50. Meg
—Sé que no le hemos dado respuesta, pero debe entender que...
—Escuche—le interrumpo— He llamado tres veces esta semana, ¿no podría preguntarle a alguien e informarme de su estado?
—No tengo la autorización para eso—me muerdo la uña de mi dedo pulgar con frustración—. ¿Hola?, ¿está en línea?
—Sí... Sí. Gracias. Llamaré de nuevo la siguiente semana.
Corto la llamada antes de recibir respuesta, la misma que me han dado las veces anteriores que llamé. No puedo saber nada de mamá sin la autorización de su responsable o psiquiatra, y el último al parecer, jamás está disponible. Papá evade el tema, y aunque le he enviado mensajes que evidentemente recibe y lee, los ignora.
Soporto mi peso sobre mis codos en el mesón, masajeando mis sienes en busca de apaciguar las tormentosas ideas de mi cabeza. Desde que papá me habló sobre su estado, no he podido estar tranquila. Que haya recaído me hace sentir tan culpable, ella está tan lejos... En todos los sentidos. Mi mamá y yo estamos lejos, y no sólo en nuestro estado geográfico.
Aunque ella no quería tenerme, y que me haya rechazado durante la mayor parte de mi vida, no evita que la ame, es masoquista. Pero es mi mamá, yo quiero tener a alguien a quien llamar mamá. Cuando era pequeña y solamente me acompañaba la tristeza en aquél departamento de Ciudad Solar, me decía a mí misma que era mejor tener padres, que no te quisieran o ignoraran, a no tener a nadie. Más tarde llegué a la conclusión de que es lo mismo, que si por alguna razón ellos desaparecieran, estaría igual de sola.
Pero ahora, con papá queriendo arreglar las cosas conmigo, cerca de mi... Siento esperanza, por una parte puedo incluso imaginar a mi mamá queriéndome, hablando conmigo como siempre quise. Pero, también me siento desesperada, no tengo forma de saber si está bien, si está a salvo, no desde aquí.
—Hola, preciosa—Jay cierra la puerta con el talón, me saca de mis ideas. Sonrío cuando me deja un beso en frente y se quita su chaqueta dejándola sobre el mueble.
—¿Cómo te fue?—le pregunto. Se sienta frente a mi, sus nuevos lentes muy parecidos a los anteriores le hacen ver interesante, junto con su ahora cabello largo que cubre su cuello, hace una mueca de asco seguido de un escalofrío.
—Terrible. Se aprovecharon de Colin y de mi hoy, no sé qué tiene el cocinero que no desperdicia oportunidad para dejar sobras de lo que sea en los sartenes, y cuando te digo que es asqueroso y sospechosamente derrochador, es en serio—río con sinceridad, acaricio la línea de su mandíbula con mi pulgar, después toma mi muñeca con cariño para dejar un beso en mis nudillos—. ¿Estás bien tú?, ¿cómo está tu pie?
—Mi pie está bien, no voy a perderlo—ríe expulsando aire por la nariz, desliza mi mano por su rostro sosteniendo mis dedos—. Ya estoy bien, Jay...
—Prefiero que estés en casa hasta que esté sano.
—¡Está bien! Ya mi pie está bien, deja de preocuparte—se acerca a mi rostro dejándome un beso suave en los labios.
—¿Puedes callarte por una vez en tu vida?—con una sonrisa desorientada, le empujo un hombro—. Te quiero, ¿podrías estar en casa hasta que estés completamente segura de que puedes trabajar?
—Jay, tengo que trabajar...
—¿Puedes?—me calla con otro beso, quiero seguir insistiendo, pero sólo asiento.
Sonríe antes de besarme, una de sus manos me toma del cuello para acercarme a su cuerpo mientras desliza su lengua en mi boca, eso hace que mi rostro se caliente y lo bese con más intensidad, Jay me observa cariñoso y con esa sombra en sus ojos olivo que me intimida, deja un beso en mi frente. Busco regresar a sus labios, pero algo en su expresión me detiene.
—Tengo que decirte algo...—mi cuerpo se inclina nuevamente hacia atrás, mientras uno mis cejas con preocupación.
—¿Qué sucede, todo está bien?—suspira.
—Meg, necesito... Ir a Ciudad Solar.
—¿Por qué, qué pasa?
—Aaron está enfermo. No es grave. Tiene uno de sus cuadros de asma de nuevo. Necesito ir a verlos. Planeé ir el siguiente mes, pero...
—Ve, Jay—sujeto su mano, cubriéndola con la mía.
—Tengo para un solo boleto.
—¿Y? Tienes que ir, tu hermano te necesita.
—Quiero que vengas conmigo—dice después de unos segundos, cruzando la mirada con vergüenza.
—Jay, también quiero ir contigo—con mis dedos, regreso su rostro a mi—. Pero ahora, esto es importante. Que vayas a ver a tu familia es importante.
—Me molesta no tener dinero para llevarte conmigo, no tengo todavía para pagarte tu préstamo...
—Jay, no es un préstamo, ya te dije que es un regalo, ¿cómo con la cámara instantánea fue un regalo para ti y esto no? —le agrego algo de gracia, pero mantiene su expresión pensativa.
—Es diferente. Ese dinero fue el que tu papá te dio.
—Sí, para una emergencia. Y era esta—lo observo a los ojos—. Es algo que quería hacer, Jay, yo quería ayudarte. No te preocupes por eso, ve, yo estaré aquí esperándote.
Creo ver el espíritu de una sonrisa, sus cejas siguen unidas con preocupación. Jay ha estado preocupándose de más y viviendo menos. En las noches al dormir, me aseguro de que cierre sus ojos y descanse, no duermo hasta que él lo haga para saber por mí misma de que está bien y descansando.
Lo beso, no intenta nada, y yo no intento nada. Lo hago únicamente con el propósito de hacerle saber que las cosas irán bien, de darle algo de tranquilidad y calma a lo que le tortura. Verlo esa noche llorar hizo que muchas emociones revivieran, me sentí como la noche del accidente, donde me sentía impotente por no poder hacer nada, y es un flujo de emociones violento, como un segundo que es eterno, la tensión de que terminen los segundos para sentir la bomba explotar.
