lo que cubre mi ropa interior, me observa alzando una ceja mientras me muerdo los labios cerca de los suyos, me besa y después recorre con su nariz mi piel hasta alcanzar mi cuello, sin detener el movimiento de su dedo, hasta lograr robarme un suspiro entrecortado en el que se me escapa un hilo de voz.

—No me molesta—susurra a mi oído con su voz rasposa, pícara—, ¿pero por qué?

—Porque tenía frío—provoco su risa—. Y también porque te ves increíble con ese uniforme—le digo al oído, siento como su piel se eriza. Regresa a mis labios y muerde con suavidad—. Me prende muchísimo, ¿podrías seguir?

—Salimos en diez minutos, ¿por qué no en casa?

—¿No es más emocionante que nos descubran?—veo sus dientes en una sonrisa, sus cejas se elevan con sorpresa.

—No sabía que tuvieses fantasías con hacerlo en público...

—No lo sabía, hasta ahora—entreabro mis labios en su cuello, cerca de su mandíbula, deslizando mi lengua sobre su piel de forma gentil, sosteniendo su cabello en un puño suave.

—¿Sabes qué es curioso?—dice paseando su dedo pulgar por mi labio inferior con sensualidad cuando me regreso a observarlo—. Que pienso lo mismo de ti cuando tienes este uniforme, me parece irresistible la idea de follarte con esta falda...

—Jay Sullivan, jamás creí escuchar esas palabras saliendo de ti—sonrío.

—¿Por qué no? Creí que estábamos siendo sinceros, Meg Labrot—sin poder soportar más la tensión entre nosotros, beso su pulgar para después, meterlo a mi boca y suavemente, succionar hasta que todo toque mi lengua. Jay no me deja de mirar en todo el trayecto, finalizo con una sonrisa estirada y ojos flamantes de pasión.

Me besa en medio de nuestras respiraciones claramente audibles, y siento mi cabeza tan nublada que poco me importaría si alguien abriese la puerta en este instante. Con su mano, saca mi camisa dentro de mi falda cuando su tacto se hace por la piel de mi abdomen, hasta acariciar el contorno de mi pecho que sobresale del brasier. Me sujeta de la cintura y mi espalda choca nuevamente con la pared, provocando que mi piel se caliente más cuando su lengua rudamente se acaricia con la mía.

 
Hasta que escucho tres golpes desde la puerta.

Los dos abruptamente nos detenemos, Jay instintivamente cubre mi boca con su mano, ambos mirando dirección a la puerta con los ojos abiertos y evitando casi respirar. Tocan de nuevo.

—¿Meg?—Britney. Britney está tocando la maldita puerta.

Jay me observa pidiéndole que responda, pero conserva su mano todavía sobre mi boca. Mis ojos le hacen un ademán de que la quite, me baja con suavidad y se arregla las mangas y cabello. Mis manos tiemblan, intento abrochar mi camisa para introducirla dentro de mi falda.

—¡Dile algo!—susurra casi tan bajo que podría no salir su voz.

—¿Qué quieres que le diga? Yo...

—¿Meg? ¿Podemos hablar?—Jay me indica con su cabeza que salga, me ofendo endureciendo mi cuerpo cuando me impulsa dos pasos a la puerta.

—¿Por qué no sales tú?—le digo, sin voz.

—Es por ti quien pregunta—responde con obviedad. Suspiro, Jay se esconde tras la puerta y salgo cerrando de inmediato detrás de mí con la perilla a mi espalda.

Mi cabello debe ser un desorden, así que discretamente intento peinarlo en un moño bajo y estiro mi camisa con ambas manos. Britney se ve tan impecable como siempre, en un vestido negro entallado hasta la rodilla, elegante y con su cuello estirado y todavía más estilizado por su cabello rubio recogido.

—Me dijo Sarah que estarías aquí, ¿estabas... Ocupada?—vuelvo mi expresión en confusión un instante, intentando no hacer de la situación tan obvia.

—No—respondo arrastrando la palabra—. Estaba atendiendo una llamada importante, es todo.

—Oh—eleva sus cejas y aparta su vista un segundo. Detrás de su espalda, saca una pequeña bolsa de regalo naranja, pero duda antes de hablar—. Yo no te di nada el día de tu cumpleaños. Es un poco tarde después de casi cinco días pero, no sabía qué podía regalarte...

—No tenías qué, Britney, realmente no tenías que preocuparte.

—Sí, pero, sentí que era necesario. Te vi tan entusiasmada con tu mascota que decidí comprarte esto—me extiende la bolsa, y con una sonrisa relajada pero sincera, la observo con curiosidad—. Sabía que debía dártelo ahora porque encontrarte es difícil.

Cuando saco el obsequio, es un pequeño collar de perro azul celeste, con un hueso de acero como dije y un pequeño cascabel. Puedo imaginarme a Pequeñito caminar por el departamento con esto puesto, haciendo ruidito con sus patas acompañadas del titiritero del cascabel.

—Britney—regreso mi vista a ella, quien sonríe con las manos entrelazadas frente sí—. Es bellísimo.

—Puedes grabarle su nombre cuando te decidas, más tu número y dirección. Si quieres, puedo avisar en el lugar en donde la compré para que le graben sus datos, cuando te decidas por un nombre.

—No tenías que molestarte, gracias, Britney.

—No hay de qué. Es que siento que tú y yo quizás no comenzamos con buen pie. No veo por qué no llevarnos bien.

Intento encontrar palabras coherentes para responderle, porque su obsequio me deja confundida, pero también agradecida.

—Yo también creo que podríamos llevarnos mejor—sonríe, extiendo mi mano hacia ella y la estrecha, sonríe, y aunque me resulta extraño recibir este trato de parte de Britney, no es tan desagradable.

