51. Jay
Mamá habla durante todo el camino a casa conduciendo con una mano, se ve distinta. Su cabello ahora está teñido con reflejos rubios y sonríe más de lo que recuerdo. Pero no puedo responder a lo que me cuenta, aunque no ha nombrado a Matt ni una vez. Mantengo mi vista al frente, observando Ciudad Solar resplandecer bajo el sol y la brisa que mece las olas en donde alguna vez surfeé, quisiera admitir que extraño eso.
Que extraño a mis hermanos, a Sopa, Rose y a mamá. Pero lo que extraño ahora son recuerdos, nada podría ser como antes. No me disgusta. Aunque a veces sólo quisiera estar en lo que fue mi casa, porque mi hogar ahora está en Goleudy. Por más que quisiera, no podría volver.
—¿Cómo está Meg?—me pregunta con entusiasmo.
—Bien.
—¿Y tu trabajo? ¿Qué tal Bridge?
—Bien—mamá suspira, con su mano libre se toca la ceja con su dedo medio.
—Jay, ¿podrías decirme por lo menos dos palabras?
—Estoy bien—me observa de reojo uniendo sus cejas.
—¿Es todo lo que me dirás?
—Estoy bien, no sé qué quieres que responda—levanto mis cejas, abre su boca con ofensa cuando frena en un semáforo rojo a centímetros de una camioneta—. ¡Mira al frente! ¡Casi chocamos!
—Te...Desconozco—su tono de voz es firme, niega con la cabeza haciendo el mismo gesto con su ceja.
—¡Es que no sé qué más quieres que te diga! Estoy bien, y es todo, ¿qué tengo qué responder?
—¿Te das cuenta que no me veías desde hace meses? ¡Meses, Jay! No me has dirigido la palabra desde que llegaste.
—Porque no sé qué es lo que quieres que responda—empezamos a andar de nuevo, estando a cuadras de casa.
—Te estás portando como un niño, ¿esto es por Matt?
A su mención, mis cejas caen sobre mi mirada. Momentáneamente, la observo de reojo, estando ella a la espera de mi respuesta.
—No sé que tienes con esto, pero no quiero...
—No quiero hablar del tema, mamá.
—No quiero que estés en esa actitud mientras él esté en casa—frena de golpe al estacionarse, mi rostro se contorsiona—. Te pediré que te comportes.
—¿Él está aquí?—abre la puerta del auto, suspira echando hacia atrás su cabeza en el asiento.
—Sí, Jay. Matt está aquí.
—¿Por qué?
—¿Cómo... Cómo que por qué?—lanza la puerta cerrándola con fuerza—. ¡Es mi prometido, Jay! Y te guste o no, tendrás que aceptarlo.
—No puedo creer esto.
—¿No puedes creer qué? ¿Que por fin tengo a alguien que me quiera?—cruzando mis brazos, suspiro pesadamente—. ¿Podrías responderme? ¡Te portas como un niño!
—No puedo creer que lo traigas a casa.
—Esta ya no es tu casa.
Mis ojos se encuentran con los suyos. Deja escapar aire de sus labios suavizando abruptamente su mirada, como dándose cuenta de sus palabras. Intento hacerme inexpresivo, pero sentí cómo arrancó algo de mi, lo que todavía me mantiene vinculado a mis recuerdos en esta ciudad donde crecí.
—Jay, no... No quise...—sus manos intentan alcanzarme, pero yo ya estoy abriendo la puerta del auto y caminando a su casa.
Alissa me recibe con un abrazo, y Sopa salta a mi alrededor ladrando eufórica. Casi podría ser como antes, si no fuese por el hombre que está sentado en el sofá de la sala, que a los avisos de mi hermana, se levanta a saludarme. Matt tiene un cabello canoso y bien peinado, ojos claros y complexión discretamente musculosa, extiende su mano presentándose. No me reprimo de mirarlo dos veces antes de estrechar su mano por mera amabilidad, y porque mamá entra apenada y ligeramente alterada a la casa.
La observo antes de que Alissa tome mi mano y me guié escaleras arriba a ver a Aaron, que está en su habitación con Rose, dejando a mamá con algo dolido en su expresión y con Matt sosteniendo su mano con discreción detrás de su cuerpo.
—No tienes ni idea de lo mucho que se aprovecha Aaron de esto—dice Alissa, ahora más grande y con su cabello más largo, algunas pecas de su rostro se han desaparecido—. Te prometo que Aaron está bien, recuerda que cuando él está enfermo, yo igual, y mírame, estoy perfecta.
—¿Entonces qué hace en su habitación?—rueda los ojos.
—No le cae bien Matt, se porta como un bebé, ¿no lo crees?—algo en mi se llena de orgullo por los sentimientos compartidos entre Aaron y yo por Matt, pero también vergüenza por las palabras de Alissa—. A mi sí me agrada, pensé que sería viejo por alguna razón, pero no lo es. Es gracioso.