Enredo mis dedos en su cabello con caricias, suspirando uniendo nuestras frentes, esperando por el segundo infinito, que es todo lo contrario a la burbuja. Pero seguimos estando juntos, y eso es lo que mi corazón me dice que está bien.
Tengo certeza de que Jay y yo, estaremos bien, y que mientras el mundo se convierta en un caos, aquí estaré yo para protegerlo. Como él me protege a mi. Jay sigue siendo mi mejor amigo.
—¿Te he dicho que me encanta como te ves con tus lentes y cabello?—sonríe.
—¿De verdad?—responde sorprendido, alzando una ceja.
—Me ofende un poco que te sorprendas tanto, pero sí, te ves increíble...
—¿Por qué te ofende?—vuelve a reír negando con la cabeza.
—¡Porque me haces creer que jamás te hago cumplidos!
—Nunca me haces cumplidos—dice, pero hay diversión en su mirada. Enarcando una ceja, me acerco a su oído.
—¿Qué me dices de este?—me inclino a susurrar en su oído—. ¿Por qué no vamos tú y yo a tu habitación y me haces tuya con esos lentes puestos que te hacen ver tan bien?—cuando me regreso a verlo, sus cejas le crean una sombra a su mirada, pero mantiene un sonrisa pícara en sus labios.
Lanzándole un sonrisa apretada, y levantando mi barbilla orgullosa, doy dos pasos triunfadores antes de que me agarre de la cintura y me bese con descaro, apartando el cabello de mi rostro, detrás de mí oreja. Sin dejar de besarme, me sube a la mesa para después unir mis pies detrás de su cintura, y llevarme a nuestra habitación.
.
.
Descanso sobre su pecho caliente, me invaden las ideas. Jay hace un rato se durmió, yo suspiro, buscando respuestas a las mismas preguntas de siempre mientras distraída, me llevo los dedos a los labios tanteando con una ansiedad que no había sentido en mucho tiempo, levantando la fina piel que los cubre.
Jay no sabe nada de esto. Él no sabe nada sobre mamá, de lo ocurrió antes mucho menos. Y planeo que sea así por mucho más tiempo. Ella no me avergüenza, es sólo que no quiero involucrar a ninguna otra persona en esto. Mucho menos a Jay.
Aunque he estado tentada a decirle. Jay y yo jamás hicimos un estúpido pacto de no tener secretos, pero por alguna razón, no hay secretos entre nosotros. Hablar con él siempre fue tan fácil que pudimos conversar de pensamientos tormentoso y más, siempre fuimos un punto de confianza esencial, sin embargo, no hubo oportunidad para contarle eso.
Todo pasó mientras Jay se recuperaba de su accidente.
No podía venir de lágrimas cuando él había perdido a su padre, él estaba sufriendo, los dos estábamos, pero de una forma distinta. Y en ese entonces, sentí que Jay me necesitaba, tenía que mantenerme firme por él o se desplomaría.
Para los dos, las cosas sanaron, dejaron profundas cicatrices quizás imborrables, pero así preferí dejarlas. Preferí tratar de olvidar lo que había ocurrido y seguir con mi vida, a pesar de que habían momentos en lo que era un infierno del que no podía escapar, aquí estoy.
Pero preocupada por la que vivió conmigo, y causante, de ese tormento.
No tengo forma de saber cómo está si no estoy allá, es algo que he estado pensando desde que vino papá, pero no había forma de explicarle a Jay sin que él insistiera en ir conmigo a Ciudad Solar. Esta puede ser la oportunidad, él no tiene que saberlo.
Jay no tiene que saber que estaremos en la misma ciudad, y que volveré antes que él lo haga, haciendo como que todo el tiempo estuve en Goleudy.
¿Podría funcionar? Jay se quedará hasta el día siguiente, debe ser este fin de semana, volverá el domingo en la tarde, pero yo puedo volver ese mismo día, sólo ir a ver si está bien como me promete papá y regresar. Ir y regresar. Así de simple. Son cuatro horas de vuelo.
Le di a Jay el dinero que papá me dio aquella noche antes de venir a Goleudy, para que comprara sus lentes. Pero insistió en regresarme lo que había sobrado, sí era una cantidad de dinero considerable, así que tengo más de la mitad, y sé quién podría ser mi patrocinadora en esta oportunidad, no preguntará y no insistirá si se lo pido. Jay no tiene que saber nada de este plan, y papá tampoco.
—¿Meg?—dice Jay somnoliento.
—¿Si?
—Ya duerme—me arrima a su cuerpo soportando su peso de un lado de su cuerpo—. Deja de pensar tanto...
—¿Cómo sabes que estoy pensando, raro?—río, parece estar hablando casi dormido.
—Dios, suspiras demasiado cuando piensas.
—Cállate y duérmete—respondo con una risa discreta, acaricio su rostro con mis dedos, suspirando uniendo sus cejas.
—Duerme conmigo—susurra, y entiendo lo que dice.
Me escondo en su pecho, dejándome guiar por su respiración y el calor de su piel desnuda. En un abrazo, me infunde de su serenidad, y mi último pensamiento es de culpa, porque Jay no debe saberlo, ni lo sabrá.
.
.
—Meg, estaré aquí mañana...—ríe conmigo colgando de su cuello en un abrazo.
—Te extrañaré mucho—le beso de nuevo el rostro, Jay suelta su maleta para sostenerme de la cintura y levantarme del suelo presionando mi cuerpo contra el suyo.
—Estaré aquí mañana, ¿sí?
—Tómate el tiempo que necesites, Bridge puede esperar unos días más.
—Los dos sabemos que, eso no es verdad—de sus palabras le sigue una risa—. No me extrañes tanto, no me iré tanto tiempo. Mañana estaré aquí para ti, para abrazarte y besarte—me deja un beso con cada de esas dos palabras—. Y cosas por el estilo...—alza sus cejas con picardía.
Río cerca de sus labios, dándole un último beso antes de que me diga que el taxi espera por él abajo para llevarlo al aeropuerto. No me dejó acompañarlo por mi pie al aeropuerto, y realmente estoy considerando que está exagerando al respecto. Desde el balcón, alzo una de mis manos para despedirme, se regresa con una sonrisa y el taxi se pone en marcha, no puedo evitar seguirlo hasta perderle de vista.
