44. Meg
Hace un rato desperté, pero mantengo mis ojos cerrados. Siento la claridad entrar, no es molesta. Pero no quiero enfrentarme al día. Quiero estar aquí, aislada momentáneamente del mundo exterior y de todos sus problemas, de todas formas hoy es mi día libre, así que, lo que haré es accidentalmente procrastinar.
Aunque dudo que pueda hacerlo, tengo tanto que hacer de Bridge que me sofoca de pensarlo, enumero lo que debo hacer en mi cabeza. Creo que sí tendré que enfrentarme al día después de todo.
Siento mi cuerpo ligero, pero también pesado, como si no tuviese fuerzas. Abro un ojo, asegurándome de poder ver. Pero lo que descubro es que tengo una migraña de la que seguro no podré ocuparme hoy. Ya empiezo a preocuparme, han sido más seguidos estos mareos y lo acompañan los desvanecimientos.
Jay tiene sus manos sobre su abdomen, respira con tranquilidad. No parece estar dormido, pero sí parece cansado. Me acerco para besar su mejilla, paseo mi nariz por su rostro buscando que abra sus ojos. Con una sonrisa somnolienta, puedo ver el olivo de sus ojos que por la mañana se ven más claros, con los ligeros rayos de sol atravesando la ventana diciendo que es hora de despertar.
—Hola...—digo. Mi voz apenas un hilo.
—Hola...
Recuesta un costado de su cuerpo en mi dirección, nuestra desnudez la cubre el edredón blanco de su cama. Antes estaría muerta de vergüenza, pero ahora me parece liberador esta nueva intimidad que existe entre nosotros. Hace círculos en mi espalda con la punta de sus dedos, erizando los vellos de mi cuerpo.
Cerrando los ojos por unos segundos, suspiro en paz.
—Falta poco para tu cumpleaños...—dice con su voz ronca y todavía somnolienta.
—¿De verdad? No lo recordaba...—su pulgar hace caricias entre mi cuello y mandíbula, apartando mi cabello.
—¿Quieres ir a un lugar especial ese día?
Pienso, detallando su nariz recta, salpicada de algunas pecas. Sus labios todavía están enrojecidos y su cabello desordenado, con algunos delgados mechones sobre su frente.
Me acerco a su pecho, a su piel caliente y segura. En donde me siento protegida, también pequeña. No tengo que aparentar nada,tampoco esforzarme o forzarme. Le brinda calor a mis fríos pensamientos. Llevo mi cabeza hacia atrás para lograr verlo.
—Aquí—respondo.
Sonríe.
—Puedes estar aquí siempre que quieras.
Estamos así, abrazados y absorbiendo la mirada del otro. Me siento profundamente hipnotizada por el color, el brillo de sus ojos. Desde esta cercanía, detallo la gama de colores que los pintan, marrón claro que pasa al verde, y del verde a un combinación entre ambos.
—Meg...
—¿Sí?...—respondo después de escapar de su mirada.
—Tenemos que hablarlo...
—Lo sé.
—Tenemos que resolverlo—habla con paciencia, con esa voz dulce que usa conmigo—. No podemos seguir...
Le interrumpo con un beso.
—Meg... No podemos seguir evadiendo el asunto con sexo.
—¿Ah, no?—le reto en broma, se que no es el momento, pero a la mención de la palabra, destellos de la noche anterior regresan a mi.
—No, no está bien.
Deslizando mi pierna sobre su cadera, aspiro el aroma de su cuerpo. Juego con mis dedos en su pecho, acariciando después sus hombros y espalda. Estando cerca de sus labios, pero sin besarlo, sintiendo su respiración tornarse caliente.
—¿Estás seguro?
Reparto besos en sus mejillas, cuello, hombros. Llegando a sus clavículas y a su pecho, tocando sólo con la punta de mis dedos la línea de sus abdominales generosamente marcados.
—Sí, Meg, te lo digo en serio. Es tiempo de que lo hablem...—no dejo que termine la oración, lo beso fugazmente sin resistir por más tiempo la calentura evidente de su cuerpo debajo de la sabana.
—Quiero que lo hagamos.
Levanta sus cejas involuntariamente, pero veo sus ojos ensombrecerse.
—Bien. Pero después, lo hablaremos.