—¿Por qué ahora hablas como adulta?
—Alguien aquí tiene que serlo—dice con diversión, colocándose las manos en su cintura a lo que no puedo evitar reír, algo de mi incomodidad se drena.
Alissa toca la puerta de la habitación de Aaron y quien nos recibe es Rose, me abraza con emoción insistiendo que no sabía que estaría aquí a lo que Alissa me susurra que quería que fuera una sorpresa, porque Rose me extrañaba mucho.
No tarda en preguntarme por Meg y en decirme que corte mi cabello. Alissa me pide que no lo haga para poder trenzarlo más tarde. Aaron corre desde su cama a mis brazos cambiando su rostro enojado, y lo recibo en un abrazo.
—Ya me dijeron que estabas bien, mentiroso—le digo.
—¡Claro que estoy bien! Son Alissa, Rose y mamá que dicen que estoy enfermo, ya no quiero comer más sopa.
—Pediremos hamburguesas para cenar, ¿esta bien?—Alissa asiente efervescente, pero Aaron se regresa con una mirada disgustada.
—No invitemos a Matt—riendo, le guiño un ojo y revuelvo su cabello.
Mis hermanos salen corriendo escaleras abajo gritándole a mamá sobre nuestros planes de la cena, Rose se apoya de mi hombro para levantarse y darme otro abrazo antes de encaminarnos por el pasillo para bajar a la sala.
—Me atrevería a decir que ese niño odia a ese hombre. La semana pasada le escondió las llaves del auto, tu mamá estaba como loca—río—. ¡No me digas que también piensas lo mismo!
—No diré nada al respecto—con los brazos cruzados, me subo de hombros. Rose palmea mi abdomen para después apoyarse de uno de mis brazos al bajar las escaleras.
—Tu mamá está muy feliz.
—Lo sé.
—¿Entonces por qué estás enojado con ella?
—Pensé que no sabías sobre lo que pensaba de Matt—respondo brotando una risa.
—No es sobre Matt, cielo—sus ojos caídos cálidos me obligan a sentirme avergonzado—. Es tu mamá. ¿No crees que merece tener un compañero?
Suspiro.
—Sí... Sólo denme tiempo para asimilarlo...
—Que no sea demasiado, nunca se sabe lo que puede pasar.
Aaron y Alissa no se apartan de mi lado, Sopa tampoco pierde la oportunidad para que le rasque la barriga y le lance la pelota en el patio trasero, donde Rose nos prestó una sábana para hacer un picnic improvisado. Alissa busca sus tazas de juguete y Aaron me pide que juguemos a las cartas, mientras que Alissa me trenza el cabello y le susurra a Aaron mi mano de cartas para ayudarlo a ganar.
Sopa duerme en mis piernas mientras mis hermanos comen galletas sin dejar de hablar sobre lo que han hecho estos meses, los dos son más grandes, hablan con más franqueza, pero siguen discutiendo con la misma intensidad, aunque Alissa termina con comentarios inteligentes haciendo referencia a "las grandes orejas" de Aaron.
Mamá ocasionalmente se asoma tras la puerta, con Matt. Me estoy portando como un imbécil con ella, lo que me lleva a cuestionarme si verdaderamente vale la pena estar a la defensiva con su decisión. He pensando en las palabras de Meg, no tengo que quererlo como quise a papá, eso sería imposible.
Sólo tengo que aceptar que es lo que mamá desea. Britney me preguntó sobre mamá, ese día no pude recordar ni una vez a mamá quejándose, o diciéndome que no había podido cumplir algún sueño por nosotros. Ella se dedicó a cuidarnos y amarnos. Y yo desconozco lo que pudo sacrificar por nosotros.
Estoy siendo egoísta al pensar que esto se trata de mi o de mis hermanos. Se trata sobre lo que ella quiere. Y si ella desea estar con Matt, entonces debo apoyarla, como ella a mí en cada decisión que he tomado hasta ahora.
Nuestra tarde pasa más rápido de lo que quería, entre nuestras risas e historias de mis hermanos, incluso Rose se nos une para beber té imaginario de Alissa, que incluyó un espectáculo de lo que habían aprendido en kárate. Después de la cena de hamburguesas y una montaña de papas fritas, Rose se lleva a dormir a mis hermanos y Matt se despide, diciendo que fue un placer haberme conocido y lamenta no haber podido conversar más. No sé cómo responder a eso así que me limito a un "sí", que mamá pasa por alto.
Más tarde, en la noche, cuando estoy en lo que era mi habitación ahora vacía me siento extraño. Mi cama se siente más pequeña de lo que recordaba y me hace darme cuenta lo diferente que es mi habitación en Goleudy. Las paredes aquí son azules, allá todas son blancas. La luz es escasa aquí, y no hay ruidos de personas caminando, música o autos en plena madrugada. ¿Mamá tenía razón? No siento que esta sea mi casa, mi casa está en otro lugar, y con otra persona.