Después de suspirar con culpabilidad, me repito que es algo que debo hacer. No deseo involucrar a nadie más en esto. Llamo a Hailee. Que al igual que Jay, no sabe nada de esto excepto que necesito dinero para un asunto importante en Ciudad Solar por nuestra breve conversación de esta mañana, antes de que Jay despertara.
—¿Ya llegaste?—me pregunta al contestar la videollamada.
—¡No!—río—, acaba de irse Jay.
—No quería insistir, pero quiero saber cuál es ese asunto del que Jay no puede saber...
—Es algo... Delicado, él realmente no debe saber que estoy ahí. Se quedará hasta mañana y regresará en la tarde.
—Faltan tres días para tu cumpleaños, ¿no crees que sea mejor esperar hasta después?—toma un sorbo de una taza.
—No, es importante, más importante que eso.
—Tú también eres importante—me dice.
—Pero esto, lo es aún más...
—Sólo ten cuidado, Meg... Ya tu boleto lo compré.
—Te dije que no era necesario, necesitaba nada más la mitad.
—Quería hacerlo, recibir ayuda de quienes te quieren no está mal—responde con algo de preocupación en su tono—. Y sé que estamos lejos, pero estaré para apoyarte... Ese boleto es mi apoyo, para sea lo que vayas a hacer, mientras no te haga daño a ti.
—Eres una sentimental, ¿te lo han dicho, verdad?—ríe.
Pero sus palabras me conmueven y me ayudan a asimilar que no soy débil por necesitar ayuda, algo con lo que lucha mi orgullo.
—Así me quieres—se sube de hombros—. Te dejo, debo ir a la tortura conocida por universidad, avísame cuando estés en Ciudad Solar.
Mis dedos tiemblan mientras guardo algunas cosas en mi bolso, nerviosa, siento un vacío en el estómago. No sé con qué me encontraré, papá me habló del lugar en donde está, asegura de que ella está en excelentes manos, en un lugar digno y con personal preparado. Papá no mentiría con algo así. Lo que me preocupa es lo que encontraré cuando la vea, si ella siquiera querrá verme. Porque yo deseo verla. Y saber si está bien, comprobarlo por mi misma. Con mi llavero de guitarra, cierro la puerta a llave colgando mi bolso al hombro, pidiéndole a todo lo que conozco que esto no sea un error y, que haya sido la decisión correcta.
Respiro continuamente de camino al aeropuerto, el taxista busca conversación pero no me siento en disposición de responderle por lo atormentadas que están mis emociones, me tuerzo los dedos sobre mis piernas y observo la ciudad hasta que llegamos al aeropuerto, que no está demasiado lleno, pero desearía que sí, para enfocarme en cualquier otra cosa que no sea mis preocupaciones.
Después de una hora, abordamos el avión. Me trae recuerdos de cuando llegué aquí, ese día estaba nerviosa de una forma distinta, aunque siento la misma incertidumbre de no saber qué esperar. Desearía poder adelantar el tiempo en ocasiones como estas, que requieren de una respuesta rápida, para no crearse expectativas, y para crear expectativas soy experta.
Mirando por la ventana del avión, siento la ausencia de Jay.
Jay deseaba ver a su familia. Él sigue con emociones confundidas respecto a Ellen y su presunta boda, surgida casi de la nada. Mucho menos yo sabía al respecto, cuando hablamos me contó sobre Matt y lo feliz que se sentía, fue bueno poder ser parte de su alegría, pero Jay sigue sintiéndose desplazado, aunque me jura que está bien, sé que está afectado por la abrupta decisión de su mamá.
Él desea su felicidad, debe sentir que olvidan a Roy, que Ellen olvida a su esposo. Todos merecemos un nuevo comienzo, un punto de partida cuando estamos perdidos. Ellen merece un punto de partida que cuente una nueva historia, Roy pasó y marcó su vida, y la vida de sus hijos.
Marcó mi vida para bien, incluyéndome en una familia haciéndome saber que no estaba sola. Pero ahora, está Matt que la hará feliz y marcará el rumbo de su nuevo sendero. Jay intenta entenderlo, sé que se esfuerza por no culparla. Aunque su vínculo con Roy es fuerte y quiere protegerlo.
Me concentro en los rayos del sol que se abren paso entre las nubes, pensando en lo que he aprendido desde que llegué, en todo lo que ha pasado. Siento que he vivido años aquí, pero también siento que jamás me adaptaré. Las palabras de Hailee vuelven a mi memoria, es muy parecido a lo que le dije a Jay noches atrás, es irónico, trato de convencerme de que es necesario recibir ayuda de quienes desean ayudar. Lo que viví me orilló a cerrarme de las personas, que es contradictorio, porque era en esos momentos donde más necesitaba que alguien me rescatara.
Me limitaba simplemente a no hablar de ello. Me ahogaba. Y soportaba. Respiraba, y me enfocaba en no dejarme vencer, como ahora, que intento no sentir incomodidad cuando alguien me ofrece ayuda, personas que antes no tenía o conocía, me quieren, Patricia, Tori, Alex, Simon. Papá. Andrea y Sarah. Hasta Heron de alguna forma, ha hecho más llevadera mi estancia siendo la nueva en Bridge. Y eso, egoístamente quizás, me hace feliz, tener esto, un nuevo comienzo. Un punto de partida...
Aunque esté dejando atrás a alguien, mamá se quedó atrás, y siento que hasta que no consiga su amor no podré seguir el sendero.
El resto de las horas del vuelo, las dedico a dormir, no descanso porque mi ansiedad e incertidumbre no me dejan en paz, pero al pisar Ciudad Solar, siento algo de mis energías regresar. Está justo como lo recordaba, y quizás más bonita, desde el aeropuerto puedo ver el distinguido color del cielo, y las calles coloridas, vividas. Cuando paso por Trinidad en taxi, mi corazón reconoce la playa y su olor a arena y sol, no desearía regresar el tiempo atrás, pero quisiera poder ver en tercera persona muchos de los momentos que tuve en esta magnífica ciudad.
Logré en medio de una conversación sacarle el nombre del sanatorio a papá, busqué la dirección por internet y jamás había escuchado de él, pero sí existe y parece ser un bonito lugar. O es lo que aparenta cuando me detengo en frente de su estructura, apretando con los nudillos blancos las correas de mi bolso, conteniendo la respiración. Verde y blanco son lo que representa al Sanatorio Este, Ana Lucía. Donde está mamá desconociendo que estoy a diez pasos de entrar a verla, después de meses.