Posicionándose sobre mi, me besa rodeando con sus brazos mi cintura. Cruzo mis tobillos detrás de su cadera, y mis manos de inmediato hacen camino por su cuello y espalda. Necesito esto ya, necesito sentirme cerca de él otra vez.
—Jay, ¿qué estás esperando?—le suplico. Sonríe con picardía, y sólo logra que por mi cuerpo se extienda con más fuerza esa corriente.
—Eres imposible.
Introduciéndose dentro de mi, mi cuerpo sube y baja junto a él suyo, mientras me besa en medio de nuestras respiraciones agitadas del deseo, y yo deseo que vaya más rápido.
Gimo debajo de su cuerpo, pero dejando que me vea, no quiero esconderme. Me siento insaciable esta mañana. Jay soporta su peso en sus codos, dejando atrás su cuidado, cumpliendo mi deseo de verlo perder el control.
—¿Es todo lo que tienes?—lo provoco, arquea una ceja y esa irresistible seriedad se hace más notable.
Se hace cargo de mi placer, haciéndose paso dentro de mi, con mis piernas asegurando su cadera. Le hago saber que mantenga ese ritmo con gemidos y suspiros, más rápido y con más fuerza embiste en mi cuerpo, igual de fascinando que yo por esta nueva y placentera forma de encontrarnos, con más confianza e intimidad.
Me aseguro de hacerlo sentirlo igual, moviéndome bajo su cuerpo y diciéndole cosas que jamás pensé que diría a su oído, pidiéndole que no se detenga y rogándole por más de su cuerpo.
Alcanzo un punto en que no puedo reprimir mi libertad, lanzando mi cabeza hacia atrás y diciendo su nombre, escucho llegar el deleite de Jay anunciado por su voz, y me gusta tanto ese sonido que beso sus labios antes de que se deje caer en mi pecho, relajando sus manos a los lados de mi cuerpo, acaricio su cabello.
Llena sus pulmones disfrutando al igual que yo de su alivio, Jay pesa lo suficiente, pero dejo que esté sobre mi así. Sintiéndolo mío.
—Está bien, ahora podemos hablarlo—bromeo.
—Oh, cállate, Meg—río.
Lo abrazo con fuerza. Esta vez, siento de vuelta su amistad. El Jay de Ciudad Solar que cuando teníamos diez me dio un estúpido apodo, y se dedicó a quererme. Ese Jay sigue viviendo, el de corazón puro. Jay sigue siendo mi amigo por sobre todo lo demás, sobre lo que ha pasado, y sobre lo que pueda pasar. Jay sigue aquí.
Levanta su rostro, donde encuentro una sonrisa relajada y ojos todavía somnolientos, con un ligero sonrojo y el cabello revuelto en suaves ondulaciones.
—Esta es una buena forma de empezar el día—le digo.
—Podría acostumbrarme—ríe.
De repente, abre los ojos. Y se levanta para ponerse su ropa casi con torpeza.
—¿Jay? ¿Qué pasa?
—Meg, Andrea pasó aquí la noche...—susurra, la misma expresión avergonzada transforma mi rostro.
También me levanto, vistiéndome deseando que haya estado profundamente dormida hasta ahora, y que sus oídos tengan alguna dificultad para escuchar.
Aunque, el último es un deseo bastante tétrico y ya pedí demasiados hoy.
.
.
Jay abre la puerta después de mirarme, me muerdo una uña con el suéter de Jay cubriendo un poco más de mis muñecas, sale cauteloso, pero yo asomo la cabeza. Jay me mira con reproche, tomándome de la muñeca para obligarme a salir.
—¡Meg!—dice en susurro, puedo notar algo de diversión en su voz, pero se ve igual de avergonzado.
—¡No, Jay! Ve tú.
—Meg, Andrea sabe que vives aquí. Y además, no pude haber hecho todo yo solo—en medio de una sonrisa, palmeo su brazo—. Vamos, le diremos que no recordábamos que estaba aquí...
—Jay, eso lo hace peor.
Suspira con resignación.
—¿Vamos? ¿O estarás el resto del día en la habitación?
Me suelto de su agarre, y dando un paso dentro del cuarto, me subo de hombros con una sonrisa. Pero retoma mi muñeca y me hace caminar detrás de él, me asomo tras su hombro cuando vislumbro una figura femenina en la cocina.