No tengo ningún mensaje de Meg, debe estar dormida. Meg estaba en una actitud sospechosa durante nuestra llamada, y aunque quería preguntar más, supe que no era buen momento. Pero sí hay uno de Britney preguntando sobre mi viaje y sobre cómo estoy. Abro el mensaje, respondiendo lo más cortés que puedo, pero me detengo antes de enviar el mensaje.
¿Qué es lo que busco con Britney? Me hace sentir culpable la pregunta de recordar nuestra conversación en su departamento. Britney podría ser mi amiga, es agradable, honesta y tenemos cosas en común. No siento que podría corresponderle, me agrada como una buena amiga.
Porque la que siempre está en mis pensamientos, es Meg.
Suspiro, todavía sin poder conciliar el sueño. Esta habitación de pronto se me hace pequeña. Como si hubiese crecido de golpe. Pero hoy no demostré eso. Me avergüenza terriblemente, ¿qué si sólo estoy jugando al adulto?, ¿qué si mamá vio eso en mi, que todo esté tiempo que creí que cuidaba de mi familia, solamente pretendía que lo hacía? No. Ese es uno de los pensamientos que me ha arrinconado a la duda e inseguridad. Pero ahora no puedo ver más que eso. Que estoy jugando a ser adulto.
Sin soportar un minuto más la tensión, bajo las escaleras buscando encontrarme con alguien. Y mamá está ahí, bebiendo una copa de vino sentada solitariamente en la mesa, paseando sus dedos circularmente sobre la copa antes de dar otro sorbo. Esa melancolía, es algo que se quedó luego de que papá murió. Se sentaba horas a mirar a la nada cuando nos dormíamos, y se acostaba casi al amanecer para despertar dos horas después y llevarnos a la escuela.
Me detengo como siempre lo hacía, en el último escalón. Notando la oscuridad que embarga la casa y todo el silencio que hace. ¿Qué haría mamá ese día que me fui a Nuevo Goleudy?, ¿estaría horas mirando un punto fijo sin poder dormir?, ¿Alissa se escurriría en su cama para abrazarla?, mi hermana adoptó esa costumbre este año. Se levanta a buscarla para dormir y se queda en su habitación para abrazarla.
Me acerco a mamá, sentándome frente a ella subiendo mis puños sobre la mesa. Sonrío.
—Mi cama creo que le serviría a Aaron—empiezo—. Ahora mis pies quedan por fuera. Creo que mi cama en Goleudy es más grande.
—¿De verdad?—responde con una sonrisa trémula.
—Sí, no estoy muy seguro, tendría que comprobarlo cuando regrese.
—¿Por qué no duermes en mi cama hoy? ¿Te sentirías más cómodo?
—No, está bien. Después de dormir en el sillón del departamento en Goleudy, nada me parece incómodo.
—¿Por qué dormiste ahí?—ríe, apartando su copa.
—Se quedó Eric una noche y le tuve que ceder mi cama.
—Te crié bien—ríe.
—Claro que sí.
Con su sonrisa creciente, llevo una de mis manos sobre la suya. Con su ceño unido sus ojos se humedecen, parecen ser distintas emociones encontradas, un matiz que demuestra su rostro relajado pero afligido a la vez. Cubre mis dedos con los suyos, acariciando mis nudillos con pertenencia.
—Jay, esta siempre será tu casa. Siempre. Estés donde estés. Y no importa con quién esté, tú vas a ser mi hijo, y yo tu mamá. Tu papá seguirá siendo parte de mi.
—Perdón, mamá... Sé que no debí...
—Entiendo. Entiendo cómo te sientes.
—¿Lo quieres? ¿A Matt?
—Más de lo que puedo decirte.
—Si tú estás feliz con eso, yo también.
—Matt es un buen hombre. Él no es un reemplazo de nadie. Él me hace feliz, y deseo estar con él—hace una pausa—. Siento que te debo unas disculpas.
—No, ¿por qué lo harías?
—Tú no debiste cargar con nuestro peso. Creciste muy rápido—sostiene mi rostro en su mano, una ligera lágrima se desliza por su piel. Sujeto su muñeca con cariño mientras observo su sonrisa orgullosa—. Y me ayudaste tanto, de eso estaré eternamente agradecida. Pero no era tu responsabilidad. Necesito que vivas, y que seas libre de esta responsabilidad que no te correspondía.
—Yo quería hacerlo, mamá. Somos una familia.
—Quiero que vivas lo que tengas que vivir, Jay. Hasta que llegue tu turno y que no se convierta en un peso, sino que sea un regalo—entrecierra sus ojos—. Te amo, más que a nada en este mundo, más de lo que podré expresarte jamás. Y algún día, espero que tú puedas entender todo el amor que siento por ti.