Dentro, con mis manos temblando de los nervios, detallo lo pacífico del lugar, parece más bien un hotel meticulosamente pulcro y silencioso en el que todos deben usar uniforme blanco o verde, los uniformes claros deben ser de los enfermeros o cuidadores por el gafete que cuelga de su bolsillo superior, y que algunos toman cuidadosamente del brazo a otros pacientes en un paseo. En el mostrador, me recibe una mujer de ojos azules que parece llamarse Jane, sus cejas están unidas mientras atiende una llamada telefónica. Me observa con una ceja alzada y me pide un momento con el dedo.
Aguardo entrelazando mis dedos sobre la madera verde, evitando mirar alrededor temiendo que aparezca mamá. Mi estómago se contrae cuando Jane cuelga la llamada y sonriendo, apoya un bolígrafo en una carpeta de datos.
—Hola—digo, nerviosa.
—Hola, ¿en qué puedo ayudarte?—su voz es firme, y delicada.
—Necesito... Buscar a Miranda Turner.
—¿Visitante?
—¡Sí! Sí, vengo a visitarla.
—Las visitas son los martes, señorita. Los fines de semana los pacientes hacen actividades al aire libre.
Mi mamá haría nada al aire libre.
—Jane, ¿puedo llamarla Jane?—uniendo nuevamente sus cejas en confusión, asiente—. No vivo aquí, vivo en Nuevo Goleudy y acabo de llegar. Soy su hija, necesito verla, no podré venir sino hasta el siguiente mes, ¿no hay nada que pueda hacer?
—Me temo que es muy complicado, no le diría imposible. Tendría que hablar con su psiquiatra o responsable.
—He llamado y me dan la misma respuesta, su psiquiatra jamás está, y mi papá no me deja... No contesta tampoco mis llamadas. Necesito ver a mi mamá, le estoy casi suplicando.
—¿Cómo es su nombre?—me busca en la lista.
—Meg Labrot...
—¿Megan?
—No. Sólo Meg—respondo más brusco de lo que quería.
—Puedo añadirte en una cita para la semana de arriba, ¿te parece bien?
—No puedo quedarme hasta la siguiente semana, ¡hoy mismo debo volver a Nuevo Goleudy!, por favor, díganme que pueden hacer una excepción.
—Me temo que no.
Rastrillo mis uñas por mi cabello apartándome del mostrador. Suspiro, y a paso pesado sin decir las gracias, salgo por donde entré. No puedo irme de aquí sin ver a mamá, ella no salió con los demás puedo estar segura, mi mamá odia el sol, saltar, el sudor, y todo lo que implique actividades al aire libre o sonreír. Aquí debe haber una puerta trasera, algo en donde pueda infiltrarme.
Camino hasta detrás del sanatorio, para encontrarme con una puerta gris que para mi suerte, está abierta. A un lado, hay una línea de arbustos frondosos en donde escondo mi chaqueta y bolso, para moverme con más facilidad adentro. Echando un vistazo detrás de mí, entro una vez más. Camino casualmente sin encontrarme a nadie todavía en un largo pasillo de baldosas blancas que me marean, mi respiración se agita cuando veo a alguien pasar vestido de blanco e instintivamente, me escondo detrás de una pared que conduce a otro pasillo. Esto puede tardar un rato.
Hasta que logro ver que, el hombre del que me escondo lleva uniformes verdes a algo que parece ser una lavandería. Cuando sale, corro dentro para arrancar de sobre una secadora un uniforme verde que termina por quedarme gigante, pero hará más sencillo mi recorrido. Tengo que sujetar fuerte mi pantalón para que no baje de mi cintura, pero ahora puedo caminar con mediana tranquilidad.
Tengo que buscar en donde se hospedan los rehabilitados, que preguntando a otro vestido igual a mi secretamente, me indica que está en el segundo piso a la izquierda. Agradeciendo por primera vez una ayuda en este lugar, me dirijo a las escaleras y ahí me encuentro a un enfermero que me detiene, mi corazón se paraliza un instante.
—¿A dónde vas?
—¿A... Visitar a una amiga?
—¿No se supone que deberías estar en la charla?
—¿Charla? No, qué aburrida la charla—sonrío nerviosa—. Mi amiga y yo quedamos para esta tarde, me está esperando.
—¡Aburrida!—se pone las manos en su ancha cadera, sonriendo. Podría caerme bien si no estuviese en una situación tan caótica—. Bien, esta vez se los dejaré pasar porque bueno, no obligamos a nadie a asistir, pero a la próxima deben de ir, ¿está bien?
—¡Sí! Absolutamente, la próxima vez iré con mi amiga.
Echándole un vistazo a su carpeta baja a galope las escaleras, dejándome suspirar para aliviar la tensión. Corro cuando llego al segundo piso en temor que me descubran, buscando en las habitaciones, baños y sala de estar, pero no hay nadie. ¿Pude haberme equivocado? ¿Quizás sí fue? Y tenía que ser en este momento, cuando necesito verla, ¿y si ella no está aquí?, repaso las habitaciones de nuevo.
Pero ella no está ahí. Sino, doblando en una esquina después de la sala de estar, en donde hay una gran ventana que ocupa toda la pared y da vista a los árboles del sanatorio. Me detengo con una mano en la pared para sostenerme, respirando profundamente deseando que me vea, que no me vea, quedarme aquí cerca y lejos de ella, sabiendo que ella todavía existe, pero está fuera de mi alcance.
Mamá siempre fue delgada y alta, ahora su espalda está ligeramente encorvada y sus brazos son más delgados, como si su piel quisiera adherirse a sus huesos, su cabello siempre largo como el mío, negro, hasta las caderas está opaco y con puntas abiertas, lacio de forma descuidada, aceitoso. Su nariz y barbilla se mantienen alzadas orgullosas, es lo único que puedo reconocer de Miranda Turner, la altivez y distinguida mirada encima de los hombros que me da cuando voltea su vista a la mía.