Andrea parece estar haciendo desayuno, ajena a lo que acaba de pasar. Se escucha friendo y hace el movimiento de sacar lo que este cocinando del sartén con una espátula, se da media vuelta, puedo ver fugazmente el color debajo de su ojo izquierdo, y en sus brazos son notable algunas marcas de dedos.
—¡Pensé que jamás saldrían!—me siento enrojecer.
—Buen día, Andrea—dice Jay, sentándose frente a ella, dejando sus manos frente a él hechas un puño.
Me deja a mi al descubierto, saciando mi ansiedad entre mis uñas. Sus ojos se encuentran con los míos, luce tranquila, pero la noche que pasó la sigue como un fantasma. Suspiro para dejar ir mi vergüenza y me acerco a ella, con una sonrisa compasiva, la abrazo.
Andrea tarda en procesarlo, como si todavía negara lo que le sucedió, convenciéndose de que fue sólo una pesadilla. Por esa duda, la entiendo. Sé que se siente negar lo que ocurre, para sumergirse en una tranquilidad que realmente, no existe.
Así que, me regresa el abrazo. Todavía con la espátula en mano, la siento sollozar en mi hombro. Mi corazón se deshace, y algunas lágrimas se aglomeran en mis ojos, pero me endurezco intentando ser fuerte por ella.
—Estás a salvo, Andrea. Vamos a resolverlo y él no te podrá tocar otra vez.
—Es que... Gregor... Él está muerto.
Miro a Jay confundida, no sabiendo que sentir, mucho menos cómo procesarlo. Es lo que merecía. Pero, es tan repentina la noticia que me parece irreal. Guío a Andrea a sentarse, apago la cocina antes de tomar asiento junto a ella, buscando un vaso de agua que le pongo en frente, todavía consternada.
Esperando, mirando a Jay con mis cejas unidas por la confusión, vemos cómo Andrea poco a poco, recupera su compostura, aunque todavía con su cuerpo temblando del nerviosismo.
—Andrea—comienza Jay—, no vamos a juzgarte. ¿Qué pasó?
—Él, anoche... No entiendo todavía que pasó. No pude ver nada—habla con voz trémula—, recuerdo que me estaba golpeando y gritando. Yo... Tomé la decisión de acabar con esto, iba a regresar con mis padres. Pude comunicarme con ellos, él...—la tranquilizo acariciando su brazo, brindándole apoyo— Me descubrió escapando. Tengo casi un año intentándolo, pero siempre me estaba encontrando, Meg, siempre me encontraba. La noche de la fiesta, cuando se fue, lo intenté de nuevo... Pero sus amigos, ellos, le avisaron, aún drogados sabían que si me dejaban escapar Gregor los asesinaría.
Mi cuerpo lo recorre un escalofrío, recordando esa extraña noche. Y saber que había algo aún más insidioso, no puedo evitar sentirme culpable por no haber ayudado más.
—Gregor tenía antecedentes, sé que él vendía drogas. Antes de desmayarme, sentí la puerta de nuestro departamento abrirse, con violencia, y... A dos, tres hombres, entrar. Cuando desperté, él estaba sangrando, pero ya estaba muerto. Corrí de ahí, me fui. Llamé a Jay, hace varias semanas. Pero creo que no me reconociste.
Recuerdo ese mensaje anoche, era inusual. Pero escucho con atención antes de preguntar. Quizás si fue un número equivocado después de todo, porque no vuelve a nombrar ninguna otra llamada.
—Quería saber si, podía llegar aquí si lo lograba. Y cuando me dijiste ayer, Meg, que todavía querías ayudarme, sentí esperanza, y era algo que necesitaba—ruedan nuevamente lágrimas de sus ojos—, todavía la necesito.
—Oh... Andrea—la abrazo, intentado imaginar qué pudo haber sentido cuando despertó junto a un hombre muerto. La mención de esa palabra en mi cabeza vuelve lúgubre mis ideas—. Hay que denunciar esto con la policía, podrían inculparte si no saben de la situación, tienes que explicarlo
—No, Meg... Yo no podría, no podría. Es horrible lo que diré, pero me alegra que esté muerto. Yo jamás he tenido ningún problema con la ley, podrían pensar que... Yo lo maté. No puedo delatar a sus amigos, ellos mismos me matarían. Y no sé casi nada de lo que vendía, o a quienes.
Es un problema que va más allá de nuestro alcance.
—Podrías poner una denuncia anónima—dice Jay—. Incluso, si cuentas tu historia, pueden incluirte en protección de víctimas hasta que te vayas con tus padres, ¿ellos viven en otra ciudad?—pregunta, Andrea asiente, veo en sus ojos algo de brillo—. En tu cuerpo están las pruebas. Podemos ir contigo y ser testigos de lo que vimos.
—Sarah también, ella vio como te gritaba, y estuvo ahí cuando golpeó a Jay—en el rostro de Andrea, empieza a pintarse la tranquilidad—. Vamos a ayudarte a resolver esto, Andrea.
—Yo... No saben, no sé cómo agradecérselos. Me escapé de casa porque a mis padres no le gustaba Gregor para mi, pensé que eran simplemente prejuicios, pero, ellos querían que estuviese bien. Estudiaba diseño de interiores, y ahora... Soy una mujer maltratada con un trabajo mediocre—lo dice todavía con lágrimas en los ojos, uno mis manos con las de ella.
—Andrea, siempre hay nuevos comienzos. Si algo me ha enseñado las cosas que he vivido, es que mientras hayan opciones y oportunidades, hay esperanza—le sonrío—. Y siempre existirán opciones. Conserva algo de esperanza.
Andrea, con sus ojos marrones llenos de lágrimas, me abraza con agradecimiento. Regreso a ver a Jay cuando Andrea se esconde en mi pecho a llorar, me observa con una sonrisa orgullosa.
.
.
Después de prestarle algo de ropa a Andrea, y buscar un cambio para mi para vestirme en el cuarto de Jay, hago algunas llamadas, a sus padres y a Sarah explicándoles lo que pasó. Todavía me siento consternada, jamás había vivido algo tan directo, pero no quiero dejar a Andrea sola con esto.
Me siento en la cama cuando Jay entra a la habitación, se quita lo que usó esta mañana para cambiarse, con una camisa negra simple y jeans.
—Andrea se está dando un baño—dice, terminando de abrochar sus pantalones. Asiento distraída, siento su peso hundir la cama—. ¿Te sientes bien?
—Sí. No. No... Lo sé—suspiro—. Jamás había estado involucrada en algo como esto. Y siento tanta lástima por Andrea.
—Sí, yo tambien—mira al frente—. Haremos todo lo posible para ayudarla, ¿está bien? Nadie merece vivir algo así.
Nuevamente, asiento. Busco mis zapatos.
—¿Cómo está tu esguince?
—Jay, ni siquiera lo recordaba—no quiero admitirlo, pero mi pie se ve algo hinchado. Más que ayer, y me duele—. Seguro se quitará.
—Meg. Iremos al hospital después de esto a que te revisen.
—No, Jay. ¡Estoy bien!, de verdad, Colin me dijo que debía ponerme hielo, y eso haré.
Ríe.
—Colin no es un médico—me quita el zapato de la mano, ayudando a colocarlo en mi pie del esguince—. Es un niño muy nervioso que tuvo un esguince en un partido de béisbol.
—¿Te lo contó?—respondo divertida.
—Lo contó como si hubiese sido de vida o muerte—ríe, pero hay algo de ternura en su mirada—. Tuvo suerte, su pie curó. Como hará el tuyo después de ir a un hospital.
Le ruedo los ojos.
Tomamos un taxi, sujeto la mano de Andrea, para hacerle saber que estoy aquí. De camino, se muerde las uñas y respira con impaciencia. Debe sentir tanta confusión, temor. No sabemos qué puede pasar, pero dentro de mi, deseo que lo mejor para ella y su bienestar.
Sarah nos espera en la estación, vestida con una chaqueta de cuero negra y argollas redondas, con su cabello voluminoso decorado con un semi turbante. Ve a Andrea y cubre sus labios, acercándose a abrazarla, algunas lágrimas se escapan de sus ojos. Repite lo siento, mientras Andrea se aferra a su abrazo.