—Además, a Jay le gustaría que nos hiciéramos amigas—casi puedo sentir como mi expresión se contorsiona, desapareciendo mi disposición—. Él no me lo pidió, pero quería hacer algo por él, ya entiendo porqué son mejores amigos, Jay es...

—Gracias por tu obsequio, Britney, volveré al trabajo—la rodeo, apretando mi puño tan fuerte que me termina por doler.

—Claro. Por cierto, ¿sabes dónde está Jay?

—No, debe estar afuera—respondo, tomando una bandeja con un pedido para la mesa ocho.

Camino hacia el café, está tan congestionado que agradezco que me quede poco tiempo aquí, podría lanzarle la bandeja a alguien por la cabeza y salir corriendo para jamás volver. No quiero ver a Britney, no quiero que esté cerca de Jay, no quiero que sepa absolutamente nada de él. No quiero que respire cerca de él. 

Jay tuvo parejas, no novia, pero jamás había sentido lo que siento ahora, duramente debo admitir que veo cómo Britney se esfuerza en llamar su atención. Eso me asusta. No quiero pensar que Britney es lo que Jay merece, me siento segura de Jay, confío en él, no quiero que me dominen mis inseguridades. Pero, en medio de todo lo que ha pasado, hemos olvidado la dirección en la que vamos. ¿A dónde nos va a llevar esto? Esa es la pregunta desde el momento que nos besamos en esa fiesta. 

Aunque no me arrepiento.

Jay sale de la cocina después de unos minutos con otra bandeja, con el cabello revuelto y un ligero sonrojo en su rostro. Nuestras miradas se encuentran, y en lo que pienso que encontraré reproche, encuentro una sonrisa seductora y ceja pícara que se inclina en diversión. Su lengua hace un corto camino por su labio inferior mientras me observa de pies a cabeza, nada más le interrumpe la llamada de otro cliente, me guiña el ojo antes de atenderle.

—¿Estás bien?—me dice Andrea, deteniéndose a medio camino, intentando ver en la dirección en la que fijo mi vista.

—No lo sé—respondo segundos tarde.

—¿Quieres descansar?

—Ya casi acaba mi turno.

—¿Meg?—chasquea su dedos frente a mi, haciéndome crispar—. ¿Por qué no vas y descansas? Ya quedan cinco minutos, no hacen demasiada diferencia.

—Sí, sí.

—Ey, puedes contar con nosotras—me pone una mano en el hombro—, con Sarah y conmigo—sonrío, encontrando un rastro del hilo de mis pensamientos.

Espero a Jay en la salida de empleados, saludando a algunos que llegan a trabajar en el turno nocturno. Elevo mi vista al cielo, detallando algunas estrellas y la hermosa luna de hoy que puedo ver a medias. Algo que extraño de Ciudad Solar, es el cielo. Goleudy es hermosa, pero el campo de visibilidad es corto por la cantidad de edificios que hay, desde pocos lugares puede apreciarse las nubes o estrellas, y agradezco que uno de esos lugares sea nuestro hogar, nuestro departamento.

—¿Tienes frío?—Jay baja los escalones acercándose con sus manos dentro de los bolsillos de su chaqueta. Sonrío con ligereza y toma mis manos, calentándolas con su aliento. Me deja un beso rápido en los nudillos antes de mostrarme el precioso olivo de sus ojos—. ¿Nos vamos?

.
.

Mientras Jay se da un baño, me siento en el balcón con la guitarra entre mis piernas. Rasgueando algunos acordes y cantando suavemente para mi. ¿Por qué había olvidado que amo cantar? Canto en Bridge, aunque es repetición tras repetición. Son tantas veces que mi voz no lo soporta, me cansa. 

Observo la ciudad y sus luces sintiendo la vibración de las cuerdas romper la piel de mis dedos, perdiéndome en la música cerrando los ojos, permitiendo que se lleve lo que me preocupa, de lo más simple a lo que verdaderamente me quita el sueño, todo ha pasado tan rápido.

Jay se sienta a un lado de mi, no tan cerca del corto enrejado cubierto de algunas enredaderas. Se queda en silencio junto a mi mientras canto un poco más, sin intentar hacerlo perfecto. Termino con un par de acordes, rasgando todas las cuerdas al final con armonía. 

Regreso a ver a Jay, quien observa la ciudad con algo que no podría describir en su rostro. Tranquilidad, pero es como si dentro de su cabeza estuviesen recorriendo pensamientos de preocupación. Sus codos se apoyan en sus rodillas y detallo su mandíbula y cuello tallados, salpicado de algunos lunares que resaltan en su piel.

—Ey, ¿estás bien?—dejo mi cabeza caer en su hombro, apartando mi guitarra. Su respiración es tranquila, pero suspira.

—Nada... Es que pasado mañana es el aniversario de la muerte de papá—abrazo su cintura, apoyando mi barbilla en su hombro.

—¿Quieres estar en casa ese día?

—No podría... Sería peor. Sería peor porque, por primera vez, quiero ir al cementerio.

—¿Por qué no habías ido antes?—se toma un momento.

—No tengo el suficiente valor.

—No fue tu culpa...—suspira, dirigiendo su vista momentáneamente al cielo— Roy jamás te hubiese culpado, no lo hagas tú.

—Si no nos hubiésemos quedado más tiempo, él hubiese visto esa camioneta.

—¿Qué es lo que pasó realmente?—acaricio su cabello, ahora cubre ligeramente su nuca. Hago círculos en su espalda con la punta de mis dedos—. Cuéntame... Jamás me lo dijiste.

—No quería decírselo a nadie porque pensé que eso me haría más culpable. Siempre sentiré que soy el culpable.

—Mírame, cielo...

Guío su rostro a mi mirada, acariciando la línea de su mandíbula con mi pulgar.