Hace un gesto de confusión asqueada, se regresa dos pasos atrás mientras me acerco a ella temerosa, como si una oveja se acercara a un león, pero no sé cuál podría ser cada quien. Sus ojos miel los cubre la sombra de sus cejas unidas, en esa expresión que me degradaba y hacia caer. Ahora, aunque con mis manos temblorosas, me mantengo firme frente a ella, mientras mamá me observa sin decir o hacer nada, sólo ahí, a la espera o al acecho.
—¿Qué estás haciendo aquí?—empieza.
—Vine a verte.
—¿Por qué estás vestida así?
—Porque vine a verte.
Espera unos segundos, sin relajar su cuerpo o severa expresión.
—¿Y para qué viniste? ¿No deberías estar en Goleudy?—se cruza de brazos, hay algo de reproche en sus palabras.
—Papá me contó lo que pasó. Debía venir.
—Claro que no.
—Sí tenía qué. Eres mi mamá.
Bufa con una sonrisa irónica.
—Me abandonaste aquí, tú y tu papá. Eric. Ese hombre me obligó a estar aquí.
—Es mejor eso a que mueras asfixiada en tu propio vómito, ¿así quieres morir? ¿Quién abandona a quién?
—¿Viniste a qué? ¿A echarme en cara lo dura que fue tu infancia? No me hables de vidas duras, tú no sabes nada.
—Vine a saber si estabas bien, si estabas viva si quiera—digo casi de inmediato, con mi corazón agitado y el aire entrando a mis pulmones con ardor—. ¿Por qué siempre tienes que ser tan cruel conmigo?
—Voy a llamar a los enfermeros.
—¿Qué? ¡No!—la alcanzo del brazo, pero se aparta de mi tacto con asco. Y eso, quiebra en mi lo que ya estaba roto—. ¿Por qué eres tan cruel conmigo?
—¿A qué viniste? ¿A tratarme como basura?
—No estaría aquí, quiero saber si estás bien, necesitaba decirte que... Puedes contar conmigo para...
—¿Contar contigo? Claro. En tu nueva y magnífica vida en la ciudad. Eric ya vino a contarme, vives tu vida soñada.
—¿Hablaste con papá y lo trataste como a mi?—me cruzo de brazos—. ¿O lo trataste peor?
Nada más siento mi cara voltearse con brusquedad cuando su mano me cachetea. Mi pecho se hunde y regreso a verla sintiendo mis ojos humedecerse, no hay arrepentimiento, ni dolor. No hay ninguna emoción, ni siquiera ira. Mamá es tan fría como un témpano, no puedo leer nada en su mirada, a parte de exclusiva neutralidad que hiere más que su mano en mi piel.
—¿Por qué tienes que golpearme?—me siento entrar en ira—. ¿Por qué siempre tienes que tratarme de esta forma? ¡Vine desde allá para verte!
—Yo no te lo pedí.
Me inclino un paso hacia atrás, inhibiendo mi expresión que resulta un fracaso. De uno de mis ojos corre una lágrima, no tengo fuerzas para quitarla. Mamá se mantiene recta y firme, tensa. Sólo la siento más lejos de mi, a pesar de que está a un abrazo. A una caricia. Pero como siempre, mis expectativas me resultan decepcionantes. Mamá está lejos de mi, y yo estoy lejos de ella, como siempre ha sido, y como siempre será.
—Quiero que te vayas, no quiero volver a verte aquí—dice—. Dile a Eric que quiero salir de este lugar, yo no soy nadie para ustedes desde que me abandonaron aquí.
—Nosotros no te abandonamos—me sale un hilo de voz, trago un doloroso nudo en mi garganta—. Papá y yo queremos que estés bien, no quiero que mueras... No quiero que tú te mueras, mamá.
Mis lágrimas se hacen camino por mi rostro, pero ella sigue sin demostrarme ninguna emoción. Ni rabia, ni dolor, ni alivio. Me observa con la barbilla elevada, como me mira desde que puedo recordar, no hay amor en sus ojos, mucho menos orgullo. Intentaba identificar qué era lo que se reflejaba y era rechazo, ahora incluso puedo agregar asco.
—A mi no me importa lo que tú quieras de mi. Tú arruinaste mi vida, por tu culpa yo estoy aquí. Y eso nunca te lo voy a perdonar.
—¿Por qué me odias tanto? Me he esforzado en hacerte feliz, pero tú nada más...—no le encuentro sentido a mis palabras, no puedo procesar lo que pienso por el aire que me falta.
—¡¿Qué no entiendes?!—me empuja—. ¡Vete de aquí! ¡Lárgate! Regresa a Goleudy y no vuelvas, jamás quiero volver a verte, ni a ti, ni a ese hombre. Yo no te quiero escuchar, ni ver, ni saber lo que deseas. ¡Yo no te quiero! ¿Por qué te cuesta tanto entender algo tan simple? ¿Eres estúpida?
—Pero, yo vine aquí... Por favor, mamá. Por favor—cubro mis labios con mi mano, conteniendo mis náuseas, buscando aire en medio de mis lágrimas incontrolables—. Por favor...
—¡Que no!—grita, se acerca con un puño cerrado, ladeando mi cabeza forzando su agarre en mi cabello, golpea mis brazos con los que intento cubrir mi rostro pero logra alcanzar uno de mis pómulos y patearme antes de que un enfermo la alcance desde los brazos y la aparte de mi—. ¡Que no! ¡Suéltenme! ¡Suéltenme!
Patalea con las piernas al aire, mientras otro cuidador ayuda a llevársela. Un enfermero me pone una mano en el hombro, pero no puedo escuchar lo que me dice. Me quedo estática sintiendo mi pómulo arder, viendo cómo la separan de mi, escuchando sus gritos histéricos.
—Tienes que irte—me dice el hombre detrás de mí—. Ahora. No tenías autorización para entrar aquí.
Mi expresión se contorsiona cuando me regreso a verlo.
—He llamado toda esta semana preguntando por su estado y nadie me dio respuesta—respondo entre dientes—. ¡Ella está así por su culpa! ¡Si yo... Si yo!
—Vete. No me hagas llamar a seguridad. La próxima vez llama a oficinas y que te den una cita, de mi parte no vas a obtener nada. Iba muy bien en sus terapias y tú...—su maldito psiquiatra.