Me les uno, prometiéndole a Andrea una vez más que no está sola con esto, pase lo que pase. Su rostro se ve enrojecido, haciendo más notable el golpe de su ojo y la línea de su labio partido. Todas sus heridas sanarán. Incluso las internas.
—Ay, Andrea—empieza Sarah—, estuvimos tan preocupadas por ti, sabíamos por lo que pasabas. Te llamé muchas veces, pero no respondías, Víctor me dijo que dejaste de ir a trabajar y eso me hacía sentir tan culpable.
—Gre... Él—se corrije en medio del llanto—. Él no me dejaba responder las llamadas de nadie, ni siquiera de mis padres.
—Puedes venir a vivir conmigo. Me mudé la semana pasada a un departamento. No tienes que volver a esa casa.
—Sí, Andrea. Podemos buscar tus cosas—le digo—. No tienes que regresar jamás.
Antes de entrar, nos damos un último abrazo. Andrea se adelanta con Sarah sujetándose su brazo, y Jay entrelaza sus dedos con los míos.
Nos indican una oficina en el segundo piso, donde Andrea tiene que declarar lo que ocurrió. Una mujer alta con ojos gélidos, de cuerpo ancho y rasgos fuertes la lleva a una habitación, con nosotros detrás, rodeándola por los hombros, diciendo que lo único que debe hacer es decir lo hechos tal como sucedieron. Su voz es tranquilizadora, a pesar de su apariencia impetuosa.
Nos informa que debemos esperar hasta que terminen de interrogarla. En ese larga y casi interminable hora, Jay y Sarah esperan sentados conversando mientras que yo camino de un lado a otro con una uña entre los dientes, con un dolor de cabeza palpitante, Jay me pide que me siente por mi esguince, y lo había olvidado por completo.
Cuando tomo asiento, Andrea sale con una expresión aliviada, me pide que se la siguiente. Jay me mira, con una sombra de preocupación por sus ojos, pero asiente.
La mujer, llamada Danielle, me pregunta mi nombre, junto con otros de mis datos personales. Danielle es amable, me pide que le cuente desde mi perspectiva lo que sucedió con Andrea, y le soy honesta, contándole lo que pasó en la fiesta y cómo nos amenazó fuera de Timotie's, explicándole que Gregor era un hombre violento y lo poco que podíamos comunicarnos con Andrea, pero siempre estuvimos dispuestos a ayudar.
—Estas cosas, lamentablemente, pasan tan seguido que ocasionalmente olvido que no es normal...—dice Danielle, su rostro es firme junto a sus palabras— Esa chica se sentirá culpable por mucho tiempo, creyendo que fue su culpa. Tantas mujeres vienen aquí, temerosas de que no les creamos. Pero aquí siempre tendrán a alguien que lo haga.
—Me alegra que haya sido usted quien esté a cargo, temía lo mismo. Andrea está muy asustada todavía. ¿Qué harán con los amigos de Gregor? Podrían buscarla, pensando que quizás fue ella quién... Bueno, lo asesinó.
—Las personas que tienen problemas con las drogas, terminan envueltos en situaciones similares en un porcentaje más alto de lo que piensas. Y no te preocupes, Andrea nos dijo qué cosas pasaban en ese club al que iba con Gregor. Ellos estarán ahí, y estarán en muchos problemas—sonrío, egoístamente satisfecha de que reciban su merecido.
Luego de que interrogaran a Jay y Sarah, Danielle nos dice que estemos junto a Andrea, pidiéndonos que no la dejemos sola las siguientes setenta y dos horas. Nos asegura que Andrea estará a salvo porque estará en el registro de protección de civiles hasta que logre regresar con su familia después de la investigación.
Me pide que anote su número de teléfono, prometiendo que atenderá si surge alguna emergencia. Espero que no. Pero la oficial Danielle resulta agradable y admirable para mi. Nos despedimos agradeciéndole, sintiéndome en paz por haber contribuido en algo importante, Andrea está a salvo, y eso hace que me sentí feliz.
Pero, al llegar al primer piso, en la entrada de la fiscalía, mi visión se pierde y dejo de escuchar. Me sujeto del brazo de Jay cuando siento como mi cuerpo pierde toda su fuerza, dejo de sentir, mis extremidades se duermen y caigo antes de perder el conocimiento del todo.
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