—Roy no te culparía—con su mano, sujeta la mía cerca de sus labios.

Une su frente con la mía. Suspirando.

—Fuimos a pescar—casi susurra—. Era uno de sus sitios favoritos. El camino estaba lleno de curvas y habían barrancos a los laterales de la carretera. Habíamos ido un par de veces, no era peligroso...

Mira al frente, la luz azul y naranja de la ciudad le ilumina el rostro. Algo que nunca había visto en él, algo que sigue conteniendo, rasga la superficie de su expresión. Demasiada dureza, rabia. Como si todo su dolor fuese consumido por la ira, pulverizando sus emociones y dejando a cambio, una capa de aspereza dolorosa de palpar.

—Y no lo era. De lo que puedo recordar, era un lugar hermoso. Quizás pudo ser uno de los mejores días de mi vida—baja momentáneamente su mirada, acaricio delicadamente su brazo con mi pulgar—. Finalmente, pude pescar uno. Papá se emocionó así que le pedí que nos quedáramos más tiempo para averiguar si podía atrapar otro. Una estupidez—me contengo de decirle que no es una así, que sólo era un niño feliz, pero se ve tan consternado que dudo que quiera seguir hablando siquiera si respiro demasiado fuerte—. Claro que dijo que sí. Y si pudiese devolver el tiempo, nada más seria para pedirle que nos largáramos de inmediato—dice con calma.

Se detiene con la mirada perdida.

—¿Qué pasó después?...—me atrevo a decir, con aire en mi voz. Suspira.

—No era demasiado tarde. Había sol, aunque en el camino fue oscureciendo y teníamos que tener cuidado, debíamos ir lento. Estábamos hablando, y... Siempre recuerdo o sueño que es algo diferente, ya no puedo diferenciarlo. El camino era de dos direcciones, demasiado angosto. Una luz se acercaba demasiado rápido, con música a todo volumen, iban varias personas—cierro los ojos, tomando aire esperando escuchar el momento más doloroso de posiblemente, toda su vida—. Papá empezó a tocar la corneta, una y otra vez, nada más le dio tiempo de ponerme una mano en el pecho... Antes de caer por el barranco y rodar hacia abajo.

Mi corazón se detiene de sólo imaginarlos.

—Mi cabeza chocó contra el vidrio. El parabrisas estalló, sentí como la camioneta daba vueltas mientras se estrellaba contra la tierra y no se detenía. Ahí fue cuando la mitad de mi pierna se quedó atrapada, un poco más arriba de la rodilla y el peso presionó ahí. Pero no recuerdo el dolor, quedé inconsciente unos minutos—aprieta su mandíbula, con uno de sus ojos amenazando con una lágrima, que cuando suspira entre dientes, desaparece—. Cuando desperté el estaba ahí. Estirando una mano hacia mi, con el pecho abierto, y sus ojos... Cuando el vidrio... Él estaba cubierto de sangre. Unos segundos después su mano cayó. Grité. Como nunca. Recordé que papá me pidió guardar su teléfono y estaba en mi bolsillo, llamé a emergencias.

Una lágrima se desliza por mi piel, no me atrevo a moverme. Mi respiración se contiene en mi pecho.

—Un... Helicóptero vino. No sé cuánto tiempo pasó. Pero le pedía a papá que se quedara, que estaríamos bien. Él ya no estaba, e internamente lo sabía, pero quería creer en algún milagro. Lograron salvarme la pierna por la idea de uno de los paramédicos porque insistían en que debían cortarla si quería vivir. Julio. Gracias a él, sigo teniendo la pierna, y rodilla. Yo no podía hablar, no podía decidir qué debían hacer—me mira a los ojos, me avergüenzan mis lágrimas. Jay las aparta con sus dedos—. Papá se quedó ahí. Me subieron a mi al helicóptero... Por eso, no me gustan las alturas. Apenas puedo estar aquí porque estás tú. Pero cada que estoy en un lugar muy alto no puedo evitar tener náuseas, recuerdo lo que sentí en ese momento. De dejarlo a él ahí porque ya no estaba. Y yo sí.

—Jay...—cubro una de sus manos con la mía— Eso no fue culpa tuya. Tú no sabías que eso pasaría.

—Pude evitarlo. Y se que es inútil, arrepentirse de cosas que no puedes cambiar. Pero me sigo culpando. No estuve en su funeral. Ni en su entierro. Estaba en la segunda operación de mi rodilla. Yo no pude despedirme de él—su vista se dirige a sus manos, que caen relajadas cuando apoya sus codos sobre las rodillas—. Aunque después pensé que sería mejor así. No tendría que enfrentarme a la vergüenza que significa no poder haber hecho algo para evitarlo. Quizás si hubiese llamado antes a urgencias. O si simplemente, no hubiésemos ido. Él estaría aquí.

Recuesto mi cabeza de su brazo sin dejar de rodearlo. Aspirando su aroma, secretamente agradeciendo que él esté aquí. Que no esté muerto. Roy agradecería lo mismo. Por algo, inconscientemente, colocó la mano en el pecho de su hijo. Protegiéndolo de lo que era inevitable. La cicatriz vertical de su rodilla, la otra más pequeña que cubre su cabello, y otra discreta que está en el dedo índice de su mano derecha son la prueba de que Jay tenía que estar aquí. Y egoístamente quisiera creer que era un asunto del destino, el que debía estar aquí conmigo.

—Gracias por contármelo...—digo cerca de su rostro. Sonríe sin dientes, encontrándose con mi mirada.

Sus ojos conservan ese precioso destello que tanto lo caracteriza, lleva una de sus manos a mi rostro, sosteniéndome. 