—Usted es un idiota. ¡Nunca respondió mis malditas llamadas!
—Voy a llamar a seguridad si no te retiras en este instante—apretando mis puños hasta clavar mis uñas en la palmas de mis manos, lo empujo antes de salir corriendo.
Bajo los escalones a mirada de los que escucharon el alboroto, corriendo lo más rápido que puedo por los pasillos fríos de este infierno blanco. Sin recordar cómo respirar, sin poder escapar de los fantasmas y emociones que me siguen persiguiendo, los años no han sido lo suficientes para espantarlos.
Empujo la puerta gris cayendo al suelo sobre mis rodillas, sintiendo como se rasga la tela y raspa mis manos, vomito. La bilis quema mi garganta y aspiro aire en medio de mis lágrimas. No me tranquilizo hasta que me doy cuenta de que estoy sobre mi propio vómito abrazando mis rodillas con las palmas ensangrentadas por el pavimento.
Escucho desde los arbustos sonar mi timbre de llamada, sobre mis rodillas y una de mis manos lastimadas, afinco mi peso para arrastrar el bolso hasta mi para sacar con rapidez el celular, diciéndome por contestarle o no a Jay.
—Hola, nena—dice.
—Hola—respondo después de unos segundos.
—¿Estás bien? ¿Estás... Llorando?—pregunta alarmado.
—No, estoy bien, sólo que estuve limpiando y el polvo...
—Meg, ¿estás bien? ¿Qué pasa?—aprieto mi collar en mis dedos, conteniéndome de decirle, conteniéndome de lanzarme a llorar.
—Estoy bien, es... El polvo, yo estoy bien.
—¿Segura?, estuve llamando hace unas horas cuando llegué.
—No vi el celular.
Se toma una pausa, casi puedo ver sus cejas unidas.
—¿Ya estás en casa?—le pregunto.
—Sí, preguntaron por ti.
—¿Cómo está Aaron?
—Está mejor, dice que te extraña...—una sonrisa débil se cruza por mi rostro.
—Y yo a él...
—¿Meg?
—¿Sí?...
—Te quiero...
Mi corazón palpita a la fuerza de sus palabras, uno los labios cerrando los ojos. Jay cree que estoy en Goleudy. Jay no sabe que estoy aquí sentada junto a mi vomito y mis expectativas rotas.
—Yo también te quiero. Debo colgar, seguiré limpiando.
—Descansa, Meg. Lo haremos cuando llegue, recuerda comer.
—Sí, Jay. Te quiero.
Cuelgo antes de que pueda responderme.
Siento mi cabeza palpitar, pero tengo que llegar al aeropuerto. Mi vuelo sale a las cinco y el cielo está dorado anunciando cercano el atardecer. No tengo fuerzas para levantarme, me siento muy parecido a cuando iba a desmayarme, pero mi malestar es más bien emocional.
Me ayudo de la pared para arrancarme el asqueroso uniforme verde y lanzarlo al lado de lo que fue mi desayuno, colocándome la chaqueta sintiendo mi rostro hinchado y mi pómulo palpitar, camino decidida a llegar a mi casa. En Goleudy. Donde voy a poder llorar con tranquilidad. Mientras, evito a toda costa mi lagrimeo enfocándome en nada, porque mi mente está en blanco.
.
.
.
—¡¿Cómo que está suspendido el vuelo?!
—Hay alerta de tormenta esta noche—dice la mujer detrás del computador—. Los vuelos de hoy saldrán para mañana al medio día.
—¿Qué no lo entiende? ¡Tengo que llegar hoy a Nuevo Goleudy!
—Señorita, le pediré que se calme. Esté aquí mañana a las doce y podrá regresar. Hoy no saldrán más vuelos.
—No puede hacerme esto, ¿no hay alguna forma de...
—Todos están suspendidos—me observa aburrida—. Regrese mañana—abre sus ojos alzando sus cejas en advertencia—, y podrá regresar a Goleudy. Feliz noche. ¿Siguiente?
Camino hacia la salida del aeropuerto suspirando, cambiando de dirección mi cabello respiro por la boca suprimiendo mi necesidad de hiperventilar, aunque no me funciona. No sé qué más me puede salir mal hoy.
Mis brazos empiezan a picarme y el aire falta, pero me detengo. Tengo que detenerme, calmarme y buscar una solución. No puedo pasar la noche aquí. Mi teléfono sólo tiene un quince por ciento de carga, así que tengo aproximadamente diez minutos para resolver qué hacer.
Hailee no está en Goleudy. No puedo pedirle a sus padres pasar ahí la noche, sería extraño e incómodo. Jay no es en absoluto una opción. Incluso considero a Lisa Audrey cuando veo su nombre en la agenda de contactos, pero sacudo la cabeza reaccionando. La lista se detiene en la letra pe. Papá. Mis dedos dudan, pero sólo tengo cinco minutos. Él tampoco sabe que estoy aquí. Pero no tengo más opciones, aquí no.
Llamo a papá pidiéndole que venga por mi.
Sentada abrazando mis piernas sobre la acera, espero por él. Han pasado aproximadamente dos horas y no tengo forma de saber si es así porque mi teléfono murió después de llamarlo. Cada vez hace más frío aunque no es demasiado tarde, pero las nubes del cielo indican que lloverá y no será agradable. Después de todo, no era prudente viajar hoy. Sin embargo, lo hubiese preferido si así no tendría que haber visto a papá con una expresión neutral mirando al frente cuando el auto se detiene junto a mi.
Echándome el bolso a los hombros, camino encorvada y derrotada hasta subirme al auto. Arranca de inmediato, sin decir una palabra. La noche está oscura, empieza a lloviznar, las gruesas gotas caen sobre el vidrio nublando nuestra visión y los truenos piden ser escuchados en el cielo, como si estuviesen sobre nosotros.
Ciudad Solar luce como lo más deprimente en este momento, todo se ve opaco, sin luz y sin calor. No hay música, ni personas en la playa. Trinidad nos muestra la playa vacía, con sus olas meciéndose amenazadoras, anunciando ferocidad.
Papá estaciona su auto en el estacionamiento subterráneo del edificio, espero por él en la puerta del ascensor cuando me adelanto y escapo de la oscuridad y los autos después de bajar, el encargado sigue siendo el que me prestó una gruesa chaqueta esa noche que esperé por mi papá hasta altas horas de la noche, me saluda con una sonrisa pero le regalo un asentimiento.