Río sintiendo mis ojos nublarse.
—Y no me importa si no quieres tener hijos—bromea—. ¡Aunque espero que sí quieras en algún momento!
—Mamá...—rodeo el mesón para abrazarla.
Nuestro abrazo se convierte en un nuevo recuerdo. Creí que todos se quedarían aquí como fantasmas, pero viajan conmigo. Los buenos recuerdos se convierten en enseñanzas, se convierten en buenos amigos. Son un obsequio del tiempo.
Mamá me cuenta sobre estos meses y sobre Matt, tenían una relación desde hace un año pero no había querido decir nada hasta que le pidió matrimonio. Matt es inglés, le prometió a mamá una luna de miel en la India, que me comenta que conocer India había sido su sueño desde que podía recordarlo. Verla tan esperanzada y llena de ilusión, me da paz. Que mamá esté feliz hace que finalmente, y con totalidad, esté feliz. Ya no hay ese vacío que sentí desde que supe de la noticia, papá hubiese querido ver a mamá vivir.
—¿Qué hay de Nuevo Goleudy?—me pregunta sirviéndose un poco de vino.
—Ruidoso. Y también increíble.
—¿Tus clases? ¿Amigos nuevos?
—También han sido increíbles, y complicadas. En Bridge, tengo a Gemma y Harold, son buenos chicos. Y en el trabajo, una chica llamada Britney—levanta sus cejas.
—Chicas...
—¿Qué?—río arqueando una ceja.
—Yo nada más digo... ¿Y Meg?—suspiro, evitando su mirada con mi copa—. ¿Meg y tú...
—No, no.
—¡Sí! Jay, ¿sabes que soy tu madre, no?
—Una madre que le da alcohol a su hijo.
—¡No puedes mentirme!—ríe, evadiendo mi comentario—. ¿Por fin te diste cuenta que te gustaba?
—Mamá...
—¿Y que ella gusta de ti? ¡Eran tan obvios siempre! No me atrevía a decir nada porque no quería que fuese incómodo para ustedes, pero...
—Mamá, estás hablando demasiado rápido.
Agarra la botella de su cuello revisando su etiqueta, seguido aparta su copa vacía y me quita la mía de los labios, dejándola a un lado.
—¿Entonces? ¿No me dirás nada?—insiste.
—Seguimos siendo amigos.
—Sólo te digo una cosa, y sólo una cosa—me señala—. Meg y tú son demasiado jóvenes. Así que te suplico que si algo está pasando...
—Mamá—la interrumpo bajando su dedo, me siento enrojecer—. Lo estás haciendo incómodo.
—¡Es necesario decirte eso! ¿Quién te lo dirá si no soy yo?
—Honestamente, no quiero escuchar sobre eso—río.
—¡Pero es necesario!
—Mamá, en serio no quiero escuchar eso. Ya lo escuché antes y fue terriblemente incómodo, así que no lo hagas.
—Haremos como que tuvimos está conversación.
—Prometo que pensaré que eres una excelente consejera y madre, tu consciencia estará limpia—pellizca mi nariz.
—Eres un grosero—suspira, sosteniendo sus codos—. ¿Quieres comer galletas?
—¿No es de madrugada?
—Jamás es tarde para hornear galletas.
.
.
Estuvimos horneando galletas el resto de la noche, no dormimos sino hasta las nueve de la mañana, y sólo nos levantamos porque Aaron y Alissa me despertaron para desayunar. Mamá y Rose me pidieron que durmiese un poco más antes del vuelo, pero extrañamente quiero regresar a Goleudy.
Mi puntual estadía en la ciudad era algo que necesitaba, ver a mi familia, sentir que aquí todavía hay personas que me esperan. Pero en Goleudy se formó una nueva versión de mi, una que no me desagrada tanto como creía, pensé que este Jay no existía, sigue aquí. Sólo que distinto, abriéndose paso a las nuevas probabilidades. Creí saber lo suficiente, anoche mis preocupaciones merodeaban en no ser lo suficientemente adulto para las nuevas experiencias que vendrán, pero ahora me resulta reconfortante no saber qué esperar, no existe una versión fija de mi.
No seré el mismo de aquí a cinco meses, o quizás dos semanas. Me preocupaba desvanecer lo que creí que me hacía yo mismo, ¿pero cómo? Si esa esencia va tomando distintas formas, cambia y colorea mi espíritu.
No me siento como el viejo Jay, tampoco como uno nuevo o uno mejor. Me siento nada más Jay. Que le apasiona pintar, amar a su familia, bucear y ver películas. Soy simplemente, yo. Y así pase el tiempo, nuevas cosas se irán añadiendo y otras desapareciendo, haciendo de mi diferente, pero todavía siendo Jay.
Con esa epifanía, mamá me deja en el aeropuerto después de una larga despedida en casa. Alissa, Aaron, Rose e incluso Sopa, entristecieron sus rostros cuando anuncié que había llegado el momento de irme, prometiendo que vendría más pronto de lo que pensaban a visitarlos, sin motivos de presuntos cuadros de asma.
Mamá se detuvo en la entrada del aeropuerto, mirándome con sus cejas nostálgicamente unidas y con su brazo reposando en la ventana. No dijo nada, pero valió más su último abrazo que las palabras. Su calidez me recordó que después de todo, este lugar sigue siendo parte de mi, una casa a la que puedo acudir. Siempre puedo tener más de un hogar y eso, es importante para mí.
El aeropuerto resulta estar algo lleno, hay mucho movimiento de salida y los asientos están abarrotados no sólo de personas, sino también de equipaje. Así que espero cerca de la ventana que deja por vista la ciudad, aunque no se alcanza ver Trinidad y la playa. Levantando la mirada a la pantalla que anuncia los vuelos para verificar la hora de partida, veo una figura conocida a lo lejos, el cabello largo hasta más de la cintura y un bolso familiar. No podría ser Meg. Seguro es una coincidencia. Meg está en Goleudy.
Pero se ve tanto como ella, que fuerzo un poco mi vista entrecerrando mis ojos para lograr ver su rostro. Puedo notar que tiene lentes oscuros, me acerco un poco más dejando mi maleta atrás. Su nariz ligeramente respingada en la punta se hace notar de perfil cuando cruza su mirada, saco de mi chaqueta mi teléfono marcando su número.
Pasa dos tonos antes de que saque el teléfono del bolsillo trasero de su pantalón, pero no responde, lo pone junto al resto de sus cosas para pasar en medio del arco de seguridad. Esquivando a algunas personas, me acerco al vidrio que divide el aeropuerto del aérea de abordaje, lo último que puede verse de los pasajeros antes de abordar el avión.
Meg parece aterrada cuando se detiene la fila, y no sé cómo actuar. De un lado de su rostro hay una herida que lo cubre una banda y alrededor, su piel se vuelve morada. Cuando es su turno de que verifiquen su boleto, me ofrece una mirada cargada de asombro y temor.
Meg está, estuvo en Ciudad Solar.
¿Por qué? ¿Por qué estaría aquí? Ver su rostro herido hizo que un escalofrío me recorriera, no sé cómo sentirme. Me mintió. Pero, ¿por qué razón? Hay más interrogantes que respuestas, como siempre, pero esta vez creo saber el porqué... Y me molesta.
.
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Llego a Goleudy tocando el atardecer. Aquí los atardeceres son muy distintos, el sol se esconde detrás de los edificios y las luces ya empiezan a encenderse cuando el taxi me lleva al departamento. ¿Qué puedo esperar?, si se trata de Meg, un enigma. No recibí ningún mensaje de su parte, tampoco me dispuse a enviarle ninguno. Suspirando pesadamente, abro la puerta del departamento, encontrándolo igual a como lo dejé. No hay luces encendidas, y cerrando la puerta con el talón, busco a Meg sin decir su nombre, asomando mi vista hasta la sala vacía.
Duerme en su habitación, con las piernas hasta el pecho y en oscuridad. Me siento junto a ella, acariciando uno de sus brazos hasta que la siento despertar. Al verme, su expresión avergonzada y asustada regresa, levantándose hasta estar cerca de mi. Su ceño se une, como si buscase las palabras que dirá a continuación, pero la detengo sosteniendo su mano.
—Tú no me debes explicaciones—empiezo, fijando mi vista en sus delgados dedos—. No tienes que decirme la razón del porqué estabas allá... ¿Pero por qué no me dijiste que irías allá?
—No... Yo, no quería involucrarte. Si decía que iría, vendrías conmigo, me dijiste que estuviese en casa.
—Meg, yo no tengo porqué ir contigo si tú no quieres.
—No es que no quiera, yo...
—Déjame terminar, ¿sí?—deslizo mi pulgar sobre sus nudillos—. Meg, yo te hubiese apoyado. Hay cosas que querrás hacer sola, y eso lo entenderé, te lo digo como un hecho. No tenías que temer por mi respuesta. Esto era tu decisión. Y tus decisiones, son nada más tuyas—nuestros ojos se encuentran, no hay más que sinceridad en mis palabras.
—Me dijiste que estuviese en casa—repite apenada, bajando su mirada.
—No asumas que te obligaré a hacer algo que no quieres, lo de tu pie fue una sugerencia porque me preocupo por ti... Quiero que estés bien. Pero si no querías hacerlo, es tú decisión. Si querías ir a Ciudad Solar, también lo es.
—Pensé que te enojarías porque no fui contigo.
—Meg. No puedo enojarme por eso. ¿Por qué crees que lo haría?, sé que los quieres, pero si tienes cosas que resolver, ¿quién soy yo para detenerte?, yo te apoyo en lo que decidas, tú y yo... Somos dos personas, no una—ríe con timidez—. ¡Tiene sentido lo que te digo! A lo que me refiero es que, no te diría qué hacer, lo mejor para ti puedes decidirlo por ti misma.
—Jay, yo... Yo estaba, estuve, pensando todo el camino cómo te lo diría, y es que pensé que tú estarías molesto, y lo que menos quería era discutir contigo—me acerco a sus labios sujetando con sutileza su cuello, para dejarle un beso mordiendo suavemente su labio inferior.
—¿Puedes creer que me moría por hacer eso desde que pisé Goleudy?—sus dientes atrapan sus labios, me observa con seriedad—. Tus decisiones son tuyas, Meg... Yo estaré para apoyarte mientras sea algo que no te dañara, si es algo que te hará sentir en paz, estaré para ti. Te quiero para que seas feliz.
—¿Podrías besarme?—sonrío, deslizando mi nariz por la piel de cuello y mandíbula.
—Si me lo vuelves a pedir así, podría decir que sí.
—¿Puedes callarte y besarme?—acaricia mi pierna con sus dedos juguetonamente cerca de mi entrepierna.
Mi mano termina por cubrir su cuello para atraerla a mis labios en donde nuestras lenguas se encuentran, Meg mordisquea mi labio inferior en medio de un suspiro entrecortado, subiendo a mi regazo se arranca la camisa y me obliga enredando sus dedos en mi cabello a observar sus ojos oscuros ahora de deseo.
Mis manos se dirigen a su cintura conforme la beso, saboreando sus preciosos labios y explorando la piel de su espalda hasta desabrochar su brasier, Meg se deshace de mi chaqueta y suéter hasta que nuestros torsos quedan al descubierto, besa mis clavículas, cuello y mandíbula, hasta llega nuevamente a mis labios.
—Estoy... Cansada—dice, con mi respiración agitada uno nuestras frentes.
—Podemos descansar.
—¿Seguimos más tarde?—ronronea acariciando mi rostro con su nariz.
—Siempre que quieras.
Se coloca mi camisa y se deshace de sus pantalones para acostarse a mi lado, quedando frente a frente. Acaricio sus brazos y tengo cuidado con la herida de su rostro, no parece grave, es un golpe. Pero el color rojizo y morado a su alrededor es notable, debajo de sus ojos hay cierta pesadez. Algunos cabellos se pasean por su rostro y me dedico a esconderlos detrás de su oreja sin dejar de mirarla, sin dejar de preguntarme qué pudo haber pasado, teniendo sospechas que me provocan molestia, con atisbos de impotencia.
—¿Cómo te fue?—me pregunta en un susurro.
—¿Me creerías si te digo que muy bien?—ríe—. Aaron no dejó de preguntar por ti, y Alissa se enojó cuando le dije que no pudiste venir... Claro que eso fue mucho antes de saber que sí estabas ahí. ¿Con quién pasaste la noche?
—Papá tuvo que buscarme... No iba a quedarme.
—¿Puedo deducir a qué fuiste?—suspira, dejando su cabeza caer en mi pecho.
—Creo que sí...
—¿Qué dijo Eric?
—No estuvo de acuerdo. Pero, ¿me creerías si te digo que las cosas, de forma distinta, salieron bien?—parafrasea mis palabras, sonrío.
—¿De verdad?
—Es difícil de explicar, pero sí. No, no fue bueno, pero aprendí una lección.
—¿Buena?
—Papá me quiere...
—Y más de lo que piensas—me rodea para acercarse a mi cuerpo, deslizo mis dedos por su espalda.
—Lamento no haberte dicho.
—Está bien, nena.
—Este fue un fin de semana extraño...
—Creí que estábamos acostumbrados a situaciones como ésta.
Ríe. Levanta su rostro, besando delicadamente mis labios.
—No todavía—responde.
—Mañana es tu cumpleaños—escondo mi rostro en su cuello, aspirando su aroma.
—Sí, no me lo recuerdes...
—Meg, tú eres importante para mí... Tú cumpleaños es importante para mí—suspira.
—No sorpresas...
—¿Segura que no quieres sorpresas? Porque tenía pensado un regalo para ti, pero como ya que no lo quieres.
Se levanta abruptamente, clavando su mirada curiosa en mi sonrisa.
—¿Tienes una sorpresa para mi?
—¿Para quién sería si no?—deslizo el dorso de mis dedos en su rostro, acariciando su piel. Sonríe, para después apoyar su barbilla en sus puños, preparada para insistir.
—¿Me dirás qué es?
—No.
—¡Jay!
—Dijiste que no querías sorpresas, no puedo dártelo ahora.
—¡Sí quiero!
—Tendrás que insistir mejor.
—¿Me estás chantajeando?—una sonrisa decidida pasa por mi rostro mientras me recuesto sobre uno de mis brazos.
—Sí.
Se muerde los labios, besándome con ferocidad afirmando mi mandíbula con su mano.
—Besas muy bien, Meg. Pero no voy a decirte nada. Tendrás que esperar—se deja caer junto a mi—. Logré que te arrepintieras de tus palabras, ¿viste eso?
—Claro que no.
—No puedes ganar esta.
—La dejaré pasar—río suavemente abrazándola por la cintura, simula estar enojada hasta que le dejo un beso rápido en los labios.
—Eres imposible, ¿lo sabes?—sonríe victoriosa.
.
.
—¿Seguro que resistirá?—pregunta Britney a mi lado.
—¿Por qué no?
—¡Estará en una caja!
—No pasará nada, ¿de verdad no hay problema con que lo deje aquí?
—No, no lo hay. Pero dile a Meg que ya es tiempo de volver a trabajar—se cruza de brazos arqueando una ceja, en busca de suavizar sus palabras, sonrío en su dirección.
—Sí, lo haré. Gracias, Britney. ¿No quieres ir?
Sus labios se contraen y mueve su cabeza dudosa, todavía con los brazos en el pecho. Viste con una pijama sencilla de satín blanco, y mantiene su cabello suelto. Su departamento está en silencio, Colin debe estar en la escuela, es bastante temprano en la mañana. Meg debería de estar dormida todavía, ayer durmió como piedra pero me dijo que estaba lo suficientemente cansada como para dormir dos días seguidos. Y puedo creerle, porque siento lo mismo, pero ya no me siento desanimado.
Le pedí a Britney tener su regalo hasta más tarde, temí su respuesta pero me aseguró que hoy pasaría el día en casa aprovechándose de una excursión de Colin en la escuela, diciéndome que necesitaba de tiempo a solas. Me siento algo culpable por irrumpir, y además de que necesitaba de un lugar en donde guardar su regalo, también deseaba que estuviese unas horas en la celebración. Aunque conozco que entre ellas no se llevan muy bien, estoy seguro que Meg y Britney serían buenas amigas.
—No lo creo, de todas formas, lo consideraré.
—Si es por Colin, puedes llevarlo, a Meg le agrada.
—Tengo la vaga sensación de que soy la única en Timotie's que a Meg no le agrada—sonríe en broma, pero sé que intenta expresar una verdad.
—Eso no es cierto—arquea una ceja—. ¿Por qué mejor no vas y lo averiguas?
—¿Quieres tú que yo vaya?
—Claro—me subo de hombros—, ¿por qué no?
Sonríe, descansando sus manos en la puerta cuando me retiro y detengo para despedirme antes de irme. Guardo mis manos en mi chaqueta, ofreciéndole seguridad con mi mirada.
—Ve. Sé que no debería hacerse una fiesta un lunes, pero la pasarás bien.
—¿De verdad no hay problemas?
—¡No!—ríe—. No lo pienses demasiado...
—No prometo nada...
Cuando vuelvo al departamento, ya el sol empieza a brillar con mayor intensidad, anunciando un nuevo día por el qué trabajar, o así dicen en Goleudy. La ciudad siempre parece un latido insaciable. Pero dentro de mi hogar, infunde paz, haciendo del latido pausado y arrullador. Meg duerme con uno de sus brazos cubriendo sus ojos, la luz entra en delgadas líneas doradas por la ventana haciendo de la habitación más tibia, pero Meg tiene frío como para cubrirse con un grueso edredón poco más arriba del pecho.
Con esa suave imagen, beso uno de sus hombros cuando termino por sentarme a su lado, dejo uno en su nariz y mejillas, finalmente en sus labios cuando despierta con una sonrisa somnolienta que acompaña el estiramiento de su cuerpo.
—Feliz cumpleaños...
—Feliz cumpleaños...—repite.
—¿Qué?—río, arruga su expresión todavía somnolienta, pero con diversión en su rostro—. Creo que intentabas decir buenos días.
—¡Sí! Buenos días...—cierra sus ojos, recostándose de un lado de su cuerpo esconde sus manos detrás de su cuello, suspirando.
—Te dejaré dormir un poco más—bosteza y asiente con una sonrisa adormilada.
Acaricio la piel de rostro, para después dejarle un beso en la frente y cubrirla con el edredón. En la escuela, Meg tenía esta imagen de ser ruda, no permitía que nadie le alzara la voz porque seguramente, ella gritaba más fuerte. Y grita más fuerte. Pero aquí está, dormida y algo pequeña, con las piernas recogidas hasta su pecho. Meg no es vulnerable, pero por alguna razón, me gusta sentir que puedo cuidar de ella, como en este momento, que está ajena de su exterior dispersa en sus sueños.
Mientras preparo el desayuno, entra una llamada de Hailee diciendo que va camino al aeropuerto para llegar acá, Eric vendrá, pero seguramente esté aquí tarde. Conversé con Andrea y Sarah, Patricia, Alex y Tori, incluso a Gemma y Harold, para que puedan conocer finalmente a Meg.
Anoche, Meg estuvo inquieta. Puedo deducir por qué, vi su semblante cabizbajo, sin duda algo sucedió en Ciudad Solar y creo saber quién fue la responsable de su tristeza. No deseo forzarla a hablar, no quiero presionarla más, por eso razón, quiero hacer de este día especial para ella, así insista en que su cumpleaños no es importante, quiero darle esto, y todos los días, hacerla sentir feliz.
Cuando sale de la habitación, estira los brazos sobre su cabeza y me abraza por la cintura, estando de espalda mientras cocino, suspira.
—Huele bien...—dice.
—Ven a desayunar.
—¿Puedo estar aquí un rato más?—acaricio su brazo, apago la hornilla, poniendo el último panqueque en el plato.
—¿Todo está bien?—respira por la nariz pesadamente.
—Sí... Estoy bien. Pero quiero estar así un poco más.
—El tiempo que necesites...
Se queda silencio, pero puedo sentir cómo maquinan sus pensamientos.
—¿Por qué los cumpleaños hacen que me sienta triste?
—No puedes sentirte siempre feliz—respondo acariciando su brazo, volteo mi cuerpo para abrazarla desde el cuello, atrayéndola a mi pecho.
—No, la felicidad no sería tan bonita, ¿no es así?
—Sí...—beso su frente.
—Quisiera sentirme feliz, hoy específicamente. Mi cumpleaños siempre me ha resultado deprimente.
—Sé que sí. Pero es un buen día, Meg... Celebramos tu vida, y es mucho porqué estar felices—sonríe, balanceándose en nuestro abrazo para elevar su atención a mi y dejarme un beso en los labios.
—¿Desayunas conmigo?
Sonrío.
Su semblante se hace un poco más brillante mientras desayuna, le sirvo una taza de café oscuro que no tarda en beber, su sonrisa no es demasiado amplia, es casi nostálgica, se esfuerza en no ceder a sus recuerdos. Sujeta su collar entre sus dedos cuando apoya su codo sobre la mesa, permitiendo que su mirada se pierda unos segundos.
—Te regalaré otro collar—digo, poniendo una de mis manos sobre la suya extendida sobre la mesa.
—No, ¿por qué? Este me gusta...
—Ya está algo viejo, ¿no crees?—inclina su cabeza.
—No. No lo cambiaría.
—¿Por qué no?
—Me lo diste tú.
—Puedo darte otro.
—Este es especial—sonríe, entrecerrando sus ojos—. Sonará tonto... Pero ese fue uno de los mejores días de mi vida.
—¿El día de la playa?
—Sí... Ese era mi tercer día sola en casa, no sabía en dónde estaban mamá y papá, pero no recibí ni siquiera una llamada de cumpleaños, ellos se fueron ese día, y estuve sola, hasta que tú me llamaste invitándome...
—Meg, ¿por qué jamás me dijiste eso?
—Ya era lo suficiente patética—ríe—. Eso, aunque no...me gusta mucho el mar porque...
—Te da miedo—termino por ella, quien me mira ofendida.
—¡Claro que no! Es porque no sé nadar bien.
—No sabes nadar bien porque te da miedo el agua...
—¡Pero el punto es...!—me interrumpe en medio de una risa—. Es, que me hizo sentir que no estaba tan sola, gracias a ti, y a tu familia. Y esto—toma la caracola en sus dedos, mostrándomela—. Es un recuerdo de eso. Así que no lo voy a cambiar, o quitar, jamás.
No respondo, simplemente la observo sosteniendo su mano, acariciando con mi pulgar su piel.
—¿Por qué me miras así?—dice entrecerrando sus ojos con una suave sonrisa. Suspiro y beso sus nudillos.
—Es que, eres... Tú. ¿Cómo no mirarte?—cierra un ojo, con diversión en su rostro planta un beso en mis labios, apoyando su peso sobre el mesón.
—Tú no podrías ser más cursi, Jay Sullivan...
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¡Hola! ¿Cómo están? Espero que muy bien, gracias por todos sus comentarios y apoyo. En serio que me hace muy feliz.
Quisiera saber qué les pareció el capítulo anterior y este, siento que tiene un peso emocional distinto, pero igual de importante, admito que lloré escribiéndolos porque quiero a Meg y a Jay como no tienen idea, son muy especiales para mi, pero creo que ya los he dicho.
Una vez más, muchas gracias, poco a poco nos acercamos al final y estoy muy emocionada,
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