—Y, no fue tu culpa, nadie podría pensar que lo fue. Si alguna vez necesitas que vaya contigo a donde está Roy, lo haré. Y estaré contigo en las alturas, si lo necesitas—una risa trémula brota de su voz. Beso sus labios con suavidad—. Te quiero. Más que a nada.

Sus cejas suben mientras separa los labios, todavía teniendo mi rostro en su mano. Nuestras miradas se encuentran, y es más lo que pueden decir que las palabras.

Pequeñito se abre paso en medio de nosotros agitando su pequeña cola, me lame la pierna y chilla un poco antes de que lo cargue y lo lleve a mi pecho.

—Ya veo que despertaste—le digo, con su lengua me lame la punta de la nariz.

—Él me está haciendo competencia en cuanto a besos.

—Y va ganando, ¿verdad que sí?—lo extiendo cerca de mi, dejando sus patas al aire. Agita su cola y una vez más, me lame la nariz. Jay me sujeta de la cintura atrayéndome a su cuerpo y me besa rápidamente por doquier, en mis hombros, cuello, mejillas y cabello, mientras sonrío y río, agradeciendo de nuevo tener a Jay conmigo.

—No puedo permitir eso. Pequeñito no te hace desayuno, ni café. Ni te compra cereales.

—¿Qué? ¿Los compras tú?—bromeo.

—Eres imposible, ¿te lo he dicho, verdad?

—Sí, ¿es una virtud? ¿o una desventaja?—ladeo mi cabeza para encontrarme con su sonrisa.

—A veces una desventaja, pero la mayoría, una virtud.

.
.
.

Tomo unos apuntes en mi libreta, el salón está en completo silencio. Los salones de Bridge son espaciosos y de caoba, con asientos individuales color verde bosque. En este, no hay ventanas, la iluminación proviene de bombillas eléctricas amarillas posicionadas en paralelo en el techo, que tiene una complicada estructura con estacas gruesas de madera oscura. Es sobrio, y elegante, hechos para tener una acústica ideal.

Mirando al frente, veo al Maestro sostener elegantemente su mano detrás de su espalda mientras escribe en el pizarrón. Vestido de traje ocre y zapatos bien pulidos, habla con inspiración e influye respeto, me recuerda un poco al profesor Montes de la escuela en Ciudad Solar.

Nos despide hasta la siguiente clase, mis compañeros se levantan dignamente de sus asientos y se empiezan a retirar. En Bridge, por los menos los estudiantes de música, son exclusivamente enfocados en sus estudios. Pocos son amigos, o siquiera conocen sus nombres. Se siente un denso aire de competencia, y aunque no me preocupa la rivalidad, quisiera tener con quienes hablar de vez en cuanto.

Heron es quizás, no. Es, el único cercano en Bridge. Junto con una chica llamada Bianca que conocí un par de semanas atrás. Vemos esta y otras dos otras clases juntas, se especializa en el piano y es canadiense. Bianca es más o menos de mi altura, de ojos verdosos y densas pestañas, con el cabello marrón cobrizo corto a los hombros y usa lentes de pasta. Es entusiasta y animada, aunque no la conozco lo suficiente para llamarla mi amiga, está cerca de serlo.

—Ay, está clase estuvo pesada, ¿no crees?—me dice, poniéndose su bolso al hombro.

—¿En serio? Sentí que pasó muy rápido. Es que estuve distraída.

—¿Pensando en ese chico guapo de tatuajes?—me canturrea, la observo bajo mis cejas sonriendo con resignación.

—¿No será que se te hizo pesada porque quieres ver al chico de artes?—se sonroja, dándome un codazo mientras caminamos a la salida.

—Es tan lindo...—responde, llevándose una mano al pecho.

—Si hubieses ido a mi cumpleaños, se hubiesen podido conocer.

—¡No me lo repitas! Moría por ir.

—¿Por que querías ir por mi cumpleaños o para conocer a Harold?

—¡Ay, claro que por ti, Meg!—sonríe, adelantándose dos pasos—. Pero también para conocer a mi futuro esposo... ¿Te veo el lunes? Esta es mi última clase.

—Claro, la mía también. Nos vemos—se despide con la mano, sosteniendo su libreta en su brazo contrario.

Me tocan el hombro, pero dirijo mi vista a mi otro lado para encontrarme con Heron sonriendo divertido.

—Nunca caes—me dice.

—Ni caeré—mete la mano en los bolsillos de su chaqueta.

—No me has dado respuesta de la fiesta.

—Heron, tengo cosas que hacer, no tengo muchas ganas de ir a una fiesta de disfraces.

—¡No tienes que disfrazarte! Nada más te pido que vayas, vamos. Me aseguraré de que no llegues tan tarde a tu dulce palacio—hago una mueca de asco a su comentario—. ¿Qué? Parece que lo fuera.

—¿Y si lo es, qué?—me cruzo de brazos—. Para leer poesía, no eres muy creativo con tus palabras.

Lanza un risa al aire, negando con la cabeza.

—Meg, siempre tan dulce y atenta. ¿No te han dicho que te ves justo como una tierna princesa?

—No. Pero si fuera de la realeza, sería sin duda una emperatriz. ¿No te cansas de tu coqueteo barato?—le entrecierro los ojos en medio de una sonrisa.

—Es una nueva táctica con la que me estoy arriesgando.

—Pues, no está funcionando. Y dudo que funcione.

—¿Funcionaría contigo?

—¿Funcionaría qué?—Jay se posiciona junto a mi, de pronto, se ve más alto. Heron le saluda con la barbilla en asentimiento.

—Hola... Jay—se obliga.

—Hola, Heron—lo mira de pies a cabeza, hasta que se regresa a mi y sonríe paciente—. ¿Espero por ti o...

—No. Ya tuve mi última clase. Adiós, Heron.