Papá no me mira ni habla mientras subimos en el ascensor. De reojo, veo mi reflejo. Mi cabello está algo enmarañado, mi nariz enrojecida junto con la parte de abajo de mi ojos, demostrando un semblante deprimente, y lo peor es mi pómulo, que ya morado, conserva una delgada línea de sangre seca.
Todo en su departamento sigue igual, papá enciende las luces al entrar mientras los vidrios son empapados por la lluvia y los truenos se hacen presente una vez más con relámpagos.
—¿Por qué fuiste?—regreso mi atención a papá después de unos pasos hacia la habitación en donde dormía.
—Necesitaba verla.
—No tenías permitido ir. No tenías porqué ir.
—¿Qué? ¡Claro que tenía qué! ¿Y cómo que no tenía permitido ir? ¡Nunca respondiste mis mensajes del tema!
—¡Pensé que estaba claro, Meg! Yo no quería que la vieras.
—¡Ella es mi mamá!
—¡Y yo tu papá! ¡Debo decidir qué es lo mejor para ti!—grita, mi respiración sube y baja con ardor.
—¿Desde cuándo decides eso?—veo su mirada dolida. Quiero arrepentirme de mis palabras, pero no puedo—. Por nuestra culpa ella está ahí.
—Claro que no, Meg. Ella está ahí por sus decisiones.
—Está ahí por mi culpa. ¡Por mi culpa! Si yo no hubiese existido... Si yo. Si yo...
Mis lágrimas una vez más se hacen camino por mi rostro, las odio. Las odio tanto como me odio a mi misma. Papá se acerca a mi, y con delicadeza, me cubre con sus brazos en un abrazo, otorgándome soporte. Sus manos hacen caricias en mi espalda y cabello mientras me aferro a su camisa derramando mis lágrimas, lágrimas que no puedo detener o contener más.
—No es tu culpa, hija... Nada de esto es tu culpa. Por favor, no te odies. No te odies, Meg... Te amo. Yo quiero que estés bien. Amo a tu madre. Pero tú eres mi vida entera... Esto no es tu culpa.
—Sí es mi culpa—digo en medio de llanto. Papá me sostiene en su pecho.
—No digas eso. Eres mi bebé, mi hija, no quiero verte así, por favor...
Sostiene mi rostro entre sus manos, en sus ojos también hay lágrimas pero estas son silenciosas.
—Tú no tienes la culpa, ¿me entiendes?—me dice sin apartar su mirada de la mía—. Jamás. No quería que la vieras por esto, no quería prohibirte ver a tu mamá, pero sabía que te haría daño. Prefiero que me odies a mi a que te haga daño.
—¿Por qué nos odia? ¿Por qué se quedó si nos odia?
Niega con la cabeza, sin saber qué decir. Puedo leer en sus ojos la misma confusión que yo siento. El mismo dolor que yo siento. En los mismos ojos que yo tengo. Papá me abraza, y calmando mis lágrimas lo rodeo con fuerza.
Deseo quedarme en este abrazo, en este momento en que me siento pequeña, como su hija pequeña. Papá es mi familia, todavía lo tengo a él. Él tan introvertido, reservado y quizás, extraño. Pero aquí está sosteniéndome entre sus brazos con amor.
Después de eso, siento de la noche más ligera, más llevadera. Pensando en que podría ser peor.
Mis emociones siguen destrozadas, mi rostro hinchado y mi pómulo ahora cubierto con una bandita. Mis manos tiemblan y la mirada salvaje de mamá antes de golpearme es en lo único que puedo pensar. Papá me hace comida que devoro luego de una larga ducha, repito hasta una tercera vez, pero termino vomitándolo más tarde en la madrugada. Papá está ahí. Recogiendo mi cabello lejos de mis rostro y haciendo círculos en mi espalda.
Él me hace un té y me lleva hasta la cama, me cubre con una sábana y me canta... Hasta quedarme dormida. Papá me canta. Y su voz es algo que creo que nunca podré olvidar. Algo que atesoraré en lo más profundo de mi. Sueño con mamá. Dos de esos sueños son pesadillas de ella pudriéndose en el sanatorio, pero el último es con sus ojos que miran con orgullo, cuando me despierto, todavía de madrugada después de ese sueño, no logro diferenciar entre lo que es real y lo que no, hasta que tropiezo la herida de mi piel cercana a mi ojo.
A la mañana siguiente, con terribles ojeras y más cansada que nunca, me dispongo a desayunar con papá en un cómodo silencio. Me sirve cereales, panqueques y sandwiches de jamón que alguna vez le mencioné que me gustaban acompañado de jugo de naranja. Me esfuerzo en comer un poco de todo, porque viendo mi reflejo al despertar noté que mis pantalones se deslizan en mi cadera y mis pechos se ven más pequeños, y era uno de los pocos atributos que consideraba bonitos de mi. Patricia tenía razón. No era un cumplido.
Papá me promete llegar a mediodía para llevarme al aeropuerto, diciéndome que tiene una cirugía sencilla. Pero papá es como yo, y sé que lo sencillo para él es algo de gravedad, pero sonrío a medias haciéndole saber que está bien y que lo esperaré. Me ducho, como un poco más de lo que quedó en el desayuno y me quedo en la cama otro rato. Hasta que recuerdo que debo llegar a Goleudy antes de que Jay lo haga.
Levantándome sobresaltada, busco mi teléfono en mi bolso pero lo termino por encontrar entre las sábanas de mi cama, tengo dos llamadas perdidas de Hailee y una de Jay. A quien llamo y suplico porque responda, y porque por alguna misteriosa razón su vuelo no se haya adelantado.
—¡Jay!—me contengo después de gritar—. ¡Hola!
—¿Hola?—ríe tras la línea—. ¿Emocionada por mi regreso?
—Sí, absolutamente—respondo mordiendo mis uñas—. Claro que sí estoy feliz, ¿estás bien?, ¿y Aaron?, ¿a qué hora vuelves?
—Estoy bien, Aaron también está bien, y debería estar en el aeropuerto antes de las dos. ¿Por qué?
