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45. Jay

Apoyando los codos en mis rodillas, me paso un mano por el cuello y mandíbula en medio de un suspiro aliviado, también agotado. Mi cuerpo se siente entumecido, mi cabeza palpita con dolor.

La habitación huele a cloro, nos cubre una cortina azul, tan delgada que veo a las enfermeras y camillas pasar. Nos divide del resto de pacientes con un caso no demasiado grave, como el de Meg, quien descansa en la camilla todavía sin abrir sus ojos, algo pálida.

Reaccioné de inmediato, llamé a Patricia. No estaba de turno, pero avisó que nos recibiría un doctor amigo suyo. Ella estaría aquí pronto. Y así fue. Se pasea en la sala de espera hablando con Eric, quien según palabras de Patricia, entró en pánico y tomó un vuelo directo a Nuevo Goleudy.

Todo pasó tan rápido. Meg se desvaneció y casi no logro alcanzarla si no se hubiese aferrado a mi brazo, subimos a un taxi, prácticamente gritándole la dirección que Patricia envió del hospital, Sarah corrió para buscar una enfermera y salió con una camilla. Me dijo que tuvo que mentir diciendo que Meg estaba sangrando, para que pudiesen llegar entre la congestión del hospital.

Froto mis ojos y mi barbilla, observando a Meg sobre la camilla. Respira profundamente, y abre sus ojos. Confundida, mira a su alrededor e intenta levantarse, pero me inclino hacia ella desde la silla.

—Ey, no. Acuéstate—regresa a la camilla, con sus manos sobre su abdomen. Recupera ligeramente su color—. ¿Cómo te sientes?

—¿Qué pasó?

—Te desmayaste. Patricia cree que pudo ser hipoglucemia.

—¿Una qué?

Río.

—Descansa. Lo necesitas.

Patricia aparta la cortina un poco más fuerte de lo debido, con el teléfono en mano. Sonríe suavizando su gesto, toca el rostro de Meg con ambas manos.

—Tu padre vendrá, ¿estás bien? ¿Cómo te sientes, cariño?—habla con rapidez.

—Bien, estoy bien.

—Iré a buscar al doctor.

Cuando Patricia sale, Meg se regresa a mi dirección con una expresión divertida y aturdida.

—Creo que olvidó que ella es doctora—acompaño su risa.

—Nos asustaste a todos—envuelvo una de sus manos con la mía, dejo un beso suave, pero firme, en sus nudillos—. ¿Por qué no me dijiste que no te sentías bien?

—No le tomé importancia. No me sentía mal, sólo eran... Mareos, y de repente, veía puntos por todos lados.

La miro con una ceja arqueada.

—Meg...—empiezo.

—Lo sé, si era grave, ahora sé que era algo grave, estoy aquí.

—La única forma en la que pude traerte, fue desmayada—ríe, dándome la razón.

El doctor García entra con una carpeta y su bata blanca, aparenta ser de la edad de Patricia, con una barba bien recortada y cabello castaño. Mira a Meg con una sonrisa, caminando hasta ella con un andar de rodillas sueltas.

—Bien, Meg Labrot...—inicia, Meg se sienta sobre la cama—, hipoglucemia, esguince de primer grado.

—Te dije que era hipoglucemia—me codea Patricia susurrando victoriosa, pero después se recompone rápidamente.

—¿Cuándo fue la última vez que comiste?—le pregunta.

—Ayer en la noche, una hamburguesa.

—¿Y antes de eso?

Se toma un momento para pensar.

—¿Café?... No lo sé. Creo que, nada más.

—¿Haz hecho ejercicio intenso recientemente?—no responde, pero me mira de reojo, inconscientemente, hago lo mismo, veo su rostro enrojecer. El doctor, con el bolígrafo sobre el papel, rebota su mirada de Meg a mi—. Ya entiendo...

Patricia clava su vista en Meg, abriendo sus ojos y apretando sus manos delante de sí. Aunque puedo ver que reprime una risa en los extremos de sus labios.

—¿Desde cuándo sientes mareos? ¿Dolor de cabeza? ¿Hormigueos, desvanecimientos?

—Desde hace un tiempo.

—¿Desde cuando no comes tres veces al día?

—No lo sé. He tenido muy poco tiempo para comer.

El doctor García termina sus anotaciones y guarda su bolígrafo en el bolsillo de su bata. Se balancea en la punta de sus pies, advirtiendo a Meg con su postura.

—Meg, necesitas un descanso. Debes comer y descansar. Tus niveles de azúcar bajaron y tu cuerpo reaccionó. Además de que debes cuidar de ese esguince. No es bueno que trabajes así, Jay me comentó que eres camarera.

—Sí, pero trabajo por día y yo...

—Necesitas descansar, o puede volverse algo grave.

—Meg, debes tomarte unos días. Estás más delgada desde la última vez que te vi. Y no es un cumplido. Bajar de peso por estrés no es saludable, puedes enfermarte—le advierte Patricia. 

—Te haremos algunos exámenes de sangre, para asegurarnos que estés bien antes de irte. Te daremos algunos desinflamantes para que lleves a casa, y quizás, una charla sobre el embarazo no deseado...

Meg enrojece, y yo me escondo en la silla, evitando su mirada con una mano sobre mi frente.

El doctor García sale con Patricia tras él, creo ver algo de burla en su expresión.

Meg me mira con los labios apretados, conteniendo la risa todavía con su rostro enrojecido de la vergüenza. Mi mano rasca mi frente, humillado, pero reímos.

—Jamás dejes que vuelva a desmayarme...—me pide— Es lo más incómodo que he tenido que vivir en mi vida.

—Deberías estar acostumbrada, siempre estás en situaciones parecidas...

Abre sus boca ofendida, dejando salir el aire.

—¿No tienes respeto de mi estado? Tengo un esguince, Jay. Y una hipopotamocemia.

—Hipoglucemia.

—Lo que sea—me río, beso una vez más los nudillos de su mano.

—Tienes que descansar.

.
.

En los resultados de sus exámenes, no hay nada preocupante. Así que la envían a casa. Sarah y Andrea, que esperaron a que despertase, prometieron venir a visitarla y de buscar una buena excusa para Timotie's. Patricia nos lleva a nuestro hogar en su auto, diciéndonos que Eric debe estar cerca. No dice nada de lo incómodos que fueron los comentarios del doctor, pero creo que sería aún más incómodo nombrar algo al respecto.

Aviso a mamá sobre lo que pasó, me pide que comamos mejor y que si necesitamos dinero, que le envíe un mensaje, pero no puedo hacer eso. Le aseguro que tengo suficiente, que es verdadero, pero mis lentes una vez más, tendrán que esperar.

No le dije nada a Meg, tampoco a mamá, pero la última renta del alquiler la pagué yo. No quería que mamá tuviese ese gasto, y Meg tiene que pagar parte de la universidad cada mes, y para no sentir que se aprovecha de su padre, añade algo de su dinero. No contó con una beca como la mía, que me permite administrar mejor mis gastos. Hacerlo no fue una carga para mi, pero he estado postergando mi visita al oftalmólogo demasiadas veces.

Patricia insiste en pasar a nuestro hogar para hacernos algo de comer. El departamento está limpio, por supuesto, pero en la cocina hay un huevo frito que ni siquiera está cocido en una sartén . Además de que nuestras habitaciones están hechas un desastre, por lo menos la mía, en donde pasamos la noche. Y la mañana.

—No puedo creer que vivan a base de sándwiches y sopas instantáneas. No entiendo cómo no se han muerto.

—Los fines de semana cocinamos o compramos algo más preparado—le digo.

—¿Cómo qué? ¿Pizza o hamburguesas?—se burla divertida, botando el huevo a la basura y calentado agua en un olla.

—Bueno, es algo más preparado que un sándwich—le responde Meg.

Luego de llenar una bolsa con hielo, la llevo a mi habitación y la pongo sobre su pie, cubriendo su tobillo. Se queja del frío, pero se acostumbra luego de unos minutos. Ordeno algo de nuestro desastre de esta mañana, doblando nuestra ropa y sábanas en el suelo y escondiendo los zapatos que Meg siempre deja desordenados, debajo de la cama.

—Jay el Organizado regresó—dice Meg, sacándome una risa.

—Jamás se ha ido. Si dependiera de ti, nuestro departamento ya lo hubiesen televisado como un caso de desorden extremo... O algo por el estilo—digo terminando de estirar la esquina de la sabana que cubre la cama.

—No es gracioso.

—Claro que lo es.

—¡No lo es! No soy tan desordenada.

Antes de sentarme junto a ella, quitándome los zapatos, le dejo un beso rápido en los labios.

—Lo eres.

Se acerca a mi rostro, acariciando con su nariz mi mejilla antes de besarme suavemente, deslizando su pulgar en mi mandíbula. Disfruto de su cercanía un poco más, permitiéndome ser egoísta para sentir sus labios sobre los míos durante estos minutos de paz, antes de que empiece la tormenta.

Con cuidado, tomo su muñeca para apartarme dolorosamente de sus labios. Me observa con confusión un instante.

—Meg. Tenemos que hablarlo.

Aparta su vista mirando al frente, dejando caer sus manos en sus piernas. Se encorva, muerde el interior de su mejilla. Meg tiene una forma de expresar el enojo y esta, silenciosamente.

—Meg, necesito que me mires...—no lo hace— Por favor.

—¿Por qué hablarlo, Jay?—me responde con sus cejas unidas, una sombra ronda en su rostro.

—¿Qué?

Me enderezo, inclino mi cabeza desconcertado. Busco encontrarme con sus ojos, pero me aparta y crea de nuevo ese muro de hielo entre nosotros, que se eleva más allá de lo que puedo alcanzar. 

—¿Por qué hablarlo?—repite—. Las cosas iban bien.

—¿Iban bien? Meg, no hemos dejado de discutir. Porque hayamos tenido sexo no significa que las cosas estén bien.

—No recuerdo haberte escuchado decirme que no.

—Sí, pero... Meg, eso no arregla lo que está pasando.

—¿Y qué está pasando, exactamente? ¿Ahora debo hablarlo cuando tú quieres?—su voz se endurece.

—No estoy peleando contigo, tampoco estoy obligándote...—sus ojos se cruzan con los míos— Pero ya es tiempo de enfrentarlo. 

—Si quieres que te diga lo que siento por ti, bien. Lo haré, ¿es lo que quieres?

—Eso ha quedado claro. Necesito saber qué haremos ahora, qué haremos después.

—¿Qué haremos después?—empieza a alterarse, toma distancia desde su posición— ¿A qué te refieres con eso, Jay? ¿Casarnos, o algo parecido?

El sarcasmo en su voz es claro, no intenta ocultarlo. Su ceja cínica se levanta cuando ve que no respondo. Fijo mi atención en ella, claro que no pretendía eso, no pretendía que pensáramos en un futuro tan lejano, somos tan jóvenes y con tanto que vivir. Con tantas cosas que aprender.

Pero la quiero a ella. Con todo lo que conlleva.

—Meg, sabes que no...—su gesto se relaja, pero mantiene su guardia arriba.

Quiero a Meg. Así eso signifique tener que seguirla.

Meg es mi amiga. Antes, ahora y después. Aunque eso incluya un después inexistente, y es lo que me aterra, Meg se quedará dentro de mi, pero... ¿Y si no hay después? ¿Si esto es todo de nosotros, de nuestra historia? Este cliché tan lleno de expectativas y emociones, y tan vacío de realidad. No contamos con que chocaríamos con la realidad.

¿Qué si nuestra burbuja reventó y nos aventó al final?

Con ese pensamiento, mi corazón se deshace.

—No pretendo forzarte a hacer nada que no quieras—digo después—. No quiero que te sientas obligada a quererme, como te quiero yo a ti. Meg. Yo te quiero. Y no como una expresión. Te quiero en mi vida, te quiero a ti. Toda tú.

Niega con sus ojos llenándose de lágrimas, pero entiendo que no es por mis palabras.

—Si lo que yo siento, me costará tu ida. Prefiero detenerme.

—¿Meg?—Patricia se asoma enérgica, caminando dos pasos dentro.

Veo a Patricia cambiar su gesto en segundos, dándose cuenta de lo que ocurre. Pero no puedo seguir aquí.

Esquivo a Patricia con mis zapatos en mano, y antes de llegar a la puerta, Meg me sujeta de la muñeca.

—Jay...—dice con una lágrima escapando de uno de sus ojos. Esa imagen me deshace, porque su rostro me dice lo mucho que está sufriendo con esta decisión.

Pero su voz no me dice nada más.

—Necesito salir.

Su cabeza dice que no, es un movimiento casi imperceptible. Con lentitud, pierdo su tacto y de inmediato se convierte en añoranza.

Antes de irme, veo su barbilla levantada, su cuello estirado, tragando las lágrimas que suplican por hacerle camino.

Cierro la puerta.
















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