—Envíame un mensaje y paso por ustedes—se retira, mira a Jay caminando un paso hacia atrás.

Vamos de regreso a casa en taxi, sin decir nada miro por la ventana. Enumero en mi cabeza lo que debo estudiar, y hacer en casa. Lo que debo practicar y repetir. Hoy en mi día libre, es una diminuta ventaja porque de libre, no tiene nada. Es cierto lo que le dije a Heron, tengo tanto que hacer que mi cabeza comienza a palpitar de tensión. Me gustan las fiestas, salir y divertirme. Pero tengo que priorizar lo que verdaderamente es importante. Quizás, podría ir una hora o dos, todo dependerá del tiempo que invierta. Y seguramente, será mucho.

En casa, Pequeñito corre con sus torpes patas hacia mi. Quisiera llevarle al parque, todavía está muy cachorro para jugar con otros perros. Jay cierra la puerta con el talón y me encamino a mi habitación con Pequeñito cerrando la puerta detrás de mí. Me deshago de mi chaqueta y me tumbo al suelo con Pequeñito, jugando con una pelota morada que rechina, intenta alcanzarla pero se le escapa y le gruñe.

—Tú también tienes mucho que hacer, ¿eh?—le digo, rascando tras sus orejas. Le ruedo de nuevo su pelota.

—Meg, ¿quieres comer algo?—dice Jay desde la cocina.

—Sí, voy en un segundo.

Me dejo caer. En mi habitación, la luz entra delicadamente por la ventana, nunca me ha sido incómodo. La alfombra en el suelo es suave, deslizo mi mano sobre ella escuchando los gruñidos de Pequeñito que termina por subirse a mi pecho con ayuda y quedarse dormido.

Acaricio el camino de su nariz hasta su cabecita con mis dedos, apreciando cómo guarda sus patitas debajo de su hocico y respira como si nada más le preocupase un sola cosa en el mundo, que, seguramente, es así. Sonrío en medio de un suspiro, con ojos pesados y cansancio, en este momento, quiero estar sola y cansada, en medio de mi inconsciencia, pienso que debo levantarme y empezar, pero termino por quedarme dormida.

Despierto sobresaltada teniendo la sensación de caída, Pequeñito ya no está y la puerta está entre abierta. La luz que hace un minuto era clara, en pleno mediodía ahora es naranja, anunciando el atardecer entregándonos la noche.

Y, eso me provoca pánico.

—No, no, no—empiezo, me levanto corriendo a la sala sin tener un propósito claro porque todavía estoy adormilada—. No puede ser...

—¿Qué pasa?—me dice Jay, recostado casualmente en el sillón con Pequeñito junto a él.

—Ya es demasiado tarde ¡Demasiado!, no puede ser...—arruga sus cejas.

—¿Para tu fiesta con Heron?

—¿Qué? ¿De qué hablas ahora?—respondo con más énfasis del que pretendía, caminando de un lado a otro me detengo.

—Llamó hace un momento.

—¿Y? No estoy hablando de eso, Jay—siento mi pánico incrementarse, ya debería estar haciendo algo, lo que sea, pero no puedo porque no sé por dónde comenzar.

—Meg, tenemos que hablar sobre eso.

—¡Jay!, en este momento, no es un buen momento, ¿está bien?

—Heron dijo que vendría.

Uno mis cejas.

—¿Qué? ¡No! ¡De ninguna manera!, yo... Tengo que, tengo que hacer, ahg—camino de regreso a mi habitación. Escucho sus pisadas detrás de mí.

—¿Qué quiere Heron?—me pregunta, apoyándose del marco de la puerta. De mi escritorio, ordeno la pila de hojas se supone debería estudiar, pero caen al suelo en mi intento de ordenarlas.

—Jay, no es buen momento. No sé, no me importa qué quiera ahora.

—¿A qué se refería cuando dijo "funcionaría contigo"?, ¿hablaba de... Algo en específico?—me volteo hacia él, con una hoja de partitura entre mis dedos.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando?

Suspira.

—Britney me contó que...—hago una mueca de fastidio, regresando a mis libretas y tomando asiento con mis manos en las sienes.

—Jay, precisamente en este instante no me interesa hablar de lo que sea el tema—digo demandante, entre dientes.

—Heron vendía drogas.

Detengo el masaje de mis sienes para observarlo.

—Britney fue cercano a él un tiempo, y..., Heron tuvo algunos problemas de gravedad con sustancias.

—Eso lo sé—Jay cruza los brazos y une sus cejas con ofensa.

—¿Sabes que vendía drogas?

—No, que tuvo problemas con "sustancias"—hago comilla con mis dedos, volviendo a mi escritorio y encendiendo mi laptop—. Dile a Britney que la próxima vez, investigue antes de informar.

—¿Sigues hablando con él aún sabiendo eso?

—¿Desde cuándo eres tan prejuicioso?—apoyando mi codo en el escritorio, giro mi cuerpo para enfrentarlo—. Sí. Heron estuvo algún tiempo en rehabilitación, ahora está mejor.

—No es tan simple, Meg.

—Jay, en serio no hables de un asunto que no te incumbe, ni entiendes—en mi cabeza, la imagen de mamá aparece—. No tienes ni idea de lo difícil que es superar algo así.

—Oh, ahora eres cercana a Heron.

—¿Cómo tú con Britney?—no responde—. Porque, ya incluso has visitado su departamento.

—Es diferente, Britney no quiere saltarme encima como Heron contigo—río, viendo como su rostro se contorsiona—. ¿Qué tiene de gracioso esto?

—Jay, ¿en serio no te das cuenta?, le gustas a Britney. Estás dejándote llevar por los celos.

—No me importa Heron. Pero, eso es un serio problema—me levanto.