—No, por nada. Quería saber.
—¿Estás bien? Te escuchas alterada.
—Absolutamente.
—¿Te das cuenta de que cuando estás alterada dices cosas como absolutamente?
—¿Qué? Por supuesto que no—ríe.
—Estaré en Goleudy hoy para saber qué escondes. Te quiero, nena.
—¿Por qué nena?
—No lo sé, ¿no te gusta?
—Absol... Sí, claro que sí me gusta—escucho su risa burlona—. Te llamaré antes de que salgas.
Corto la llamada, pero veo de nuevo su número entrando.
—¿Qué sucede?—pregunto.
—No me dijiste que me querías.
Río.
—¿Me llamaste de verdad para decirme eso?
—Sigo esperando.
—Te quiero, Jay.
—Eso no suena nada convincente, ¿podrías repetirlo?—dice demandante.
—¿Quieres escucharlo de nuevo o es porque de verdad no suena convincente?
—Por las dos.
—Te quiero—repito teniendo mi collar entre mis dedos.
Corto la llamada, para después recibir un mensaje de él diciendo lo mismo tras un guiño. Me siento en la cama con mi bolso a un lado, suspiro. ¿Cómo le explicaré mi pómulo? ¿O cómo le diré sobre mis sospechosas ojeras que se supone habían desaparecido? No quiero involucrar a Jay en esto.
Estoy extenuada, agobiada por todo lo que sucedió ayer. Y por todo lo que puede suceder. ¿Qué haré ahora? ¿Cómo continuar si apenas ayer dije que no podía sin el amor de mi mamá?, cambiar eso es imposible, cambiar su odio por mi es algo que ya intenté y con todo mi esfuerzo, desde que puedo recordar rogué a todo lo que conocía por su amor, pero no llegó. Ni llegará.
Debo volver a Goleudy. Olvidar que esto pasó. Aunque dudo poder. Mis náuseas regresan de recordar su rostro inexpresivo y de pronto, agresivo. Su mano empuñando mi cabello y de pronto, un golpe que no pude sentir hasta que salí de ahí, porque era peor lo que pasaba dentro mi. Me contengo. No quiero volver a llorar, no quiero vomitar.
Me enfoco en recordar las palabras de papá, palabras que nunca esperé recibir. Y cuando llega para buscarme, no puedo evitar voltear a verlo y sonreír. Hay algo distinto entre nosotros, poco a poco siento recuperar eso que se había perdido hace tantos años, nuestra confianza.
—¿Por qué esa mirada?—me pregunta mientras conduce.
—Nada. Es sólo que... Te quiero.
Sus ojos negros se embargan de dulzura, y su sonrisa aunque algo nostálgica, se hace presente.
—Yo también. ¿Qué tal Goleudy?
—Complicado. Pero me gusta estar allá.
—¿Y tus clases?
—Me encantan, pero no les quita lo complicadas. No sabía que sería tan... No lo sé, duras.
—Una amiga de tu madre es Maestra allá, ¿te da clases?
—Sí—culpa, me siento culpable—. Ella, creo que me ayudó a entrar...
—Pero, eso es bueno. ¿O no?—dice antes de subir por Trinidad.
—No lo sé, creo que no. Quería entrar por mi misma.
—Entraste por ti misma. Si no tuvieses talento, no te recomendarían.
—Sí, pero no puedo evitar sentir que hice trampa.
—¿Te digo un secreto?—asiento—. Sofia se contactó conmigo.
—¿Qué? ¿De verdad?
—Me pidió que te dejase ir. Yo estaba decidido, pero no quería más problemas con Miranda. Ella y Sofia eran buenas amigas cuando éramos jóvenes, así que la conocía. Después de escucharte en la audición, me dijo que le recordabas mucho así misma.
—¿Eso pasó?
—Sí. Ella quería que tú estuvieras ahí porque cree que tienes un futuro brillante. Y yo también creo eso. No puedes sentirte mal porque alguien crea que tienes un gran futuro y desee ayudar.
—¿Crees que sí tengo futuro con esto?
—¿Tú no?—observo momentáneamente por la ventana la playa, pensando en lo que diré.
—Es difícil triunfar.
—Ya tú triunfaste.
Papá deja un beso en mi frente antes de bajar, me pide que le llame al llegar de Goleudy y promete que nos veremos pronto. El aeropuerto está algo concurrido por los vuelos suspendidos de anoche, y sí fue una gran tormenta después de todo. No sólo mis pesadillas me despertaron, también los truenos y rayos que iluminaban con prepotencia la ciudad. Ahora, el cielo está claro, justo como es siempre Ciudad Solar. Representa bien mi estadía aquí, no me siento resplandeciente como el cielo de hoy, pero sí llego a palpar algo de esperanza.
Me coloco lentes oscuros para ocultar mis ojos brotados y ojeras de la noche anterior, debo esperar al menos una hora antes de abordar. Pero ya estoy aquí, cerca de casa y a horas de Jay, que es lo que me mantiene despierta mientras estoy sentada en los fríos asientos de metal frente a las pantallas que indican los vuelos de salida.
Le envío un texto a Jay cuando me quedan quince minutos para subir al avión. Mi teléfono suena y es él quien me llama, pero debo ponerlo junto con mis otras cosas en el escáner para pasar por el arco de seguridad. De reojo, creo ver a alguien observándome, con rapidez creo distinguir quién es.
Caminando apresurada en fila para abordar, Jay inclina su cuerpo siguiendo mi reflejo mientras mantengo mi vista a un lado evitando su expresión confundida. Hasta que nos detenemos para que verifiquen nuestros boletos y quedamos frente a frente con un vidrio de separación, la fila empieza a andar con lentitud.
Jay une sus cejas y niega con la cabeza, intentando comprender qué hago aquí. Se señala el pómulo preguntando, y yo me subo de hombros. Él tenía que estar aquí a las dos, con una hora de antelación. Yo tenía que estar aquí a las doce, para abordar a la una. Me siento tan estúpida, y sólo quiero que esta fila ande más rápido para apartarme de su mirada confundida.
Su mano se apoya en el vidrio para observarme, con la fila avanzando hasta que soy la última. Me despido de él con una mirada, sabiendo que nos encontraremos en unas horas. Y serán quizás las más largas de todas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro