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42. Meg

—¡Puedo jurártelo!—río negando con la cabeza a la historia de Heron.

—No puedo creerte eso—le digo.

Heron sonríe arrugando la nariz. Deja caer una mano sobre su rodilla sin apaciguar el brillo de sus ojos.

—Eres preciosa—dice, levanto una ceja.

—Tampoco puedo creerte eso.

—Lo eres.

—Es tan imposible que pienses eso como que te hayas lanzado de una cascada de ese tamaño borracho y no hayas muerto.

—Las dos son completamente—río interrumpiéndolo—. Escucha, complemente reales.

Una llamada entra a mi celular, mi corazón palpita al ver que es Jay quien hace la llamada. Estuve todo el rato preocupada por él y sólo estuvo ignorándome. No quiero contestar su llamada, pero ya es hora de que regrese.

—Eh...—digo para comenzar— Ya debería volver a casa...

Heron asiente con la cabeza intentando no endurecer su expresión.

—Entiendo, te llevo.

No puedo rechazar su oferta.

Realmente me impresionó esta faceta de Heron. Fue gracioso, pero no sarcástico, también fue honesto sin ser cruel. La pasé mejor con él en ese puesto de comida que en la fiesta.

Veo como me sonríe de reojo mientras conduce y para ser honesta, me causa ternura que se esfuerce.

Se estaciona en frente del edificio y sale del auto para acompañarme a la entrada con las manos en los bolsillos de su chaqueta.

—La pasé genial contigo, Meg—admite cuando nos detenemos—. Eres divertida.

—Yo también, deberías ser así con los demás chicos.

Junta los dientes encogiendo los hombros con las manos dentro de la chaqueta.

—Prefiero reservarlo para personas especiales.

Sonrío. Y también sonríe. Siento unos cinco segundos pasar con la misma expresión que mantenemos, viéndonos a los ojos.

—Ya debería irme—digo.

—Sí, yo igual.

Me besa la mejilla y se retira. Se voltea un segundo antes de llegar al último escalón.

—Yo no me despido—dice, me guiña un ojo.

Me quedo en el sitio hasta que se sube a su auto y lo pierdo de vista.

Abro la puerta de casa. Todo está a oscuras menos la luz de cocina. Cierro la puerta detrás de mi con cautela y dejo las llaves en la mesa cerca de la entrada.

—¿Jay?—el corazón me late.

¿Si estaba en problemas y no le respondí? Arrastro los dedos por mi cabello y entro al pasillo.

—¿Jay?

Me sorprende cuando sale del baño y hace que me pegue a la pared instintivamente. Me pongo una mano en el pecho aspirando aire.

—Dios, me asustaste—digo.

—Exageras—me pasa por un lado caminando de regreso a la sala.

Lo sigo después de un par de segundos. Me quito la chaqueta de los hombros dejándola en el mueble. No sé muy bien cómo empezar esta conversación.

—¿Por qué no me dijiste a dónde ibas?—me dice. Me muerdo el interior de la mejilla.

—Estoy bien. Aquí me tienes en una pieza.

—No puedes seguir haciendo esto, Meg. Me confundes.

—¿Qué?

Me da la espalda y toma un vaso con agua.

—No logro entenderte.

—Fui a buscarte y ya te habías ido con Britney. Y no me respondiste las llamadas.

—Meg, no me respondías. Llamé muchísimas veces a tu celular.

Respiro.

—No quiero pelear. No tengo razones para mentirte.

Comienzo a caminar a mi habitación.

—Meg.

Me detengo.

—Deja de evadirme.

—¿Qué quieres, Jay?—hablo un poco más fuerte acercándome con paso pesado—. Me besas y después te largas con Britney.

—No. ¿Qué quieres tú?—me señala—. No te entiendo. ¡No te entiendo!—arrastra las uñas por su cabello—. ¿Qué es lo que quieres de mi? ¿Por qué todo contigo siempre tiene que ser tan enredado y complicado?

—Yo...

—Te vas con Heron. Y... Seré sincero contigo, Meg. ¡Claro que me molesta! Me besas, me tratas como si me quisieras, nos... ¡Tenemos sexo!, duermes conmigo, ¡y de la nada desapareces!

Siento mis ojos humedecerse. Odio llorar, trago lo más rápido que puedo.

—Me estás matando, Meg. ¿Qué es lo que quieres?—se señala insistiendo.

Me doy la vuelta y entro a mi habitación.

Siento mis emociones subir y bajar cuando veo a Andrea acostada en mi cama con un ojo morado, dormida.

Quedo en el sitio sin mover un sólo músculo para comprobar si es cierto lo que estoy viendo. Jay entra quedándose en el dintel de la puerta.

—Andrea está aquí—dice.

Un segundo. Dos. Tres. Cinco.

—La estoy viendo.

—Y está dormida.

Salgo de mi habitación apagando la luz y cerrando la puerta una vez más detrás de mi. Pego la espalda en la puerta juntando mis párpados y dejo salir un largo suspiro.

Jay está cerca de mi con la misma expresión.

—¿Qué pasó?—susurro.

—Llegó aquí. Abrí la puerta, pensaba que eras tú.

—¿Te contó algo?

—La golpeó por gastarse el pago en una cosa que necesitaba.

—Dios mío...

Caminamos a su habitación en un incómodo silencio.

Me siento en su cama quitando los zapatos de mis pies. Quedo en ropa interior y camino hasta el armario de Jay para buscar algo que usar para esta noche, paso una de sus camisas de pijama por mi cuerpo. Hay demasiadas cosas que deberíamos aclarar y temas por resolver, pero los dos estamos cansados para lidiar con todo esto. Siento mi cabeza nublarse, uno de mis ojos hormiguea. No me siento nada bien. Apoyo una mano en la madera del armario, escuchando mi respiración.

—¿Estás bien?—escucho lejos de la voz de Jay—. ¿Meg?

Pierdo el control de mi cuerpo, pierdo la visibilidad un momento.

Siento las manos de Jay en mi cintura.

Me dejo caer sobre su pecho.

—Responde, Meg. ¿Estás bien?

—Esto es demasiado—sale de mi garganta con la voz cortada.

Jay deja caer sus rodillas en el suelo, me posiciona encima de él, acunándome, todavía con mi cabeza en su pecho.

Algunas lágrimas saladas me ruedan por las mejillas cuando logro ver de nuevo y recupero mi fuerza.

—¿Qué pasa, Meg? Respóndeme. Habla conmigo.

—Todo es demasiado—mete un cabello detrás de mí oreja.

—Todo es demasiado—replica después de unos segundos.

Me levanto de su pecho subiendo a su regazo, estando a centímetros, aprisiono su rostro entre mi manos y me lanzo a sus labios sin pensar.

Lo beso con desesperación, aún con algunas lágrimas cayendo de mis ojos. Enredo mis dedos en su cabello para no dejarlo ir, se levanta sosteniendo mis piernas y apretando mi trasero, siento su peso caer de lleno sobre mi debajo de la cama. 

Mientras sus labios siguen en los míos, sus dedos me toman del cuello forzando ligeramente su agarre, su otra mano se desliza sobre la mía encima de mi cabeza y la sostiene con fuerza, aprieto sus dedos sintiendo la fuerza de sus manos sobre mi, con sus labios dejándome sin respiración.

Un escalofrío recorre mis piernas.

Siento su desesperación crecer, empuña mi cabello para obligarme a estirar el cuello y besarme, succionando mi piel deliciosamente. Sus manos hacen paso por mi abdomen hasta arrancarme la camisa y el brasier.

Todo su autocontrol desaparece, se arranca la camisa desde su espalda. No tiene ningún cuidado y cada vez me gusta más. Besa y succiona mis pezones endurecidos, lo que me lleva a gemir, pero lo hago cerca de su oído, proponiéndole que siga y más rápido, acerca más su cuerpo al mío, siento mi rostro enrojecer.

—Quiero hacerte mía, una y otra vez, hasta que grites y toda esta ciudad te escuche...—dice a mi oído, desabrochando mis pantalones—, que escuchen que eres mía ahora.

Cuando mis pantalones y ropa interior desaparecen, sus dedos se introducen con fuerza dentro de mi, dándome un placer que ni siquiera yo misma había podido conseguir. No quiero que sea suave conmigo, hoy no deseo ternura. Hoy quiero sentir ese delicioso dolor que me producen sus dedos cuando de nuevo entran en mi, más profundo y con más fuerza. Abro mis piernas para él, con mis manos temblando en sus hombros.

Besa una parte sensible de mi cuello, cierro los ojos pidiéndole más y más, se detiene y lleva los mismos dedos dentro de su boca.

Cosa que hace que quiera gritar de la excitación.

—Jay, quiero que sigas—casi le suplico. Desliza sus manos en mis piernas, jugando con mi dominio.

—¿Qué siga haciendo que?—no sonríe, no lo dice en broma. Quiere que le diga lo que quiere escuchar.

—Quiero que me sigas tocando...—digo, aunque sin negar que me siento avergonzada.

—Creo que no te escuche bien, Meg—acaricia uno de mis pezones entre sus dedos, devorando mi timidez.

Gimo.

—Quiero que me toques—digo esta vez más fuerte.

Me arrastra a su cuerpo cuando sin quitarme sus ojos de encima, besa entre mis piernas apretando mis muslos, manteniendo mis piernas abiertas. Acaricio y empuño su cabello, gimiendo su nombre cuando se mueve más rápido.

Se deshace del resto de su ropa, y sin querer lo detallo. Jay quizás es el hombre más perfecto que conozco. Su cabello en ondulaciones suaves, sus ojos olivo que hacen contraste con su piel cremosa cubierta de lunares y pecas que conserva en su rostro, espalda y brazos. Sus cejas y nariz fuerte que remarcan su rostro, su mandíbula cincelada.

Me deja sin respiración su espalda finamente marcada por sus músculos, sus hombros anchos que recalcan su clavícula que después lleva a su pecho y abdomen igual de generosamente tallados, manchado de pecas y lunares que deseo besar, sus piernas fuertes y largas. Nunca había notado que Jay no tiene vellos, son casi invisibles. Me hipnotizan algunas venas marcadas que comienzan desde más abajo de sus codos, extendiéndose hasta sus manos largas, fuertes y ásperas.

Cuando regresa junto a mi sentándose en el borde de la cama, no desperdicio tiempo en subirme a él y devorar sus labios mientras él sujeta mi espalda y aprieta mis muslos entre sus manos, abriéndome para él. Soy yo quién toma la batuta, besando la piel de su cuello, sintiendo su respiración acelerada.

Todo se vuelve el éxtasis de una pieza en crecendo cuando siento que se abre paso dentro de mi. Nuestros cuerpos empiezan a moverse en una melodía apasionada y se me hace imposible reprimir los gemidos que demanda mi cuerpo.

Regreso a sus ojos, puedo encontrar en ellos la confusión que dentro de mi cabeza vive pero también la paz que tanto anhelo. Acaricio de su rostro las pecas y lunares, contengo algo de mi insaciable hambre para besar con cariño una de sus mejillas.

Con más hambre de nuestros cuerpos, nos movemos sintiéndonos tan bien con esto, deseando más de esta sensación divina que lo consume todo.

Jay aprisiona mi cintura y caderas con sus dedos. Traga en grueso antes de llevar su cabeza hacia atrás para suspirar con sus ojos cerrados. Lo que me hace querer moverme más rápido para robarle todos los suspiros que pueda.

—Meg...—susurra deliciosamente mi nombre.

Mis piernas empiezan a acalambrarse, mis uñas se tensan en su espalda, sintiendo como sube y baja su respiración acelerada. Mis caderas se mueven al compás de sus manos aferradas a mi cuerpo, junto a mis gemidos y sus labios, besando mis labios y cuello.

Nuestros cuerpos se tensan finalmente y se relajan cuando alcanzamos nuestra satisfacción. Aunque descubrí que nada me satisface más que ver a Jay así, perdiendo el control de sí mismo. Escondo mi rostro en la cuenca de su cuello, con mi cabeza sobre su hombro, buscando recuperar mis fuerzas, porque siento repentinamente como me desvanezco y mis oídos pitan.

Lo ignoro, me dejo caer a un lado de la cama, veo como Jay, con su respiración todavía acelerada, apoya los codos sobre sus piernas y arrastra sus dedos sobre su cabello ahora hecho un desastre.

Viene junto a mi, recostando su cuerpo de un lado como yo. Mete un cabello detrás de mi oreja sin dejar de mirarme, y me pierdo de sus ojos. Cuando empiezo a sentirme somnolienta, el calor de sus brazos a mi alrededor que me llevan a su pecho me tranquiliza porque, ese simple gesto me indica que estaremos bien...

¿Por cuánto tiempo más? Pienso antes de desvanecerme entre sus caricias y el cansancio.

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