—No eres así. No justifiques tu celos con una situación personal de su vida privada. Indiferentemente de quien fuese, es su asunto, y si él no quería contarlo, no veo porqué Britney tuvo que nombrarlo.

—No es así, Britney me contó porque se lo pedí.

—¡Por favor, Jay! No la defiendas. Eso no estuvo bien.

—¿Y tú no estás celosa?—dice con cinismo, lo que provoca que una corriente corte con mi corta paciencia.

—¡Sí! Pero a diferencia de ti, confío en ti.

—¿Y crees que yo no confío en ti? ¡No confío en Heron!

—¿Por qué? ¿Por una situación de su vida personal que pasó en pasado?, ¿eso acaso le quita la opción de tener amigos o una vida normal?—un teléfono anuncia una llamada entrante desde la sala.

—Está bien, ¡tienes razón!, tienes... Razón, Meg. Pero de todas formas, no confío en él.

—Es mi amigo.

—Él no tiene esas intenciones.

—¿Y Britney sí? Jay, estoy cansada de tener esta conversación, porque me haya regalado un estúpido collar no quiere decir que seamos amigas. Le gustas a Britney, y no me mires así, ¡sabes que tengo razón!, y yo sé que entre tú y yo las cosas no están claras, pero de todas formas confío en ti—le digo, en un tono de voz determinado a finalizar la conversación, el teléfono continua anunciando una llamada.

—¿Y crees que no confío en ti?...—responde tensando su mano en su pecho, con sus cejas unidas.

—¡Ya me dijiste que sí!—agrego en medio de su comentario.

—¿Crees que no te amo lo suficiente para confiar...—continua, y se detiene abruptamente. Ambos abrimos nuestra mirada, encontrándonos ahora en un frío silencio. Suelto aire por la boca, Jay niega con la cabeza apretando su mandíbula y se retira en dos pasos, deslizando sus dedos entre su cabello con frustración.

—Jay...—le sigo al entender sus palabras que como agua fría, cayeron sobre mi.

—Olvídalo ya, Meg—dice recorriendo el pasillo conmigo detrás hasta llegar al mesón, donde todavía su teléfono suena en el tono de una llamada.

—¿Qué... Fue lo que dijiste?

—¡Que lo olvides! No tiene importancia—regresa su atención a mi, con su teléfono ahora en mano, baja su mirada a la llamada pero no responde, como si nada más lo hiciera para evitarme.

—¿Ahora eres tú quien me evade?—me acerco con brazos cruzados—, ¿por qué?

—Meg, basta.

—¿Qué?, ¡te dije que no quería hablar del tema de Heron y prácticamente me sonsacaste!, ¿ahora pretendes hacer como que nada pasó?—nuevamente, una llamada es anunciada en su celular, lo único que evita que estemos en silencio.

Jay me dirige una mirada rápida antes de darse la vuelta y responder, observo como su cuerpo se tensa de inmediato y mi piel se eriza de notar que es Ellen quien habla, llorando.

—Calma, no entiendo nada de lo que me estás diciendo, ¿qué pasó con Aaron?—se gira hacia mi, sin mostrarme sus ojos. Su semblante es completamente distinto de hace unos minutos, su respiración agitada y una sombra sobre sus cejas—. ¿Ya están en el hospital?, ¿qué les dijeron?, sí... Está bien, está bien, pero cálmate, haré lo posible por llegar hasta allá—cuelga la llamada, sujeta uno de sus brazos mientras se aprieta el puente de la nariz, me abstengo de preguntar algo o dar un paso en su dirección, hasta que tocando sus labios con el pulgar e índice, me indica con su mirada que algo va muy mal—. Aaron, está en el hospital—trago.

—¿Qué pasó con él?

—Peritonitis—suspiro cerrando los ojos.

—¿Está muy grave?

—De operación de urgencia.

—Dime que fueron con papá.

—No sé. No me dio más detalles—me acerco y le rodeo por el cuello, tarda unos segundos en corresponderme.

—No te culpes. Por favor, no te culpes.

—No estoy allá. Mamá no me dijo que Aaron había vuelto a enfermar, ¿cómo puedo estar tranquilo con eso?, no tengo forma de llegar hasta allá.

Una idea me ilumina, suelto el aire separándome de su cuerpo para sostener su rostro paralizado del miedo.

—Prepárate. Irás.

—¿Cómo?—me coloco la chaqueta y mis botas cerca de la puerta, Jay continua con un ligero temblor en sus manos—. ¡Meg!, ¿a dónde vas?

—Tú nada más, está listo, lo resolveremos—abro la puerta y antes de salir, regreso mi vista a sus ojos—. Aaron va a estar bien.

Todo pasa demasiado rápido. Mi cabeza palpita del matiz tan abrupto de emociones que acabo de vivir, pero me enfoco en esto y ahora, en hacer que Jay llegue a Ciudad Solar. Jay tiende a ser quien tiene el control de situaciones como ésta, pero percibí que ahora, no podría mantenerlo por el temblor de sus manos al escuchar a Ellen llorar en pánico. Y se me ocurre una solución instantánea en este momento. De mi bolsillo, al caminar por la calle en dirección de mis recuerdos, llamo a Heron, que suena tres veces antes de contestar.

—Hola, tú...—dice.

—Hola, Heron. Ey, necesito tu ayuda con algo, ¿podrías?

—Todo depende de qué reciba a cambio.

—Es... Delicado.

—Está bien. Dilo.

—¿Podrías llevarme al departamento de Britney?

Se toma un momento antes de responder.

—¿Por qué?, ¿y cómo sabes qué está ahí?

—Los viernes se va temprano de Timotie's. Necesito estar ahí cuanto antes—suspira—, estoy caminando a esa dirección.

—Estoy cerca, pensaba en buscarlos para la fiesta. Así que iba de camino.

—Bien.

Después de caminar un poco más, escucho una bocina desde atrás, regreso mi vista para darme cuenta de que es Heron ahora en una motocicleta y no en su descapotable rojo. Con mis cejas unidas y pensamientos revueltos, troto hasta tomar el casco que me extiende sin decir demasiado, me sujeto a su cintura cuando empezamos a andar, ensayando en mi cabeza lo que diré cuando me encuentre con Britney.

Heron me indica que vive en el pent-house mientras camino a entrar al lujoso edificio, en la recepción me piden mis datos que rápidamente, suelto con nerviosismo, el mismo que aplico para subir hasta el último piso por las escaleras para no esperar porque vengan por mi, seguro Britney no le tomaría sentido el que esté aquí. Pero toco su puerta, aspirando aire por la nariz y apoyando mis manos sobre mis rodillas buscando recuperarme, toco una vez más.

Colin sale con una sudadera azul gruesa y una expresión confundida, respiro una vez más por la boca antes de empezar a hablar, sintiendo el dolor en mi cabeza incrementarse y mis sentidos nublarse ligeramente.

—¿Meg?

—Hola... Colin—respondo con aire saliendo de mis pulmones—. ¿Está... Está Britney?

Arruga sus cejas.

—¿Sí?, ¿quieres pasar?

—Sí... Está bien...

Colin cierra la puerta detrás de mí, yendo a la cocina por un vaso con agua para mi mientras grita el nombre de su hermana. Una gota de sudor me recorre la nuca, y siento que es más por la tensión acumulada que el mismo cansancio, la incertidumbre de no saber qué pasará a continuación. Espero que sea papá quien pueda estar con Aaron en el quirófano, y rezo a todo lo que conozco porque esté bien, pensando en Jay y en cómo debe estar en este momento, perdiendo los nervios.

—¿Meg?—escucho a Britney caminar desde su pasillo, con shorts de jean y camisa casual, con esa expresión confundida no podría negar que su hermano es Colin—. ¿Estás bien?, tu cara está... Muy roja, ¿qué pasa?

—Jay—digo, recuperando el aire suficiente para hablar con normalidad—. Necesita ayuda, su hermano está en el hospital, de emergencia. Él tiene que estar allá. Lo antes posible.

Cruza los brazos en preocupación.

—Aaron, ¿verdad?—asiento, se toma unos segundos mordiéndose los labios—. Bien. Estén preparados. Pasaré por ustedes en una hora.

Suelto el aire contenido, acercándome a ella en un abrazo sincero que la deja descolocada, pero no me quedo lo suficiente como para que corresponda.

—Gracias, Britney—digo encaminándome a la puerta, Colin la abre para mi y le asiento a Britney antes de correr nuevamente escaleras abajo.

Aunque llego jadeando, le pido a Heron que me lleve a mi departamento prometiendo pagarle cuando me bajo de su motocicleta pero insiste en que no es necesario con una sonrisa burlona. Le entrego su casco, sin poder sonreír, Heron todavía sobre su motocicleta, me alcanza de la muñeca para abrazarme por los hombros, suspiro un poco conteniendo las lágrimas.

—Sea lo que sea, estará bien, se arreglará. Si me necesitas, tienes mi número—dice colocándose el casco, soltando mi mano con un ligero apretón de seguridad.

Al entrar al departamento, Pequeñito corre a mi bienvenida, acaricio entre sus orejas mirando al frente, viendo a Jay con sus codos sobre la barandilla del balcón. Un escalofrío me recorre el cuerpo. Acercándome con sigilo, pienso en qué decir en la siguiente hora que Britney me pidió esperar, pero mis ideas se escapan cuando noto un cigarro encendido entre sus dedos.

—Jay..., ¿desde cuándo fumas?—le da una canalada y aspira el humo entre los dientes, conteniéndolo hasta expulsarlo.

—Desde hoy.

—Pensé que lo odiabas. Tú mismo dijiste que odiabas esta mierda—se lo quito lanzándolo al suelo, pisándolo con fuerza con mi zapato—. No te hagas esto.

—¿Que no me haga qué?—me mira debajo de sus cejas, su tono a la defensiva como su cuerpo, todavía soportando sus codos en la barandilla—. ¿Específicamente qué?, eso ya no haría ninguna diferencia.

—Claro que sí. Sé que estás preocupado, pero debes calmarte...

—¿Calmarme?—bufa con una sonrisa cínica, girando su cuerpo a mi dirección, me enderezo con firmeza.

—Sí. Tu actitud no cambiará la situación de Aaron.

—¡Nada de lo que haga cambia nada!

—¡No tenías control sobre esto, Jay! Eso iba a pasar, así estuvieses allá—une su cejas sacando aire por la boca, suspiro, intentando tomar su mano—. Jay...

—No, Meg. Sólo, déjame, ¿está bien?

Camina de regreso al departamento, le sigo, buscando su mirada y con mi corazón roto por esa imagen de Jay destruido, me detengo en medio de la sala, evitando que escape a su habitación.

—¿Cuándo dejarás de apartarme?—le digo, conteniendo las lágrimas mordiéndome el interior de la mejilla con fuerza y mi espalda recta.

—¿Qué?

—¿Por qué me apartas cuando lo único que intento es ayudarte? ¡Siempre escapas!

—¡Esto no lo entiendes!

—¡Lo entiendo más de lo que tú crees!—lo señalo, dejando caer mi mano en mi pierna—. ¿Por qué te haces esto?, ¿por qué no me permites ayudarte?

—¡Porque no quiero, Meg!, yo no necesito que me ayudes—responde abruptamente, siento como mis lágrimas se empiezan a escapar cuando sus palabras tallan el suspiro que contenía en mi pecho. Sus ojos se clavan en los míos, respirando con fuerza, su pecho agitado. Pero, sus cejas se suavizan y sus palabras le hacen una vez más entrar en razón, intenta alcanzar mi brazo y lo echo a un lado—. Meg...

—Britney estará aquí en una hora. Irás a Ciudad Solar—camino en dirección contraria y me detengo. Soltando aire por la nariz con mis ojos cerrados. Jay sigue espaldas a mi. Con mis brazos, rodeó su cintura, dejando mis manos en su pecho y mi cabeza cerca de su omóplato.

—Lo siento...—dice, colocando una de sus manos sobre las mías. Siseo—, lo siento, Meg.

—Ya, Jay...

—Yo... No te aparto, es que no, no sé cómo no causar tanto caos, pero parece que mientras más trato de no causarlo, más desastres hay.

—Esto no podías evitarlo—presta su atención en dirección a mi, tomo sus manos entre las mías, percatándome de lo frágil que se ve y cómo esconde lo asustado que se siente—. Jay, no te juzgaría jamás por lo que puedas sentir, ¿por qué no entiendes eso?, no puedes ser fuerte todo el tiempo.

—No me puedo derrumbar, mamá está esperando que vaya. Si llego hecho un desastre, ¿quién cuidará de Alissa y ella?, ¿de Rose?

—No digo que no te mantengas fuerte, sino que puedes permitirte sentir y admitir que no estás bien con esto. Eso no te hace débil. Nadie te juzga, excepto tu mismo.

—Porque no fui lo suficiente cuando requería...—inconscientemente, se que se refiere a Roy.

—Ven aquí—lo llevo a mi hombro, encorva un poco su espalda mientras lo sujeto con mi brazos en su espalda, tranquilizándole con mis manos en círculos lentos y mi respiración cerca de su cuello, cerrando mis ojos, sintiendo su aroma y sus músculos tensos.

Jay empaca un par de cosas en un bolso, mientras estamos a la espera de la llamada de Britney con los nervios palpitando y nuestras manos duramente entrelazadas. Jay no dice una palabra, yo no digo nada. Me limito a acariciar y tallar la mano que sujeta en apoyo la mía, rebotando mi pierna para drenar mi ansiedad. Jay se inclina a mi hombro y sostengo su rostro, suplicando que su viaje pueda ser rápido y llegue pronto con su hermano.

Mi dolor de cabeza es retumbante, una migraña que de extiende a lo largo de la mitad de mi cabeza. Sin embargo, lo ignoro cuando Britney por fin anuncia que llega. Al ver a Jay, Britney le ofrece un abrazo rápido antes de montarse en su auto, decida a acompañarlo al aeropuerto subo con ellos. 

En el auto no hay más que silencio excepto por una suave música de Sinatra que siempre tararea Raphael, el chofer de Britney. El cielo de Goleudy es casi gris, hay demasiado ruido en las calles, pero parece sonido hueco, no se escucha ninguno lo suficiente para identificarlo. Poco tráfico y más personas caminando apresuradas, buscando llegar a un destino. Como todos.

—¿No trajiste equipaje, Meg?—menciona Britney.

—¿Qué?...

—Compre los boletos para los tres. Si puedo acompañarlos, claro. No iba a dejar que Jay fuese sin ti—Jay textea en su teléfono a Ellen, ajeno a nuestra conversación.

—Yo... No sabía, Britney, gracias, pero no, no traje. No sabía que iría yo también—sonríe hacia un lado, uniendo sus cejas—. No te preocupes, todavía tengo algo de mi ropa en Ciudad Solar.

Asiente. No sé cómo me siento al respecto de que ella vaya. Pero en este momento no se trata de lo yo sienta o quiera, incluso con Britney sujeta el brazo a Jay camino a verificar nuestros boletos en el aeropuerto, suspiro y trago amargamente, restándole importancia a un problema que ahora, no tiene mucha relevancia.

Jay se sienta en medio de nosotras, no ha dicho ni una palabra desde nuestra salida, mantiene su mandíbula apretada y su  cuerpo tenso. Apoyando su codo en el asiento, desliza una mano por sus labios y barbilla, repitiendo el movimiento de su pie, evita en totalidad mirar por la ventana, y sin importa que Britney este ahí, tomo su mano, buscando su mirada que consigo, sus ojos verde olivo se apaciguan con las caricias de mi mano, y mis susurros de que estará bien, no lo digo en vano, o eso espero.

Al bajar del avión después de una pocas horas que parecieron interminables, pedimos un taxi directo al hospital, Britney no dice nada y percibo su incomodidad, pero se queda junto a Jay en todo momento, y es un apoyo, intento convencerme de que es así. 

De camino, pasamos por el sanatorio en donde se hospeda mamá y trago nuevamente, observando su estructura y deseando ver al dragón que esconde, fijo mi vista al frente, sujetando a Jay entre mis dedos que tiene un ligero temblor.

Jay reacciona al llegar al hospital, corre hasta la entrada dejando a nosotras a atrás, a trote, llegamos a su lado, y veo cómo pide en recepción que le indiquen el estado de Aaron Sullivan, Ellen no aparece sino hasta minutos después, con lágrimas bajando por su rostro y con Matt detrás de ella, con la misma preocupación en su expresión.

Jay la sostiene de los hombros y después la lleva a su pecho, Ellen se sujeta a los brazos de su hijo, llorando fervientemente en silencio, su rostro enrojecido y su vulnerabilidad me hace saber que lo peor no ha pasado. Me presento ante Matt, para preguntarle sobre Aaron y darle privacidad a Jay y Ellen.

—Él está...—temo por su respuesta— Grave. Todavía está en quirófano y no sabemos qué ha pasado desde que entró.

Veo a Jay, quien me observa de regreso. Y lo único que veo en su mirar, es una profunda angustia.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro